El culto a la innovación - Eduard Aibar - E-Book

El culto a la innovación E-Book

Eduard Aibar

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Beschreibung

La tendencia dominante a situar la innovación como eje vertebrador de cualquier cambio social, cultural o político está cimentada en una visión enormemente sesgada de la tecnología y de su evolución histórica. El foco prioritario en la innovación invisibiliza aspectos clave de la imbricación social de la tecnología —el uso y los usuarios, el mantenimiento, la reparación, la producción— y oscurece la inmensa relevancia de las tecnologías mundanas y las infraestructuras. La ideología de la innovación propaga una concepción estrecha, determinista y fatalista de la tecnología que, a pesar de su aparente neutralidad y de su ilusorio carácter aséptico, se ha convertido en el último resorte del proyecto neoliberal y del moribundo mantra del crecimiento y el desarrollo. En su nombre se están llevando a cabo profundas transformaciones en ámbitos tan importantes como la educación, en todos sus niveles, la investigación científica y la cultura, en la mayoría de casos con efectos devastadores.

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© Eduard Aibar, 2023

© Prólogo de Marina Garcés

Primera edición: noviembre, 2023

Derechos reservados para todas las ediciones en castellano

© Ned ediciones, 2023

Preimpresión: Fotocomposición gama, sl

ISBN: 978-84-19407-21-4

ILa reproducción total o parcial de esta obra sin el consentimiento expreso de los titulares del copyright está prohibida bajo el amparo de la legislación vigente.

Ned Ediciones

www.nedediciones.com

ÍNDICE

Prólogo

Servidumbre adaptativa

Una teoría del cambio

Usos del tiempo

Introducción

1. Innovación y tecnología

1.1. La visión fatalista del cambio tecnológico

1.2. Genealogía histórica

1.3. Invención versus innovación   

2. Tecnologías eclipsadas

2.1. Novedad y ruptura

2.2. Tecnologías mundanas

2.3. Relevancia social

2.4. Impactos

2.5. Uso versus innovación

2.6. Guiones incorporados a la tecnología

2.7. Mantenimiento

3. La génesis económica

3.1. El modelo lineal

3.2. La reacción neoliberal

3.3. La ciencia como bien público

3.4. Innovación tecnológica y crecimiento económico

3.5. Tecnonacionalismo y crecimiento

4. Emprender e innovar

4.1. Neoliberalismo: más allá de la economía

4.1.1. Mercado, Estado y competencia

4.1.2. El mercado como procesador de información

4.1.3. Emprendimiento

4.1.4. La vida como empresa

4.1.5. Todos llevamos un emprendedor dentro

4.2. Innovar para emprender y emprender para innovar

4.3. La ideología californiana

4.4. Recuperación

5. Gurús

5.1. Autobombo

5.2. Comprobar los hechos es una pérdida de tiempo

5.3. Teoría-ficción

5.4. Videncia tecnológica

5.5. La neutralidad política de la innovación

5.6. Entre la impostura y el fraude

6. Educar por y para la innovación

6.1. Innovación educativa

6.2. Tecnocentrismo educativo

6.3. Portátiles para todos

6.4. La universidad de la innovación

6.5. Investigación, innovación y emprendimiento

6.6. Reconfigurar la enseñanza desde el culto a la innovación

6.7. La universidad emprendedora

6.8. La neutralización de la resistencia y la crítica

7. El nuevo régimen de la ciencia

7.1. La mercantilización y privatización de la ciencia

7.2. El cercamiento del conocimiento

7.3. Efectos epistémicos

7.4. Convertir a los científicos en emprendedores/innovadores

7.5. Hipercompetitividad y métricas de la ciencia

7.6. La búsqueda de la excelencia y la erosión de la calidad

7.7. Científicos: entre la resistencia y la sumisión

8. Más allá de la innovación

8.1. Disrupción y statu quo

8.2. Mantener, reparar, cuidar

8.3. Innovación ascendente

8.4. Ignorancia y éxodo

8.5. Innovación ilimitada

Agradecimientos

Bibliografía

Per a la Cèlia i la Júlia

PRÓLOGO

Vender vendavales y presentarlos como inevitables y beneficiosos: esta es la pretensión de los gurús de la innovación. Su objetivo es programar tormentas controlables, organizar el caos a partir de datos que puedan ser generados y procesados de forma ilimitada. De lo que se trata es de reproducir en bucle una realidad que parezca nueva a cada instante. No basta con vender humo, como se dice en el lenguaje corriente a quienes prometen beneficios inconsistentes para sus productos o proyectos. Se trata de programar escenarios de ruptura que por sí mismos no cambien nada. La disrupción permanente es el nuevo orden.

Tal como muestra este libro, la innovación no es un valor entre otros, sino un elemento estructural del desarrollo del capitalismo actual, tanto en su dimensión económica como tecnológica. Este libro puede ser leído como un libro de economía, de historia de la tecnología, de crítica de la ciencia o de historia de las ideas. En realidad, es todos ellos a la vez: reúne una narración económica del neoliberalismo, con un análisis de los presupuestos de la tecnología y de las expectativas de la ciencia moderna occidental a través de sus ideas. Sin embargo, lo que tenemos entre manos es, sobre todo, un libro de filosofía, si por filosofía entendemos un ejercicio del lenguaje que nos permite escuchar y pensar aquello que queda oculto en las maneras como habitualmente nombramos y representamos la realidad.

El término innovación es de aquellos que parecen haberse instalado en nuestro lenguaje por su obviedad y su neutralidad. Si innovar es pensar y generar cosas nuevas, ¿quién podría oponerse a ello, si no es, como ya ha ocurrido a veces, desde posiciones reaccionarias a cualquier forma de cambio? Y, sin embargo, lo que muestra este libro es que, con la aceptación acrítica de la innovación como valor (educativo, empresarial, social, etcétera), estamos aceptando todo un arsenal ideológico, de tipo económico y también político, que configura las subjetividades de quienes vivimos hoy bajo el neoliberalismo. ¿Solo nos queda, entonces, ser reaccionarios? La lectura de este libro nos evita esta salida fácil y cada vez más tentadora, a derecha y a izquierda, y nos ofrece otros caminos desde los que enfrentarnos a los desafíos de nuestro presente.

Servidumbre adaptativa

Lo que esconde el omnipresente lenguaje de la innovación es una ideología que legitima la adaptación constante al cambio, entendido como algo que sucede según su propia ley y que no provocamos nosotros. Frente al fatalismo de una realidad social que se transforma a sí misma según los avances de las llamadas nuevas tecnologías, cualquier nosotros queda reducido a un sujeto plural incierto compuesto de consumidores, usuarios, públicos y, a veces, víctimas. La actividad y la pasividad del sujeto y del objeto se invierten: quien hoy actúa y determina nuestras vidas son los instrumentos, algoritmos, procedimientos, artefactos, sistemas normativos, etcétera, que sustituyen cualquier instancia autónoma de decisión, ya sea personal o colectiva.

En el ámbito educativo, tal como analicé en Escuela de aprendices (2020), este régimen de obediencia adaptativa se ha impuesto en los últimos años en nombre, precisamente, de la innovación. La innovación educativa sustituye la necesaria renovación constante en que consiste la tarea pedagógica y la somete a una doble ley externa, que es la que dictan las transformaciones tecnológicas y los cambios legislativos. De esta forma, la profesión del cuerpo docente consiste sobre todo en adaptarse de la manera más eficaz posible a este entorno doblemente cambiante. El espacio para la experimentación, para la investigación y para el aprendizaje quedan cancelados en nombre de la adaptación a la innovación curricular y tecnológica. Ahora son los docentes y los cuerpos directivos quienes tienen que demostrar a través de los resultados de sus centros que han sido obedientes. El estudiantado, si no colabora, se convierte en un obstáculo para este sistema en el que la obediencia de unos requiere de la buena ejecución de los otros.

El ámbito educativo, porque atraviesa al conjunto de la sociedad en un momento u otro de nuestras vidas, es especialmente relevante y paradigmático a la hora de entender, de forma práctica, la paradoja de la ideología de la innovación: bajo el imperativo de la innovación, el cambio rupturista se convierte en un factor de orden. La base de este orden disruptivo, como explica muy bien este libro, es una idea determinista del cambio, según la cual el desarrollo tecnológico es motor y ley de las transformaciones de la sociedad en su conjunto. No es casualidad que cualquier posición crítica con esta ideología sea inmediatamente calificada y acusada de tecnófoba y de reaccionaria, y se tilde a quienes las formulan de «pedagosaurios» o de conservadores. Lo que nos demuestra esta polarización del debate pedagógico en torno a la educación es que la ideología innovadora, más que sostenerse en el valor y contenido de sus propuestas, se impone desde el carácter incuestionable de su función ideológica. Cuestionar cualquier innovación se convierte en sinónimo de estar contra el cambio.

Una teoría del cambio

Lo que subyace a las tesis de este libro es la necesidad de una teoría del cambio que vaya más allá del determinismo tecnológico que domina los relatos de la actualidad. Eduard Aibar analiza con precisión su lado propositivo, prometedor, supuestamente progresista, y nos muestra sus sombras, sus presupuestos economicistas y las relaciones de poder concretas que lo sostienen, desde el conocido ambiente californiano de Silicon Valley hasta las genealogías menos visibles de académicos, universidades e institutos de investigación que durante décadas han estado forjando estas herramientas teóricas y su aplicación.

Junto a su versión progresista y prometedora, el fatalismo tecnológico tiene también su relato oscuro: el catastrofismo, en sus distintas versiones. Colapsismo, tecnofascismo, etcétera, son las caras de un dogma apocalíptico que sirve, hoy, para alimentar la impotencia de la humanidad frente a su propia historia. No es solo que el individuo se haya hecho pequeño frente a la máquina que él mismo ha inventado, como ya pronosticaba Günther Anders en el siglo XX, sino que ahora es la máquina, convertida en inteligencia potencialmente autónoma, quien pasa a ser sujeto de una nueva humanización. Humanos abrazados a la IA o a la barbarie: este parece ser el lema de la nueva era, caracterizada por el autoritarismo, el sentimiento de peligro y el deseo de control.

Tanto la promesa de la innovación permanente como la amenaza de la catástrofe constante se asientan en el presupuesto de que la incertidumbre es la única certeza de nuestro tiempo. Todo cambia a gran velocidad y no sabemos qué va a ocurrir. ¿De dónde viene esta idea de que el tiempo es hoy nuestro enemigo y de que solo podemos estar o con él – y sus cambios – o contra él?

Usos del tiempo

Una de las pistas que nos ofrece este libro está en cómo miramos las cosas y en qué nos fijamos. Es muy interesante el desplazamiento de la mirada que propone y la ampliación que hace del término mismo de tecnología. ¿Qué ha cambiado más nuestras vidas, el preservativo o el avión? Esta es una de las muchas preguntas concretas que el libro introduce y que, poco a poco, cambian la manera como miramos lo que nos rodea, lo que hacemos y los modos como interactuamos con nuestro entorno. Si pensamos en los cubiertos con los que comemos, en productos de higiene o de alimentación habituales, en los textiles, en una bicicleta o en las infraestructuras y medios de transporte que conectan nuestras vidas desde hace siglos, ¿tiene sentido entonces estar a favor o en contra de la tecnología?

No hay vida humana, tal como entendemos este término, al margen de algún tipo de tecnología. Su despliegue, a diferentes ritmos y temporalidades, compone la narración a múltiples voces de la evolución de la humanidad. Si la rueda o el tenedor no necesitan cambiar mucho, eso no significa que no formen parte de vidas cambiantes. Si el mantenimiento de calles, alcantarillas o sistemas de abastecimiento energético hacen posible el día a día de los pueblos y ciudades sin necesidad de que se anuncien en las psicodélicas puestas en escena de cada nuevo producto de Apple, Google o Samsung, esto no significa que en ellas se haya detenido el tiempo o que estén fuera de la historia. Al contrario.

Hay un tiempo de lo que usamos, un tiempo de lo que mantenemos, un tiempo de lo que descartamos, un tiempo de lo olvidado y de lo recuperado... Las descripciones y ejemplos concretos que nutren este libro nos enseñan a mirar de otro modo nuestra propia humanidad en relación con lo tecnológico y nos ayudan a no caer en la trampa reduccionista y malintencionada de creer acríticamente que vivir en una sociedad innovadora y por lo tanto próspera económicamente pasa por llevar un móvil en la mano, forrar las paredes de las aulas con pantallas electrónicas o colocar sensores que extraen datos y reconocen rostros en calles, edificios o autopistas.

Pienso que el mayor desafío crítico de este libro es darnos herramientas conceptuales, teóricas y concretas para inscribirnos de nuevo en el tiempo material de lo histórico a través de una experiencia de la tecnología que no está contra ella, sino que contradice el imperativo de la innovación como único camino para la salvación del futuro.

Este libro nos muestra, de múltiples maneras, que la ideología innovadora funciona, hoy, como un paradigma neoreligioso que, de la mano de sus gurús, no solo simula la puesta en escena de las religiones que conocemos, sino que funciona dentro de su estructura temporal: o condena o salvación. La tecnología, como Dios, es quien nos puede condenar o nos puede salvar, pero, como en la relación con Dios, eso dependerá de nuestra fe y de nuestra obediencia en sus designios. La incredulidad siempre ha sido castigada.

Combatir hoy las credulidades de nuestro tiempo y sus correspondientes formas de opresión vuelve a ser una tarea imprescindible y urgente. Este libro se atreve a hacerlo y lo hace de la manera como la buena crítica debe llevarlo a cabo: no solo manifestando su posición, sino ofreciéndonos el conocimiento, las referencias y los argumentos para que cada uno de sus lectores pueda elaborar la suya. No hay espacio para la indiferencia en esta lectura. No tendría que haberla nunca cuando de lo que se trata es de poder dar forma libremente a nuestro presente y a nuestro futuro. Vivimos en un planeta en el que no hace falta producir ni vender más vendavales. La tormenta perfecta ya se ha desatado, pero si atendemos a lo que nos rodea y aprendemos a mirarnos con otros ojos y tocarnos con otras manos, no es el único destino posible.

MARINA GARCÉS

INTRODUCCIÓN

El término innovación es omnipresente en la cultura contemporánea. No hay prácticamente ninguna institución social que no quiera verse asociada, de una u otra forma, a su promoción, a su fomento, a su intensificación o a su celebración. La innovación ha adquirido un rol protagonista en los programas de escuelas, universidades, empresas, gobiernos y administraciones públicas. Partidos políticos, asociaciones culturales, incluso festivales de música u otras iniciativas artísticas, han adoptado el término en sus discursos habituales y han reformulado sus objetivos y misiones para adaptarse al nuevo imperativo.

La innovación parece haberse convertido en una obsesión para muchas de estas instituciones y para sus responsables. No pasa prácticamente un solo día sin que los medios de comunicación se hagan eco de alguna iniciativa que busque incentivar o premiar la innovación. El ámbito de la empresa es sin duda el más proclive a esta tendencia, pero en realidad todo tipo de organizaciones se suman a ella con gran entusiasmo y convicción. Todas ellas se declaran creyentes en la innovación como clave para su futuro. Todas ellas quieren ver su nombre vinculado a la cruzada por la innovación.

No solo parece obligatorio ponerse del lado de la innovación y convertirla en elemento nuclear de cualquier proyecto con visos de éxito, sino que hay que hablar de ella en términos lo más entusiastas y pomposos posibles. La hipérbole es endémica en este terreno. La innovación se presenta como el único camino, como la mejor solución para prácticamente cualquier reto o problema contemporáneo: desde el cambio climático a la salud pública, desde la pobreza a la educación.

Pero ¿por qué un conocido y exitoso festival de música quiere dejar de ser «únicamente» eso, un gran acontecimiento musical y artístico, para convertirse en un «rastreador de innovación»?1 ¿Por qué motivo una escuela decide presentarse, ante todo, como innovadora, en lugar de enfatizar la calidad de su enseñanza o la habilidad reflexiva que transmite a sus alumnos? ¿Es posible desarrollar cualquier iniciativa en el ámbito cultural, educativo o artístico, pero también en el sector industrial o en el de servicios, sin utilizar la innovación como eje vertebrador? ¿Un buen profesor debe ser un profesor innovador? ¿Es un gran cocinero necesariamente un gran innovador? ¿Cuál es la diferencia?

La innovación genera tal consenso y aclamación generalizada que este tipo de preguntas parecen irrelevantes. Y quizás existan buenas razones para ello. ¿Por qué cuestionar algo que se asocia a valores tan positivos como la creatividad, el éxito, la inteligencia o la vitalidad?

De hecho, la innovación parece haberse convertido en un valor en sí mismo y, a menudo, en el valor supremo. Ha devenido, en cierto modo, la vara con la que se miden el resto de valores. Es una noción de connotaciones tan positivas que muchas personas parecen entrar en trance con su sola mención. Representa para ellas la mayor fuente de aspiraciones e, incluso, de espiritualidad; se ha convertido en el exponente último del desarrollo intelectual y personal para mucha gente. Nada parece preferible a ser reconocido como un innovador.

Incluso los conocidos Objetivos de Desarrollo Sostenible incluyen la innovación entre sus conceptos clave. Mientras que términos como democracia o libertad ni se mencionan, la innovación aparece en un lugar preferente. El objetivo número nueve lleva por título «Industria, innovación e infraestructura».2 La innovación se entiende como uno de los «motores fundamentales del crecimiento y el desarrollo económico», y se la vincula especialmente al «crecimiento de nuevas industrias y de las tecnologías de la información y las comunicaciones». Como es habitual, la innovación también se presenta, de forma hiperbólica, como esencial para «encontrar soluciones permanentes a los desafíos económicos y ambientales» de la humanidad. El texto acaba remarcando la necesidad de «promover la innovación y el emprendimiento»; dos términos que, como veremos más adelante, parecen ir unidos de forma íntima.

Esta verdadera fiebrepor la innovación es mucho más que una moda o una tendencia superficial pasajera. Nuestra tesis central es que el culto a la innovación alimenta e intensifica otras fuerzas, más fundamentales y quizás más determinantes, que permean las sociedades contemporáneas. La ideología de la innovación moviliza formas concretas de ser, de hacer y de pensar. Tiene, como toda ideología, un papel legitimador y otorga sentido a prácticas e ideas que de otro modo resultarían cuestionables. Sirve para realzar y conferir autoridad a determinados agentes sociales y para invisibilizar o desdeñar a otros. Lejos de representar un recurso neutro o independiente, ha devenido un mecanismo clave para el ejercicio del poder.

Se ha convertido en objeto de culto en muchas universidades, think tanks, grandes corporaciones y, especialmente, en la mayoría de escuelas de negocios. La metáfora religiosa no resulta exagerada: la innovación genera lealtades incuestionables, creencia ciega, sus propios rituales y una profunda veneración. Incluso cuenta con sus propios sacerdotes. Casi de repente han surgido una gran cantidad de expertos en innovación que se han convertido en consultores de empresa, conferenciantes y personajes mediáticos. Dan charlas y conferencias, principalmente para empresarios y futuros emprendedores, a veces en grandes auditorios, y algunos han construido a su alrededor una verdadera industria personal.

Algunos de estos supuestos expertos en innovación no dudan en calificarse a sí mismos, sin ningún tipo de rubor, como gurús. El norteamericano Jeff DeGraff, por ejemplo, se autodenomina el «Decano de la innovación» (sic) y explica, a todo aquel que quiera (y pueda) pagar sus servicios, su receta mágica para la innovación.3 Lo hace a través de conferencias y de talleres con títulos tan curiosos como «Innovador profesional acreditado» o de libros como Liderar la Innovación o Hacer sopa de piedras. DeGraff confiesa haber adquirido su experiencia y destreza en innovación durante su etapa como ejecutivo en una empresa fabricante de pizzas (Domino’s Pizza). Al parecer, su gran innovación tuvo algo que ver —no nos lo aclara exactamente— con transformar una empresa de ámbito local, que solo operaba en el estado de Michigan (EEUU), en una gran compañía con franquicias en muchos países.

Algunos de estos gurús son profesores universitarios. Y es que las universidades han sucumbido a la nueva religión como pocas otras instituciones lo han hecho. Algunas se han convertido, o están intentando convertirse, en verdaderas catedrales de la innovación. No solo sus rectores y equipos directivos incluyen en sus discursos grandes proclamas en favor de la innovación, sino que a menudo contratan a gurús para que les indiquen el camino u organizan viajes de peregrinación a los grandes centros mundiales de la innovación (básicamente a California y Nueva Inglaterra, en los EEUU), con la esperanza de descubrir los ingredientes secretos para convertir sus propias instituciones en polos de innovación como Stanford o el MIT. Y, en muchos casos, están reorientando los programas académicos de sus universidades para formar, por encima de todo, innovadores y emprendedores o incrementar el número de startups creadas por sus investigadores.

Las universidades han creado en poco tiempo másteres en innovación, en gestión de la innovación, en innovación y emprendimiento, en innovación empresarial, en innovación y sostenibilidad empresarial, en innovación educativa, en innovación en ingeniería, en innovación y transformación digital, etcétera. Además, la innovación (a menudo de la mano del emprendimiento) aparece en muchos casos como una competencia básica del aprendizaje en otras titulaciones. Incluso la enseñanza primaria ha sucumbido al tsunami de la innovación. Algunos gurús instan a los padres y madres a que conviertan a sus hijos en futuros innovadores mediante el juego creativo, campamentos o colonias de innovación y cursos de programación. Un gran proyecto de transformación de la enseñanza primaria en Cataluña, Escola Nova 21, con el patrocinio de Caixabank y en colaboración con la Generalitat, tenía entre sus objetivos prioritarios conseguir que «la cultura de la innovación, en las escuelas y en todo el sistema, esté plenamente integrada en toda organización educativa».4

Pero la ideología de la innovación no solo genera promesas de éxito y lucro. Emite también discursos y mensajes con importantes dosis de agresividad e intimidación. No solo se considera inconcebible la disidencia o la objeción (¿quién en su sano juicio puede estar encontra de la innovación?, ¿con qué argumentos cabe cuestionar una apuesta por la creatividad, la novedad y el cambio?), sino que aquellas personas o instituciones que no la insertan en el seno de sus proyectos o actividades son automáticamente tachadas de retrógradas, anticuadas o conservadoras. «Innova o muere», gritan los gurús.5 La innovación no se plantea como una opción: es un imperativo, y quienes no lo sigan serán castigados de una u otra forma.

Pero, a pesar de que el culto a la innovación ha sido hegemónico durante varias décadas, en los últimos años han empezado a formularse algunas críticas, incluso por parte de los que han sido sus exponentes más activos y notorios. Cuestionan, por ejemplo, el uso irreflexivo, acrítico y, a menudo, eufemístico del término. Consideran que la innovación se ha convertido en un simple mantra de moda vacío de sentido o en una especie de cajón de sastre en el que colocar proyectos, productos o iniciativas que, en realidad, tienen muy poco de novedosas.

Algunos de estos críticos recuerdan las palabras del arquitecto y diseñador norteamericano Charles Eames (1907-1978), que una vez dijo «innova como último recurso: la mayor parte de barbaridades se hacen en nombre de la innovación». La revista Wired, conocida por sus posiciones tecno-utopistas, su defensa del neoliberalismo extremo y de la llamada ideología californiana propagada por los líderes de Silicon Valley, consideraba hace poco que la innovación se había convertido en la palabra más «sobreutilizada».6 Incluso el Wall Street Journal, defensor acérrimo de esta ideología sostenía recientemente que el término empieza a perder sentido debido a su uso desmedido e irreflexivo.7 Se ha convertido, afirmaba, en una forma de enmascarar la ausencia de visión y de objetivos realmente ambiciosos por parte de muchas instituciones.

También han comenzado a cuestionarse, aunque sea tímidamente, algunos elementos importantes de la ideología subyacente.8 Para algunos, la innovación ha demostrado ser una táctica poco eficaz en el tratamiento de los grandes problemas sociales y económicos actuales. Las numerosas iniciativas de promoción de la innovación que han llevado a cabo las administraciones públicas y otras instituciones sociales, así como los programas de formación de innovadores desarrollados por multitud de organismos educativos, tampoco parecen haber sido realmente efectivos.

En nombre de la innovación, sostienen algunos, se están perpetuando y agravando las desigualdades sociales. Un estudio del 20169 mostraba que el innovador medio en EEUU es un hombre blanco, de entre 40 y 50 años de edad y en posesión de un título superior universitario, normalmente relacionado con ámbitos tecnológicos. Solo un 12 % de los innovadores eran mujeres, y un mero 8 % pertenecían a minorías étnicas —con únicamente un 0,8 % de afroamericanos. El sesgo social y el elitismo afectan globalmente a la ideología de la innovación, porque también sus productos —las innovaciones— están principalmente dirigidos a un mismo sector de la población: no se encuentran equitativamente distribuidos ni son accesibles para todo el mundo. Quizás por ello, algunos defensores del imperativo a la innovación han puesto énfasis, durante los últimos años, en la llamada innovación social, o abogan por la introducción de criterios éticos y de responsabilidad en los procesos de innovación.

Sin embargo, y a pesar de estas críticas, el culto a la innovación continúa siendo hegemónico. La innovación se ha convertido en el núcleo de una ideología central en nuestra época, ambigua en muchos aspectos, pero por ello capaz de adaptarse a entornos muy diferentes. Es, además, una ideología holística: abarca desde visiones de la macroeconomía y de la sociedad en general hasta formas de concebir instituciones y organizaciones de índole diversa. Difunde una imagen muy particular y cuestionable de la tecnología y de su relación con el medio social. Y llega también, por último, hasta los individuos. El imperativo a la innovación no solo demanda instituciones innovadoras, sino personas innovadoras, con mentalidades y actitudes propicias a la innovación.

La ideología de la innovación se apoya en una gran amalgama de medias verdades y hechos dudosos, pero también en tesis académicas, sustentadas, algunas de ellas, en años de estudios y análisis. En las décadas de los cincuenta y sesenta del siglo pasado, eminentes economistas como Kenneth Arrow (1921-2017) y Robert Solow (1924-), ambos ganadores de sendos premios del Banco de Suecia en economía (erróneamente llamado el «Nobel en economía»), empezaron a considerar seriamente la innovación tecnológica como un factor significativo en el crecimiento económico, siguiendo en gran parte los pasos de su maestro e inspirador Joseph Schumpeter (1883-1950). En poco tiempo esta idea fue mayoritariamente adoptada por el pensamiento económico ortodoxo del siglo XX.

Durante la década de los sesenta, especialmente en los EEUU, la innovación pasa de ser un objeto de estudio a algo a lo que hay que aspirar: un objetivo obligado para empresas, instituciones e individuos. En poco tiempo se extiende el convencimiento de que es posible fomentar y generar la innovación por medio de acciones sistemáticas. Hasta entonces, los fenómenos de invención e innovación habían sido vistos con un cierto halo de imprevisibilidad y ligados a capacidades como la creatividad y la improvisación, difícilmente codificables en métodos estandarizables. Aparecen entonces las primeras políticas de la innovación: programas gubernamentales destinados a cultivar innovadores y promover la innovación —o la investigación y el desarrollo, la llamada I+D. Es en las décadas de los sesenta y setenta cuando el gobierno norteamericano crea las primeras incubadoras de innovación público-privadas. Finalmente, el acrónimo pasa a incluir explícitamente la innovación y se habla de I+D+i.

Durante los ochenta y noventa todos estos programas e iniciativas se extienden a muchos países. De hecho, la innovación comienza a verse también en clave nacional y, a menudo, bajo un prisma nacionalista. Aparece una gran cantidad de literatura académica, con numerosos estudios e investigaciones de disciplinas diversas, que consolida el concepto de sistemas nacionales de innovación. Forman parte de estos sistemas, según la definición habitual, todos aquellos agentes sociales (empresas, instituciones, centros de investigación, etcétera) que interactúan, en un país dado, en el desarrollo y difusión de nuevas tecnologías. Aunque el carácter colectivo y heterogéneo de los actores que intervienen en los procesos de innovación ya era más o menos conocido, hasta entonces nadie los había pensado como piezas o engranajes de un sistema. Esta idea, además de incentivar aún más el desarrollo de políticas nacionales de innovación, legitima las comparaciones entre diferentes países y la elaboración de rankings del gasto nacional de I+D. La idea de sistema, de hecho, se extiende a otras unidades territoriales de diferentes tamaños: desde los sistemas regionales de innovación a los denominados clusters de innovación o a los distritos de innovación (como el pionero 22@ en Barcelona). Cada uno de ellos se asocia a políticas específicas que deben ser elaboradas e impulsadas por las administraciones públicas.

Todo este arsenal de iniciativas ilustra uno de los aspectos clave de la ideología de la innovación. Como toda ideología poderosa, tiene efectos reales y tangibles muy importantes. No solo afecta a nuestra forma de pensar, a nuestros valores o a la forma en que vemos el mundo o establecemos objetivos y metas. Al mostrarse tan eficiente en la reconfiguración de significados, la ideología de la innovación acaba condicionando nuestras prácticas y nuestro comportamiento, tanto colectivo como individual.

En esta obra vamos a analizar los entresijos de la ideología de la innovación, desde sus raíces y supuestos básicos hasta su despliegue, alcance y penetración social. Examinaremos sus contradicciones y ambigüedades internas, así como su poderosa forma de enlazar ideas y programas de acción diversos. Para ello repasaremos sus tesis y preceptos más destacados, las nociones y perspectivas que mejor la definen, pero también pondremos atención a sus consecuencias prácticas. En particular, estudiaremos cómo se están transformando instituciones sociales importantes —como la universidad, la escuela o la ciencia— en su nombre.

En primer lugar, intentaremos entender cuál es el vínculo entre la ideología de la innovación y la tecnología, y trataremos de averiguar en qué sentido la innovación tecnológica se ha convertido en modelo de la innovación en general. Veremos en qué visión de la tecnología se sustenta y cómo ha sido capaz de sustituir a otros valores que, hasta hace poco, se consideraban relevantes en nuestra compleja relación con los artefactos técnicos. Las ideologías hegemónicas tienen la facultad de oscurecer el origen de sus conceptos clave y de desdibujar su sentido hasta hacerlos, a veces, irreconocibles. Nuestro objetivo es volver a ese origen y examinarlo con detalle.

Exploraremos, igualmente, el importantísimo componente economicista de esta ideología. No en vano en su genealogía han jugado un papel crucial algunas corrientes contemporáneas de pensamiento económico que, a su vez, han sido utilizadas para justificar la mayor parte de políticas públicas de fomento a la innovación. En esta línea, analizaremos cómo la ideología de la innovación se articula con otras ideologías y programas políticos afines que están marcando nuestro devenir contemporáneo.

Nos ocuparemos especialmente del ámbito educativo, que es, sin duda, uno de los más afectados por el imperativo a la innovación. Aunque veremos que los cambios están afectando a todos los niveles de la enseñanza, analizaremos con más detalle el entorno universitario, en el que se están desarrollando las transformaciones más radicales y en el que ya pueden observarse consecuencias patentes. La universidad, además, nos permitirá adentrarnos en otro ámbito fuertemente vinculado a ella: el de la ciencia y la producción de conocimiento, que también está sufriendo cambios drásticos en nombre de la innovación.

Finalmente, en este trayecto nos detendremos también a examinar algunos fenómenos de resistencia. No nos referimos a movimientos explícitamente dirigidos a derribar la ideología de la innovación como tal, sino a experiencias e iniciativas que plantean estrategias y objetivos opuestos al imperativo innovador o cuestionan sus presupuestos e implicaciones. A pesar del aparente consenso construido alrededor de la innovación, cada vez son más las personas y colectivos que disputan sus presuntos beneficios y denuncian sus consecuencias perniciosas en la educación o en la ciencia. Observaremos, incluso, como existen formas muy diferentes de acercarse a la tecnología, de entender su diseño y desarrollo, de concebir su articulación social y de acometer el cambio técnico en general. La tecnología, por extraño que suene, también puede y debe ser rescatada del corsé de la innovación.

1. González, J.A., «Sónar: De festival de música a rastreador de innovación», en Diario Sur, 5 de abril de 2019, https://www.diariosur.es/tecnologia/sonar-festival-innovacion-20190405092646-ntrc.html

2. Naciones Unidas, Objetivos de desarrollo sostenible, 2022, https://www.un.org/

3. DeGraff, J., 2022, https://jeffdegraff.com/

4. Escola Nova 21, Escola Nova 21, 2022, https://www.escolanova21.cat/

5. Creando Redes, Innova o muere: Procesos de innovación abierta para incorporar la Restauración Ecológica en tu empresa, 2022, https://creandoredes.es/

6. O’Bryan, M., «Innovation: The Most Important and Overused Word in America», en Wired, 2013,https://www.wired.com/insights/2013/11/innovation-the-most-important-and-overused-word-in-america/

7. Kwoh, L., «You Call That Innovation? Companies Love to Say They Innovate, but the Term Has Begun to Lose Meaning», en The Wall Street Journal, 23 de mayo de 2012, https://www.wsj.com/articles/SB10001424052702304791704577418250902309914

8. Véanse Godin, B., Innovation contested: The idea of innovation over the centuries, Routledge, Nueva York, 2015; Vinsel, L. y Russell, A. L., The innovation delusion: How our obsession with the new has disrupted the work that matters most, Currency, Nueva York, 2020; Winner, L., «The Cult of Innovation: Its Colorful Myths and Rituals», en On polítics, Technology and the arts, 12 de junio de 2017, https://www.langdonwinner.com/other-writings/2017/6/12/the-cult-of-innovation-its-colorful-myths-and-rituals; Wisnioski, M., Hintz, E. S., y Kleine, M. S. (eds.), Does America Need More Innovators?, 2019, MIT Press, Cambridge (MA); y Pfotenhauer, S. M., Juhl, J., y Aarden, E., «Challenging the “deficit model” of innovation: Framing policy issues under the innovation imperative», en Research Policy, vol. 48, nº 4, págs. 895-904.

9. Wisnioski, M., «The innovator imperative», en Wisnioski, M., Hintz, E. y Kleine, M.S., Does America need more innovators?, 2019, MIT Press, Cambridge (MA), págs. 1-14.

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INNOVACIÓN Y TECNOLOGÍA

En un estudio reciente de la Fundación Telefónica sobre las innovaciones educativas más importantes a nivel internacional,10 se destacaban iniciativas como Apps for Good, un programa para fomentar la creación de apps entre los estudiantes de secundaria; STEMnet, una plataforma digital que conecta escuelas, docentes y profesionales para crear actividades de apoyo a la educación en ciencias e ingeniería; o eMSS, un programa de formación en línea para profesorado de ciencias y matemáticas. De forma análoga, cuando la escuela de negocios ESADE reunía en una publicación las 10 innovaciones sociales más importantes en el panorama internacional durante los últimos años,11 la mayoría tenían que ver con desarrollos artefactuales. El concepto de innovación social, que a menudo suele utilizarse para englobar iniciativas no orientadas al beneficio económico o al éxito en el mercado, acaba también sometido frecuentemente al patrón de la innovación tecnológica.

La ideología de la innovación toma como modelo de referencia la innovación tecnológica. Muchas instancias del discurso de la innovación presentan esta equivalencia de forma más o menos explícita. «Fomentar la innovación» quiere decir, en realidad, «fomentar la innovación tecnológica», y ser «líderes en innovación» no es otra cosa que ser líderes en «innovación tecnológica». ¿Existen formas de innovación que no tengan que ver con la tecnología? Sí, evidentemente, y la ideología de la innovación también se hace eco de ellas: innovaciones organizativas, innovaciones sociales, educativas, etcétera. Pero, aun así, la innovación tecnológica es el patrón a partir del cual se valoran y juzgan el resto de innovaciones. Y lo es por partida doble.

Por un lado, la innovación tecnológica actúa como paradigma y suministra los parámetros esenciales para evaluar el resto de innovaciones: su carácter transformador o disruptivo —en un sentido, como veremos, muy particular—, la escalabilidad y difusión potencial o el rendimiento económico. Por otro lado, la ideología de la innovación tiende a reducir el resto de innovaciones a cambios artefactuales o tecnológicos y, cuando no lo hace de forma completa, enfatiza y celebra ante todo aquellos aspectos relacionados de forma directa con artefactos o desarrollos técnicos.

Existe, por lo tanto, un vínculo profundo entre la ideología de la innovación y el cambio tecnológico. La innovación como ideología se sustenta en la convicción de que el cambio tecnológico es la clave del crecimiento económico y, por consiguiente, del bienestar humano. Se apoya también en una visión particular del cambio tecnológico, de su alcance y de la naturaleza misma de la tecnología. En primer lugar, la ideología de la innovación promueve una fe casi ciega en la tecnología como instrumento prioritario para resolver todo tipo de problemas: políticos, económicos o medioambientales. Un conocido bloguero español, profesor en una escuela de negocios, sostiene que «la tecnología y la innovación pueden convertirse en las soluciones a muchos de los problemas más importantes que tenemos».12 Prácticamente todo puede arreglarse mediante la innovación tecnológica.

Pensemos, por ejemplo, en el calentamiento global, causado por las emisiones de gases de efecto invernadero. En lugar de proponer formas de reducir dichas emisiones, mediante medidas políticas, legales o económicas que conllevasen cambios significativos en nuestras formas de vida o en los modelos energéticos y productivos, los partidarios acérrimos de la innovación tecnológica consideran prioritario otro camino: la geoingeniería. También denominada ingeniería climática, consiste básicamente en diseñar algún tipo de tecnología que permita frenar el calentamiento global sin que ello altere los patrones de organización socioeconómica actuales. Una de las opciones que actualmente se barajan es la de instalar en el espacio exterior gigantescos escudos, a modo de reflectores, que permitan reducir la cantidad de energía solar que llega a la Tierra. Esta particular línea de investigación, conocida como gestión de la radiación solar,está siendo financiada actualmente con fondos públicos en EEUU, la Unión Europea, el Reino Unido, Japón o China, entre otras administraciones.

Bajo esta apuesta prioritaria por la innovación tecnológica se halla la creencia de que las alternativas sociales de transformación son inviables, imposibles de acometer o que, simplemente, tendrían un coste político demasiado elevado. Se considera que las proclamas de cambio social y político radicales han quedado desfasadas y que la única opción de conseguir efectos sociales realmente significativos es la que proporciona el cambio tecnológico. Es decir, que la innovación tecnológica no solo representa la única forma de cambio capaz de producir transformaciones reales y profundas, sino que deviene a su vez el verdadero motor de los cambios sociales, políticos, culturales o económicos. En último término, la tecnología se postula como la mejor opción para el cambio. No se trata únicamente de que la tecnología pueda ser la solución, sino que, en cierto modo, debe serlo.

Este imperativo tecnológico está emparentado con lo que Evgeny Morozov ha denominado «solucionismo tecnológico»13 —otro de los rasgos más notorios de la ideología de la innovación. Este consiste en la creencia de que la tecnología siempre nos permite resolver intrincados problemas sociales de manera limpia y original. Para ello es necesario antes reformular cuestiones complejas, en las que intervienen numerosos actores y elementos, y que son el resultado de largos y enrevesados procesos históricos, para transformarlas en problemas relativamente simples y acotados, susceptibles de un enfoque técnico o ingenieril. En el caso de la geoingeniería, por ejemplo, la gran maraña de agentes sociales y fuerzas históricas que son causa del calentamiento global resultan irrelevantes. El calentamiento global se reduce a un simple problema termodinámico en el que intervienen dos agentes causales: los gases de efecto invernadero y la radiación solar. Y, por tanto, existe una forma clara, aséptica y directa de afrontar el problema, sin necesidad de disminuir la emisión de gases: reducir la cantidad de radiación solar que llega a nuestro planeta. Algo que puede acometerse mediante innovación tecnológica avanzada.

La ideología de la innovación es tecnocéntrica,