Doble identidad - El peligro sienta bien - Annette Broadrick - E-Book

Doble identidad - El peligro sienta bien E-Book

Annette Broadrick

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Beschreibung

Doble identidad Acostumbraba a amarlas y después las abandonaba... Jude Crenshaw era el hombre perfecto para aquella misión. Su increíble atractivo serviría para cautivar a la dulce e inocente Carina Patterson. El aguerrido agente secreto estaba seguro de que conseguiría la información que necesitaba antes de que nadie saliera herido. Pero Carina consiguió llegar hasta lo más hondo de su corazón. Si hacía su trabajo estaría traicionándola y podría incluso destruir a su familia. Pero tampoco podía marcharse y alejarse de ella… El peligro sienta bien Él huía de su pasado; ella, de su vida... El agente Jase Crenshay sabía que nadie lo buscaría en aquella aislada cabaña. Necesitaba soledad; ni familia, ni amigos preocupados… nadie que lo culpara de nada. Las heridas de su cuerpo no tardarían en curarse, pero las de su alma eran otra historia. Aunque era evidente que la mujer que apareció de pronto en su puerta necesitaba ayuda, Jase prometió que sólo la dejaría refugiarse de la tormenta. La inocencia y la ternura de Leslie O'Brien eran mucho más de lo que él merecía. Pero aquel inesperado encuentro podría salvarlos a ambos…

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Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación

de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción

prevista por la ley.

Diríjase a CEDRO si necesita reproducir algún fragmento de esta obra.

www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47

 

Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Avenida de Burgos, 8B - Planta 18

28036 Madrid

 

© 2022 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

N.º 498 - agosto 2022

 

© 2005 Annette Broadrick

Doble identidad

Título original: Double Identity

 

© 2005 Annette Broadrick

El peligro sienta bien

Título original: Danger Becomes You

Publicadas originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta

edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto

de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con

personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o

situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Harlequin Deseo y logotipo Harlequin son marcas registradas por

Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas

con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de

Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos

los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.: 978-84-1141-037-3

Índice

 

Créditos

 

Doble identidad

Capítulo Uno

Capítulo Dos

Capítulo Tres

Capítulo Cuatro

Capítulo Cinco

Capítulo Seis

Capítulo Siete

Capítulo Ocho

Capítulo Nueve

Capítulo Diez

Capítulo Once

Capítulo Doce

Capítulo Trece

Capítulo Catorce

Capítulo Quince

Capítulo Dieciséis

Epílogo

 

El peligro sienta bien

Capítulo Uno

Capítulo Dos

Capítulo Tres

Capítulo Cuatro

Capítulo Cinco

Capítulo Seis

Capítulo Siete

Capítulo Ocho

Capítulo Nueve

Capítulo Diez

Capítulo Once

Capítulo Doce

Capítulo Trece

Capítulo Catorce

Capítulo Quince

Capítulo Dieciséis

Epílogo

 

Si te ha gustado este libro…

Capítulo Uno

 

 

 

 

 

En un piso de Fort Meade, Maryland, sonó el teléfono a las siete en punto de la mañana y despertó a Jude Crenshaw, que estaba profundamente dormido.

–Diga –murmuró con los ojos todavía cerrados.

–Lo llamo de la oficina de la señora Kincaid –le dijo una voz–. Espere un momento, por favor.

Kincaid era su supervisora en la Agencia de Seguridad Nacional. Jude llevaba cuatro años trabajando para aquella institución que lo había contratado como civil al dejar el ejército, en el que había servido en operaciones especiales.

Hasta hacía seis meses, momento en el que lo habían ascendido a un cargo de supervisor, había estado siempre activo en misiones.

No tenía ni idea de por qué Jackie Kincaid querría hablar con él tan pronto, pero se incorporó, se frotó los ojos y se levantó de la cama.

–¿Jude? Hola, soy Jackie. Perdona por llamarte tan temprano. Intenté ponerme en contacto contigo ayer, pero no me fue posible. Quise dejarte un mensaje en el contestador del teléfono móvil, pero no pude.

–Estaba en la Costa Oeste. He vuelto de madrugada –le explicó Jude.

–Ya sé que esta semana estás de vacaciones, pero ha surgido algo y necesito que vengas.

–¿De qué se trata?

–Tenemos una reunión interdepartamental a las nueve y quiero que acudas.

–¿Con qué departamento?

–Con el de Lucha Antidroga.

–¿Estás de broma?

–Desgraciadamente, no. ¿Te da tiempo de llegar para las nueve?

–Claro que sí –contestó Jude bostezando.

–Muy bien. Entonces, nos vemos dentro de un rato.

Jude se puso en pie y se estiró. Su cuerpo todavía no se había acostumbrado al cambio de horario y le estaba costando un poco reaccionar, así que fue a la cocina a prepararse un café.

Mientras se hacía, se dirigió al baño a ducharse y, al mirarse al espejo, decidió que no le iría nada mal cortarse el pelo.

Había estado mucho tiempo al aire libre en el sur de California y ahora tenía la piel muy bronceada y el pelo más rubio que nunca.

Tras ducharse y afeitarse, se vistió y volvió a la cocina por su dosis de cafeína. Tras tomarse una taza, metió lo que sobraba en un termo para llevárselo a la oficina.

A continuación, bajó al garaje donde tenía un maravilloso Porsche último modelo que, por desgracia, se pasaba más tiempo allí metido que en la carretera.

Jude se puso al volante en dirección al complejo de la Agencia de Seguridad Nacional y, mientras se tomaba una segunda taza de café, decidió que aquel día el atasco no lo iba a enfadar.

Cuando llegó a la oficina, subió a su despacho, ojeó el correo y se dirigió al despacho de Kincaid.

Al llegar, su secretaria lo miró y sonrió.

–Bienvenido a casa, ojos azules –lo saludó Justine–. Vaya, qué bien te sienta estar moreno.

–Gracias –sonrió Jude–. He quedado con Jackie.

–Acaba de llegar –contestó Justine–. Estás muy guapo. Seguro que las chicas te persiguen por la calle –bromeó la secretaria.

Jude sonrió y avanzó hacia la puerta del despacho.

Justine tenía treinta y tantos años, estaba felizmente casada y era madre de tres hijas. Desde que había conocido a Jude, siempre le había dicho que le encantaría tenerlo como yerno si estaba dispuesto a esperar a una de sus hijas.

Al entrar en el despacho de Jackie, Jude vio a tres hombres y a una mujer sentados frente a la mesa de su supervisora. Al oír que la puerta se abría, se giraron y Jude vio que estaban muy serios.

Uno de los hombres se puso en pie y fue hacia Jude. Tenía casi cincuenta años, el pelo oscuro con algunas canas y no dudó en hacer un repaso visual de Jude de pies a cabeza.

–Jude, te presento a Sam Watson, del Departamento de Lucha Antidroga. Éstos son tres de sus agentes: John Greene, Hal Pennington y Ruth Littlefield.

Acto seguido, los tres agentes se pusieron en pie y Jude les estrechó la mano.

–Ahora que estamos todos, vayamos a la sala de conferencias, que tendremos más espacio –propuso Jackie guiándolos fuera de su despacho–. Sam, explícale a Jude por qué querías hablar con él –añadió una vez estuvieron todos sentados en la sala de conferencias.

Watson sonrió, lo que transformó su rostro, y Jude pensó que debía de ser más joven de lo que parecía a primera vista.

–Gracias, Jackie –dijo girándose hacia Jude–. Tengo un grave problema en la oficina de San Antonio. Uno de mis agentes murió la semana pasada y tenemos razones para creer que otro de nuestros agentes está involucrado en su muerte.

–Vaya –se lamentó Jude.

–Necesito a alguien en quien pueda confiar para que se venga con nosotros de incógnito. Estaba buscando y he visto tu expediente. He visto que has trabajado en operaciones especiales durante varios años.

–Así es.

–También he visto que eres de Texas.

Jude sonrió.

–No lo puedo negar.

–Por lo visto, provienes de una familia bastante conocida de allí.

–Sí, es que somos muchos.

–Eres ideal para lo que quiero hacer.

Jude asintió y esperó.

–Mira, lo que te propongo es lo siguiente. Llevamos varios meses investigando a una familia que se apellida Patterson. Son dueños de un negocio de importación y exportación que creemos que es una tapadera de contrabando de armas y drogas. Gregg, el agente al que han asesinado, era una de las personas que estaba trabajando para conseguir pruebas contra los Patterson porque queremos encerrarlos cuanto antes, sobre todo porque sospechamos que han sobornado a un agente o dos para que hagan la vista gorda. Se nos adelantan hagamos lo que hagamos, así que es evidente que tienen un topo dentro de nuestro grupo. Hemos entrado varias veces en su empresa y nos han denunciado por molestarlos porque afirman ser empresarios honestos –le explicó Watson bebiendo agua–. Dos días antes de morir, Gregg se saltó la cadena de mando y contactó directamente conmigo alegando que sospechaba de otros dos agentes. Tenía la sensación de que no me estaban llegando los resultados de la investigación y quería averiguar qué estaba pasando. Yo le dije que me llamara en cuanto supiera algo, pero aquélla fue la última vez que hablamos porque unos días más tarde se mató en un accidente de coche.

–Parece que alguien se dio cuenta de que había hablado con usted.

–Sí, así que he fingido que creía que, efectivamente, la muerte de Gregg había sido un accidente y les he dicho a los agentes locales que no investiguen. Supongo que los Patterson se creerán que nadie los está vigilando actualmente.

–¿Y qué quiere que haga yo en todo esto? –preguntó Jude con el ceño fruncido.

–Necesitamos a una persona de confianza y acostumbrada a realizar operaciones de incógnito porque, en realidad, nosotros queremos seguir con la investigación. John, Hal y Ruth son agentes de Virginia y serán tu equipo. Nadie de San Antonio los conoce, así que son perfectos para averiguar quién mató a Gregg. Lo que queremos es que alguien se pueda acercar a la familia Patterson sin levantar sospechas. Cuando leí tu expediente, le pedí a Jackie que te vinieras a trabajar con nosotros unos meses.

–Hace ya algún tiempo que no participo en ninguna misión de incógnito –le advirtió Jude.

–Sí, pero, por lo que he leído, eras muy bueno, así que no creo que se te haya olvidado.

–Si he entendido bien, quiere que vaya a San Antonio por mi cuenta, me integre en la familia Patterson y encuentre pruebas de actividades ilegales.

–Así es.

–¿Y ha pensado cómo puedo hacer para acercarme a ellos?

–Sí. Uno de los miembros de la familia es una chica de veinticinco años que está soltera. La idea es que salgas con ella. De ser así, no creo que los demás sospechen nada cuando te vean constantemente.

–¿Y si ella no quiere salir conmigo?

–Viendo lo guapo y encantador que eres, seguro que no tienes problema para convencerla. Una vez que consigas la primera cita, haz todo lo posible para verla a menudo.

Jude miró a los otros tres agentes y se dio cuenta de que Ruth parecía divertida.

–He trabajado como agente de incógnito muchas veces, pero no soy un hombre al que se le den especialmente bien las mujeres –se excusó Jude.

–Pues ya puedes ir aprendiendo porque ésa va a ser precisamente tu nueva imagen. Hemos alquilado una gran casa para los cuatro en una urbanización cerrada con seguridad privada.

–¿Quiere que me haga pasar por un ligón?

–Efectivamente. Tienes que hacer ver que eres un playboy con mucho tiempo libre. Ah, y debes fingir también que te interesa el arte.

–¿El arte?

–Sí, la chica es pianista. Se llama Carina. Estaba en tercero de carrera en Juilliard cuando su padre se puso enfermo y volvió a San Antonio. Ahora vive allí y tiene idea de acabar sus estudios el año que viene. Debes dar a entender que te interesa la música y que donas dinero a causas benéficas. Eso te ayudará a acercarte a ella, lo que es fundamental si queremos encerrar a esos tipos.

–¿Ella también está metida en el contrabando?

–No lo sabemos. Podría ser. Una parte de tu trabajo será averiguarlo.

Jude asintió.

–Está bien. Si usted cree que puedo ayudar en algo, lo haré.

–Estupendo –contestó Sam poniéndose en pie.

Todos los demás hicieron lo mismo. Sam abrió el maletín que había dejado sobre la mesa y entregó a Jude varios documentos.

–Aquí tienes un dossier sobre cada miembro de la familia.

–¿Cuándo quiere que empiece? –preguntó Jude guardándose los papeles.

–Ayer –contestó Sam sonriendo con ironía.

–Entendido –asintió Jude.

Capítulo Dos

 

 

 

 

 

Seis meses después

 

Jude la vio en cuanto Carina Patterson entró en la fiesta.

Se trataba de una mujer menuda, que había elegido para aquella velada que iba a amenizar la orquesta sinfónica de San Antonio un vestido rojo sin mangas de corte oriental, que enfatizaba su piel blanca y su pelo negro.

Era más guapa en persona que en las numerosas fotografías que Jude tenía de ella y se quedó mirándola mientras Carina hablaba con varios invitados, dándose cuenta de que su belleza natural se veía acrecentada por su encanto y su maravillosa sonrisa.

Mientras la observaba, Jude se dio cuenta de que Carina caminaba con una gracia personal muy especial. Era como si aquella mujer anduviera al ritmo de una música que sólo ella escuchaba.

Jude estaba junto a la barra, conversando con varios empresarios de San Antonio.

–Jude, muchas gracias por lo que has hecho por la orquesta –le agradeció Graham Scott, el alcalde de San Antonio–. Llevaban mucho tiempo sin fondos.

–De nada. ¿Para que está el dinero cuando uno lo tiene? –contestó Jude haciendo reír a los presentes.

Desde que había llegado, se había esmerado en construir la imagen de un playboy rico e indolente, había acudido a todas las exposiciones de pintura, a todos los museos y a todos los conciertos.

También se había preocupado por que lo vieran cada vez con una mujer diferente y siempre guapas, por supuesto. Así, había conseguido salir constantemente en las páginas de sociedad de la prensa local.

Todos aquellos empresarios desaprobaban su estilo de vida, pero eran unos cínicos que no querían tener ningún problema con la famosa familia Crenshaw así que fingían que lo aceptaban en su círculo.

Incluso lo invitaban a jugar al golf.

Había llegado el momento de dar un paso más.

Jude siguió mirando a Carina mientras ella se acercaba a su mesa, donde la estaban esperando sus padres, y esperó a que se produjera una pausa en la conversación.

–¿Quién es esa chica de pelo oscuro que lleva el vestido rojo? –preguntó señalando a Carina.

–Es Carina Patterson, la hija de Christopher Patterson –contestó Clint Jackson, un concejal del Ayuntamiento–. Chris y Connie, su mujer, no suelen salir mucho. Me alegro de que hayan venido.

Jude se quedó pensativo unos instantes.

–Su nombre no me dice nada. ¿Quién es?

–Chris tiene un negocio internacional de importación y exportación. Compra y vende muebles, alfombras, figuras de mármol y todo tipo de antigüedades –le explicó otro de los contertulios–. Hace dos años, le dio un derrame cerebral, dejó de trabajar, y les dejó el negocio a sus hijos Alfred y Ben.

–La chica se parece mucho a su madre. Las dos son bellezas muy exóticas –comentó Jude.

–Connie Patterson proviene de una familia mexicana de mucho dinero –le explicó Clint–. Por lo visto, Chris se enamoró de ella a primera vista.

–No me extraña –sonrió Jude–. Su hija es realmente guapa. ¿Sabéis si tiene novio?

–No, me parece que no –contestó el concejal–. En cualquier caso, por si se te ha pasado por la cabeza acercarte a ella, te advierto que sus hermanos, que son bastante mayores que ella, la protegen mucho. No creo que les hiciera ninguna gracia ver sufrir a su hermana.

–¿No crees que esté a su altura? –bromeó Jude.

–Yo no he dicho eso –contestó Clint chasqueando la lengua–. Eres un Crenshaw, pero tienes fama de mujeriego. Lo cierto es que eres un soltero de oro y a las mujeres les encanta salir contigo –añadió–. Mi mujer no para de decirme que pareces un actor y que eres un encanto. Yo, como no eres mi tipo, me tengo que fiar de ella.

Aquello hizo reír a Jude.

–Lo único que te digo es que, si sus hermanos creen que le estás tomando el pelo, te lo van a hacer pasar muy mal.

–Gracias por la advertencia. ¿Te importaría presentármela?

–Claro –contestó el concejal avanzando hacia la mesa de los Patterson–. Veo que no te asustas fácilmente.

–Claro que no –contestó Jude.

En el trayecto, tuvieron que parar varias veces porque mucha gente quería darle las gracias a Jude por haber organizado aquella velada. Cuando, por fin, llegaron a la mesa de los Patterson, Jude se percató de que los hermanos de Carina y sus mujeres habían llegado.

–Buenas noches, Chris –saludó Clint al patriarca–. Me alegro mucho de verte –añadió estrechándole la mano.

–No me habría perdido esto por nada del mundo –contestó Patterson tendiéndole la mano izquierda.

–Te quiero presentar a Jude Crenshaw, que ha sufragado los gastos de esta velada –añadió Clint–. Jude, te presento a Christopher Patterson, a su encantadora mujer, Connie, a su guapísima hija Carina, a su hijo Alfred, a su nuera Marisa, a su otro hijo, Ben y a su otra nuera, Sara.

Aquél era un golpe de suerte con el que Jude no había contado. Conocer a toda la familia a la vez bien merecía los esfuerzos que había tenido que hacer para organizar aquella velada.

–Es un placer conocerlos –les dijo estrechando la mano de todos.

–Gracias por organizar esta cena –le dijo Carina.

–De nada, señorita Patterson –contestó Jude guiñándole un ojo.

Carina lo miró sorprendida al principio, pero sonrió.

Con el rabillo del ojo, Jude se dio cuenta de que su hermano Al los estaba mirando y, fingiendo que no se había percatado, se giró y volvió a la barra con Clint. Una vez allí, pidieron otra copa y se dirigieron a su mesa.

La cena resultó ser de primerísima calidad y los discursos no fueron demasiado largos, algo que Jude agradeció sobremanera.

Cuando acabó de cenar, se excusó de su mesa y se dirigió hacia la de los Patterson, en la que sólo estaban los padres de Carina.

–Buenas noches de nuevo –los saludó–. Señora Patterson, ¿le gustaría bailar conmigo?

La madre de Carina se sonrojó levemente y asintió.

–No le importa, ¿verdad? –añadió Jude mirando a su marido.

–Claro que no, hijo –contestó Chris Patterson–. Una sola cosa. No olvides que yo la vi primero –bromeó.

Jude asintió y le tendió la mano a la madre de Carina, que la aceptó y lo acompañó a la pista de baile.

–Gracias a usted, señor Crenshaw, la velada de hoy ha sido todo un éxito. Todos le estamos muy agradecidos –le dijo.

Jude sonrió encantado.

–Por favor, llámeme Jude.

–Lo haré si tú me llamas Connie.

–Muy bien, trato hecho –contestó Jude–. Bailas muy bien, Connie.

–A Christopher y a mí siempre nos ha gustado mucho bailar –le explicó la madre de Carina con tristeza–. Sin embargo, desde que tuvo el derrame cerebral no puede bailar mucho y lo echa mucho de menos. Yo también, así que te agradezco mucho que me hayas sacado.

–Todo un placer –contestó Jude.

En aquel momento, terminó la pieza que estaban bailando y la orquesta comenzó a tocar otra balada.

–¿Y tú crees que le importaría que bailásemos una más o se va a encontrar muy solo?

–No está solo. Está con Carina –sonrió Connie.

Jude miró hacia la mesa y comprobó que, efectivamente, su hija había vuelto. Cuando terminaron de bailar, Connie y Jude se reunieron con ellos.

–Qué gusto me da verte bailar, cariño –le dijo Chris a su esposa–. Quiero que aproveches y que no te preocupes por mí.

–Estoy un poco cansada –contestó Connie sentándose a su lado–. Gracias, Jude.

–De nada –contestó Jude girándose hacia Carina–. Señorita Patterson, ¿me concede este baile?

–Sí –contestó Carina aceptando la mano que Jude le tendía.

Una vez la pista de baile, Jude la tomó entre sus brazos y comprobó que era más menuda que su madre ya que apenas le llegaba por el hombro. Aquella chica tenía una estructura ósea de lo más delicada, lo que le recordaba a una figura frágil y exquisita.

–Muchas gracias por sacar a mi madre a bailar.

–Sí, me acaba de comentar que solía bailar mucho con tu padre.

–Sí, la verdad es que daba gusto verlos. Los dos lo echan mucho de menos.

–¿Hace cuánto que tuvo el derrame cerebral?

–Hace dos años. Siempre ha sido un hombre muy activo y sano y a todos nos tomó por sorpresa. Estuvo a punto de morir, pero, al final, consiguió sobrevivir. Tiene mucha fuerza de voluntad y hace todo lo que puede para mantenerse en forma.

–Tengo entendido que tiene un negocio de importación y exportación que va muy bien –comentó Jude en tono casual.

–Sí, pero ahora lo llevan mis hermanos. Desde que lo dirigen ellos, lo cierto es que ha crecido mucho. Por supuesto, lo mantienen informado de todo.

–Menos mal que los tiene a ellos.

–Sí, ha sido una gran ayuda.

–¿Y tú? ¿Tú sales mucho?

–No, no mucho –sonrió Carina.

–¿Y estarías dispuesta a hacer una excepción conmigo?

Carina lo miró sorprendida.

–¿Me estás pidiendo que salga contigo?

–Sí. Supongo que, como les ha pasado al resto de los presentes, me he fijado en ti en cuanto has llegado. Admito que he obligado a Clint a que me presentara a ti y a tu familia. Lo cierto es que me gustaría mucho volver a verte.

Cuando terminó la canción que estaban tocando y empezó otra, Jude siguió bailando y Carina no hizo ningún amago ni ningún comentario para volver a su mesa.

–¿Qué tenías pensado? –le preguntó por fin.

Aquello hizo reír a Jude.

–Te aseguro que mis intenciones son bastante inocentes. Había pensado en salir a cenar. Por ejemplo, si puedes, el sábado.

–Sí, parece un plan inocente –contestó Carina.

–Te doy mi palabra de boy scout de que conmigo estás a salvo –le aseguró Jude dándole un par de vueltas en el aire.

–Bailas muy bien –comentó Carina.

–Gracias –contestó Jude–. A mi madre le hubiera encantado que le dijeras eso. No era uno de sus mejores alumnos, pero hacía lo que podía.

–¿Eres músico? Lo digo porque tienes un ritmo natural que es propio de los músicos.

–Me temo que no. El único instrumento que toco es la radio.

–Y, aun así, eres un mecenas de las artes.

–Bueno, no soy cura y también doy dinero a la iglesia.

–Eso ha estado bien –rió Carina.

–¿Qué te parece si me das tu número de teléfono y hablamos esta semana? –le preguntó Jude cuando terminó la música.

–Mira, te doy mi tarjeta de visita –contestó Carina sacándose una tarjeta de un minúsculo bolsillo–. Ahí tienes mi número. Los sábados suelo pasarlos en casa de mis padres, así que tendrías que pasar a buscarme por allí.

–Sin problema –contestó Jude acompañándola a su mesa–. Quiero que sepas que me apetece mucho volver a verte –le dijo al oído mientras Carina se sentaba–. Me alegro mucho de haberlos conocido –se despidió de sus padres.

Los señores Patterson se despidieron de él amablemente y Jude volvió a su mesa. Cuando terminó la velada, estaba cansado y se quería ir a casa, así que, tras despedirse de varias personas, se montó en su coche deportivo y enfiló la autopista en dirección norte.

La agencia había alquilado una casa en las colinas que había junto a la ciudad y desde allí había una vista magnífica.

Estaba Texas, a no más de dos horas del rancho de su familia, a la que no veía muy a menudo. Sabían que estaba trabajando en una misión de incógnito y no insistían para que fuera porque siempre habían sido muy respetuosos con su trabajo, pero él los echaba de menos.

Cuando llegó frente al muro de piedra que rodeaba la casa, marcó el código de seguridad desde el coche y entró. Una vez en el garaje, comprobó que los vehículos de sus compañeros ya estaban allí y supuso que estarían durmiendo, lo que él quería hacer en cuanto hubiera hablado con su jefe.

Una vez dentro de casa, se dirigió al salón, donde había una gran pantalla en la que volcaban las imágenes las diversas cámaras de seguridad que había repartidas por la propiedad. También había varios ordenadores encendidos. Uno recolectando datos, otro calculando probabilidades y otro esperando instrucciones.

Una vez allí, Jude marcó un número de teléfono y el interlocutor contestó al primer timbre. Sin esperar a oír su voz, Jude habló.

–Contacto establecido. Estamos dentro.

Capítulo Tres

 

 

 

 

 

Jude abrió el expediente que contenía la información sobre la familia Patterson. Los informes eran tan detallados que, probablemente, sabía él más sobre los miembros que ellos mismos.

Sabía que Alfred de la Cruz Patterson, de cuarenta y dos años, tenía una amante en Houston a la que mantenía en un ático de lujo.

También sabía que Benito pasaba mucho tiempo fuera del país, comprando y vendiendo mercancía. Jude decidió que quería averiguar qué vendía y compraba exactamente.

Ojalá los hermanos fueran los únicos miembros de la familia involucrados en las actividades ilegales porque sería una vergüenza tener que arrestar a Christopher Patterson.

Jude se puso en pie y se estiró, apagó la luz y subió a la cama satisfecho por lo que había logrado de momento. Por fin, había establecido contacto con la familia y Carina había aceptado su invitación para salir juntos.

 

* * *

 

El jueves por la mañana, Carina se reunió con su cuñada Marisa para tomar café en uno de sus locales favoritos.

–No te puedes ni imaginar lo bien que me ha venido que me llamaras para quedar –le dijo Marisa–. Necesito hablar con alguien de confianza.

–¿Tienes problemas con Al? –le preguntó Carina tomándose el café.

–Últimamente, lo único que tengo con tu hermano son problemas. Estoy pensando en divorciarme de él.

–¿Tan mal están las cosas? –le preguntó Carina poniendo la mano sobre la de su cuñada.

–Lleva meses ignorándome, pero eso yo, más o menos, lo puedo superar. Lo que no puedo es con que se lo haga también a los niños. Me rompe el corazón ver cómo reclaman su atención y cómo tu hermano se los quita de encima.

Carina pensó en sus sobrinos y se le encogió el alma.

–Creo que hay otra mujer –murmuró Marisa.

–¿Por qué lo crees así?

–Últimamente, no para de hacer lo que, según él, son viajes de negocios. De eso se encarga Benito, ¿no? Según me ha contado Sara, él es quien se ocupa de comprar las mercancías para la empresa. Me estoy planteando seriamente contratar a un detective privado.

–Ten cuidado porque Alfred tiene mucho carácter –le advirtió Carina–. No quiero que te haga daño.

–Anoche le dije que me quería divorciar, se rió de mí y me preguntó que si lo que quería era que me diera más dinero para los gastos de la casa. No me toma en serio.

–¿Y qué harás si, de verdad, hay otra mujer?

Marisa suspiró.

–Aceptar que mi matrimonio ha terminado y que los niños y yo nos tenemos que ir. Mi madre me ha dicho varias veces que nos vayamos con ella a pasar una temporada a Dallas y me lo estoy planteando seriamente.

–Yo lo único que quiero es veros felices a los niños y a ti. Siento mucho haberte presentado a mi hermano.

Marisa sonrió.

–Bueno, tú no me obligaste a casarme con él, esa decisión la tomé yo solita –la tranquilizó tomándose una tostada–. Siento mucho echarte toda mi basura encima porque, aunque eres mi amiga, también eres su hermana. No quiero que te veas comprometida en medio de los dos.

–No digas tonterías. Tú y yo somos amigas desde el colegio y eso no va a cambiar por nada del mundo. Ni siquiera si te divorcias de mi hermano.

–No les digas nada a tus padres hasta que haya tomado una decisión. Creo que lo mejor será que me ausente un tiempo de la ciudad para pensar con claridad.

–Tú haz lo que necesites hacer, Marisa. Si necesitas algo, recuerda que puedes contar conmigo –contestó Carina–. Desde luego, a ninguna de las dos nos ha ido bien con los hombres…

–A ti Dan te quería.

–Sí, claro, por eso estaba con otra mujer la noche en la que se mató. Qué ingenua fui por creer que se había enamorado de mí y no de mi apellido. Al jamás lo habría contratado si no hubiera estado prometido conmigo y todos lo sabemos.

–Sí, supongo que tienes razón. Todos los hombres son unos babosos y estamos mejor sin ellos –contestó Marisa muy seria.

Carina se rió, haciendo reír a su amiga.

–¿Sabes que he quedado para salir el sábado por la noche con Jude Crenshaw?

Marisa se quedó mirándola con los ojos muy abiertos.

–¿De verdad?

–Sí, me lo pidió el otro día en el baile benéfico.

–Lo que me sorprende realmente es que hayas aceptado. Desde luego, has elegido bien. ¡Jude Crenshaw! ¡Uno de los solteros de oro de la ciudad! No sé cuántos corazones habrá roto desde que se ha venido a vivir aquí.

–A mí eso me da igual porque el mío no me lo va a romper. Creo que ya va siendo hora de que vuelva a tener vida social. Desde que murió Danny, me he encerrado en casa a apiadarme de mí misma y ha llegado el momento de salir y de dejarle claro a todo el mundo que quiero volver a tener novio. Supongo que salir con Jude Crenshaw es dejarlo más que claro.

–Conozco a un par de mujeres que han salido con él y a las dos les ha pasado lo mismo. Las dos han quedado con él varias veces y se lo han pasado fenomenal con él. Las dos dicen que es un hombre muy divertido con el que están muy a gusto y, de repente, él deja de llamarlas sin razón aparente y se acabó. Nunca da explicaciones de por qué deja de llamar a una mujer. Por lo visto, le gusta jugar.

–Entonces, es perfecto para mí porque yo también quiero jugar. Admito que me siento halagada porque se haya fijado en mí. Para empezar, porque yo no soy su tipo. Aparentemente, le gustan las altas y rubias. Yo no he salido con muchos hombres y mi única relación seria fue con Danny, así que no tengo mucha experiencia.

–Por no hablar de tu vida sexual.

–Sí, por no hablar de mi falta de vida sexual, más bien –sonrió Carina–. Lo que me lleva a pensar que, si el señor Crenshaw insiste mucho en seducirme, tal vez yo no oponga demasiada resistencia.

–Ahora que lo dices, a lo mejor yo también me planteo buscarme a alguien porque mi vida sexual es inexistente con tu hermano.

Dicho aquello, las amigas se miraron y estallaron en carcajadas.

 

 

Mientras se vestía el sábado por la tarde para salir con Jude, Carina no pudo evitar preguntarse cómo iría la cita.

¿Acaso la encontraría aburrida?

Carina se sentó en la cama, cerró los ojos y visualizó a aquel hombre alto, guapo, rubio y de ojos azules.

Era bastante más alto que ella y delicado, a juzgar por cómo la había envuelto en sus brazos. Si alguna vez llegaba a conocerla mejor, pronto descubriría que no era frágil en absoluto porque se mantenía en forma practicando tai chi y yoga.

Sí, aquel hombre era muy guapo. Y, además, rico. Y un mujeriego. En cualquier caso, no le importaba porque lo que le había dicho a Marisa era cierto, no tenía ningún interés en una relación duradera, sólo quería pasarlo bien.

Carina consultó el reloj pues no quería hacer esperar a Jude porque, por lo que le habían dicho, tenía una larga lista de mujeres esperándolo.

Aquello la hizo sonreír.

 

 

Jude paró el coche frente a la verja de hierro que daba acceso a la propiedad de los Patterson, situada en el distrito de Alamo Heights de San Antonio.

Era aquélla una zona residencial en la que muchas de las mansiones habían pasado de padres a hijos durante generaciones.

–Identifíquese, por favor –le pidió una voz masculina al llamar.

–Soy Jude Crenshaw, vengo a ver a Carina Patterson.

Tras una breve pausa, la gran verja de hierro se abrió y Jude pudo continuar su trayecto hasta la puerta principal de la casa.

La propiedad de los Patterson era una mansión enorme que tenía otros dos pequeñas casas, Jude supuso que de invitados, y un jardín tan grande que parecía un campo de golf.

Jude se bajó del coche y subió las escaleras que conducían a la puerta. Antes de llegar, ésta se abrió y apareció un hombre que más parecía un guardaespaldas que un mayordomo.

–Buenas tardes, señor Crenshaw –lo saludó–. Carina está en la sala de música. Para llegar allí, siga por el pasillo que hay pasadas las escaleras y es la primera puerta de la derecha.

Jude así lo hizo y, al llegar, se encontró a Carina tocando el piano de espaldas a él, lo que le dio la oportunidad de quedarse escuchando.

Dado que Carina Patterson era una apasionada de la música clásica, Jude llevaba varios meses yendo a conciertos y recitales y empapándose de aquella música aunque él prefería el country.

Una de las paredes de la estancia tenía ventanas desde el suelo hasta el techo y, más allá, se veía una magnífica pradera verde, lo que confería un entorno maravilloso para el piano y la persona que lo estaba tocando.

Jude esperó a que Carina terminara de interpretar la pieza que había elegido para aplaudir.

Carina se giró sorprendida y se levantó.

–Perdón –se disculpó–. Helmuth no me ha dicho que habías llegado y, cuando me pongo a tocar el piano, pierdo la noción del tiempo –añadió yendo hacia él.

–Entonces, le tengo que agradecer a Helmuth el descuido porque eso me ha permitido escucharte tocar. Te aseguro que he disfrutado mucho. ¿Nos vamos?

Cuando estaban llegando a la puerta, apareció el mayordomo y Carina aprovechó para presentárselo a Jude.

–Vaya, menudo coche más bonito tienes –comentó al ver el Porsche–. ¿Hace mucho que lo tienes? –añadió al montarse.

–Un par de años –contestó Jude cerrándole la puerta y yendo hacia su lado.

–Pues está nuevecito, como si te lo acabaran de dar. Supongo que lo cuidas mucho.

–Es uno de mis muchos vicios –sonrió Jude–. He reservado en un restaurante maravilloso que estará a una media hora de aquí. Espero que te parezca bien.

–Me parece fenomenal –contestó Carina acariciando la tapicería de cuero–. Podría pasarme semanas dentro de este coche.

–Está bien saberlo por si algún día decido secuestrarte –contestó Jude–. Así no opondrías resistencia, ¿no?

–Bueno, eso dependería del motivo del secuestro.

–Por supuesto, te secuestraría con fines inicuos.

–En ese caso, probablemente no me importaría –sonrió Carina.

Dicho aquello, se echó hacia atrás en el asiento y se relajó, lo que Jude agradeció porque las primeras citas siempre le habían parecido difíciles.

Realizaron el trayecto en silencio durante un rato.

–Háblame de ti, Jude –le pidió Carina al salir a la autopista–. Lo único que sé de ti es que eres un Crenshaw.

Era una pregunta razonable y Jude decidió ser todo lo fiel a la verdad que pudiera sin contarle, por supuesto, que su imagen de playboy no era cierta.

–No te creas que hay mucho que contar. Tengo treinta años, me gusta el contacto con la naturaleza y no podría trabajar en un despacho porque me aburriría –contestó sinceramente.

–¿Dónde has nacido? ¿A qué colegio fuiste? Háblame de tu familia. ¿Por qué me has invitado a salir a cenar?

Jude se rió.

–La última es fácil. Te he invitado a salir porque me siento atraído por ti y quiero conocerte mejor –contestó–. Me siento como si me estuvieras haciendo una entrevista para el periódico de mañana. ¿Es así? –bromeó.

–No, claro que no –rió Carina–. No creo que sea para el de mañana porque no me da tiempo a mandarlo a la imprenta. Seguramente, se publicará la semana que viene.

–Ah, bueno, ya me quedo más tranquilo –sonrió Jude tomando la desviación que les llevaba a través del campo hacia el restaurante–. Nací en un pueblecito del que probablemente no hayas oído hablar llamado New Eden. Está a unos ciento cincuenta kilómetros al noroeste de aquí. Mi familia lleva viviendo allí desde 1840.

–¿Tienes hermanos?

–Sí, somos cuatro.

–Háblame de ellos.

–Jake tiene casi treinta y cuatro años, se ocupa del rancho, se casó en otoño con Ashley, la hija del antiguo capataz, y van a tener un hijo en breve. Tiene una niña, que se llama Heather, de su primer matrimonio. Luego va Jared, que es ingeniero petroquímico y tiene treinta y dos años. Se casó unas semanas después que Jake. Estaba trabajando en Arabia Saudita, pero lo ha dejado. Yo soy el tercero y después de mi va Jason, que está en la Delta Force.

–¿Todos tenéis nombres que empiezan por jota?

–Sí, y espera porque todavía no has oído lo mejor. Mi padre, que se llama Joe, tiene tres hermanos que se llaman Jeffrey, que tiene dos hijos que se llaman Jordan y Jackson, luego va mi tío Josh, que es padre de Jeremy, Justin y James y, para terminar, está Jerome, que tiene a Jed, Jesse y Johny.

–¡No me lo puedo creer! –rió Carina.

Jude también se rió.

–¿Qué más te puedo contar? Nací y estudié en New Eden y, en cuanto terminé el colegio, me metí en el ejército. Sobre todo, porque mi padre insistía en que necesitaba un poco de disciplina. Cuando terminé en el ejército, salí corriendo jurando que jamás volvería –mintió Jude.

Lo cierto era que había disfrutado de su paso por el ejército y había aprendido mucho. El ejército le había pagado su educación universitaria y había pasado a ser oficial cuando terminó la universidad. Si no hubiera sido porque la Agencia de Seguridad Nacional le había ofrecido trabajar para ellos, probablemente, seguiría en el ejército.

–¿Demasiada disciplina? –preguntó Carina.

–Sí, más o menos –contestó Jude–. Bueno, ya te sabes toda mi vida.

–¿Por qué te has venido a vivir a San Antonio?

–Por ninguna razón en particular. Mi tío Josh me pidió que me hiciera cargo de unas propiedades familiares de por aquí y, como no tenía mucho más que hacer, me pareció bien venirme aquí a conocer gente nueva. Y, hablando de gente nueva, háblame de ti.

–Nací en San Antonio, fui al colegio aquí, me fui a la universidad a Nueva York y me volví a casa cuando a mi padre le dio el derrame cerebral –contestó Carina–. Ésa ha sido a grandes rasgos mi vida hasta ahora.

–No has mencionado la música.

–Ah, la música. Sí, la música forma parte de mí, es exactamente igual que tener los ojos verdes y ser morena, la llevo tan dentro…

–¿Te gustaría dedicarte a la música de manera profesional?

–Eso espero. Me falta sólo un año más para graduarme. Me he matriculado para volver este otoño.

–Me alegro de haberte conocido antes de que te vayas.

Jude esperó por si Carina le hablaba de su prometido, Danny Bowie, que se había matado en un accidente de coche hacía poco más de un año. Según la policía, Danny iba a bastante velocidad cuando otro vehículo lo había golpeado en un lateral y le había hecho perder el control.

Hasta el momento, los agentes no habían encontrado al otro conductor y, aunque el caso seguía abierto, no había nuevos indicios.

–¿Tienes hermanos? –le preguntó al ver que Carina no hablaba de Danny.

–Sí, dos, los que conociste el otro día. Alfred tiene dieciséis años más que yo y Benito, catorce. Hay tanta diferencia de edad entre nosotros que, para cuando yo era adolescente, ellos ya se ha- bían ido de casa. Al se ha erigido en mi protector, lo que me irrita bastante, la verdad. En realidad, protege a toda la familia. Mi padre le está muy agradecido por haberse hecho cargo de la empresa.

–¿Tu hermano Ben también trabaja en la empresa familiar?

–Sí, él es quien se encarga de viajar para comprar. Su esposa, Sara, se está siempre quejando de que nunca está en casa, pero alguien tiene que hacerlo y Al ya tiene bastante con ocuparse de lo de aquí. Yo siempre le digo que se vaya con él, pero, de momento, no lo acompaña en los viajes.

–¿Tienes sobrinos?

–Sí, tengo dos sobrinas y un sobrino.

–¿Y quieres tener hijos?

Carina no contestó inmediatamente.