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Deseos a medianoche Estaba decidido a desenmascarar a esa misteriosa mujer… hasta que quedó deslumbrado por sus encantos Nathaniel Stone, piloto de avionetas y ejecutivo de telecomunicaciones de Alaska, no estaba preparado para confiar en la impresionante desconocida que decía ser la hija biológica de su jefe. ¿De verdad la habrían cambiado al nacer? ¿O Sophie Crush estaba ejecutando una estafa brillante para introducirse en aquella adinerada familia? Nathaniel se acercó a ella para descubrirlo… Se acercó demasiado. Porque cuando bajó la guardia y se rindió a la pasión, las revelaciones amenazaron con destapar su propio engaño… y un secreto familiar sobrecogedor. Esposo solo de nombre Todo el mundo decía que eran la pareja perfecta… pero ¿era su acuerdo de boda demasiado bueno para ser verdad? Lo último que la ambiciosa arquitecta Adeline Cambridge deseaba en aquellos momentos era convertirse en una mujer casada. Sin embargo, tras una noche de pasión con el apuesto congresista Joe Breckenridge en la que se quedó embarazada inesperadamente, su familia insistió en que se unieran en matrimonio. Con los posibles escándalos que los amenazaban, aquel acuerdo secreto con Joe era la mejor salida para ambos. ¿Terminaría en lágrimas aquella unión entre dos poderosas familias o acaso habría encontrado Adeline un apasionado compañero de vida?
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Seitenzahl: 340
Veröffentlichungsjahr: 2025
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Editado por Harlequin Ibérica.
Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Avenida de Burgos, 8B - Planta 18
28036 Madrid
© 2025 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
N.º 556 - enero 2025
© 2022 Barbara Dunlop
Deseos a medianoche
Título original: Midnight Son
© 2022 Barbara Dunlop
Esposo solo de nombre
Título original: Husband in Name Only
Publicadas originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.
Estos títulos fueron publicados originalmente en español en 2022
Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.
Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.
Sin limitar los derechos exclusivos del autor y del editor, queda expresamente prohibido cualquier uso no autorizado de esta edición para entrenar a tecnologías de inteligencia artificial (IA) generativa.
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Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.
I.S.B.N.: 978-84-1074-556-8
Créditos
Deseos a medianoche
Capítulo Uno
Capítulo Dos
Capítulo Tres
Capítulo Cuatro
Capítulo Cinco
Capítulo Seis
Capítulo Siete
Capítulo Ocho
Capítulo Nueve
Capítulo Diez
Capítulo Once
Esposo solo de nombre
Capítulo Uno
Capítulo Dos
Capítulo Tres
Capítulo Cuatro
Capítulo Cinco
Capítulo Seis
Capítulo Siete
Capítulo Ocho
Capítulo Nueve
Capítulo Diez
Epílogo
Si te ha gustado este libro…
–Vas a tener que aprender a ser rica, Sophie –dijo mi amiga Tasha Gillen como si fuera lo más fácil del mundo.
Estábamos en la terraza de una lujosa casa en venta justo al norte de Seattle. Enfrente teníamos el Pacífico con su azul intenso y bordeado por una pronunciada pendiente de rocas dentadas.
–¿Qué haría yo con seis baños? –estaba soltera y sintiendo esa soltería cada día más.
El año pasado mis tres mejores amigas habían estado solteras como yo, pero ya no, ninguna, y costaba no sentirse abandonada.
–No tienes que usarlos todos a la vez. Además, tendrás invitados.
–¿Quién? Todas mis mejores amigas tienen vidas nuevas.
Tasha, Layla y Brooklyn se habían enamorado, se habían casado y se habían ido de Seattle.
–¿Intentas dar pena?
–Un poco –admití.
En el fondo me alegraba por mis amigas, de verdad que sí. Siempre habían sido mi apoyo, pero ahora mi vida había dado un giro muy extraño.
El verano anterior había ayudado a crear una tecnología nueva; se llamaba Sweet Tech y elaboraba postres para restaurantes de lujo. Tenía mucho éxito, mucho más del esperado. Con ayuda de Jamie, el marido de Tasha, habíamos vendido la patente a una empresa japonesa. El acuerdo incluía royalties, lo que significaba que los cheques no dejaban de llegar, pero tener tanto dinero resultaba más complicado de lo que me había imaginado.
–¿Pobre niña rica? –preguntó Tasha con voz jocosa.
–Sí.
Había dado en el clavo.
–Estoy totalmente sola –me quejé–. No sé qué hacer. Estoy aburrida.
No tenía trabajo, no me sentía productiva, no tenía motivos para ir a ningún sitio ni para hacer nada y todo eso resultaba bastante inquietante.
–Este sería un lugar genial para estar sola y aburrida. Es alucinante.
Me giré hacia la casa.
–A mí me parece abrumadora. ¿Y cómo voy a poder mantenerla limpia? Solo fregar el suelo me llevaría un día entero.
–Sophie, puedes contratar a gente para eso.
Me reí ante la idea de contratar a «gente». Quiero decir, una cosa era aceptar la riqueza y otra convertirme en una presuntuosa en toda regla.
–En serio, se te da fatal ser rica –me dijo.
–¿Sí? Pues parece que tú te has pasado del todo al lado oscuro.
Tasha y Jamie, su marido economista, habían aprovechado al máximo unas habilidades geniales para la inversión y estaban ganando un dineral en bolsa.
–Yo nunca he dicho que tenga gente.
–Pero tienes gente –contesté, segura de ello por el modo en que me lo había sugerido.
–Vale, sí, tengo a un par de personas. La cuestión es que puedes permitirte una casa como esta. Puedes permitirte vivir frente al mar y sé que eso te encanta.
–Sí –me encantaba. Y esa casa era básicamente mi sueño.
–Ahora puedes hacer lo que quieras, Sophie. Deberías hacerlo.
–¿Pero qué quiero? –pregunté sin ocultar mi desesperación.
Claro que podía hacer lo que quisiera, pero el problema era que, por mucho que lo había intentado, no había averiguado qué quería.
Había hecho una donación a obras benéficas porque, si tienes algo de corazón, eso es lo primero que haces cuando recibes un flujo de dinero inesperado. El programa de alfabetización, el hospital y el refugio de animales locales apreciaban mi apoyo. Me habían enviado cartas de agradecimiento y habían brindado por mí en fiestas. Pero no era una actividad cotidiana. No me necesitaban para ayudarlos a llevar a cabo sus tareas, y aunque me necesitaran, no tenía experiencia ni en asistencia médica, ni en enseñanza, ni en cuidado de animales. Ni siquiera había tenido mascota desde que mi conejito Snuggles murió cuando yo tenía seis años.
De pequeña solo estuvimos mi madre y yo y su sueldo de enfermera no era muy alto, así que vivíamos de alquiler. Me decía que era mucho más fácil encontrar piso si no teníamos mascota. Por eso Snuggles fue mi primera y última mascota.
–No vas a encontrar una casa pequeña frente al mar –añadió Tasha.
Y tenía razón. Era la décima casa frente al mar que habíamos visto esa semana y era monumental, como todas las demás. Pero tenía que admitir que me encantaba, aunque tuviera que dibujarme un mapa para no perderme entre el dormitorio principal y la cocina.
Me costaba asimilar que podía comprarla por capricho; no tenía más que sacar el talonario de cheques y escribir una cifra con muchos ceros que saldría de una cuenta con más ceros todavía.
–A lo mejor podría vivir en la casita del garaje y alquilar el resto a una familia con cinco hijos.
–¿Y renunciar a la terraza?
–Me encanta esta terraza.
A cualquiera le encantaría esa terraza. Sus dieciocho metros abarcaban los frontales del salón, el comedor, el estudio y el dormitorio principal. Debajo, una sala de juegos gigantesca se abría a un patio con una piscina y un jacuzzi.
–Y está amueblada –añadió Tasha.
–Ya tengo muebles.
–Tienes un sofá, una mesa de cocina y una cama.
–Es un sofá estupendo.
Pensé en mi sofá de piel, tan cómodo, y en todo el tiempo que había estado ahorrando para comprarlo convencida de que una pieza tan buena y cara me duraría décadas.
–¿Te ves viviendo aquí? –me preguntó Tasha–. ¿La Sophie rica se ve tomando un café en la terraza o acurrucada delante de la chimenea de piedra leyendo un libro?
Podía verlo, sí. El problema era que no podía ver nada más. No podía pasarme el resto de mi vida tomando café y leyendo.
–Había pensado en el embellecimiento de parques –dije.
–¿Perdona?
–Después de las obras benéficas, he pensado en implicarme en la comunidad. El embellecimiento de la ciudad está muy de moda ahora y resulta que puedo adoptar un parque.
–O comprarte una casa.
–Comprarme una casa es lo sencillo. Yo estoy pensando en qué otras cosas hacen los ricos. Ahora que lo pienso, a ti te gustaría lo de los parques.
–Me he unido al comité de bibliotecas.
–¿En serio? –no sé por qué me sorprendió. Encajaba a la perfección. Tasha era licenciada en Biblioteconomía.
–Vamos a empezar un programa de acercamiento a la lectura en los colegios.
–¿Lo ves? Yo tengo que encontrar algo así.
–Lo encontrarás. Le pillarás el tranquillo a ser rica.
–A lo mejor –dije no convencida–. Tengo mucho dinero.
Tasha sonrió.
–Pues cómprate una casa. Cómprate esta casa. Sé que te encanta.
Y era verdad. Me encantaba. Su tamaño me inquietaba, pero descubrí que no me quería ir. Quería quedarme allí mismo y disfrutarla, así que supuse que eso era lo que debía hacer.
–¿Y después qué?
Tasha me rodeó con el brazo y me dio un achuchón.
–Es una pena que no tengas parientes pobres.
–¿Para que pudieran venir a vivir conmigo? –lo dije con tono de broma, pero no bromeaba.
Si tuviera familia, sin duda los ayudaría. Sería genial tener hermanos o primos o incluso sobrinos que necesitaran una buena educación universitaria, pero mi madre era adoptada e hija única. Sus padres ya habían muerto y nunca había sabido nada ni sobre la familia de ellos ni sobre su familia biológica. Y en cuanto a mi padre… Bueno, mi madre me había dicho que había sido una aventura de una noche. Había sido muy sincera al respecto. Era piloto de la Fuerza Aérea Australiana y estaba casado.
Se habían conocido en un hospital en Alemania, donde ella había estado destinada durante seis semanas. Él había volado hasta Bosnia transportando suministros de ayuda y se había herido en la cabeza cuando su avión se había incendiado y se había visto obligado a hacer un aterrizaje forzoso. Su copiloto no había tenido tanta suerte y había muerto.
Mi padre biológico se había visto muy lejos de casa, herido y hundido, y mi madre lo había reconfortado en su dolor. Habían pasado juntos un fin de semana que ella juraba no haber lamentado nunca, y menos aún porque me había tenido gracias a aquello.
–¿Alguna vez has buscado? –me preguntó Tasha.
Intenté recordar el hilo de la conversación.
–¿Buscar qué?
–A tu familia.
–No creo que haya nadie a quien buscar.
No tenía ninguna intención de desbaratar la vida de mi padre biológico.
Aun así, por un momento me imaginé como una detective aficionada hurgando en mi historia familiar. Ahora que lo pensaba, sería divertido.
–Entra en una de esas páginas web de genealogía y hazte una prueba de ADN.
Tardé medio segundo en decidir que era buena idea. Me pareció muy emocionante, aunque de pronto me asaltó una buena dosis de realidad. Un primo quinto por parte de alguno de mis abuelos, que era lo que probablemente encontraría, no podría considerarse familia cercana.
Aun así…
Estaba en un avión rumbo a Alaska, a Anchorage para ser exactos, y volaba en primera clase porque Tasha me había dicho que eso era lo que hacían los ricos.
Bueno, en un principio me había dicho que los ricos directamente alquilarían un jet privado. ¿En serio? Volar en primera era perfecto. Más que perfecto. Suponía tener champán, zumo de naranja, toallas calientes y delicados cruasanes con mermelada de albaricoque, y sentirte culpable por la gente que iba apretujada en los asientos de clase turista.
Resultó que tenía un primo hermano, o al menos eso parecía. Teníamos una coincidencia de ADN de un trece por ciento y, según la página web, eso era muy significativo. Se llamaba Mason Cambridge, tenía treinta y cinco años, había nacido en Alaska y trabajaba para una empresa con sede en Anchorage llamada Kodiak Communications.
Lo había buscado en internet y había encontrado algunas fotos. No tenía mucha presencia en redes sociales, aunque en los periódicos locales sí que había algunos artículos en los que aparecía asistiendo a eventos de la zona. Había encontrado su dirección física, pero no el número de teléfono ni la dirección de correo electrónico. Probablemente podría haber conseguido esa información a través de Kodiak Communications, pero había decidido que quería conocerlo en persona. Si iba a mandarme a freír espárragos, primero prefería tener una breve conversación cara a cara con mi único pariente conocido.
Sabía que corría el riesgo de llevarme una decepción, de haber hecho un viaje largo para nada, pero tampoco es que tuviera muchas otras cosas que hacer con mi tiempo. Aún faltaban unos días para cerrar la compra de la casa nueva y Tasha había vuelto a Los Ángeles.
¿Por qué no vivir una aventura?
Cuando el avión comenzó a descender, me sentía lo bastante llena, lo bastante agasajada y más que nerviosa por presentarme sin avisar en la casa de Mason Cambridge.
Alquilé un coche en el aeropuerto y descubrí que Anchorage era mucho más grande de lo que me había esperado, con un centro imponente, amplios barrios residenciales, zonas verdes y paisajes montañosos. De no haber sido por el GPS, me habría perdido en el laberinto de calles.
La ruta acabó llevándome al sur de la ciudad y pronto las casas desaparecieron. Al este, laderas y árboles. Al oeste, las olas de la ensenada acariciando la orilla.
Vi un zorro en la hierba junto a la autopista y después un alce. Cuando dos osos cruzaron la carretera delante de mí, a punto estuve de dar media vuelta y volver al aeropuerto. No había mucho tráfico en ese tramo y por un momento me imaginé con el coche averiado y atacado por unos osos pardos. Pero entonces llegué a un camino de grava y el GPS me dijo que girara. Agradecí que el empleado de la empresa de alquiler me hubiera dado un cuatro por cuatro. Fue una subida tortuosa entre abetos y abedules imponentes hasta que alcancé la cima de la colina y salí de entre los árboles. El camino de grava pasó a ser de pavimento liso.
Me sorprendió, me dejó impactada en realidad, ver una zona de césped amplia y exuberante salpicada de hileras de flores y arbustos esculpidos. Unos pinos la bordeaban entremezclándose con el bosque y en el centro había una casa tan grande que me dejó sin respiración.
Construida con troncos enormes y pulidos y una mampostería impresionante, se extendía por el jardín con sus dos pisos y dos alas, ventanales inmensos y tejados a dos aguas. Parecía un hotel de cinco estrellas. Es más, me pregunté si lo era porque había cerca de diez vehículos aparcados delante. Era posible que Mason Cambridge viviera en un hotel. Era raro, pero posible sin duda.
Apagué el motor del SUV, me colgué el bolso al hombro, abrí la puerta y bajé.
El aire era fresco y olía a limpio. La brisa me echó el pelo en la cara y deseé haberme hecho una coleta o una trenza. Lo tenía demasiado largo como para llevarlo suelto con ese viento. Como apaño temporal, me lo eché hacia atrás y me lo sujeté con la mano a la altura de la nuca mientras cruzaba el aparcamiento.
Me sentía fuera de lugar. Parecía un sitio tranquilo y reservado donde solo atendían a gente muy rica y privilegiada. Y yo, por mucho que ahora tuviera dinero en el banco, no podía hacerme pasar por una rica y privilegiada. Mis vaqueros eran de unos grandes almacenes y el bolso lo había comprado en rebajas por veinte dólares. Y eso por no hablar de los botines. Eran de piel marrón con tacón cuadrado y estaban desgastados. Ya habían hecho muchos kilómetros, pero había supuesto que necesitaría un calzado práctico en Alaska.
Aquel lugar parecía crecer a medida que me acercaba. El porche tenía al menos nueve metros de ancho y cinco escalones conducían a unas puertas de madera dobles enormes. Los subí y me quedé mirándolas un momento mientras me preguntaba si debía llamar o entrar directamente.
Si era un hotel, nadie me oiría llamar a la puerta.
Si era una casa privada, sería de lo más grosero, y probablemente ilegal, entrar sin más.
Lo pensé y decidí que si era una casa privada, la puerta estaría cerrada. Si no, entonces sería la entrada al vestíbulo de un hotel. Empujé un poco y la puerta se abrió sin problema. Entré. Unos techos de vigas se elevaban sobre un vestíbulo precioso. Al fondo, tras unos sillones de piel en color crema, vi una pared de cristal con unas vistas impresionantes. Al oeste se veían los acantilados y el océano. Al sur y al este, una herbosa pradera parecía extenderse varios kilómetros. Vi una valla y, al aguzar la vista, distinguí unos animales marrones en la hierba.
–¿Puedo ayudarte en algo?
Fue una voz profundamente masculina.
–Sí –respondí cerrando la puerta.
Cuando lo miré a los ojos, el corazón me dio un brinco y de pronto los pulmones se me encogieron. El hombre dio unos pasos hacia mí; parecía un gato salvaje con esos movimientos suaves y esa mirada que me estaba valorando como… no sé… ¿una presa?
Tenía una belleza enigmática: pelo alborotado, ojos de un azul intenso, bronceado mediterráneo y un rastro de barba cubriendo su mandíbula cuadrada. Alto, con los hombros anchos y una presencia imponente, era todo lo que una mujer podría esperar si buscaba la perfección.
–¿Ayudarte con…?
–Eh…
Esperó y, mientras, yo me sentía más incómoda a cada segundo que pasaba. A ver, debieron de ser siete u ocho segundos en total, pero sin duda se me hicieron largos.
–Estoy buscando a Mason Cambridge –dije por fin.
–¿Te está esperando?
–No. ¿Está aquí?
–Ahora mismo no.
–Pero vive aquí –dije mirando a mi alrededor.
Mason Cambridge tenía que ser muy rico para vivir en un hotel así. No parecía que fuera a necesitar mi dinero para nada y eso me decepcionó un poco.
–Esta es la casa Cambridge.
Tardé un momento en asimilar sus palabras.
–¿No es un hotel? –¡ay, madre! Acababa de entrar en una casa privada.
–¿Estás buscando un hotel?
–Estoy buscando a Mason Cambridge. No pretendía entrar aquí así. Creía que… –volví a mirar a mi alrededor y me di cuenta de que, en realidad, aquello no parecía el vestíbulo de un hotel. No había ni mostrador de recepción, ni recepcionistas, ni botones por ningún lado.
–¿Para qué buscas a Mason?
No iba a darle explicaciones a un extraño.
–¿Sabes cuándo volverá?
–No es asunto tuyo. Si lo has conocido en un bar…
–No lo he conocido en un bar.
–¿En una fiesta?
–¿Por qué piensas directamente en algo así?
Me miró de arriba abajo y su expresión me dijo que le gustó lo que vio. Ni siquiera se molestó en ocultarlo.
–Porque eres su tipo.
–No soy su tipo –me detuve–. No lo he visto en mi vida.
Sonrió lentamente.
–¿Qué? –pregunté perpleja.
–Me alegro de que Mason no tenga prioridad –respondió con un brillo de apreciación en la mirada.
–¿En serio?
¿Se creía que podía flirtear conmigo?
El hombre se encogió de hombros.
–¿Podrías decirme a qué hora volverá? Me iré y lo intentaré más tarde, y prometo que la próxima vez llamaré a la puerta.
Sonrió aún más. Estaba disfrutando viéndome avergonzada.
–Hoy, más tarde, en algún momento.
–Bien.
–¿Dónde te alojas?
La pregunta me descolocó.
–Por si Mason quiere llamarte. No tienes pinta de ser de Alaska. Soy Nathaniel Stone, por cierto.
–Sophie Crush. No soy de Alaska.
–¿Te alojas en el Tidal?
–No lo he decidido –podría haber reservado un hotel antes de salir de Seattle, pero no había pensado que Anchorage fuera a ser un hervidero de turistas hasta el punto de no poder encontrar sitio al llegar allí.
–Entonces te recomiendo el Tidal. O, si tienes un presupuesto ajustado, el Pine Bird está bien.
Contuve una carcajada al oírlo y pensar en mis recientes conversaciones con Tasha. No, no tenía un presupuesto ajustado.
–¿Te ha hecho gracia algo?
–Nada en absoluto.
–Me vería en la obligación de avisar a Mason si le estás… gastando alguna clase de broma…
–No le estoy gastando ninguna broma. Y no tengo un presupuesto ajustado. Probaré en el Tidal.
–Buena elección. ¿Qué quieres que le diga a Mason?
Intenté darle una respuesta inocua, pero entonces la puerta se abrió detrás de mí.
–Qué bien –dijo Nathaniel a quien fuera que había entrado–. Llegas pronto. Mason, Sophie Crush ha venido a verte.
Nerviosa, tomé aire y al girarme me encontré a otro hombre guapo en la puerta.
–Ho-la –dijo él alargando la palabra como si fuera un cumplido.
–No me ha querido decir lo que quiere –dijo Nathaniel.
Mason sonrió.
–Me da igual lo que quiera –me miró a los ojos–. La respuesta es «sí».
Sabía que tenía que cortar de raíz ese flirteo. Si no lo hacía, los dos nos sentiríamos muy avergonzados.
–Soy tu prima.
A Mason se le heló la expresión.
–¿Qué? –preguntó Nathaniel detrás de mí.
* * *
Después de mi revelación me llevaron a una sala. Supuse que sería el estudio, ya que la mayoría de las pequeñas mansiones que había visto los tenían y, al igual que esta habitación, solían estar amueblados con estanterías, escritorios y sillas grandes e iluminados con una luz cálida que destelleaba sobre las paredes revestidas en madera.
Mason cerró la puerta y nos sentamos.
No pude evitar mirar sus rasgos y compararlos con los míos: su barbilla era cuadrada mientras que la mía era estrecha. Tenía la nariz más grande pero con la misma forma recta y los ojos marrones claros. Los míos eran oscuros como el café expreso. Su pelo era casi negro y el mío marrón dorado. Los labios sí me resultaban familiares.
–¿Alguien quiere una copa? –preguntó.
–¿En serio? –dijo Nathaniel con tono de crispación.
–Bueno, desde luego tú pareces necesitar una –le contestó Mason. Me miró–. ¿Sophie? Tenemos vino tinto y blanco. O whisky, si lo necesitas.
–No soy yo la que se ha quedado impactada con la noticia. Estoy bien. No necesito beber nada.
–Stone, ¿un whisky? –le preguntó Mason a Nathaniel al levantarse–. Yo voy a tomar uno. La noticia me ha dejado un poco impactado.
–Vale.
Mason echó hielos en dos vasos. Después sacó la botella de whiskyde un minibar y lo sirvió. Nathaniel me miraba mientras esperábamos. Parecía más angustiado que Mason por mi presencia. ¿Quién sería? Tenía los ojos muy azules y no se parecía a ninguno de los dos.
–¿La prueba dice sin lugar a dudas que somos primos? –preguntó Mason al sentarse.
–Podría estar inventándoselo todo –dijo Nathaniel.
–¿Hoy en día? No se tardaría mucho en demostrarlo.
–Pero mientras tanto puede hacer mucho daño.
–No quiero hacer ningún daño –me sentí obligada a decir–. Pensé que sería una buena noticia, una noticia divertida.
–Divertida para ti –dijo Nathaniel–, que estás anunciando que eres la prima de los dueños de la empresa de telecomunicaciones más grande de Alaska.
El comentario me pilló por sorpresa. Era la primera vez que oía que la familia fuera dueña de algo, aunque sin duda eso explicaba la casa… y además significaba que nadie de la familia necesitaría mi ayuda económica. Nunca. Intenté no sentirme decepcionada.
–No sabía que fueran los dueños de la empresa.
Nathaniel soltó una carcajada de incredulidad.
–Podemos darle el beneficio de la duda –le dijo Mason.
–No he venido aquí para causar ningún daño –le dije ignorando a Nathaniel.
–Entonces, ¿seguro que somos primos?
–Según el porcentaje de ADN en común, podría ser tu tía abuela o tú podrías ser mi tío abuelo. Pero, dada nuestra edad, parece mucho más probable que seamos primos hermanos.
–Primos hermanos –repitió Mason pensativo.
–Eso dice el informe.
A lo mejor debería haber contratado el servicio de ADN deluxe, pero en aquel momento, cuando solo buscaba datos básicos, no me pareció que mereciera la pena pagar la diferencia de precio.
–¿Qué informe? –preguntó Nathaniel–. ¿Quién lo ha hecho? ¿Tienes una copia?
–Stone –dijo Mason con tono de advertencia.
–Si es una estafa… –señaló Nathaniel.
Me levanté.
–Escuchad, no he hecho esto para causarle problemas a nadie –miré a Mason–. Solo quería conocerte y ya te he conocido. Está claro que no soy una sorpresa agradable, así que volveré a Seattle antes de que…
–No –dijo Mason.
–Mason –Nathaniel pronunció su nombre como si fuera una advertencia.
–Por favor, siéntate.
Miré a Nathaniel.
–Ignóralo –dijo Mason.
–Sabes lo que va a generar esto… –profirió Nathaniel con voz estrangulada.
–Alejarla no cambiará nada –contestó Mason.
–Tenemos que proteger a la familia.
Mason señaló el sillón detrás de mí.
–Por favor.
–Quiero hacer lo correcto –dije, y así era.
No sabía qué me había esperado encontrar al ir allí; tal vez que me recibiera con los brazos abiertos una familia grande y jovial sentada alrededor de la mesa compartiendo un asado.
–Sentarte es lo correcto.
Me senté.
–Mi madre era hija única –continuó Mason– y mi padre solo tiene un hermano, Braxton. Imagino que rondas los treinta años, ¿no?
Asentí.
–Entonces la lógica indica que fuiste concebida cuando mi tío Braxton estaba felizmente casado con la tía Christine. Es lo único que se me ocurre que explique que tenga una prima hermana.
–¿Tu madre pudo haber tenido un hermano?
–Rotundamente no. Vivió en Alaska toda su vida. Todo el mundo conocía a la familia.
–¿Y un hermanastro secreto?
–Entonces el porcentaje de ADN sería distinto.
–¿De verdad tenemos que contemplar todas las hipótesis? –preguntó Nathaniel con frustración–. ¿Quieres dinero? ¿Es eso?
–¡Déjalo ya! –le gritó Mason.
–Hay que averiguar qué quiere y acabar con esto. Te extenderé un cheque aquí y ahora mismo.
Me levanté.
–¿Lo ves? Ahí es donde cometes un error descomunal. Lo último que quiero es dinero.
Antes de poder hacer una salida dramática de la habitación, la puerta se abrió. Me giré y vi a un hombre de cincuenta y tantos años. Era alto, canoso, con porte distinguido y expresión severa. Llevaba una blazer gris marengo y una camisa de vestir blanca.
–¿Qué pasa aquí? –preguntó con tono autoritario.
Tanto Nathaniel como Mason se levantaron.
–Tío –dijo Mason asintiendo.
–Hola, Braxton –dijo Nathaniel.
Braxton me miró. Sus ojos eran como los míos: oscuros como un café expreso.
–¿Quién es?
La mirada penetrante de Braxton me recorrió. Estaba claro que esperaba una respuesta.
–Es Sophie Crush –dijo Nathaniel.
Se hizo el silencio en la habitación.
–¿Y? –añadió Braxton con brusquedad.
Pensé que debía dejar que Mason tomara el control, pero no lo hizo y el silencio se prolongó.
–Soy de Seattle –dije dando un paso al frente para estrecharle la mano–. Encanta de conocerle… ¿Braxton?
–Braxton Cambridge –dijo mientras nos dábamos la mano.
Tenía una mano grande y algo callosa. Me estrechó la mía conteniéndose, como si fuera consciente de su fuerza y no quisiera arriesgarse a hacerme daño.
–Sophie Crush.
–Ha venido a ver a Mason –señaló Nathaniel.
Braxton miró a los dos hombres.
–¿Hay algo que debería saber?
–No –se apresuró a decir Nathaniel.
Relajé la mano y Braxton me la soltó.
–Sí –respondió Mason.
Nathaniel lo miró.
–¿No podemos esperar…?
–Creo que ya hemos esperado demasiado –apuntó Mason.
–Me estoy hartando –dijo Braxton con tono severo.
–Braxton, deberías sentarte –le aconsejó Mason.
Braxton me miró de arriba abajo.
–¿Está embarazada?
–¿Por qué todo el mundo va por ahí? –pregunté.
Mason parecía confuso.
–Nathaniel se ha creído que yo era un lío de una noche.
Nathaniel frunció el ceño.
–Yo en ningún momento he dicho…
–Lo has sugerido descaradamente –le recordé y cerró la boca.
–¿Negocios? –preguntó Braxton aún con tono brusco.
–No –respondió Mason.
–Depende de cómo definas «negocios» –murmuró Nathaniel.
–Ya he dicho que no es una cuestión de dinero –solté al perder la paciencia. Me calmé y le dije a Braxton–: Esto puede terminar en cuestión de dos minutos, cuando salga por la puerta y no vuelva nunca.
–Esto no va a terminar así –dijo Mason.
–Ha hecho una oferta razonable –señaló Nathaniel.
–¡Que alguien empiece a hablar! –gritó Braxton.
Otro silencio llenó la habitación hasta que Mason dijo:
–Siéntate, tío.
Resoplando de impaciencia, Braxton se sentó. Los demás hicimos lo mismo.
–Sophie es mi prima –dijo Mason.
–O eso dice ella –terminó Nathaniel.
–Según la prueba de ADN –añadí.
Braxton miró a Mason y a Nathaniel y finalmente me miró a mí. Tardó un momento en hablar.
–¿Quién eres?
–Sophie Crush, de Seattle. Mi madre era Jessica Crush. Ese era también su nombre de soltera. Nunca se casó. Era enfermera del ejército.
Braxton miró a Mason.
–¿Qué es esto? ¿Lo sabe Xavier?
–Acabamos de enterarnos –respondió Mason.
–Sophie se ha presentado aquí hace media hora como salida de la nada –dijo Nathaniel.
–De Seattle –por la razón que fuera, me sentí obligada a repetir ese dato.
–Mi padre no lo sabe, o eso creo –dijo Mason.
–Esto no tiene sentido. ¿Quién…? –Braxton se quedó pensativo un momento y después enfureció. Su tono fue casi un rugido–. ¡Está mintiendo!
Me levanté y me colgué el bolso del hombro.
–Ha sido… –estuve a punto de decir «un placer»– interesante conocerte –le dije a Mason–. No soy una mentirosa –me dirigí a Braxton, que ahora estaba muy colorado–, pero ya veo que para usted es mejor que lo sea. Así que, adiós a todos.
Fui hacia la puerta.
–¡Espera! –gritó Mason al levantarse–. Esto es ridículo. Que se vaya no cambiará nada. Si es mi prima, quiero saberlo.
–No es tu prima –dijo Braxton.
–¿Estás seguro? –le preguntó Mason.
Me detuve con la mano en el pomo de la puerta. No necesité girarme para saber que Braxton se había puesto de pie. Lo oí en su voz.
–Yo nunca he sido infiel. Jamás.
–¿Entonces cómo explicas lo de Sophie? –preguntó Mason con prudencia.
–Está claro que miente –dijo Nathaniel.
–Stone, no lo sabes con seguridad –contestó Mason.
–Bueno, pues tú deberías saberlo con seguridad, sobrino –espetó Braxton.
–Hay un modo de comprobarlo –dijo Mason.
Me giré.
–Sin problema, os daré una copia de la prueba de ADN, pero me marcho de todos modos. No he venido aquí para meterme en medio de una disputa familiar.
–Tú has provocado la disputa familiar –soltó Nathaniel.
–Cierra la boca, Stone –dijo Mason.
–No voy a fiarme de su prueba de ADN.
–Seguro que es falsa –añadió Braxton.
–Pues que se haga otra –propuso Mason–. Si estás dispuesta –me dijo, y dirigiéndose a Braxton añadió–: Elige un médico y una clínica.
Braxton pareció pensarlo un segundo y después me lanzó una sonrisa astuta.
–Claro –se detuvo como si estuviera esperando que yo me echara atrás.
–De acuerdo –respondí, sobre todo porque le estaba tomando cariño a Mason.
–Dejadme hablar a solas con Sophie. Fuera –les dijo a Mason y a Nathaniel.
Al instante los dos hombres salieron.
–¿Siempre les está dando órdenes? –pregunté.
–¿A qué estás jugando?
–A nada. Solo quería conocer a mi primo. Lo único que tenía es el porcentaje de coincidencia de ADN. Es todo lo que me dieron. No contraté el paquete deluxe. A lo mejor debería haberlo hecho. A lo mejor nos habría ayudado a todos a entender…
–¿Qué quieres? ¿Qué esperabas ganar con todo esto?
–Nada.
–No te molestes en hacerte la recatada. Estamos solos.
No me estaba haciendo la recatada en absoluto.
–Solo quería saber.
–¿Saber… si te extendería un cheque sin hacer preguntas? –preguntó con tono cantarín.
Estaba tan equivocado que resultaba ridículo.
–No –respondí con el mismo tono–. Quería saber si tenía o no un primo. Es gracioso. Antes de venir aquí, me pregunté si Mason si podría necesitar dinero. Sé que ahora parece una estupidez, pero pensé que podría tener hijos que necesitaran dinero para los estudios y que yo podría pagárselos o algo.
–Eres buena. Eres muy buena. Y aquí estás, tan tranquila como si nada. Vamos a hacer esa prueba de ADN.
–¿Está seguro?
En la actitud de ese hombre no había nada que indicara que estaba preparado para descubrir que era mi padre. Mi padre. Lo miré mientras intentaba asimilar la idea. Era muy probable que Braxton Cambridge fuera mi padre biológico.
Nathaniel se había erigido en coordinador de pruebas de ADN y había recurrido al médico de Braxton, en quien claramente confiaba.
Ahora estábamos en el gran salón esperando a decidir el siguiente paso. Nathaniel estaba en una esquina hablando con la consulta del médico. Braxton estaba de pie, aún con el ceño fruncido y dando un sorbo a un whisky en un vaso de cristal tallado. Había rechazado su invitación de acompañarlo porque no me había parecido muy sincera. Y Mason parecía estar escribiendo a alguien.
Miré a mi alrededor y me fijé en la casa, o tal vez debería decir «mansión», era magnífica y mucho más grande que cualquiera de las que había visto en Seattle.
Me acerqué a las ventanas del fondo y vi que los animales marrones que había visto a lo lejos eran caballos. Eran más de veinte y no todos eran marrones; también había blancos, negros y castaños, todos ellos preciosos.
–Puede atendernos mañana por la mañana –dijo Nathaniel guardándose el teléfono en el bolsillo–, pero para los resultados habrá que esperar un par de días.
–Dime la hora y la dirección, y allí estaré –dije.
–Nueve y media. Laurel Street con East Tudor, en la Clínica Burge.
–Genial. ¿Me puedes dar también la dirección del hotel Tidal? –estaba aliviada de poder dar por terminado ese primer encuentro.
No había salido como me había esperado y estaba cansada y hambrienta, además de agotada emocionalmente. Solo quería descalzarme, tumbarme en la cama blandita de un hotel y pedir una hamburguesa grande con patatas al servicio de habitaciones. Me lo había ganado.
Mason levantó la mirada del mensaje que estaba escribiendo.
–¿Qué? ¿El Tidal?
–Me lo ha recomendado Nathaniel.
–Stone, ¿qué haces recomendándole un hotel?
–No había reservado nada –respondió Stone.
–No va a ir a un hotel.
–Mason –dijo Braxton con tono de advertencia.
–Se queda aquí –contestó Mason con rotundidad.
–Mala idea –señaló Stone.
Yo estaba de acuerdo con él. No me gustaban nada las situaciones incómodas y esta cumplía todos los criterios para serlo.
–Me voy a un hotel.
–Dice que se va a un hotel –repitió Braxton.
–No –contestó Mason–. Es de la familia.
Stone farfulló algo ininteligible.
–Pues resulta que yo sé que no lo es –dijo Braxton.
–Pues resulta que yo creo que sí lo es –contestó Mason mirando fijamente a su tío.
–Pues resulta que yo tengo dos pies que funcionan bien, un SUV en el aparcamiento, una tarjeta de crédito y voluntad propia –dije–. Me voy a un hotel.
Braxton contuvo una sonrisa de satisfacción.
–¿En serio no crees que sea de la familia? –le preguntó Mason a Braxton enarcando una ceja.
–Sé lo que he hecho y lo que no he hecho.
Mason me alcanzó cuando llegué a la puerta.
–Tenemos habitaciones de invitados libres. Son cómodas e independientes. Apenas tendrás que ver a esos dos –añadió, señalando con el pulgar por encima del hombro.
–Es una oferta muy amable.
–No. Es egoísta. Quiero pasar un tiempo contigo. Tengo curiosidad.
–No es tu prima –dijo Braxton.
–Es una extraña y, probablemente, una estafadora –añadió Stone.
–No soy una estafadora –contesté agarrando el pomo de la puerta.
–Entonces sabes que eres mi prima –dijo Mason con un discreto tono triunfante–. ¿Es que no quieres conocer mejor a tu primo? –me preguntó con tono suave.
Vacilé.
–Genial –dijo–. Te acompaño arriba.
–Pero… –aún no había tomado una decisión.
–Stone, ve a por su maleta –Mason me ofreció el brazo muy galantemente. No se lo agarré.
–¿Siempre eres tan mandón?
–Es algo genético. ¿Tú no eres mandona también?
–Esto es inaceptable –dijo Braxton.
–No voy a traer su maleta –protestó Stone.
–¿Preferirías acompañarla arriba? –le preguntó Mason.
No pude evitar sonreír ante las gracias de Mason. Aun así, sacudí la cabeza.
–Es mejor para todos que me vaya a un hotel.
Mason se me acercó.
–Solo es mejor para ellos. Para mí es mejor que te quedes. Y para ti es mejor que te quedes. Soy un tipo divertido e interesante. Deberías conocerme mejor.
Lo creí y me despertó curiosidad.
–Stone –dijo Mason interpretando mi silencio como un «sí».
–Vale –refunfuñó él–, pero que quede claro que me opongo a esto.
–Anotado –dijo Mason.
Braxton soltó el vaso y salió de la habitación.
–Aún no lo conoces –dijo Mason al ver a su tío marcharse–, pero eso ha sido un «sí».
Stone resopló.
–A mí no me lo ha parecido –le dije a Mason.
–No ha sido un «no», así que es un «sí».
–No me quiere aquí.
–Lo que no quiere es que sea verdad.
–Lamento que lo sea.
No tenía ninguna intención de poner patas arriba la vida de Braxton. Me planteé volver al aeropuerto y desaparecer.
–Pues yo no lo lamento en absoluto –me respondió Mason.
–No es verdad –dijo Stone.
–¿Por qué iba a acceder a una nueva prueba de ADN si supiera que iba a salir negativa? –le pregunté furiosa.
–Intento averiguarlo.
–¿No es obvia la respuesta?
–Para mí sí –dijo Mason.
Yo seguía mirando a Stone. Me preguntaba si sería la clase de persona que se disculpaba cuando veía que se había equivocado. No lo parecía. Parecía orgulloso, resuelto y leal a Braxton. Estaba claro que también le había alterado la vida a él, aunque no sabía por qué.
–¿Estás emparentado?–le pregunté.
–¿Con quién?
–¿Con Braxton, con Mason, conmigo?
–No. Ningún parentesco.
–¿Pero vives aquí?
Stone apretó la mandíbula. Parecía ofendido.
–Está muy unido a la familia –dijo Mason– y es vicepresidente de Kodiak Communications. Además, la casa es grande. Tenemos que llenarla con alguien.
Decir que era una casa grande era quedarse corta y llamar «habitación» al lugar donde me encontraba ahora mismo tampoco era muy apropiado. Era una suite espléndida con techos altos de vigas e hileras de ventanas en dos paredes. Tenía una cama enorme con dosel y un colchón grueso al que tendría que subirme dando un salto. En una esquina había un sofá, dos sillones de color crema y un par de mesitas de cristal. Una chimenea de mármol ocupaba gran parte de una pared y la zona del vestidor conducía a un baño impresionante con una bañera enorme, ducha y lavabo doble. Alguien llamó a la puerta.
–Adelante –grité imaginando que sería Mason.
La idea de acomodarnos en la zona de los sillones y conocerlo un poco mejor me resultó atrayente. Tenía preguntas sobre su padre, su familia, Alaska… y tal vez también sobre Stone, porque parecía dispuesto a hacer que mi estancia allí fuera lo más incómoda posible.
La puerta se abrió. No era Mason, sino Stone con mi maleta. Por la razón que fuera, había olvidado cuánto me había impactado su físico y de nuevo me dejó impresionada.
–¿Aquí? –preguntó acercándose a un pequeño banco a los pies de la cama.
Esa sola palabra hizo que me ardiera el pecho. Su presencia allí no solo cambió la temperatura de la habitación, sino que cambió la atmósfera, electrificándola.
Di un paso atrás para dejarle paso y tardé un segundo en lograr decir:
–Sí. Gracias.
Puso la maleta boca arriba y clavó en mí sus ojos azules.
–Eres lista –dijo con tono sarcástico–. Sabrás que solo tienes un par de días para conseguir lo que sea que intentas conseguir.
–¿Porque la prueba de ADN saldrá negativa?
–Conozco a Braxton desde hace casi veinte años. Jamás lo he visto mentir.
–Entonces ¿soy yo la que miente?
–Sí.
–A lo mejor mintió en eso y es muy bueno mintiendo.
–¿Tienes la desfachatez de venir a esta casa e insultarlo? –me dijo con tono amenazador.
Me sacudí el pelo con gesto desafiante.
–Sé lo que sé. Nada más. Y no tiene sentido seguir discutiendo.
Se me acercó.
–Dime qué quieres y te ayudaré. Yo soy con quien tienes que hablar para solucionar esto.
–No busco dinero.
–Es lo único que tiene sentido.
–Es lo único que no tiene sentido –quería acabar con esa idea de una vez por todas.
Me giré y abrí la maleta. Saqué el portátil de debajo de unos vaqueros.
–No va a servir de nada que me enseñes tus pruebas de ADN falsas.
–No te voy a enseñar las pruebas.
Sosteniendo el portátil en un brazo, lo encendí y entré en la web de East Sun Tech.
Se acercó para asomarse a mirar por encima de mi hombro. Me temblaban los dedos sobre el panel táctil. Notaba su calor y olía su aroma a bosque. Su cercanía hizo que un cosquilleo que no había sentido nunca me recorriera la piel.
–Mira –dije cuando apareció la imagen.
–¿Qué es esto? –me rozó el brazo con el suyo y el cosquilleo se multiplicó por mil.
Me costó disimular que estaba sin aliento.
–Es lo que vendemos a East Sun Tech. Mis amigos y yo.
Me quitó el portátil para verlo mejor.
–No lo entiendo.
–Yo antes trabajaba en un restaurante –me giré para mirarlo.
Parecía perplejo.
–Ahora East Sun Tech vende nuestro invento a través de proveedores y distribuidores de todo el mundo y nosotros nos llevamos los royalties –veía que seguía sin entenderlo–. Dinero, Stone. Mucho dinero. Lo mandan todos los meses y no sé qué hacer con todo.
Añadí eso último porque era cierto. Era lo que me había llevado hasta allí, así que era ridículo que Stone me ofreciera un chantaje para que me fuera.
–¿Eres rica?
Agarré el portátil y lo dejé en el banco.
–Soy… –estuve a punto de usar algún eufemismo, pero finalmente lo admití–: Sí, soy rica.
–¿Entonces a qué viene todo esto?