Deseos: Aventuras Indecentes - Malva B. - E-Book

Deseos: Aventuras Indecentes E-Book

Malva B.

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  • Herausgeber: LUST
  • Kategorie: Erotik
  • Sprache: Spanisch
  • Veröffentlichungsjahr: 2023
Beschreibung

Las y los protagonistas de estos relatos exploran los límites de su sexualidad alrededor del mundo. Juegos de roles, aventuras en vacaciones, desafíos a la heterosexualidad y muchos otros encuentros excitantes les esperan en estas noches de deseo."Se inclina hacia delante y me muerde suavemente el costado de mi cuerpo. Cruza mi vientre moviendo su lengua hasta que se desliza al ombligo. La gira. Parecemos dos gatos siameses en una danza armoniosa. Peace empieza a desabrochar mis jeans cortos, soltando los botones metálicos renuentes. Extiendo una pierna en un intento de evitar el inminente placer. Un placer que me abruma. Me sorprende. Un éxtasis que no puedo manejar en este momento..."Contiene los relatos: Luna de mielEl catedráticoSaliendo del armarioEl pabellón del deseoEl tríoAmigos horizontales y verticalesRosas rojasLa excursiónMadresAmigos con derechosEl amanteJugando roles-

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Malva B

Deseos: Aventuras Indecentes

Translated by Julia Gutiérrez

Saga

Deseos: Aventuras Indecentes

 

Translated by Julia Gutiérrez

 

Original title: Begär: Oanständiga berättelser

 

Original language: Swedish

 

Copyright ©2013, 2023 Malva B. and LUST

 

All rights reserved

 

ISBN: 9788726538052

 

1st ebook edition

Format: EPUB 3.0

 

No part of this publication may be reproduced, stored in a retrieval system, or transmitted, in any form or by any means without the prior written permission of the publisher, nor, be otherwise circulated in any form of binding or cover other than in which it is published and without a similar condition being imposed on the subsequent purchaser.

 

www.sagaegmont.com

Saga is a subsidiary of Egmont. Egmont is Denmark’s largest media company and fully owned by the Egmont Foundation, which donates almost 13,4 million euros annually to children in difficult circumstances.

Deseos 1: Luna de miel

"You guys are amazing", dice José, su cuerpo reluciente de sudor y su verga todavía dura, mientras camina los pocos metros al baño desde mi cama doble donde estoy con Jonathan.

Se rasca los huevos y pide prestado un cepillo de dientes. José es un madrileño ligeramente subido de peso, ligeramente calvo, de treinta y tres años de edad. Lo conocimos el año pasado cuando tomamos un paquete vacacional en Ibiza, donde nos inició en los misterios de los tríos.

"¿Tú también estás en camino a Ericsson?" pregunta Jonathan a José cuando hemos terminado el desayuno y nos estamos preparando para el primer día de trabajo de la semana. "En ese caso, puedes venir con Julia y conmigo."

Nuestro pequeño apartamento en Gamla Stan realmente no está muy bien situado para nuestro trabajo en Kista. Pero, incluso con nuestra boda pendiente en seis meses, no estamos dispuestos a renunciar al centro de Estocolmo por los suburbios del norte.

"Es su gran día a fines de mayo", mi papá nos sigue recordando. "¿Entonces van a regresar a casa?"

Mi papá es un Gotemburgués inmutable y no entiende cómo alguien puede abandonar voluntariamente la costa oeste de Suecia, donde el sol se pone sobre el océano y se puede conseguir pescado fresco siete días a la semana.

"Tal vez cuando empecemos una familia", contesto con evasivas, preguntándome a mí misma como sería tener no sólo a mi marido y a mi amante como compañeros de trabajo, sino también correr el riesgo de encontrarme con mi padre en las reuniones de trabajo.

Me río a carcajadas.

"¿Qué es tan gracioso?" pregunta Jonathan, mientras conducimos hacia el estacionamiento después de dejar a José.

"Tengo una reunión con mi jefa esta mañana. Espero poder concentrarme en lo que dice y que mi mente no se desvie a las actividades de anoche.”

"Siempre y cuando no gimas y grites, estarás bien", responde Jonathan con una sonrisa.

"¿Qué ven las mujeres en él?" sigo, señalando en la dirección de José, quien camina a paso lento hacia la puerta principal.

Sus pantalones anchos de hombre viejo destacan su culo flácido. En serio, ¿quién usa eso estos días? Su camisa no está planchada. ¡Y yo que solía pensar que el código de vestimenta era más estricto en España! ¿Aunque tal vez esa es la razón por la cual lo mandan a Estocolmo con tanta frecuencia? Se ve como una persona que hace demasiado de todo: trabajar, fumar, beber y follar. Un bon vivant, como diría él.

"Lo mismo que tú, supongo", responde Jonathan con una risita disimulada. "Simplemente parece ser un buen polvo."

"Sólo porque mantengo mis ojos cerrados y tomo tu mano", contesto, dándole una palmada cariñosa en el brazo.

Viajando en el ascensor hasta el cuarto piso, me pregunto si realmente soy tan superficial. ¿Cómo puede esta mujer controladora del departamento contable durante el día convertirse en la tipa ardiente que yacía entre dos hombres sudorosos hace un par de horas? Con la misma confianza con que me desnudo ante un prácticamente desconocido detrás de las persianas cerradas en la madrugada, me deslizo en la brillante sala de conferencias en el cuarto piso. Coloco mi iPad frente a mí en la gran mesa de madera, ovalada. Cuando mi jefa entra de prisa, levanto la mirada. Se derrumba en la silla, y como de costumbre, se limpia tres gotas de sudor de la frente.

Escucho parcialmente cuando parlotea sobre la hija de cuatro años, que se despertó con gripe, y la de un año que no se acostumbra a la guardería. Ella respira profundamente y coloca ambas manos sobre la mesa. Me da una mirada imponente y pregunta:

"¿Lista para hablar de los desafíos de esta semana?"

"Absolutamente”, respondo.

Concluida la jornada laboral, Jonathan y yo discutimos si es posible tomar un trago en Kista después del trabajo. Aunque hemos pasado juntos por allí a diario durante tres años, nunca hemos tenido tiempo de explorar el barrio por la noche.

"No es posible", afirma José cuando aparece veintiocho minutos tarde y todavía nosotros seguimos sin decidir. "Let’s go to Riche and have dinner", continúa. "Entonces, pueden dejar el coche allí. Debe costar una fortuna tomar un taxi desde Kista al Gamla Stan.”

"¿Qué hay de malo con el metro?" pregunto retóricamente, aunque estoy de acuerdo que Östermalm suena mucho más agradable que este gueto de vidrio y hormigón.

"Queremos champán", dice José un poco más tarde, antes incluso de que nos hayamos quitado los abrigos.

"Puedo recomendar una botella de Charles Lafitte, vintage 1999", responde el camarero.

"¿Cuánto es eso?" pregunta Jonathan.

"Cuarenta mil”, dice el camarero, sonriendo al ver la expresión horrorizada de Jonathan. "Sólo una broma. ¿Van a cenar con nosotros esta noche?"

"Claro. Yo invito”, responde José, sumergiéndose en el menú. "Sólo denos unos minutos, por favor."

"No puedes cenar en Riche y no probar las tostadas Skagen", le digo a José, señalando la descripción en inglés en su menú. "Uno de los chefs del buffet frío de este restaurante lo creó como un aperitivo en la década de 1950."

"¿Es suficiente por sí solo?"

"Tal vez no, pero creo que voy a empezar con eso de todos modos."

"OK, suena bien", dice José, tirando el menú y haciendo señas al camarero. "Hemos decidido.”

Un poco más tarde, la famosa sensación culinaria llega arreglada ingeniosamente en grandes platos blancos.

"¿Cuáles son sus planes de vacaciones de verano?" pregunta José.

"Nos vamos a casar a fines de mayo y luego iremos de luna de miel, pero no sabemos a qué lugar todavía", responde Jonathan.

"Vengan conmigo a Cap d'Agde por una semana."

"¿Cap dónde?", Jonathan y yo preguntamos al unísono.

"¿Y ustedes se llaman swingers?" murmura José, sacudiendo la cabeza. "Cap d'Agde es la capital del hedonismo. Echen un vistazo a este sitio web y me llaman cuando hayan tomado una decisión. “You won´t regret it. It´s an experience of a lifetime.”

Siete meses más tarde, un sábado a la mañana temprano, José estaciona un gran BMW negro fuera de nuestro hotel de Barcelona, acompañado de su nueva novia. Según nos había dicho, la chica es americana paquistaní, con un nombre tan inusual que ni Jonathan ni yo podemos recordarlo."

¿Cómo se pronuncia tu nombre?" pregunta Jonathan después de habernos presentado e ingresado en el coche.

"Diana", responde ella, dándole una mirada extraña.

Inmediatamente nos damos cuenta que ésta no es la misma chica con quien íbamos a pasar nuestras vacaciones. José ha encontrado una sustituta.

"¿De dónde eres?" pregunto.

"De las Islas Canarias", responde Diana.

"¡Qué hermoso!" exclamo, lo digo en serio."

José me sonríe en el espejo retrovisor, agradecido de que nos he sacado de la situación engorrosa que podría haber surgido.

En el transcurso de cuatro horas de charla y risas, cruzamos los Pirineos y la frontera entre España y Francia. Después del almuerzo y de una parada técnica finalmente llegamos al Mediterráneo y a la ciudad francesa de 2600 años de antigüedad y de poco más de veinte mil habitantes. Una población que se multiplica durante los meses de verano. En el pueblo nudista sólo, hacia dónde nos dirigimos, en las afueras de Cap d'Agde, la población se eleva a cuarenta mil.

Un portón alto de metal azul claro nos recibe. Alguien, en el edificio circular adyacente, presiona un botón. Escamas de pintura caen, cuando este se abre con lentitud y cruje ruidosamente. José estaciona el coche y desciende.

"Adelante, vamos a registrarnos”, dice, tomando a Diana de la mano.

Jonathan y yo los seguimos sigilosamente unos pocos metros detrás, como si subconscientemente estuviéramos evitando ser capturados por las cámaras de vigilancia. Bruscamente algunos hombres uniformados nos hacen pasar a un lugar comparable a una caseta de vigilancia grande o a una estación de esquí en los Alpes.

"Todos los visitantes deben registrarse", explica José, repartiendo formularios blancos parecidos a las solicitudes de visa estadounidense.

De pie en el mostrador de pared que se asemeja un escritorio de aula, llenamos nuestra información personal. Después de pagar la tarifa de estacionamiento, nos emiten un pase válido por la duración prevista de nuestra estadía. Conducimos hacia un universo paralelo.

“¡Oh my God!" exclamo presionando mi nariz contra la ventana del coche.

Avanzamos lentamente entre los residentes de la ciudadela: altos y bajos. Gordos y flacos. Viejos y jóvenes. Todo el lugar está lleno de ellos: en la playa, en la piscina, en las calles, entrando y saliendo de las tiendas. Cuarenta mil personas en un espacio relativamente pequeño es un montón de gente. Sobre todo si están todos desnudos. Incluso las señales de tráfico prohíben personas con ropa puesta.

"¡Deja de comportarte como si estuviéramos en el jardín zoológico de Kolmården!" murmura Jonathan.

“Fascinante, ¿eh?" ríe entre dientes José. "Lástima que no pudimos alquilar un apartamento privado. Dejaron pasar demasiado tiempo antes de tomar una decisión. Todo estaba completamente lleno. Así que tendremos que conformarnos con el hotel más pachuco en Europa.”

José no está exagerando. A pesar de los precios, el hotel ha visto días mejores. Probablemente fue uno de los primeros albergues construidos, cuando se fundó la ciudadela nudista en los años setenta, y no parece haber sido renovado desde entonces. Como en todas partes en Francia, las habitaciones son pequeñas. Jonathan, que creció en una casa palaciega en Saltsjöbaden, gime con claustrofobia.

"Don´t be mad, man", dice José, dando una palmada a Jonathan en el hombro. "Si te hubiera dicho dónde íbamos a hospedarnos, no habrías venido, ¿verdad? Pero no te preocupes: las personas en Cap d'Agde apenas usan sus habitaciones de hotel. Estaremos de retorno para recogerlos en veinte minutos, ¿de acuerdo?"

Después de una cierta cantidad de quejas, Jonathan comienza a desempacar y arreglar su ropa recién planchada en pilas ordenadas sobre la colcha sintética, color mierda. Abro la ventana en un lado de la habitación y la puerta del balcón en el otro en un intento desesperado de crear una brisa para limpiar la mezcla rancia de suciedad arraigada, humo y perfume barato. Jonathan me entrega el secador de pelo.

"¡Ay!" gritamos al unísono cuando nuestras manos se encuentran y la descarga eléctrica sacude nuestros cuerpos.

El secador de pelo cae en los pocos metros cuadrados del piso de la habitación, que no están cubiertos con la alfombra floreada de pared a pared. La carcasa de plástico se rompe en dos con un sonido desgarrador.

"¿En qué diablos nos hemos metido, Julia?" pregunta Jonathan con un suspiro.

Ambos colapsamos sobre el borde de la cama, que es tan suave que casi terminamos en el suelo.

"¿Qué es lo próximo, una lesión en la espalda?" exclamo, en un intento de humor, aunque lo que realmente quiero hacer es llorar.

Meses de expectativa acumulada. Anticipación durante el largo viaje. ¡Y ahora esto!

De pronto José está parado en la puerta. Da un paso por encima del umbral y camina hacia nosotros en su forma un poco vacilante, casi nerviosa, su verga se balancea mientras camina. Se detiene junto a nuestra cama y se rasca los huevos.

¿Por qué no puede golpear la puerta? pienso. Y ¿por qué está siempre rascándose los huevos?

José señala la ropa apilada sobre la cama:

"Ustedes no van a necesitar eso, ¿se dan cuenta? ¿Se han percatado que estamos hospedados en una ciudadela nudista? Vengan ahora. Nos vemos en la piscina.”

Jonathan y yo nos miramos el uno al otro y nos echamos a reír.

"An experience of a lifetime, it is", dice Jonathan, levantándose. "Sabes que te quiero más que a nada en el mundo, ¿no?" continúa, sosteniendo mi cara entre sus manos. "Quiero decir, por si acaso no sobrevivo esta aventura."

"Por supuesto que vamos a sobrevivir. La diversión comienza aquí", respondo, besándolo en la nariz.

Jonathan y yo caminamos abajo con toallas de playa envueltas alrededor de las caderas.

"Bonne journée”, dice la recepcionista, la primera persona vestida que hemos visto desde los serios guardias de seguridad.

Diana está sentada en el borde de la piscina, refrescando sus pies. Me siento aliviada al ver que ella todavía tiene puesta la parte inferior del bikini. Me siento a su lado, haciendo lo mismo.

"¿Has estado aquí antes, también?" pregunto.

"No, sólo conozco a José desde hace cuatro meses."

Jonathan se acuesta en una cama de sol junto a José, dejando que una esquina de la toalla cubra sus genitales. Trata de parecer natural y casual, pero José ríe:

"Y yo que pensaba que los suecos eran liberales", resopla. "¡Salud!"

Después de dos o tres piñas coladas, nadie se da cuenta que es la primera vez que Jonathan y yo visitamos este lado de SaintTropez. Las toallas caen cuando vamos de paseo a la playa. Nos caminamos por la calle - completamente desnudos. José está hablando animadamente por teléfono con su jefe. Como siempre. Él lleva su computadora portátil bajo el brazo. Cuando José no está follando, está trabajando. Siempre.

"La playa se divide en tres secciones invisibles", explica José. "Vamos al otro extremo, donde están los swingers.”

Entendemos lo que quiere decir cuando caminamos por delante de los Dupont, los González y uno o dos Svenssons en sus trajes de nacimiento. Mamá, papá y los niños toman sol al desnudo, felices. Algunos de ellos incluso han traído a su perro.

Varios cientos de metros más adelante, entramos en el territorio de los homosexuales. Hombres guapos posan en la orilla del agua, admirándose mutuamente los músculos finamente tonificados. Las aguas saladas los salpican y blanquean sus cuerpos sin vellos. Huelen a mármol. Huelen a dioses griegos.

"¿Por qué, tú y yo no nos quedamos aquí?" pregunto a Diana mientras le guiño un ojo en complicidad.

Diana me mira fijamente, sin comprender.

"No sólo es estúpida, sino que no tiene absolutamente ningún sentido del humor" le susurro a Jonathan.

"Pero es joven y bonita", responde como consuelo. "No estamos realmente aquí para charlar con ella."

"Deberíamos haber traído un picnic", digo. “¡Dios mío, qué recorrido!"

"Es bueno hacer algo de ejercicio después de ese viaje tan largo. Pero mi espalda ya está comenzando a quemarse", responde Jonathan.

"Tan pronto encontremos nuestro lugar, te pondré protector solar."

"¿Qué demonios está pasando?" grito, después de estar finalmente instalados bajo una sombrilla en el extremo correcto de la playa.

La arena entra en mis ojos cuando una veintena de hombres desnudos, regordetes pasan corriendo detrás de otro hombre desnudo que hace señales con una bandera verde arveja y sopla un silbato. De repente el primer hombre se detiene delante de una duna de arena en diagonal a nosotros.

"Vengan a ver esto", dice José, y los tres lo seguimos, como si fuera Dick en “Los cinco famosos.”

Esto es demasiado, pienso cuando veo la pareja follando en la duna.

Se me hace muy difícil ver algo sexy acerca de dos criaturas de Irlanda de una palidez enfermiza, de mediana edad, follando. Sin embargo, la redada demuestra ser increíblemente eficaz, y en pocos minutos están rodeados de hombres viejos que se masturban. Uno a uno arroja chorros de semen blanco sobre la mujer. Se mezcla con la arena, y me estremezco al pensar cómo debe rozar e irritar.

"Quiero volver a casa antes de vomitar", por fin anuncio.

"Don´t be such a party pooper", dice José.

"José, there is no party to poop", respondo con ira mientras comienzo a empacar mis cosas.

Jonathan me ayuda.

"Nos vemos esta noche", les dice a José y Diana.

"¿No vienes a Nat Hamman?"

"¿Qué es eso?"

"Un sauna, pero durante el día funciona como un club de sexo. Vamos allí en breve.”

"No, vamos a conservar nuestra energía para esta noche", responde Jonathan, poniendo su brazo alrededor de mi hombro.

"¡Ay!" murmura.

"¿También te has quemado con el sol?"

"Así parece.”

"Deberíamos de haber conseguido un bronceado base antes de venir."

"¿De los ocho días de sol en Estocolmo?"

"Hay salones de bronceado, ¿no?"

Caminamos de regreso al hotel en silencio. Me doy cuenta que ya estoy empezando a notar lo extraño que parece la gente vestida, aunque nosotros también estamos luciendo pareos blancos finos para protegernos del calor.

Nos detenemos en el supermercado para comprar Coca-Cola y antipasto para nuestra cena. Huele a pan recién horneado en la pastelería de al lado.

"Lamento haber estado tan malhumorada", le digo a Jonathan. "Probablemente sólo estoy hambrienta."

"Yo también pienso que fue bastante asqueroso."

"¿Viste cómo se tambaleaba el culo del tipo?"

"¡Sí! Y el vientre de la mujer prácticamente sobresalía de su coño. Apenas podías verlo.”

Nos topamos con uno o dos clientes desnudos entre los estantes, y me pregunto a mí misma cómo se propaga la salmonella.

Después de una siesta en el hotel, salimos al bullicio nocturno de los bares, restaurantes, boutiques de moda y tiendas de sexo. Hay cinco clubes de swingers en un radio de unos pocos cientos de metros. L'Extasia, uno de los clubes de swingers más famosos del mundo, se encuentra a unos diez kilómetros fuera de la ciudad. Aunque el baile al aire libre en un antiguo viñedo suena tentador, esta primera noche decidimos visitar Le Glamour. Ya hemos pasado suficiente tiempo en el coche ese día, así que optamos por una breve caminata por la noche.

Le Glamour es elegante. Siento como si estuviera en una tienda italiana de diseño interior en Stureplan en Estocolmo, atendida por supermodelos, que han volado desde París y Nueva York. ¡Increíble lo que un poco de maquillaje y un corte de ropa negra puede hacer! No se ve ni un gramo de exceso de grasa, ni una arruga. Las personas desnudas probablemente son lo menos excitante que hay, y estoy muy agradecida que todo el mundo está vestido. Los espacios grandes crean una sensación aireada, a pesar que tiene que haber más de quinientas personas en el lugar. Todos amigables. Sonrientes. Me siento cómoda.

Recogemos nuestras bebidas de bienvenida en el bar y tomamos asiento en sillones de felpa púrpura. Tomo un sorbo. Sabe a jugo de fruta. El barman ha sido tacaño con el licor. Pero el jugo tiene buen sabor, y el efecto del placebo es el mismo que el del licor real.

Jonathan es un buen bailarín, aunque renuente. Me toma un tiempo persuadirlo para que se una a mí en la pista de baile. Como José y Diana no llegan, después que hemos estado bailando durante media hora, Jonathan pierde la paciencia y sugiere que intentemos nuestra suerte por nosotros mismos. En el sótano. Hemos escuchado que es donde se desarrolla la acción.

Sosteniéndome firmemente de la barandilla, desciendo las escaleras con cautela en mis zapatos de tacones altos. Un escalón a la vez. Me siento como cuando era niña y dormí en la casa de mi mejor amiga por primera vez. Fue muy duro cuando mi mamá me dejó por mi cuenta, pero sabía que tenía que quedarme, porque después de un rato lo pasaría muy bien, y si no lo intentaba lo lamentaría toda mi vida.

A medio camino, me detengo y miro a Jonathan. Se ve tan asustado como yo. Nos tomamos de la mano, y después de lo que parece una eternidad, llegamos a la planta baja, donde nos encontramos con dos guardias de seguridad con uniformes negros. Ellos revisan para asegurarse que nadie está ingresando alcohol furtivamente o está demasiado borracho, y que las normas se siguen: La sección de la derecha da la bienvenida a parejas solamente. Los hombres solos tienen que ir a la izquierda.

Primero, decidimos dar una vuelta a la derecha. Es como entrar en un laberinto compuesto por una docena de camas muy altas, amplias con colchones gruesos. En cada colchón, hay por lo menos tres o cuatro parejas que se encuentran entrelazadas en posiciones complejas. En la penumbra, es imposible decir qué parte del cuerpo le pertenece a quién. De repente, el término "orgía" toma significado. Es como ver una película porno en IMAX. Sólo que mejor. Más humano. Los actores de plástico, el melodrama y repeticiones mecánicas de una película porno se han cortado. Huele a sábanas recién lavadas.

Un hombre de unos veinticinco años revolotea sus brazos y maldice en francés cuando la ansiedad de rendimiento lo traiciona. Su novia, que está ocupada con una mujer de la misma edad al lado de ellos, se apresura a ayudarle a ponerse en marcha de nuevo. Un hombre un poco mayor le da al tipo una palmada amistosa en el hombro y murmura algo a su oído. Como un jugador de fútbol consolando a su compañero de equipo. Me esfuerzo por mantener la boca cerrada y no mirar.

"Quieren que los observemos", dice Jonathan, tratando de sonar mundano, cuando yo, con un falso sentido de respeto, empiezo a seguir adelante.

Jonathan me aprieta la mano, llenándome de sentimientos cálidos hacia él y todos a mi alrededor. Me relajo. Los colchones me rodean, no sólo en un sentido físico. Absorben todos los ruidos que distraen, como una manta de nieve en invierno. Se siente como acunada en un capullo.