Amantes y rivales - Millie Adams - E-Book

Amantes y rivales E-Book

Millie Adams

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Beschreibung

Bianca 2973 Él jugaba para ganar… y siempre con sus propias reglas. Olive Monroe, directora general de una importante empresa tecnológica llevaba años odiando al multimillonario islandés Gunnar Magnusson y, casi el mismo tiempo, queriendo besarlo. Había deseado al que también era su rival en los negocios mucho antes de pasar una noche en su ático. Gunnar era el vikingo con el que soñaba por las noches, hasta que descubrió las consecuencias de su encuentro… Gunnar tenía clara la solución al embarazo de Olive, lo quería todo: su empresa, al bebé y a ella. Lo único con lo que no había contado era la capacidad de Olive para convertir el hielo que corría por sus venas en abrasadora lava.

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Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley.

Diríjase a CEDRO si necesita reproducir algún fragmento de esta obra.

www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47

 

 

Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Avenida de Burgos, 8B - Planta 18

28036 Madrid

 

© 2022 Millie Adams

© 2022 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Amantes y rivales, n.º 2973 - diciembre 2022

Título original: The Billionaire’s Baby Negotiation

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Bianca y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited.

Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.: 978-84-1141-213-1

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Créditos

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Capítulo 13

Capítulo 14

Capítulo 15

Capítulo 16

Epílogo

Si te ha gustado este libro…

Capítulo 1

 

 

 

 

 

TENÍA QUE existir una palabra en alemán para describir aquella sensación casi insoportable de querer golpear a alguien y besarlo al mismo tiempo.

Al menos, eso era lo que pensaba Olive Monroe, que, a pesar de tener un buen nivel de alemán, no conocía dicho término. Tampoco lo había oído en inglés, japonés, chino, ni ninguno de los demás idiomas que había aprendido para su progresar en su carrera.

Pero aquello era lo que sentía cada vez que miraba a Gunnar Magnusson.

Era multimillonario, filántropo y, posiblemente, vikingo a media jornada, aunque para ella era sobre todo un fastidio a tiempo completo, desde que lo había conocido.

Era como lo recordaba desde su niñez.

La primera vez que lo había visto ella había tenido seis años y él, dieciséis.

Sus padres habían estado inmersos en una negociación y ella había esperado a que las reuniones se terminasen sentada en un banco, fuera de la sala de juntas. Delante había tenido una mesa llena de comida, pero su padre le había advertido que no tocase nada, aunque ella acababa de decidir que se iba a comer un cupcake que, al parecer, no había querido nadie, cuando un hombre alto y rubio había llegado, por aquel entonces, a ella le había parecido un hombre, y lo había devorado de un bocado.

Luego, se había girado hacia ella y Olive había visto vergüenza en sus ojos azules, aunque la expresión pronto había sido reemplazada por otra de desdén.

Después, Olive se había enterado de que se trataba del único hijo del principal competidor de su padre.

Gunnar Magnusson, hijo de Magnus Ragnarson, el hombre más odiado en casa de los Monroe, se había comido su cupcake de chocolate.

Había sido un cumpleaños decepcionante, tal vez, por culpa de su padre, que le había hecho pasarse el día de su cumpleaños sentada delante de una sala de reuniones.

La madre de Olive había fallecido cuando ella era bebé y su padre, que se había quedado sin el amor de su vida, había decidido llevarse a Olive a todas partes en vez de buscar una o varias niñeras. La había tratado como si fuese una parte integral de su mundo y de su empresa, a la que había amado desde antes de conocer a su esposa y de tenerla a ella.

Olive solo había tenido a su padre y aunque se hubiese sentido decepcionada por no poder celebrar su cumpleaños con otros niños, por no tener un bonito pastel ni poder montar en poni, le había resultado mucho más fácil echar la culpa de todo a Gunnar.

Este no parecía querer molestarla conscientemente. No. Pero lo cierto era que habían ido chocando a lo largo de los años.

Eso se debía a que sus padres se dedicaban los dos al mismo negocio y competían constantemente por los mismos contratos tecnológicos.

Durante una época, Olive no había tenido que soportar a Gunnar. Este había cumplido dieciocho años, se había independizado y había montado su propia empresa. Entonces, solo lo había visto en algún evento profesional, vestido de esmoquin, y había pensado que iba a volverla loca.

Todavía recordaba perfectamente cuando, con quince años, lo había visto aparecer en una fiesta benéfica. Había sido ver entrar a Gunnar y Olive había tenido la sensación de que todo se detenía.

La mayoría de los hombres estaban elegantes vestidos de esmoquin, pero Gunnar, con aquellos hombros tan anchos y los brazos fuertes y musculados, parecía todavía más peligroso de lo normal.

En un momento de la velada Olive se había caído dentro de un macetero y, para rematar, había sido Gunnar quien se había acercado a ayudarla. La había agarrado con su mano grande y caliente, y había hecho que ella se sintiese pequeña y frágil, que se pusiese colorada y sintiese mucho calor.

Había tenido la misma sensación que cuando lo había visto comerse su cupcake, aunque aquello había sido distinto.

Ya no tenía quince años y sabía lo que le ocurría, pero se alegraba de no haber sabido antes lo que era la atracción sexual.

El padre de Gunnar había fallecido dos años después de aquella fiesta.

–Tenemos que ir al funeral, Olive.

Ella había mirado a su padre confundida.

–Pero si lo odiabas.

–Era mi rival y tenerlo como adversario me ha hecho ser mejor.

Olive se había dado cuenta entonces de lo complejas que eran aquellas relaciones. Y, en cierto modo, se había sentido aliviada. Tal vez lo que sentía por Gunnar tuviese algo que ver con eso.

Hacía falta un adversario para intentar batirlo y ser más rápido.

Estaba bien tener un buen adversario.

Había sido entonces cuando Gunnar había asumido el control de Magnum Enterprises. Y cuando había vuelto a formar parte de su vida.

Entonces, los sentimientos de Olive habían ido complicándose todavía más. Porque Gunnar había empezado a entrar en aquellas salas de reuniones y ella había seguido esperando fuera.

–Algún día –le había dicho su padre–, tendrás que enfrentarte a él. Y le ganarás. Es posible que le ganes.

Le había sonreído con tristeza.

–Yo no voy a tener tiempo de hacerlo –había continuado–, pero tú tienes una mente prodigiosa, Olive, y puedes hacerlo. Recuerda que deberás competir sin piedad, sin permitir que la emoción te nuble la mente, sin darle tregua.

Olive seguía recordando aquellas palabras en esos momentos, en los que era ella la que entraba a las salas de reuniones.

Y Gunnar era su rival.

Eran muy parecidos. Ambos se pasaban todo el día, todos los días, trabajando para conseguir los mejores contratos.

Pero aquel… aquel era el más importante, al que su padre había dedicado más tiempo. Había trabajado durante años para conseguirlo, pero se había muerto antes.

Había querido que sus pantallas táctiles y su sistema operativo estuviesen en la flota de coches eléctricos más grande del mundo, así que Olive tenía que ganar.

Gunnar Magnusson había estado durante años en la vanguardia de las energías renovables y, a pesar de que Ambient estaba ligeramente por detrás de él, Olive estaba intentando recuperar el tiempo perdido. Su padre había sido guardián de la tradición. Le había gustado hacer las cosas como se habían hecho siempre. Ya Magnus también. La diferencia era que Gunnar había asumido el control de Magnum Enterprises una década antes y Olive solo llevaba a cargo de Ambient seis meses, intentando retomar los proyectos inacabados de su padre y trabajando lo máximo posible para cumplir sus metas y ser lo que él le había enseñado a ser.

Y de no haber sido por lo que había ocurrido en el funeral de su padre, no se habría sentido en absoluto culpable por el modo en el que había conseguido la información relativa a la reunión de aquel día.

Podía considerarse espionaje empresarial, pero aquel contrato mantendría el negocio en pie durante la siguiente década. Y no tendría que volver a ver a Gunnar… en al menos diez años.

Porque no tendría que competir con él por ningún otro contrato a aquel nivel. Llevaban años jugando una partida de ajedrez. La tecnología de Magnum formaba parte omnipresente del mundo empresarial mientras que Ambient era para artistas. Ambient tenía el teléfono de más éxito.

Magnum proporcionaba la interfaz gráfica y el software para la mayoría de los productos, incluida la aerolínea más importante, que utilizaba sus microchips.

Pero para los coches era mejor Ambient. Porque tenía que ser un producto elegante, visual, artístico. Limpio. Y Olive pensaba que todo lo que hacía Magnum era aburrido. Era profesional. Y eso se notaba.

Faltaban veinte minutos para la reunión y a ella se le estaba haciendo la boca agua.

Porque quería aquel cupcake.

Lo maldijo.

Aquel era el motivo por el que tenía que mantener las distancias. Tal vez su padre solo hubiese visto a Magnus como a un rival, pero para ella era algo más.

Y había hecho aquello para demostrarse lo contrario. Lo había hecho para ser tal y como su padre le había enseñado a ser.

Tenía que ser dura y no podía serlo con Gunnar cerca.

Entonces, oyó pasos en el pasillo, levantó la vista y lo vio, vestido con un traje azul marino, alto, rubio, con barba y una penetrante mirada azul que parecía ser capaz de traspasar su jersey de cuello alto negro.

Porque Olive nunca vestía de traje.

–La pequeña Olive –la saludó él–. Cuánto me alegro de verte.

Siempre la llamaba así.

También lo había hecho en el funeral de su padre.

–¿Pequeña Olive, cómo estás? –le había preguntado.

Y ella se había roto al verlo allí, después del funeral, con una mirada distinta a la habitual, con gesto preocupado. Había llorado y él la había abrazado.

Olive intentó no recordarlo en esos momentos.

–Hola, Gunnar. ¿Hoy no estás arrasando pueblos ni sacando a mujeres a rastras de ellos?

Él arqueó una ceja.

–De vez en cuando, hay que dejar de saquear.

–¿Y qué haces aquí hoy?

– Cómo te gusta hacerte la víctima mientras intentas competir con el mejor.

–Te gano la mitad de las veces, así que no entiendo como sigues diciendo que eres el mejor.

–Porque algunas personas piensas que es más importante la forma que la función.

–Hay empresas que son capaces de ofrecer ambas. A algunos nos gusta pensar de manera diferente –le dijo ella, acercándose y agarrándolo de la solapa, gesto del que se arrepintió al instante, al sentir calor.

E intentó recordar las veces en las que habían chocado a lo largo de los años, no cuando Gunnar la había ayudado a salir de la maceta.

Ni cuando la había llevado hasta su casa vacía, después del peor día de su vida, después de que ella se despidiese de su padre y se sintiese más sola que nunca.

Ni cuando se había sentado enfrente de ella en el salón y la había mirado con comprensión, la había dejado llorar, hablar y compartir recuerdos, la había envuelto en una manta y la había llevado al piso de arriba.

Ni cuando la había dejado delante de la puerta de su dormitorio, toda demacrada y con los ojos enrojecidos por las lágrimas y Olive había apoyado una mano en su pecho y había sentido los fuertes latidos de su corazón.

Él se había quitado la chaqueta en el piso de bajo y había llevado puesta solo la camisa blanca, con el primer botón desabrochado, y Olive había sentido deseo.

Ya no tenía quince años y había sido consciente de lo que sentía.

Así que se había puesto de puntillas y había acercado los labios a los de él.

–No, Olive.

Su rechazo le había dolido, le seguía doliendo.

–Vete a dormir. Estás cansada, dolida. Y te arrepentirías mañana por la mañana.

Gunnar le había hecho daño. La había destrozado al rechazarla. Y cuando habían vuelto a verse en un evento profesional, había actuado como si no hubiese ocurrido nada.

Y ella se había sentido indignada y aliviada al mismo tiempo. Indignada por seguir sintiendo algo por él y aliviada porque él no había aprovechado para humillarla.

Pero, por desgracia, no lo había olvidado. Y eso había avivado su deseo de ganar aquel contrato.

Quería ver el sueño de su padre hecho realidad. Y quería ser tan fuerte y despiadada como él había querido que fuese.

Quería sacar a Gunnar de su vida para poder liberarse de lo que sentía por él. Porque, incluso en aquellos momentos, sentía calor. Durante los últimos meses, había sentido calor.

Y durante mucho más tiempo. Durante años, había soñado con él.

Le había sido sencillo decirse que no tenía una vida amorosa porque dedicaba todo su tiempo a Ambient, pero la verdad era otra. Otra muy diferente.

–Muy innovadora. Nadie había hecho esto… –comentó él, refiriéndose a su manera de vestir–. Yo nunca lo había visto.

–No pretendo ser original, sino que no quiero perder el tiempo con detalles ridículos que no tienen nada que ver con la innovación.

–Te he traído algo.

Ella ya lo sabía. Lo vio buscar en su maletín y sacar un cupcake de chocolate. Lo odió. Porque se sentía como el perro de Pavlov y tenía la sensación de que él lo sabía.

Siempre hacía aquello, en todas las reuniones.

Nunca hablaban con la persona por cuyo contrato estaban compitiendo por separado. Siempre lo hacían juntos. Sus batallas eran legendarias y todo el mundo quería presenciarlas.

Él decía que el cupcake era un sacrificio de paz, pero ella no lo creía, sino que solo quería enfadarla. El problema era que ella necesitaba aquel cupcake de chocolate antes de sus reuniones.

–Gracias –le dijo, aceptando el regalo.

Le rugió el estómago. Y él sonrió mientras pasaba por su lado. Olive pasó la lengua por la cobertura, levantó la vista y se dio cuenta de que Gunnar la miraba con deseo.

Era recíproco.

–Ya sabes que, gane quien gane este contrato, estará atado a él durante mucho tiempo, lo que significa que no volveremos a vernos en una temporada larga –comentó.

–Lo sé –le respondió él.

Olive hizo girar el cupcake mientras pasaba la lengua por él, mirándolo a los ojos.

–Te echaré de menos. O, tal vez, echaré de menos los cupcakes.

–Te regalaré un abono a una pastelería.

Ella apoyó una mano en su pecho y puso gesto de tristeza.

–Eso ayudaría a aliviar mi dolor.

Después, cambió de expresión

–¿Qué vas a hacer después, cuando no consigas el contrato? ¿Pondrás distancia y centrarás toda la atención en otros proyectos? –le preguntó.

–No voy a perder –le contestó él.

–Venga, Gunnar. Vas a perder. Por supuesto que vas a perder –insistió ella, sonriendo.

Él enseñó los dientes y se los tocó con un dedo.

–Tienes chocolate. Aquí.

–Por supuesto que sí, idiota –le dijo ella, pasándose la lengua por los dientes–. Me estoy comiendo un cupcake de chocolate.

–A lo mejor quieres remediarlo antes de que empiece la reunión.

–Tardaré solo un momento.

Olive fue al cuarto de baño y se aseguró de que tenía los dientes limpios. Cuando salió, ya era hora de que empezase la reunión.

Pobre Gunnar. Casi sintió lástima por él. Porque había visto ya su presentación. Hacía meses. Y se había preparado teniendo esa información. Gunnar no tenía ni idea de lo que lo esperaba.

Así que, como se sentía muy segura, mientras él hablaba se relajó y centró la vista en sus manos, se fijó en su tono de voz, en sus hombros anchos… Y no le costó ningún esfuerzo imaginárselo como a un vikingo.

Olive no entendía cómo era posible odiar tanto a una persona y que, al mismo tiempo, fuese el único hombre con el que había querido acostarse en toda su vida.

Porque ya había decidido hacía mucho tiempo que no iba a perder el tiempo con un hombre que no la excitase tanto como un nuevo componente tecnológico… o como Gunnar Magnusson.

Porque si un hombre al que odiaba la hacía sentirse así, un hombre que le gustase tenía que conseguir, como mínimo, lo mismo con una mirada. Sí se había besado con varios, pero ninguno le había hecho sentir lo que le hacía sentir Gunnar con una de sus miradas.

No había podido dejar de pensar en aquel momento en el salón de su casa, donde lo había tenido tan cerca que había podido sentir su calor…

Todavía pensaba en aquello, aunque ambos fingiesen que nunca había ocurrido.

Y, si no podía olvidarse de él, no podría haber nadie más.

Gunnar terminó su presentación. Le tocaba a ella.

–Gracias. Ha sido muy interesante, señor Magnusson. Sin embargo, pienso, señor Yamamoto, que debería tener en cuenta lo siguiente.

Y fue desmontando minuciosamente el sistema de Gunnar. Había identificado todas las debilidades de su diseño y había buscado soluciones a ellas. Había creado un sistema que aniquilaba el de él. Y, todo ello, con un estilo atractivo, pero sencillo, que convertía aquella tecnología en algo accesible para cualquiera.

–Enhorabuena, señorita Monroe. Es evidente que Ambient será capaz de satisfacer las necesidades de nuestra flota.

Gunnar no reaccionó. No era la primera vez que perdía frente a ella, pero aquella era su mayor derrota. Le dio la mano al señor Yamamoto después de que Olive lo hubiese hecho y sonrió.

–Tal vez podamos trabajar juntos en un futuro.

–Nunca se sabe –le respondió Yamamoto.

Y, después de aquello, Gunnar y Olive se marcharon, juntos.

–Va a ser una pena no volver a verte en los próximos diez años, pero voy a estar muy ocupada.

–Ha sido un gran éxito –le dijo él–. Tu producto es maravilloso. Es evidente.

–Me sorprende que lo reconozcas.

–Es lo justo. El mejor es el mejor. ¿Tienes algún plan para el resto de tu estancia en Tokio?

–Lo cierto es que no.

–¿Y dónde te estás alojando?

–Al otro lado de la calle.

Entraron juntos en el ascensor. Las puertas se cerraron. Él la miró, ella lo miró. Sonrió.

–¿Qué tal mis dientes?

–Afilados.

–Bien. Para comerte mejor.

–Lo has hecho.

–Espero que no te lo tomes demasiado mal.

–En los negocios todo vale.

Ella sonrió.

–Es verdad.

Aunque Olive dudaba que lo que había hecho fuese justo, había matado dos pájaros de un tiro. No solo había conseguido el contrato, sino que iba a perder de vista a Gunnar. Su obsesión por él se iba a terminar.

Así que se sentía bien.

«Lo he conseguido, papá. Supongo que tenías razón, tenía que ser dura. Puedes estar orgulloso de mí».

–¿Dónde te alojas tú?

–Creo que en el mismo hotel que tú –le dijo él.

–Por supuesto. Es el más agradable de la zona.

Ese era uno de los múltiples problemas que tenía con Gunnar, que solían aplicar la misma lógica. Una cosa era entender a tu enemigo y, otra muy distinta, conocerlo demasiado bien.

Entraron en el edificio de enfrente y lo atravesaron juntos.

–Voy al último piso.

–Yo también.

Volvieron a entrar juntos en el ascensor y las puertas se cerraron. Y, en esa ocasión, Olive sintió que el corazón le retumbaba en los oídos.

–¿Quieres tomar una copa para celebrarlo? –le preguntó él.

–De acuerdo.

–Estupendo.

Y cuando las puertas del ascensor se abrieron, Gunnar la condujo en dirección contraria a donde estaba su habitación.

–Después de ti –le dijo, tras haber abierto la puerta con el teléfono.

–Gracias.

El ático de Gunnar era completamente distinto al suyo. En el de él todo era negro. Tenía el suelo brillante, obras de arte modernas por todas partes. Todo negro.

Y los ventanales tenían vistas a la bulliciosa ciudad, pero desde un lugar tranquilo.

–Me encanta Tokio –comentó Olive.

–Yo prefiero estar en la cima de una montaña, pero así son las ciudades.

Ella se giró y lo vio delante de la encimera de la cocina, con las manos apoyadas en la superficie oscura.

Unas manos preciosas.

–Sí, pero en una montaña estarías probablemente solo.

–Me gusta la soledad.

–A mí no. Me gustan las reuniones, las fiestas de trabajo…