El francés indomable - Rebecca Winters - E-Book
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El francés indomable E-Book

Rebecca Winters

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Beschreibung

¿Podría ser ella quien derritiera su corazón helado? Jasmine Martin, la nueva consejera delegada de la famosa casa de perfumes Ferriers, llevaba librando una batalla para demostrar que merecía su puesto desde que accedió a él. Sobre todo, con el enigmático magnate Luc Charriere, el hombre más cautivador y apuesto que había conocido... Luc era cauteloso, pero Jasmine necesitaba su ayuda y sus ojos azules tenían algo que lo tentaban a ofrecerle su apoyo. Cuando se dio cuenta de lo mucho que le importaba, supo que arriesgaría cualquier cosa para conservar a su lado a la mujer que le había robado el corazón.

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Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

© 2015 Rebecca Winters

© 2015 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

El francés indomable, n.º 2571 - julio 2015

Título original: Taming the French Tycoon

Publicada originalmente por Mills & Boon®, Ltd., Londres.

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Jazmín y logotipo Harlequin son marcas registradas propiedad de Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.

I.S.B.N.: 978-84-687-6821-2

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

Portadilla

Créditos

Índice

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Si te ha gustado este libro…

Capítulo 1

Mayo

Una vez resuelto el asunto bancario que lo había llevado a Chipre, Luc se tomó la mañana libre para visitar Yeronisos antes de volver a Francia. Siempre le había interesado la arqueología y se creía que el templo de Apolo estaba en esa diminuta isla. Habían encontrado cimientos, muros, monedas, ánforas y muchas cosas más. Se les había seguido el rastro hasta Alejandría, a casi quinientos kilómetros de distancia. Evidentemente, Cleopatra, reina de Egipto, había tenido medios para construir en lo más alto de esos acantilados de veinticinco metros de altura. Yeronisos era tan inaccesible que la llamaban una isla virgen porque se había mantenido casi como estaba cuando llegó el hombre, hacía diez mil años.

Había paseado más de una hora por las excavaciones y había disfrutado de su pasión, hasta que una embarcación llena de jóvenes había llegado para alterar la tranquilidad. No les interesaban las antigüedades, habían ido para lanzarse desde los acantilados, aunque las aguas se arremolinaban peligrosamente debajo y había una señal que lo prohibía. Decidió que había llegado el momento de marcharse y descendió por los inclinados escalones. Se puso las gafas del sol para protegerse del resplandor de mayo y vio que se acercaba otra embarcación. Fue hasta la lancha que había alquilado y empezó a desatar los cabos. La embarcación atracó detrás de él, los muchachos desembarcaron y empezaron a ascender con ansia de llegar a lo más alto. Se subió a su lancha y se fijó en el último chico que se bajaba de la embarcación, pero resultó ser una joven que llevaba una mochila. Tenía las piernas más increíbles que había visto en su vida. La camiseta que le cubría el biquini no podía disimular la voluptuosidad de su cuerpo. Se quedó mirándola fijamente. Tenía un rostro clásico, con pómulos prominentes, una boca provocativa y una trenza oscura le rodeaba la cabeza. Le recordó un poco a Sabine, la chica que amó y perdió hacía unos años en un accidente de aviación, pero esa joven llevaba gafas de sol y no podía ver el color de sus ojos. Ella miraba con atención el acantilado y, seguramente, no se habría fijado en él. ¿Había ido con todos esos majaderos rebosantes de hormonas?

Oyó a lo lejos los gritos emocionados de los saltadores que ya estaban lanzándose a las peligrosas aguas arremolinadas. Cuando también oyó algunos alaridos aterradores, sintió un dolor que le atenazó las entrañas y lo remontó a los últimos años del instituto. En aquellos años, sus amigos y él se habían sentido inmortales y, con una euforia disparatada, decidieron ir a saltar en paracaídas. Sin embargo, todo acabó en tragedia cuando el avión se estrelló contra la ladera de una montaña. Sobrevivieron cuatro de los seis, pero dos murieron y una era Sabine.

Sintió más miedo por los saltadores. Alguno podría matarse haciendo algo tan temerario. Él lo sabía muy bien. Sintió un sudor frío al ver a esa atractiva mujer que se dirigía hacia los escalones que la llevarían a lo más alto del acantilado. Pensó en Sabine y no pudo soportar la idea de que pudiera matarse haciendo algo tan imprudente. Era joven, como lo habían sido ellos, y buscaba la aventura sin importarle el peligro. ¿Acaso no sabía que el mar podía golpearla contra las rocas y dejarla inconsciente o algo peor? Volvió a bajar al embarcadero y la llamó. Ella se detuvo y se dio la vuelta.

–¿Sí? –preguntó ella en francés–. ¿Me habla a mí?

El corazón se le aceleró, una reacción que hacía años que no le provocaba una mujer.

–¿No ha leído la señal? ¡Está prohibido saltar desde el acantilado! ¿No se da cuenta de que lo que está haciendo su grupo podría acabar en una tragedia?

–Si su trabajo es hacer cumplir la ley –replicó ella con el ceño fruncido–, debería habérselo impedido al grupo de la primera embarcación.

–Cualquiera debería impedir que un grupo de jóvenes gamberros acabe mal –él se acercó y siguió sin pensar lo que iba a decir–. Me espantaría que una mujer tan hermosa como usted perdiera la vida por sentir un poco de emoción. ¿No le importan su familia o las personas que la quieren y que quedarían devastados si le pasara algo? –le preguntó Luc porque nunca podría olvidar el dolor.

Ella lo miró fijamente un buen rato, hasta que esbozó una sonrisa burlona.

–Félicitations, monsieur. Es la forma de ligar más original que ha intentado un francés conmigo, y le aseguro que las he oído muy buenas.

¿Francés? Era muy raro que ella dijese eso porque era francesa. Se quedó atónito por muchos motivos.

–¿Cree que eso es lo que estoy haciendo?

–Es lo que me parece. ¿Viene mucho por el embarcadero para esperar a que una mujer incauta caiga por aquí?

–¿Qué? –preguntó él entre dientes.

–Si me he equivocado… je regrette –ella se encogió de hombros–. ¿Es posible que usted no hiciera algo tan intrépido como saltar desde un acantilado cuando era joven? ¿Puedo decirle que también ha corrido sus riesgos al venir en una lancha alquilada?

–¿Cómo? –preguntó él conteniendo un arrebato de furia.

–Seguramente sabrá que en el Mediterráneo hay grandes tiburones blancos. ¿Cuántos años tiene? ¿Casi cuarenta? Espero que sea un buen nadador si tiene un accidente en el mar. Las lanchas de alquiler no siempre están en buen estado, pero intente disfrutar con su sedentario día en vez de intentar estropeárselo a los demás. Ciao.

Ella empezó a subir los escalones a una velocidad sorprendente. Él, entre los recuerdos y la conversación, se había quedado de un humor de perros. Se montó en la lancha, encendió el motor y se dirigió hacia la costa que veía enfrente. Si lo pensaba, podía imaginarse que muchos hombres la habrían acechado, aunque se habría defendido rápida y desagradablemente. Tendría veintiún años más o menos, pero había comprobado que sabía cuidar de sí misma. Antes del accidente de aviación, él quizá hubiese hecho lo que ella había creído que estaba haciendo.

Para su fastidio, la imagen de esa joven cautivadora lo acompañó hasta que, ya de vuelta, tomó el coche para ir a su villa en Cagnes-sur-Mer, a las afueras de Niza. En ese momento, cuando podía imaginarse que la excursión había acabado en tragedia, el recuerdo del accidente de aviación se adueñó de él. Había intentado evitar que se zambullera a una posible muerte, pero, en cambio, había conseguido que se obsesionara con ella. Si bien había nacido con un espíritu aventurero, ya no corría riesgos cuando la vida era tan valiosa. Durante los últimos quince años, se había vuelto especialmente cauto y no tomaba decisiones empresariales que pudieran afectar a su vida profesional o a la reputación y bienestar de su familia. El accidente de aviación lo había convertido en una persona distinta. Había aprendido el significado de la mortalidad. Esa cautela también había evitado que se metiera en relaciones personales que podrían dañarle los sentimientos. Por eso, no apagó el motor y tomó los prismáticos para verla desafiar al peligro porque creía que era inmortal. Tenía que olvidarse de ella y de ese incidente.

Jasmine llegó a lo alto de la isla con poco tiempo. Esos muchachos habían alquilado la embarcación durante dos horas. Como tenían sitio, había ido a la isla con ellos y se había alegrado de no tener que guiar ella una lancha. Esa sería la única ocasión que tendría de hacer fotos de la excavación antes de que le mandara los negativos a la editorial. Luego, el libro podría imprimirse a finales de mes. No era fotógrafa, pero eso daba igual siempre que las fotos salieran bien. Sin embargo, el encuentro con ese hombre en el embarcadero la había alterado. No se parecía nada a André, aquel francés que hablaba tan seductoramente. Había salido con él un tiempo cuando estaba en la universidad, hasta que se dio cuenta de que quería controlar su vida. Entonces, cuando ese desconocido con gafas de sol le advirtió sobre los peligros de saltar desde los acantilados, ella se acordó de André y la adrenalina se adueñó de ella para mal. A posteriori, se daba cuenta de que nunca había sido tan desagradable con un hombre. El problema fue que era impresionante con ese pelo moreno y despeinado, con esos rasgos fuertes y viriles y con esos pantalones cortos blancos que le colgaban de las caderas. La atracción que sintió fue una sorpresa tremenda. Por eso se indignó cuando él se equivocó sobre su motivo para estar allí. No era una jovencita absurda y él la había incluido en esa categoría. Él no sabía que a ella también le parecía que los saltadores estaban locos, pero tenía hermanos mayores y sabía que no había forma de pararlos si se encontraban con un desafío. Además, ese hombre no se había quedado en eso. Al mencionar a la familia, había tocado la fibra sensible de su remordimiento. ¿A santo de qué había insinuado que no le importaban? La intensidad de ese ataque había hecho que le lanzara pequeños insultos como dardos contra su ego, aunque no creía que los hubiese notado. Tenía treinta y pocos años, era delgado y fuerte y estaba casi segura de que nadaría más deprisa que un tiburón. También estaba casi segura de que podría conseguir a cualquier mujer que quisiera y de que no le hacía falta esperar una oportunidad en un punto remoto y solitario.

Durante la hora siguiente, se concentró en su tarea e intentó olvidarse de ese encuentro. Cuando terminó, bajó otra vez al embarcadero y almorzó mientras esperaba a los demás en la embarcación. La lancha se había marchado hacía mucho tiempo. Se preguntó qué habría ido a hacer ese hombre, pero eso era lo de menos cuando seguía alterada por el enfrentamiento.

La primera embarcación se llenó y se marchó. Los otros muchachos llegaron corriendo poco después. Uno se había hecho un corte en la pierna y se lo habían vendado con una toalla, pero necesitaba asistencia médica. Cuando llegaron al embarcadero, donde ella había dejado su coche de alquiler, miró alrededor, pero no vio al hombre con el que se había insultado y se alegró de que no estuviera allí para verlos llegar con el muchacho herido. Podía imaginarse su gesto mientras lo montaban en la ambulancia.

Sin embargo, le pasaba algo si seguía pensando en él. Se montó en el coche decidida a olvidarse y se dirigió hacia Nicosia. Esa tarde tomaría el vuelo que la devolvería a Francia.

Mucho más tarde, cuando el avión empezaba a descender hacia el aeropuerto de Niza, ella cayó en la cuenta de que ese desconocido había hablado con un inequívoco acento de Niza. Se estremeció un poco al pensar que pudiera vivir allí, pero la probabilidad de que se topara con él era ínfima. Por segunda vez en el día, tuvo que preguntarse por qué le importaba cuando tenía cosas mucho más importantes en la cabeza y poco tiempo para hacer todo lo que tenía que tener hecho a mediados de verano.

Julio

Cuando sonó el teléfono a las seis y media de la mañana de un viernes, Jasmine estaba despierta, pero no se había levantado todavía. Para su asombro, había estado soñando otra vez con el desconocido de Yeronisos. Llevaba dos meses viéndolo de vez en cuando en la cabeza y estaba harta. La fantasía de volver a verlo era un disparate.

Afortunadamente, ese día cumplía veintiséis años, era el día que su abuelo y ella habían planeado minuciosamente antes de que él muriera. Podía dejar a un lado el recuerdo de ese hombre que la había perseguido en sueños y centrarse en problemas reales. Miró la pantalla del móvil. Como era de esperar, era Robert Lambert, el abogado de su abuelo.

–Bonjour, Robert.

–Feliz cumpleaños, Jasmine. Ya sé que es temprano, pero la reunión es a las diez y no tenemos mucho tiempo.

–Estaré preparada.

Llevaba muchísimo tiempo preparándose para ese día.

–Perfecto. Según el deseo de tu abuelo, te entrevistarán en el laboratorio para las noticias de las seis de la tarde. Quería que se comunicara antes de que expirara el día.

–Estoy preparada.

Su abuelo no solo había detestado la publicidad, sino que nunca había permitido que un extraño pusiera un pie en su laboratorio. Que hubiese decidido que una televisión la entrevistara donde había trabajado toda su vida indicaba una intimidad entre él y su nieta que nadie podría pasar por alto.

–Reúnete conmigo a las nueve y media para que te comente una cosa más antes de que todos lleguen a las diez. ¿Tienes alguna pregunta más?

–No. Solo quiero darte las gracias por todo lo que has hecho y estás haciendo para ayudarme. No podría haberlo hecho sin ti, y mi abuelo lo sabía.

–Los dos echamos de menos a tu abuelo. Estoy seguro que estará feliz de que haya llegado este día, y por muchos motivos.

–Estoy de acuerdo. Hasta ahora.

Nada más colgar, el teléfono sonó otra vez. Miró la pantalla. Esa vez, eran sus padres. Sintió una punzada de remordimiento porque iba a pasar otro cumpleaños lejos de casa. Afortunadamente, sería la última vez.

–¿Mamá? ¿Papá?

–Soy tu padre, mi querida niña que cumple años. Te echamos tanto de menos que hemos reunido a toda la familia y hemos decidido ir a pasar el fin de semana contigo.

–¿Quieres decir que estáis aquí? –preguntó ella sin disimular el asombro.

–Sí. Los doce. Acabamos de aterrizar. Tu madre está ayudando a Melissa con Cory, si no, ya se habría puesto al teléfono. Tu sobrina de tres años no para quieta. Llegaremos a casa dentro de una hora.

Ella no podía asimilarlo. No sabían los planes tan minuciosos que habían hecho su abuelo y ella. No sabían que iba a asistir a una reunión del Consejo de Administración que iba a cambiar la historia. En vez de llamarlos cuando hubiese terminado, como tenía previsto, tendría que contarles, en cuanto llegaran a casa, el secreto que su abuelo y ella habían urdido.

–Estoy… Estoy deseando veros –replicó ella con la voz temblorosa.

–No sabes ni la mitad, alhaja. Hasta dentro de un rato.

–Papá…

El amor y el remordimiento le atenazaron la garganta antes de que la llamada se cortara. La había llamado así desde que era muy pequeña. Lo que hacía que todo fuese tan complicado era que no siempre había estado en casa durante los acontecimientos importantes. Desde que sus abuelos murieron, ella había estado trabajando en secreto y en segundo plano para elaborar un perfume que salvara la empresa. Su abuelo le había hecho jurar que mantendría el secreto incluso a sus padres. Durante los últimos meses, se había sentido alejada de ellos, algo que no había pasado nunca. Su padre estaba especialmente molesto por su madre, quien la añoraba mucho y no entendía por qué había estado tanto tiempo sin ir por casa. Cuando colgaban, ella notaba la desgarradora decepción de su padre y eso la destrozaba.

Sin embargo, ya era su cumpleaños y todo iba a cambiar. Encauzaría ciertas cosas durante un mes y luego iría a casa con su familia y pasaría el resto de su vida demostrándoles cuánto les quería. Naturalmente, la idea de casarse con un cowboy era una fantasía, pero sí iba a volver a casa para siempre. Avisó al ama de llaves de que su familia se presentaría dentro de una hora y fue a ducharse. Ante su asombro, se acordó inesperadamente del comentario del desconocido sobre su falta de preocupación por su familia y el remordimiento la corroyó otra vez. Le sacaba de quicio que esos comentarios erróneos e injustificados siguieran atormentándola. No podía creerse que, después de dos meses, siguiera pensando en él cuando tenía que vestirse para ir a un Consejo de Administración. Nunca había asistido a uno, pero sabía que tenía que ponerse algo… conservador. El traje de chaqueta nuevo daría la imagen adecuada. No era informal ni excesivamente serio. Se recogería el pelo en un moño y se pondría los pendientes de perlas. Su abuela se habría vestido así para asistir a una reunión con su abuelo.

Luc se dio cuenta de que necesitaba olvidarse un poco de los asuntos bancarios y de que le apetecía relajarse el fin de semana. Sin embargo, cuando llamó a su amigo Nic Valfort para que salieran de pesca, se enteró de que estaba en Estados Unidos con su esposa y de que no volvería hasta pasados tres días.

Aun así, tenía que hacer algo para acabar con la obsesión que sentía por la mujer de Yeronisos. ¿Por qué no podía quitársela de la cabeza? Había llegado a fantasear con ella, algo absurdo cuando sabía que no volvería a verla. Tenía que pensar en otra cosa y estar con Nic le habría ayudado. Se habían conocido en la universidad y habían sido amigos desde entonces, como sus abuelos, quienes habían tenido negocios en común. Entre el accidente de aviación que había marcado su vida y la tragedia que le había sucedido a la primera esposa de Nic, los dos habían conocido el dolor en distintos períodos de sus vidas. Le gustaba estar con Nic siempre que podían. Sin embargo, no se habían visto mucho desde que Nic se había casado otra vez. Su amigo estaba feliz con su nueva esposa estadounidense. Lo llamaría cuando volviera.

En cuanto a esa noche, había una fiesta con su familia para celebrar el cumpleaños de un primo. Iba a salir cuando lo llamó Thomas, su ayudante. Esperaba que fuese algo importante porque ya llegaba tarde.

–Oui…

–Acabo de recibir un aviso de nuestra sede en París. Enciende la televisión. ¡Deprisa!

–¿Más terrorismo?

–Esta noticia podría ser peor para nosotros dependiendo de las consecuencias.

Luc frunció el ceño, tomó el mando a distancia y puso el noticiario de las seis. Pagaba bien a Thomas para que se enterara de todo.

–Buenas tardes. Este viernes, el Chaine Huit de París nos ofrece una noticia que ya está haciendo que se tambalee el sector internacional de la perfumería. Hoy ha llegado un comunicado asombroso desde Grasse, la capital mundial del perfume, y la Bolsa está fluctuando a la baja.

La tensión hizo que unas arrugas se marcaran alrededor de la boca de Luc.

–La emblemática casa Ferriers ha dado un giro radical en la gestión durante las últimas veinticuatro horas.

¿Qué giro? Sintió un sudor frío. Nadie le había informado. La que había sido la empresa más rentable del sector de la perfumería también había sido uno de los clientes más importantes del banco desde hacía noventa años. Sin embargo, el líder de los Ferrier falleció hacía dos años y la empresa había empezado a tener menos beneficios. Unos meses después, su propio abuelo también falleció y él se convirtió en el consejero delegado del banco. Aunque nadie lo sabía todavía, los informes trimestrales de ventas indicaban que los beneficios de Ferriers disminuían. No era algo totalmente alarmante todavía, pero él estaba preocupado. Su abuelo había sido el banquero de Maxim Ferrier y él se había hecho cargo de sus cuentas para maximizar los activos en una economía inestable. Ese había sido uno de los motivos para que viajara a Nicosia en mayo y volviera en junio.

Sin embargo, sin el liderazgo adecuado, le preocupaba el porvenir de una empresa que había sido parte esencial de la economía francesa durante casi un siglo. Si se hundía, la estructura económica del sur de Francia correría peligro y el banco sufriría las consecuencias.

–Hace dos años, cuando él tenía sesenta y ocho años de edad, el mundo perdió al perfumista más grande de nuestro tiempo, a Maxim Ferrier. Balmain, Dior, Givenchy, Guerlain, Estee Lauder, Rochas… Todas las grandes casas de perfumes lo consideraban un símbolo irrepetible. Desde su muerte, la empresa estaba dirigida por su familia y otros directivos que formaron el Consejo mientras él estaba vivo. Sin embargo, hoy se ha nombrado por fin a una nueva cabeza visible.

Él apretó los dientes. Como ya había comprobado, ninguno de ellos tenía el don del legendario perfumista. ¿A quién habrían encontrado para que diera un giro a las cosas? Nadie de ninguna casa de perfumes del mundo tenía el genio de Maxim Ferrier.

–¡Suéltalo! –le espetó Luc con furia e impaciencia al presentador del noticiario.

–Nuestra cadena es la primera en anunciar que Jasmine Martin, una completa desconocida, ha sido la elegida para llevar el timón. Es una soltera de veintiséis años sin currículum ni experiencia contrastada para ocupar ese puesto en la empresa valorada en miles de millones de dólares.

–¿Qué? –Luc se levantó de un salto sin poder creérselo.

–Es un acto sin precedentes porque solo dos hombres habían ocupado ese ansiado puesto en el imperio Ferriers; Maxim Ferrier y, antes que él, su tío Paul Ferrier, cuyo padre había tenido una plantación de flores al principio. En este momento, vamos a llevarlos al sanctasanctórum de la empresa en Grasse, a su laboratorio. Michael Didier, nuestro enviado, está allí para entrevistarla.

–Buenas tardes desde Grasse. Me han invitado a la habitación donde Maxim Ferrier en persona elaboró la famosa fórmula de Night Scent, un perfume que ganó todos los premios y sigue siendo el más vendido en todo el mundo. Es un privilegio para mí y para todos los que están viéndonos. Todo el mundo está esperando a conocerla, Jasmine. ¿Puedo llamarla así?

–Naturalmente.

La cámara enfocó su rostro y Luc dejó escapar un grito

–¡No puede ser!

¡Era el precioso rostro que había visto en el embarcadero de Yeronisos! Tomó aliento para intentar asimilarlo. ¿La mujer que se había enfrentado a él antes de subir aquellos escalones para, seguramente, matarse era Jasmine Martin, la nueva consejera delegada de Ferriers? Se había imaginado que no volvería a verla, pero allí estaba, con esa belleza indómita con la que había fantaseado todas las noches. ¿Cómo era posible que la hubiesen nombrado precisamente a ella para ponerse al frente de una de las empresas más emblemáticas de Francia? Era una temeraria que había insinuado que él estaba envejeciendo antes de subir a un acantilado para saltar al mar. Se frotó la nuca con perplejidad. Era ilógico que una mujer a la que le importaba tan poco su vida dirigiera una empresa multimillonaria. Le parecía tan increíble que todo dejó de tener sentido. Esa tarde llevaba el pelo recogido detrás de la cabeza. En vez de llevar una camiseta y biquini, se había puesto un traje color melocotón que resaltaba su fantástica figura. Detrás de ella había cientos de frascos en filas que le recordaron a la tienda del mago de la película de Harry Potter, que había visto con dos de sus sobrinos. Sin embargo, las pociones que esa mujer tenía detrás habían obrado su magia en el mundo de la cosmética y habían dado beneficios valorados en miles de millones de dólares.

–Tengo muchas preguntas, pero hay una que todo el mundo se hace por encima de las demás. ¿Cómo te han elegido de entre todas las personas y siendo tan joven?

Ella esbozó una sonrisa traviesa y él se quedó sin respiración. El recuerdo de su acalorada discusión lo había dejado en vela desde que volvió. Tenía veintiséis años, más de lo que él se había imaginado, pero, aun así, le indignaba que lo hubiese acusado de querer ligar con ella.

–Vas a conseguir tu primicia, Michael.

Ella bromeó con esa madurez atrevida que contrastaba con su falta de juicio en lo que se refería a su seguridad. Tenía un brillo en los ojos azul oscuro. Cuando se conocieron, ella llevaba gafas de sol. Tuvo que reconocerse que nunca había visto tanta naturalidad ante una cámara.

–Soy la nieta menor de Maxim Ferrier.

¿Su nieta? El famoso entrevistador se quedó tan atónito como él.

–Como fui la última de sus veintiún nietos, me puso el apodo de Jasmine, o sea, «jazmín». Es la última flor que se recoge en octubre. Decía que era su flor favorita porque tiene un olor cautivador. Aunque mis padres me llamaron Blanchette, como mi madre, me quedé con su nombre.

–Sigue hablando –Michael sacudió la cabeza–. No voy a interrumpirte porque estoy mudo y fascinado, y sé que todo el mundo también lo está.

Ella se rio con delicadeza y le llegó muy dentro a él, que no podía creerse ni entender nada.

–Yo estaba siempre cerca de mi abuelo. Me parecía un mago y yo fingía ser su aprendiz. A él no parecía importarle.