E-Pack Bianca junio 2024 - Michelle Smart - E-Book

E-Pack Bianca junio 2024 E-Book

Michelle Smart

0,0
9,99 €

-100%
Sammeln Sie Punkte in unserem Gutscheinprogramm und kaufen Sie E-Books und Hörbücher mit bis zu 100% Rabatt.
Mehr erfahren.
Beschreibung

Atada por una promesa Michelle Smart En un juego de venganza, ella se encontrará con su enemigo en el altar... El multimillonario Gianni Rossi había destruido a la familia de Issy Seymore, y ya era hora de vengarse. Issy tenía un plan: lo metería en un yate rumbo al Caribe, lo distraería y mientras, hundiría su empresa. Gianni sospechó de Issy desde el principio, y eso le permitió manejarla a su antojo. Pero, a medida que el calor entre ellos aumentaba, el italiano comenzó a sentirse más inseguro y decidió terminar con la farsa y desenmascararla con una descabellada propuesta de matrimonio. Entonces, Issy, en una última maniobra… ¡aceptó! Oasis de pasión Heidi Rice La mujer que había en su cama… ¡se convertiría en su esposa! El príncipe Kamal debía encontrar esposa o perdería el derecho al trono. Ninguna mujer parecía menos adecuada que la obstinada princesa Kaliah, hasta que ambos se enfrentaron en un importante acontecimiento y su animosidad se convirtió en íntima pasión. Al descubrir que Liah era virgen, Kamal creyó que su honor lo obligaba a casarse con ella. Pero no era eso lo que la independiente princesa deseaba. Así que la única manera que encontró de arreglar las cosas fue secuestrarla en el oasis privado en que se hallaba para hacerla entrar en razón. Sin embargo, el tiempo que pasaron solos obligó a Kamal a reconocer que el deseo había influido tanto como el sentido del deber en su proposición de matrimonio. Una dulce venganza Lucy King Cuando el placer es más dulce que la venganza… Independiente por naturaleza, Thalia renunció a su familia, a su riqueza… y al tórrido romance que mantenía con el millonario Santiago. Decidida a volar por su cuenta, subastó sus servicios profesionales para una fundación filantrópica. Pero quien ganó la puja quería más que su asesoramiento… ¡Santiago quería recuperarla! Habiendo crecido en la más absoluta pobreza, Santiago se juró no volver a sentirse jamás vulnerable, que fue exactamente como se quedó tras la marcha de Thalia. El plan era llevarla a Río para seducirla de nuevo y ser él quien terminara la relación. Pero bajo el sol brasileño, su amargura se transformó en una pasión ciega que dejó su gran plan de venganza pendiente de un hilo…

Sie lesen das E-Book in den Legimi-Apps auf:

Android
iOS
von Legimi
zertifizierten E-Readern

Seitenzahl: 563

Bewertungen
0,0
0
0
0
0
0
Mehr Informationen
Mehr Informationen
Legimi prüft nicht, ob Rezensionen von Nutzern stammen, die den betreffenden Titel tatsächlich gekauft oder gelesen/gehört haben. Wir entfernen aber gefälschte Rezensionen.



 

 

Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o

transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus

titulares, salvo excepción prevista por la ley.

Diríjase a CEDRO si necesita reproducir algún fragmento de esta obra.

www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47

 

 

Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S. A.

Avenida de Burgos, 8B - Planta 18

28036 Madrid

 

© 2024 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S. A.

E-pack Bianca, n.º 394 - junio 2024

 

I.S.B.N.: 978-84-1062-900-4

Índice

 

Créditos

Atada por una promesa

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Capítulo 13

Capítulo 14

Epílogo

Si te ha gustado este libro…

 

Oasis de pasión

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Capítulo 13

Epílogo

Si te ha gustado este libro…

 

Una dulce venganza

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Capítulo 13

Capítulo 14

Capítulo 15

Epílogo

Si te ha gustado este libro…

Capítulo 1

 

 

 

 

 

ISSY Seymore se encontró con la mirada de su hermana. Todo lo que habían sembrado desde hacía una década estaba a punto de dar sus frutos.

No esperaba sentir esa presión en un vientre que se esforzaba por mantener plano y tonificado. A Gianni Rossi le gustaba un tipo concreto de mujer. Y no eran morenas bajitas con tendencia a engordar.

–Estamos haciendo lo correcto, ¿verdad? –susurró.

–Si quieres echarte atrás… –Amelia asintió.

–No –interrumpió ella–. Son solo nervios, supongo.

Amelia esbozó una sonrisa. Si alguien entendía de nervios era ella. Las ojeras eran testimonio de la falta de sueño de ambas desde que, hacía cinco semanas había llegado el momento de poner en marcha el plan que habían estado perfeccionando durante años.

Amelia había trabajado dos años en territorio enemigo, cada minuto de su vida laboral viviendo con miedo a ser descubierta. Como las hermanas Seymore sabían por experiencia, los primos Rossi eran hombres sin conciencia. Sin humanidad. Las habían arruinado, y ya era hora de vengarse, haciéndoles probar lo que se sentía cuando te destruían la vida, aunque era imposible reproducir la magnitud del daño que los italianos habían causado a su familia.

Mientras Amelia se arriesgaba a diario en el trabajo, Issy la había apoyado inmersa en el mundo online. Pero había llegado el momento de dar la cara y desempeñar su papel en el mundo real.

Issy se irguió todo lo que le permitió su metro cincuenta y cinco.

–Acuérdate de no descalzarte delante de él –Amelia sonrió–. No querrás que se entere de que eres una enana.

Issy soltó una carcajada, y abrazó a su hermana mayor con fuerza.

–¿Me avisarás en cuanto aterrices? –preguntó Amelia.

–Te lo prometo.

–¿Llevas en la maleta el repelente de encantos?

–Sabes que no lo necesito –Issy resopló.

–Prométeme que tendrás cuidado. No corras riesgos inútiles.

–No lo haré. Ten cuidado tú también.

–Siempre lo tengo –una sombra cubrió el rostro de su hermana.

El teléfono de Issy sonó. El taxi había llegado.

Tras un último abrazo y un beso a su hermana, llegó la hora de partir.

De volar al Caribe y poner en práctica el plan que habían ideado durante diez años.

 

 

Diez días antes

 

Gianni Rossi sabía cuándo una mujer estaba interesada en él, y la hermosa rubia de fabulosas piernas, sentada en la barra del exclusivo club estaba definitivamente interesada. Había entrado con una gracia felina y, al pasar junto a su mesa, sus miradas se habían cruzado. Al llegar a la barra, había girado la cabeza para volver a mirarlo detenidamente. Bebía un cóctel, chupando una pajita, con un brillo en los ojos que sugería que le gustaría estar chupando otra cosa.

–¿Puedo? – Gianni señaló el taburete. Nunca rechazaba a una mujer guapa que mostraba interés.

–Por favor –unos labios carnosos, muy besables, se curvaron. Los ojos azul oscuro brillaron.

Él se sentó y llamó al camarero.

–¿Una copa? –preguntó.

–Claro.

–Bourbon doble para mí, y… –Gianni enarcó una ceja.

–Mojito, por favor –unos hoyuelos aparecieron en el bello rostro.

–Mojito para la dama.

Mientras el camarero preparaba las bebidas, Gianni la observó con ojo experto. Cabello rubio miel brillante hasta los hombros, algo más claro que sus cejas perfectamente depiladas. Hermosas facciones de duende. Un vestido corto de lentejuelas plateadas y tirantes finos que no salía de ninguna tienda. En su delgada muñeca llevaba un reloj de una marca que tampoco se vendía en la calle. Los pendientes de diamantes demostraban que era una mujer exigente con acceso a una holgada cuenta bancaria. Se preguntó cómo no se habían encontrado antes.

–Gianni –le tendió la mano.

–Issy –unos finos dedos la estrecharon. Su perfume caro y exótico llenó el espacio.

–Nunca te había visto antes por aquí… Issy –ese nombre no encajaba con la mujer elegante y segura de sí misma, de voz melodiosa, que hablaba un impecable inglés.

–Es mi primera vez –ella retiró delicadamente la mano y mostró unos bonitos dientes blancos.

–¿En serio? –Gianni sonrió.

Ella enarcó una de sus perfectas cejas y, sin apartar sus encantadores ojos azules de él, cerró los labios sobre la pajita. El erotismo que desprendía provocó un escalofrío en Gianni.

–¿Esperas a alguien? –él apoyó un codo en la barra.

–A mi amiga. Hemos quedado aquí, pero llega tarde.

–¿Amiga?

–Una amiga, sí –ella lo miró divertida–. ¿Qué creías que quería decir?

–Creo que lo sabes –Gianni sonrió lentamente–. ¿Tienes pareja? –preguntó, yendo al grano.

–La vida es demasiado corta para tener pareja –ella sacudió lentamente la cabeza.

–No podría estar más de acuerdo.

–¿Tú también estás soltero?

–Eternamente.

–Pues brindo por eso –ella apoyó un codo en la barra–. Y bien… Gianni –se acercó un poco más–. ¿Italiano?

–Sí.

–¿Un semental italiano? –Issy sonrió, aludiendo al apodo de Rocky Balboa.

–Eso me han dicho –cómo le gustaban las mujeres que sabían manejar el doble sentido.

–Apuesto a que sí –ella lo miró descaradamente de arriba abajo.

–Por la soltería –Gianni levantó su copa.

–Por la diversión –ella chocó su copa con la de él, los ojos azules fijos en los suyos. Luego pellizcó la pajita entre el pulgar y el índice y la introdujo lentamente entre los labios. El escalofrío que corría por las venas de Gianni se disparó.

Sonó el teléfono de Issy.

–Perdona –ella leyó el mensaje. Contestó rápidamente y sonrió con tristeza–. Tengo que irme.

–¿Ya?

–Un cumpleaños. Camilla iba a reunirse aquí conmigo, pero se le ha hecho tarde y ha ido directamente a Amber’s. Ha enviado su coche a recogerme. Llegará en unos minutos –Issy lo miró provocativamente–. Seguro que no le importará que nos acompañes.

Gianni conocía Amber’s, un pequeño club nocturno con una clientela formada casi exclusivamente por británicos de la alta sociedad.

–Noche de póquer –él señaló a los tres hombres sentados a su mesa–, pero podría reunirme con vosotras más tarde… si quieres.

–Sí, quiero –ella terminó su mojito y sacó seductoramente la pajita de la boca–, pero tengo que acostarme pronto, a medianoche como muy tarde, o me convertiré en calabaza.

Gianni apoyó los dedos en la mano de manicura esmerada que cada vez se acercaba más, y clavó su mirada en la de ella. Nada le gustaba más que una mujer sexy que supiera exactamente lo que quería y no tuviera miedo de demostrarlo, y esa mujer lo tenía todo. Sexy. Guapa. Rubia. De largas piernas. Y dejaba claro que lo deseaba. La perfecta calientacamas temporal.

–A mí también me vendría bien acostarme pronto.

–Por tentadora que resulte tu oferta implícita –sus ojos brillaron–, debo rechazarla. Vuelo a Barbados por la mañana y necesito mi sueño reparador.

–¿Barbados?

–Tengo mi yate en un puerto deportivo de Bridgetown –ella asintió y se levantó–. Paso un par de meses navegando cada verano.

–Qué coincidencia… vuelo al Caribe en un par de semanas.

–¿En serio? –ella abrió los ojos, sorprendida.

–Podemos quedar –Gianni asintió–. Si quieres…

–Me gustaría mucho –le susurró Issy al oído–. Dame tu número –añadió con una amplia sonrisa.

Él se lo dictó y ella lo grabó en su móvil.

–Mi carruaje está aquí.

–Entonces será mejor que te vayas antes de que te conviertas en una calabaza.

–Encantada de conocerte, Gianni –ella rio suavemente con los ojos brillantes.

Le lanzó un beso y se alejó con sus fabulosos tacones de aguja y la misma confianza sexy con la que había entrado en el bar, balanceando las caderas.

Gianni sacudió la cabeza e intentó reprimir una carcajada ante lo que acababa de suceder.

Pidió otro bourbon y regresó con sus amigos, sopesando echar a perder la partida para poder ir a Amber’s antes de que Cenicienta se convirtiera en calabaza.

Un instante después, llegó un mensaje a su teléfono.

 

La pelota está en tu tejado. Espero encontrarte pronto para divertirnos en el Caribe. Issy x.

 

Rápidamente le contestó.

 

Lo estoy deseando. Estaré en contacto. G x.

 

 

Issy paró el primer taxi que pasó.

–Nelson Street, Brockley –le dijo al conductor.

Hasta que no dejó de ver el club, no pudo respirar con normalidad.

Lo había conseguido.

Mientras se quitaba los horribles zapatos que le aprisionaban los pies, envió un rápido mensaje a su hermana.

 

¡Funcionó! Enganche, línea y plomada. De camino a casa. xx

 

Después, echó la cabeza hacia atrás y cerró los ojos.

Se sentía mareada, excitada, inquieta. Las emociones revoloteando en su estómago casi vacío.

Cuanto más se acercaba el momento de llevar a cabo sus planes, más se inquietaba. Cuando Amelia había empezado a trabajar en Rossi Industries, se había comprometido a encontrar pruebas de corrupción contra los primos. Ambas necesitaban saber que lo que estaban haciendo no era solo venganza, sino algo bueno, que estaban salvando a otras víctimas del destino que había sufrido su familia. Y, por fin, hacía tres días Amelia había encontrado las pruebas.

Los mojitos se le subieron a la garganta. Issy cerró los ojos, deseando que se le pasaran las náuseas. Deseando aún más borrar la imagen de Gianni Rossi mirándola como si estuviera dispuesto a comérsela entera.

Y aún más olvidar la excitación que eso le había producido.

 

 

–Tío, acabo de ver salir de aquí a la mujer más sexy –anunció Rob Weller entusiasmado mientras se sentaba frente a Gianni.

–Debe ser la misma con la que se acaba de liar Gianni –respondió Stefan con una sonrisa cómplice.

–No nos hemos liado –aclaró Gianni.

–Le diste tu número.

Gianni sonrió. Aunque siempre dispuesto a salir con chicas, nunca hablaba de ello. Tampoco había nada que contar, solo una breve conversación con mucho coqueteo… y la posibilidad de algo más.

Durante cincuenta semanas al año, se mataba a trabajar. También salía de fiesta, pero el trabajo era lo primero. Lo mismo le pasaba a Alessandro, su primo y socio. Criados como hermanos, los primos Rossi tenían doce años cuando decidieron labrarse su propio camino en la vida, un camino que les alejara de sus monstruosos padres, y se habían dejado la piel, y superado enormes contratiempos, para convertir su empresa inmobiliaria en una empresa multimillonaria de renombre internacional. Sin embargo, Andro vivía y respiraba Rossi Industries. Rara vez se tomaba tiempo libre. Nunca salía con nadie. Gianni lo llamaba El Monje. Pero comprendía que Gianni necesitara desahogarse de vez en cuando y recargar las pilas, por lo que nunca se quejaba de las dos semanas que pasaba en el Caribe cada verano. Esa quincena era sagrada, marcada en la agenda de cada uno de los cien mil empleados de Rossi Industries. La empresa tendría que estar ardiendo para que Andro lo molestara, o permitiera que otro lo hiciera.

–¿Rubia de largas piernas, y un diminuto vestido plateado? –preguntó Rob.

–Esa misma –convino Stefan.

–Tío… –Rob sacudió la cabeza–. Casi me lanzo al taxi que paró para poder pelearnos por él.

–Un poco raro –señaló Gianni.

–¿Cómo si no conseguiría que una mujer así me mire sin enseñarle mi cuenta bancaria? – se defendió Rob–. A ti te da igual. No tienes más que mirarlas para que ellas quieran…

–¿Has dicho que paró un taxi? –interrumpió Gianni.

–Sí.

–¿No había un coche esperándola?

–No. Paró un taxi negro. ¿Por qué?

–Por nada –Gianni se encogió de hombros.

Issy le había dicho que el chófer de su amiga iba a recogerla. ¿Por qué mentir?

Se bebió el bourbon y sonrió. Lo único que le gustaba más que una mujer sexualmente segura era un enigma sexualmente seguro que rogaba ser resuelto.

Su viaje anual al Caribe prometía ser divertido.

 

 

–¿David? Isabelle Seymore –saludó Issy tras marcar el número.

–¡Issy! –exclamó el hombre–. ¿Qué puedo hacer por ti, cariño?

–Llegó la hora.

–¿Hora de qué?

–Ya lo sabes. Del yate.

–¿Para cuándo lo necesitas? –preguntó él tras una larga pausa.

–El próximo viernes.

–¿Tan pronto?

–Te advertí que cuando llegara el momento, tendría que ser rápido.

–¿Para dos semanas?

–Sí.

–¿Con tripulación?

–Sí –ella se pellizcó el puente de la nariz–. Y un mínimo de doce metros, como acordamos cuando pasé seis meses trabajando gratis para ti.

David era el conseguidor de los ricos. ¿Un jet privado para el fin de semana? David era el hombre. ¿Una fiesta repentina en una isla desconocida con un catering exquisito y diversión hedonista? Llame a David. ¿Le apetece fletar un superyate con tripulación completa? Exactamente… David.

Issy se había tomado seis meses sabáticos de su trabajo como auxiliar de enfermería para trabajar para David hacía dos años. Seis meses de trabajo gratuito a razón de unas cien horas semanales, y todo por ese momento. Si no hubiera sido la mejor amiga de la hermana pequeña de David, la habría hecho trabajar un año entero.

El taxi se detuvo frente al destartalado bloque de pisos que Amelia y ella llamaban hogar.

Volvió a meter los hinchados pies en los zapatos y subió lo mejor que pudo las escaleras hasta su casa. El ascensor, como de costumbre, estaba roto. Issy rememoró con claridad el día que había comprobado que los monstruos existían.

Era domingo. Su madre había cocinado un tradicional asado inglés. Issy había preparado las verduras, Amelia la masa para el pudin de Yorkshire y la salsa de queso. Durante la comida, sus padres se habían planteado si sacar a las niñas del colegio una semana antes para poder disfrutar de su casa toscana un poco más. No sabían que, en cuestión de semanas, las niñas saldrían de esa escuela definitivamente porque el dinero para la matrícula desaparecería.

Cuando sonó el timbre, ninguno sospechó lo que estaba a punto de ocurrir.

Brenda, su ama de llaves, tenía el día libre, así que la madre de las niñas, una hermosa mujer de gran presencia, había abierto la puerta. Regresó enseguida, la ansiedad reflejada en el rostro, y susurró a su padre, que se excusó.

Issy acababa de llevarse a la boca una patata asada cuando unas voces llegaron desde el estudio de su padre. Sin mediar palabra, las hermanas Seymore y su madre se levantaron de la mesa.

Unas voces masculinas, de fuerte acento, pero con una pronunciación precisa, permitió que las tres oyeran cada insulto, cada desprecio.

–Estás acabado, viejo. Cuanto antes lo aceptes, mejor para ti.

–Lo que era tuyo ahora es nuestro, patético fracasado. Acéptalo.

–Todo es nuestro.

–Despídete de tu empresa… y saluda a Lucifer. Te ha estado esperando.

Issy y Amelia se abrazaron con fuerza cuando la puerta se abrió y dos hombres altos y morenos, impecablemente trajeados, salieron del estudio con la expresión de un par de mafiosos. No vieron a la mujer y a las hijas del hombre al que acababan de despedazar. Pero ellas sí los vieron.

El tiempo se congeló. Cuando su padre salió por fin del estudio, había envejecido dos décadas. A la mañana siguiente, las asustadas adolescentes se despertaron de un sueño agitado y descubrieron que el cabello oscuro de su padre se había vuelto blanco. Un año después estaba muerto. Diez años después, su madre no era más que el envoltorio vacío de la mujer que había sido, angustiada y dependiente de estimulantes para levantarse de la cama cada mañana.

Issy y Amelia nunca habían estado muy unidas. Antes se habrían sacado los ojos que hacerse un cumplido. Ese día, sin embargo, las había unido como los primos Rossi jamás se habrían imaginado si se hubieran molestado en pensar en dos inocentes niñas atrapadas en el daño colateral de sus abominables acciones. Lo que las había unido era su propósito de venganza.

Y por primera vez en una década, Issy era capaz de imaginarse el sabor de esa venganza.

Capítulo 2

 

 

 

 

 

EL Palazzo delle Feste brillaba bajo el deslumbrante sol caribeño.

–¿Cómo demonios has conseguido esto para mí? –preguntó Issy, incrédula, a David.

–Llámame mago –él agitó una mano.

–¿Mago? –ella volvió a mirar el enorme barco atracado ante ella–. David, esto es mucho más de lo que pedí –el acuerdo había sido seis meses de trabajo gratis a cambio del uso de un elegante y moderno yate de al menos doce metros, algo que una mujer joven, económicamente independiente, o poseedora de un fideicomiso poseería–. Es demasiado –sacudió la cabeza.

Era demasiado llamativo. ¿Cómo iba a pasar desapercibida si las cosas se torcían y tenía que escapar? Además, algo de ese tamaño daría la impresión de que estaba en la liga de los multimillonarios. Sabía cómo fingir ser rica, a fin de cuentas lo había sido, pero eso era otra cosa.

–Necesito algo mucho más pequeño.

–Lo siento, cariño, pero no puede ser. Estamos en plena temporada de verano. Todo está reservado o los dueños lo quieren para ellos.

–Pero esto no es lo que acordamos.

–Cariño, te he conseguido uno de los mejores superyates del Caribe, ¿y te quejas? ¡Es una obra maestra! Tiene helipuerto, dos piscinas, biblioteca, sala de ocio, sala de juegos, sala de cine, casino, salón de belleza, spa y un tobogán hinchable por el que puedes deslizarte directamente al mar. Y, además, una lancha motora, motos acuáticas y un montón de artilugios para tu disfrute.

Era una embarcación equipada y dedicada a la diversión de su propietario.

–¿Sabe el dueño que lo vas a prestar gratis durante quince días? –alquilar algo así costaría alrededor de cien mil dólares. Por semana. En libras inglesas.

–No me hagas preguntas y no te mentiré.

Ella lo fulminó con una mirada que, en lugar de hacerle temblar, le hizo reír y abrazarla.

–Oh, Isabelle. ¿Por qué estás tan seria? Estás en el Caribe. Tienes un superyate con una tripulación de veinte personas a tu disposición. Disfrútalo, querida. Todo está incluido. Si estás fondeada en el mar y quieres un Methuselah de Moët o cien rosas blancas, pídelo y te lo llevaremos.

–¿De verdad no tienes nada más pequeño?

–¿Sabes cuál es la definición de estupidez? Hacer la misma pregunta una y otra vez esperando una respuesta diferente.

 

 

Desde el otro lado del puerto, en el balcón de su habitación de hotel, Gianni observó a través de sus prismáticos el intercambio entre Issy y el agente. Su bella buscavidas no parecía contenta. No necesitaba leer los labios para saber que estaba protestando. Sonrió cuando por fin pareció darse por vencida. Un segundo después, subieron las escaleras del Palazzo delle Feste. El capitán los recibió. Ella le estrechó la mano y siguió a los dos hombres hasta el interior.

«Bien jugado, David», pensó Gianni. Nada en el comportamiento del agente sugería que algo iba mal. La oferta de un cuarto de millón más si la estafadora aceptaba el yate era una tentación demasiado grande como para intentar meter la pata. Ese dinero se sumaba a los cien mil que Gianni ya le había pagado. La información tenía un precio, y Gianni estaba dispuesto a pagarlo.

Envió un mensaje.

 

Acabo de aterrizar. Deseando verte. G x

 

¿Cómo sabía que era una estafadora? Su infalible instinto. La única vez que lo había ignorado, las consecuencias habían sido desastrosas. Las pruebas también eran bastante convincentes. Una hermosa mujer entrando en un club famoso por ser el refugio de los ricos y poderosos, en busca de un hombre al que atrapar. Había interpretado su papel maravillosamente. Esa mirada de «ven a la cama». La sonrisa seductora. Su entusiasmo por la soltería. No había hablado de ninguna aventura sin ataduras por la que cualquier hombre salivaría, pero sí había establecido de forma inteligente y sutil que era rica, mencionando su yate. Se había puesto a su altura financiera para disipar cualquier duda que pudiera tener la víctima. Había estado magnífica. Si Rob no la hubiera visto subir a un taxi, Gianni no habría dudado de ella en absoluto. Había pedido a un estrecho colaborador de Barbados que preguntara en todos los puertos deportivos de Bridgetown por una bella rubia llamada Issy que tenía amarrado su yate allí. Nadie había oído hablar de esa mujer… pero había conseguido una deliciosa pista. El escurridizo David Reynolds, estaba pidiendo prestado un modesto yate de no menos de doce metros. Lo mejor de todo era que el codicioso David vivía en su propio yate, por lo que no lo necesitaría para él. Y, casualmente, lo necesitaba para el día en que Gianni volaba al Caribe.

Gianni pidió a su socio que hablara con David Reynolds. Tras entregarle una cantidad considerable de dinero, averiguó que el yate era para el uso exclusivo de una mujer llamada Isabelle Clements.

Podría ser una coincidencia. Pero Gianni no creía en las coincidencias. Solo había una forma de averiguarlo, y era ofrecer su nuevo yate, el Palazzo delle Feste, a la misteriosa Isabelle Clements.

Su instinto había acertado. La bella Issy era, en efecto, Isabelle Clements. Una estafadora.

Su teléfono vibró. La estafadora había respondido.

 

¡Qué coincidencia! ¡Acabo de atracar! ¿Te apetece quedar en Freddo’s más tarde? x

 

Habían intercambiado docenas de mensajes y numerosas llamadas desde su artificioso encuentro. Había sido muy divertido seguirle la corriente, haciéndole preguntas sobre lo que estaba tramando, preguntándose qué mentira descabellada se le ocurriría a continuación. «He pasado el día haciendo submarinismo», o «he pasado el día con unos amigos en Santa Lucía. ¿Lo conoces? ¡Es para morirse!». Pero eran las llamadas telefónicas las que más le gustaban. Se la imaginaba agobiada por las mentiras que él le obligaba a fabricar. No dejaba de captar toques de auténtico humor en su bella voz, que aumentaban la anticipación. ¿Un lío con una bella buscavidas con sentido del humor? ¿Qué hombre podría resistirse?

Respondió rápidamente.

 

No me lo perdería por nada del mundo. ¿A las 17:00? G x

 

Su respuesta llegó instantes después.

 

Perfecto. x

 

Empezaba el juego.

 

 

Issy se esforzaba por no entrar en pánico. Tenía que atraer a Gianni a «su», yate al día siguiente. Eso no sería un problema, pero sí lo sería interpretar el papel de propietaria de un superyate que nunca había pisado.

Habría matado a David por meter la pata. Había sido muy específica con sus requisitos. Seis meses como su ayudante no remunerado le daba derecho a ser específica. Un maltrecho barco pesquero habría sido mejor que ese palacio flotante.

David le había asegurado que la tripulación aseguraría a cualquiera que ella era la dueña.

Sabiendo que Amelia se preocuparía, hizo una foto del opulento dormitorio y se la envió. No le habló de la metedura de pata de David, bastaría con una bonita foto que no desvelara nada. Amelia necesitaba centrarse en la tarea de sacar adelante su proyecto de Rossi Industries. La empresa recomendada no tenía nada que ver con el informe de Amelia. Sería un desastre absoluto para Rossi Industries, su hundimiento. Su destrucción. Perfecto.

La única manera de derrotar a los primos Rossi era separándolos. Juntos eran sólidos como una roca, complementándose para que nada se les escapara. Sería imposible que Amelia tuviera éxito si ambos debían aprobar el proyecto, y su recomendación.

Uno de los primos podría pasar algo por alto, pero el otro siempre lo vería.

«Divide y vencerás». Era la única manera de ganar para las hermanas Seymore, y con esa idea en mente, Issy se calzó unas sandalias de cuña imposiblemente altas y comprobó su aspecto por última vez. Como Gianni creía que llevaba ya diez días en el Caribe, había sido necesario el uso de autobronceador. Satisfecha de tener el mejor aspecto posible por el dinero que había pagado, Issy salió del palacio flotante para encontrarse con su apuesto némesis.

 

 

La vio llegar, caminando con elegancia hacia el restaurante junto a la playa, el pelo rubio ondeando suavemente en la brisa, grandes gafas de diseño cubriendo gran parte de su bello rostro, un cuerpo esbelto luciendo un vestido camisero verde pálido que rozaba sus muslos dorados y se complementaba con un collar de brillantes cuentas de colores.

Se levantó de la silla para saludarla.

Ella se acercó sonriente y apoyó una mano en su hombro para besarse. Una nube de su exótico perfume lo envolvió. Gianni lo aspiró con la misma avidez con la que saboreó el roce de los labios contra su piel.

–Aquí estamos –dijo ella alegremente mientras se sentaba frente a él y se subía las gafas.

Gianni sonrió. El vestido estaba lo bastante desabrochado como para poder ver un sujetador de encaje negro, sin duda una táctica deliberada que él aprobaba con entusiasmo. Si era una muestra de las tácticas de Isabelle Clements para sacarle dinero, entonces le esperaba un viaje increíble.

–Espero que no te importe, pero me he tomado la libertad de pedirte un mojito.

–Tienes una memoria impresionante –los ojos azules brillaron–, y no me importa en absoluto.

Durante largo rato solo se miraron, ambos fingiendo incredulidad por estar sentados uno frente al otro en un restaurante situado a miles de kilómetros y numerosas zonas horarias de donde se habían conocido.

Se habían escrito libros y hecho películas sobre personas como Issy Clements. A Gianni no le importaba que le hubiera lanzado su red. Al contrario. Sentía la anticipación por ver hasta dónde estaría dispuesta a llegar.

Hacía mucho tiempo que no experimentaba una excitación así. Su vida no era ni mucho menos aburrida, pero Gianni y Alessandro habían alcanzado tal éxito con su negocio que ya no les quedaba ningún desafío, nada por lo que luchar. La madre naturaleza lo había bendecido con un aspecto que la mayoría de las mujeres encontraban atractivo, pero desde que su saldo bancario había saltado a la estratosfera, ellas también habían dejado de ser un reto. A veces iba a una fiesta y tenía tantos ojos femeninos seduciéndolo abiertamente que se sentía como un niño en una tienda de chuches. Podía elegir. Y eso hacía.

Como los coches que conducía, las mujeres le gustaban rápidas, elegantes y, preferiblemente, altas y rubias. También prefería que tuvieran dinero. Como no salía con ninguna mujer el tiempo suficiente para saber si era de fiar o no, reducía sus posibles citas a aquellas que sabía que no necesitaban vender historias sobre él.

–Así que… –rompió el silencio con una seductora mirada–. ¿Vienes aquí a menudo?

¿Podría haber una frase más cursi para entrarle a alguien? Issy puso mentalmente los ojos en blanco. Gianni estaba tan seguro de sí mismo, era tan consciente del poder de su sexualidad y del efecto que tenía sobre las mujeres, que no se molestaba en usar el ingenio. Y tenía ingenio. Mucho. Ella lo sabía. Había investigado a ese hombre durante años, aprendiendo hasta el más mínimo detalle sobre él. Por supuesto, Amelia había llegado a conocerlo bastante bien en el ámbito profesional, admitiendo a regañadientes que tenía tan buen humor como aparecía en las entrevistas. Pero pobre del que se cruzara en su camino. Las hermanas Seymore ya lo sabían. Lo habían vivido.

Esa sexualidad desenfrenada no tenía ningún efecto sobre ella. El atractivo rostro de Gianni, la mandíbula cuadrada y los labios, considerados por muchas como deseables, le resultaban repulsivos. ¿Cuántas horas había pasado con el estómago revuelto mirando en el portátil esos ojos azul claro? Demasiadas. No había un milímetro de su cara que no conociera, desde la ligera hendidura en su nariz rota, algún día sabría quién se la había roto y le felicitaría, hasta esa ceja izquierda ligeramente más alta que la derecha. Sabía que el vello oscuro que asomaba por su camisa negra desabrochada cubría unos pectorales definidos y descendía sobre un vientre plano. Sabía que pasaba del metro noventa, que se cortaba el espeso cabello oscuro cada quince días. Que al final de su estancia en el Caribe, su mandíbula cuadrada estaría cubierta de una poblada barba negra que se afeitaría antes de volver al mundo de los negocios. Sabía que, si pensara en Gianni fríamente, lo vería como un chute de testosterona andante y que su musculoso cuerpo contenía una potente sexualidad que haría que a cualquier otra mujer le flaquearan las rodillas.

Pero a ella no. Issy era inmune a la sexualidad que él desprendía. El ardor que había prendido en sus venas en el bar de Londres era la anticipación por la inminente venganza. El tormento del hermoso rostro no era nuevo, la había perseguido durante años. Lo que lo hacía soportable era imaginarse su expresión cuando se diera cuenta de que ella le había quitado lo que más quería.

Aun así, había esperado algo mejor que una frase cursi para ligar.

–Barbados está muy bien, pero prefiero estar en alta mar –ella le devolvió la mirada–. ¿Y tú?

–Depende. En tierra solo necesito buena comida, buena cerveza y una inmejorable vista.

–La vista desde aquí es espectacular –Issy clavó su mirada en la de él.

–¿En serio?

Ella sonrió sugerentemente y disfrutó viendo cómo se oscurecían los ojos azules. Dos años matándose de hambre para convertirse en ese insecto palo que tanto le gustaba estaban dando sus frutos.

Llevaron a la mesa el mojito y una cerveza fresca para Gianni. Gianni levantó la botella.

–Por el comienzo de una nueva y hermosa amistad.

Issy brindó con él y dio un coqueto sorbo al cóctel a través de la pajita.

–Tengo que decir que tu dominio de la lengua inglesa es realmente impresionante –ella le acarició su ego–. Si no fuera por el ligero acento, podría ser tu lengua materna. ¿Te criaste bilingüe?

–Soy autodidacta.

–Aún más impresionante.

–Mi empresa está en Inglaterra. La dirijo con mi primo.

–¿Qué tipo de negocio?

–Inmobiliario. ¿Y tú?

–Soy hija de un fondo fiduciario.

–¿Mamá y papá son ricos?

Ignorando el leve tono burlón, ella asintió y bebió otro trago.

–¿Y qué hacen papá y mamá?

–Papá murió hace unos años y mamá está en rehabilitación –era la primera verdad que contaba.

Gianni puso cara de compasión. De modo que ese era el timo. Él habría apostado por un familiar cercano gravemente enfermo, una sobrinita o sobrinito, cuya vida pendía de un hilo, pero que podría salvarse con la tremenda cantidad de dinero necesaria para un tratamiento eficaz, aunque experimental, que a la pobre Issy le encantaría pagar si no fuera por un problema temporal de liquidez. Mamá en rehabilitación era menos desgarrador, pero, pensándolo bien, una apuesta más segura. Sin jerga médica que recordar.

Gianni la aplaudió mentalmente e hizo otra apuesta consigo mismo: al final de la velada, ella habría mencionado los insoportables costes del centro de rehabilitación.

–Debe de ser duro para ti.

–Lo que no te mata te hace más fuerte –contestó la astuta estafadora.

–Brindo por ello –Gianni levantó su cerveza.

Volvieron a brindar y apuraron sus bebidas. Mientras esperaban una segunda ronda, Issy repasó el menú en busca de la comida que tuviera menos calorías.

Cuando todo terminara, iba a asaltar su restaurante de comida rápida favorito y enterrarse en las hamburguesas con patatas y helado que llevaba dos años negándose.

Pidió una ensalada César baja en grasa.

–¿Qué hace todo el día una niña de papá? –preguntó Gianni.

–Se divierte, por supuesto –Issy aleteó las pestañas.

–¿Y dónde te gusta divertirte?

–Depende –sonriendo sugerentemente, ella enrolló un mechón de pelo en el dedo, como había observado que hacían un par de sus antiguas amantes.

–¿De?

–De mi humor… y la compañía.

–¿Nunca te han dicho que eres guapa? –él rio.

«Ya puedo parecerte guapa. Me costó una fortuna conseguir este aspecto».

Hasta hacía exactamente dos semanas, cuando Amelia encontró la prueba que estaban buscando, Issy rara vez se había maquillado, ni había utilizado autobronceador, y su pelo era un castaño oscuro lacio, normalmente recogido en una coleta o una trenza.

–¿Nadie te ha dicho que eres un hombre increíblemente sexy?

–No en los últimos diez días –él se inclinó hacia delante.

«¿Ganduleando o demasiado ocupado con el proyecto Aurora que vale billones para ti? O eso crees».

–¿Has estado escondido en una cueva?

–No del todo –Gianni sonrió–. El trabajo ha sido agotador. Créeme, me he ganado este descanso.

«Y tanto. Desde la tumba de mi padre cuando forzaste una adquisición hostil de su empresa».

–¿Una semana para desconectar y recargar las pilas?

–Dos.

–¿Dos? –Issy enarcó una ceja, depilada hasta el sometimiento, como si no supiera exactamente cuándo volvería a lo que quedara de su negocio–. ¿Cuánto puede divertirse un hombre en dos semanas?

–Depende.

–¿De qué?

–De si tengo con quien jugar.

–Imagino que a un hombre como tú no le faltarán compañeras de juego –ella le sostuvo la mirada.

–Nunca ha sido un problema para mí.

«Cuánta modestia».

–En mi yate hay muchos juguetes.

–¿En serio? –la mirada de Gianni brilló.

–Sí –ella se inclinó hacia delante, dejándole ver su escote–. Tengo hasta un tobogán.

–¿A quién no le gusta un buen tobogán en un yate?

–Eso pienso yo –Issy se mordisqueó el labio inferior y bajó la voz hasta un seductor ronroneo–. Si no tienes nada planeado, ¿te gustaría acompañarme mañana? Podemos zarpar… probar el tobogán.

–No se me ocurre nada mejor.

–Tenemos una cita –ella alzó su copa y esbozó la primera sonrisa sincera.

–Me muero de ganas –Gianni casi la desnudó con la mirada.

Capítulo 3

 

 

 

 

 

ISSY examinó su aspecto en ese bikini diminuto. Si sus padres pudieran verla, entrarían en combustión espontánea.

Y ella temía sufrir un ataque espontáneo de vergüenza.

Pero ese era el tipo de bikini que llevaban las amantes de Gianni Rossi. No podía permitirse decepcionarlo hasta que estuvieran en alta mar y consiguiera arrojar su teléfono por la borda.

Era muy revelador. Por suerte, le cubría bastante bien la parte inferior, pero lo único que le tapaba la parte de arriba eran los pezones.

Sintiendo el pánico que a menudo intentaba apoderarse de su garganta, Issy respiró hondo y se envolvió en un pareo azul transparente. Ya era tarde para echarse atrás.

Solo tenía que engañarlo hasta deshacerse de su teléfono, después podría vestirse con un saco si le apetecía.

Pero Issy percibía peligro. Lo había sentido desde que se había despertado esa mañana. No tenía ni idea de qué era, pero sus sentidos arácnidos le advertían de… algo.

¿De Gianni? De ser así, ¿por qué? ¿Estaba jugando con fuego?

Gianni era un playboy, pero no forzaría a una mujer. Ninguna de sus amantes tenía una mala palabra para él, y Amelia no habría accedido si hubiera pensado que Issy estaría en peligro físico. Como había admitido, era un playboy caballeroso.

Tras su primer encuentro en Londres, el instinto de Issy se había alineado con la descripción de Amelia. No representaba ningún peligro físico para ella. Entonces, ¿por qué se sentía amenazada?

Demasiado tarde. Ese mismo día Amelia haría su fraudulenta recomendación a Alessandro Rossi y al resto del equipo. Issy tenía que llevar a Gianni al mar y mantenerlo allí, incomunicado, hasta que los contratos estuvieran firmados y el trato que destruiría a los primos Rossi cerrado. Eso llevaría unos tres días, pero podrían ser más. Tendría que coquetear. Seducirlo. Quizá permitirle un beso o dos… y confiar en su hermana y en su propio instinto de que él no la obligaría a más.

Que el cielo la ayudara, pues nunca había seducido a un hombre.

Apenas la habían besado. Únicamente siendo la ayudante de David, y por uno de los miembros del catering. Desgraciadamente, el tipo había estado manipulando pescado y el olor la había asqueado. No había habido nadie más. Entre su trabajo diurno en el pabellón infantil y su trabajo nocturno aprendiendo todo lo que había que saber sobre Gianni, no había tenido tiempo para más. Además, era un poco difícil mirar a los hombres de forma romántica cuando los pensamientos estaban consumidos por otra persona, a quien despreciaba apasionadamente, y odiaba haberse relajado en su compañía durante la cena y que las horas hubieran pasado tan deprisa. Él le había contado historias de sus amigos que la habían divertido de verdad. Si no supiera quién era, correría el riesgo de que le cayera bien.

Ese era su poder. Bajo su aspecto apuesto y despreocupado, Gianni era el diablo disfrazado.

Issy se dirigió a la cubierta desde la que Gianni entraría a «su», yate. Después de cenar, había pasado un par de intensas horas familiarizándose con las principales zonas del yate y estaba más segura de poder hacerlo pasar por suyo.

Dos miembros de la tripulación aguardaban en cubierta, preparados para recibir a su invitado.

Estaba a punto de sentarse a la sombra cuando una figura alta apareció a lo lejos en el muelle.

El corazón y el vientre dieron un vuelco simultáneo.

Cuanto más se acercaba, más se aceleraba su corazón.

Aunque llevaba unas gafas enormes, seguía atrayendo las miradas de ambos sexos. Tal vez fuera el polo negro que llevaba, perfectamente ajustado a su ancho pecho. O quizás los pantalones cortos de loneta que ella sabía, sin necesidad de verlo, que marcaban sus prietas nalgas.

Se detuvo a unos metros del yate, como si estuviera leyendo su nombre para asegurarse de que era el correcto, y entonces la vio. Una devastadora sonrisa se dibujó en su rostro mientras subía a bordo a toda velocidad.

–Bella, tu yate es tan deslumbrante como tú –saludó él mientras le ponía una mano en la cadera. Le besó ambas mejillas y se llevó una mano a la boca para rozarle los nudillos con los labios–. Un navío impresionante para una dama impresionante.

Para su absoluto horror, Issy se sintió sonrojar. Aunque no sabía si era por el calor de su aliento sobre la piel o la seductora apreciación de su mirada.

–Lo disfruto mucho –murmuró ella, esperando que sus enormes gafas la taparan lo suficiente.

–Me lo imagino. Su nombre me dice que vives para las fiestas.

–Hoy, la fiesta es entre tú y yo –ella le dedicó una sonrisa cómplice y le apartó lentamente la mano–. ¿Una copa?

–¿Demasiado pronto para champán? –Gianni consultó su grueso reloj.

–Nunca es demasiado pronto para champán –Issy hizo un gesto a uno de los dos miembros de la tripulación, que inclinó la cabeza y desapareció–. Comunica al capitán que estamos listos para zarpar –ordenó al otro–. Eso, si te parece bien –sutilmente, se colgó del musculoso brazo de Gianni.

–Estoy a tu merced –quitándose las gafas, él la desnudó con su mirada hambrienta.

La sensación de peligro la golpeó tan fuerte que tuvo que hundir los dedos de los pies en las sandalias para evitar lanzarse por la borda. El brazo de Gianni estaba caliente. Suave. El hormigueo en sus dedos se filtró hasta el torrente sanguíneo, haciendo que el corazón, que ya latía frenéticamente, aumentara su ritmo. No había nada de falso en la falta de aliento en su voz cuando consiguió bromear:

–¡Oh!, me encanta cuando un hombre está a mi merced.

Con los ojos encendidos de sensualidad, Gianni chasqueó los dientes de forma lobuna. El cosquilleo en la sangre de Issy descendió muy abajo. Las piernas le temblaban.

Apenas habían entrado cuando Danny, que trabajaba para Gianni desde hacía seis años, les sirvió el champán, sin dejar entrever que lo conocía.

–Gracias –dijo la estafadora–. Por favor, comunica a Chef que comeremos en la terraza de la piscina dentro de una hora.

Gianni no disimuló la carcajada. El chef, cuyo nombre, Christophe, ella no se había aprendido, trabajaba para él desde hacía más tiempo que Danny.

Ante la curiosa mirada de Issy, se limitó a brindar una vez más, bebió la mitad del champán que él mismo había pagado, le tomó la mano libre y acercó la cara a su oreja. Issy volvía a llevar ese maravilloso perfume y, con el pelo rubio recogido en un elegante moño, percibió la dulzura de su piel. Quizás por enésima vez, dejó volar su imaginación hasta dónde estaría dispuesta a llegar Isabelle Clements en su timo. Esperaba que fuera lo bastante lejos como para poder aspirar algo más que el aroma de su cuello.

–Enséñame tu palacio de fiestas.

El estremecimiento fue tan sutil que fácilmente podría habérsele pasado por alto. Pero Gianni lo vio. Lo sintió. Sonrió.

Su timadora lo deseaba. Desde que había descubierto que era una estafadora, se había preguntado si lo había elegido deliberadamente, Gianni era bien conocido en los medios, o si le habría servido cualquier hombre aquella noche. Daba igual, pero el juego era más divertido si sospechaba que el deseo era genuino.

Como Gianni aún no había disfrutado de su nuevo yate, fue bastante surrealista que la estafadora hiciera de guía. Cuando llegaron a la sala de juegos con la mesa de billar, no pudo resistirse a enarcar una ceja. Sospechaba que, al quitarse los tacones, Issy se revelaría mucho más baja de lo que parecía. El billar no era solo para hombres, pero ayudaba poder ver por encima de la mesa.

–¿Juegas al billar?

–A algunos de mis invitados les gusta –respondió ella–. Se me conoce por ser la mejor anfitriona.

Gianni sonrió. Bajo la imagen de alta sociedad que estaba interpretando, podría esconderse una mujer realmente divertida.

–¿Quieres jugar?

–¿Y perdernos el sol? Podemos jugar cuando anochezca.

–¿No me devolverás a la orilla antes de que te conviertas en calabaza?

Aparecieron sus hoyuelos, señal que él empezaba a identificar como que se estaba divirtiendo realmente.

–¿Te apetece nadar?

–¿Significa eso que puedo probar tu tobogán?

–Depende –susurró ella con voz ronca.

Gianni apoyó una mano en su cadera. La distancia entre ambos era tan pequeña que sentía el calor de su cuerpo.

–¿De qué?

–De dónde echemos el ancla –ella se mordisqueó el labio inferior. Con una luminosa sonrisa, tiró de su mano–. Vamos, quiero nadar antes de comer.

 

 

Issy consultó discretamente su reloj mientras se lo quitaba.

La reunión en Londres ya habría comenzado. Colocó el reloj y su teléfono sobre la mesa y se mantuvo impasible cuando Gianni hizo lo mismo, añadiendo su cartera al montón.

Solo tenía que alejarlo del teléfono hasta que llegara el momento de deshacerse de él…

Las cavilaciones terminaron cuando Gianni se quitó el polo.

De repente, Issy necesitó abanicarse. Dios santo, qué cuerpo…

Ese pensamiento también se esfumó cuando se desabrochó los pantalones cortos.

A Issy se le secó la boca.

Hasta ese momento, no se le había ocurrido que Gianni no llevaba nada más que lo que había sobre la mesa.

La cremallera bajó. Con los ojos clavados en el rostro de ella, él tiró de los pantalones hacia abajo.

Issy vislumbró el vello en la base del abdomen, en la ingle, antes de que los pantalones cayeran al suelo y, con un guiño, él se subiera despreocupadamente el bañador que llevaba debajo.

–¿Tienes crema solar? –preguntó.

–¿Perdona? –graznó ella.

–Crema solar. Ya sabes, eso que te untas en la piel para no quemarte y, con un poco de suerte, evitar desarrollar un melanoma.

«¡Cálmate!», se gritó a sí misma. «Has visto su cuerpo muchas veces».

Pero una cosa era verlo en la pantalla del portátil y otra muy distinta en carne y hueso.

Ninguna imagen, por talentoso que fuera el fotógrafo, haría justicia a ese cuerpo. O esa cara.

–Sí –contestó.

Issy sonrió y sacó la exclusiva crema solar del bolso que le había costado el sueldo de dos semanas, y se la entregó. No era la primera vez que le sorprendía el tamaño y la fuerza de sus manos, y un nuevo cosquilleo la recorrió al imaginar esas manos…

¿Imaginar esas manos qué? ¿Tocándola?

¿Había tomado ya demasiado sol? Porque empezaba a pensar que su cerebro se había derretido. No había motivo para imaginarse eso, o el calor que había sentido en sus partes más íntimas cuando él había posado una mano en su cadera. Ninguna razón para el instante en que se había imaginado esos labios sobre los suyos.

Issy tenía una misión. Ese hombre era su enemigo. Si su cuerpo mostraba señales que podrían confundirse con atracción, debía superarlas. No podía ser atracción. De ninguna manera.

–¿Me pones en la espalda? –preguntó Gianni tras untar cada centímetro de sus extremidades y torso.

«¡Claro que no!».

–Será un placer –ronroneó ella, tomando el tubo y resistiéndose a echárselo en los ojos.

Issy controló el impulso de rociarlo directamente sobre su piel desnuda. Se echó un poco en la mano y, conteniendo la respiración, posó las manos en la espalda.

Los músculos se tensaron.

El corazón de Issy se detuvo.

Extendió la loción por la suave piel. Su corazón se relajó y empezó a latir con fuerza.

Sus manos subieron hasta el cuello, pasaron por los omóplatos, bajaron por la columna y rodearon los costados. Cuando llegó a la cintura del bañador, su respiración entrecortada ya no era deliberada y sus labios vibraban mientras luchaba contra el deseo de besar esa obra maestra.

Dio un paso atrás, y cuando él se volvió, todos los órganos de su cuerpo dieron un respingo.

–Me toca –anunció Gianni con una sonrisa sensual.

–Yo… –el impulso de asegurar que ya llevaba loción fue casi más fuerte que el peligro de un melanoma.

La sensación de peligro más fuerte que nunca.

Issy se dio la vuelta.

Llenó los pulmones de aire y se desató el pareo, que flotó hasta sus pies.

Oyó a Gianni respirar entrecortadamente.

Sus pulmones se vaciaron en cuanto los dedos tocaron su piel.

Issy sintió un escalofrío que se intensificó a medida que le extendía la loción sobre su espalda. Cuando hundió los dedos bajo el fino cordón que cerraba el simulacro de bikini, imaginó que él desataba el nudo y le acariciaba los sensibles pechos…

No sabía que los pechos pudieran doler. No necesitó mirar para saber que sus pezones se habían tensado. Tampoco podría haber mirado. Necesitaba todas sus fuerzas para evitar que las piernas le fallaran.

Los dedos de Gianni rozaron la parte superior de la braguita del bikini, y ella no pudo hacer nada por detener el temblor traicionero de su cuerpo.

Demasiado sol.

¡Pero eso era bueno! Muy bueno. ¿No se suponía que tenía que atraer a Gianni? Mantener su interés como solo una mujer podía, porque a él solo le importaba su aspecto y lo que pudiera obtener de ella en el dormitorio.

Solo tenía que controlarse y no permitir que su cerebro derretido convenciera a su cuerpo virgen y necesitado de que se sentía atraída hacia uno de los hombres responsables de la pérdida de todo lo que había amado. Su cuerpo estaba tan hambriento que probablemente reaccionaría de la misma manera ante cualquier hombre.

Él le sujetó los brazos. Iba a pegarse contra ella.

Issy se zafó de su agarre, se quitó las sandalias y, acordándose de esbozar una sonrisa pícara por encima del hombro, corrió hacia la piscina y saltó al agua fresca.

Gianni no dudó en seguirla.

Dio, había algo en la piel de Issy que lo infectaba, empapándolo de conciencia erótica.

Para cuando él se zambulló en la piscina, ella ya había nadado hasta el otro extremo.

La alcanzó con media docena de largas brazadas.

Aunque ella lo miraba con esa fantástica insolencia, temblaba.

Gianni se agarró a las paredes de la piscina a ambos lados del esbelto cuerpo, atrapándola.

Era bellísima. La timadora más bella que pisaba la tierra. Y la más sexy.

El deseo latió con fuerza en su interior.

Por la oscuridad de los ojos, y su respiración entrecortada, Issy también lo sentía.

Era hora de subir la apuesta.

Que comenzara el placer.

Hundió la boca en la suavidad de sus labios en un beso intenso. Dio, sabía a champán con un toque de calor añadido que despertó su cuerpo electrizado. La rodeó con los brazos y la apretó contra él.

La rendición de Issy fue inmediata. Sus labios se abrieron y sus manos se aferraron a la nuca de él. Lo devoró con la misma hambre que lo embargaba a él. Con los pequeños pechos aplastados contra el suyo y las piernas rodeándole la cintura, su lengua jugando con la de él, la erección de Gianni era intensa y pesada como nunca la había conocido, empujando con fuerza contra el interior del muslo de ella.

Besar a Issy era como saborear la miel del cielo y Gianni se preguntó si el resto de ella sabría como si la hubiera envuelto para regalo el rey de los dioses, el mismísimo Júpiter.

Ya lo descubriría en otra ocasión, porque en cuanto interrumpió el beso para deslizar la boca por su mejilla hasta el cuello, los dedos de ella le agarraron el pelo con fuerza y tiraron de su cabeza hacia atrás.

Sus ojos estaban nublados de deseo. Gianni sabía que los suyos reflejaban lo mismo.

–No tan rápido, muchachote –ella tragó saliva, le puso las manos en el pecho y, con una risita, lo empujó hacia atrás.

–Puedo hacerlo despacio –él chasqueó los dientes y lamió el lóbulo de su delicada oreja–. Puedo hacer lo que quieras.

–Tenemos todo el tiempo del mundo –Issy apoyó suavemente las manos en los hombros de él.

–Todo el tiempo que necesitamos –susurró él, dándole un ligero beso en los labios.

El aturdimiento regresó a los ojos de Issy, que parpadeó y miró por encima del hombro de él.

–Parece que la comida está lista –anunció alegremente–. Venga, vamos a comer.

–Dame un minuto y me reuniré contigo –Gianni la soltó.

Ella frunció el ceño.

–Necesito refrescarme un momento –Gianni sonrió con tristeza y bajó la mirada–. No quiero escandalizar a la tripulación.

Ella siguió su mirada. Una mancha de color se extendió por sus mejillas al comprenderlo, y tardó más de lo normal en serenarse.

–Claro, será mejor que te quedes aquí un rato. ¿Una cerveza fría?

–Sería estupendo.

Issy salió de la piscina.

Él no creyó imaginarse el ligero tambaleo mientras regresaba al área de descanso.

Dio, su cuerpo…

«No te concentres más en ese cuerpo caliente», se reprendió a sí mismo mientras suspiraba internamente, decepcionado, cuando ella se cubrió con una toalla.

Quizá debería pedirle a Issy que le llevara la cerveza fría y se la echara en el bañador.

El personal estaba ocupado sirviendo platos y vasos en la mesa de cubierta. Issy acababa de sujetarse el pelo cuando, de repente, tomó su teléfono y leyó algo. Seguía leyendo cuando un miembro de la tripulación se le acercó. Volvió a dejar el teléfono sobre la mesa, asintió al tripulante, le indicó que Gianni tardaría dos minutos, y desapareció.

Gianni no había nadado tan rápido en su vida. Saltó del agua y corrió a la mesa donde estaban sus cosas. Apoyó la mano en una toalla que le había dejado un miembro de la tripulación y tomó el teléfono de Issy.

–Avísame cuando vuelva –ordenó al miembro de la tripulación más cercano mientras sacaba su propio teléfono y un dispositivo de clonación de alta gama del bolsillo trasero de los pantalones cortos de loneta que había dejado colgados sobre una silla. En unos instantes, había copiado todos los datos del teléfono de Issy en el suyo.

Dejó el teléfono de Issy donde lo había encontrado, se quitó el bañador, se envolvió con una toalla seca, se sentó a la mesa y bebió con avidez la cerveza que tenía delante. Sonrió satisfecho al saber que había subido las apuestas a su favor. Encendió la pantalla de su teléfono para echar el primer vistazo a su recompensa. Apareció el salvapantallas de Issy.

La sonrisa se le apagó cuando el corazón le dio un vuelco y luego cayó en picado.

Parpadeó y volvió a parpadear, seguro de estar teniendo visiones.

La imagen de dos mujeres jóvenes, las caras pegadas, sonriendo a la cámara, seguía allí.

Con el pulso palpitándole en la mandíbula y la cabeza martilleando, intentó encontrarle sentido a algo que no lo tenía en absoluto. Y entró en sus mensajes.

La última parte de su euforia murió exactamente en el instante en que su pantalla se apagó. Clonar el teléfono de Issy había agotado su batería.

Pero ya había visto suficiente.

Aquello no era una estafa.

Era un ataque deliberado, dirigido.

Capítulo 4

 

 

 

 

 

ISSY se retocó el brillo de labios con mano temblorosa. Necesitaba retocarse la raya del ojo, pero le daba miedo clavarse el lápiz. El brillo de labios cayó, estrepitosamente, en el lavabo. Issy contempló su reflejo en el espejo. Mejillas sonrosadas y mirada febril. Nada comparado con su interior.

Su corazón, un caos palpitante, las extremidades flojas, su estómago un nudo apretado. Y entre las piernas…

Cerró los ojos e intentó respirar hondo.

No era inmune al magnetismo animal de Gianni. No tenía sentido negarlo. Lo importante era que había recuperado la razón a tiempo, antes de que Gianni la convirtiera en llamas. En cenizas.

Aún se sentía arder en todos los lugares en los que se habían tocado.

Aún podía sentir su boca devorando la suya.

Debería haber buscado hombres con los que practicar los besos. Tal vez así habría desarrollado cierta inmunidad y no habría entrado en combustión con él.

Una cuidadosa aplicación de bronceador en las mejillas y un pareo nuevo, y estuvo lista para enfrentarse a él de nuevo. Tanto como podría estarlo.

Encontró a Gianni en la mesa del comedor, bebiendo despreocupadamente cerveza de una botella tan fría que goteaban chorros de condensación. Cuando se levantó, se fijó en que llevaba una toalla alrededor de la cintura. Un rápido vistazo le indicó que su bañador se estaba secando en el respaldo de una silla. Sus pantalones de loneta estaban donde los había dejado antes.

El pulso le latió entre las piernas. Debajo de esa toalla, Gianni estaba desnudo.

–¿Todo bien? –preguntó él.

–Solo necesitaba refrescarme –ella asintió y sonrió alegremente–. Espero que tengas hambre, Chef nos ha preparado un festín.

–Estoy hambriento –su mirada se clavó en la de ella, antes de recorrer lentamente su cuerpo.

El primer plato era una sopa de tomates asados al fuego que a Issy le encantaba desde niña. El chef francés debía haber buscado una auténtica receta italiana, porque era incluso mejor que la que tomaba de pequeña.

–¿No comes pan? –preguntó Gianni, señalando el panecillo recién hecho que ella había apartado.

Issy sacudió la cabeza y se lo ofreció, procurando no salivar cuando él lo partió en dos y lo untó con mantequilla.

«No queda mucho», se consoló. Pronto podría hincharse de carbohidratos sin importarle que todos aterrizaran en sus caderas. Podría echar una cucharada de azúcar en el café, y otra de nata si quería. Podría comerse de una sentada una tableta enorme de chocolate con avellanas.

Llevaba dos años hambrienta. Podía esperar unos días más. Celebraría la destrucción de Gianni y su aborrecible primo con todas las comidas que se negaba para parecer un insecto palo.

Para el segundo plato había elegido atún fresco, frito con especias japonesas y servido sobre un lecho de cuscús con pimientos asados. El atún fresco era un caro manjar que normalmente no podían permitirse Issy y Amelia, y como era sano, y la ración pequeña, se lo comió todo.

El postre era helado casero de fresa sobre una base de migas de chocolate, pero, por divino que fuera su sabor, solo se permitió un par de cucharadas pequeñas antes de apartar el cuenco.

–¿No hay ninguna comida que te guste tanto como para atiborrarte? –preguntó Gianni, observándola atentamente. El regreso de Issy a cubierta le había obligado a recomponerse rápidamente. Años perfeccionando una cara de póquer, para no darle a su padre la satisfacción de ver el miedo en su mirada, le permitió guardar la compostura sin esfuerzo.

Por dentro era otra cosa. Se sentía como si le hubieran dado un puñetazo.

La mentirosa y tentadora confabuladora sacudió la cabeza.

«Mio Dio», hasta la esbelta figura de Issy era falsa.

El salvapantallas seguía apareciendo en su mente. Había reconocido a la otra mujer antes que a Issy. No era fácil asociar a la esbelta rubia que picoteaba su comida delante de él con la rolliza mujer de pelo castaño oscuro de la foto. Con la cara pegada a la de la otra mujer, sujetaba un enorme helado como si temiera que alguien se lo arrebatara. Solo los ojos azul oscuro le habían revelado que era la timadora que tenía delante.

Esa mujer no era Isabelle Clements. Era Isabelle Seymore, hija del bastardo que había estafado a los primos Rossi vendiéndoles terrenos sobre los que no se podía construir. Su primer negocio aún dejaba un regusto amargo en la lengua de Gianni, y ni siquiera la venganza ejercida sobre ese hombre lo había suavizado.

De tal palo tal astilla. O, mejor dicho, de tal palo tales astillas. Porque había dos hermanas Seymore. Y la otra, la mujer que había reconocido inmediatamente en el protector de pantalla, estaba en una posición mucho más peligrosa para infligir un daño severo a los primos Rossi.

Amelia Seymore. Dio, ¿cuánto tiempo llevaba trabajando para ellos? Unos dos años. Era una trabajadora buena y diligente, que siempre llegaba temprano, agachaba la cabeza y se ponía a trabajar. La clase de trabajadora a la que Gianni a menudo deseaba que se parecieran los demás.

Nunca se le habría ocurrido que fuera la hija del bastardo corrupto. Ni siquiera su apellido le había hecho sospechar. Seymore era un apellido bastante común y, además, ¿quién sería tan descarado como para acampar en los cuarteles del enemigo con su verdadero nombre?

Amelia Seymore.

Maldito fuera su teléfono por morirse. Tenía que avisar a Alessandro. Había conseguido que uno de los tripulantes lo cargara antes de que Issy regresara a cubierta, y estaba empleando toda su fuerza de voluntad para no usarlo. Para no desatar toda su furia sobre la conspiradora que buscaba destruirlo.

Tenía que mantener la calma. No delatarse.

Seguirle el juego.

Tomó otro trago de su segunda cerveza y contempló de nuevo a Issy. Tenía mucho que hacer para reforzar sus defensas, y advertir a su primo era lo primero. Por lo que había averiguado hojeando sus mensajes, las hermanas estaban llevando a cabo un ataque a dos bandas: Amelia tenía como objetivo la empresa e Issy se encargaba de mantener distraído a Gianni hasta que su hermana completara la misión. Esa misión giraba en torno al proyecto Aurora, del que ella era gestora.

Rossi Industries estaba a punto de cerrar un acuerdo de asociación que sacudiría al mundo de la promoción inmobiliaria y dispararía el ya increíble patrimonio de los primos a la estratosfera. La reunión del equipo directivo ese día decidiría con qué empresa se asociarían. Gianni había examinado todos los documentos con lupa. Nada le había llamado la atención sobre ninguna de las dos empresas finalistas. Nada. Había volado al Caribe dejando la decisión final en manos de Alessandro. Cualquiera que fuera la empresa elegida, tendrían un ganador garantizado. O eso había creído.

Tenía que habérsele escapado algo.

«¡Maldita sea!».