Deseo - Flavia Dos Santos - E-Book

Deseo E-Book

Flavia Dos Santos

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Beschreibung

El deseo, a lo largo de la historia, y de diferentes corrientes religiosas y filosóficas, ha tenido transformaciones en la forma en que lo concebimos. En Deseo, quinto libro de la sexóloga Flavia Dos Santos, la autora hace un recorrido por las diferentes variantes de este concepto y la manera en que lo vivimos en nuestro día a día. Este libro nos permite analizar casos de la vida real donde el deseo desaparece, o abunda, con consejos prácticos y sencillos para reconocer qué tanto estamos disfrutando de esta área esencial; y cómo retomar la senda del deseo, si es que la hemos dejado a un lado. Dos Santos nos lleva con naturalidad, carisma y humor por un recorrido hacia el deseo como motor fundamental de una vida plena.

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© 2020 Flavia Dos Santos

© 2020, Sin Fronteras Grupo Editorial

ISBN: 978-958-5564-59-6

Coordinador editorial:

Mauricio Duque Molano

Edición:

Juana Restrepo

Diseño y diagramación:

Paula Andrea Gutiérrez R.

Ilustración de cubierta:

basada en la imagen de cortesía

de www.coquegamboa.com

Imágenes de portadillas:

© freepick.com

Impreso en Colombia, marzo de 2020

Multimpresos S.A.S.

Diseño epub:

Hipertexto – Netizen Digital Solutions

CONTENIDO

Introducción

Capítulo 1

Deseo: ¿Qué es? ¿Cómo funciona?

Capítulo 2

Deseo y sexualidad

Capítulo 3

Deseo e infidelidad

Capítulo 4

Deseo, salud, traumas y religión

Capítulo 5

El deseo en las diferentes etapas de la vida

Conclusiones

En los últimos años, he aprendido a responder a muchos de mis seguidores por redes sociales con respuestas cortas para darles una guía, para indicarles cómo seguir adelante en medio de la angustia que genera la falta de conocimiento del sexo, la falta de educación sexual.

El secreto del buen sexo no es tener una libreta de apuntes o un recetario en la mesa de noche. Es aprender a poner atención a las sensaciones; es poder reconocerlas y disfrutarlas.

El sexo es muy bueno en el momento en que nos da la tensión que produce, de ese mindfulness entre nuestro cuerpo y nuestras emociones.

La idea de escribir este libro sobre el deseo me comenzó a inquietar cuando me di cuenta de que el 50% de las preguntas que me llegan por redes sociales son por falta de deseo, por dificultades para mantener el deseo, por el deseo abandonado por mucho tiempo; y me preocupa la idea de que muchas personas dejan que el deseo se les vaya de la vida. Si no estoy en contacto con el deseo, este se apaga, deja de estar presente en la vida.

Entonces, este libro es para que aprendamos a mantenernos en contacto con el deseo, a abrir nuestra mente, a volver acercarnos al deseo y a desearlo.

Cuando escribo libros, mi idea no es sacar a la gente de su zona de confort. No quiero que nadie se incomode cuando lea mis libros. Lo que quiero es ampliar la perspectiva de las personas, extender sus horizontes, para que esa zona de confort sea más grande y nos permita sentirnos a gusto en una exploración mayor para encontrar lo que muchas veces está escondido, pero no perdido.

En la vida todo aquello de lo que no se habla se vuelve oscuro: el sexo, el deseo, las dudas. Cuanto más aclaramos estos temas, más nos empoderamos, más fuertes y seguros nos volvemos.

El deseo es vida, el ser humano es vida, sin deseo no hay vida. Toda nuestra estructura está sostenida por el deseo y la sexualidad. Poder hablar de esos temas sin que sean “subversivos” es lo que nos hace sentir cada vez más tranquilos, cada vez más atentos a las sensaciones.

Podemos reconstruir nuestra historia. El mundo camina hacia el placer y solo a través de ese derecho puedo disfrutar de lo que me rodea. Todos tenemos derecho al placer, la salud y al conocimiento sexual.

Se habla mucho de la inteligencia emocional, pero yo creo más en la sexual sostenida en tres pilares: derecho al placer, información y salud. En el momento en que encontramos esos tres ejes es cuando podemos vivir una sexualidad plena, un deseo libre con juicio y sin prejuicios.

Hay mucha preocupación por la prevención, por la lucha contra los riesgos de las conductas sexuales y por la búsqueda de la conducta correcta que promueva la protección. Estoy de acuerdo. Pero nada de eso funciona si no cambiamos el discurso. Nada de eso va a dar resultado si no empezamos a priorizar el deseo y el placer. No como algo subversivo y amenazador para las personas, sino como parte integral y normal de los seres humanos. Es la parte que nos abre el camino, que nos da las herramientas para poder encontrar esa sexualidad positiva y segura que tanto están buscando los proyectos sociales y los programas de gobierno, y que hasta hoy no han conseguido.

Considerar el deseo y el placer como algo incontrolable y amenazador hace que las personas se encierren. Y no permitirse el placer es negar la posibilidad de sentir deseo. Por eso escribo este libro, porque quisiera que el hecho de rescatar o avivar el deseo, que hayamos perdido en nuestras vidas, es fundamental para el desarrollo de nuestro ser y creo debe ser un concepto esencial en nuestras relaciones de pareja y en la manera en que afrontamos el día a día.

Para responder a la angustia de las personas que me escriben por redes sociales, y las que me consultan acerca de temas de sexualidad, supe que escribir sobre el deseo implicaba conocimiento médico y por eso recurrí a mi psiquiatra de cabecera, el doctor Fernando Amézquita, a quien agradezco de manera muy especial la paciencia con la que me ofreció no solo sugerencias sino también correcciones sobre esa parte tan misteriosa que es nuestro cerebro.

También agradezco a Julio Dos Santos quien es la persona que encuentra mis contradicciones, en la vida y en la escritura.

Por último, agradezco a Jimena Perry, quien se encarga de aclarar el flujo de mis pensamientos.

Empecemos por reconocer qué es el deseo. Utilizamos la palabra constantemente y sentimos que deseamos muchas cosas, pero no sabemos de dónde viene ese sentimiento, esa necesidad de obtener algo o a alguien.

La palabra deseo viene del latín desidere: ansiar o añorar, la cual a su vez se deriva de sidere: estrellas, lo que sugiere que el significado original del deseo era esperar lo que nos venga de las estrellas. Como quien dice, esperar algo que no tenemos y que nos va a hacer felices.

De acuerdo con el Rig Veda, libro sagrado hindú, el universo empezó no con luz sino con deseo, “la semilla y el germen primigenio del espíritu”.

El deseo es vida y los seres humanos sentimos deseos constantemente, cuando estos se cumplen son reemplazados por otros. Sin esta corriente continua no habría ninguna razón para hacer algo: la vida se detendría, como les pasa a las personas que pierden la habilidad de desear. Una crisis aguda en el deseo corresponde al aburrimiento y una crisis crónica corresponde a la depresión.

Es el deseo lo que nos motiva y, al hacerlo, le da a nuestra vida dirección y significado; si estás leyendo este libro es porque, por la razón que sea, se ha formado en ti el deseo de hacerlo y esto te motiva a leerlo. “Motivación” como “emoción” viene del latín movere: mover.

Si estás leyendo este libro también es porque por algún motivo deseas revivir la pasión o el eros en tu vida y esta misma motivación te llevará a conseguirlo. Si lo buscas, el placer podrá regresar o continuar en tu vida.

Hace poco traté a una pareja con una relación muy buena. Están casados hace diez años, sin hijos en común pero cada uno con hijos de matrimonios anteriores. A él lo operaron de la próstata, pero quedó muy bien, sin problemas de erección. Ella decía que estaba enamorada pero que tenía falta de deseo.

Lo primero fue identificar qué pasaba. Ella sintió que la falta de deseo coincidió con la muerte de su papá a quien era muy apegada. Luego le practicaron una histerectomía por una sospecha de cáncer que afortunadamente resultó negativa. Ella enfrentaba un doble duelo: la muerte de su papá y la pérdida del útero. Entró en una depresión cada vez más profunda mientras pasaba por muchos médicos. Trabajé con ella, hablando de la muerte del padre, permitiendo que expresara todo su dolor y ayudándola a aceptar el duelo. También resignificamos la pérdida del útero, esto es, le dimos una nueva significación al hecho de que ya no tenía útero, pues en medio de la depresión estaba viviendo ese hecho como una pérdida no solo de un órgano, sino de su feminidad.

Hablamos de cómo la falta de una parte del cuerpo no nos hace menos personas, de cómo la feminidad de las mujeres no reside en el útero sino en cómo se ven a sí mismas, qué concepto tienen de sí mismas; es decir, en su autoestima.

Ya más tranquila, ella pudo sentir las ganas de volver a sentir deseo. Hablamos mucho de la necesidad de seducir, de cómo era cuando se conocieron, de qué le gustaba de él en la cama. Ella recordaba el buen sexo oral que él le daba. Trabajamos eso. También en la necesidad de volver a cuidarse, de arreglarse, de buscar verse deseable.

Ahora nos vemos los tres; él va a la terapia, y creemos en la necesidad de esperar, de pasar por una etapa de sensibilización corporal, con ejercicios de ágiles caricias corporales sin tocar genitales. Después se incorporan los genitales a los masajes, sin penetración. Pasamos al sexo oral y finalmente llegamos a la penetración: viene la etapa esperada y vuelven a sentir ganas de estar juntos. Hay que estimular lo que le gusta a la pareja y eso incluye arreglarse, salir a comer o a oír música, no concentrarse en la cama. Hay que conocerse: al otro y a sí mismo. El autoconocimiento estimula la inteligencia erótica.

La paradoja del deseo

Nacimos del deseo y no podemos recordar un tiempo en que no sintiéramos deseos. Estamos tan habituados a desear que no somos conscientes de lo que queremos y solo nos damos cuenta de ellos si anhelamos algo con mucha intensidad o si este sentimiento entra en conflicto con otros deseos.

Deseamos aire, alimento, bebida, calor, compañía, reconocimiento… y la lista podría ser mucho más extensa.

Tratemos por un momento de detener la corriente de los deseos. Esta es la paradoja: incluso el dejar de desear es un deseo.

Muchos maestros orientales hablan de la cesación del deseo o la “iluminación”, y nos enseñan prácticas espirituales que podrían llevar a dejar de desear o, por lo menos, a controlar el deseo.

Pero si el deseo es vida, ¿por qué desearíamos controlarlo? Por la sencilla razón que deseamos controlar la vida, o por lo menos nuestra vida. Y, a veces, en esta necesidad de controlarlo todo podemos perder lo inesperado: eso que llega como una serendipia y nos transforma alegremente. Ahí radica mucho del deseo: en vislumbrar en otro, o en nosotros mismos, algo así como milagros inesperados que pueden desatar el deseo de maneras diversas.

¡Vida!

Recientemente hubo un gran escándalo mediático porque una revista sensacionalista norteamericana publicó los emails y unas fotos que Jeff Bezos, uno de los hombres más ricos del mundo, fundador de Amazon, le envío a su amante. Bezos llevaba más de veinticinco años casado y ese escándalo determinó que iniciara los trámites de su divorcio, del cual se dice que es el más costoso de la historia.

Entre los mensajes que se publicaron, Bezos le dice a su amante: “I love you, alive girl,” “Te amo, muchacha viva”. El deseo es vida.

El hinduismo habla del deseo como una fuerza vital pero también lo llama “el gran símbolo del pecado” y “destructor de la sabiduría y de la autorrealización”. De manera similar, la segunda de las Cuatro Nobles Verdades del budismo afirma que la causa de todo sufrimiento es la “lujuria” en el sentido amplio de añorar o codiciar. El Antiguo Testamento contiene la historia de Adán y Eva: si estos primeros antepasados nuestros no hubieran deseado comer la fruta prohibida del árbol del bien y del mal, no hubieran sido expulsados del Paraíso y enviados al tormentoso mundo exterior. En la cristiandad, cuatro de los siete pecados capitales (envidia, gula, avaricia y lujuria) involucran directamente el deseo y los tres restantes (soberbia, pereza e ira) lo involucran indirectamente. Los rituales de varias religiones como la oración, el ayuno y la confesión aspiran todos, al menos en parte, a refrenar el deseo, así como lo hacen la humildad, la conformidad, la flagelación (figurada o no), la vida comunal y la promesa de la vida después de la muerte.

Un exceso de deseo se llama, claro, codicia. Ya que la codicia es insaciable, nos impide gozar de lo que ya tenemos, lo cual, aunque parezca poca cosa, es mucho más que los que nuestros antepasados hubieran podido soñar. Otro problema de la codicia es que consume todo y reduce la vida en toda su riqueza y complejidad a nada más que una búsqueda incesante de más cosas.

Sin embargo, yo te pregunto: ¿Qué pasaría si dejarás regresar el deseo a tu vida? Si lograrás equilibrarlo y trabajar en él como parte de tu rutina, ¿te sentirías más vivo, más alegre, más presente? O, ¿es algo que te asusta porque de una u otra manera vas por la vida con la idea de que no te puedes permitir sentir? Deseo, rabia, tristeza, placer. Tantas taras que nos inculcan y terminamos creyendo que todo es negativo y prohibido. Te invito a permitirte imaginar, desear y soltar para que cumplas con una vida plena y dichosa.

Origen del deseo

El deseo se origina en el sistema límbico del cerebro, en el hipotálamo. Es la parte del cerebro donde están nuestras emociones no racionales. El hipotálamo regula el pulso, la respiración y la actividad fisiológica en respuesta a circunstancias emocionales. En los animales, es el lugar de lo que llamamos ‘instintos’. De acuerdo con las últimas investigaciones, hoy se sabe que el sistema límbico interviene, junto con otras muchas estructuras, en el control de las emociones, la conducta y la voluntad; también parece ser importante para la memoria.

El deseo tiene que ver con el placer, pero también está enmarcado en el dolor. El deseo insatisfecho es en sí mismo doloroso, pero también lo son el miedo y la ansiedad, que pueden entenderse en términos de deseos sobre el futuro, y la ira y la tristeza, que son deseos sobre el pasado. La crisis de la edad mediana no es más que una crisis del deseo, cuando una persona de mediana edad se da cuenta de que su realidad no corresponde a sus deseos juveniles, que se podrían llamar inmaduros.

Si el deseo es doloroso, también lo son sus productos: por ejemplo, la acumulación de casas, automóviles y otras riquezas nos quita nuestro tiempo y nuestra tranquilidad, tanto para adquirirlas como para mantenerlos, y ni hablar de perderlas. Pero el deseo puede ser más sencillo que eso: podría tratarse de darte un simple regalo a ti mismo, de consentirte, mimarte, con pequeños detalles, como un automasaje, una salida a pasear, o de que le des una atención a tu pareja con un momento especial bajo la luz de las velas o en un lugar en que ambos alucinen. Leer un buen libro, escuchar música y hasta dedicarse a no hacer nada puede unirlos en un momento de relajación y placer, pues el placer y el deseo tienen muchas caras y no solo se refieren al momento de la relación sexual.

Es encontrar nuesto ikigai, este término que en japonés alude a la “razón de vivir” o la “razón de ser” y que nos puede llevar a vivir una vida plena y placentera a través de encontrar una actividad o varias que nos llenen de motivos para disfrutar la existencia. Si estás conectado con el ikigai de tu vida podrás volver a encontrar el deseo de vivir plenamente en sus múltiples manifestaciones.

¿Qué es el deseo?

“El deseo nos saca de nosotros mismos, nos desubica, nos dispara y proyecta, nos vuelve excesivos, hace que vivamos en la improvisación, el desorden y el capricho, máximas expresiones de la libertad llevada al paroxismo. El deseo reivindica la vida, el placer, la autorrealización, la libertad. Unos planifican su vida, mientras que otros la viven al ritmo que les marca el deseo. El deseo de vivir y de hacerlo a su manera. Por eso sus autobiografías son más descriptivas que explicativas, pues sus vidas no tanto se deben a los resultados u objetivos cumplidos, sino al sentido inherente al mismo proceso de vivir. Y este proceso, de uno u otro modo, lo establece siempre el deseo. Si bien el deseo rebosa incertidumbre acerca del itinerario, a muchas personas les garantiza la seguridad en cuanto a los pasos dados. Bien entendido, el deseo no es una voz oscura, confusa y estúpida, sino que —en una persona madura— es luminosa, clara e inteligente. Las emociones están en la base de los deseos y de la inteligencia se dice que es emocional. Visto de este modo, el deseo se convierte en el portavoz de uno mismo”.

Edward Punset jurista, escritor, economista político y divulgador científico español.

La formación del deseo

Aceptemos, pues, que el deseo está íntimamente conectado al placer y al dolor. Los seres humanos sentimos placer con las cosas que, en el curso de la evolución, han tendido a promover la supervivencia y la reproducción; sentimos dolor con las cosas que han tendido a comprometer nuestros genes. Las cosas placenteras, como el azúcar, el sexo, el estatus social, son deseables, mientras que las cosas dolorosas son indeseables.

Más aún, tan pronto como se satisface un deseo, dejamos de sentir placer por esa satisfacción y formulamos deseos nuevos, porque en el curso de la evolución, la satisfacción y la complacencia no tendían a promover la supervivencia y la reproducción.

No es tanto que formulemos deseos, sino que los deseos se forman en nosotros. Los deseos apenas son “nuestros”. Se puede decir que los resolvemos, si acaso, una vez que se han formulado completamente.

El dolor, por ejemplo, siempre es algo que afecta la sexualidad: en las mujeres muchas veces se ve una enorme dificultad de tener sexo por cuenta de la resequedad vaginal. Hay una pareja a la que estuve tratando hace unos años. Cada vez que iban a tener sexo ella ya empezaba a sufrir o a llorar por el dolor a la hora de la penetración. Le molestaba de tal manera, que el pánico, el miedo y la anticipación, hacían que no pudiera estar con su pareja. Ningún lubricante o terapia la ayudaba a relajarse. El trabajo con ella y su pareja fue focalizarnos no en el principio sino en el final del encuentro sexual. Durante las sesiones hablábamos de cómo ella se sentía cada vez que tenía un orgasmo, cada vez que tenía placer, cómo era, cómo estaba en ese momento, y todo esto fue ayudándole a disminuir el pánico a la penetración porque el tema de la falta de lubricación era tan asustador que, por más preliminares, ella se bloqueaba. Con esta pareja se trató de que ella pensara en el final del encuentro: que asociara el sexo no con el momento inicial sino con el momento donde ella lograba la gratificación. Con mucha paciencia, y poco a poco, fuimos logrando que con sexo oral, caricias, lubricante, y otras ayudas para la penetración completa, ella pudiera relajarse a la hora del encuentro sexual. Sin embargo, aun así ella todavía prefiere tener orgasmos a través de la masturbación, pero es un gran avance que de nuevo haya regresado el deseo a su vida y disfrute de nuevo con su pareja.

Estructura del aparato psíquico según Sigmund Freud

Freud caracteriza la personalidad como si estuviera compuesta por tres instancias: el Yo, el Superyó y el Ello.

Estas tres instancias son representadas como entidades, no como si tuvieran una existencia tangible, no debemos considerarlas “aspectos’” del ser humano. Es importante que se entienda que el Yo, el Superyó y el Ello son una variedad de procesos, funciones y dinámicas diferentes de la persona, y no “pedazos” de la mente; aunque tengamos que darles nombres que parezcan “cosas’’ en lugar de procesos.

• El Yo intenta satisfacer las demandas que provienen del Ello de un modo realista, teniendo en cuenta la realidad externa y no solo las propias necesidades. El Yo obedece al principio de realidad, que asegura más éxito en la integración al mundo social. El ideal del Yo es la imagen de sí misma que la persona aprueba para sí. Incluye todo lo que pensamos que deberíamos ser y cómo deberíamos alcanzarlo. El Yo es el consciente.

• El Superyó es el ideal del inconsciente internalizado, represor, selecciona las experiencias, no permite pasar al Yo las que considera indeseables de recordar. La función del Superyó es filtrar lo que puede pasar del inconsciente al consciente. El Superyó es el preconsciente o subconsciente.