El equilibrio del miedo - J.A. Madrid - E-Book

El equilibrio del miedo E-Book

J.A. Madrid

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Beschreibung

En el crepúsculo del siglo XIX, un hombre de origen japonés llamado Hikoshi desembarca en las costas chilenas, portando consigo no solo las marcas de sus viajes, sino también una misión que podría alterar el curso de la historia. Hikoshi encuentra en Jorge, un chileno adelantado a su tiempo, el compañero ideal para una travesía que los llevará a Chiloé. Allí, entre leyendas y paisajes que susurran antiguos secretos, descubrirán algo que desafía la comprensión de su época. Una novela de ciencia ficción que nos invita a cuestionar los límites de la tecnología y la persistencia de la memoria en plena guerra. Un espejo del futuro del conocimiento, con todos sus desafíos existenciales. El significado de la humanidad en una esfera cada vez más interconectada.

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© El equilibrio del miedo - Parte 1 Recolección

Sello: soyuz

Primera edición digital: Junio 2024

© J. A. Madrid

Director editorial: Aldo Berríos

Ilustración de portada: José Canales

Corrección de textos: Gonzalo León

Diagramación digital: Marcela Bruna

Diseño de portada: Marcela Bruna

Ilustraciones interiores: Ptuks

_________________________________

© Áurea Ediciones

Errázuriz 1178 of #75, Valparaíso, Chile

www.aureaediciones.cl

[email protected]

ISBN impreso: 978-956-6183-89-1

ISBN digital: 978-956-6386-17-9

__________________________________

Este libro no podrá ser reproducido, ni total

ni parcialmente, sin permiso escrito del editor.

Todos los derechos reservados.

INTRODUCCIÓN

En esta primera parte de la historia de un total de tres libros, decidí dividir el orden cronológico en varias líneas temporales, y para evitar confusiones, en los títulos de los capítulos está el año de los acontecimientos de manera explícita. La decisión de hacer tres libros está contenida en la historia y a medida que avancen se darán cuenta de los motivos.

Para aclarar aún más, esta es una novela de ficción basada en hechos y momentos históricos reales, los cuales están respaldados en los anexos, pero también hay situaciones totalmente inventadas en donde me dejo llevar por la imaginación y, por supuesto, en el anexo no hay nada referente o puede que esté invisible.

Todo comenzó cuando decidí darle vida a un cuento en el que deseaba mostrar las semejanzas entre dos culturas geográficamente distantes, pero que han tenido algunas cosas en común, como estar aislados. Pero al darme cuenta de lo entretenido de la idea, decidí darle un giro novelístico, con un protagonista ajeno a mi nacionalidad.

Me entretuve bastante con el concepto de hacer una experiencia tanto gráfica como escrita, lo cual dentro del contexto de mi vida privada tomó bastante tiempo.

En este libro trato de no dejar cosas al aire, atribuyéndoselas a la sobre-imaginación del lector o a posibles teorías infundadas. Traté de llevar una línea de hechos reales fundamentadas tanto en la experiencia como en el estudio de cada punto que se trata en los capítulos, además de retroalimentarme de muchos autores sumamente superiores a mí y en muchos casos conversando con gente de gran sabiduría.

En base a lo anterior, no quise darle mucha “cháchara” a algunos capítulos e ideas, mientras que a otros quise darle más énfasis a ciertos detalles que son relevantes para la trama, por lo que puede que a ojos y forma de pensar de algún especialista existan algunas lagunas explicativas, de las cuales puede que yo esté –o no– al tanto.

Este primer libro puede resultar corto como a modo de introducción, pero hay dos puntos de vista interesantes que se deben analizar: uno es el momento histórico que vivimos para el año 2023, en el cual el mundo exige que las cosas sean entregadas de inmediato, y el otro motivo lo pueden deducir al final de este primer libro.

Ilustraciones: por Ptuks www.ptuks.com

Capítulo I: Llegada - (Agosto 1893)

Cuentan que hacia 1893, en la espesa llanura de la verde provincia de Chiloé, un extraño personaje comenzó sus travesías en búsqueda de experiencias y datos que pudieran respaldar parte de su investigación.

La belleza de los paisajes le recordaba de cierta forma a su tierra natal. Dicen que, al alejarte de tus raíces por un tiempo prolongado, tus pensamientos vuelven a esos lugares casi misteriosos para ese presente, el tiempo juega con las ideas y los recuerdos, mezclando la añoranza de volver por unos momentos y la templanza de quedarte en esas nuevas tierras.

Este personaje, tapado completamente con una chaqueta de color café y unos pantalones de tela gruesos, daba sus primeros pasos en la isla, totalmente desconocida para el mundo exterior. Su extraña apariencia física resultaba bastante inusual para la gente local, que no acostumbraba a ver a un asiático en sus tierras.

–¿De dónde eres, extranjero? –preguntó un lugareño al asiático, que observaba su tienda de telas en pleno centro de Ancud. El silencio estuvo presente durante cinco segundos, en un proceso de análisis idiomático.

–De Japón –respondió con un acento totalmente distinguible.

–Interesante, por estos lugares no sabemos nada de su país –dijo el vendedor que era bastante más alto y con una contextura totalmente diferente.

–Me interesa esta tela, bufanda creo que la llaman en español. ¿Cuál es su valor?

–Son 25 centavos.

–Gracias –dijo, inclinando la cabeza frente al vendedor corpulento luego de haberle entregado la suma de dinero.

El vapor que había zarpado desde Puerto Montt (Melipulli) hasta las costas de Ancud era el Canglio, una pequeña corbeta de 65 metros de eslora y con un armatoste de metal que daba algo de confianza a los tripulantes para cruzar este pequeño paso, que en cualquier momento podría ser sumamente traicionero. Ahí conoció a un chileno viajero como él, llamado Jorge Marchant, quien se dedicaba, según su historia, a repartir objetos tecnológicos desde Valparaíso hacia las ciudades que estaban más alejadas de los centros de importación nacionales.

–Nuevamente nos vemos, Hikoshi –susurró Jorge al asiático por detrás.

Hikoshi tranquilamente se dio la vuelta, como si hubiese sabido desde ayer que eso ocurriría.

–Así es, Jorge, un encuentro fortuito, ya que deseo comenzar a viajar hacia el sur, pero aún no me abastezco del todo.

–Eres bastante valiente, dada tu condición de desconocimiento y extranjero –dijo Jorge sin esconder nada y de manera muy honesta.

Estoy acostumbrado a viajar solo, y por estos momentos me parece muy cómodo realizarlo así, dado mis objetivos –informó mientras caminaba en dirección a un pequeño boliche del lugar.

–Pues en esta oportunidad, te ofrezco la agradable compañía de un tipo bastante guapo como yo –dijo su interlocutor, con una sonrisa de confianza y una cara de querer mostrar algo de soltura y crear un buen ambiente relajado.

Hikoshi asintió, como si no hubiese entendido el humor del chileno.

Ambos se abastecieron de víveres en un boliche y durmieron en una pequeña residencial ubicada cerca de donde realizaron las compras. Comieron por separado y no hablaron hasta la mañana siguiente.

Hikoshi pensaba recorrer a pie los primeros kilómetros para adentrarse en la difícil tarea de descubrimiento por sí mismo del sector. Jorge le propuso entonces:

–Vamos a caballo.

–Conozco un buen lugar donde arrendar un par de caballos con buen equipamiento y no flaquean a medio camino, estos son tiempos extraños en cuanto a clima, mi amigo.

Hikoshi asintió y enseguida accedió, ya que sabía que la experiencia de otros es un baluarte y respetaba eso. Su objetivo no era sufrir los embates del clima, sino encontrar ciertas respuestas.

Esa mañana estaba despejada y calurosa, la humedad del lugar estaba soportable para el japonés, que estaba acostumbrado a extremos climáticos, especialmente lo vivido en su país y en otros que seguramente un chileno común tildaría de clima de desagradable.

El lugar se llamaba Donde Juliana, un pequeño corral, donde el dueño se dedicaba a arrendar caballos con una garantía.

–¡Jorge! –gritó el dueño, un tipo fornido con barba blanca en toda la cara, con las manos destrozadas, como si hubiese vivido doscientos años de trabajos forzados en algún campo de esclavos.

–¡Marcelito! –respondió Jorge inmediatamente, abrazándolo–. Te presento a mi amigo oriental, Hikoshi.

–¡Pero qué sorpresa! Un gusto amigo, Jokoshi –dijo Marcelo estrechando las manos.

Hikoshi ignorando la mala pronunciación de su nombre estiró la mano derecha.

–El gusto es mío.

–Marcelo, necesitamos de tu ayuda en nuestro camino al sur. Si pudiera arrendarnos un par de buenos caballos.

–Pero por supuesto, vamos a comer algo y les presento a los animales, y ustedes mismos pueden elegirlos.

–Este es el mejor pulmay que podrán probar en la isla –anunció Marcelo, haciendo recelo de sus habilidades. Algo que obviamente todos dicen.

Efectivamente el olor y sabor entre mezclado de los ingredientes marinos con la carne, les daba a los dos viajeros ganas de quedarse ahí y no comenzar su viaje.

Luego de elegir dos caballos jóvenes, comenzaron su ruta hacia el sur para poder llegar a su primer destino: Castro.

El sol de la mañana los tocaba en sus nucas y parte de sus caras, pero la sombra que proyectaban los árboles hacía agradable el trayecto. Estaban disfrutando el paisaje y el viaje.

Debieron parar a mediodía para alimentarse y alimentar a los caballos. En la parte trasera, llevaban un poco de pasto seco, que Marcelo les dio y luego amarró a cada uno de los potros. Además del pasto seco, llevaban en los morrales víveres y equipamiento personal de cada uno.

–¿De qué parte de Japón eres, Hikoshi? –preguntó Jorge, mientras sacaba algo de caldillo que tenía guardado del pulmay mañanero.

–Del norte de Japón, nací en una ciudad llamada Hirosaki –respondió con un poco de sudor en la cara. Si bien no estaba caluroso aún, la humedad afectaba.

Jorge sabía que Hikoshi no era de hablar mucho, por lo que no quiso insistir con más preguntas por ahora.

Siguieron viajando hacia al sur durante todo el día en silencio, ambos mirando la vegetación y una que otra ave y animal que se les cruzaba. Pasadas cinco horas tuvieron que detenerse, dado que comenzó a lloviznar, y se aproximaba una lluvia que evidentemente no les dejaría seguir avanzando de manera tranquila.

Divisaron una pequeña cabaña en un terreno baldío de no más de media hectárea, donde se podían ver perros pastores y algunos animales de granja. Se acercaron para pedirle permiso al dueño si podían pasar la noche en ese terreno.

Al ingresar en el terreno, una jauría de perros comenzó a ladrar para dar la alarma a todo Chiloé de que un extraño había pisado el terreno. Una mujer corpulenta y de estatura baja salió a su encuentro, tenía en la cabeza un pañuelo y usaba un vestido sucio de colores. A ojo de Jorge no debía tener menos de 65 años.

–Buenos días, señora –dijo Jorge gentilmente con un tono alto caminando más lento.

Los perros seguían a la señora por detrás esperando la orden para atacar o para simplemente ser libres.

–Buenos días, ¿en qué puedo ayudarlos? –dijo la señora mirando de reojo a Hikoshi y examinando su apariencia extraña.

–Somos dos viajeros, mi nombre es Jorge y él es Hikoshi, proveniente de la vieja Asia –respondió rápidamente–. Nos va a pillar la lluvia en medio de nuestro camino hacia el sur de la isla y no tenemos dónde refugiarnos. ¿Sería usted tan amable de darnos un techo durante esta noche, para luego nosotros seguir nuestro camino en la mañana?

La señora, nuevamente mirando de reojo a Hikoshi, asintió y, con una señal elevando la mano izquierda, les indicó que se acercaran a la casa donde había un corral techado para dejar a los animales cansados.

–Espero que a su esposo no le moleste que estemos acá –dijo Jorge.

La señora, que ya había avanzado bastante se dio vuelta, aclaró entonces:

–Mi esposo falleció hace algunos años, por lo que no hay problemas, mi nombre es Berta.

–Mis condolencias, señora Berta –dijo Jorge en señal de respeto.

Berta siguió su camino a la casa y el corral, les abrió el portón y dijo que podían alimentar y darles agua a los caballos junto a los otros animales que estaban adentro.

Jorge y Hikoshi, al ver que la simple llovizna se había transformado en ese momento en una tormenta con vientos de hasta 50 km/hr, dejaron sus pertenencias bajo el techo de la entrada de la casa y ayudaron a Berta a juntar a los animales que estaban en el terreno para llevarlos junto a los perros al viejo corral. Se demoraron poco menos de treinta minutos, pero los perros ya habían realizado casi todo el trabajo por inercia. Luego de dejar a todos los animales en el corral techado, se dieron cuenta de que este ya tenía grandes fardos de pasto, y al parecer la señora Berta estaba bien abastecida para casi un mes de alimento, claramente pensando en el caso de que los animales solo se alimentasen de eso.

Al ingresar a la casa, que adentro tenía una temperatura perfecta, dejaron todas sus cosas en la entrada, se sacaron la ropa mojada y se sentaron en unos viejos sillones que daban a la salamandra encendida. Habían traído consigo cada uno sus bolsos con sus pertenencias, por lo que pudieron sacar ropa de repuesto.

La señora Berta se acercó con una bandeja de madera tallada con dos jarrones llenos de hierbas que ella misma parecía haber cultivado o recolectado probablemente. La tetera estaba encima de la salamandra ya caliente, ambos viajeros pusieron un poco de agua en sus jarrones, desprendiendo un olor bastante peculiar.

–Seguramente usted debe tener una buena historia para acompañar esté té de hierbas –dijo Jorge para crear un ambiente nuevamente de confianza.

–Déjame pensar –respondió mientras miraba con sus ojos cafés la muralla en frente de ella.

Así comenzó el relato de la señora, el cual Hikoshi escuchaba atentamente, preparándose para extraer cada uno de los pensamientos descritos por ella de manera hablada.

Hace tiempos inmemoriales, cuando aún no teníamos consciencia real de lo que era un pueblo y solamente sobrevivíamos de la tierra, nuestro actual dominio y todas las islas que nos rodean estaban unidas al continente y eran un solo bloque, lo que ustedes ven son los remanentes de una batalla de muchos años de duración.

Hikoshi comenzó a interesarse bastante con la historia que la señora de edad estaba contando con mucha paciencia, mientras la lluvia caía cada vez más fuerte en el exterior y la luz natural ya estaba casi extinta.

Esta batalla fue entre el Espíritu de los Mares conocida como Coi-Coi Vilu, que en su forma terrestre y física era una serpiente marina gigante, y Ten-Ten Vilu, el Espíritu de la Tierra.

Coi-Coi Vilu quería anexar a sus reinos parte de la tierra, por lo que comenzó a inundar las llanuras, los montes, los campos, sepultando a los habitantes de la tierra en las profundidades del océano.

Al ver esta tragedia y la consecuente vulneración de sus territorios, apareció Ten-Ten Vilu a frustrar los planes de Coi-Coi Vilu, y comenzó a elevar las tierras, llevando a los habitantes a tierras más altas; muchos murieron y otros tuvieron que adaptarse, e incluso algunos fueron transformados en aves para poder escapar y volar.

Berta hizo una pequeña pausa para traerle unas mantas a Jorge y Hikoshi. Al ir a la parte trasera de la casa, encendió dos lámparas de gas que estaban colgando próximas a la cocina, que tenía la leña prendida. En una olla había una sopa caliente de lo que parecía, por su olor, ser gallina. Trajo tres cuencos llenos del caldo y se los entregó a los invitados.

Ambos espíritus estuvieron batallando, elevando las tierras o subiendo el nivel del océano, y pasó mucho tiempo en el que ya era una costumbre que ocurrieran estos hechos. Era parte de la normalidad de la vida de los habitantes que esta batalla se prolongara, ya que ambas fuerzas estaban equilibradas o en ciertos períodos una estaba por sobre la otra, aunque de manera momentánea y no marcada.

Hasta que un día Ten-Ten Vilu vio la oportunidad perfecta para darle fin a esta batalla con una estocada final. Coi-Coi Vilu fue vencida, pero no totalmente. Ten-Ten Vilu, al intentar unir las tierras nuevamente, vio que la serpiente marina había puesto ciertas dificultades, que hoy son los canales que conocemos y nos separan del continente original.

Hikoshi quedó maravillado con la historia de la señora Berta.

–Muchas gracias, señora Berta, espléndida la historia que nos acaba de contar –dijo Hikoshi, tras unos segundos de que la señora hubiese terminado la historia, siendo de las pocas y únicas palabras que hasta ese momento había transmitido.

–¿Quién le contó esta historia? –preguntó Jorge.

–Es de común sabiduría, pero fue relatada por mis abuelos y a ellos por sus abuelos huilliches, y viene de mucho antes de las batallas e invasiones –respondió.

–Si les parece bien, esta historia tiene mucho en común con la historia de la creación de la isla de donde provengo –confesó Hikoshi.

Hikoshi comenzó a relatar después de terminar la sopa y dejar el cuenco a un lado en una pequeña mesa de madera.

Luego de la creación del cosmos y de los dioses principales, nacieron los dioses más jóvenes Izanami e Izanagi, a quienes por orden de los mayores se les encomendó ordenar la tierra y el mar que no era hasta ese entonces uniforme, y parecía más bien un fluido inestable y en constante movimiento.

En el mundo terrenal ellos estuvieron mirando y parados en lo que desde el japonés se puede traducir como el “Puente Flotante del Cielo”, el que algunas personas lo interpretan de distintas maneras, a mí me gusta pensar que es una especie de representación de los arcoíris que comúnmente vemos. Consigo llevaron una lanza de gemas que tenía la capacidad de transformar los estados de la materia que comúnmente nosotros conocemos; sumergieron esta lanza desde el puente en el agua salada y la agitaron de un lado a otro con paciencia y dedicación.

La señora Berta estaba atónita escuchando la historia del japonés, aparte de su excelente español y de cómo se desenvolvía, le parecía maravilloso hasta ese momento las posibles conexiones que pudiera tener los mitos de la creación.

–¿Les gustaría tomar otro poco de té de hierbas? –preguntó Berta abiertamente.

–Sí, por favor –dijo Jorge, mientras Hikoshi realizaba una pausa a su relato.

La lluvia estaba cayendo de manera constante y fuerte, la luz tenue de los faroles iluminaba lo justo y necesario, creando un ambiente perfecto de relajación.

La señora Berta había cambiado la yerba pasada y sacó el agua de la tetera que estaba sobre la salamandra. Luego de servir a los tres, rellenó la tetera con agua fría.

Ellos retiraron la lanza del agua salada, y las gotas que quedaban como resquicios comenzaron a caer en un punto focalizado, creando así la primera isla llamada Onogoro. Izanami e Izanagi bajaron a la isla de Onogoro, y erigieron ahí un altar, una columna celeste y un salón. Ellos procrearon y engendraron dos hijos fallidos, las causas no las explicaré en este relato y quizás lo haga en otro momento, pero el tercer hijo fue la isla de Awaji, y así fueron naciendo las otras islas del archipiélago, y luego de terminadas las islas comenzaron a engendrar a una serie de dioses terrenales, como las montañas, el viento y los árboles.

El último hijo de Izanami, llamado Kagutsushi o Dios del Fuego, le dejó problemas a los genitales de Izanagi, quien terminó muriendo luego de una ardua lucha contra la fiebre. Izanagi, lleno de sentimientos diferentes, siguió engendrando dioses de sus excreciones corporales, tales como las lágrimas, vómitos, sudor, etc. Él, completamente atormentado por la muerte de su amada, culpó de esto a Kagutsushi y lo despedazó. Como se imaginarán, sus restos fueron enviados a varias islas, siendo esto la creación de varios otros dioses menores.

Hikoshi hizo una pausa.

En Japón hay deidades menores por sectores y por provincias, y si alguna vez ustedes pueden visitar el país, podrán ver algunos pequeños monumentos o sectores donde se veneran a estos dioses y se le brindan incluso algunos pequeños tributos.

Sin poder aguantar ver a su amada Izanami, se encaminó a la tierra de las tinieblas, donde ella estaba en la oscuridad completa del palacio. Izanagi le dijo que debía volver para completar el trabajo de ambos, y que la necesitaba. Izanami halagada, le dijo que debía consultar con los Señores de las Tinieblas, y que hasta ese momento no debía por ningún motivo iluminar el sector y mirarla. Por lo que entró en el palacio a realizar la petición.

El tiempo pasaba y pasaba, y ella no salía para comunicarle las noticias. Izanagi en su desesperación y en sus ganas de ver a su esposa, rompió una púa de la peineta que estaba en su moño izquierdo y le prendió fuego para iluminar la tierra de las tinieblas.

El ambiente de la casa de la señora Berta iba perfecto con el relato, dada la luz tenue que los iluminaba, estaban totalmente absortos por el relato.

Al entrar a las tierras de las tinieblas, Izanagi vio a Izanami cubierta de gusanos y su cuerpo en un estado de putrefacción total. Ella le dijo que le había ordenado que no la iluminara, él retrocedió por repulsión. Cuando ocurrió esto, ella se sintió avergonzada y ordenó a las mujeres del mundo de las tinieblas a perseguir y capturar a Izanagi.

Izanagi logró escapar del mundo de las Tinieblas, luego de una gran persecución, tanto de Izanami como de sus mujeres.

Más tarde, en la superficie del mundo terrenal, lleno de sentimientos entremezclados, él decidió que debía lavarse las impurezas en un río. Al ir desnudándose y arrojando los objetos con los que vestía, nacieron muchas divinidades menores, pero las tres últimas eran las más importantes. Amaterasu, la Diosa del Sol; Tsuki-Yomi, El Dios de la Luna, y Taka-Haya-Susano, el Dios del Océano, quien después se transformaría en el Dios de la Tempestad.

Luego de un gran silencio, la señora Berta dio su opinión:

–Me parece un gran relato, Hikoshi, una gran demostración de lo cercano que pueden ser nuestras culturas, independiente de lo lejano que somos.

–Especialmente a algunas cosas que le atribuimos a ciertos aspectos de la tierra a divinidades –agregó Jorge.

La señora Berta se levantó y se fue a su habitación, dejando las velas encendidas para los visitantes, quienes fueron cayendo en el sueño tras pasaban los minutos con la lluvia como música de fondo.

Hikoshi estuvo toda esa noche pensando en sus sueños sobre ambos relatos y llegó a algo que estaba buscando, fuera de la conclusión evidente. Esto es referente a la toma de decisiones, y a la forma en que ocurren las cosas en la naturaleza. El concepto de dualidad de bien y mal, o blanco y negro, se contrapone con el concepto de matices o grises, el cual señala que no todo tiene que ser blanco o negro, si no que existe una proporción de cada uno en la vida. Pero ambos conceptos por sí solos son erróneos; ambos pueden existir en la vida en la toma final de decisiones si se incluye la variable temporal y por ende situacional. Ambos conceptos son válidos y dependerán del momento, tal como se puede apreciar en el cuento chilote, en donde los matices se pueden ver cuando la batalla entre ambas serpientes llega a un punto de status quo, donde la tierra y el mar ceden, de vez en cuando. De la misma manera en el cuento japonés: cuando ambos dioses se zambullen y comienzan a procrear las islas que son de distintos tamaños y características en momentos de tranquilidad.

Pero en los momentos donde la tensión o la oportunidad es única, el matiz se torna netamente para uno de los lados. Izanagi toma decisiones difíciles como destrozar al Dios del Fuego, o encender la púa de su peineta, y asimismo Ten-Ten Vilu encuentra su oportunidad para dar una estocada final a Coi-Coi Vilu.

Capítulo II: Camino a Castro - (Agosto 1893)

Hikoshi y jorge luego de desayunar unos panes recién horneados por la señora Berta, de esos típicos esponjosos que al tocarlos ya dan ganas de zambullírselos en la boca, le dieron las gracias encarecidamente. Luego de ensillar sus caballos y revisar que todo estuviera bien amarrado y firme, prometieron volver a visitarla para reflexionar sobre nuevos cuentos y otras aventuras, quizás de esas promesas vacías que hace la gente como señal de buena educación, pero que son dejadas al destino.

El día estaba totalmente despejado y no había ningún rastro de viento; el ambiente se sentía muy húmedo, se olía la leña y el humo que salía por la chimenea era una mezcla bastante agradable a las narices de cualquiera que estuviera por partir el día.