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Antes, su enemigo. Ahora, su tentación. Abandonada ante el altar, Isla Kendrick se enfrentaba a un terrible dilema: perder la empresa familiar o casarse con el cruel magnate que quería adueñarse de ella. Ya vestida de novia, dijo «si quiero» contra su voluntad. Orion North deseaba la compañía de Isla… y a ella. Así que, para huir del escándalo causado por la boda, se la llevó a una lujosa casa de su propiedad en Islandia, donde el mutuo deseo pronto los condujo al dormitorio. Pero debido a la tragedia que Orion había sufrido en el pasado, tal vez la pasión no fuera suficiente para derretir el hielo de su corazón.
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Seitenzahl: 185
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Editado por Harlequin Ibérica.
Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Avenida de Burgos, 8B - Planta 18
28036 Madrid
© 2023 Jackie Ashenden
© 2024 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Una boda y una herencia, n.º 3132 - diciembre 2024
Título original: His Innocent Unwrapped in Iceland
Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.
Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.
Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.
Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.
® Harlequin, Bianca y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.
® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.
Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.
Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited.
Todos los derechos están reservados.
I.S.B.N.: 9788410742024
Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.
Créditos
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Epílogo
Si te ha gustado este libro…
Isla Kendrick, envuelta en la seda del vestido de novia, se hallaba en el pórtico de la antigua abadía donde iba a casarse. Se aferraba al ramo de peonías que tenía entre las manos como si fuera un salvavidas.
Orion North, el hombre que llevaba un año intentando hacerse con Kendricks Family Christmas, la empresa propiedad de la familia de David Kendrick durante generaciones, que proveía de buena parte de los productos navideños a todo el mundo, la observaba desapasionadamente, con la fría mirada habitual.
Había aparecido en el pórtico como por arte de magia. Isla no sabía qué hacía allí. No lo había invitado a la boda ni tampoco lo había hecho David, su padre adoptivo. Lo había conocido durante las negociaciones entabladas para comprar la empresa de su padre y le pareció un hombre frío y desagradable.
Ahora se lo parecía aún más.
Las damas de honor, las dos secretarias de su padre, ya que Isla no tenía hermanas, le estaban colocando la cola del vestido, pero, al aparecer Orion, se detuvieron y lo miraron, como era de esperar.
Era un hombre que llamaba la atención y la exigía, uno de los motivos por los que a ella lo molestaba tanto.
Era muy alto y ancho de espaldas. Parecía un guerrero, más que un empresario multimillonario, muy temido a la hora de hacerse con el control de compañías ajenas.
También era increíblemente atractivo. Tenía los rasgos demasiado duros para ser guapo, pero había algo en su disposición, en las rectas cejas negras, la orgullosa nariz, la curva del labio inferior y los ojos de color ámbar, que hacía que uno se volviera a mirarlo.
Isla no quería mirarlo ni contener la respiración cada vez que aparecía. Era un lobo, un frío depredador, y ella odiaba sentirse como una presa.
Él no había intentado acercársele. A veces lo había visto mirarla en la mesa de negociaciones, pero nunca le había dirigido la palabra, por lo que no entendía qué hacía allí.
Como tampoco entendía por qué llevaba tanto tiempo detrás de la empresa de su padre, como si fuera un buitre volando alrededor de un león a punto de morir.
Orion miró a las damas de honor y señaló con la cabeza la puerta de entrada a la iglesia. La orden implícita era clara, así que las dos entraron y lo dejaron a solas con Isla.
Ella se inquietó. Llevaba toda la mañana muy nerviosa preguntándose si hacía bien al casarse con Gianni, uno de los protegidos de su padre, que se lo había presentado hacía seis meses. Ella se dio cuenta inmediatamente de que era la señal de que David creía que había llegado el momento de que sentara la cabeza.
La familia era importante para los Kendrick y, sobre todo, para la empresa. La heredera no podía quedarse soltera y, como Gianni era una persona agradable y era evidente que su padre aprobaba que la cortejara, comenzó a salir con él.
Y cuando, seis meses después, le propuso matrimonio, ella aceptó.
No lo quería, pero no importaba. David creía que sería un buen esposo y yerno y, como Isla quería que su padre se sintiera orgulloso de ella, dio su consentimiento. Quería formar una familia, así que, ¿por qué no?
De todos modos, estaba muy nerviosa y la repentina aparición de Orion no mejoraba las cosas.
Llevaba un traje gris hecho a medida con el que estaba aún más atractivo, lo cual alteró a Isla aún más. Estaba a punto de casarse. No debería mirar a otros hombres; ni siquiera ser consciente de su presencia.
Alzó la barbilla y miró a Orion.
–¿Qué hace aquí, señor North?
Intentó imitar el tono frío que su padre empleaba en la junta directiva, algo que no le salía de forma natural.
–Estoy a punto de casarme, por si no se ha dado cuenta y no creo que lo hayamos invitado a la boda.
Él no se inmutó, aunque los ojos comenzaron a brillarle de manera extraña.
–No, no estoy invitado.
–Entonces, ¿qué hace aquí?
–Tutéame. Lamento traerte malas noticias, Isla, pero el novio no va a venir.
–¿No va a venir? –repitió ella sin comprender–. ¿Cómo que no va a venir?
–Se ha ido a Roma esta mañana. Le he avisado que no cazara en mi terreno y le he ofrecido una sustanciosa suma de dinero para que se fuera. Y es lo que ha hecho.
Isa parpadeó ¿Cazar? ¿En su terreno? ¿De qué hablaba?
–Perdona, ¿que has hecho qué?
–No va a casarse contigo, Isla, ni hoy ni mañana ni la semana que viene. Me atrevería a decir que nunca.
Se produjo un silencio ensordecedor. A ella se le cayó al suelo el ramo.
–¿Qué? –preguntó con voz ronca–. No te entiendo.
Oriol se inclinó lentamente y recogió el ramo. Se oyeron unos pasos y un hombre al que ella no conocía salió de la iglesia. Orion le murmuró unas palabras y el hombre volvió a entrar en la iglesia.
Algo pasaba. Algo iba mal.
–Te exijo una explicación. ¿Dónde está Gianni? ¿Por qué no ha venido? ¿Cómo que le has pagado para que se vaya?
En la iglesia había quinientas personas esperando ver la ceremonia, la élite de la sociedad londinense y la familia de Gianni. Pero algo sucedía también en el interior del edificio, ya que antes reinaba el silencio, pero ahora se oían voces sorprendidas.
Orion dio un paso hacia ella y le tendió el ramo.
–Te acabo de decir por qué no ha venido. Va de camino a Roma. Le he pagado para que se vaya porque no debería haberte pedido que te casaras con él.
Isla, conmocionada, se esforzó en dominarse. No sabía qué sucedía, pero desmoronarse no iba a ayudarla.
Su padre decía que no perder la calma en momentos de crisis era algo muy valioso que tenía que aprender, antes de hacerse cargo de la empresa como directora ejecutiva.
En realidad había muchas cosas que debía aprender antes de dirigirla. Algunas de ellas le habían resultado fáciles; otras, no tanto. David le decía que debía aprender a tomar distancia y a no dejarse llevar por sus sentimientos y emociones.
Isla ya lo sabía, porque por eso había fracasado el primer intento de adoptarla. Cuando, a los doce años, David la adoptó, decidió dominar su mal genio y ser una hija perfecta.
Pero ahora corría el peligro de no reprimir lo que sentía, cuando un hombre que no le caía bien le acababa de decir que había pagado a su prometido para que la dejara plantada.
–¿Por qué no debería haberme pedido que nos casáramos?
–Porque no te quiere, ni tú a él –contestó Orion sin vacilar.
Isla lo miró atónita. Aquello no tenía sentido: ni su presencia ni la ausencia de Gianni ni lo que le estaba diciendo.
–Eso no es asunto tuyo.
–Pero es verdad. Te ibas a casar con él porque es lo que David desea.
Isla comenzó a enfurecerse.
–No seas absurdo. No sabes nada de Gianni ni de mí –le arrebató el ramo e intentó mantenerse erguida y parecer una futura directora ejecutiva y no una huérfana enfadada–. Me da igual lo que le hayas pagado y por qué. Tienes que traerlo de vuelta inmediatamente.
Orion se limitó a observarla con un brillo lobuno en los ojos.
–No voy a hacerlo –contestó con voz calmada.
El volumen de las conversaciones de los invitados subió.
No podía ser cierto. Seguro que Gianni ya la esperaba ante el altar.
«Pero habría mandado a alguien para saber por qué me retraso».
Y no había aparecido nadie, salvo el empleado de Orion.
Se quedó petrificada al darse cuenta de la realidad. Ni Gianni ni su padre habían ido a buscarla. Lo único que oía era la conversación de los invitados, cada vez más alta.
Mientras, Orion la observaba.
Le pareció que el suelo se abría bajo sus pies e inesperadamente la mano de Orion la agarró del codo.
La asió con fuerza para mantenerla erguida y ella estuvo a punto de apoyarse en aquella mano, porque le temblaban las piernas
–Sé que estás conmocionada –continuó él en el mismo tono implacable–, pero no he venido a hacerte daño.
–No lo entiendo. ¿A qué has venido?
–¿A qué crees tú? He venido a casarme contigo, Isla.
Orion observó que los bonitos ojos azules de Isla se abrían asustados.
No se sorprendió, ya que su proposición era chocante.
Era el plan que llevaba tramando todo el mes, desde que se enteró de que Isla Kendrick iba a casarse con uno de los protegidos de su padre.
No consentiría que eso sucediera.
Había empezado a urdir un plan a largo plazo hacía varios meses y había decidido aproximarse a ella sin apresurarse. Pero el anuncio de la boda hizo que se replanteara lo que había planeado.
No estaba enamorado, pero reconocía que Isla lo fascinaba.
Todo había comenzado en una fiesta de negocios celebrada en la National Gallery, donde se la encontró en una pequeña sala, alejada de la multitud, frente a un cuadro que miraba extasiada.
No sabía quién era, pero parecía iluminada desde dentro por algo que no entendía, lo que despertó su interés. Miró el título del cuadro para comprobar qué captaba su atención de aquella manera. Era un cuadro de Van Gogh en que se veía una noche estrellada.
A Orion le disgustaba no entender algo, así que se acercó a ella y le preguntó por qué aquel cuadro le parecía tan interesante.
Ella sonrió y comenzó a hablar de pinceladas, capas de pintura y el movimiento fluido del cielo, y cómo todo componía un conjunto hermoso y luminoso. Se lo explicó moviendo las manos, tan elocuentes como sus palabras.
Y él se quedó fascinado.
No le gustaba el arte; el impulso artístico constituía un misterio para él. Era un hombre que deshacía cosas, no las creaba. Hacía tiempo había intentado construir algo, pero, tras un doloroso fracaso, ahora no se molestaba en hacerlo.
Le satisfacía identificar lo que no funcionaba en un sistema, qué estaba roto, y decidir qué hacer al respecto, como un mecánico que desmonta un viejo coche, vende ciertas partes como chatarra y repara otras para que funcione mejor.
Se le daba bien.
Así que era un misterio por qué aquella mujer lo había fascinado hablando de la pintura de un lienzo.
Esa noche decidió que tenía que averiguar más sobre ella.
Pronto se enteró de que era Isla, hija adoptiva de David Kendrick, la heredera de la empresa de su padre. Su adopción, hacía trece años, cuando ella tenía doce, había causado sensación en los medios. A Orion, huérfano también, lo intrigaba en qué mujer de negocios se habría convertido. ¿Tal vez se expresaría con tanta viveza hablando de previsiones de ventas como al hacerlo de cuadros?
Sin embargo, resultó que no era así, lo que lo decepcionó.
Era una mujer callada, que apenas hablaba aunque le preguntaran, y que no parecía segura de sí misma. No era la ambiciosa emprendedora que describía Kendrick ni la mujer luminosa que Orion había visto en la galería.
Su abundante cabellera rubia, los ojos azules y la sonrosada piel no contribuía a darle el aspecto de directora ejecutiva. Parecía una muñeca de porcelana, si estas fueran bajitas y delgadas, con curvas y senos redondos. Aunque le pareció preciosa, no poseía la misma luminosidad en la junta directiva que en la galería.
Eso lo desconcertó, por lo que organizó más reuniones con Kendrick con el pretexto de querer comprarle la empresa, cuando lo cierto era que quería observar a Isla más de cerca y averiguar por qué lo fascinaba tanto.
Siempre estaba elegante y era circunspecta, pero Orion había observado que, a veces, un mechón del rubio cabello se le soltaba del moño y que se le corría el carmín en la comisura de los labios, así como que el botón superior de la blusa tendía a estar desabrochado.
Y eso no era todo. A veces, en la sala de juntas, en las raras ocasiones en que hablaba, parecía tranquila, pero Orion creía que no lo estaba, que se encontraba fuera de lugar, lo cual estaba reñido con la mujer que había hablado con tanta seguridad y conocimiento sobre el cuadro. Y eso lo intrigó aún más.
En varias ocasiones durante esas reuniones intentó hablar con ella, pero se percató de que no le caía bien y lo evitaba. Estaba acostumbrado a no caer bien. A uno no le gustaba el pirata que se le subía al barco y le robaba el oro, pero, en el caso de ella, lo molestaba.
Estaba intentando dejar de caerle mal, cuando se anunció la boda. Fue entonces cuando decidió que sería con él con quien se casaría.
Solo había una semana entre el anuncio del compromiso matrimonial y la boda, por lo que no tenía tiempo de abordar la situación despacio. Ya se había enterado de que la boda la había planeado el propio Kendrick para mejorar su posición en el consejo directivo de la empresa, y de que ella no estaba enamorada, como afirmaba la prensa, aunque no lo habría detenido el hecho de que así fuera.
Y no tenía reparos para hacer su aparición el día de la boda.
Era la ocasión perfecta para aprovecharse de la conmoción que causaría a Isla y conseguir lo que quería. Era un hombre que lograba lo que deseaba, cuando lo deseaba. Y ahora la deseaba a ella.
La noche anterior fue a ver a Kendrick para decirle que, si quería lo mejor para la empresa, debía consentir que Isla fuera suya. El anciano no aceptó inmediatamente.
Le dijo que, si quería casarse con Isla, tendría que comprar la empresa por una cantidad desorbitada, además de nombrar a Isla futura directora ejecutiva, ya que una empresa familiar dedicada a productos navideños necesitaba a un miembro de la familia Kendrick al frente. Y también insistió en que Isla debería ser su esposa y la directora ejecutiva al menos durante un año, antes de tomar una decisión definitiva sobre ambas cosas.
Orion pensó que conservaría la empresa durante el año exigido por Kendrick para luego dividirla y vender las partes que le produjeran mayores beneficios. Tampoco le importaba que Isla fuera la directora. Quería conseguir a Isla y si para eso tenía que casarse con ella se casaría.
Le daba igual.
El matrimonio era un institución sin sentido, y un año era tiempo más que suficiente para explorar la fascinación que ella le provocaba.
Estar un año casado no era en aquellos momentos lo que más lo preocupaba.
Su mayor problema era conseguir que ella lo aceptara.
Por suerte contaba con el beneplácito de Kendrick y con una serie de discursos bien ensayados para convencer a Isla de que ambos saldrían ganando, si se casaban.
Isla se había puesto pálida.
–¿Casarme contigo? –preguntó con voz ronca–. ¿Te has vuelto loco?
–No –contestó él sonriendo levemente–. Considéralo una oportunidad.
–¿Una oportunidad para qué?
Él le apretó el codo con la esperanza de que la presión la liberara del estado de shock en que se hallaba. No lo hizo por haberse quedado sin respiración al sentir la calidez de su piel en los dedos.
La había agarrado sin pensarlo, para sostenerla, pero ahora no se decidía a soltarla.
–Para salvar la empresa.
Orion prefería no servirse de amenazas al hablar de negocios, pero lo hacía para conseguir lo que deseaba. Así que dejó que ella percibiera su lado cruel, que lo había llevado a convertirse en el director ejecutivo de una de las empresas mundiales más peligrosas a la hora de adquirir otras compañías.
–Ayer fui a ver a tu padre y tuvimos una interesante conversación. Está de acuerdo en que sea yo quien me case contigo, en vez de Gianni, siempre que compre la empresa y te mantenga como directora ejecutiva. Le he prometido que la conservaré intacta durante al menos un año, pero tal vez no lo haga, sino que la divida para obtener beneficios, salvo que mi esposa me aconseje lo contrario, claro está.
Ella se sonrojó levemente y le dirigió una mirada furiosa.
–Si crees que voy a consentir que…
–Piénsalo –murmuró él volviendo a apretarle el codo, lo cual hizo que ella se sonrojara aún más.
Él era consciente de no caerle bien, pero el rubor le indicó que su mano en el codo la afectaba, lo que lo complació.
–Como directora y mi esposa, podrás hablar conmigo de cualquier reestructuración y aconsejarme que no la haga. Y tal vez te haga caso.
Ella respiró hondo. Él observó que intentaba sobreponerse. Sus bonitos rasgos se endurecieron. Se quedó impresionado. ¿Era ese el potencial que su padre había visto en ella?
–¿Es una amenaza?
–En absoluto. Como te he dicho, te estoy ofreciendo una oportunidad.
–O podrías no comprar Kendricks ni ser mi novio sustituto –dijo ella con frialdad–. Podrías irte por donde has venido para seguirte dedicando a lo que mejor se te da: destruir. ¿No te parece eso una buena oportunidad?
Él volvió a sonreír. Ella poseía más carácter del que esperaba, lo que lo complacía. Pero Isla no sabía que no se daba por vencido cuando quería algo. Una vez, hacía mucho tiempo, cuando aún tenía conciencia y un corazón que aún no se había helado, dejó que algo se le escapara; algo muy querido. No volvería a hacerlo. Tanto su conciencia como su corazón habían muerto, así que nada lo conmovía.
–Podría, pero prefiero casarme contigo.
Oyó que los invitados se removían en los asientos y que el murmullo de las conversaciones se había transformado en un estruendo.
Debía tomar una decisión inmediatamente.
–No te pediré nada. Seremos un matrimonio solo de nombre. Podemos discutir los detalles de la luna de miel.
–¿De la luna de miel? ¿No lo dirás en serio?
–Claro que sí.
La había planeado en las horas previas a la boda, porque siempre lo planificaba todo.
–Tendremos que ir de luna de miel para dejar que las cosas se calmen aquí y podamos hablar de nuestro acuerdo –y para que él averiguara por qué lo fascinaba.
Ella lo miró como si no lo hubiera visto en su vida.
–A ver si lo he entendido. Si no me caso hoy contigo, ¿me cesarás como directora ejecutiva y dividirás Kendricks?
–Exacto.
–Eso es chantaje.
Él encogió un hombro.
–Prefiero considerarlo un incentivo.
–No me dejas alternativa.
–La tienes: no casarte conmigo. No voy a obligarte.
Bajo el velo, la mirada de ella se había oscurecido. Estaba tensa y él le notó la tensión en el brazo.
El tiempo seguía pasando. Llevaban largo rato allí. Si él seguía esperando, ella se sobrepondría a la conmoción y comenzaría a pensar con lógica y claridad, por lo que él perdería aquella excelente oportunidad.
No lo consentiría.
–No podemos seguir aquí mucho más. La gente se impacienta. Si te niegas, me iré, pero me quedaré con la empresa, dejarás de ser directora ejecutiva y tu padre no obtendrá nada. Si aceptas, tu padre conseguirá una suma de dinero por la venta de la empresa, tú seguirás de directora y dejaré la empresa intacta durante un año. Incluso puede que me convenzas de que lo haga durante más tiempo.
–Eres un canalla.
Orion no se alteró. Contaba con que se enfurecería.
–Desde luego, aunque me han llamado cosas peores.
–¿No te importa haber sobornado a mi prometido?
–Deja de hacerte la indignada. No lo querías. Tampoco a mí, así que lo único que vas a hacer es cambiar un medio por otro para conseguir un fin. No es para tanto.
El rubor de las mejillas de ella se acentuó. Él creyó que temblaba de miedo y, aunque no pretendía asustarla, aceptó que tuviera miedo. Pero aquel rubor no era de miedo, sino de cólera.
–¿Que no es para tanto? ¿Te has vuelto loco?
–Isla –murmuró él– sí o no.
Creyó que iba a rechazarlo y se puso tenso.
Ella se soltó de su mano. Pero, en vez de escapar, se dirigió a las puertas de la abadía. Se detuvo frente a ellas.
–Vamos –dijo sin mirarlo–. Acabemos de una vez.
Orion sonrió. Tenía mucho más carácter del que se esperaba. Y eso le gustaba mucho.
Así que se puso a su lado y empujó las puertas. La marcha nupcial llenó la abadía.
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