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Un matrimonio prohibido ¿Podría arriesgarlo todo para casarse con él? Cuando Michelle Howard aceptó el trabajo de enfermera de Zack Sadler, no estaba segura de qué la esperaba durante el siguiente mes. Michelle se resistía a acercarse demasiado al sexy Zack, a quien no había visto desde hacía dos años. Y sabía que cualquier relación con Zack sería demasiado peligrosa para ella. Robar un corazón Su deber era protegerla… y amarla Con un negocio que dirigir, a Kat Bennet no le quedaba tiempo para el amor… hasta que un sexy desconocido irrumpió en su vida. Kat no tardó en descubrir que Daniel West tenía un motivo oculto para estar en la ciudad, y se dispuso a ayudarlo en su tarea. Al trabajar juntos, Daniel se dio cuenta de que la quería como esposa pero, ¿aceptaría ella serlo cuando él le revelara sus secretos? Un hombre nuevo ¿Habría encontrado por fin un lugar al que llamar hogar? Hank Davis se había pasado la vida yendo de un sitio a otro, jamás se había planteado echar raíces. Por eso sabía que su estancia en Kansas sería temporal. Pero entonces conoció a la asesora de imagen Lizzie Edwards, que en dos semanas consiguió convertir a aquel duro obrero en un verdadero director de empresa. Pero fue su encantadora personalidad, y la de su preciosa hija de cuatro años, lo que cautivó el corazón de Hank. El problema era que no sabía cómo prometerle algo a Lizzie porque jamás había hecho nada parecido. Cuando de pronto recibió un inesperado legado, se planteó si podría dejar que esas dos damas entraran en sus vidas...
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Editado por Harlequin Ibérica.
Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Avenida de Burgos, 8B - Planta 18
28036 Madrid
© 2024 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
N.º 580 - diciembre 2024
© 2003 Rebecca Winters
Un matrimonio prohibido
Título original: The Forbidden Marriage
© 2003 Jodi Dawson
Robar un corazón
Título original: Assignment: Marriage
© 2003 Roxann Farmer
Un hombre nuevo
Título original: A Whole New Man
Publicadas originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.
Estos títulos fueron publicados originalmente en español en 2004
Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.
Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.
® Harlequin, Jazmín y logotipo Harlequin son marcas registradas propiedad de Harlequin Enterprises Limited.
® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.
Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.
I.S.B.N.: 978-84-1062-963-9
Créditos
Un matrimonio prohibido
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Epílogo
Robar un corazón
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Un hombre nuevo
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Epílogo
Si te ha gustado este libro…
Michelle Howard acababa de subir al segundo piso de la casa de su hermano en Riverside, California, cuando vio salir a su sobrina Lynette de la habitación de invitados.
Al verla, la morena de dieciocho años se sobresaltó.
–Tía Michelle… ¿qué estás haciendo aquí?
Michelle pensó que había asustado a su sobrina. Lynette debía de haber creído que no había nadie más en la casa que ella y Zak, y por eso su tono de voz había sonado ligeramente acusatorio.
–Estaba a punto de hacerte la misma pregunta. Tu madre me dijo que tenías clase en la universidad esta mañana.
–Los jueves sólo tengo una y empieza a las once.
Michelle miró su reloj.
–Pues teniendo en cuenta que a esta hora hay mucho tráfico, mejor será que te des prisa en marcharte, si quieres llegar a tiempo.
Las hermosas facciones de Lynette se endurecieron.
–Sé muy bien lo que tengo que hacer, gracias.
Tanto Graham como Sherilyn habían estado quejándose de cómo había cambiado su hija desde el verano. Según ellos su carácter se había hecho más difícil, y siempre estaba a la defensiva.
Después de cómo le acababa de contestar, Michelle empezaba a entenderlos. Lynette estaba comportándose como una chica diferente. Michelle nunca la había visto tan maleducada.
–Por supuesto que sí, cariño. Lo siento, no he querido ofenderte.
Michelle, que llevaba dos bolsas de hielo y el aparato para medir la presión arterial en una mano, abrazó a su sobrina con la otra, pero Lynette apenas si correspondió.
Confundida, Michelle retrocedió. Se colocó uno de sus mechones rubios detrás de la oreja y le dijo:
–Tu madre me pidió que viniera a ver a tu tío Zak mientras ella iba al supermercado.
–Yo soy muy capaz de cuidar de él –le respondió Lynette con rebeldía.
–Ya lo sé, pero comprende que tu madre esté preocupada por su hermano y quiera mi opinión médica sobre su estado de salud esta mañana.
–No habría salido del hospital si no estuviera mejor –dijo Lynette con cierto sarcasmo–. Tengo casi diecinueve años, pero aquí todo el mundo parece pensar que soy todavía una adolescente. ¡Puedes estar segura de que mis padres nunca trataron a Zak de esta manera! –dijo con rabia.
Michelle nunca había visto a Lynette tan disgustada.
–Creo que se debe al hecho de que tu tío Zak ya tenía nueve años cuando mi hermano se casó con tu madre.
Michelle recordó aquellos años. Incluso con sólo nueve años era un niño con mucha personalidad. A su hermano Graham le había costado mucho ganarse al reservado hermano de Sherilyn sin parecer el típico padrastro, pero lo había conseguido, y ahora tenían una relación estupenda de cuñados.
–¿Por qué insistes en llamarlo mi tío? No existe ningún vínculo de sangre entre nosotros.
De repente, Michelle empezó a entender el extraño comportamiento de su sobrina. La transición de la adolescencia a la madurez podía ser muy un periodo de tiempo muy confuso y doloroso.
–Tú sabes muy bien que es verdad, tía Michelle. Primero sus padres biológicos lo abandonaron y estuvo viviendo en hogares de acogida. Los padres de mamá lo adoptaron, y después murieron en un accidente de tráfico. Cuando yo entré en la guardería, Zak ya estaba el instituto. Apenas si lo veía.
–De todos modos, es tu tío y eso lo convierte en miembro de tu familia –le recordó Michelle–. Cuando Graham se casó con tu madre, nos criaron a él y a mí con todo su cariño. Zak y yo tuvimos mucha suerte de contar con un hermano y una hermana que nos proporcionaran un hogar estable tras la muerte de nuestros respectivos padres.
Naturalmente, Sherilyn había querido que su hermano pasara la convalecencia en su casa, después del accidente que había sufrido en la obra de construcción en que se encontraba trabajando.
De aquella manera evitaba que las numerosas mujeres que lo codiciaban se pelearan por ser la que lo cuidara. Además, Michelle estaba segura de que Zak no habría querido que lo vieran en aquellas condiciones. Había cuidado de muchos hombres jóvenes durante sus años como enfermera, y sabía cómo pensaban. No les gustaba mostrarse vulnerables.
Cuando Rob, el marido de Michelle, había enfermado gravemente, se había acostumbrado tanto a ocultar sus miedos y emociones, que había creado un muro entre ellos que Michelle no había podido derribar.
–¿Por qué no estás trabajando?
El tono agresivo que su sobrina empleó con ella hizo que Michelle viera las cosas con claridad. Ahora que Zak iba a permanecer una temporada en su casa, su sobrina quería pasar en su compañía el mayor tiempo posible.
Desde que se fuera a la universidad, Zak había viajado varias veces al mes desde Carlsbad a Riverside para visitar a su familia, pero no tan a menudo como a Graham y a Sherilyn les hubiera gustado.
Michelle hacía dos años que no lo veía, porque su trabajo como enfermera la había tenido apartada de la ciudad donde vivía su familia durante todo ese tiempo.
Trabajar en el hogar de sus pacientes había sido para ella la panacea para seguir adelante con su vida tras la muerte de su esposo, que había padecido la enfermedad de Lou Gehrig. La última vez que había visto a Zak había sido en el funeral de Rob.
–Acabo de terminar un trabajo en Murrieta.
No añadió que su paciente había sido Mike Francis, un importante golfista californiano, que estaba todavía recuperándose de la fractura de una pierna sufrida en un accidente de tráfico, ni que le había propuesto ir a Australia con él para presenciar un importante torneo que se celebraba allí.
Bajo la aparente arrogancia del atractivo golfista se ocultaba un hombre que poseía un gran encanto y la hacía reír. Además, nunca había estado en Australia.
Aunque ya había solicitado el pasaporte, Michelle no estaba todavía convencida de si debía ir o no. Sospechaba que Mike siempre amaría a su ex esposa, aunque estaba intentando empezar una nueva vida con Michelle.
Mientras había sido paciente suyo, le había conocido lo suficiente como para saber que no se comprometía a la ligera, así que si ella no estaba tan interesada en empezar una nueva vida con él, sería mejor que cada uno siguiera su camino. Ya habían sufrido bastante los dos.
–Ya que estamos hablando del tema, ¿qué tal humor tiene nuestro paciente esta mañana? –bromeó Michelle, tratando de poner a Lynette de mejor talante.
–Está dormido todavía, y no quiere que lo moleste nadie.
–Ya estoy levantado –oyó decir a una profunda voz masculina, que sonaba una octava más baja de lo que recordaba. Sorprendida, Michelle se dio la vuelta y por un momento contuvo la respiración.
–Zak…
Al verlo agarrado al marco de la puerta, Michelle se dio cuenta, asustada, del tremendo esfuerzo que estaba haciendo para mantenerse de pie, y se dirigió hacia él.
–Me pareció oírte hablar con Lynette –le dijo él cuando estuvo a su lado–. Hacía mucho tiempo que no nos veíamos, Michelle.
La joven tragó saliva.
De repente, había comprendido por qué su sobrina se había comportado de aquella manera tan extraña.
Zak había cambiado mucho en los últimos años. Aunque tuviera siete menos que Michelle, se había convertido en un hombre en el pleno sentido de la palabra. Su pelo negro y sus rasgos tremendamente varoniles lo convertían en un ser fascinante.
La altivez que lo había caracterizado años atrás se había convertido en una sensualidad irresistible, que no podía pasársele desapercibida a Michelle.
Llevaba puestos unos pantalones cortos de deporte y nada más, aparte de los vendajes del pecho.
Zak era un hombre alto y musculoso, bronceado permanentemente gracias a que trabajaba bajo el sol de California.
A los veintiocho años, estaba en la flor de la vida, y poseía su propia empresa de construcción en Carlsbad, una ciudad costera a unas dos horas de Riverside, dependiendo del tráfico.
Siempre había trabajado en la construcción y sabía ahorrar, así que había ido a la universidad y se había convertido en ingeniero sin aceptar la ayuda económica, que desde el principio, le había ofrecido Graham. Según Sherilyn, había conseguido hacer prosperar su negocio con la ayuda de varios de los hombres que habían trabajado con él en la construcción cuando aún era un estudiante.
Michelle lo admiraba porque había sabido siempre lo que quería y había ido a por ello con determinación.
Pero, en aquel momento, sólo podía pensar en lo impresionada que la había dejado Zak. Siempre lo había visto como al hermano adoptivo de Sherilyn, y no se había fijado en él como hombre hasta entonces.
–Me alegro de volver a verte, Zak –le dijo, haciendo todo lo posible para que no le temblara la voz–, pero no deberías levantarte de la cama todavía. Iba a llevarte unas bolsas de hielo.
–Justo lo que el médico me ha dicho.
Algo en su tono de voz produjo una sensación extraña en el estómago de Michelle que no tenía ningún sentido.
–¿Por qué no me lo habías dicho a mí? –le preguntó Lynette, que se había apresurado a llegar hasta donde estaban Zak y Michelle.
–Sigues teniendo los mismos hermosos ojos azules de siempre, aunque ya no los inunda la tristeza. Me alegro de ver que lo peor de tu dolor ya ha pasado.
Estremecida por sus palabras y su manera de mirarla, Michelle trató de dirigirle su mirada más profesional para tratar de ocultar así lo atraída que se sentía por él.
–Ya me encuentro mucho mejor, gracias.
Tras tomarle la tensión, Michelle se puso de pie, y guardó todo su instrumental médico.
–Eres tú el que preocupa a tu hermana. Haber sufrido un colapso de pulmón no es ninguna tontería. No deberías haberte levantado sin ayuda.
–Tenía mis razones.
Michelle le tomó el pulso.
–Y yo tengo las mías.
–Lo que usted diga, enfermera –bromeó él.
Michelle pensó que cuando estaba de tan buen humor, Zak resultaba… irresistible. Preocupada, se dio cuenta de que estaba perdiendo la objetividad con mucha rapidez.
–Hace un momento, en la puerta, estabas haciendo un esfuerzo excesivo. Tu pulso no miente.
Zak suspiró con frustración.
–Tienes razón. Me encuentro fatal. ¿Cuándo crees que estaré lo bastante bien como para regresar al trabajo?
Al oírlo, Michelle pensó que le hubiera gustado que Rob se hubiera sincerado de aquella manera en alguna ocasión. Así habrían podido compartir muchas cosas. Sin embargo, su determinación de sufrir en silencio los había distanciado y a ella le había hecho mucho daño.
Michelle dejó el musculoso y bronceado brazo de Zak sobre la cama. No le pasó desapercibido lo limpias que tenía las manos y las uñas. A pesar de trabajar en la construcción, siempre se había cuidado mucho y había olido muy bien.
–No soy tu médico, pero si no hay complicaciones, estarás bien dentro de tres o cuatro semanas.
–No puedo estar tanto tiempo fuera de casa.
Michelle se apoyó contra la cómoda con los brazos cruzados.
–No tienes mucha elección. Necesitas ayuda.
–Ya lo sé –respondió Zak.
Su mirada penetrante recorrió el esbelto cuerpo de Michelle, vestida con unos pantalones crema de lino y una blusa de manga corta verde.
Al darse cuenta, Michelle sintió que se le aceleraba el pulso, y al no ser capaz de controlar la reacción de su cuerpo se puso todavía más nerviosa.
–Has engordado un poco desde la última vez que te vi, y te sienta bien. ¿Por qué no te sientas un poco? Tengo que hablar contigo.
Zak no había dicho ni hecho nada malo, y sin embargo Michelle se sentía ahogar en la impuesta intimidad del dormitorio con él tumbado en la cama, tan cerca y tan…
–Antes, ¿quieres que te traiga algo? ¿Unas fresas? Veo que casi no has desayunado –dijo Michelle, refiriéndose a la bandeja del desayuno casi intacto que había apoyada en un lado de la cama.
–Las pastillas que estoy tomando me han dejado sin apetito.
–Entonces necesitas algún medicamento que te quite las náuseas.
–Ése es el menor de mis problemas –se lamentó–. Me gustaría contarte algo antes de que regrese Sherilyn.
De repente, Michelle se sintió transportada hasta el pasado. Era como cuando, de adolescente, Zak la buscaba para hacerle una confidencia.
Deseosa de mostrarse relajada con él, como en el pasado, accedió a sus deseos y se sentó a su lado en una silla.
–¿Qué es lo que pasa? –le preguntó.
Zak había cerrado los ojos. Parecía como si el mero hecho de pensar le supusiera un gran esfuerzo. Tal vez así fuera, si tenía tantas náuseas que no podía comer.
–Se trata de Lynette.
Al oír el nombre de su sobrina, Michelle recordó el encuentro tan desagradable que había tenido con ella en el pasillo.
–Quería quedarse en casa y ayudarte.
–Hace tres semanas dijo a sus padres que iba a dormir en casa de su amiga Jennifer y se fue en coche hasta Carlsbad para verme a mí –dijo, sin hacer caso del comentario de Michelle–. Cuando llegué a casa a la hora de la comida, la encontré vestida, o más bien debería decir desvestida con un biquini minúsculo que no creo que a su madre le gustara en absoluto. Había entrado con la llave que había dejado aquí para alguna emergencia. Como te puedes suponer, me quedé atónito.
–Ya me imagino –susurró Michelle–. Me temo que para ella hace tiempo que eres una especie de héroe.
Zak hizo una mueca.
–Se había pasado el verano intentando coquetear conmigo, pero nunca creí que llegara tan lejos como para venir a mi casa.
Michelle contuvo la respiración.
–Cuando le dije que se vistiera y regresara a casa antes de que la echaran de menos, me dijo que Jennifer le proporcionaría una coartada. Después se acercó a mí y me abrazó. Tras recordarme que en realidad no estábamos emparentados me preguntó si me alegraba de verla.
Michelle se sobresaltó al oírlo decir aquello.
–La aparté de mí con rapidez, y le dije que tenía que marcharme a trabajar. Después de guardar en su bolsa de viaje las cosas que había dejado diseminadas por el cuarto de baño y el salón, la obligué a devolverme la llave.
Después la acompañé al coche y le dije que se marchara a casa. Le advertí que si me enteraba de que no lo había hecho, se lo contaría todo a sus padres.
–¿Hizo lo que le dijiste? –preguntó Michelle.
–Sí.
–Dadas las circunstancias, ¿por qué les permitiste a Graham y Sherilyn que te trajeran aquí cuando te dieron el alta en el hospital de Carlsbad? Me imagino que habrá varias mujeres que…
–Necesito una enfermera titulada como tú –la cortó malhumorado, sin querer dar ninguna explicación sobre su vida privada–. Estaba seguro de que sabrías darme el tipo de cuidados que necesito.
Michelle pensó que tenía razón. Necesitaba hacer con regularidad una serie de ejercicios en los que debía toser y respirar profundamente.
–Sherilyn me dijo que acababas de terminar un trabajo, y decidí venir a casa con ellos para poder pedirte en persona que te ocuparas de mí. Me gustaría contratarte para cuidarme en mi casa hasta que pueda volver a trabajar. Pagaré por todo lo que no cubra el seguro. Piensa que cuando no estés ocupada podrás disfrutar del mar.
Michelle sintió que le daba un vuelco el corazón.
–Nunca has estado en mi nueva casa, pero sólo tienes que salir de tu habitación para encontrarte en la playa. ¿Cuánto tiempo hace que no nadas o te bronceas?
Michelle se quedó tan atónita al oírlo que estuvo a punto de caerse de la silla. Tuvo que hacer un gran esfuerzo para que no se le notara el torbellino de emociones que se debatía en su interior.
–La estancia en el hospital me ha mantenido apartado demasiado tiempo de mis obligaciones laborales –continuó–. Es muy importante que regrese a casa para que mi ayudante venga con regularidad a ponerme al día de lo que ocurre en el trabajo, aunque sea en mi habitación.
»Contigo en casa, Lynette no volverá a intentar nada parecido a lo de la última vez. Si mi enfermera fuera otra persona, estoy seguro de que sí lo haría, y no puedo permitir que suceda otra vez. Esperemos que se fije en algún chico del campus. No me gustaría tener que contárselo a sus padres pero, si me obliga, lo haré.
Michelle se estremeció. Sabía que Zak siempre cumplía sus amenazas. Más le valía a Lynette haber entendido bien su mensaje de hacía tres semanas. El hecho de no haber ido a clase aquella mañana con la esperanza de continuar donde lo había dejado con él, mostraba a las claras lo desesperada que estaba por que Zak le prestara atención.
–Nunca ha habido ningún tipo de enfrentamiento en nuestra familia. Quiero que las cosas sigan igual –dijo Zak.
–Por supuesto –respondió Michelle, que se frotó las manos nerviosa.
–Les dije en el coche que iba a pedirte que te ocuparas de mí en casa. Pareció encantarles la idea, y me apremiaron a que hablara contigo cuanto antes.
–Estamos encantados –dijo Sherilyn mientras entraba en la habitación–. Nadie va a cuidar mejor de ti que Michelle. Está muy familiarizada con lesiones como la tuya.
Michelle se sobresaltó al oír a su cuñada. No la había sentido llegar. Pensó que si hubiera venido un poco antes…
Sherilyn, morena como su hija, se acercó a la cama, y puso la mano en la frente de Zak. Al ver que casi no había tocado el desayuno, lo miró preocupada.
–¿Todavía sigues sin apetito?
–Lo recuperará en cuanto le pida al médico que le recete algún medicamento para que le remitan las náuseas –dijo Michelle.
Nada más hablar, se dio cuenta de que acababa de comprometerse a cuidar de Zak. A los ojos de la familia no había razón alguna para que se negase a hacerlo.
Además, Zak necesitaba que lo ayudara a mantener apartada a Lynette de su lado, entre otras cosas.
–Me sorprende que el médico no le haya recetado nada todavía –murmuró Michelle.
–Por favor, decidme que no os vais a marchar hasta mañana –suplicó Sherilyn–. A Graham y a mí nos gustaría tener un día más para mimar al hermano que no vemos casi nunca.
–No te preocupes –dijo Michelle–. Está demasiado débil como para viajar hoy. Además, Mike va a llevarme a cenar esta noche.
Michelle deseó que el hecho de haber pronunciado el nombre del otro hombre en voz alta neutralizara la atracción que Zak ejercía sobre ella.
–Voy a traerte un refresco –le dijo, levantándose de la silla–. Llamaré también al médico que te atendió en el hospital de Carlsbad para ver si puede hacer algo respecto a tus náuseas hoy mismo. Sherilyn, pásame la bandeja, por favor.
Su cuñada hizo lo que le pedía.
–Dile a Graham que se pase por la farmacia de camino a casa. Hoy regresará pronto.
Michelle se alegró de que su hermano, un abogado de éxito, fuera a volver temprano a casa. Necesitaba espacio para tratar de asimilar las emociones que se debatían en su interior, y hacerse con las riendas de la situación.
Todavía se encontraba conmocionada por lo que le había contado Zak acerca de Lynette. Estaba de acuerdo con él en que, por el momento, era mejor que Graham y Sherilyn no supieran nada al respecto. El problema era que no creía que a Lynette se le pasara la atracción que sentía por su tío de la noche a la mañana. En cuanto a ella, estaba claro que debía dejar de sentir aquel torbellino de emociones de inmediato.
–Lo del refresco suena genial –lo oyó decir mientras salía.
Bajó a la cocina, y llamó a información, donde le proporcionaron el teléfono del hospital. Llamó y, después de hacerle esperar varias veces, por fin lo pusieron con el médico que había tratado a Zak. Le contó que era la enfermera que iba a ocuparse de él, y hablaron de su tratamiento y de las náuseas que sentía. El doctor le dijo que pidiera al farmacéutico de Riverside que lo llamara a su teléfono móvil, y así recetaría algo a Zak.
Aliviada por haber solucionado el problema de su paciente, llamó a su hermano y le pidió que se pusiera en contacto con el farmacéutico y comprara el medicamento. Tras darle el teléfono móvil del médico, se despidió de él.
Cuando volvió a subir a la habitación, se encontró a Sherilyn sentada en un lado de la cama charlando con Zak sobre sus últimos proyectos en el campo de la construcción. Al verla entrar, la mirada masculina se fijó en Michelle y dejó de hablar.
–Graham está de camino a la farmacia para comprarte el medicamento –le dijo al acercarse a la cama.
–Gracias a Dios –exclamó Sherilyn.
–Hasta que llegue, tómate el refresco. Déjame ayudarte a incorporarte primero.
–Siempre has sabido darme lo que necesito –le dijo Zak agradecido mientras se tomaba el refresco.
Michelle sintió que le costaba respirar. Lo único que podía hacer era poner distancia entre ellos.
–Como Graham está de camino y tienes a tu hermana para ayudarte, voy a marcharme a casa, y regresaré por la mañana. Tengo que hacer muchas cosas.
Michelle sintió la mirada penetrante de Zak posada sobre ella.
–No te olvides del bañador.
Turbada, se disponía a abandonar el dormitorio, cuando oyó una voz que preguntaba:
–¿Adónde vas?
Atónita, se dio cuenta de que su sobrina había entrado en la habitación, y ni siquiera se había enterado.
–¿No se saluda primero? –preguntó Sherilyn a su hija con consternación.
Zak apoyó la lata del refresco contra su musculoso muslo.
–Mañana me llevo a Florence Nightingale conmigo a casa. Bueno, la verdad es que será ella la que me lleve en coche.
Michelle fue consciente de que si Lynette hubiera podido mandarla al otro lado del océano en aquel momento, lo habría hecho.
Pobre Lynette, ningún muchacho de su edad podía competir en atractivo con su tío Zak.
–Michelle, ¿cuándo vuelvo a ponerle el termómetro?
Michelle enrojeció al darse cuenta de que Sherilyn hacía rato que le había hecho una pregunta.
–Esta tarde. Esperemos que para entonces los fluidos y el medicamento le habrán asentado el estómago. Si todavía tiene fiebre dale Ibuprofen. Levántalo cada hora para que vaya al baño o se pasee por la habitación unos minutos. Mañana estaré aquí a las nueve en punto.
–En ese caso, más vale que te acuestes pronto –oyó decir a Zak, haciendo clara referencia a su cita con Mike cuando ya había abandonado la habitación.
Gracias por la cena, Mike. Te invitaría a subir, pero todavía tengo que terminar de hacer la maleta.
Mike tenía el brazo extendido por detrás del asiento de Michelle y jugueteaba con uno de sus rizos rubios. La joven se dio cuenta, con pesar, de que no sentía ningún estremecimiento de emoción.
–No importa. Carlsbad está cerca de la casa que tienen mis abuelos en San Clemente. Antes de que nos vayamos a Australia podremos pasar muchas noches juntos después de que se duerma tu cuñado.
Las palabras de Mike hicieron que Michelle recordara a Zak tumbado en la cama aquella mañana. Sólo de pensar lo guapo que estaba y cómo se había sentido a su lado, notó que le subía la temperatura corporal.
En un desesperado intento de que Mike la hiciera sentirse del mismo modo, se inclinó sobre él y lo besó. Era la primera vez que Michelle tomaba la iniciativa.
Mike gimió y la apretó más contra él, besándola apasionadamente.
Intentó mostrarse tan apasionada pero, por más que lo intentaba sólo se convertía en un experimento clínico, así que apartó a Mike sintiéndose culpable.
–Buenas noches, Mike. No… no hace falta que salgas.
Mike le besó la palma de la mano.
–Te llamaré mañana –le dijo alegremente.
Michelle salió del deportivo, y se apresuró a llegar al porche de su casa. Antes de entrar, se despidió saludándolo con la mano.
Cuando ya hacía rato que había dejado de oír el sonido del motor del coche, Michelle todavía estaba en medio del salón, inmovilizada.
–No debería haberlo besado de aquel modo –murmuró.
Mike había sido muy paciente con ella hasta entonces. Seguramente porque esperaba que llegaran a intimar más durante su estancia en Australia. El problema era que Michelle no deseaba volver a besarlo nunca más. Se había dado cuenta de que no había química entre ellos, ni nunca la habría.
Mike era un hombre maravilloso, y si no se reconciliaba con su ex esposa, se merecía encontrar una mujer que se excitara con sólo pensar en él. Ella no era esa mujer.
Después de las turbadoras emociones que Zak le había hecho sentir sin que, en realidad, hubiera hecho nada, se dio cuenta de que no podía seguir alimentando las esperanzas de Mike. No era justo.
Cuando la llamara al día siguiente, le diría que las lesiones de Zak eran más graves de lo que había pensado, y que su cuñado iba necesitar asistencia por un periodo indefinido de tiempo, así que no iba a poder viajar con él a Sydney.
Cuanto antes supiera la verdad, antes superaría la decepción que iba a sentir y seguiría adelante con su vida. Tenía un torneo de golf dentro de un mes, y debía centrarse en él.
Paseó la mirada por la modesta casa estilo rancho en la que había vivido con Rob. Allí había cuidado de su marido hasta el último mes, en que había tenido que ser internado en el hospital.
Tras su muerte, había procurado estar alejada de aquella casa durante un tiempo, por eso había aceptado un trabajo tras otro.
Ahora tenía un nuevo trabajo. Un trabajo que no habría podido rechazar sin que le hicieran preguntas, preguntas que no iba a ser capaz de responder.
Pero este trabajo era diferente a los que había tenido hasta el momento.
Se tapó la cara con las manos.
–¿Cómo voy a conseguir estar día y noche con Zak durante un mes, sin que se me note lo que siento? –murmuró con preocupación.
Hasta aquella misma mañana, había pensado que tal vez no volviera a sentir deseo por ningún hombre. Sin embargo, le había bastado estar un minuto con Zak para que sin que él la tocara ni fuera consciente siquiera del efecto que causaba en ella, empezara a temblar de deseo a su lado.
Se preguntó si se debería a que Zak era mucho más joven que los otros hombres con los que había salido, que rondaban la cuarentena como Mike.
Rob tenía treinta y siete años y ella treinta cuando se habían casado. Habían gozado de una vida sexual satisfactoria, cuando él no llegaba demasiado cansado de hacer guardias en el hospital pediátrico donde trabajaba. Ella había intentado quedarse embarazada, pero no lo había conseguido.
Cuando enfermó Rob, la mayoría de las veces sólo se abrazaban. Algunas veces se sentía lo bastante bien como para hacer el amor, pero esas ocasiones fueron haciéndose cada vez más raras, a medida que la enfermedad empeoraba.
A lo mejor se había convertido en una de esas viudas mayores que ya sólo se excitaban con la virilidad de los jóvenes. En marzo cumpliría treinta y seis años, y tenía ya un matrimonio a sus espaldas.
Zak era un hombre joven y vigoroso, que todavía disfrutaba de su soltería hasta que llegara la mujer adecuada. Un mundo nuevo se abriría ante él cuando eso sucediera.
Siempre se había sentido muy unida a Zak, porque ambos habían perdido a sus padres en accidentes de tráfico, pero lo que sentía en aquel momento por él era vergonzoso.
El enamoramiento de Lynette podía resultarle incómodo e irritante a Zak, porque ambos pertenecían a la misma familia, pero la adoración que la joven sentía por él resultaba comprensible. Sin embargo, estaba segura de que si se diera cuenta de lo que ella había sentido hacia él aquella mañana, le habría dado asco.
Además, haría mucho daño a Mike si se enterara. Debía romper con él al día siguiente.
Tras limpiar la casa, Michelle se fue a la cama. Antes de quedarse dormida decidió lo que iba a decirle a Mike para herir sus sentimientos lo menos posible. Sin embargo, muy a su pesar, seguía sin encontrar la solución para convertirse en inmune al poderoso atractivo de Zak. Lo único que podía hacer era procurar estar ocupada y aislada mentalmente de él cuando no necesitara de su asistencia.
Tenía que encontrar un proyecto absorbente.
Sabía que Zak tenía un ordenador en casa y que se mantenía en contacto con su familia, sobre todo por correo electrónico.
Intentaría que la admitieran en algún curso por Internet de la Universidad de California que no estuviera relacionado con su trabajo, pero que fuera interesante y la mantuviera muy ocupada.
Ya más aliviada, consiguió quedarse dormida, pero se despertó a las siete, antes de que sonara el despertador.
Se duchó, se puso unos vaqueros, una camisa de manga corta y unas sandalias.
Como el día anterior ya había hablado con su vecina para que le enviara el correo a la dirección de Zak, lo único que le quedaba por hacer era la maleta.
Septiembre en la costa podía ser muy cambiante. Aunque la mayor parte de los días fueran soleados, tenía que contar con algunos de niebla e incluso lluvia, así que debía ir preparada para cualquier eventualidad.
Antes de salir, metió en una bolsa de mano una radio pequeña, algunos libros, crucigramas, cartas y juegos de mesa. Siempre los llevaba consigo cuando empezaba un trabajo para entretener a sus pacientes.
Antes de llegar a casa de Graham hizo tres paradas: una a desayunar, otra para echar gasolina y revisar la presión de los neumáticos de su Audi, y la última en un supermercado, donde compró varias bolsas de comestibles. Media hora después aparcaba delante de la casa de su hermano.
Recordó que Zak era muy alto y, para que estuviera más cómodo durante el viaje hasta Carlsbad, echó hacia atrás todo lo que pudo el asiento del copiloto.
Llamó a la puerta, y salió su hermano a recibirla.
–Quiero decirte que me siento muy aliviado de que seas tú quien vaya a cuidar de Zak –le dijo después de darle un abrazo de bienvenida.
–No te preocupes. Aunque está lleno de magulladuras y tiene varias costillas rotas, dentro de una semana se encontrará mucho mejor. ¿Tiene fiebre?
–Un poco.
–¿Sigue teniendo náuseas?
–Sherilyn ha conseguido que desayunara huevos revueltos y una tostada. Hasta el momento no los ha vomitado.
–Estupendo. Eso es que el medicamento le está haciendo efecto.
–Gracias a ti.
Michelle ladeó la cabeza, y miró a su hermano.
–Graham, te veo preocupado. ¿Pasa algo?
Graham frunció el ceño.
–Se trata de Lynette. Esta mañana ha entrado en nuestra habitación a primera hora, y nos ha dicho que va a dejar los estudios. Al parecer está decidida a encontrar un trabajo a jornada completa, y tan pronto como tenga el dinero suficiente, quiere irse a vivir sola. Antes de darnos tiempo a decir nada se marchó de casa en su coche.
–Lo siento mucho.
–Zak siempre ha ejercido una gran influencia sobre Lynette. Si no se encontrara mal, le pediría que hablara con ella, porque creo que en este momento su madre y yo no somos muy de su agrado –murmuró Graham.
Michelle lamentó no ser capaz de animar a su hermano en aquel momento, sobre todo porque sabía la razón del extraño comportamiento de Lynette. Era el tipo de situación que sólo el tiempo podía solucionar.
–Es obvio que Lynette está tratando de encontrarse a sí misma. Tal vez no le venga mal trabajar durante un tiempo y darse cuenta del mundo cruel en el que vivimos. Para la primavera que viene estoy segura de que estará deseando regresar a casa y a la universidad.
Graham se pasó los dedos por el pelo con preocupación.
–Espero que tengas razón.
–Ya sé que mis palabras no te resultan de gran ayuda en este momento –dijo Michelle–, pero sólo es cuestión de tiempo. Lynette sabe que tiene los mejores padres del mundo.
Graham esbozó una sonrisa.
–Gracias. Es agradable oírlo. A propósito, ¿qué tal anoche con Mike?
–Bien –respondió Michelle sin inmutarse.
–No dejes que Zak te agobie demasiado.
Michelle notó que se le aceleraba el pulso.
–¿Qué quieres decir?
–Me parece que tiende a ser tan protector contigo como yo.
–¿Zak?
Graham asintió.
–Opina que Mike es un mujeriego. Bueno, ésa es la versión educada de lo que me dijo ayer.
–Zak debería saber que la prensa tiende a ser sensacionalista. Yo conozco al verdadero Mike, y es una persona estupenda.
–Estoy seguro de que lo es. De lo contrario no estarías saliendo con él. Eso fue lo que le dije a Zak –Graham le guiñó un ojo–. Sólo quería que supieras que estoy de tu parte.
–Te lo agradezco.
Michelle pensó en lo irónico que era que ya hubiera decidido dejar de salir con Mike, y todo por Zak.
Desde luego, su mera existencia estaba causando un verdadero torbellino en aquella casa.
–¿Cariño? –dijo Sherilyn ojerosa mientras bajaba por las escaleras–. Zak ha oído el timbre y quiere saber por qué no has subido a buscarlo todavía.
–Ya iba –dijo Graham, y dio un beso en la mejilla a su esposa antes de empezar a subir las escaleras de dos en dos.
Michelle se apresuró a dar un abrazo a su cuñada.
–Estaba contándome lo de Lynette.
–Todavía no puedo creerme lo que ha sucedido –dijo Sherilyn con lágrimas en los ojos–. Y por si fuera poco, Zak se marcha otra vez. Lo vemos tan poco…
–¿Por qué no venís a la playa el domingo, con o sin Lynette? Hace mucho que no comemos juntos. Nos vendrá bien a todos. Yo prepararé la comida.
–Estupendo. Ya me siento mucho mejor. Yo llevaré el postre.
–No hace falta. Deja que sea yo quien os cuide para variar. De hecho, mientras me ocupo de Zak, ¿por qué no venís todos los sábados, y os quedáis a dormir?
–Tendrás que hablarlo primero con Zak. Es muy celoso de su vida privada, pero sé que está saliendo con una chica porque llamaba todos los días al hospital.
Por alguna extraña razón, Michelle no quería oír hablar de aquello. No quería pensar en él en la intimidad con otra mujer.
–Bueno, ya hablaremos el domingo –dijo, furiosa consigo misma porque la preocupara la vida privada de Zak–. Ahora, dime dónde está su medicación.
–En la cocina. Iré a buscarla.
–Muy bien. Nos vemos en el coche.
Michelle se apresuró a ir a su coche y abrir la puerta del copiloto. Se sintió aliviada al pensar que no tendría ningún contacto físico con Zak hasta que no llegaran a Carlsbad.
Si la familia iba con frecuencia, el mes no le resultaría tan duro. A lo mejor hasta sucedía un milagro y Lynette recuperaba el sentido común antes de que terminara aquel fin de semana.
Se sentó al volante y cerró la puerta, lista para empezar a trabajar como enfermera una vez más. De eso se trataba. Tenía que ocuparse de un paciente. Punto.
Por el rabillo del ojo, vio a Zak acercarse lentamente al coche ayudado de su hermano y su cuñada.
Muy a su pesar, no pudo evitar empezar a pensar que dentro de unos minutos iban a estar solos. Se sentó y esperó, sin atreverse a mirarlo.
Nadie podía ayudarlo a entrar en el coche. Cuando lo consiguió respiraba agitadamente a causa del esfuerzo.
Graham dejó una bolsa de viaje en el asiento de atrás y cerró las puertas.
–Conduce con cuidado.
Sherilyn asintió.
–Dos de nuestras personas favoritas vais ahí dentro.
–Michelle ha sido siempre una conductora excelente –Dijo Zak–. Por muchas razones, no podría encontrarme en mejores manos.
La voz de Zak pareció haber adquirido un tono aterciopelado que le llegó muy dentro a Michelle.
–Os prometo llamar en cuanto lleguemos para que no os preocupéis. Hasta el domingo –se despidió Michelle.
–¿Qué pasa el domingo? –preguntó Zak, cuando ya estaban alejándose de la casa.
–Vienen a comer.
–Estupendo.
–A mí también me lo parece –respondió Michelle, contenta de que Zak se alegrara con la noticia.
–A Lynette le vendrá bien ver a toda la familia junta –murmuró.
Michelle se dio cuenta por el comentario de que no sabía nada de lo que había ocurrido aquella mañana. Esperó a llegar a la autopista para contárselo.
–Estoy de acuerdo con lo que le dijiste a Graham –dijo Zak, después de que Michelle le contara a grandes rasgos la conversación que había tenido con su hermano–. La perspectiva de Lynette cambiará en cuanto empiece a trabajar. Es una chica inteligente. Hay que darle tiempo para que encamine su vida.
–Es fácil para nosotros decirlo, porque no es nuestra hija.
Michelle se mordió el labio al darse cuenta de lo que acababa de decir.
–Si Lynette fuera hija nuestra, por lo menos sabemos que estaríamos de acuerdo con la manera de tratarla. Hablando de niños, sé que siempre has querido formar una familia. ¿No te quedaste embarazada a causa de la enfermedad de Rob?
Teniendo en cuenta que Zak y ella siempre habían hablado de todo sin pudores, Michelle no entendió por qué la había sorprendido tanto que le hiciera una pregunta tan personal. Seguramente se debía al hecho de que ahora se sintiera tan atraída por él.
–Enfermó antes de que pudiera hacerme las pruebas de infertilidad, y cuando le diagnosticaron el cáncer, pensó que sería mejor que no trajéramos un hijo a este mundo.
Supongo que tuvo mucho que ver en su decisión el hecho de que en su trabajo estuviera acostumbrado a ver a muchas madres solteras, sin un marido que las ayudara a mantener a esos niños, sin esperanza de un futuro mejor. Quería que yo estuviera libre para continuar con mi carrera, con mi vida.
Zak suspiró profundamente.
–En su lugar habría dicho lo mismo. Sabiendo que iba a morirme, hubiera deseado dejar a mi esposa en las mejores circunstancias posibles. Sin embargo, sé cuánto te hubiera ayudado a superar la muerte de tu marido tener un hijo de quien preocuparte, a quien cuidar.
Michelle pensó que había llegado el momento de cambiar de tema.
–Sherilyn me dijo que una mujer llamaba al hospital todos los días. No recuerdo que me haya dicho su nombre.
–Seguramente fuera Brenda Neilson.
Michelle pensó que aquel nombre sonaba escandinavo, así que seguramente la chica fuera escultural.
–¿Por qué no le dices que venga a comer el domingo?
–¿Quiere eso decir que ya has invitado a Mike Francis? –preguntó Zak.
–Por supuesto que no –respondió Michelle atónita por la pregunta–. No mezclo el trabajo con el placer. De todos modos, te agradecería que no habláramos de Mike, si no te importa.
–Ese hombre no es para ti, Michelle.
Michelle pensó que ya lo había averiguado, pero por razones diferentes a las que pensaba Zak. Tal vez fuera mejor que no supiera que estaba a punto de terminar con Mike.
–Lo que trataba de decirte es que a Sherilyn y Graham les encantaría conocer a alguien a quien tú consideraras importante.
–Cuando llegue ese día, ya lo sabrán. ¿Cuánto tiempo estuvo Mike Francis sin poder moverse a causa de su pierna rota?
–Dos meses tras darle de alta en el hospital –respondió Michelle, molesta porque la conversación hubiera vuelto a Mike.
–¿Es verdad que tiene su propio campo de golf dentro de su finca?
–Sí.
–Debe de haber sido muy duro para él asomarse todos los días a la ventana y ver el campo de golf, sabiendo que no podía jugar.
–Sí, lo fue.
–Aunque no tan duro contigo allí, pendiente de todas sus necesidades.
Michelle enrojeció al oír la insinuación.
–Entre sesiones de rehabilitación veíamos vídeos que le habían grabado para que se diera cuenta de dónde podía mejorar su juego.
–Eso fue lo que te dijo a ti. La realidad fue que alimentaste su ego admirando cómo jugaba durante horas.
Michelle parpadeó. Veía claro que a Zak no le caía Mike nada bien. Lo que no entendía era por qué lo preocupaba tanto lo que pudiera sentir ella por él.
–Cuidando a Mike conocí el golf. Nunca lo había entendido, ni me había interesado por ese juego.
–¿Y ahora te interesa?
–No para jugarlo, pero sí para verlo. Necesitas tener mucha habilidad y tenacidad para jugar bien.
–¿Sabías que su mujer lo abandonó por sus múltiples infidelidades? –le preguntó Zak tras una pausa.
–Es al contrario. Mike le pidió a ella el divorcio cuando se enteró de que tenía un amante. Ahora quiere que regrese con ella. Lo sé porque fue a casa de Mike muchas veces para intentar hablar con él. Cuando vio que no quería hablar con ella, se desahogó conmigo con la esperanza de que yo interviniera en su favor.
Zak dejó escapar un sonido extraño de su garganta.
–Probablemente la verdad se encuentre en algún punto medio de ambas explicaciones.
–Seguramente tengas razón –dijo Michelle, que había pensado lo mismo.
–¿Estás preparada para ser el nuevo centro de atención de la prensa? Te aseguro que explotarán el tema de la enfermera que regresa al escenario de su amante.
Michelle ya había pensado en ello, pero si de verdad hubiera estado enamorada de Mike, no habría dejado que el temor a la intrusión de la prensa le frenara estar con él.
–¿Cómo van tus náuseas? –le preguntó, sobre todo para cambiar de conversación–. ¿Quieres que pare para comprarte algo de beber?
–Veo que no quieres hablar del tema. Bueno, pues respondiendo a tu pregunta, mi estómago parece haberse asentado y lo único que deseo es encontrarme lo antes posible en mi casa con mi enfermera favorita.
Michelle sonrió.
–Parece el título de un viejo programa radiofónico. La verdad es que soy lo bastante mayor ya como para hacer de venerable enfermera.
Zak se echó a reír, pero al hacerlo le dolieron las costillas que tenía rotas.
–Me parece que al reírse se mueven más músculos que los que nos habían dicho –se quejó–. Dime, ¿de dónde demonios has sacado eso de que eres vieja?
–Cuando llegues a los treinta y cinco no te hará falta preguntarlo. Por suerte para ti, te quedan muchos años.
–Si alguien estuviera oyéndonos, creería que estás hablando con un niño. ¿No sabes que cuando una persona se hace adulta, la edad se convierte en algo relativo? Si te sientes mayor ya es porque llevas ocupándote de pacientes desde que terminaste los estudios.
Aquella conversación estaba empezando a resultarle incómoda a Michelle.
–Ni siquiera te tomaste unos días de vacaciones después de casarte –insistió él–. Después cuidaste de tu marido enfermo hasta que murió, y desde entonces no has dejado de trabajar. Creo que te vendría bien un cambio, Michelle.
–¿Quieres decir que debería buscarme otro tipo de trabajo después de que tú ya no necesites de mis servicios? –bromeó Michelle para ocultar lo nerviosa que se estaba poniendo.
–Me refiero a dejar de trabajar por completo.
Michelle lo escuchó atónita. Parecía hablar en serio.
–Me moriría de aburrimiento.
–A lo mejor servía para que dejaras de pensar como una anciana.
Michelle pisó más el acelerador.
–¿Quieres que paremos a comprar algo antes de que lleguemos a la autopista de la costa?
–Sólo he rascado la superficie, pero puedo dejar el resto para más tarde. Tenemos semanas ante nosotros.
Al oírlo mencionar que iban a estar solos durante todo el mes siguiente, Michelle se estremeció.
Siguió conduciendo en silencio, y Zak pareció quedarse adormilado.
–Ya estamos cerca del océano –dijo Zak al despertar.
–La playa siempre ha sido también mi lugar favorito. Si viviera aquí me sentiría siempre como de vacaciones. No hay nada como este aire balsámico.
Michelle podía saborearlo, olerlo. La niebla no se había disipado todavía. Tal vez no lo hiciera en todo el día, pero no le importaba.
Llevaba cuatro años sin ver el Pacífico. Desde un domingo en que Zak había invitado a toda la familia a una barbacoa. Había ido con Rob, que ya empezaba a sentir los primeros síntomas de su enfermedad. Por aquel entonces Zak vivía en un apartamento alquilado y estaba empezando con su negocio.
Michelle pensó en lo drásticamente que había cambiado su mundo desde entonces.
–Dime por dónde ir –le pidió Michelle cuando paró en un semáforo.
–Conduce hacia el sur hasta que pases dos bloques. Después tuerce a la derecha y baja la calle hasta el final. Verás un callejón privado a la izquierda. Mi garaje es el número dos.
–No tardó más de unos minutos en encontrar el callejón. En realidad era un callejón sin salida.
Sherilyn le había mostrado fotografías de los apartamentos que había reformado Zak. Con las ganancias que obtuvo de transformar veinte apartamentos delante de la playa muy deteriorados en diez de lujo, se había comprado uno de los que estaban en la planta baja, haciendo así realidad su sueño de vivir al lado del mar. Michelle pensó que las fotografías no habían hecho justicia a lo que estaba viendo mientras se detenía delante del garaje de Zak.
–Si abres mi bolsa de viaje, que está en el asiento de atrás – dijo Zak–, encontrarás el mando a distancia encima de la ropa.
En vez de salir del coche y abrir la puerta de atrás, Michelle se desabrochó el cinturón, y se volvió para tratar de alcanzar la bolsa con la mano derecha.
Cuando tuvo el mando a distancia en la mano, Michelle se volvió hacia delante, pero al hacerlo su cuerpo rozó un hombro de Zak. El contacto envió fuego líquido a todo su ser.
En ese instante sus ojos se encontraron.
Michelle sintió que el corazón empezaba a latirle precipitadamente y le dolían las palmas de las manos.
Antes de perder el control por completo, volvió a acomodarse en su asiento y pulsó el botón que abría el garaje a distancia. Cuando se levantó la puerta metió el coche, y lo dejó aparcado al lado de la camioneta de trabajo de Zak. Todavía le temblaban las manos cuando volvió a presionar el botón del control remoto. La puerta del garaje se cerró tras ellos.
–Hace mucho tiempo que llevo esperando este momento –dijo Zak–. Bienvenida a mi casa, Michelle.
Ya está –dijo Michelle, desde detrás de Zak, cuando terminó de colocarle el plástico que tapaba sus vendajes.
–Así no te mojarás las vendas. Venga, métete en la ducha. No te preocupes por los pantalones cortos. Cuando haya terminado de lavarte la cabeza, te los quitas y te das una ducha. Cuando termines, ponte el pijama nuevo que te ha metido Sherilyn en la maleta. Te he dejado los pantalones al lado de la toalla, en la percha que hay detrás de mí.
Michelle dejó correr el agua hasta asegurarse de que tenía la temperatura adecuada. Después, abrió la puerta de la ducha, y lo ayudó a sentarse en la banqueta que había metido dentro. Era demasiado alto como para que pudiera lavarle la cabeza sin que se sentara.
Cuando Zak tuvo la cabeza mojada, Michelle le echó champú, y empezó a darle un vigoroso masaje en el cuello cabelludo.
Zak gimió de placer.
–Qué maravilla. No quiero que pares nunca.
Michelle rió. Sabía lo agradable que resultaba ese masaje.
–Vas a ser un hombre nuevo cuando salgas de la ducha. Ahora, antes de que vuelvas a dar el agua, voy a lavarte las axilas con champú. No levantes los brazos, déjame deslizar los dedos por debajo de esta manera.
A Zak se le escapó otro gemido de placer.
–Esto es todavía más agradable que el masaje que me has dado en la cabeza. ¿Le hacías estos servicios a Mike?
Michelle sintió un tremendo calor en la cara.
–Hago lo que puedo por todos mis pacientes.
–No me extraña que estés tan solicitada –murmuró–. Mi reino por una enfermera.
Michelle se dio cuenta de que el humor de Zak estaba mejorando.
–Voy a volver a abrir el agua. Te aclararé las axilas, y después te dejaré solo. De todos modos, no voy a alejarme de tu habitación por si me necesitas. Llámame cuando estés listo, y te quitaré los plásticos.
Con gran cuidado, le aclaró las axilas, y después se marchó.
Sherilyn había metido sábanas nuevas con la ropa de Zak, así que Michelle se apresuró a mudar la cama, mientras él estaba todavía en la ducha. Acababa de ponerle las fundas a las almohadas, cuando lo oyó llamarla.
–¡Enfermera!
Michelle se echó a reír. Era un bromista. Sabía que si la hubiera necesitado de verdad, la habría llamado por su nombre.
–¡Ya voy!
–¿Qué te parece? –le preguntó Zak cuando Michelle abrió la puerta.
Lo que pensó y lo que dijo al verlo como un adonis, vestido con un pijama de Ralph Lauren fueron dos cosas distintas.
–Creo que debemos hacer algo con ese pelo húmedo.
Michelle se colocó detrás de él, y le quitó el plástico que cubría las vendas. Después tomó una toalla.
–Ven a sentarte en el borde de la cama.
Zak entró en la habitación, apoyado en Michelle. Una vez que se hubo sentado sobre la cama, ella le secó el cabello con cuidado.
Después de peinárselo de la manera que le gustaba, le dijo que ya estaba listo para hacer los ejercicios de rehabilitación.
Zak frunció el ceño.
–Y yo que pensaba que eras un ángel caído del cielo.
–Quieres ponerte bien pronto, ¿verdad?
–Depende, ahora que estás aquí…
Michelle pensó que no quería que le dijera cosas como aquélla. Sabía que sólo estaba bromeando, mientras que ella…
Tomó el cojín más cercano, se lo colocó delante del torso y lo hizo inclinarse hacia delante para toser. Después, le hizo llenar los pulmones al máximo para hacerlos funcionar del mismo modo que antes del accidente.
–Todavía no estoy divirtiéndome –se quejó unos minutos más tarde.
Michelle le pidió que se callara mientras lo auscultaba.
–Todo suena bien ahí dentro –dijo Michelle–. Venga, métete en la cama, y apóyate en los almohadones.
Después, le dio la medicación.
–Antes de taparte, voy a darte un masaje en los pies y las manos.
Se echó loción en las manos, y realizó su trabajo evitando mirarlo. Después, le pidió que rotara los tobillos.
–Por hoy es suficiente –Michelle le tapó con la sábana hasta la cintura y le dio el mando del televisor.
–Voy a preparar la comida.
Zak la sujetó de la mano con fuerza, de manera que no podía liberarse sin hacerle daño al tirar. Michelle lo miró asombrada.
–Nunca me habían cuidado así en mi vida. Tenías razón, me siento un hombre nuevo. Muchas gracias.
Aunque era consciente de que debía salir corriendo, Michelle fue incapaz de moverse.
–Hacía mucho tiempo que no podía ayudar a alguien de la familia de mi cuñada –dijo, mencionando a la familia como tratando de que las cosas volvieran a ser como antes, pero era imposible. A ella ya nunca le resultaría indiferente como hombre–. ¿Te gustaría tener las cortinas abiertas para ver el océano?
–Ahora no –le respondió, y fue soltándole la mano poco a poco.
–Se te están cerrando los ojos –le dijo Michelle–. Duerme un poco. No tardaré en venir con la comida.
Cuando salió de la habitación de Zak, Michelle se sentía como si le faltara el aire. Le daba la impresión de haber corrido un maratón. Si iba a sentirse así todos los días, se preguntaba cómo iba a poder sobrevivir un mes.
Tanto desde el salón, que tenía chimenea, como desde las habitaciones delanteras se podía acceder, a través de unas puertas correderas, a una terraza de suelo de madera, decorada con grandes macetas de plantas. En uno de los extremos tenía una mesa con sillas, así como varias tumbonas. Si bajabas unos cuantos escalones de madera estabas en la playa. El sonido de las olas al romper en la orilla proporcionaba el ingrediente final.
Aquello era el paraíso.
Michelle no dejaba de pensar en ello mientras preparaba unas enchiladas de carne y queso, una de las comidas favoritas de Zak. O al menos solía serlo hacía años. También preparó una ensalada de lechuga con mucho aguacate y cortó fruta fresca como mango y piña.
Dentro de una semana podría comer en la terraza, pero hasta entonces le tendría que llevar la comida a la cama. Cuando lo tuvo todo preparado, Michelle lo colocó en una bandeja junto con un refresco, y se lo llevó a la habitación.
–No pensé que iba a encontrarte despierto.
Había estado viendo la televisión, pero al oírla llegar la había apagado.
–Ahora que estoy en casa, tengo hambre.
–Siempre les pasa lo mismo a mis pacientes cuando les dan el alta en el hospital.
Michelle dejó la bandeja cerca de él, y lo ayudó a sentarse antes de darle un plato y un tenedor.
–Siéntate y come conmigo –le pidió Zak
–Dentro de un minuto. Antes, tengo que hacer una cosa.
Michelle sacó del bolso su teléfono móvil, y llamó a Sherilyn. Graham tomó el auricular en otra extensión y ambos se sintieron muy aliviados al saber que habían llegado a Carlsbad sin incidentes. Zak no dejó de mirarla un momento mientras hablaba.
–Tu hermano está bien, Sherilyn. Se ha duchado, ha hecho sus ejercicios y ahora está comiendo.
Michelle le pasó el teléfono móvil. La conversación no duró mucho. Lo oyó agradecer a su hermana lo que había hecho por él tanto en el hospital como en casa. Después, se despidió de ellos hasta el domingo.
–Os paso a Michelle.
–Hola, de nuevo –dijo al tomar el teléfono.
–Ha sido la conversación más corta que hemos tenido nunca –murmuró Sherilyn–. ¿De verdad se encuentra bien?
–No te mentiría –les aseguró Michelle–. Ya se ha devorado dos enchiladas, y está a punto de dar cuenta de la tercera. Regresar a casa ha sido la mejor medicina para él.
–Gracias por todo lo que estás haciendo –dijo Sherilyn de todo corazón.
–Lo mismo digo –intervino Graham.
–Venga, ya sabéis que para mí cuidar de Zak es un placer. Solíamos ser muy buenos amigos. Mira, voy a hacer una cosa: vuelvo a llamaros esta noche y os cuento cómo va.
–Estaremos esperando.
–Hasta luego.
Michelle colgó el teléfono, y tomó su plato. De repente, le pareció notar que Zak estaba tenso, y no lo achacó al dolor, porque los calmantes debían de estarle haciendo ya efecto.
–¿Ya ha regresado Lynette a casa? –preguntó, y Michelle comprendió la razón de su preocupación.
–No –respondió ella, posando el tenedor–. De lo contrario, me lo habrían dicho. Me dio la sensación de que querían hablar de ella, pero no se atrevieron por temor a que tú pudieras oírlo. No quieren que nada dificulte tu recuperación, y los comprendo.
Zak dejó el plato vacío en la bandeja, y tomó el teléfono móvil que Michelle le había dejado sobre la mesilla de noche al deshacer su maleta.
Michelle se alarmó al pensar que podría llamar a Graham y Sherilyn para hablar de Lynette. Si era así, no deseaba encontrarse en la habitación. Aquella era una conversación privada entre ellos tres.
Cuando hizo ademán de levantarse, Zak se lo impidió, sujetándola por el brazo.
–Quiero que te quedes, y escuches esto.
A Michelle no le quedó más remedio que hacer lo que le pedía Zak. Si se soltaba bruscamente podía hacerle daño.
–Hola, soy yo otra vez –lo oyó decir–. Graham, ¿puedes decirle a Sherilyn que se ponga también al teléfono para que todos podamos conversar? Michelle está a mi lado.
Pronunciar su nombre debió de recordarle que la estaba sujetando el brazo, y la soltó.
–Bien –lo oyó decir antes de colgar–. Responde tu teléfono cuando suene. Graham va a llamarte.
–¿Graham? –respondió Michelle.
–Espera un poco, Michelle, que voy a llamar a Zak.
–Muy bien.
Pronto los dos estuvieron en línea con Graham y Sherilyn.
–Adelante, Zak –lo urgió Graham, nervioso.
Michelle estaba preocupada. Sabía que, cuando su hermano y su cuñada se enteraran de la razón de la llamada de Zak, iban a quedarse atónitos.
–Se trata de Lynette. Llevo mucho tiempo pensando si deciros o no la verdad. Sin embargo, ahora que ha amenazado con dejar la universidad y buscar un trabajo, voy a romper mi silencio porque creo que merecéis saber los hechos para que podáis enfrentaros con la situación.
Michelle se quedó helada. Entendía que los padres de su sobrina debían saber lo ocurrido, pero imaginaba lo difícil que debía de resultar para Zak contárselo. Nunca lo había admirado tanto como en aquel momento.
Zak se lo contó todo, excepto el detalle del biquini.
–No se puede culpar a nadie. La verdad es que no tenemos lazos de sangre. Podía haber ocurrido al revés, que fuera yo quien me sintiera atraído por una jovencita como Lynette. En realidad, tiene diez años menos que yo y siempre la he querido como sobrina. Sin embargo, si fuera más mayor y estuviera enamorado de ella, los lazos de familia que nos unen no me impedirían casarme con ella.
Michelle dio un respingo.
Lo había oído hablar con sinceridad en otras ocasiones, pero lo que acababa de decir la había dejado sin habla.
–Ahora que conocéis los hechos, espero que lo que os he contado os sirva para ayudarla.
–Acabas de decirnos lo que llevábamos sospechando mucho tiempo –dijo Sherilyn–. Te agradecemos de verdad que nos lo hayas confirmado.
–Michelle, me imagino que tú también sospechabas algo.
–No hasta ayer por la mañana, cuando reparé en lo que le había disgustado verme en vuestra casa. Cuando le recordé que iba a llegar tarde a clase, me respondió que sabía muy bien cómo vivir su vida. Aquello fue mi primera pista. Pero no estuve segura hasta que vi lo triste que se ponía al enterarse que Zak se marchaba a su casa y yo iba a cuidar de él.
–Sabrá superar todo esto –dijo Sherilyn ya más tranquila. Volvía a mostrarse como la mujer segura de sí misma que solía ser. Michelle se sorprendió de lo bien que se lo había tomado.
–Ahora que te has quitado un peso de encima, tienes que relajarte y concentrarte en ponerte bien –dijo Graham con alegre optimismo–. Estaremos ahí el domingo.
–Contaremos los días con impaciencia.
Después de colgar Zak, lo hizo Michelle. Sus ojos se encontraron.
–Misión cumplida –dijo él.