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Amantes y rivales Millie Adams Él jugaba para ganar… y siempre con sus propias reglas. De espaldas al amor Carol Marinelli Ella tendría que dar el primer paso. Una proposición inocente Jackie Ashenden La propuesta de Glory era incluso más escandalosa que la del multimillonario.
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Seitenzahl: 526
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Editado por Harlequin Ibérica.
Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Avenida de Burgos, 8B - Planta 18
28036 Madrid
© 2022 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S. A.
E-pack Bianca, n.º 330 - diciembre 2022
I.S.B.N.: 978-84-1141-477-7
Créditos
Índice
Amantes y rivales
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 16
Epílogo
Si te ha gustado este libro…
De espaldas al amor
Prólogo
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 16
Capítulo 17
Capítulo 18
Capítulo 19
Epílogo
Si te ha gustado este libro…
Una proposición inocente
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Epílogo
Si te ha gustado este libro…
TENÍA QUE existir una palabra en alemán para describir aquella sensación casi insoportable de querer golpear a alguien y besarlo al mismo tiempo.
Al menos, eso era lo que pensaba Olive Monroe, que, a pesar de tener un buen nivel de alemán, no conocía dicho término. Tampoco lo había oído en inglés, japonés, chino, ni ninguno de los demás idiomas que había aprendido para su progresar en su carrera.
Pero aquello era lo que sentía cada vez que miraba a Gunnar Magnusson.
Era multimillonario, filántropo y, posiblemente, vikingo a media jornada, aunque para ella era sobre todo un fastidio a tiempo completo, desde que lo había conocido.
Era como lo recordaba desde su niñez.
La primera vez que lo había visto ella había tenido seis años y él, dieciséis.
Sus padres habían estado inmersos en una negociación y ella había esperado a que las reuniones se terminasen sentada en un banco, fuera de la sala de juntas. Delante había tenido una mesa llena de comida, pero su padre le había advertido que no tocase nada, aunque ella acababa de decidir que se iba a comer un cupcake que, al parecer, no había querido nadie, cuando un hombre alto y rubio había llegado, por aquel entonces, a ella le había parecido un hombre, y lo había devorado de un bocado.
Luego, se había girado hacia ella y Olive había visto vergüenza en sus ojos azules, aunque la expresión pronto había sido reemplazada por otra de desdén.
Después, Olive se había enterado de que se trataba del único hijo del principal competidor de su padre.
Gunnar Magnusson, hijo de Magnus Ragnarson, el hombre más odiado en casa de los Monroe, se había comido su cupcake de chocolate.
Había sido un cumpleaños decepcionante, tal vez, por culpa de su padre, que le había hecho pasarse el día de su cumpleaños sentada delante de una sala de reuniones.
La madre de Olive había fallecido cuando ella era bebé y su padre, que se había quedado sin el amor de su vida, había decidido llevarse a Olive a todas partes en vez de buscar una o varias niñeras. La había tratado como si fuese una parte integral de su mundo y de su empresa, a la que había amado desde antes de conocer a su esposa y de tenerla a ella.
Olive solo había tenido a su padre y aunque se hubiese sentido decepcionada por no poder celebrar su cumpleaños con otros niños, por no tener un bonito pastel ni poder montar en poni, le había resultado mucho más fácil echar la culpa de todo a Gunnar.
Este no parecía querer molestarla conscientemente. No. Pero lo cierto era que habían ido chocando a lo largo de los años.
Eso se debía a que sus padres se dedicaban los dos al mismo negocio y competían constantemente por los mismos contratos tecnológicos.
Durante una época, Olive no había tenido que soportar a Gunnar. Este había cumplido dieciocho años, se había independizado y había montado su propia empresa. Entonces, solo lo había visto en algún evento profesional, vestido de esmoquin, y había pensado que iba a volverla loca.
Todavía recordaba perfectamente cuando, con quince años, lo había visto aparecer en una fiesta benéfica. Había sido ver entrar a Gunnar y Olive había tenido la sensación de que todo se detenía.
La mayoría de los hombres estaban elegantes vestidos de esmoquin, pero Gunnar, con aquellos hombros tan anchos y los brazos fuertes y musculados, parecía todavía más peligroso de lo normal.
En un momento de la velada Olive se había caído dentro de un macetero y, para rematar, había sido Gunnar quien se había acercado a ayudarla. La había agarrado con su mano grande y caliente, y había hecho que ella se sintiese pequeña y frágil, que se pusiese colorada y sintiese mucho calor.
Había tenido la misma sensación que cuando lo había visto comerse su cupcake, aunque aquello había sido distinto.
Ya no tenía quince años y sabía lo que le ocurría, pero se alegraba de no haber sabido antes lo que era la atracción sexual.
El padre de Gunnar había fallecido dos años después de aquella fiesta.
–Tenemos que ir al funeral, Olive.
Ella había mirado a su padre confundida.
–Pero si lo odiabas.
–Era mi rival y tenerlo como adversario me ha hecho ser mejor.
Olive se había dado cuenta entonces de lo complejas que eran aquellas relaciones. Y, en cierto modo, se había sentido aliviada. Tal vez lo que sentía por Gunnar tuviese algo que ver con eso.
Hacía falta un adversario para intentar batirlo y ser más rápido.
Estaba bien tener un buen adversario.
Había sido entonces cuando Gunnar había asumido el control de Magnum Enterprises. Y cuando había vuelto a formar parte de su vida.
Entonces, los sentimientos de Olive habían ido complicándose todavía más. Porque Gunnar había empezado a entrar en aquellas salas de reuniones y ella había seguido esperando fuera.
–Algún día –le había dicho su padre–, tendrás que enfrentarte a él. Y le ganarás. Es posible que le ganes.
Le había sonreído con tristeza.
–Yo no voy a tener tiempo de hacerlo –había continuado–, pero tú tienes una mente prodigiosa, Olive, y puedes hacerlo. Recuerda que deberás competir sin piedad, sin permitir que la emoción te nuble la mente, sin darle tregua.
Olive seguía recordando aquellas palabras en esos momentos, en los que era ella la que entraba a las salas de reuniones.
Y Gunnar era su rival.
Eran muy parecidos. Ambos se pasaban todo el día, todos los días, trabajando para conseguir los mejores contratos.
Pero aquel… aquel era el más importante, al que su padre había dedicado más tiempo. Había trabajado durante años para conseguirlo, pero se había muerto antes.
Había querido que sus pantallas táctiles y su sistema operativo estuviesen en la flota de coches eléctricos más grande del mundo, así que Olive tenía que ganar.
Gunnar Magnusson había estado durante años en la vanguardia de las energías renovables y, a pesar de que Ambient estaba ligeramente por detrás de él, Olive estaba intentando recuperar el tiempo perdido. Su padre había sido guardián de la tradición. Le había gustado hacer las cosas como se habían hecho siempre. Ya Magnus también. La diferencia era que Gunnar había asumido el control de Magnum Enterprises una década antes y Olive solo llevaba a cargo de Ambient seis meses, intentando retomar los proyectos inacabados de su padre y trabajando lo máximo posible para cumplir sus metas y ser lo que él le había enseñado a ser.
Y de no haber sido por lo que había ocurrido en el funeral de su padre, no se habría sentido en absoluto culpable por el modo en el que había conseguido la información relativa a la reunión de aquel día.
Podía considerarse espionaje empresarial, pero aquel contrato mantendría el negocio en pie durante la siguiente década. Y no tendría que volver a ver a Gunnar… en al menos diez años.
Porque no tendría que competir con él por ningún otro contrato a aquel nivel. Llevaban años jugando una partida de ajedrez. La tecnología de Magnum formaba parte omnipresente del mundo empresarial mientras que Ambient era para artistas. Ambient tenía el teléfono de más éxito.
Magnum proporcionaba la interfaz gráfica y el software para la mayoría de los productos, incluida la aerolínea más importante, que utilizaba sus microchips.
Pero para los coches era mejor Ambient. Porque tenía que ser un producto elegante, visual, artístico. Limpio. Y Olive pensaba que todo lo que hacía Magnum era aburrido. Era profesional. Y eso se notaba.
Faltaban veinte minutos para la reunión y a ella se le estaba haciendo la boca agua.
Porque quería aquel cupcake.
Lo maldijo.
Aquel era el motivo por el que tenía que mantener las distancias. Tal vez su padre solo hubiese visto a Magnus como a un rival, pero para ella era algo más.
Y había hecho aquello para demostrarse lo contrario. Lo había hecho para ser tal y como su padre le había enseñado a ser.
Tenía que ser dura y no podía serlo con Gunnar cerca.
Entonces, oyó pasos en el pasillo, levantó la vista y lo vio, vestido con un traje azul marino, alto, rubio, con barba y una penetrante mirada azul que parecía ser capaz de traspasar su jersey de cuello alto negro.
Porque Olive nunca vestía de traje.
–La pequeña Olive –la saludó él–. Cuánto me alegro de verte.
Siempre la llamaba así.
También lo había hecho en el funeral de su padre.
–¿Pequeña Olive, cómo estás? –le había preguntado.
Y ella se había roto al verlo allí, después del funeral, con una mirada distinta a la habitual, con gesto preocupado. Había llorado y él la había abrazado.
Olive intentó no recordarlo en esos momentos.
–Hola, Gunnar. ¿Hoy no estás arrasando pueblos ni sacando a mujeres a rastras de ellos?
Él arqueó una ceja.
–De vez en cuando, hay que dejar de saquear.
–¿Y qué haces aquí hoy?
– Cómo te gusta hacerte la víctima mientras intentas competir con el mejor.
–Te gano la mitad de las veces, así que no entiendo como sigues diciendo que eres el mejor.
–Porque algunas personas piensas que es más importante la forma que la función.
–Hay empresas que son capaces de ofrecer ambas. A algunos nos gusta pensar de manera diferente –le dijo ella, acercándose y agarrándolo de la solapa, gesto del que se arrepintió al instante, al sentir calor.
E intentó recordar las veces en las que habían chocado a lo largo de los años, no cuando Gunnar la había ayudado a salir de la maceta.
Ni cuando la había llevado hasta su casa vacía, después del peor día de su vida, después de que ella se despidiese de su padre y se sintiese más sola que nunca.
Ni cuando se había sentado enfrente de ella en el salón y la había mirado con comprensión, la había dejado llorar, hablar y compartir recuerdos, la había envuelto en una manta y la había llevado al piso de arriba.
Ni cuando la había dejado delante de la puerta de su dormitorio, toda demacrada y con los ojos enrojecidos por las lágrimas y Olive había apoyado una mano en su pecho y había sentido los fuertes latidos de su corazón.
Él se había quitado la chaqueta en el piso de bajo y había llevado puesta solo la camisa blanca, con el primer botón desabrochado, y Olive había sentido deseo.
Ya no tenía quince años y había sido consciente de lo que sentía.
Así que se había puesto de puntillas y había acercado los labios a los de él.
–No, Olive.
Su rechazo le había dolido, le seguía doliendo.
–Vete a dormir. Estás cansada, dolida. Y te arrepentirías mañana por la mañana.
Gunnar le había hecho daño. La había destrozado al rechazarla. Y cuando habían vuelto a verse en un evento profesional, había actuado como si no hubiese ocurrido nada.
Y ella se había sentido indignada y aliviada al mismo tiempo. Indignada por seguir sintiendo algo por él y aliviada porque él no había aprovechado para humillarla.
Pero, por desgracia, no lo había olvidado. Y eso había avivado su deseo de ganar aquel contrato.
Quería ver el sueño de su padre hecho realidad. Y quería ser tan fuerte y despiadada como él había querido que fuese.
Quería sacar a Gunnar de su vida para poder liberarse de lo que sentía por él. Porque, incluso en aquellos momentos, sentía calor. Durante los últimos meses, había sentido calor.
Y durante mucho más tiempo. Durante años, había soñado con él.
Le había sido sencillo decirse que no tenía una vida amorosa porque dedicaba todo su tiempo a Ambient, pero la verdad era otra. Otra muy diferente.
–Muy innovadora. Nadie había hecho esto… –comentó él, refiriéndose a su manera de vestir–. Yo nunca lo había visto.
–No pretendo ser original, sino que no quiero perder el tiempo con detalles ridículos que no tienen nada que ver con la innovación.
–Te he traído algo.
Ella ya lo sabía. Lo vio buscar en su maletín y sacar un cupcake de chocolate. Lo odió. Porque se sentía como el perro de Pavlov y tenía la sensación de que él lo sabía.
Siempre hacía aquello, en todas las reuniones.
Nunca hablaban con la persona por cuyo contrato estaban compitiendo por separado. Siempre lo hacían juntos. Sus batallas eran legendarias y todo el mundo quería presenciarlas.
Él decía que el cupcake era un sacrificio de paz, pero ella no lo creía, sino que solo quería enfadarla. El problema era que ella necesitaba aquel cupcake de chocolate antes de sus reuniones.
–Gracias –le dijo, aceptando el regalo.
Le rugió el estómago. Y él sonrió mientras pasaba por su lado. Olive pasó la lengua por la cobertura, levantó la vista y se dio cuenta de que Gunnar la miraba con deseo.
Era recíproco.
–Ya sabes que, gane quien gane este contrato, estará atado a él durante mucho tiempo, lo que significa que no volveremos a vernos en una temporada larga –comentó.
–Lo sé –le respondió él.
Olive hizo girar el cupcake mientras pasaba la lengua por él, mirándolo a los ojos.
–Te echaré de menos. O, tal vez, echaré de menos los cupcakes.
–Te regalaré un abono a una pastelería.
Ella apoyó una mano en su pecho y puso gesto de tristeza.
–Eso ayudaría a aliviar mi dolor.
Después, cambió de expresión
–¿Qué vas a hacer después, cuando no consigas el contrato? ¿Pondrás distancia y centrarás toda la atención en otros proyectos? –le preguntó.
–No voy a perder –le contestó él.
–Venga, Gunnar. Vas a perder. Por supuesto que vas a perder –insistió ella, sonriendo.
Él enseñó los dientes y se los tocó con un dedo.
–Tienes chocolate. Aquí.
–Por supuesto que sí, idiota –le dijo ella, pasándose la lengua por los dientes–. Me estoy comiendo un cupcake de chocolate.
–A lo mejor quieres remediarlo antes de que empiece la reunión.
–Tardaré solo un momento.
Olive fue al cuarto de baño y se aseguró de que tenía los dientes limpios. Cuando salió, ya era hora de que empezase la reunión.
Pobre Gunnar. Casi sintió lástima por él. Porque había visto ya su presentación. Hacía meses. Y se había preparado teniendo esa información. Gunnar no tenía ni idea de lo que lo esperaba.
Así que, como se sentía muy segura, mientras él hablaba se relajó y centró la vista en sus manos, se fijó en su tono de voz, en sus hombros anchos… Y no le costó ningún esfuerzo imaginárselo como a un vikingo.
Olive no entendía cómo era posible odiar tanto a una persona y que, al mismo tiempo, fuese el único hombre con el que había querido acostarse en toda su vida.
Porque ya había decidido hacía mucho tiempo que no iba a perder el tiempo con un hombre que no la excitase tanto como un nuevo componente tecnológico… o como Gunnar Magnusson.
Porque si un hombre al que odiaba la hacía sentirse así, un hombre que le gustase tenía que conseguir, como mínimo, lo mismo con una mirada. Sí se había besado con varios, pero ninguno le había hecho sentir lo que le hacía sentir Gunnar con una de sus miradas.
No había podido dejar de pensar en aquel momento en el salón de su casa, donde lo había tenido tan cerca que había podido sentir su calor…
Todavía pensaba en aquello, aunque ambos fingiesen que nunca había ocurrido.
Y, si no podía olvidarse de él, no podría haber nadie más.
Gunnar terminó su presentación. Le tocaba a ella.
–Gracias. Ha sido muy interesante, señor Magnusson. Sin embargo, pienso, señor Yamamoto, que debería tener en cuenta lo siguiente.
Y fue desmontando minuciosamente el sistema de Gunnar. Había identificado todas las debilidades de su diseño y había buscado soluciones a ellas. Había creado un sistema que aniquilaba el de él. Y, todo ello, con un estilo atractivo, pero sencillo, que convertía aquella tecnología en algo accesible para cualquiera.
–Enhorabuena, señorita Monroe. Es evidente que Ambient será capaz de satisfacer las necesidades de nuestra flota.
Gunnar no reaccionó. No era la primera vez que perdía frente a ella, pero aquella era su mayor derrota. Le dio la mano al señor Yamamoto después de que Olive lo hubiese hecho y sonrió.
–Tal vez podamos trabajar juntos en un futuro.
–Nunca se sabe –le respondió Yamamoto.
Y, después de aquello, Gunnar y Olive se marcharon, juntos.
–Va a ser una pena no volver a verte en los próximos diez años, pero voy a estar muy ocupada.
–Ha sido un gran éxito –le dijo él–. Tu producto es maravilloso. Es evidente.
–Me sorprende que lo reconozcas.
–Es lo justo. El mejor es el mejor. ¿Tienes algún plan para el resto de tu estancia en Tokio?
–Lo cierto es que no.
–¿Y dónde te estás alojando?
–Al otro lado de la calle.
Entraron juntos en el ascensor. Las puertas se cerraron. Él la miró, ella lo miró. Sonrió.
–¿Qué tal mis dientes?
–Afilados.
–Bien. Para comerte mejor.
–Lo has hecho.
–Espero que no te lo tomes demasiado mal.
–En los negocios todo vale.
Ella sonrió.
–Es verdad.
Aunque Olive dudaba que lo que había hecho fuese justo, había matado dos pájaros de un tiro. No solo había conseguido el contrato, sino que iba a perder de vista a Gunnar. Su obsesión por él se iba a terminar.
Así que se sentía bien.
«Lo he conseguido, papá. Supongo que tenías razón, tenía que ser dura. Puedes estar orgulloso de mí».
–¿Dónde te alojas tú?
–Creo que en el mismo hotel que tú –le dijo él.
–Por supuesto. Es el más agradable de la zona.
Ese era uno de los múltiples problemas que tenía con Gunnar, que solían aplicar la misma lógica. Una cosa era entender a tu enemigo y, otra muy distinta, conocerlo demasiado bien.
Entraron en el edificio de enfrente y lo atravesaron juntos.
–Voy al último piso.
–Yo también.
Volvieron a entrar juntos en el ascensor y las puertas se cerraron. Y, en esa ocasión, Olive sintió que el corazón le retumbaba en los oídos.
–¿Quieres tomar una copa para celebrarlo? –le preguntó él.
–De acuerdo.
–Estupendo.
Y cuando las puertas del ascensor se abrieron, Gunnar la condujo en dirección contraria a donde estaba su habitación.
–Después de ti –le dijo, tras haber abierto la puerta con el teléfono.
–Gracias.
El ático de Gunnar era completamente distinto al suyo. En el de él todo era negro. Tenía el suelo brillante, obras de arte modernas por todas partes. Todo negro.
Y los ventanales tenían vistas a la bulliciosa ciudad, pero desde un lugar tranquilo.
–Me encanta Tokio –comentó Olive.
–Yo prefiero estar en la cima de una montaña, pero así son las ciudades.
Ella se giró y lo vio delante de la encimera de la cocina, con las manos apoyadas en la superficie oscura.
Unas manos preciosas.
–Sí, pero en una montaña estarías probablemente solo.
–Me gusta la soledad.
–A mí no. Me gustan las reuniones, las fiestas de trabajo…
Porque no tenía vida fuera del trabajo, pero por decisión propia. Porque su padre le había enseñado a crear una red de contactos, a conectar de manera que la beneficiase, pero siempre con cautela.
Era como si viviese en un constante estado de tensión con sus emociones.
Después de una dura negociación, solía relajarse con un baño caliente y un libro. Podía leer novelas románticas a solas, llorar sola, sentirse sola.
Pero no podía bajar la guardia delante de él.
No tenían nada de qué hablar. ¿Qué estaba haciendo allí?
«Sabes muy bien lo que estás haciendo aquí. Has venido a esto».
Aquella iba a ser su última interacción con Gunnar Magnusson por mucho tiempo. Tal vez jamás volviesen a competir por un contrato. Sus empresas estaban en espacios divergentes. Y aquella podía ser su última y más decisiva pugna.
Aquel era el momento.
Olive había tenido dieciséis años la primera vez que había pensado en besarlo. Le había sonreído de manera burlona antes de entrar en la sala de reuniones con su padre, la primera reunión desde que había tomado las riendas de la empresa de su padre.
Gunnar había ganado la negociación y ella había vuelto a casa sintiéndose culpable, avergonzada y confundida.
Desde entonces, sus fantasías habían ido siendo cada vez más adultas. Ni siquiera el tiempo, la rivalidad y el sentido común habían conseguido atenuarlas.
Seis meses antes, lo había deseado, pero él la había rechazado.
En esos momentos no estaba llorando. No estaba triste.
Acababa de vencerlo, así que Gunnar no podía poner la excusa de que estaba vulnerable…
Y tal vez volviese a rechazarla, pero Olive no tendría que volver a verlo después, así que no le importaba.
Aquel era el momento e iba a aprovecharlo.
–Sé que no te gustan mis jerséis de cuello vuelto. Quizás debería…
Y, sin pensarlo, se lo quitó.
OLIVE ESTUDIÓ la expresión de Gunnar e intentó adivinar cuál iba a ser su respuesta. Debajo del jersey llevaba un sencillo sujetador negro porque lo cierto era que no había planeado aquello a pesar de que en esos momentos se daba cuenta de que había sido inevitable.
Aunque todavía no sabía qué pensaba él.
¿Iba a volver a rechazarla?
Gunnar tenía fama de buen amante. No de mujeriego, porque no alardeaba de sus conquistas en público, pero se oían rumores acerca de sus… recursos. Y de la intensidad.
Y Olive no lo sabía porque hubiese buscado ese tipo de información en Internet. No, ella no hacía eso. De hecho, llevaba mucho tiempo sin hacerlo.
Gunnar no sonrió. No la ayudó a sentirse cómoda, pero tampoco se echó a reír. En su lugar, se aflojó la corbata y avanzó hacia ella mientras la miraba fijamente, como un depredador.
Luego, la envolvió con su cuerpo y le dio un apasionado beso.
Por fin. Por fin la estaba besando. Y había merecido la pena la espera. Porque el beso fue mucho mejor de lo que Olive había imaginado. Gunnar era todo un conquistador.
Y ella tal vez no tuviese mucha experiencia real, pero había soñado mucho con aquello, con él.
Terminó de quitarle la corbata y la dejó caer al suelo.
–Gracias por tener tan buen perder –le dijo, tirando de su camisa y haciendo que los botones saliesen volando.
Gunnar tenía un pecho increíble. Qué pecho.
Olive pasó las manos por él, excitada. Estaba cubierto por una capa de vello rubio, tenía la piel bronceada, los músculos bien definidos.
Era tal y como lo había soñado.
Y más.
Era…
Él gruñó, le mordisqueó el cuello.
–Esto tenía que ocurrir, Olive.
Y ella se sintió aliviada.
Sentían lo mismo.
Pero ella llevaba tanto tiempo conteniéndose, contra él y contra todo, que no pudo evitar replicar.
–No tenía por qué ocurrir.
Aunque pensase lo contrario.
Aunque pareciese que su cuerpo estuviese entrenado para responder solo ante Gunnar Magnusson, a pesar de que eso no tuviese sentido, porque él era la antítesis de todo lo que Olive debía querer.
Al mismo tiempo, ella era una mujer inteligente y ambiciosa, y no podía aceptar a un hombre que fuese menos que ella. Así que era normal que desease a un vikingo moderno al que le sentaban muy bien los trajes, pero que, al mismo tiempo, sabía blandir un hacha.
Además, cualquier otra cosa habría implicado un compromiso y a Olive no le habían enseñado a comprometerse. Le habían enseñado a conquistar, destruir y dominar.
Aunque lo cierto era que le entusiasmaba la idea de encontrar a un hombre que la dominase a ella, un hombre ante el cual estuviese dispuesta a rendirse.
Y ese era el motivo por el que le atraía tanto Gunnar, a pesar de que también la enervase.
–Sí, era inevitable.
Gunnar metió la mano por debajo de su ropa interior y la acarició entre los muslos.
–No me digas que esto no era inevitable, Olive –añadió mientras la acariciaba íntimamente.
–Gunnar.
–Para mí era inevitable. Por eso estás tan húmeda. No es posible que sea la primera vez que piensas en entregarte a mí. Seguro que lo habías pensado antes. A menudo. No solo aquella noche que intentaste besarme.
Ella quiso admitirlo. Quiso confesar que era el único hombre al que había deseado, que llevaba años soñando con él, que cuando había cumplido los dieciocho años había soñado con ir por la noche a su habitación de hotel porque, para variar, se había pasado su cumpleaños esperando a que su padre saliese de una reunión con Gunnar.
Y había pensado… que ya era adulta y que podía meterse en su cama si quería.
Al final, le había dado miedo a hacerlo.
Le había dado miedo que él la rechazase.
Pero en esos momentos podía tenerlo, en honor a la Olive de dieciocho años. No iba a decirle que había fantaseado con él. No iba a decirle desde cuándo lo había deseado.
Y no iba a permitir que pensase que aquello había sido inevitable.
Le habían enseñado a controlar sus emociones y en esos momentos entendía el motivo.
Ya se sentía inestable, vulnerable, era necesario que se controlase. No podía permitir que Gunnar se diese cuenta de que había una mujer dulce y fantasiosa en ella.
Entonces, él metió dos dedos entre sus muslos y la miró con intensidad.
–Te está gustando –le dijo.
Ella apoyó una mano sobre su bragueta.
–A ti también.
Tuvo que hacer un esfuerzo para no reaccionar ante lo que había encontrado allí. El tamaño y la dureza de su erección la pusieron nerviosa.
Gunnar apartó la mano con la que había estado acariciándola y ella lo echó de menos. Entonces, él le desabrochó el sujetador y la sensación de estar completamente expuesta ante él la excitó todavía más.
Olive le quitó la chaqueta y la camisa. Después, se apartó de él para quitarse los zapatos y bajarse los pantalones y la ropa interior, aliviada. Por fin estaba desnuda delante de él.
Por fin.
Se sentó en el sofá de terciopelo negro del salón, tal y como la habían enseñado a sentarse, como una buena chica. Y le resultó divertido comportarse de manera remilgada en esos momentos.
Él sonrió, se desabrochó el cinturón muy despacio.
–Eres única –comentó.
–¿Cuánto tiempo llevas fantaseando conmigo? –le preguntó ella, decidiendo hacer lo mismo que había hecho él: intentar que confesase.
–No creo que debas hacerme esa pregunta.
Empezó a desabrocharse los pantalones, se quitó los zapatos y los calcetines, y terminó de desnudarse.
Estaba muy excitado y Olive pensó que no sabía si estaría preparada para recibir algo así…
–Separa las piernas –le ordenó él.
Olive lo miró a los ojos. Nunca rechazaba un reto, mucho menos, viniendo de Gunnar. Así que separó las piernas y vio cómo él la devoraba con la mirada. Así que se acarició como si la estuviese acariciando él.
–No –la interrumpió Gunnar–. No puedes llegar al orgasmo hasta que yo te lo diga.
–Ese comentario es muy misógino.
–Algunas personas lo llaman jugar, Olive. Si quieres jugar conmigo, tendrás que seguir las reglas, ¿lo entiendes?
Ella estaba temblando. De manera incontrolable. Porque aquella era su mayor fantasía. Era su sueño hecho realidad.
Gunnar se acercó con aire de conquistador, alargó la mano hacia su barbilla para sujetarla y la besó. Luego, se agarró la erección y la guio hacia sus labios.
Olive abrió la boca, le agarró el miembro y se lo metió en ella todo lo que pudo.
Había soñado con aquello, con pasar de una posición sumisa a hacer que Gunnar se retorciese de placer.
Lo había pensado muchas veces. Y a pesar de que era una novedad, una primera vez, también sabía lo que tenía que hacer.
Había leído descripciones muy explícitas y se había imaginado múltiples escenarios con él: en una limusina, debajo de la mesa de la sala de reuniones, después de una tensa negociación. Sí, había pensado en aquello muchas veces.
De repente, Gunnar se apartó.
–Suficiente. Ahora me toca a mí.
Se arrodilló ante ella, la agarró por la cintura y la hizo sentarse en el brazo del sofá. Después, le separó las piernas y se inclinó hacia ella para devorarla.
No vaciló ni un instante. La devoró como un bestia, le chupó el clítoris con fuerza y al mismo tiempo enterró dos dedos en su sexo y empezó a acariciarla a un ritmo hipnótico, utilizando los labios y la lengua al mismo tiempo que las manos.
Ella se retorció del placer.
–Gunnar –gimió, agarrándolo del pelo mientras balanceaba las caderas.
–Ya puedes llegar al clímax –le dijo él, pasando la lengua por su cuerpo y haciéndola estallar por dentro.
Olive no podía parar. Se dejó llevar por la sensación de placer y cuando hubo terminado, Gunnar cambió de postura para apretar la erección contra su sexo.
–Por favor –gimoteó ella.
–¿Qué?
–Hazme tuya, monstruo –le pidió.
–Ah, ¿es eso lo que quieres, pequeña Olive? ¿Quieres que te tome y que termine con esto?
–Sí.
Entonces, lo hizo, la llenó con su erección y la sensación fue maravillosa.
Olive echó la cabeza hacia atrás y gimió sin ninguna vergüenza.
–Jamás se te olvidará –le susurró él contra los labios–. Me desearás. Siempre. Jamás podrás liberarte de esto.
Empezó a mover las caderas hacia delante, penetrándola cada vez más. Y ella pensó que iba a morirse de placer.
Entonces, Gunnar la levantó del sofá sin salir de ella y la llevó hasta el dormitorio. Salió un momento de su cuerpo para tumbarla en la cama, donde Olive se quedó con las piernas separadas, esperándolo de manera evidente, y ni siquiera le importó.
Gunnar se tumbó encima de ella, volvió a penetrarla, y ambos gimieron de placer.
–Y tú pensarás en mí –murmuró ella–. Pensarás en mí siempre. Te lo prometo.
–En ese caso, dámelo todo.
Y Olive sintió que volvía a llegar al orgasmo, tembló, se retorció, tuvo una sensación distinta a la vez anterior, más intensa. Entonces, él gruñó como el vikingo que era en el fondo y llegó al clímax también.
Ya estaba hecho.
Olive lo había hecho. Aquello marcaba un antes y un después entre ellos.
Entonces, ¿por qué estaba temblando? ¿Por qué tenía ganas de llorar? ¿Por qué se sentía perdida?
–Enhorabuena –le dijo él antes de levantarse de la cama e ir al cuarto de baño.
Ella se quedó allí tumbada un rato y después se levantó despacio, volvió al salón y recogió su ropa. Se sentía conmocionada, destrozada, pero se obligó a sonreír.
Había ganado. Había ganado en todos los aspectos.
Había firmado el contrato. No tendría que volver a ver a Gunnar.
No podía dejarse llevar por aquella extraña sensación de que había perdido algo.
Antes de cortar toda relación con él, había hecho realidad sus fantasías. Y había sido… increíble. A partir de ese momento, cuando se fuese a la cama sola por las noches, ya tendría algo real en lo que pensar.
Porque siempre había sabido que solo podría tener una noche con Gunnar, pero aquella noche había sido todo lo que ella había necesitado que fuese.
No necesitaba nada más.
CUANDO, DOS meses después, Gunnar vio el nombre de Olive Monroe en su escritorio, pensó que estaba alucinando.
No había podido olvidarla, había soñado con ella por las noches y no estaba acostumbrado a no satisfacer sus deseos. Siempre intentaba conseguir lo que quería, ya fuese un cupcake de chocolate o una mujer. Pero así eran las cosas con Olive Monroe.
No había otra persona en el mundo a la que entendiese tan bien. Ni nadie que le afectase tanto.
Si hubiese sido otro tipo de hombre, lo habría llamado… amor.
Pero no era de esos, así que prefería llamarlo fascinación o incluso instinto de protección.
Desde que la había visto con dieciocho años, mirándolo con deseo.
Porque él siempre conseguía lo que quería, pero con una cierta ética, con mujeres que sabían lo que querían, que lo deseaban y que conocían bien los anhelos de sus cuerpos.
Y él había intentado controlarse porque siempre había querido evitar parecerse a Magnus Ragnarson.
Su padre había sido un cretino y lo único peor que sus actos había sido que Gunnar se había pasado años idealizándolo, sin darse cuenta de la clase de hombre que era en realidad.
No deseaba parecerse en nada a aquel hombre que utilizaba y desechaba a mujeres jóvenes, que utilizaba prácticas comerciales inmorales, que destruían el medio ambiente, que pagaba mal a sus trabajadores para que trabajasen en fábricas peligrosas. Y ese era el motivo por el que había mantenido las distancias con Olive.
Sin embargo, había seguido deseándola. Había seguido estando obsesionado con ella.
No se había enfrentado a ella para dar espectáculo, se había enfrentado a ella porque le gustaba hacerlo.
Había tenido que hacer un esfuerzo sobrehumano para rechazarla la noche del funeral de su padre. Y se había sentido consolado por la sensación de ser moralmente mejor.
Durante los últimos dos meses, había pensado muchas veces en llamarla. ¿Por qué no tener una aventura con ella?
Se había resistido porque era lo que estaba acostumbrado a hacer cuando se trataba de Olive, pero su cuerpo solo la quería a ella. Y ese también era un rasgo propio de él, que nunca se conformaba con segundos platos, siempre intentaba conseguir lo que quería. Lo mejor, o nada.
Así que llevaba dos meses sin saciar aquel anhelo porque su cuerpo solo quería a Olive.
Pero no, no estaba alucinando, el nombre de Olive estaba realmente escrito en aquel documento y su asistente estaba también allí, esperando.
–Toda la información está ahí –dijo–, pero quería hablar también con usted.
–Que sea rápido.
–¿Sabe cómo consiguió Olive ganar el contrato?
Para Gunnar no había ningún misterio. La verdad era que… Olive había destruido su presentación con un trabajo mucho mejor que el suyo. El producto de Olive había sido mejor. Y él se había sentido muy orgulloso de ella.
–Ilumíname –respondió.
–Había visto nuestros productos. Y la presentación.
–Eso es imposible.
–No, no lo es. Porque… me pagó para que le diese esa información.
Gunnar se quedó completamente inmóvil. Se enorgullecía de conocer a las personas, porque al haberse equivocado con su padre le había destrozado la vida a las personas a las que más había querido, y había aprendido a no volver a cometer ese error. Jamás.
Y acababa de enterarse de que su asistente lo había traicionado y Olive…
Olive, a la que había querido proteger, salvar.
Olive, a la que…
Recordó todas las ocasiones en las que le había llevado un cupcake. Todas las veces que habían discutido. La vez que la había ayudado a levantarse de un macetero, cuando todavía había sido una adolescente, cuando él todavía no la había deseado.
Y el momento en el que se había dado cuenta de que la deseaba. La extraña mezcla de orgullo y rivalidad que sentía siempre que la veía trabajar.
Siempre le había parecido una persona muy inteligente, mucho más que su padre. Y había pensado que era… buena.
Pero era igual que esos hombres que jugaban para conseguir llenarse los bolsillos, que se aprovechaban de otros para conseguir más.
La pequeña Olive, que siempre le había parecido una persona única, no era más que una ladrona.
–¿Has trabajado para ella? –preguntó.
–Sí –admitió su asistente.
–Me atrevería a decir que no me lo estás contando para aliviar tu conciencia.
Porque era evidente que ni Jason ni Olive tenían conciencia.
–No –le respondió el otro hombre, dudando.
–Entonces, ¿por qué?
–Porque no siento que su empresa sea el futuro. Hay ciertos problemas… ahora mismo. Vulnerabilidades.
–¿En qué sentido? –le preguntó Gunnar en tono duro.
–Olive ya no es la misma. Todo el mundo se ha dado cuenta. Va menos al trabajo, llega tarde, uno se pregunta si no habrá caído en una de esas trampas en las que caen muchas personas de su edad.
–¿Qué quieres decir?
–Tal vez tenga un problema con el alcohol, con las fiestas, no estoy seguro. Solo sé que tal vez no sea el futuro de la empresa que yo pensaba.
Incluso en aquellos momentos, Gunnar quiso defender a Olive. Era joven y llevaba una carga impresionante.
«No es quién tú pensabas».
Recordó una vez más la noche del funeral de su padre, cómo había llorado.
Pensó que aquello había sido una mentira, como todo lo demás. Porque, ¿cómo podía una mujer que lo había engañado ser al mismo tiempo la dulce criatura que había acercado los labios a los de él para que le diese un beso?
–¿Y qué quieres? –le preguntó Gunnar a su asistente.
–Que me asegure que tendré un puesto aquí. Puedo probar que Olive consiguió el contrato de manera fraudulenta, para que se deshaga de ella y consiga el contrato con Yamamoto usted.
Gunnar se echó a reír.
–No negocio con traidores sin honor. Recoge tus pertenencias.
Olive estaba destrozada. Llevaba semanas sintiéndose mal y no quería reconocer el motivo. No era capaz de aceptar aquella posibilidad. Y había evitado pensar en ello porque no lo podía soportar.
El hecho de llevar dos meses sin tener el periodo no era ningún misterio. Como tampoco lo era el motivo por el que estaba cansada y tenía náuseas por las mañanas. Sobre todo, porque había tenido sexo por primera vez y lo había hecho sin protección.
Tanto Gunnar como ella tenían una gran mente para la tecnología, pero también eran dos idiotas que habían tenido relaciones sexuales sin utilizar protección.
Olive le había echado la culpa a él.
Ella había sido virgen, pero él tenía que haber pensado en aquello. Y tal vez ella debiese haberlo hecho también, pero había tomado una decisión y en esos momentos las consecuencias eran…
Terribles.
Lo había echado todo a perder. Se suponía que era la luz que guiaba su empresa y casi no era capaz ni de estar sentada en su despacho. No era una líder, llevaba semanas aturdida y desorganizada, sin poder concentrarse.
Se había quedado embarazada del enemigo.
Su padre… no se habría sentido precisamente orgulloso de aquello.
Se desplomó sobre el escritorio de su despacho, pero como estaba sola, no importó.
Sacó una bolsa de galletas saladas del primer cajón y se la llevó al pecho. Aquello era horrible.
Se encontraba fatal. Y estaba aterrada. Se había sentido exultante al firmar el contrato, pero todo lo demás…
No iba a conseguir olvidarse jamás de Gunnar. Sobre todo, si sus sospechas se confirmaban. La idea le provocó náuseas.
De repente, oyó ruido fuera. La puerta de su despacho se abrió de manera brusca.
–Olive –le dijo él.
–¿Qué pasa? –preguntó ella, intentando esbozar la mejor de sus sonrisas.
Él se acercó mientras ella se escurría de la silla, se hacía un ovillo en el suelo y se abrazaba con fuerza las piernas.
–¿No pensarías que ibas a salirte con la tuya?
Olive sintió miedo. ¿Cómo podía saberlo Gunnar? Si ni siquiera lo sabía ella a ciencia cierta.
–No sé de qué estás hablando –susurró.
–De tu maniobra de espionaje empresarial.
Olive casi sintió alivio al oírle decir aquello. Era ridículo. Salvo que, en esos momentos, su empresa le daba igual.
Así que intentó comportarse con naturalidad a pesar de que estaba temblando por dentro.
–Ah, eso. En el amor y en la guerra, todo vale.
–¿Qué te pasa?
–Que no me encuentro bien hoy.
–Pero estás en el trabajo.
Olive se encogió de hombros y sacó una galleta para comérsela porque no podía fingir que aquello no estaba ocurriendo. Gunnar la había sorprendido en una postura extraña y ella se negaba a cambiarla porque se negaba a tener que agachar la cabeza ante él.
–Tengo trabajo, así que aquí estoy. Comiendo galletas.
–Pero estás en el suelo.
–Sí. Creo que habían hecho un estudio. En Suecia. Supongo que no habrás oído hablar de él, pero trata de trabajar en espacios poco convencionales. Algo relacionado con la libertad de hacer con tu cuerpo lo que pienses que es mejor para él.
–Olive…
Entonces, ella se dio cuenta de lo absurdo que era aquello. Gunnar era su mayor enemigo en muchos aspectos, siempre lo había sido. Y, al mismo tiempo, era la persona a la que mejor conocía del mundo. Ya no tenía a su padre y todavía no había superado su pérdida, y nunca tenía tiempo para hacer amigos. Y, que ella supiese, Gunnar tampoco los tenía.
Solo tenía amantes.
Y Olive se había convertido en una de ellas, pero lo cierto era que se conocían bien. En esos momentos, quería confiarle sus temores, salvo que él era la fuente de estos y no podía saberlo.
Gunnar le hacía sentirse culpable por haberlo engañado, pero eso era ridículo.
Olive estaba segura de que el padre de Gunnar le había enseñado los mismos valores que el suyo a ella. Cuando se trataba de negocios, todo valía.
–Bueno, pues si piensas que todo vale, te gustará saber lo que va a ocurrir ahora.
Se agachó delante de ella y a Olive se le encogió el estómago.
Gunnar agarró el paquete de galletas saladas y se lo quitó.
–Necesito que me prestes atención, que no comas galletas.
–No comí galletas en la cama –le dijo ella–. No sé por qué te molestan tanto.
–No comiste galletas en la cama, te marchaste demasiado pronto como para comer.
–No pensé que tuviese que quedarme a cenar contigo.
–No tenías que hacerlo –le dijo él.
–Ves. En ese caso, no sé por qué estamos hablando del tema.
–Lo has sacado tú.
–Cierto.
Él la miró fijamente, como si pudiese ver dentro de su alma.
–Voy a arruinarte –comentó con toda naturalidad.
–¿Qué?
–Que lo que has hecho era ilegal. En muchas jurisdicciones.
–Pero te va a costar averiguar en qué jurisdicción lo hice exactamente. Ambos viajamos por el mundo, tenemos oficinas en muchos países –le respondió ella, aterrada, con el corazón tan acelerado que se estaba empezando a sentir aturdida.
Y, lo que era peor, se sentía culpable.
Porque Gunnar estaba enfadado, y era de esperar, pero también parecía estar… decepcionado con ella.
Pero lo único que podía hacer en esos momentos era defenderse. No podía retroceder. Su padre no le había enseñado a hacer eso.
–Sé que has hecho algo ilegal. Y sé que Jason te ayudó, y es mi asistente.
–Qué cretino, me ha delatado, ¿verdad?
Olive se inclinó hacia delante para intentar recuperar el paquete de galletas y después se puso en pie, pero, de repente, se sintió mareada.
–¿Gunnar?
Fue lo último que dijo antes de dejar de ver el rostro de este y desmayarse entre sus brazos.
GUNNAR NUNCA había pensado que Olive fuese una persona débil, pero en esos momentos la tenía entre sus brazos, desmayada, y estaba seguro de que no estaba fingiendo. Así que la tomó en brazos y la sacó del despacho. Una vez fuera, todo el mundo lo miró como si la hubiese asesinado.
–Se ha desvanecido –comentó–. ¿Alguien tiene agua?
–Yo… –respondió la secretaria, que parecía nerviosa.
Jason había dicho que tal vez tuviese un problema con la bebida, pero Gunnar pensó que no era eso. Estaba enferma.
–Es ridículo –murmuró, avanzando con ella en brazos.
Estaba furioso con Olive. Furioso porque no era como él había pensado.
Había entrado en su despacho dispuesto a estrangularla y se la había encontrado hecha un ovillo, comiendo galletas saladas.
Allí ocurría algo, estaba seguro.
Y lo peor era que, no sabía cómo, pero había empezado a sentir algo por ella.
Pero Olive lo había traicionado y eso le dolía.
Se había acostumbrado a no necesitar a nadie en la vida, a no depender de nadie, pero, en algún momento, había empezado a confiar en ella y se había fiado demasiado de su propia capacidad para discernir el bien del mal.
Había bajado la guardia con Olive, pero no volvería a ocurrir.
Incluso en esos momentos, en los que se veía obligado a preocuparse por su salud, decidió que aquello no le iba a afectar.
Salió del edificio con ella en brazos y la llevó hasta donde su chófer lo estaba esperando con el coche.
–Llévame a un médico, no sé qué le pasa.
–¿La ha envenenado? –le preguntó este.
Todo el mundo conocía su rivalidad. Era legendaria. La prensa hablaba del tema siempre que competían por un contrato, pero en esos momentos tenía que llevarla al médico. La instaló en el asiento trasero y después se sentó a su lado. Cerró la puerta detrás de él y vio que Olive empezaba a volver en sí.
Su conductor arrancó y empezaron a avanzar entre el tráfico de Nueva York.
–¿Qué pasa?
–Quiero vomitar –dijo ella.
–Si vomitas en mi coche, tendrás que pagar la limpieza.
–¿Y si te vomito a ti encima? –le preguntó Olive.
–No sé qué decirte. No me ha ocurrido nunca. Imagino que las consecuencias serían interesantes.
–Oh… Me siento como si me fuese a morir.
A Gunnar se le encogió el corazón al oír aquello porque, por muy enfadado que estuviese, siempre que veía a Olive vulnerable se despertaba el guerrero vikingo que había en él, que quería protegerla de todo peligro.
Incluido él mismo.
–¿Vas a hacerlo?
–¿El qué?
–Morirte.
–Eso depende de si tú vas a matarme.
–He dicho que iba a arruinarte, no a matarte.
Olive estaba medio tumbada en el coche, con la mano en la frente. Y, de repente, fue como si acabase de darse cuenta de dónde estaba.
–¿A dónde vamos?
–Al médico, tonta. Es evidente que no estás bien.
–No –le dijo ella, incorporándose de repente–. No quiero ir al médico. Déjame en la calle. Quieres vengarte, ¿no? Pues déjame ahí fuera para que me congele de frío.
–Te has desmayado entre mis brazos. Cuando he llegado estabas hecha un ovillo comiendo galletas. Tal vez estés deshidratada. Es probable que necesites tomarte una infusión, o algo de líquido.
–Creo que me he desmayado al verte, de la sorpresa. Si me llevas al médico, a lo mejor te denuncio por acoso.
–¿Harías algo así?
–Un médico podría demostrar que me he desmayado por cómo me has hablado.
–No lo creo.
Ella se echó a reír. Y no paró. Gunnar no supo qué le resultaba tan gracioso.
–Olive, ¿qué te pasa?
–Tú, que lo sabes todo, ¿por qué no me lo dices? Cuéntamelo todo. Cuéntame también cómo vas a arruinarme.
–Ah. Muy sencillo. Quiero que Ambient se convierta en filial de Magnum.
Porque lo que era evidente era que una parte de él todavía quería protegerla.
–¿Quieres comprarme?
–Sí.
–Me parece que eso violaría las leyes antimonopolio, Gunnar. No es posible.
–No estoy de acuerdo. Existen otras grandes empresas tecnológicas.
–¿Tan grandes como las nuestras?
–Tan grandes como la tuya. Además, mi empresa también se dedica a otros negocios.
–¿Y por qué iba a acceder yo a eso?
–Porque la alternativa es la cárcel.
–¿De verdad harías que me metiesen en la cárcel?
–Piénsalo bien. ¿Habría hecho tu padre que el mío fuese a la cárcel?
–Ambos sabemos que sí.
–¿Y crees que yo debería evitarte eso solo porque eres una mujer?
–Sí. Soy una niña. Y no puedes enviar a una niña a prisión. Me parece muy cruel.
Él supo que Olive no lo creía capaz de hacer algo así.
–Tú también hiciste algo cruel conmigo y, para rematar… me sedujiste.
–¿Que yo te seduje? ¡Ja!
–¿Acaso fui yo el que se quitó la camiseta en mi salón?
–Bueno, no, pero hay quien consideraría como juegos preliminares que siempre me compres cupcakes de chocolate.
–Eso no voy a negarlo.
–Lo que yo quería era dejarlo todo hecho de una vez. Ah, y no quería volver a verte jamás. Quería zanjar ese tema… eso que ha habido siempre entre nosotros. Ya sabes a lo que me refiero. Intentamos ignorarlo, asistimos a reuniones juntos y, cuando se termina la reunión, yo siento que necesito un cigarrillo. Y no fumo. Así que no lo soportaba más y necesitaba hacer algo al respecto. Porque el hecho de que discutir con el hombre al que más odio del mundo me excite es un problema. Y quería… Quería acabar con eso. Ni más ni menos.
El hecho de admitir aquello la volvió a humanizar. Y Gunnar sintió la tentación de mirarla y ver de nuevo a su Olive. A aquella por la que se había preocupado siempre, pero que había resultado ser una persona de poco fiar.
Tal vez le hubiese importado siempre, pero nunca había querido tocarla. Porque, a pesar del cariño que le tenía, no había planeado que formarse parte de su vida. Gunnar no creía en el amor.
Una cosa era desear protegerla en la distancia, desear que estuviese bien y otra distinta pensar en tener esposa e hijos.
Por eso no la había tocado nunca, porque no había querido hacerle daño.
«Y ella te ha hecho daño a ti».
No, no se sentía dolido. Estaba furioso.
–Un discurso enternecedor –comentó–. ¿Has terminado?
–He terminado.
–Continuaremos hablando de esto cuando el médico te haya examinado.
Olive miró por la ventanilla.
–¿Dónde estamos?
–En el médico.
Ella frunció el ceño.
Estaban en una clínica que parecía muy cara. Enseguida hicieron pasar a Olive a una consulta y comprobaron sus constantes vitales, si tenía fiebre, todo mientras estaba sentada en un cómodo sillón.
–No necesito que me vea un médico –protestó.
–Da la sensación de que está deshidratada –comentó la enfermera.
Gunnar se encogió de hombros.
–¿Qué te había dicho?
–¿Y qué pasa? ¿No me vas a mandar a la cárcel hasta que no esté hidratada?
–Me gusta que mis rivales estén sanos. Por el mismo motivo que no los espío, Olive. Me gusta jugar limpio. Así puedo demostrar que soy el mejor.
–Entre ahí, vamos a necesitar una muestra de orina y después le daremos algo para hidratarla –añadió la enfermera.
–No quiero que me hagan un análisis de orina –protestó ella.
La enfermera la miró contrariada.
–Somos muy discretos, aunque se detectasen narcóticos…
–No me drogo –replicó Olive–. Es solo… que siento invadida mi privacidad. No quiero hacerlo.
Gunnar empezó a atar cabos. Se la había encontrado hecha un ovillo, comiendo galletas saladas, se había desmayado y no quería que le hiciesen un análisis de orina.
–Olive, ¿estás embarazada? –le preguntó.
OLIVE SINTIÓ que le faltaba el aire y fingió sorpresa.
–No que yo sepa –le respondió.
–¿Sospechas…?
–No, no.
–Hazte ese análisis –le dijo él.
–No me puedes obligar.
–Olive…
Ella palideció de repente.
–No se te ocurra desmayarte otra vez.
–No le puedes decir a alguien que no se desmaye. No puedes ir por ahí dando órdenes. Uno no elige desmayarse, ocurre de repente. Y si sigues mirándome así, vas a hacer que me desmaye otra vez. Has dicho que no quieres que eso ocurra, así que deja de comportarte como un cretino.
Estaba respirando con dificultad y se había llevado la mano a la frente otra vez.
–No… no… Es que… Podría ser cualquier otra cosa.
–O no –intervino la enfermera.
–Hay muchos motivos por los que una mujer deja de tener la regla.
–Casi siempre, un embarazo –dijo la enfermera.
Olive se sentía aturdida. La habían entrenado toda la vida para dirigir la empresa de su padre. Sabía cómo centrarse en eso y olvidarse de todo lo demás, pero no sabía cómo ser madre. Jamás había contemplado esa posibilidad. Y solo pensar en que su vida podría cambiar tanto… No era posible.
–Ha sido solo dos meses.
–Es probable que esté embarazada –insistió la enfermera.
–No le he pedido su opinión –replicó ella, dirigiendo toda su ira hacia la otra mujer.
Luego, miró a Gunnar.
–Aunque supongo que, de ser así, no querrías que fuese a la cárcel –comentó riendo.
–Ve y hazte la prueba –le dijo él.
Y Olive obedeció. Mientras tanto, pensó en escapar de la clínica por una puerta trasera. Salvo que se encontró encerrada en un cuarto de baño tan bonito y lujoso como el resto de la clínica, con papel rosa en la pared y un sillón de terciopelo en un rincón.
–Estupendo, por si me vuelvo a desmayar.
Los pequeños recipientes para recoger la orina desentonaban en un lugar así. Olive tomó uno, hizo lo que se esperaba de ella y lo dejó en el armario que había en la pared.
Después se sentó un momento en el sillón, se tumbó en él.
Tenía el corazón acelerado. ¿Qué iba a hacer? ¿Qué iban a hacer?
En esos momentos, no tenía ni idea y se sentía aterrada.
Gunnar estaba furioso con ella porque lo había traicionado. Y tenía todo el derecho del mundo. Ella había encontrado la manera de justificar sus actos, pero, en realidad, no tenían justificación. Y lo sabía.
Pero había estado… desesperada. Desesperada por sacarlo de su vida. Desesperada por hacer algo con lo que sentía cada vez que veía a Gunnar. Desesperada por complacer a su padre y consolidarse como la directora general que él le había enseñado a ser.
Había sido el culmen de todo.
Llamaron a la puerta.
–Estoy descansando –espetó.
–Soy yo –dijo la enfermera, abriendo la puerta, entrando y mirándola con ternura.
–¿Ya le han dado a él los resultados? –le preguntó Olive.
La otra mujer negó con la cabeza.
–No, los resultados son suyos, Olive, no de él. No sé qué tipo de relación tienen…
–¿De verdad? ¿Es que no ve las noticias?
–Mi trabajo aquí es fingir que no sé nada y no sacar conclusiones, mucho menos, juzgar a nadie.
–Adelante. Júzgueme de todos modos. ¿Cuál es el resultado?
–Ya lo sabe –le dijo la otra mujer.
Y a Olive se le llenaron los ojos de lágrimas y estas empezaron a correr por su rostro. Agradeció estar allí a solas con la enfermera, porque no quería llorar delante de Gunnar.
Y no tenía a nadie más.
Tenía una vida extraña, solitaria y disfuncional. Su padre había fallecido, no había llegado a conocer a su madre y, en esos momentos, los echaba de menos a los dos.
Aunque sabía que su padre se habría sentido muy decepcionado con ella y eso la agobiaba. No se habría alegrado de ir a convertirse en abuelo. La habría puesto en duda. Le habría preguntado cómo había podido ser tan débil, tan tonta como para dejarse embarazar por el enemigo.
Le habría preguntado cómo había sido capaz de fracasar de semejante modo.
–No sé qué voy a hacer.
–Bueno. Puede hacer lo que quiera. Él no va a tener los resultados. Puede contarle lo que quiera.
Pero Olive sabía que no iba a mentirle a Gunnar Magnusson. No obstante, necesitaba recuperar la compostura. No podía salir así. No podía salir con el rostro manchado por las lágrimas. Se negaba a que Gunnar la viese tan débil.
Aunque llevaba todo el día viéndola así. Ella había intentado sonreír y hacerse la dura, y no podía mostrarse débil en esos momentos.
–De acuerdo. Necesito un minuto más.
Respiró hondo y se preparó mentalmente. Se recordó el motivo por el que había tomado las decisiones que había tomado en los últimos meses: tenían sentido.
Y, al final, también le encontraría el sentido a todo aquello. No era una cobarde y no se iba a esconder.
Era Olive Monroe, directora general de Ambient, entrenada para enfrentarse a todo lo que se le pusiese por delante. Y Gunnar era… Gunnar, y tenía una genética…
Aquel bebé iba a ser un genio.
Aquel bebé… Ya había tomado la decisión de tenerlo. Aunque tendría que conseguir que el bebé trabajase para ella, no para Gunnar. Por extraño que pareciese, se sintió más tranquila.
Volvió a respirar hondo y salió a la sala en la que Gunnar estaba esperándola. Entonces llegó también la enfermera.
–Vamos a por el suero –comentó.
Y llevó a Olive a una habitación preciosa, donde se sintió como una princesa, y allí le pusieron un suero.
Y Gunnar se quedó a su lado, con su imponente aspecto, cruzado de brazos.
–Bueno… –empezó ella, intentando comportarse con arrogancia–. Estoy embarazada. Interesante.
–Interesante no sería la palabra que habría utilizado yo –le dijo él en tono duro.
–No te preocupes, no tienes por qué ser el padre.
Él la fulminó con la mirada.
–No me digas. ¿Tengo que dar por hecho que has estado con un montón de hombres justo después de haberte acostado conmigo?
–Lo dices como si te molestase la posibilidad de haber sido uno más, Gunnar.
–Y tú estás entrando en terreno pantanoso, Olive. ¿Es mío?
–No tengo una bola de cristal –le respondió ella, sintiendo náuseas.
Por supuesto que era de él. No había visto a otro hombre desnudo en toda su vida, pero Olive necesitaba tener la sensación de que controlaba la situación.
Su padre la había enseñado a no acudir nunca a una negociación sin alguna ventaja. Necesitaba tener una. O, al menos, un punto de apoyo.
Estaba en shock.
Como si no fuese normal que estuviese embarazada después de haber mantenido relaciones sexuales sin protección.
Aunque, ¿la primera vez? Eso era muy mala suerte. Había mujeres que lo intentaban muchas veces antes de quedarse embarazadas.
Ella solo había intentado sentir algo. Sentirlo a él.
Saber por fin lo que era tener sus ojos y sus manos en el cuerpo después de tantos años soñando con ello.
LE HABRÍA parecido casi divertido si no hubiese estado tan enfadado. Aquella mujer, aquella mujer que llevaba años poniéndolo de los nervios… iba a tener un hijo suyo.
O no, le había dicho.
Como si existiese alguna duda.
–Tu heredero –comentó ella–. Tu heredero. Yo soy la dueña de una de las principales empresas tecnológicas del mundo y…
–Pronto dejarás de serlo, aunque permitiré que sigas siendo su directora general. Tienes una imagen que es importante mantener. Forma parte de la marca.
–No voy a permitir que te hagas con mi empresa –espetó ella, poniéndose en pie.
Y Gunnar se dio cuenta de que no se había tomado aquello en serio hasta entonces.
–Si juegas con fuego, lo normal es que te quemes, Olive. Tenías que haber pensado en las posibles consecuencias antes de hacer lo que hiciste. Esto no es un juego. Nunca lo ha sido, a pesar de los cupcakes