El caballero negro - Connie Mason - E-Book

El caballero negro E-Book

Connie Mason

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Beschreibung

Llegó al Castillo de Chirk sobre su majestuoso caballo negro. Su cuerpo, endurecido por las batallas y cubierto completamente por una negra armadura, emanaba un aura mortal y siniestra, tan peligrosa como su propio nombre indicaba. Era temido por su coraje y fuerza, su éxito con las mujeres, y sus despiadadas habilidades en combate. Pero cuando vio a Raven de Chirk, con su larga melena castaña y femeninas curvas, apenas pudo contener las apasionadas emociones que atenazaron su cuerpo. La traición de la joven, doce años antes, le había transformado en un hombre despiadado y curtido en la guerra, para el que el amor no significaba nada. Por ella, había jurado no volver a confiar en una mujer y tomarlas para su propio placer, pero sólo Raven podía desatar la pasión de su cuerpo, la compasión de su alma, y el amor de su corazón.

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Connie Mason

El Caballero Negro

Traducción de Ana Mª Sánchez y Cristina Pérez

Título original: The Black Knight

Primera edición: mayo de 2017

Copyright ©1999 by Connie Mason

© de la traducción: Ana Mª Sánchez Prat y Cristina Pérez Bermejo, 2008

© de esta edición: 2017, ediciones Pàmies C/ Mesena, 18 28045 Madrid [email protected]

ISBN: 978-84-16970-17-9

Diseño de la cubierta: Javier Perea Ilustración de cubierta: Franco Accornero

Quedan rigurosamente prohibidas, sin la autorización escrita de los titulares del Copyright, bajo la sanción establecida en las leyes, la reproducción parcial o total de esta obra por cualquier medio o procedimiento, comprendidos la reprografía y el tratamiento informático, y la distribución de ejemplares de ella mediante alquiler o préstamo público.

Para Joe, Matt, James, Alex, Arron, Nick y Mason. Para que mis siete nietos se conviertan en Caballeros de brillante armadura.

Índice

Índice

Prólogo

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Capítulo 13

Capítulo 14

Capítulo 15

Capítulo 16

Capítulo 17

Capítulo 18

Capítulo 19

Capítulo 20

Epílogo

Contenido extra

Prólogo

Un niño aspira a ser caballero

Gales, 1336

El alto e imponente caballero miró fijamente al niño de diez años, inmovilizándolo con unos fríos ojos grises que mostraban una leve compasión.

—¿Sabes quién soy, muchacho?

El chico alzó la vista hacia el extraño caballero, pero no se estremeció bajo aquella mirada de piedra y carente de humor.

—No, señor.

—¿Tú madre no te contó nada sobre tu padre?

—Dijo que era inglés y que no la quería. Se casó con ella y luego la abandonó. ¡Lo odio! —afirmó el niño con fiera vehemencia—. Aunque no haya puesto jamás los ojos en él, siempre lo odiaré.

—Mmm —dijo el caballero, acariciándose el mentón, libre de barba—. Conserva ese odio, muchacho. Aliméntalo. Vas a necesitarlo para superar los años venideros. Este mundo no está hecho para los bastardos.

El niño se irguió con orgullo, alzando la barbilla con gesto belicoso.

—¡No soy ningún bastardo, señor! —declaró—. La abuela Nola me dijo que la unión de mis padres fue bendecida por un sacerdote en la iglesia del pueblo, y ella no miente.

—Te va a costar demostrar tal cosa, muchacho —dijo el caballero con severidad—. Si quieres sobrevivir, será mejor que te libres de esas fantasías.

—¿Por qué os preocupa? —lo desafió el niño—. ¿Quién sois?

—Tengo entendido que tu madre te llamó Drake —siguió el caballero sin hacer caso de las preguntas del niño—. Eligió bien. Significa «dragón». Es un buen nombre. Harás bien en recordar su significado y cumplir con lo que augura.

Drake echó un vistazo por encima del hombro, hacia la choza que compartía con la abuela Nola, y la vio de pie en la entrada retorciéndose las manos con inquietud. Parecía asustada. ¿Temía que el caballero inglés fuera a hacerles daño?

El caballero seguía mirando fijamente a Drake como si intentara decidir algo de gran importancia.

—¿Qué estáis mirando? —quiso saber Drake con audacia—. ¿Quién sois y qué queréis de nosotros?

—Soy Basil de Eyre, tu padre.

—¡No! —negó Drake, retrocediendo—. ¡Marchaos! ¡No os necesito! ¡Os odio!

Basil sujetó con fuerza el rígido hombro de Drake.

—Hay mucha ira en ti, muchacho, pero no es algo malo. Tendrás que luchar en cada paso del camino, si quieres sobrevivir. ¿Entiendes lo que te digo?

Drake sacudió la cabeza.

—Aprenderás —vaticinó Basil—. ¿Cómo murió tu madre?

—¿Qué os importa?

Basil le dio un pequeño golpe en la cabeza.

—No me hables así. ¿Cómo murió Leta?

—La fiebre se la llevó. Todos estábamos enfermos, pero solo murió mi madre. Era la más débil.

El rostro de Basil se ablandó durante un breve instante.

—Una lástima —murmuró. Después su expresión volvió a ser áspera—. ¿Sabes por qué estoy aquí?

—No, y no me importa. Dejadnos en paz a la abuela y a mí. No os necesitamos.

—Creo que lord Nyle no tardará en enseñarte modales. Estaba visitando a Nyle de Chirk cuando conocí a tu madre, ¿sabes? Yo era tan solo un joven de dieciocho años y me gustaba cazar. Las tierras de Nyle discurren a lo largo de la frontera y cruzamos a Gales para cazar jabalíes. Por casualidad vi a Leta recolectando bayas en los bosques. Pero eso no viene al caso ahora —añadió con displicencia—. Tienes que embalar tus pertenencias y venir conmigo.

A pesar de su bravuconería, a Drake le tembló la barbilla.

—¿Y dejar a la abuela? No, no iré con vos a ninguna parte. No me importa quién seáis.

—Vendrás —insistió Basil.

—¿Cómo os enterasteis de lo de mi madre? ¿Quién os dijo que había muerto?

—Hace años le pedí a Nyle de Chirk que me mantuviera informado de su salud. Sus espías lo informaban con regularidad. Le notificaron la muerte de tu madre, y Nyle me envió un mensaje.

Los ojos plateados de Drake, tan parecidos a los de su padre, brillaron con odio implacable.

—¿Por qué? Jamás nos quisisteis.

—Es complicado —explicó Basil—. Mi padre ya me había prometido a Eloise de Leister y no permitió que se rompieran los esponsales. Tengo una esposa y un hijo unos meses más joven que tú. Eso es lo único que tienes que saber. Ahora vete y empaca tus cosas.

—¿Adónde me lleváis?

—Al castillo de Chirk. Waldo, mi hijo y heredero, está siendo educado por Nyle de Chirk. Dentro de unos años se convertirá en caballero, y tú vas a ser entrenado para convertirte en su escudero.

Drake sacudió la cabeza con vigor.

—¡No, yo quiero ser un caballero!

—Los bastardos no se convierten en caballeros.

—Seré un caballero —declaró Drake con la determinación de un niño de diez años.

—Conserva esa tenacidad, muchacho, vas a necesitarla.

1

El amor da coraje a un caballero

Castillo de Chirk, 1343

Raven de Chirk lo arrinconó en un recoveco del gran salón. Le había pedido que se reuniera con ella al atardecer para hablar de algo de suma importancia. A los diecisiete años, Drake Sin Apellido, como había sido cruelmente apodado por su hermanastro Waldo, no estaba preparado para la alarmante petición de Raven.

—Bésame, Drake.

Drake ofreció a Raven una sonrisa burlona y mantuvo a distancia fácilmente a la impetuosa hija de doce años de Nyle.

—Sabes que no puedo. Estás prometida a Aric de Flint —le recordó Drake—. La audacia no te sienta bien, Raven.

—¡No me casaré con Aric! —afirmó Raven con toda la vehemencia de la que fue capaz—. Quiero casarme contigo. ¿No te gusto ni siquiera un poco, Drake?

—Sí, Raven, pero sabes que es a tu hermana a quien amo. Daria lo es todo para mí.

—Daria está prometida a Waldo —declaró Raven.

Drake bajó la voz.

—¿Puedes guardar un secreto?

Raven asintió con la cabeza, sus verdes ojos desorbitados por la curiosidad.

—Daria y yo vamos a escaparnos juntos —confesó él.

—¡No! ¡No puedes! —exclamó Raven, horrorizada—. Daria está jugando contigo. Jamás se casaría con un hombre sin tierras ni riquezas propias. Solo tiene catorce años y es voluble. No te ama como yo.

Un destello de ira oscureció los plateados ojos de Drake.

—Tú solo tienes doce, y demasiada imaginación si esperas casarte conmigo.

Ella dio una patada.

—¡No es una fantasía! Daria no es para ti.

—¿Qué derecho tienes a decirme quién es la persona adecuada para mí?

—Padre nunca lo permitiría. No eres nadie, solo un aprendiz de escudero. Waldo no tardará en conseguir sus espuelas, y es el heredero de un condado.

—No necesitas recordarme que soy un bastardo —dijo Drake, colérico—. Waldo me recuerda mi infame nacimiento y mi posición todos los días desde que llegué a Chirk. Puede que tengamos el mismo padre, pero eso es lo único que tenemos en común. Al menos Daria no me ve del mismo modo.

—Te aconsejo que lo medites con cuidado antes de hacer alguna temeridad —aconsejó Raven—. Daria está enamorada del amor. Puede que piense huir contigo, pero para ella no significará nada excepto una gran aventura. Créeme si te digo que se sentirá aliviada cuando padre la encuentre y la traiga a casa. Será a ti a quien castigue.

A los diecisiete años, Drake era un solitario; había sido así desde su llegada a Chirk. Tenía pocos amigos entre los otros chicos que se adiestraban para ser escuderos. Y los que estaban destinados a la caballería no tenían tiempo para Drake Sin Apellido. Waldo; Duff de Chirk, hijo de lord Nyle, y sus amigos, se burlaban despiadadamente de él y había aprendido, desde una edad temprana, a defenderse de los matones.

A los quince años, Drake cayó enamorado, sin esperanzas, de Daria de Chirk, y tenía muchas razones para creer que ella correspondía a sus afectos.

—Estás equivocado en cuanto a Daria, Raven —contestó Drake con aspereza—. Ella me ama. Waldo puede encontrar otra heredera para casarse.

Raven suspiró con tristeza. Drake estaba equivocado respecto a Daria. Puede que permitiera que Drake le robara besos, e incluso lo animara a creer que se casaría con él, pero nunca jamás se casaría en contra de los deseos de su padre. Raven, por el contrario, desafiaría al mismísimo diablo para conseguir el amor de Drake. Raven conocía bien a su hermana. Drake era un muchacho apuesto y Daria disfrutaba de sus atenciones, pero nunca se casaría con él. Estaba destinada a convertirse en condesa algún día, y no iba a hacer nada para perjudicar su compromiso con Waldo. ¿Por qué Drake no era capaz de verlo?

En ese preciso momento, Waldo y Duff asomaron sus cabezas por el hueco donde conversaban Raven y Drake.

—¿Qué hacéis ahí los dos? —preguntó Duff con desconfianza—. ¿Intentas seducir a mi hermana, Drake Sin Apellido?

—Sir Bastardo siempre aspira a lo que no puede tener —se burló Waldo.

A diferencia de Drake, que se parecía mucho a su padre, Waldo no guardaba ningún parecido con Basil. A sus dieciséis años era fornido, con el tipo de constitución que se convertiría en grasa con los años. Era tan rubio como Drake moreno, y sus ojos eran de un color azul claro en vez de un fascinante plateado. No era feo, pero había algo en su interior que sí lo era. Drake había soportado el impacto del odio de Waldo desde el día que se conocieron, siete años antes.

—Fui yo quien le pidió a Drake que se reuniera aquí conmigo —admitió Raven con franqueza—. Solo estábamos hablando. Drake es mi amigo.

—La próxima vez, habla en donde todos puedan verte —aconsejó Duff—. Si padre llegara siquiera a sospechar que Drake intenta seducir a su hija, lo desterraría de Chirk o algo peor.

—Te he dicho…

Drake apartó a Raven.

—No seduzco a niñas, y tampoco necesito que me defiendas, Raven. Soy completamente capaz de librar mis propias batallas.

Waldo avanzó un paso, con su rubicunda cara más roja que de costumbre. Era evidente que había bebido demasiada cerveza de la que se había servido durante la cena.

Echó la cara hacia delante, hasta que su nariz quedó pegada a la de Drake.

—Escúchame bien, sir Bastardo —dijo, atacando a Drake con el desagradable hedor a cerveza agria—: no eres más que un aprendiz de escudero. Hablando con tanta insolencia a tus superiores, obtendrás la ira de lord Nyle. Eres un bastardo, nunca lo olvides.

El rostro de Drake se convirtió en piedra, dando mudo testimonio de la profunda amargura enterrada en su interior.

—No vas a permitir que lo olvide —masculló entre dientes—. Préstame atención, Waldo de Eyre: algún día Drake Sin Apellido tendrá un nombre y demostrará su valor.

—¿Como escudero? —lo retó Duff.

—Como caballero —respondió Drake convencido.

—Yo lo creo —intervino Raven, en defensa de Drake.

—Vete a la cama, hermana —ordenó Duff—. Eres una muchacha insolente, y eso no te conviene. ¿Qué diría Aric de Flint si supiera que coqueteas a sus espaldas?

Duff, el único hijo varón de Nyle de Chirk, era un joven corpulento, de cuerpo robusto y cerebro pequeño. Era un seguidor, no un líder. A pesar de ser tres años mayor que Waldo, Duff seguía a este como una marioneta. Cuando se dio cuenta de lo mucho que Waldo despreciaba a su hermanastro, se apresuró a tratar a Drake con el mismo desprecio.

Nyle de Chirk estaba casi siempre ausente, luchando en las guerras del rey Eduardo, y, cuando estaba en casa, no hacía nada para detener los abusos, tanto físicos como verbales, que sufría Drake por parte de Waldo y de Duff. De hecho, nunca los notó siquiera. Eran las dos encantadoras hijas de Nyle quienes favorecieron a Drake con su atención.

Con diecisiete años, Drake era un joven bien proporcionado, resultaba más que atractivo y poseía una musculosa, aunque algo desgarbada, constitución, y unos hipnotizantes ojos plateados. Pronto dejó atrás la pubertad, capturando las miradas de toda doncella posible que se cruzaba en su camino. Pero a Drake solo le interesaba Daria, la mujer con la que planeaba casarse. Los rasgos de Raven eran casi perfectos, aunque careciera de la etérea belleza de Daria, pero era demasiado osada y franca para el gusto de Drake. En opinión de este, Daria no sería feliz con Waldo.

Raven miró tranquilamente a Duff.

—No me importa lo que diga padre: no me casaré con Aric.

Tras decir aquello, se fue enfadada, su largo pelo castaño rebotando contra la espalda, a pesar del velo y del arete que, supuestamente, debía mantenerlo en su sitio.

—No envidio a Aric —dijo Waldo, aunque sus ojos desmentían sus palabras, mientras miraba la espalda de Raven con lujuria apenas oculta—. No va a ser tarea fácil domar a Raven.

—Tú hiciste una acertada elección con Daria —contestó Duff con aprobación—. Es dulce y dócil.

—De todas formas —reflexionó Waldo mientras observaba alejarse a Raven—, no es malo que una mujer tenga algo de espíritu. Si Raven fuera mía, no tardaría en doblegarse a la autoridad. Me complacería mucho domarla.

—Solo tienes dieciséis años —se burló Drake—. ¿Qué sabes tú de domar a una mujer o disfrutar de ella?

—Mas que tú, sir Bastardo.

Drake apretó los labios. Odiaba ese mote. Waldo le había apodado sir Bastardo el día que llegó al castillo de Chirk anunciando con osadía que algún día llegaría a ser un caballero. Por supuesto, Waldo se había reído de él y, desde ese día en adelante, Waldo y Duff le llamaban sir Bastardo o Drake Sin Apellido.

—¿No dices nada, sir Bastardo? ¿Has poseído alguna vez a una mujer? ¿O el código de honor que sigues te prohíbe disfrutar su cuerpo?

—Cuando me case llegaré puro a mi esposa —contestó Drake, pensando en Daria y en cuánto disfrutaba besándola, siendo lo único que se había permitido hacer.

—Solo los tontos se aferran a un código de honor tan estricto —replicó Waldo—. Hay que disfrutar de las mujeres. Algunos sacerdotes aseguran que no tienen alma. Dicen que si una mujer se niega a someterse a la voluntad del hombre, debe ser golpeada hasta la sumisión. Puede que yo tenga dieciséis años, pero he aprendido a disfrutar de las mujeres del modo en que Dios dispuso que debiera disfrutarse de ellas. Cuando me disgustan, sé cómo hacer que se arrepientan. ¿No estás de acuerdo, Duff?

Duff tragó saliva de manera evidente.

—Bueno sí, pero no desearía ver maltratada a ninguna de mis hermanas.

—Mataré al que haga daño a Daria —amenazó Drake, mirando fijamente los pálidos ojos de Waldo.

Waldo se echó a reír, pero retrocedió un paso.

—De modo que a quien deseas es a Daria… —dijo—. Deja en paz a mi prometida, sir Bastardo. Seré yo quien le quite la virginidad durante nuestra noche de bodas. No lo olvides.

—Recordaré muchas cosas —masculló Drake.

—Vamos, Duff, dos atractivas doncellas nos están esperando en el pueblo. Quizá encontremos un pajar donde tumbarlas.

Drake los vio marcharse con los ojos entrecerrados por el odio. No podía permitir que Waldo se casara con Daria. Waldo no seguía el código de la caballería. Mancillaba todo aquello que tocaba. De niño había sido un matón, pero al tiempo que dejaba atrás la niñez, su maldad se fue haciendo más pronunciada. Puede que Drake no fuera un caballero, pero respetaba el código de la caballería, y dudaba de que Waldo llegara alguna vez a ser un caballero en todo el sentido de la palabra.

Un verdadero caballero respetaba a las mujeres.

Una semana más tarde, Drake vio a Daria entrar sola en la halconera y la siguió, impaciente por hablar en privado con ella. Drake había estado montando a caballo durante toda la jornada, y estaba sudoroso y cansado, pero cuando vio hacia dónde se dirigía Daria, se apresuró a seguirla.

Pronunció su nombre en voz baja. Daria se volvió y sonrió al verlo.

—Te vi y esperaba que me siguieras —declaró con timidez, estirándose para depositar un dulce beso sobre sus labios—. He venido a ver cómo está mi halcón favorito. Ayer lo hirió otro halcón.

A Drake no le preocupaba el halcón. Deseaba atraer a Daria entre sus brazos y presionar su cuerpo contra el suyo, pero se abstuvo de intentarlo. Aunque su cuerpo de diecisiete años ansiara experimentar el amor, solo quería hacerlo con Daria, y se negaba a deshonrarla.

—Tu padre ha regresado hoy —dijo.

—Así es. Se están llevando a cabo los planes para casarme en breve con Waldo. Tengo casi quince años y Waldo está presionando a padre para que ponga una fecha.

—¿Es lo que tú quieres?

Ella se encogió de hombros y bajó la mirada.

—Debo obedecer los deseos de padre.

Drake sujetó sus delgados hombros.

—No. No puedes casarte con Waldo. No sabes cómo es.

Los ojos color avellana de Daria brillaron de malicia, algo que Drake habría notado de no haber estado tan enamorado.

—No hay nada que pueda hacer —dijo Daria, impotente.

Drake la acercó más a él, aunque procurando impedir que entrara en contacto con la parte endurecida de su cuerpo que lo estaba atormentando sin piedad.

—Podemos fugarnos para casarnos —dijo muy serio—. Ya lo hemos hablado. Cuando estemos casados te protegeré con mi vida. —Al ver que ella abría mucho los ojos, añadió—: No te sorprendas tanto, otros muchos antes que nosotros han huido de sus familias para casarse.

—Lo sé, pero… Bueno, jamás pensé que decías en serio lo de fugarnos para contraer matrimonio.

—Te amo, Daria. Seguro que a estas alturas ya lo sabes. Tienes catorce años, casi quince, suficientes para casarte, y yo tengo diecisiete, soy lo bastante mayor como para protegerte.

—Escucha, estoy oyendo algo —se asustó Daria, girándose hacia la puerta.

—No es nada —descartó Drake—. Préstame atención, amor mío. Reúnete conmigo en la puerta esta noche. Cogeré dos caballos de los establos para que nos lleven. No traigas nada excepto una muda de ropa.

—Fugarnos… —dijo Daria, repentinamente asustada—. Creía que no… Es… ¿Estás seguro de que es lo mejor?

—Daria, ¿me amas?

—¡Oh, sí! ¿Cómo no iba a hacerlo? Eres apuesto, valiente y galante.

—Entonces, reúnete conmigo en la puerta después de maitines. No me hagas esperar. —La besó con fuerza y se alejó dando zancadas.

Daria le miró alejarse, con la frente fruncida de desconcierto. Coquetear con Drake había sido divertido y ligeramente osado, pero Daria siempre supo que su intención era ser condesa. Puede que Waldo no fuera la idea que tenía de un marido perfecto, pero poseía todo lo que ella deseaba en la vida. Aunque Drake fuera apuesto, valiente y galante, era un bastardo y carecía de propiedades y fortuna. En cualquier caso, pensó distraída, sería una aventura fugarse con Drake. Ella conocía a su padre, y Waldo la encontraría, pero podía divertirse un poco antes de dedicarse al matrimonio.

Por supuesto, Daria no pensaba entregarle a Drake su virginidad, ya que pertenecía a su marido. Y sabía que Drake no la tocaría si ella no lo deseaba. Sonriendo para sí misma, abandonó la halconera, con su romántico corazón latiendo con frenesí.

Raven esperó a que Daria estuviera de vuelta en la torre antes de salir de detrás del barril tras el que se había ocultado. Se debatía entre la lealtad hacia su hermana y el conocimiento de su talante soñador. En su corazón sabía que Daria no estaba siendo justa con Drake. Daria jamás se casaría con Drake, renunciando a la posibilidad de convertirse en condesa. ¿Debía contarle a su padre lo que planeaban Drake y Daria? Quizá fuera mejor fingir que no había presenciado la conversación en la halconera. Al final decidió enfrentarse a Daria con lo que sabía.

—¡Has estado escuchando a escondidas! —le espetó su hermana cuando le dijo, exactamente, lo que opinaba de su plan de fuga con Drake.

—No, yo… —Raven se mordisqueó la suave parte inferior del labio, consciente de que no podía mentirle—. ¡Oh, de acuerdo! Admito que seguí a Drake hasta la halconera.

—Lo quieres para ti —la acusó Daria.

—Aunque así fuera, no importa. Drake solo te quiere a ti.

Daria se pavoneó ante Raven.

—Dice que me ama.

—No puedo creer que de verdad vayas a fugarte. No es propio de ti, Daria. Me parece que estás jugando con Drake.

—¿Y qué si lo hago? Si Drake tuviera título y tierras, me fugaría con él sin dudarlo. Es más apuesto que Waldo y su temperamento es mucho más agradable. Pero, por desgracia, Drake Sin Apellido carece de poco más digno de elogio, aparte de su agradable cara y su cuerpo.

—De modo que no vas a huir… —dijo Raven con alivio—. ¿Ya se lo has dicho a Drake?

—No, se lo diré esta noche cuando me reúna con él en la puerta. Puede que Waldo me trate como un caballero cuando se entere de que tengo intenciones de fugarme con Drake.

Raven entrecerró sus verdes ojos.

—¿Cómo va a enterarse Waldo?

—Lo sabrá —afirmó Daria, confiada.

—Pero… ¿cómo?

—Tengo cosas que hacer —contestó Daria con desdén—. Hablaremos de ello más tarde.

Furiosa por la falta de sentimientos de Daria hacia Drake, Raven decidió ir en busca de este para decirle que Daria no tenía intención alguna de fugarse con él. Logró hablar en privado con Drake cuando lo siguió al exterior después de la cena.

—Drake —lo llamó con suavidad.

Drake se detuvo, escrutó la oscuridad y descubrió a Raven entre las sombras de la torre.

—Raven, ¿eres tú?

—Sí. Por favor, Drake, quiero decirte algo.

—De acuerdo, pero rápido. Tengo que preparar algunas cosas.

—De eso es de lo que quiero hablar. Sé que planeas fugarte esta noche con Daria. Cometes un grave error, Drake. Daria no tiene intenciones de huir contigo.

El joven rostro de Drake se endureció, y sus ojos adquirieron un brillo amenazador, dando un indicio de que la oscuridad de su interior amenazaba con estallar

—No intentes disuadirme, Raven. Mentir no te sienta bien.

—Te estoy diciendo la verdad. Daria te está utilizando para poner celoso a Waldo. No te reúnas con ella esta noche. Tengo un terrible presentimiento.

—Vete, Raven. Tu preocupación es infundada.

—¡Se lo diré a padre! —gritó Raven.

Drake dio un paso amenazante en su dirección y Raven se estremeció. Nunca había visto ese aspecto de Drake. Tenía los puños apretados a los costados y la barbilla echada hacia delante en ademán belicoso. Su expresión era dura y cruel. Todo su odio estaba dirigido hacia ella, y, por primera vez desde que lo conocía, se asustó. Dio media vuelta y huyó, sin esperar a conocer sus intenciones. Se trataba de un Drake al que Raven no conocía. ¿Acaso no se daba cuenta de que ella jamás lo traicionaría? Simplemente quería avisarlo, advertirlo de que estaba coqueteando con el peligro. Le tenía mucho cariño a su hermana, pero sabía que las miras de Daria estaba puestas mucho más arriba que en un bastardo sin tierras. Puede que disfrutara del flirteo con Drake, pero era con Waldo con quien pretendía casarse. A pesar de las duras palabras que le había dirigido Drake, Raven planeaba esconderse esa noche en la puerta y hacer lo que estuviera en su mano para detener esa locura.

Drake paseaba impaciente ante la puerta cubierta de parras. Daria llegaba tarde. Los caballos que había cogido en los establos estaban seguros en un área boscosa, más allá de las murallas exteriores; había tomado las mayores precauciones para ocultar su huida. Oyó una voz y aguzó los sentidos. Se dio la vuelta y allí estaba ella, a su lado. La atrajo impulsivamente a sus brazos y la besó.

—Temía que hubieras cambiado de idea —susurró—. ¿Estás lista? ¿Dónde están tus cosas?

Daria echó una mirada furtiva a su espalda.

—Bueno…, las olvidé.

—No importa. Tuve suerte en la justa y conseguí ganar unas monedas. Más tarde podemos comprar lo que necesites. —Cogió su mano—. Vamos, es hora de irse.

De repente, unos pasos corriendo resonaron en la oscuridad. Drake se giró, aturdido al ver a unos hombres avanzando hacia ellos con antorchas. En una reacción instintiva, aferró la mano de Daria e intentó sacarla por la puerta. Alguien le ordenó que se detuviera. Lord Nyle.

Segundos después estaba rodeado por Nyle, Waldo, Duff y varios hombres armados. Por el rabillo del ojo vio aparecer a Raven de entre las sombras y supo exactamente lo que había sucedido. Raven se lo había dicho a su padre.

Se sentía en carne viva, consumido por el odio que crecía en su interior. Traicionado por una mujer celosa. No, por una niña vengativa que se creía una mujer. Era una buena lección. Jamás lo olvidaría ni perdonaría. Hasta el día de su muerte, recordaría que Raven de Chirk lo había traicionado. Contempló con frialdad cómo Waldo arrancaba a Daria de sus brazos y la empujaba hacia su hermano.

—Has traicionado mi confianza, Drake Sin Apellido —declaró lord Nyle—. Debería matarte, o al menos azotarte, por haber deshonrado a mi hija. Pero debido a la amistad que me une a tu padre, seré clemente.

—¡No se merece ninguna indulgencia! —gritó Waldo.

Drake vio que Raven se le acercaba y le dirigió una mirada hostil. Sintió una gran satisfacción cuando la vio estremecerse. «Si pudiera ponerle las manos encima, haría algo más que temblar», pensó con tristeza. Le hubiera proporcionado un enorme placer verla encogida de angustia ante él, implorando una compasión que se negaría a darle.

Desechando sus pensamientos sobre la traidora Raven, se concentró en las palabras de lord Nyle.

—Como castigo, serás desterrado de Chirk. Tienes diecisiete años y no eres ni caballero ni escudero. Encontrar tu camino en la vida sin mi ayuda no va a ser fácil, pero no puedo perdonarte por tomarte libertades con mi hija. Daria es la prometida de Waldo de Eyre, si es que todavía la quiere.

Drake irguió con orgullo toda su desgarbada estatura.

—No me he tomado ninguna libertad con vuestra hija, lord Nyle. No hicimos nada excepto intercambiar uno o dos besos castos. Jamás la deshonraría.

—Bien dicho, Drake, pero eso carece de importancia. Ya no eres bienvenido ni en mi casa ni en mis tierras. Ahora vete, antes de que cambie de idea y te meta en una mazmorra durante el resto de tu vida.

—Entérate de que, aun así, me quedaré con Daria —se burló Waldo—. Nunca será tuya. Ocupará mi cama y engendrará a mis hijos. Llévate esa idea contigo, sir Bastardo.

Una vez dictada sentencia, lord Nyle cogió a Daria del brazo y se la llevó. Los demás los siguieron. «Este es el peor momento de mi vida», pensó Drake, mientras permanecía solo en la oscuridad. No solo había perdido su hogar, sino también al amor de su vida. Y todo por culpa de una niña celosa. La traición de Raven le había costado todo.

Como si le hubiera leído el pensamiento, Raven salió de entre las sombras.

—Yo no te he traicionado, Drake, de verdad —dijo en tono suplicante—. No puedo soportar tu odio.

—Lo soportarás hasta el día de tu muerte —juró Drake—. Nunca te perdonaré, Raven de Chirk. ¿Por qué lo has hecho? Creía que éramos amigos.

—¡Lo éramos! ¡Lo somos! Drake, te lo ruego, escúchame. Jamás te haría daño. Te amo.

La respuesta de él fue un resoplido burlón. Aunque no era necesario que dijera nada, su sombría mirada era más elocuente que las palabras. No iba a creerla por muy enérgicamente que negara su culpa. Drake abrió la puerta y salió.

—¿Dónde vas?

—¿Importa?

—Sí. ¿Volveré a verte alguna vez?

—No, si puedo evitarlo.

Entonces se fue, fundiéndose con la oscuridad hasta que ni siquiera su sombra fue visible. Raven cerró la puerta, sollozando como solo alguien de doce años con el corazón destrozado podría hacer.

El humor de Drake mejoró algo cuando vio que los caballos que había ocultado en el bosque todavía estaban atados donde los había dejado. Uno de ellos era el caballo que su padre le regaló y el otro, un palafrén de los establos de lord Nyle. No se sentía culpable en absoluto por haberse apropiado de la yegua. De hecho, se sentía bastante contento por haber tenido la previsión de escoger a un animal tan valioso. Además de los caballos, tenía comida suficiente para varios días, las monedas que había ganado en los torneos con otros escuderos y su ropa.

Vendería el caballo de repuesto y buscaría fortuna. Otros habían logrado sobrevivir con menos que él.

De no ser por haber perdido a la mujer que amaba, Drake se hubiera considerado afortunado. Era joven, sano y más fuerte que cualquiera de los otros aprendices de escudero. De ser necesario, podría sobrevivir solo de odio.

Se juró que, algún día, Drake Sin Apellido tendría tanto un nombre como tierras. Y puede que imitara a Waldo en cuanto a las mujeres. Las buscaría solo para su placer y nada más. «Sí, eso es lo que haré», se prometió. Había aprendido bien la lección. El amor era doloroso y tenía que evitarlo a toda costa. Nunca más se permitiría ser vulnerable. De allí en adelante, obedecería a su cabeza en vez de a su corazón, y evitaría a las mujeres como Raven de Chirk.

2

Un caballero lucha para adquirir tierras y título

Castillo de Chirk, 1355

Raven observó desde la ventana de su dormitorio cómo un imponente caballero cruzaba la muralla exterior a lomos de su caballo de guerra completamente negro. Un porteador llevaba su estandarte; un dragón rojo sobre un campo negro.

Era majestuoso y terrorífico al mismo tiempo, pensó Raven, inclinándose sobre el alféizar para verlo mejor. Completamente vestido de negro, desde el brillante yelmo hasta la punta de los pies, cabalgaba por el patio a la cabeza de un contingente de caballeros y soldados a su servicio.

Los juglares y músicos que visitaban Chirk para entretener al señor y los suyos hacían correr enardecidas historias sobre las proezas dEl Caballero Negro. Contaban cómo había salvado la vida del Príncipe Negro, y que fue armado caballero por el rey, en el campo de batalla. Elogiaban su coraje, su fuerza y sus conquistas amorosas. Si tenía algún nombre, nadie lo recordaba, ya que se le denominó Caballero Negro desde que se convirtió en el paladín del Príncipe Negro y apareció en el campo de batalla vestido de negro como su príncipe.

Raven estaba impresionada por su estatura y porte. Cabalgaba con arrogancia mientras cruzaba el rastrillo y la muralla interior.

La joven se sobresaltó cuando él levantó la cabeza y miró directamente hacia su ventana. Se apartó rápidamente, pero no tanto como para dejar de verlo. ¿La había visto? No importaba. Por lo que sabía, nunca había conocido al legendario Caballero Negro.

Raven había oído hablar tanto del misterioso Caballero Negro que no podía evitar sentirse ligeramente cautivada por él. Sin embargo, aquel no era el momento adecuado para admirar a los forasteros.

Cuando terminaran las justas, tendría que casarse con lord Waldo, conde de Eyre, y tan solo disponía de cuatro cortos días para evitar aquel simulacro de matrimonio. Por más que llorara o suplicara, sabía que Duff no iba a cambiar de idea. Hacía varios años que habían perdido a sus padres a causa de una virulenta fiebre que extendió la muerte y la pestilencia por todo el lugar. De estar vivos, Raven estaba segura de que no la hubieran obligado a casarse con Waldo, después de lo que le había pasado a su pobre hermana.

Muerta a los dieciséis años, casada tan solo unos meses, Daria había fallecido a causa de una extraña dolencia en el estómago poco después de que a lord Basil lo mataran unos cazadores furtivos. Sin embargo, Raven no podía librarse de la idea de que Waldo era el responsable de la prematura muerte de Daria. Más tarde, Duff, Aric y Waldo se fueron a Francia a luchar con el ejército del rey y, por desgracia, Aric encontró la muerte en la batalla de Crécy.

Cuando Waldo regresó de Francia, le pidió permiso a Duff para casarse con Raven, y Duff dio su consentimiento, con la condición de que Waldo obtuviera una dispensa del Papa, ya que casarse con la propia cuñada se consideraba incesto.

La dispensa llegó cuatro largos años después, y Duff la prometió a Waldo. Durante ese lapso de tiempo, Raven apenas vio a Waldo. Disfrutó de una apacible libertad irreal, haciendo lo que le apetecía, tanto recorrer colinas y páramos montada sobre su caballo favorito como tomar decisiones que afectaban a los habitantes del castillo y del pueblo. Pero, ahora, el día de su boda estaba cerca.

Descendió la escalera de caracol hasta el vestíbulo y salió cruzando el patio interior hacia la cocina. Como señora del castillo, era obligación suya revisar los preparativos de la comida para el banquete de esa noche, que se celebraba, sobre todo, para dar la bienvenida a los caballeros que habían llegado para competir en el torneo que había planeado Duff como parte de las festividades de la boda. Caballeros de todos los rincones del reino se habían reunido en Chirk para competir en las justas y compartir la abundante comida y bebida que ofrecía el señor del castillo. Después del torneo, todos ellos estaban invitados a participar en el enlace de Raven de Chirk y Waldo de Eyre.

Raven no tardaría en convertirse en condesa, un título que nunca quiso tener. Odiaba a Waldo, y se preguntaba cómo iba a poder someter su cuerpo de buen grado a un hombre al que detestaba.

—¡Raven, esperad!

Raven se detuvo y esperó a que su doncella la alcanzara.

—¿No estáis emocionada? Estoy impaciente por ver qué aspecto tiene El Caballero Negro.

—Lo vi cuando llegó a caballo, Thelma —confesó Raven—. Es tan solo otro hombre que aspira a la grandeza.

—¡Ah, pero es enorme! —comentó Thelma, entusiasmada—. Se dice que el propio rey Eduardo lo nombró caballero en el campo de batalla por salvarle la vida al Príncipe Negro. Cuando se la salvó por segunda vez, el rey le otorgó un título y una propiedad.

—Ya lo sabía. Ahora es el conde de Windhurst. He oído que su propiedad es una fortaleza en ruinas, edificada en un desolado acantilado que domina la costa a muchas leguas al sur de Wessex. Lleva deshabitado desde antes de que yo naciera. Dudo que un caballero empobrecido pueda permitirse reparar un casco en ruinas, y mucho menos pagar a unos mercenarios para que lo defiendan.

—¿Cómo sabéis que es pobre? —preguntó Thelma.

—Lo cierto es que no lo sé, solo es una suposición.

—¡Oh! Aquí viene lord Waldo. Seguramente quiere hablar en privado con vos antes del banquete de esta noche —dijo Thelma, apresurándose a unirse a un grupo de criados junto al pozo.

La aversión de Raven se hizo evidente mientras esperaba a que Waldo la alcanzara. Era como un enorme y pesado oso, con el pecho como un barril y unas piernas cortas y robustas. No era demasiado alto, ni excesivamente gordo, pero su fornido cuerpo exudaba fuerza y autoridad.

—¿Deseabais hablar conmigo, mi señor?

—Así es —dijo Waldo—. Hemos tenido poco tiempo para hablar desde que volví a Chirk para el torneo y la ceremonia de la boda. Pronto seréis mía, Raven de Chirk. He esperado ese momento desde hace mucho tiempo. Me casé con Daria como favor a vuestro padre y por su dote, pero a quien realmente deseaba era a vos. Me alegré cuando Aric de Silex murió y os dejó libre para casaros conmigo. Convencí a Duff para que no os comprometiera con otro hombre durante los años en los que el Papa meditaba mi solicitud de dispensa. Tenéis que admitir que he sido paciente como el que más, Raven.

Raven se puso rígida.

—Sabéis que este matrimonio no me complace. No está bien. Casaros con la hermana de vuestra esposa fallecida es incesto.

—He esperado durante muchos años una dispensa del Papa —le aseguró Waldo con severidad—. Ya habéis pasado con mucho la edad en la que contraen matrimonio la mayoría de las jóvenes, pero todavía os encuentro deseable. No vais a rechazarme, Raven de Chirk.

Raven se estremeció cuando él levantó un brillante mechón de pelo castaño de su hombro y lo deslizó entre los dedos.

—Es como fuego, igual que vos, Raven. No pálido y sin vida como Daria. Vos no permaneceréis bajo mi cuerpo como un tronco, con expresión de sufrimiento en el rostro. Aunque no os guste, sois más apasionada que vuestra hermana. —La miró con lujuria—. Puede que sea bueno que no me apreciéis. No es malo que la mujer posea algo de espíritu.

Raven se enfureció.

—¿Cómo os atrevéis a insultar de ese modo a Daria? Mi hermana está muerta; se merecía a alguien mejor que vos.

—Quizá vos prefiráis a alguien como El Caballero Negro.

—Quizá —respondió Raven, furiosa—. Cualquiera sería mejor que vos.

Waldo sonrió.

—Lo que más me gusta de vos es vuestro fuego y vuestro espíritu. Me va a proporcionar un gran placer domaros. En cuanto al Caballero Negro, olvidaos de él. Devora a las mujeres y se comenta que después de haber obtenido placer de ellas, las olvida rápidamente.

El interés de Raven se despertó rápidamente.

—¿Cómo lo sabéis?

—Ambos luchamos en Crécy, aunque nunca tuvimos ocasión de conocernos. Él era el paladín del Príncipe Negro y le protegía las espaldas. Duff y yo éramos simples caballeros que luchaban en el ejército del rey. Pero las historias de sus hazañas con las damas son legendarias por toda Francia e Inglaterra.

—¿Alguna vez lo habéis visto sin el yelmo?

—No, aunque conocí a las damiselas que habían estado con él y juraban que es bastante apuesto, de una forma peligrosa. —La miró con los ojos entrecerrados—. ¿Por qué lo preguntáis? No está bien que una novia piense en otro hombre que no sea su prometido.

—Todos los criados hablan dEl Caballero Negro, y tenía curiosidad. ¿No tiene ningún nombre?

—Ninguno que yo conozca. —Se le endureció el rostro, haciéndolo parecer casi feo—. Olvidaos dEl Caballero Negro. Aunque venza a todos sus oponentes en el transcurso del torneo, tendrá que derrotarme a mí para conseguir el premio que Duff ha prometido entregar al campeón. Nunca me ha derribado nadie —se jactó Waldo—. La bolsa será mía.

Raven no dijo nada cuando se despidió, pero en lo más profundo de su ser rezó para que El Caballero Negro le diera una buena paliza al conde Waldo de Eyre.

El Caballero Negro había entrado cabalgando con tranquilidad en el patio interior hasta que algo le hizo levantar la vista hacia la ventana de la torre. Entonces vio un destello de cabello de un vivo color castaño, y supo que ella lo estaba mirando. Se le endureció el rostro bajo el yelmo y sus labios se curvaron en una mueca de desprecio.

Raven de Chirk.

Solo con pensar en ella, se reavivaron los dolorosos recuerdos que los años pasados en la guerra y compitiendo en torneos para ganarse el sustento no habían conseguido atenuar. Hasta que llegó, no supo que el torneo formaba parte de las festividades para celebrar el matrimonio entre Raven de Chirk y el conde Waldo de Eyre, su hermanastro. Solo la elevada suma que, según las informaciones, Duff ofrecía al ganador, le había hecho volver a Chirk, donde los recuerdos de su amor perdido todavía desgarraban el lugar donde una vez moró su corazón.

Raven de Chirk.

Después de todos esos años, seguía odiándola. Su traición lo había convertido en lo que era actualmente. De la noche a la mañana pasó de ser un joven galante que soñaba con convertirse en caballero y proteger el honor de su dama a ser un caballero endurecido que se labró una reputación con la espada. Después de haber sido desterrado de Chirk, el rey debió de ver algo prometedor en él, ya que tomó a Drake a su servicio en calidad de escudero. El desinteresado acto de valor por parte de Drake en beneficio del Príncipe Negro fue algo terriblemente imprudente, pero digno de recompensa.

Poco después de ser armado caballero, siguió el ejemplo del príncipe y se puso una armadura negra. Así nació El Caballero Negro. Era un apelativo mucho mejor que Drake Sin Apellido o sir Bastardo.

Mientras la guerra en Francia se recrudecía, El Caballero Negro se distinguió en el campo de batalla. De forma increíble, salvó la vida del príncipe por segunda vez, obteniendo así el condado de Windhurst y sus extensas propiedades. Después de la victoria de Crécy, volvió a Inglaterra y aumentó su fama compitiendo en torneos y derrotando con facilidad a todo oponente que se enfrentaba a él. Había ganado riquezas y prestigio, pero quería que el torneo de Chirk fuera el último. Con el dinero prometido como premio, tendría suficiente para restaurar y defender Windhurst.

Si Drake hubiera sabido que ver a Raven después de tantos años despertaría en él sentimientos que creía haber desterrado tiempo atrás, no habría venido. Sabía que Daria estaba muerta. Se había enterado de su fallecimiento poco después de que ocurriera y había sido un golpe terrible. Se le había segado la vida a una tierna rosa antes de que llegara a florecer. Le gustaba creer que, de no haber sido traicionados por Raven, Daria y él estarían felizmente casados y ella seguiría con vida. No podía evitar pensar que, aunque no hubiera pruebas tangibles de ello, Waldo había apresurado la muerte de Daria de alguna manera.

Algo murió en su interior el día que se enteró del fallecimiento de su amada. La ambición sustituyó al amor no correspondido. Conseguir riquezas y gloria se convirtió en el código por el cual vivía. La crueldad y la arrogancia eran sus argumentos. Si antes valoraba la virginidad, ahora solo veía a las mujeres como vehículos de placer, puestas en la tierra para aliviar la lujuria de los hombres. Sin embargo, una cosa no había cambiado: su odio apasionado hacia Waldo de Eyre y Raven de Chirk.

Haciendo un esfuerzo, se deshizo de los recuerdos del pasado para saludar a sir Melvin, el administrador de Chirk.

—Buenos días, milord, soy sir Melvin, el administrador de lord Duff. Bienvenido a Chirk.

Contestó a sir Melvin con un gesto de cabeza, y esperó a que continuara.

—Los caballeros que han venido a competir en el torneo están acampados más allá de las murallas con sus criados y hombres de armas. Las tiendas ya están preparadas y estáis todos invitados a cenar en el gran salón. ¿Es de vuestro agrado, milord?

—Aprecio mucho vuestra hospitalidad. A mis hombres y a mí nos alegrará mucho compartir vuestra mesa.

Una vez cumplidas las formalidades, sir Melvin se alejó para saludar a otro grupo de caballeros que acababan de entrar en el patio. Cuando el administrador se marchó, uno de los caballeros al servicio de Drake se acercó a caballo. Sir John de Marlow se levantó el visor y miró a Drake con recelo.

—¿Tenemos que establecer el campamento fuera de las puertas, Drake?

—Sí, John. Están levantando tiendas para nosotros. De ser posible, escoge un buen lugar cerca del agua. Me reuniré enseguida con los hombres y contigo. Antes tengo que hacer algo.

Un gesto de preocupación estropeó los atractivos y jóvenes rasgos de sir John.

—Sé que no aprecias a tu hermanastro, pero te suplico que no hagas ninguna tontería. —Dicho esto, hizo girar a su caballo y abandonó a Drake con sus sombríos pensamientos.

Drake se levantó el visor y contempló el castillo del que había sido desterrado doce años atrás. Había cambiado poco con el paso de los años. Desde que se fue no había visto a Waldo, y hasta ese momento, no había sentido ninguna necesidad de ver la cara de su hermano. La única razón que tenía para ir en busca de Waldo era dejarle saber la identidad del hombre que iba a derribarlo en el torneo y a ganar la bolsa de monedas.

El semental de Drake se agitó bajo su cuerpo, y él lo tranquilizó con palabras suaves.

—Tranquilo, Zeus, mañana verás mucha actividad.

Se quitó el yelmo y desmontó. Un mozo se apresuró a acercarse para coger las riendas y Drake le alborotó el pelo. Todo estaba tal como lo recordaba. Había gente por todas partes; mujeres con fardos bajo los brazos, niños arreando cerdos, carpinteros arengando a sus aprendices, sirvientes, palafreneros y escuderos ocupados en sus obligaciones. Varios soldados que descansaban delante de los barracones observaban a una atractiva criada que sacaba agua del pozo. Una docena de edificios se apiñaban junto a los muros. Los establos, la herrería, las tiendas de los artesanos del castillo, los cuarteles, las despensas y los cobertizos de los suministros. Drake vio a Waldo caminando alrededor de un carro tirado por bueyes y cargado de barriles de vino y alargó el paso para salir a su encuentro.

—¡Por la sangre de Cristo! ¡Eres tú! Creí… Pensábamos que estabas muerto.

Drake entrecerró los ojos.

—¿Por qué ibas a pensar tal cosa?

—Yo… Tú… —El sudor empezó a perlar la frente de Waldo—. No hemos oído nada de ti durante años.

—Quizá nunca quisiste tener noticias de mí. Como puedes ver —dijo Drake secamente—, estoy muy vivo.

Waldo revisó lentamente la distintiva armadura negra de Drake, hasta acabar en el yelmo negro que este llevaba bajo el brazo.

Trastabilló hacia atrás.

—¡No! ¡No puede ser! ¡Tú no…! ¡No puedes ser tú el famoso Caballero Negro, el hombre cuyas alabanzas se cantan en todos los rincones del reino! ¿Por qué no lo supe?

—Puede que yo no quisiera que lo supieras.

—Pero ¿cómo es posible? ¿Cómo lograste tal hazaña?

—¿No has oído a los juglares y a los cuentacuentos?

Waldo lo miró con ira.

—Te fuiste de aquí sin nada aparte de la ropa y la espada. Y ahora eres…

—Un conde con tierras propias y caballeros a mi servicio.

—Windhurst… —dijo Waldo con desdén—. No es otra cosa que un montón de piedras colocadas en lo alto de una roca estéril azotada por el viento.

—Sin embargo es mío, y también el título.

—¿Por qué estás aquí? Daria está muerta. No tienes ningún motivo para volver a Chirk.

Los ojos plateados de Drake destellaron peligrosamente.

—¿Cómo murió Daria? Solo estuvisteis casados unos pocos meses.

—Eso es agua pasada, sir Bastardo —se burló Waldo—. Daria está muerta y voy a casarme con Raven.

Drake avanzó un paso.

—¿Cómo me has llamado?

—Siempre serás un bastardo, no importa el número de títulos que te conceda Eduardo.

—Ya no soy un joven galante lleno de ilusiones —le advirtió Drake—. Me he ganado con esfuerzo un nombre y una reputación. Soy El Caballero Negro, conde de Windhurst, por orden del rey. Si vuelves a llamarme sir Bastardo, o Drake Sin Apellido, te arrepentirás. No le temo a ningún hombre, Waldo de Eyre. Y menos a ti.

—¿Has venido para evitar la boda?

Drake sonrió sin alegría.

—No. Raven es tan traidora como tú. Deseo que disfrutes de ella. Ambos os merecéis el uno al otro. Mi razón para estar aquí es muy simple. Tengo intenciones de ganar el torneo y la bolsa.

Waldo entrecerró sus claros ojos.

—Sobre mi cadáver.

Drake se encogió de hombros.

—Eso se puede solucionar muy fácilmente.

Waldo estaba más consternado de lo que dejaba entrever al descubrir que su hermanastro mayor seguía con vida. Había hecho cosas, cosas terribles, para asegurarse el condado, y rezaba para que Drake no las supiera jamás.

Raven acababa de abandonar las cocinas cuando vio al Caballero Negro dirigiéndose hacia Waldo. Se había quitado el yelmo y le daba la espalda. Estiró el cuello para observarlo mejor, pero lo único que consiguió atisbar fue el espeso cabello negro cortado a la altura de los hombros. Llena de curiosidad, rodeó el carro de vino para poder verle la cara.

Una exclamación sofocada escapó de su garganta y sintió como si le ardieran los pulmones. Había visto ese rostro en sus sueños cien, no, mil veces. Y en cada una de ellas los plateados ojos de él hervían de odio hacia ella.

Drake.

No era capaz de enumerar las ocasiones en que había deseado que él apareciera para poder explicarle que había sido la misma Daria quien se aseguró de que su padre se enterara de la fuga para que pudiera impedirla. Raven se había enterado de que Daria se lo había dicho a su doncella, totalmente consciente de que la muchacha iría directamente a lord Nyle con el cuento.

Y ahora estaba allí. Aunque no era el Drake que recordaba de su juventud. Era El Caballero Negro, un hombre famoso por su valor y por su fuerza, por sus proezas con las mujeres y por su despiadada habilidad en el combate.

Un hombre que la odiaba.

Supo el momento justo en que Drake la vio, ya que se puso rígido. Sus miradas se encontraron y se sostuvieron. Los inquietos ojos plateados que ella recordaba eran ahora tan fríos y duros como las losas que pisaba. Quiso apartar la mirada, pero no pudo. La mantenía aprisionada con la potente fuerza de su odio.

—Drake… —Le tembló la voz—. ¿De verdad eres tú El Caballero Negro?

—¿Tan difícil es de creer? —preguntó él con dureza.

—Sí… No… No sé. Has cambiado.

La carcajada carente de alegría de él le produjo un escalofrío en la columna vertebral.

—Así es. Ya no soy el joven idealista y soñador que conociste una vez. He presenciado la guerra y la muerte, milady, y eso cambia a los hombres.

Apartó su mirada de acero hasta posarla en Waldo, y luego volvió a Raven con insultante intensidad.

—Creo que debo felicitarte. Me sorprende que permitan que Waldo y tú os caséis. El incesto es un delito serio.

—Esperé durante años la dispensa del Papa —interrumpió Waldo—. Ha transcurrido tiempo de sobra para reclamar a mi novia.

Drake miró a Raven como si nunca antes la hubiera visto. Y ciertamente así era. La Raven que recordaba era medio mujer, medio niña, con largas y desgarbadas extremidades y pecas en la nariz.

La mujer que estaba de pie ante él tenía una tez impecable, de un blanco cremoso y ligeramente tocada por el sol en las mejillas. Vestía una camisola de lino, de mangas largas y ajustadas, bajo una túnica de satén verde esmeralda bordada en oro. Un velo de seda, sujeto en su sitio por una anilla de oro, era incapaz de contener su magnífico pelo castaño. Sus ojos, enmarcados por espesas pestañas oscuras, eran tan verdes como la túnica y se elevaban ligeramente en las esquinas externas. Sus labios eran sonrosados, con el inferior ligeramente más carnoso que el superior, proporcionándole un aspecto sensual que insinuaba pasión. Drake se preguntó si tal pasión había permanecido a la espera de que Waldo la reclamara.

—¿Vas a competir en el torneo? —le preguntó Raven a Drake cuando el silencio se hizo insoportable.

—Sí. Esa es mi profesión. Después de la guerra me vi en la dolorosa necesidad de conseguir dinero para restaurar Windhurst, y la mejor manera era competir en los torneos.

—Por todas partes se cantan alabanzas al Caballero Negro —dijo Raven con voz serena—. Te has convertido en una leyenda, Drake.

Drake no pudo obligarse a sonreír a la mujer que años atrás lo había traicionado. Podía haberla perdonado de no haber muerto Daria en misteriosas circunstancias. Ahora Daria era tan solo un débil recuerdo, pero Drake nunca había olvidado quién, en última instancia, había causado su muerte. De no haber alertado Raven a su padre, Daria y él habrían conseguido alejarse sin peligro aquella noche, y Waldo jamás hubiera puesto las manos encima de su frágil amada.