E-Pack Bianca y Deseo diciembre 2024 - Jackie Ashenden - E-Book

E-Pack Bianca y Deseo diciembre 2024 E-Book

Jackie Ashenden

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Beschreibung

Una boda y una herencia Jackie Ashenden Antes, su enemigo. Ahora, su tentación.  Abandonada ante el altar, Isla Kendrick se enfrentaba a un terrible dilema: perder la empresa familiar o casarse con el cruel magnate que quería adueñarse de ella. Ya vestida de novia, dijo «si quiero» contra su voluntad. Orion North deseaba la compañía de Isla… y a ella. Así que, para huir del escándalo causado por la boda, se la llevó a una lujosa casa de su propiedad en Islandia, donde el mutuo deseo pronto los condujo al dormitorio. Pero debido a la tragedia que Orion había sufrido en el pasado, tal vez la pasión no fuera suficiente para derretir el hielo de su corazón. Enamorada de mi enemigo Katherine Garbera Volvió en busca de venganza, pero la encontró a ella. Un accidente de tráfico fatal le robó diez años de vida a la heredera Rory Gilbert. Cuando despertó del coma, necesitó que un hombre guapísimo y sexy como Kit Palmer le enseñara exactamente todo lo que se había perdido. Por su parte, Kit estaba soñando con vengarse de los Gilbert, pero, rápidamente, Rory se convirtió en el talón de Aquiles de su plan. Y empezó a enamorarse de ella…

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www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47

 

 

Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S. A.

Avenida de Burgos, 8B - Planta 18

28036 Madrid

 

© 2024 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S. A.

E-pack Bianca y Deseo, n.º 409 - diciembre 2024

 

I.S.B.N.: 978-84-1074-357-1

Índice

 

Créditos

Una boda y una herencia

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Epílogo

Si te ha gustado este libro…

Enamorada de mi enemigo

Capítulo Uno

Capítulo Dos

Capítulo Tres

Capítulo Cuatro

Capítulo Cinco

Capítulo Seis

Capítulo Siete

Capítulo Ocho

Capítulo Nueve

Capítulo Diez

Capítulo Once

Capítulo Doce

Capítulo Trece

Capítulo Catorce

Capítulo Quince

Capítulo Dieciséis

Capítulo Diecisiete

Si te ha gustado este libro…

Capítulo 1

 

 

 

 

 

Isla Kendrick, envuelta en la seda del vestido de novia, se hallaba en el pórtico de la antigua abadía donde iba a casarse. Se aferraba al ramo de peonías que tenía entre las manos como si fuera un salvavidas.

Orion North, el hombre que llevaba un año intentando hacerse con Kendricks Family Christmas, la empresa propiedad de la familia de David Kendrick durante generaciones, que proveía de buena parte de los productos navideños a todo el mundo, la observaba desapasionadamente, con la fría mirada habitual.

Había aparecido en el pórtico como por arte de magia. Isla no sabía qué hacía allí. No lo había invitado a la boda ni tampoco lo había hecho David, su padre adoptivo. Lo había conocido durante las negociaciones entabladas para comprar la empresa de su padre y le pareció un hombre frío y desagradable.

Ahora se lo parecía aún más.

Las damas de honor, las dos secretarias de su padre, ya que Isla no tenía hermanas, le estaban colocando la cola del vestido, pero, al aparecer Orion, se detuvieron y lo miraron, como era de esperar.

Era un hombre que llamaba la atención y la exigía, uno de los motivos por los que a ella lo molestaba tanto.

Era muy alto y ancho de espaldas. Parecía un guerrero, más que un empresario multimillonario, muy temido a la hora de hacerse con el control de compañías ajenas.

También era increíblemente atractivo. Tenía los rasgos demasiado duros para ser guapo, pero había algo en su disposición, en las rectas cejas negras, la orgullosa nariz, la curva del labio inferior y los ojos de color ámbar, que hacía que uno se volviera a mirarlo.

Isla no quería mirarlo ni contener la respiración cada vez que aparecía. Era un lobo, un frío depredador, y ella odiaba sentirse como una presa.

Él no había intentado acercársele. A veces lo había visto mirarla en la mesa de negociaciones, pero nunca le había dirigido la palabra, por lo que no entendía qué hacía allí.

Como tampoco entendía por qué llevaba tanto tiempo detrás de la empresa de su padre, como si fuera un buitre volando alrededor de un león a punto de morir.

Orion miró a las damas de honor y señaló con la cabeza la puerta de entrada a la iglesia. La orden implícita era clara, así que las dos entraron y lo dejaron a solas con Isla.

Ella se inquietó. Llevaba toda la mañana muy nerviosa preguntándose si hacía bien al casarse con Gianni, uno de los protegidos de su padre, que se lo había presentado hacía seis meses. Ella se dio cuenta inmediatamente de que era la señal de que David creía que había llegado el momento de que sentara la cabeza.

La familia era importante para los Kendrick y, sobre todo, para la empresa. La heredera no podía quedarse soltera y, como Gianni era una persona agradable y era evidente que su padre aprobaba que la cortejara, comenzó a salir con él.

Y cuando, seis meses después, le propuso matrimonio, ella aceptó.

No lo quería, pero no importaba. David creía que sería un buen esposo y yerno y, como Isla quería que su padre se sintiera orgulloso de ella, dio su consentimiento. Quería formar una familia, así que, ¿por qué no?

De todos modos, estaba muy nerviosa y la repentina aparición de Orion no mejoraba las cosas.

Llevaba un traje gris hecho a medida con el que estaba aún más atractivo, lo cual alteró a Isla aún más. Estaba a punto de casarse. No debería mirar a otros hombres; ni siquiera ser consciente de su presencia.

Alzó la barbilla y miró a Orion.

–¿Qué hace aquí, señor North?

Intentó imitar el tono frío que su padre empleaba en la junta directiva, algo que no le salía de forma natural.

–Estoy a punto de casarme, por si no se ha dado cuenta y no creo que lo hayamos invitado a la boda.

Él no se inmutó, aunque los ojos comenzaron a brillarle de manera extraña.

–No, no estoy invitado.

–Entonces, ¿qué hace aquí?

–Tutéame. Lamento traerte malas noticias, Isla, pero el novio no va a venir.

–¿No va a venir? –repitió ella sin comprender–. ¿Cómo que no va a venir?

–Se ha ido a Roma esta mañana. Le he avisado que no cazara en mi terreno y le he ofrecido una sustanciosa suma de dinero para que se fuera. Y es lo que ha hecho.

Isa parpadeó ¿Cazar? ¿En su terreno? ¿De qué hablaba?

–Perdona, ¿que has hecho qué?

–No va a casarse contigo, Isla, ni hoy ni mañana ni la semana que viene. Me atrevería a decir que nunca.

Se produjo un silencio ensordecedor. A ella se le cayó al suelo el ramo.

–¿Qué? –preguntó con voz ronca–. No te entiendo.

Oriol se inclinó lentamente y recogió el ramo. Se oyeron unos pasos y un hombre al que ella no conocía salió de la iglesia. Orion le murmuró unas palabras y el hombre volvió a entrar en la iglesia.

Algo pasaba. Algo iba mal.

–Te exijo una explicación. ¿Dónde está Gianni? ¿Por qué no ha venido? ¿Cómo que le has pagado para que se vaya?

En la iglesia había quinientas personas esperando ver la ceremonia, la élite de la sociedad londinense y la familia de Gianni. Pero algo sucedía también en el interior del edificio, ya que antes reinaba el silencio, pero ahora se oían voces sorprendidas.

Orion dio un paso hacia ella y le tendió el ramo.

–Te acabo de decir por qué no ha venido. Va de camino a Roma. Le he pagado para que se vaya porque no debería haberte pedido que te casaras con él.

Isla, conmocionada, se esforzó en dominarse. No sabía qué sucedía, pero desmoronarse no iba a ayudarla.

Su padre decía que no perder la calma en momentos de crisis era algo muy valioso que tenía que aprender, antes de hacerse cargo de la empresa como directora ejecutiva.

En realidad había muchas cosas que debía aprender antes de dirigirla. Algunas de ellas le habían resultado fáciles; otras, no tanto. David le decía que debía aprender a tomar distancia y a no dejarse llevar por sus sentimientos y emociones.

Isla ya lo sabía, porque por eso había fracasado el primer intento de adoptarla. Cuando, a los doce años, David la adoptó, decidió dominar su mal genio y ser una hija perfecta.

Pero ahora corría el peligro de no reprimir lo que sentía, cuando un hombre que no le caía bien le acababa de decir que había pagado a su prometido para que la dejara plantada.

–¿Por qué no debería haberme pedido que nos casáramos?

–Porque no te quiere, ni tú a él –contestó Orion sin vacilar.

Isla lo miró atónita. Aquello no tenía sentido: ni su presencia ni la ausencia de Gianni ni lo que le estaba diciendo.

–Eso no es asunto tuyo.

–Pero es verdad. Te ibas a casar con él porque es lo que David desea.

Isla comenzó a enfurecerse.

–No seas absurdo. No sabes nada de Gianni ni de mí –le arrebató el ramo e intentó mantenerse erguida y parecer una futura directora ejecutiva y no una huérfana enfadada–. Me da igual lo que le hayas pagado y por qué. Tienes que traerlo de vuelta inmediatamente.

Orion se limitó a observarla con un brillo lobuno en los ojos.

–No voy a hacerlo –contestó con voz calmada.

El volumen de las conversaciones de los invitados subió.

No podía ser cierto. Seguro que Gianni ya la esperaba ante el altar.

«Pero habría mandado a alguien para saber por qué me retraso».

Y no había aparecido nadie, salvo el empleado de Orion.

Se quedó petrificada al darse cuenta de la realidad. Ni Gianni ni su padre habían ido a buscarla. Lo único que oía era la conversación de los invitados, cada vez más alta.

Mientras, Orion la observaba.

Le pareció que el suelo se abría bajo sus pies e inesperadamente la mano de Orion la agarró del codo.

La asió con fuerza para mantenerla erguida y ella estuvo a punto de apoyarse en aquella mano, porque le temblaban las piernas

–Sé que estás conmocionada –continuó él en el mismo tono implacable–, pero no he venido a hacerte daño.

–No lo entiendo. ¿A qué has venido?

–¿A qué crees tú? He venido a casarme contigo, Isla.

 

 

Orion observó que los bonitos ojos azules de Isla se abrían asustados.

No se sorprendió, ya que su proposición era chocante.

Era el plan que llevaba tramando todo el mes, desde que se enteró de que Isla Kendrick iba a casarse con uno de los protegidos de su padre.

No consentiría que eso sucediera.

Había empezado a urdir un plan a largo plazo hacía varios meses y había decidido aproximarse a ella sin apresurarse. Pero el anuncio de la boda hizo que se replanteara lo que había planeado.

No estaba enamorado, pero reconocía que Isla lo fascinaba.

Todo había comenzado en una fiesta de negocios celebrada en la National Gallery, donde se la encontró en una pequeña sala, alejada de la multitud, frente a un cuadro que miraba extasiada.

No sabía quién era, pero parecía iluminada desde dentro por algo que no entendía, lo que despertó su interés. Miró el título del cuadro para comprobar qué captaba su atención de aquella manera. Era un cuadro de Van Gogh en que se veía una noche estrellada.

A Orion le disgustaba no entender algo, así que se acercó a ella y le preguntó por qué aquel cuadro le parecía tan interesante.

Ella sonrió y comenzó a hablar de pinceladas, capas de pintura y el movimiento fluido del cielo, y cómo todo componía un conjunto hermoso y luminoso. Se lo explicó moviendo las manos, tan elocuentes como sus palabras.

Y él se quedó fascinado.

No le gustaba el arte; el impulso artístico constituía un misterio para él. Era un hombre que deshacía cosas, no las creaba. Hacía tiempo había intentado construir algo, pero, tras un doloroso fracaso, ahora no se molestaba en hacerlo.

Le satisfacía identificar lo que no funcionaba en un sistema, qué estaba roto, y decidir qué hacer al respecto, como un mecánico que desmonta un viejo coche, vende ciertas partes como chatarra y repara otras para que funcione mejor.

Se le daba bien.

Así que era un misterio por qué aquella mujer lo había fascinado hablando de la pintura de un lienzo.

Esa noche decidió que tenía que averiguar más sobre ella.

Pronto se enteró de que era Isla, hija adoptiva de David Kendrick, la heredera de la empresa de su padre. Su adopción, hacía trece años, cuando ella tenía doce, había causado sensación en los medios. A Orion, huérfano también, lo intrigaba en qué mujer de negocios se habría convertido. ¿Tal vez se expresaría con tanta viveza hablando de previsiones de ventas como al hacerlo de cuadros?

Sin embargo, resultó que no era así, lo que lo decepcionó.

Era una mujer callada, que apenas hablaba aunque le preguntaran, y que no parecía segura de sí misma. No era la ambiciosa emprendedora que describía Kendrick ni la mujer luminosa que Orion había visto en la galería.

Su abundante cabellera rubia, los ojos azules y la sonrosada piel no contribuía a darle el aspecto de directora ejecutiva. Parecía una muñeca de porcelana, si estas fueran bajitas y delgadas, con curvas y senos redondos. Aunque le pareció preciosa, no poseía la misma luminosidad en la junta directiva que en la galería.

Eso lo desconcertó, por lo que organizó más reuniones con Kendrick con el pretexto de querer comprarle la empresa, cuando lo cierto era que quería observar a Isla más de cerca y averiguar por qué lo fascinaba tanto.

Siempre estaba elegante y era circunspecta, pero Orion había observado que, a veces, un mechón del rubio cabello se le soltaba del moño y que se le corría el carmín en la comisura de los labios, así como que el botón superior de la blusa tendía a estar desabrochado.

Y eso no era todo. A veces, en la sala de juntas, en las raras ocasiones en que hablaba, parecía tranquila, pero Orion creía que no lo estaba, que se encontraba fuera de lugar, lo cual estaba reñido con la mujer que había hablado con tanta seguridad y conocimiento sobre el cuadro. Y eso lo intrigó aún más.

En varias ocasiones durante esas reuniones intentó hablar con ella, pero se percató de que no le caía bien y lo evitaba. Estaba acostumbrado a no caer bien. A uno no le gustaba el pirata que se le subía al barco y le robaba el oro, pero, en el caso de ella, lo molestaba.

Estaba intentando dejar de caerle mal, cuando se anunció la boda. Fue entonces cuando decidió que sería con él con quien se casaría.

Solo había una semana entre el anuncio del compromiso matrimonial y la boda, por lo que no tenía tiempo de abordar la situación despacio. Ya se había enterado de que la boda la había planeado el propio Kendrick para mejorar su posición en el consejo directivo de la empresa, y de que ella no estaba enamorada, como afirmaba la prensa, aunque no lo habría detenido el hecho de que así fuera.

Y no tenía reparos para hacer su aparición el día de la boda.

Era la ocasión perfecta para aprovecharse de la conmoción que causaría a Isla y conseguir lo que quería. Era un hombre que lograba lo que deseaba, cuando lo deseaba. Y ahora la deseaba a ella.

La noche anterior fue a ver a Kendrick para decirle que, si quería lo mejor para la empresa, debía consentir que Isla fuera suya. El anciano no aceptó inmediatamente.

Le dijo que, si quería casarse con Isla, tendría que comprar la empresa por una cantidad desorbitada, además de nombrar a Isla futura directora ejecutiva, ya que una empresa familiar dedicada a productos navideños necesitaba a un miembro de la familia Kendrick al frente. Y también insistió en que Isla debería ser su esposa y la directora ejecutiva al menos durante un año, antes de tomar una decisión definitiva sobre ambas cosas.

Orion pensó que conservaría la empresa durante el año exigido por Kendrick para luego dividirla y vender las partes que le produjeran mayores beneficios. Tampoco le importaba que Isla fuera la directora. Quería conseguir a Isla y si para eso tenía que casarse con ella se casaría.

Le daba igual.

El matrimonio era un institución sin sentido, y un año era tiempo más que suficiente para explorar la fascinación que ella le provocaba.

Estar un año casado no era en aquellos momentos lo que más lo preocupaba.

Su mayor problema era conseguir que ella lo aceptara.

Por suerte contaba con el beneplácito de Kendrick y con una serie de discursos bien ensayados para convencer a Isla de que ambos saldrían ganando, si se casaban.

Isla se había puesto pálida.

–¿Casarme contigo? –preguntó con voz ronca–. ¿Te has vuelto loco?

–No –contestó él sonriendo levemente–. Considéralo una oportunidad.

–¿Una oportunidad para qué?

Él le apretó el codo con la esperanza de que la presión la liberara del estado de shock en que se hallaba. No lo hizo por haberse quedado sin respiración al sentir la calidez de su piel en los dedos.

La había agarrado sin pensarlo, para sostenerla, pero ahora no se decidía a soltarla.

–Para salvar la empresa.

Orion prefería no servirse de amenazas al hablar de negocios, pero lo hacía para conseguir lo que deseaba. Así que dejó que ella percibiera su lado cruel, que lo había llevado a convertirse en el director ejecutivo de una de las empresas mundiales más peligrosas a la hora de adquirir otras compañías.

–Ayer fui a ver a tu padre y tuvimos una interesante conversación. Está de acuerdo en que sea yo quien me case contigo, en vez de Gianni, siempre que compre la empresa y te mantenga como directora ejecutiva. Le he prometido que la conservaré intacta durante al menos un año, pero tal vez no lo haga, sino que la divida para obtener beneficios, salvo que mi esposa me aconseje lo contrario, claro está.

Ella se sonrojó levemente y le dirigió una mirada furiosa.

–Si crees que voy a consentir que…

–Piénsalo –murmuró él volviendo a apretarle el codo, lo cual hizo que ella se sonrojara aún más.

Él era consciente de no caerle bien, pero el rubor le indicó que su mano en el codo la afectaba, lo que lo complació.

–Como directora y mi esposa, podrás hablar conmigo de cualquier reestructuración y aconsejarme que no la haga. Y tal vez te haga caso.

Ella respiró hondo. Él observó que intentaba sobreponerse. Sus bonitos rasgos se endurecieron. Se quedó impresionado. ¿Era ese el potencial que su padre había visto en ella?

–¿Es una amenaza?

–En absoluto. Como te he dicho, te estoy ofreciendo una oportunidad.

–O podrías no comprar Kendricks ni ser mi novio sustituto –dijo ella con frialdad–. Podrías irte por donde has venido para seguirte dedicando a lo que mejor se te da: destruir. ¿No te parece eso una buena oportunidad?

Él volvió a sonreír. Ella poseía más carácter del que esperaba, lo que lo complacía. Pero Isla no sabía que no se daba por vencido cuando quería algo. Una vez, hacía mucho tiempo, cuando aún tenía conciencia y un corazón que aún no se había helado, dejó que algo se le escapara; algo muy querido. No volvería a hacerlo. Tanto su conciencia como su corazón habían muerto, así que nada lo conmovía.

–Podría, pero prefiero casarme contigo.

Oyó que los invitados se removían en los asientos y que el murmullo de las conversaciones se había transformado en un estruendo.

Debía tomar una decisión inmediatamente.

–No te pediré nada. Seremos un matrimonio solo de nombre. Podemos discutir los detalles de la luna de miel.

–¿De la luna de miel? ¿No lo dirás en serio?

–Claro que sí.

La había planeado en las horas previas a la boda, porque siempre lo planificaba todo.

–Tendremos que ir de luna de miel para dejar que las cosas se calmen aquí y podamos hablar de nuestro acuerdo –y para que él averiguara por qué lo fascinaba.

Ella lo miró como si no lo hubiera visto en su vida.

–A ver si lo he entendido. Si no me caso hoy contigo, ¿me cesarás como directora ejecutiva y dividirás Kendricks?

–Exacto.

–Eso es chantaje.

Él encogió un hombro.

–Prefiero considerarlo un incentivo.

–No me dejas alternativa.

–La tienes: no casarte conmigo. No voy a obligarte.

Bajo el velo, la mirada de ella se había oscurecido. Estaba tensa y él le notó la tensión en el brazo.

El tiempo seguía pasando. Llevaban largo rato allí. Si él seguía esperando, ella se sobrepondría a la conmoción y comenzaría a pensar con lógica y claridad, por lo que él perdería aquella excelente oportunidad.

No lo consentiría.

–No podemos seguir aquí mucho más. La gente se impacienta. Si te niegas, me iré, pero me quedaré con la empresa, dejarás de ser directora ejecutiva y tu padre no obtendrá nada. Si aceptas, tu padre conseguirá una suma de dinero por la venta de la empresa, tú seguirás de directora y dejaré la empresa intacta durante un año. Incluso puede que me convenzas de que lo haga durante más tiempo.

–Eres un canalla.

Orion no se alteró. Contaba con que se enfurecería.

–Desde luego, aunque me han llamado cosas peores.

–¿No te importa haber sobornado a mi prometido?

–Deja de hacerte la indignada. No lo querías. Tampoco a mí, así que lo único que vas a hacer es cambiar un medio por otro para conseguir un fin. No es para tanto.

El rubor de las mejillas de ella se acentuó. Él creyó que temblaba de miedo y, aunque no pretendía asustarla, aceptó que tuviera miedo. Pero aquel rubor no era de miedo, sino de cólera.

–¿Que no es para tanto? ¿Te has vuelto loco?

–Isla –murmuró él– sí o no.

Creyó que iba a rechazarlo y se puso tenso.

Ella se soltó de su mano. Pero, en vez de escapar, se dirigió a las puertas de la abadía. Se detuvo frente a ellas.

–Vamos –dijo sin mirarlo–. Acabemos de una vez.

Orion sonrió. Tenía mucho más carácter del que se esperaba. Y eso le gustaba mucho.

Así que se puso a su lado y empujó las puertas. La marcha nupcial llenó la abadía.

Capítulo 2

 

 

 

 

 

Isla hizo caso omiso de las miradas de los invitados al entrar. Tampoco prestó atención a su padre ni a su expresión de alivio.

Estaba furiosa. Gracias a su fuerza de voluntad no lanzó el ramo de peonías al estúpido y arrogante rostro de Orion ni comenzó a dar patadas a su padre en la espinilla, para después salir corriendo y no volver.

Pero la ira no servía de nada. Así que agarró con fuerza el ramo y se comportó como si el cambio de novio hubiera sido idea suya.

Le resultaba increíble que Orion hubiera ido a ver a su padre y hubieran llegado a un acuerdo sin contar con ella. Y más increíble aún que su padre hubiera accedido.

Sin embargo, no era tan difícil de creer. Orion tenía fama de ser un empresario que conseguía lo que se proponía y, en cuanto a su padre, Kendricks y su legado era lo único que le importaba. Por eso la había adoptado, para que tomara las riendas de la empresa cuando él ya no estuviera.

Le daba igual con quién se casase. Y desde un punto de vista económico, vender Kendricks tenía lógica: la junta directiva no estaba contenta y la empresa llevaba años obteniendo menos beneficios de lo esperado.

Haber conseguido que Orion prometiera que la conservaría intacta era un acierto, al igual que asegurarse de que ella siguiera de directora ejecutiva para mantener la ilusión de que era la familia la que controlaba la empresa.

Pero le enfurecía que su padre no le hubiera dicho nada y que hubiera dejado que fuera ella la que se enfrentara a Orion y a sus amenazas justo antes de entrar en la abadía.

Claro que ella no consentiría que le sucediera nada a la empresa. David la había adoptado para ponerse al frente de ella, ya que no tenía más hijos. Su esposa no pudo tenerlos y, tras su muerte, él no quiso volver a casarse. Pero como quería que un hijo suyo heredara la empresa, decidió adoptarlo. Y ella había sido la elegida.

No sabía por qué Orion quería casarse con ella. Aparte de aquella conversación en la National Gallery, de la que él se había marchado sin despedirse, nunca había detectado en él el menor interés por ella. Por eso, la situación en que ahora se hallaba le resultaba desconcertante.

Con independencia de los motivos que él pudiera tener, seguía furiosa; con él por haberla hecho aceptar mediante amenazas y consigo misma por no haber previsto que podría presentarse en la boda y que intentaría sobornar a Gianni, pero debería haberla alarmado su interés por Kendricks y debería haberse preguntado por qué no la había comprado inmediatamente.

En la sala de juntas solo había observado el frío interés habitual en él.

«Y sé por qué no noté nada más».

Isla apretó los dientes y miró el altar, al final de la nave, no a los sorprendidos invitados.

Sí, lo sabía, aunque odiaba reconocer que el motivo de no haber observado nada inconveniente en Orion era que se había esforzado en no prestarle atención. La había intranquilizado desde el momento en que entró en la sala de juntas, una semana después del encuentro en la National Gallery, del que hacía un año.

Y odió esa inquietud. Las emociones estaban fuera de lugar en la sala de juntas, como bien sabía. Debía ser fría y perspicaz. Estaba aprendiendo, pero le resultaba difícil. Sentía las cosas profunda y apasionadamente. Ni siquiera los años pasados en el orfanato habían apagado el fuego de su corazón.

Y parecía que la mera presencia de Orion lo había reavivado. Intentó no prestar atención al hecho de que la mirara y quedarse callada e inmóvil con la esperanza de que perdiera el interés por ella, suponiendo que tuviera alguno. No había servido de nada porque, si lo hubiera hecho, ahora no estaría recorriendo la nave de la abadía con él.

Si hubiera dejado de lado sus sentimientos y hubiera hablado con él para enterarse de qué intenciones tenía con respecto a la empresa y a ella, tal vez aquello podría haberse evitado.

«No ayuda que la junta directiva no quiera que me haga cargo de la empresa».

Era cierto. No estaban satisfechos con su forma de actuar ni creían que estaba hecha para ser directora, lo cual ponía en peligro la empresa ante alguien como Orion, un lobo a la espera de caer sobre su presa.

Su matrimonio con Gianni, en teoría, mejoraría su posición en la junta. A algunos de sus miembros no les gustaría el giro de los acontecimientos, pero era probable que la mayoría lo aprobara e incluso prefiriera a Orion, por lo que casándose con él conseguiría el mismo objetivo. Pero solo si parecía que era decisión de ella, no un acuerdo al que habían llegado su padre y Orion a sus espaldas.

«Así que más me vale sonreír y comportarme como si hubiera sido idea mía».

Isla se tragó la ira y se detuvo ante el altar obligándose a sonreír. Y comenzó la ceremonia.

La iglesia quedó en silencio.

Daba igual que no fuera la boda que ella esperaba.

Daba igual que Orion hubiera pagado al hombre con quien ella iba a casarse y que Gianni hubiera aceptado el dinero y hubiera huido.

«Yo no debía de ser muy importante para él. En realidad, no quería casarse conmigo. No deseaba una esposa, del mismo modo que David no deseaba una hija».

Sintió dolor en el corazón, una sensación a la que estaba habituada, así que no le prestó atención. Se concentró en pronunciar los votos y luego oyó decirlos a Orion. Cuando él le tendió la mano, ella le dio la suya. Él se sacó un anillo del bolsillo y se lo puso.

Ella pensó que debía hacerle muchas preguntas, como por qué quería casarse con ella y cuánto tiempo llevaba planeándolo.

Los invitados murmuraban, lo cual no era de extrañar. Se preguntarían por qué la heredera de Kendricks había recorrido la nave con un hombre distinto y qué le había sucedido al otro.

«¿Qué pensarán de mí? ¿Qué pensará David de mí? Primero me vende a un hombre y luego a otro».

Sintió frío. El invierno se colaba por las piedras de la iglesia. O tal vez no fuera el invierno, sino un frío producto de la conmoción, de la que no conseguía librarse.

Se hallaba ante el altar y la gente la miraba, así que no podía parecer débil e insegura, cuando ya se ponía en duda que fuera adecuada como directora ejecutiva. Debía parecer fuerte y segura de sí misma, como si aquello fuera decisión suya, no algo impuesto.

Orion le levantó el velo. Su mirada ya no era fría. Tenía un brillo en los ojos que a ella, inexplicablemente, le aceleró el corazón.

Él no le caía bien. Todo en él la inquietaba, y su forma de mirarla en aquel momento…

«Gianni nunca me ha mirado así».

Ella le gustaba y los besos que se daban eran agradables. Pero no la miraba como lo estaba haciendo Orion, como si quisiera comérsela.

El corazón se le desbocó, cuando él se inclinó y la besó en los labios. Fue un beso muy leve y, aunque ella lo esperaba, no se imaginaba la descarga eléctrica que sintió en la piel cuando sus labios se encontraron.

Era la misma electricidad que ella experimentaba cuando él se hallaba cerca, la que la inquietaba. Ahora parecía que esta se le había abierto camino bajo la piel dejándola conmocionada.

«Debería haberme ido sin importarme las consecuencias».

Ya era tarde.

Orion levantó la cabeza, la agarró del codo y recorrieron la nave hacia la salida como esposos.

Ella estaba helada, pero le ardían los labios. Mantuvo la barbilla alta y la espalda erguida, sin prestar atención al rostro sorprendido de los invitados.

Había sido decisión suya casarse con el hombre que iba a adquirir Kendricks; una decisión sorprendente, cierto, pero, como había dicho él, era una oportunidad.

La oportunidad de conservar la empresa y seguir siendo la directora ejecutiva. Tal vez también la de saber más del enemigo.

«Puedo justificarlo como quiera, pero lo cierto es que es culpa mía. Si me hubiera dado cuenta del potencial que mi padre veía en mí, Kendricks no hubiera sido un objetivo para Orion».

Apartó ese pensamiento de la mente. Solucionaría aquello.

Al salir de la abadía, nevaba. David creía que sería perfecto que la boda se celebrara en diciembre, porque el casamiento de la heredera de Kendricks debía celebrarse en Navidad. Isla estuvo de acuerdo.

Ahora tiritaba de frío.

No sabía por qué, pero Orion tenía el chal blanco que había comprado para aquel momento y para las fotos. Se lo echó por los hombros.

–Vuelvo enseguida –murmuró él.

Un hombre de uniforme oscuro se colocó al lado de ella para acompañarla a la verja.

La opresión que sentía en el pecho previendo el enfrentamiento que tendría con su padre cedió un poco al percatarse de que no iba a haberlo ni con él ni con ninguno de los invitados.

De todos modos, al cruzar la verja sin protestar y al subirse al coche negro que la esperaba, pensó que era una cobarde.

En el coche hacía calor. Se sentó y dobló la cola del vestido.

¿Había ocurrido de verdad? ¿Se había casado con Orion North?

Se estremeció. No había vuelta atrás. Tendría que enfrentarse a su padre en algún momento, así como a la repercusión de la boda en los medios de comunicación, pero lo fundamental era que la empresa estaba a salvo, suponiendo que Orion fuera un hombre de palabra.

«Debería haberle pedido que me lo garantizara por escrito, antes de casarnos».

Isla se recostó en el asiento intentando no hacer caso a la voz de su conciencia. En el pórtico no se le había ocurrido pedírselo porque estaba en estado de shock, de lo que él se había aprovechado. Y había sido ella la que se había dirigido a las puertas de la iglesia diciendo «acabemos de una vez».

Había sido una estúpida al dejarse dominar por la ira ante sus amenazas. Pero no servía de nada torturarse. Lo que debía hacer era proteger por todos los medios la empresa del peligro que suponía Orion.

–¿Señora North? –el chófer le tendió un móvil–. El señor North quiere hablar con usted.

Isa parpadeó. Ahora era la señora North. Agarró el teléfono.

–¿Sí?

–Me quedo a aclarar algunas cosas –dijo Orion con voz fría–. También voy a hablar con tu padre. Nos vemos en el aeropuerto.

Iban al aeropuerto. Y él iba a hablar con su padre.

–Muy bien –contestó ella, invadida de nuevo por la ira ante la calma con la que él se lo tomaba todo–. Te agradecería que dijeras a mi padre, a los medios de comunicación y al consejo que esta decisión ha sido mía, no un acuerdo al que habéis llegado los dos sin contar conmigo.

–Por supuesto. Al fin y al cabo, lo has decidido tú.

Isla apretó los dientes.

–¿Y el banquete? ¿Y los invitados?

–Yo me encargo. Seguro que querrás evitar sentirte incómoda.

Era tan cierto que estuvo a punto de bajarse corriendo del coche y volver a la iglesia para demostrarle que se equivocaba. Pero eso sería dejarse dominar por un impulso. Sería mejor que fuera él quien diera explicaciones. Al fin y al cabo, era culpa suya.

–Muy bien.

–De acuerdo –dijo él con insufrible arrogancia–. El avión te estará esperando para que te relajes.

–Estupendo –dijo ella pensando lo contrario.

–Volaremos a Islandia. Allí tengo una casa, donde podremos hablar de lo que vamos a hacer. ¿O prefieres un país tropical?

Gianni y ella pensaban ir al Caribe. A ella no le apetecía, aunque no sabía por qué. Probablemente porque no creía que podría tomarse una semana de vacaciones, no por la idea de tener que pasar una semana con Gianni.

–De repente se sintió muy cansada.

–¿Acaso importa?

–No. Entonces, Islandia –la voz se le dulcificó–. Y no te preocupes Isla, yo me encargo de todo.

No había motivo alguno para que a ella le gustara la forma en que lo dijo, pero se sintió aliviada. Porque era cierto: deseaba que otro se encargase.

«Alguien que no vaya a echarlo todo a perder».

–Debería hablar con David.

–Más adelante. Voy a hablar con él ahora. Así que lo único que tienes que hacer es subirte al avión –cortó la comunicación sin despedirse.

Isla devolvió el móvil al chófer y se recostó en el asiento, mientras el coche arrancaba y tomaba la carretera del pueblo.

Sin hacer caso de los pensamientos que le daban vueltas en la cabeza, se puso a mirar el paisaje. Intentó no notar la presión de la alianza en el dedo ni pensar en las miles de preguntas para las que necesitaba respuestas, porque quien podía dárselas no estaba allí.

El coche se detuvo en un aeródromo privado, en cuya pista había un avión. El chófer la ayudó a bajarse del coche y a subir la escalerilla. Pronto se encontró sentada en una butaca de cuero muy cómoda.

Se quitó el velo, lo dobló y lo dejó en el asiento de al lado. Llegó una azafata con una copa de champán, lo que Isla consideró excesivo, ya que no había nada que celebrar. Pero le pareció de mala educación rechazarla y, además, le apetecía.

Poco después, la puerta del avión se abrió y entró Orion.

La nieve le había salpicado los hombros del traje y el negro cabello, pero no parecía tener frío ni estar molesto por ello. A juzgar por su expresión, parecía muy satisfecho de sí mismo, como un emperador romano a punto de recorrer victorioso la vía Apia. A Isla casi la sorprendió que no llevara una toga y una corona de laurel.

«Mejor. Le quedarían muy bien».

Intentó dejar de mirarlo, mientras hablaba con la azafata, pero le resultó difícil.

Era su esposo. Volvió a sentir la electricidad que se le había metido en la piel al besarse ante el altar, lo que la intranquilizó.

No le había gustado antes ni le gustaba ahora, porque sabía que se trataba de atracción física. No la había sentido por Gianni, que le caía bien, así que, ¿por qué la sentía por un hombre que era su enemigo?

La molestaba, sobre todo porque no dejaba de recordar el breve beso en la iglesia.

Se obligó a apartar la vista de Orion y observó caer la nieve por la ventanilla, mientras el avión despegaba. Procuró no pensar en nada.

Cuando ganaron altura, Orion se sentó frente a ella.

A Isla se le aceleró el corazón y se puso tensa.

–Vamos, Isla –dijo él al percibir su tensión–. Lo peor ya ha pasado. Tranquilízate.

Ella dejó de mirar por la ventanilla y se volvió hacia él.

Estaba sentado con los codos en las rodillas y las manos entrelazadas. La miraba con inquietante intensidad y sonreía.

La observaba como si fuera un premio que se hubiera esforzado en conseguir.

Ella notó que se ruborizaba.

«Ni siquiera mi padre me ha mirado así, como si yo valiera algo».

David, cuando la adoptó, estaba contento con ella, con sus excelentes notas escolares, los informes sobre su potencial, sus buenos modales y su elocuencia. Le decía que era inteligente, lo cual le encantaba. No le importaba que la hubiera adoptado para ser su heredera. Estaba contenta de que alguien la quisiera y de volver a formar parte de una familia.

Creía que David quería una hija, pero pronto se percató de que no era así, sino que lo que deseaba era una protegida para la empresa, una empleada a la que moldear para convertirla en su sucesora. A él lo fatigaban sus necesidades emocionales y solía decirle que no la había adoptado para abrazarla ni para pasar tiempo en familia, sino porque sus notas eran excelentes y tenía potencial. Ella sabía que ese potencial no se había hecho realidad.

Pero no quería pensar en eso. Lo único que le importaba en aquel momento era que Orion contestara sus preguntas.

Se obligó a sostenerle la mirada.

–Me has prometido que, si me casaba contigo, Kendricks se mantendría intacta durante un año, y que yo sería la directora ejecutiva. Ahora que nos hemos casado, quiero esa promesa por escrito y la quiero ya.

 

 

Orion contempló a la nueva señora North con satisfacción.

Parecía una doncella de nieve, envuelta en blanco, a pesar de que presentaba muchos otros delicados colores que él no había observado antes: el furioso azul oscuro de los ojos, los rosados labios carnosos, el rubor de las mejillas y los dorados rizos que se le habían soltado del peinado.

Era su esposa.

Aunque no era su intención casarse, al menos hasta hacía una semana, la idea de que fuera su esposa lo satisfacía. Había prometido a su padre que estarían casados al menos un año, aunque el tiempo le daba igual, ya que probablemente no necesitaría tanto para llegar al fondo de su fascinación por ella. Y cuando lo hubiera hecho, ya había decidido que llevarían vidas separadas, hasta que se cumpliera el año, y después se divorciarían.

No necesitaba esposa ni formar una familia se hallaba en la lista de cosas que quería conseguir, ya que había logrado todo lo que se había propuesto.

Todo, salvo una cosa.

Ahora, Isla era suya, y podría dedicarse a averiguar qué lo atraía de ella tan intensamente.

En la iglesia, estaba furiosa, pero se había tomado en serio sus amenazas. Y un acuerdo por escrito era precisamente lo que él le hubiera exigido, de haber estado en su lugar.

Por eso, sus abogados ya lo habían redactado.

–Es curioso que me lo pidas –levantó la mano y la azafata se acercó con el acuerdo en la mano, que acababa de imprimir.

Él se lo entregó a Isla.

–Espero que sea suficiente.

Ella lo miró con recelo al agarrar el documento, recelo que aumentó porque él no lo soltó.

Tenía un color de ojos precioso, como el del cielo de una noche de verano. No le brillaban con la luminosidad que mostraban cuando le había hablado del cuadro de Van Gogh, pero lo hacían de forma parecida.

«Quieres que le brillen igual por ti».

Tal vez. Era indudable que no necesitaba aferrarse al documento como lo estaba haciendo, pero lo hacía para ver ese brillo en sus ojos.

–No lo sabré hasta me dejes leerlo.

Estaba preciosa cuando se enfurecía. De haberlo sabido, habría organizado las cosas para casarse antes con ella o la habría seducido. Aún podía hacerlo. En la iglesia le había dicho que el matrimonio sería solo de nombre, pero eso había sido antes de acercarse a ella, antes de haberle tocado la sedosa piel y haberla besado ante el altar.

De hecho, comenzaba a pensar que le gustaría tener noche de bodas y que ella tal vez aceptara. Era evidente que él la afectaba.

Había llegado el momento de comprobarlo.

–Pídemelo por favor.

–¿Cómo?

–Ya me has oído –sonrió–. La buena educación es fundamental en una negociación.

Los ojos de ella brillaron aún con más furia, lo que le gustó. En las reuniones que habían tenido en la sala de juntas siempre mostraba un gran dominio de sí misma, pero a él le parecía que no era tan grande, porque a veces tamborileaba con los dedos sobre la mesa o se removía en la silla, como si no pudiera estarse quieta.

Parecía una botella de champán que se había agitado con el tapón puesto y estaba a punto de explotar.

Tal vez viera él ahora la explosión.

–Por favor –masculló ella.

Se quedó decepcionado. No quería que se diera por vencida, sino que peleara, que cobrara vida como lo había hecho en la National Gallery.

No había vuelto a observar esa pasión en su rostro. En su vida ya no había lugar para sentimientos tan intensos. Se permitía momentos de placer, pero, aparte de eso, lo único que le interesaba era adquirir empresas no rentables, la emoción de la caza.

No sabía que quería algo más hasta que Isla le explicó por qué aquel cuadro de Van Gogh era uno de sus preferidos.

Él no había entendido de qué hablaba, pero sí la expresión de su rostro. Quería volver a verla.

Y quería que él fuera la causa.

–Esa no es forma de conducir una negociación. No hay que ceder inmediatamente, sino hacer una contraoferta.

–No estamos negociando, sino que me estás dando un documento. Y eres un canalla.

Él sonrió.

–Así me gusta. ¿Qué te parece si te entrego el documento a cambio de un beso?

–De ningún modo –dijo ella sonrojándose–. Tampoco hace falta que lo lea inmediatamente.

–Si no lo lees, no puedo firmarlo. Y si no lo firmo, no tendrás mi promesa por escrito, por lo que Kendricks correrá peligro.

Por el rostro de ella cruzaron una serie de sentimientos, con predominio de la ira. Le estaba demostrando que era mucho más interesante de lo que se esperaba y lo intrigaba ver dónde la conduciría la furia. La ira era más útil y productiva cuando estaba bien enfocada, y era preferible que Isla estuviera más, furiosa que asustada.

Ella lo miró con desdén.

–Ya me has besado. No vas a volver a hacerlo.

–Entonces, ofréceme otra cosa, algo que puedas darme ahora mismo. Es algo fácil y rápido y es algo que deseo.

Ella entrecerró los ojos.

–¿Qué quieres?

Orion era buen jugador. Sostenía las cartas pegadas al pecho y no manifestaba emoción alguna y ocultaba sus deseos. Aunque la realidad era que no deseaba nada, porque eso implicaba que nadie podía ejercer poder sobre él. Y si había algo que detestaba era que alguien tuviera poder sobre él.

Era él el que lo ostentaba, el que ganaba todas las partidas. Siempre.

–Adivínalo –dijo sonriendo.

La explosión que esperaba no tuvo lugar. Ella soltó el documento y se recostó en la butaca mirándolo con frialdad.

–No me caes bien, para que lo sepas.

–Eso nunca ha sido un impedimento para negociar conmigo.

–No estamos hablando de negocios.

–¿Ah, no? Te has casado conmigo para conservar la empresa de tu familia.

Ella apretó los dientes, con los ojos brillantes de frustración.

–Dame el maldito documento.

–Solo si me das lo quiero.

–No me has dicho lo que quieres.

–Ya lo sabes, Blancanieves. Te lo acabo de decir.

Ella apartó la mirada durante unos segundos y al volver a mirarlo lo hizo con frialdad.

–Muy bien, como quieras –se inclinó y echó la barbilla hacia delante–. Aquí me tienes. Bésame.

Y cerró los ojos.

Orion la miró durante uno segundos, consciente del deseo que lo invadía, un deseo que creía haber erradicado para siempre.