Eva mordió la manzana - Flavia dos Santos - E-Book

Eva mordió la manzana E-Book

Flavia Dos Santos

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Beschreibung

Eva mordió la manzana es el manifiesto de la mujer adulta escrito por Flavia Dos Santos En una sociedad que ha avanzado tanto en las últimas décadas, la discriminación y los dobles estándares siguen existiendo con respecto a las mujeres de más de cincuenta años y continúan haciéndoles un daño irreparable que no les permite vivir plenas y liberadas en lo que debería ser la mejor época de sus vidas. En "Eva mordió la manzana", Flavia Dos Santos, psicóloga y sexóloga, se lanza en defensa de las mujeres adultas. Estas mujeres ya no quieren vivir según las reglas del patriarcado, desean vestirse como deseen sin ser criticadas, liberarse de la opresión de la edad impuesta por una sociedad absurda y seguir disfrutando de sus cuerpos, del erotismo y de la sexualidad.

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© 2024, Flavia Dos Santos

© 2024, Sin Fronteras Grupo Editorial

ISBN:978-628-7667-72-3

Edición:

Isabela Cantos Vallecilla.

Diseño y diagramación:

Paula Andrea Gutiérrez R.

Reservados todos los derechos. No se permite reproducir parte alguna de esta publicación, cualquiera que sea el medio empleado (impresión, fotocopia, etc.), sin el permiso previo del editor.

Sin Fronteras Grupo Editorial apoya la protección del copyright.

Diseño epub:Hipertexto – Netizen Digital Solutions

Les dedico este libro a todas y cada una de esas mujeres que valientemente toman la vocería y se hacen sentir en diferentes círculos de la sociedad. Han sido mis «cómplices» al contarme sus historias que edifican y nos invitan a no desfallecer cuando se trata de defender nuestros derechos.

Contenido

PREFACIO

MANIFIESTO DE LA VIEJA LOCA

CAPÍTULO 1

VAMOS A HABLAR

CAPÍTULO 2

ENVEJECER ES UN REGALO, NO UN CASTIGO

CAPÍTULO 3

FELICIDAD, ¿DÓNDE ESTÁS?

CAPÍTULO 4

BUSCANDO EL PLACER

CAPÍTULO 5

TANTO POR APRENDER

CAPÍTULO 6

LECCIÓN APRENDIDA

CAPÍTULO 7

¡OH, SORPRESA!

CAPÍTULO 8

DEFINIENDO PRIORIDADES

CAPÍTULO 9

MIRANDO HACIA ADELANTE

CAPÍTULO 10

POR FIN, LA LIBERTAD

AGRADECIMIENTOS

PREFACIO

MIS RAZONES

En esta sociedad nos hemos habituado a que cuando la mujer alcanza una determinada edad, por lo general los temidos cincuenta años, se ejerzan sobre ella todas las formas insidiosas de discriminación de género. De nada han valido los tan nombrados avances en la igualdad porque los estereotipos y prejuicios se mantienen actuando de forma negativa en esta etapa de la vida a la que, si se cuenta con esa gracia, todos inevitablemente llegaremos.

Como si ya no fuera suficiente experimentar la disminución de oportunidades profesionales que afectan la valoración de las habilidades, cruzar esa temida barrera de las cinco décadas limita el acceso a cargos de liderazgo y perpetúa la dilatada brecha salarial que distingue a hombres y mujeres, además de otras cosas más que nos afectan y nos destruyen a lo largo de la existencia. Y esto lo comento sin un ánimo feminista que busque crear aún más diferencias.

A lo anterior también se suma la presión social en torno a los estándares de belleza y juventud, que de nuevo vienen a ejercer dominio sobre una experiencia ganada a pulso en años y preparación, convirtiéndose de forma incuestionable en otra fisura que amenaza desde la estabilidad emocional hasta la laboral.

Resulta paradójico que la edad en una mujer tenga muchas connotaciones y que en todos los aspectos su libertad tienda a ser condicionada, a diferencia de lo que sucede con los hombres. No es exagerado comparar dos casos tan disímiles, pero reales. Si una mujer fallece a sus 55 años, motiva compasión general y todos dirán, «pobrecita, murió joven» o «aún tenía mucho por hacer». Sin embargo, si a esa misma edad se siente libre, feliz y hermosa, se pone una minifalda y sale a «perrear», de inmediato las voces de censura se escuchan para tildarla de «vieja ridícula» y el dedo acusador no tarda en levantarse, unido a los comentarios moralistas de «¿qué hace en ese lugar de jóvenes?», «¿cómo se le ocurre vestirse así?» o «está muy vieja para lucir esa ropa».

Quiero decirles que, lamentablemente, nos encontramos ante una cultura machista que se perpetúa en cada acto o palabra. Aun cuando se trazan medidas cada día, no se ha abierto un debate real sobre el papel de la mujer en el mundo, así que es aquí cuando advierto y ratifico que el resultado está lejos si así lo permitimos.

Este libro lo hice a conciencia y con la profunda convicción de estar ante un tema que pasa inadvertido. Escribí desde una orilla real, la de muchas mujeres, y sin elevar una bandera radical para hacernos escuchar, pues los sonidos se emiten, aunque sea para los oídos sordos. Por eso decidí que más temprano que tarde debemos hablar del tema y acabar con estigmas disfrazados de broma. Aquí estoy, con este manifiesto de razones que no son solo mías, sino de muchas porque, por si no se han dado cuenta, estamos en una fase etaria en la que somos mayoría y gran parte de la fuerza productiva del mundo aún está en nuestras manos.

Merece la pena enfatizar que la mujer vieja no cuenta con libros que la orienten y validen con respecto a esta fase tan interesante de su vida. Toda la literatura que concierne a la misma se encuentra anclada en el pasado, hasta los manuales médicos. Ese tipo de textos se alejan totalmente del concepto que enmarca a la mujer libre y transgresora de la actualidad. De ese vacío fue que nació mi necesidad de escribir esto.

Si existe una situación que continúa demandado mi curiosidad es la razón por la cual se siguen editando manuales de sexualidad. Tampoco falta la literatura que incluye los tips para alcanzar el anhelado placer y la que habla de las posiciones más complacientes en la cama, pero ¿de qué sirve todo esto si no se enfocan en este momento de redescubrimiento de la mujer, cuando sostiene su búsqueda por ser vista?

Aún no han entendido que la mujer actual no quiere seguir reglas impuestas en esa retórica. Hablar de sexo es muy fácil, pero cuando se trata de emociones humanas y de miedos es todo un desafío. En este caso, para mí representa un desafío tocar el tema de esas mujeres que pretenden seguir activas y sin temores. Sin embargo, aquí me tienen.

MANIFIESTO DE LA VIEJA LOCA

Cuando algo no logra mantenernos satisfechas en cuanto a definiciones propias, e incluso ajenas, es muy común recurrir a evasivas, palabras que no definen con claridad lo que está ante nuestros ojos o alusiones que pueden controlar esa revelación y, por ende, dejarnos con la conclusión de lo que queremos escuchar.

Empezar a escribir este libro me llevó por toda suerte de eufemismos como «adulta mayor», «mujer mayor» o incluso «mujer de la tercera edad»; sin embargo, rápidamente pensé que la palabra correcta en todos los casos que me han traído hasta aquí es «vejez». Es esa y no existe otra. ¿Por qué habría de inventar una palabra que no tendría cabida?

Ahora, ¿qué es lo que nos impide usar este vocablo que define esa etapa de la vida a la que haremos referencia? La respuesta no es otra que el miedo. Sí, el temor a un término que de manera tácita está cargado de ofensas y señalamientos, por lo que su aplicación en cualquier contexto siempre estará asociada a un insulto.

Lo curioso de esta situación es que todos, absolutamente todos, solemos ver como viejas a otras personas. Si tenemos cuarenta años, viejos son los de sesenta; así mismo, si somos nosotros los que ya cumplimos setenta, contamos la vejez a partir de los ochenta. El caso es que nunca nos vemos o sentimos viejos, lo cual me lleva a otro interrogante: ¿por qué la dificultad para usar la palabra «vejez»?

Creo que si aprovechamos este momento de la historia en el que se están reivindicando valores y espacios, y en el que todo se lleva a un consenso, es posible que se logre ese terreno necesario para recuperar la expresión «vejez» y, de paso, revestirla de respeto, evitando que ciertos humoristas y personas más jóvenes sigan usándola de manera despectiva.

Está claro que si una mujer logra liberarse de los estigmas, puede rescatar a otras y convertirse en inspiración para ellas. Es el momento de inspirarnos en la libertad, en la transgresión. ¿Por qué no hacerlo? Solo así cambia una sociedad y es ahora cuando vamos a utilizar la palabra «vieja» para perder ese miedo a sentirnos fuera de contexto. Seremos un equivalente de mujer libre e inspiradora que cuenta su historia, algo que vivió y que, por tanto, conoce a la perfección.

Advierto, un filósofo no logra contarnos historias e inspirarnos con sus pensamientos si es todavía muy joven, de la misma forma que una mujer nunca podrá atraernos a su libertad si aún no ha descrito la historia de cómo consiguió salir de los paradigmas de la sociedad y las etiquetas impuestas.

Con esto las invito a hablar de esa «vieja» transgresora, loca, patética o como la quieran llamar según el contexto que la enmarque, pero ante todo de esa mujer que existe y no tiene miedo porque, a partir de lo anterior, hace parte del mundo de una forma muy activa y feliz.

En definitiva, esta tarea de encontrar la definición para escribir un libro sobre mujeres en una edad más avanzada no ha sido fácil. Tomé esta decisión con mucho ímpetu y ahora descubro que casi nunca sucede lo mismo al referirnos a los hombres.

Nuevamente me asaltan los interrogantes y el más recurrente es: ¿por qué no hablamos así de los hombres? La respuesta llega de inmediato y con una carga contundente: el cuerpo de la mujer siempre va a estar marcado por el paso del tiempo. ¿Cómo así? Pues la niña, en su crecimiento, experimenta el desarrollo y este se hace evidente con la aparición de las características femeninas, como los senos y la llegada del ciclo menstrual; más adelante, con los embarazos y la menopausia y, por allí derecho, la estigmatizada tercera edad, etapa que revela sin conmiseración la travesía de los años.

Para nadie es un misterio que se trata de un proceso natural, pero a la vez viene cargado de señales que, lejos de alivianarnos el camino, lo hacen más difícil. Ante esto, decidí no emplear la palabra «madura» porque simplemente una mujer que no tenga una personalidad madura jamás va a experimentar esa condición. Aclaro, el tiempo no madura a los seres humanos, pues madurar siempre será una decisión propia y no un efecto del tiempo. El madurar se basa en experiencias y en tener nuevas herramientas para alcanzar una percepción diferente de la vida.

Ahora, les confieso que la decisión de hacer este libro está sustentada en hablarles a las mujeres y también a los hombres, pues mi mayor interés se centra en que ellos perciban de la mejor manera el universo femenino con el fin de cambiar la comunicación y, ante todo, facilitar esa interacción que tenemos entre ambos géneros.

A lo largo de los años, este tema ha tenido un veto tácito amparado en la vergüenza. Y aunque los cambios actuales son evidentes, por mi experiencia profesional logro notar la dificultad que tiene una mujer para conversar, hasta con su pareja, sobre las variaciones que su cuerpo atraviesa. Es más, muchas veces siente un conflicto por mirarse ante el espejo y aceptar esa transformación evidente, pero que a su vez es inevitable.

El discurso no encuentra interlocutor y, de hallarlo, no hay respuestas o soluciones porque aprendimos a no permitir que otro u otra hable. Siempre vamos a tener algo más contundente para refutar. Si una mujer indica que siente un fuerte dolor de cabeza, el grupo no atiende ese malestar, sino que de inmediato una más asegura que ella sufre de jaqueca y otra es capaz de resaltar que a alguien que conoce le diagnosticaron un tumor en la cabeza. Al final, nadie habló, nadie escuchó y aquello se convirtió en una dinámica negativa que es más común de lo que nos imaginamos incluso en la vida en pareja.

¿Cuándo han visto a una pareja entablar una conversación seria y dirigida a la sexualidad que viven día a día? ¿Saben de un matrimonio que después de celebrar sus bodas de plata, es decir, un cuarto de siglos juntos, pueda tratar con normalidad la menopausia que atraviesa la mujer y hacer de esta etapa natural un asunto compartido? La respuesta generalmente es negativa, entonces queda evidenciada esa falta de comunicación que aqueja al mundo, asunto paradójico cuando se considera que estamos en la era de las comunicaciones y que, según los criterios de expertos, cada día las charlas son más certeras y eficaces.

Lo anterior tiene que ver con las conversaciones en general. Ahora, los estudios afirman que una pareja solo logra hablar treinta minutos a la semana. Por lo demás, el diálogo en casa se limita a pequeñas frases, que bien podrían compararse con títulos, como «hay que pagar la cuenta», «tenemos una comida» o «llamó Fulano», pero nada es concluyente en cuanto a solucionar situaciones que van a definir el futuro.

De la misma forma transcurre la vida con sus cambios y la mujer continúa llevándolos sola, pues se han convertido en un lastre y ya no se toman como un proceso natural que todas vivimos y que a todos nos incumbe porque, sin importar la edad que tengamos, igual vamos a llegar allí.

Me resulta curioso que, al mirar atrás en mi vida, puedo recordar con fascinación cómo me gustaba hablar con mujeres mayores porque siempre buscaba aprender en ellas. Mi abuela me parecía una mujer interesantísima con mucho por enseñarme y, de la misma forma, admiraba a las amigas de mi madre y quería ser como cada una de ellas. Fue así como desarrollé una amistad con mujeres diez, veinte y hasta treinta años mayores que yo con quienes podía sostener buenas charlas y vivir momentos divertidos de aprendizaje.

Con esa experiencia, promulgo que este ejercicio debería ser más común y que al menos debería mantenerse entre las amigas. No saben cuánto se puede ganar en una tarde de confidencias femeninas. Resulta saludable unificar conceptos que nos pueden servir para entender que un problema, cualquiera que sea, ha sido similar para otra mujer. El problema de hoy en día es que no lo exponemos... y una vez oculto, allí se quedó para siempre.

Nunca estará de más tener un grupo de amigas diverso en edades. No en vano el adagio de «la experiencia no se improvisa» queda a la perfección. Para todas siempre habrá un aporte de ida y vuelta y no es falso que unidas seremos más fuertes.

Aunque las situaciones que se encuentran en el camino no son las más certeras, no me desanimo, pues creo que en algún momento vamos a poder dialogar y pensar sobre cómo nosotras, las mujeres, desde cuando Eva «mordió la manzana», nos jodimos porque nos dieron la tarea de «pagar» esos pecados y las dificultades que acontecen en el mundo desde entonces.