El Informe 5002 - Armando Rosselot - E-Book

El Informe 5002 E-Book

Armando Rosselot

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Beschreibung

Descubrir de un momento a otro que se es pieza primordial en la supervivencia de la humanidad; viajar en el tiempo para evitar una invasión y un desastre biológico; conocer un mundo donde existen muy pocos humanos y casi todos son autómatas; un pueblo víctima de seres interdimensionales que sólo desean acabar con la especie humana; una ciudad gobernada por el crimen, donde todo el mundo acepta sus condiciones sin cuestionarlo; gatos y perros en un terrible futuro distópico. Una selección de relatos de ciencia ficción y terror del más alto nivel, en los cuales Rosselot lo llevará a lugares donde muy pocos han logrado llegar.

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El

Informe

5002

Armando Rosselot

Editorial Segismundo

Dedicatoria

A mi madre Graciela y a mi padre Armando,cuyo gusto por los libros y la lecturafue su mejor legado.

Informe para abrirse a otras posibilidades de lo real

Ya está. Se arriesgaron con este extraño libro de un autor del que tal vez no tenían referencias y por eso es que ahora tienen ante ustedes este ejemplar de El Informe 5002 de un tal Armando Rosselot. En beneficio de su riesgo lector puedo decirles que el inefable Rosselot no es un advenedizo en la fantasía y la ciencia ficción chilena. Muy por el contrario, sus relatos-alucinaciones-pesadillas ya vienen circulando entre nosotros desde hace mucho tiempo en diversos formatos y ediciones, buscando afectar (develar) nuestra realidad, inscribiéndose en una tradición de CF clásica que bebe de las mejores fuentes del género.

Al leer los relatos de esta compilación van a encontrar algunos elementos recurrentes en el universo de Rosselot: cubos, maletas o cajas que siempre ocultan secretos fundamentales; felinos inquietantes; cuerpos que mutan en otras corporidades, que devienen en otras cosas; personajes atrapados en medio de visiones y voces que les atormentan; portales a otras dimensiones y por supuesto algo de poesía que se cuela en los intersticios.

Varios de los relatos de este libro poseen la implícita invitación a ser releídos para ser completados, para ser comprendidos, para cerrar su sentido final, algunas veces elusivo en una primera mirada, pero rico en significados posteriores. Más allá de la historia que se nos está narrando, se puede detectar siempre cierta preocupación metafísica que campea sobre estos textos, ciertas preguntas incómodas sobre la naturaleza y espiritualidad humanas que no son nuevas en Rosselot, recordemos aquí la búsqueda místico-religiosa de sus novelas Tarsis y Entidad (Partes del universo de la trilogía 8128) en las que indaga como si de un rito iniciático se tratase, en el universo interior de sus personajes. Otra prueba de que la CF tiene preocupaciones más profundas que el mero gadget tecnológico tan habitual en el querido space opera. La CF no es siempre sobre un futuro posible, sino que también sobre un presente múltiple, deforme o hasta sobre una realidad alterna, que cohabita de un modo inquietantemente próximo, demasiado cercano, con nuestra consensuada realidad.

Cuando Rosselot busca sorprender sin dilaciones es rápido, claro y sintético en su escritura. La elipsis narrativa y cierto extrañamiento sorprenden entre un párrafo y otro sin piedad y otras veces usa el freno para ser lento, poético, opaco y atmosférico si el relato así lo requiere.

La escritura siempre es un viaje a otro lugar, a un espacio en que se lanza una carnada (habitualmente se trata del cuerpo y mente de la propia persona que escribe) para encontrar y traer de vuelta algo de ese otro espacio que algunos, como el inglés Alan Moore, han dado en llamar Idea-Espacio. Rosselot buceó en ese extraño rincón mental y encontró máquinas que predicen el futuro; sondas intergalácticas que evolucionan; invasiones insectoides; luchas animalescas; un par de fines de mundo y hasta sedientos vampiros interdimensionales entre otras pesadillas.

Les invito a leer, a bucear entre los sentidos. A abrirse a otras posibilidades de lo real más allá de este acá. Piensen estos relatos como un buen capítulo de una enigmática serie de televisión emitida en el canal muerto de la pantalla de un aparato desenchufado del que no puedes despegar la mirada hasta llegar al final.

Ya se arriesgaron con este extraño libro. No hay vuelta atrás. Les invito a habitar los múltiples universos de El Informe 5002 de Armando Rosselot.

Los espero aquí… si es que regresan.

Carlos Reyes G

Los niños se aburren por la tarde(2006)

1

El corredor era blanco y las puertas estaban ansiosas por ser abiertas. La niña entró por la que una joven mujer señalaba y trató de olvidar a su mamá. Una vez en la pieza, oyó unos murmullos en la habitación contigua, buscó la puerta que sabía comunicaba a las dos habitaciones y giró el picaporte. En ese cuarto, jugaban muchos niños, más de los que nunca había visto y se reían de ella y de su ropa. La señorita que la llevó ya no estaba, un momento después, tampoco estaban las habitaciones. Sólo había miedo y las ganas de correr.

—¡Mamáaaaa!

—Quédate tranquila, tesoro mío —era mamá—, te quedaste dormida y siempre que te duermes en el automóvil sueñas tonterías.

—Sí. Tengo sed.

—No te preocupes Maribel, ya vamos a llegar.

Olía tan bien y su voz siempre la hacía estar mejor. «Mamá, te quiero», se dijo la niña. Luego miró por la ventana del coche. Bajo la autopista, a casi quinientos metros, se veían los parques y los grandes edificios de los cuales siempre le hablaba mamá y que tanto miraba en los paneles interactivos. «Mamá tiene que viajar y necesita ir tranquila, por eso me lleva a la guardería», concluyó.

—Mamá, ¿por qué no voy contigo en tu viaje?

—Amor, tú sabes que fuera de la ciudad no se puede viajar con niños, así es la ley.

—Ah, bueno.

A la derecha de la vía, se divisó el gran edificio municipal de guarderías con sus parques y estatuas de héroes infantiles de quince metros. Siguieron por el camino hasta que las señales holográficas los hicieron llegar a la recepción donde los aguardaban. Una mujer de delantal celeste salió a recibirlos.

—Buenos días, señora, pensábamos que llegarían más temprano —habló, la mujer del delantal—. Hola, niña linda, ¿cómo estás?

—Muy bien, gracias —contestó, Maribel.

—Lo que sucede es que sólo voy a ir al CRIAT —respondió, mamá —y espero estar de vuelta antes de las seis.

—Perfecto, ya veo —fue la gentil respuesta de la señora de celeste.

Luego que mamá firmara algunos documentos, hablara a solas con la señorita de celeste y besara a Maribel en la frente, se fue y la niña, por primera vez en su vida, estaba sin la compañía o la cercanía de mamá para cualquier problema o capricho, pero extrañamente a lo que siempre creyó, no existía temor ni sensación de soledad. Tomó con decisión la mano de la señorita de celeste y se dejó llevar.

El reloj de pulsera de Maribel había tocado su pegajosa melodía ya tres veces desde la llegada. «Una hora y media», pensó. Se encontraba en una amplia sala amarilla con sillas pegadas a las paredes y flores en su centro, también había una veintena de juguetes de todo tipo y una mesa baja a un costado. Ahí, de rodillas con los codos sobre la mesa, estaba Maribel haciendo rodar una cabeza de Pinocho sin nariz de su mano izquierda a la derecha, una y otra vez.

—¡Señorita! —exclamó Maribel—. ¿No hay nada más que hacer aquí? Sabe, estoy un poco aburrida, ¿dónde están los otros niños?

—Tienes que esperar —contestó la señorita de celeste—, ellos están en otras actividades por ahora. Cuando terminen, y eso va a ser luego, otra asistente te llevará donde se encuentran, ¿ya?

Pasaron algunos minutos y la puerta se abrió. A la sala entró una mujer gruesa y de delantal gris, miró a la señorita de celeste y luego a Maribel.

—Tú debes ser Maribel —dijo—, ven niña y dame la mano, hay varios amiguitos que te están esperando.

2

—¡Hola! —saludó Maribel, luego que la señora de verde la dejara en esta nueva habitación con los otros niños, pero ninguno de los cuatro se volvió para contestar el saludo.

A Maribel no pareció extrañarle; en sus siete años de vida muy pocas veces había salido de casa con mamá y menos a jugar con otros niños de su edad, que siempre eran tan poco alegres y juguetones. Se dirigió a las mesas donde tres niños armaban rompecabezas.

—¡Hola, me llamo Maribel! ¿Y ustedes?

La niña, de una vez quiso romper el hielo. Nada.

—¿Acaso no me van a contestar o es que no tienen lengua o son tontos? —volvió a preguntar.

—Hola, soy Carlo K, ¿cómo estás? —contestó, el niño sobre la cama azul al lado de una ventana, al fondo de la sala—. ¿Por qué tanto escándalo? No ves que esos tres no pueden armar un simple rompecabezas, además, yo no soy tonto.

Maribel rió al ver la cara de asombro de los otros niños y el pijama colorido que vestía el niño que decía llamarse Carlo K.

—Amigos, yo ya le dije mi nombre. Les toca a ustedes.

—Hola, yo soy Franco S —respondió, un niño pequeño de pelo rojizo.

Los otros niños sólo levantaron la mano en señal de saludo.

—Hola a todos —contestó, Maribel, con una gran sonrisa.

La niña se sentó en la única silla desocupada junto a la mesa de rompecabezas, los miró y se volvió hacia el niño sobre la cama.

—Oye, tú, ¿por qué estás en pijamas y en esa cama, acaso te pasa algo? —preguntó Maribel—, porque ya no es hora de dormir.

Carlo K estudió la voz, rostro y mirada de la nueva niña.

—No voy a dormir ni me pasa nada —contestó con brusquedad—, sólo estoy aquí porque la dama de gris dijo que era lo mejor para mí.

El niño echó un vistazo a los otros, seguían tratando de armar el rompecabezas con dibujos de gatos.

—A veces es mejor así, pues por la ventana puedo ver todo lo que sucede afuera —concluyó.

—Él es el que mira —dijo, Franco S, entregándole una pieza a la niña nueva—. ¿Sabes dónde puede ir?

—Es el ojo y un pedazo de cara, va en la cabeza, es obvio, ¿no? —Maribel puso la pieza y subió a la cama de Carlo K. Luego miró por la ventana.

Afuera no había nada para ver, sólo dos calles sin salida y un edificio blanco. No entendía que era lo tan interesante que ese niño raro podía mirar.

—Eres un idiota —dijo Maribel—, voy a llamar a la señora de gris. Los otros niños al escucharla se levantaron de la mesa y se interpusieron entre el comunicador y ella.

—Vas a jugar con nosotros —le ordenó uno de los niños.

—¡Alto! Si la preciosa lindura quiere irse déjenla, a mí no me ha ofendido. ¿A ustedes sí?

La respuesta de Carlo K a la orden de Franco S fue firme y contundente. Maribel pudo notar la diferencia con respecto a los otros niños; como la observaba, tan distinto a los demás.

Esa mirada y lo de «lindura» le recordó sus primeros años afuera de ciudad Soah. Caminó hacia él, ladeó su cabeza hacia la izquierda, mientras lo estudiaba. Luego le habló.

—¿Me viste llegar por la ventana, no es cierto?

—Sí, sabía que eras tú, mi pequeñita.

—¿Cómo?

—Tú ya me conociste. Hace mucho.

—Pero yo ya no soy la niñita que casi no hablaba. He descubierto algo. Ahora mismo.

—Debes decirle a la señora de gris. Es lo mejor para ti.

—No quiero. Y tú sabes bien por qué y ellos también lo van a saber. Creo que deberían tener miedo, ya que estoy muy aburrida y mamá va a llegar en unas cuantas horas más. Además, tengo hambre y ese con cara de triángulo que me mira tanto, debería lanzarse por la ventana de una buena vez.

Nadie dijo ni una palabra más. La señora de gris abrió la puerta, rompiendo el tenso silencio.

—Maribel, te traje leche.

—Gracias, señora —fue la amable respuesta de Maribel, sin quitar la vista de los niños y de Carlo K—. ¿Y no hay leche para ellos? —preguntó.

La señora de gris, alegremente, le contestó que ellos ya habían tomado su leche antes de que ella fuera presentada.

Maribel observó todo a su alrededor y corrió por la habitación saltando y riendo, después salió al corredor, su risa llenó los silenciosos pasillos del décimo piso de la Guardería Infantil. Entró a la pieza nuevamente y comenzó a gritar—: ¡Ya sé, ya sé, ya sé! Y ahora, para no estar más aburrida, ¿con quién voy a jugar a la tarde?

Carlo K se levantó raudo de la cama y trató de ir a cerrar la puerta por la que Maribel hubo entrado. Cuando él se levantó, la niña fijó su vista en las heridas del niño, en sus brazos y piernas. «Eso no es un pijama», pensó Maribel. Tomó a Carlo K de sus manos, mientras la señora de gris dejaba a los demás niños en una esquina y se dirigía hacia ella.

—Dime Carlo K, ¿qué es eso en tu cuerpo? —preguntó Maribel—. ¿Es lo que yo creo que es? Porque se parece a los brazos de los sirvientes de mi casa y…

La niña sintió los fuertes brazos de la señora de gris en sus hombros, la respuesta llegó clara y punzante.

3

Eran las seis con tres minutos de la tarde, cuando el auto de mamá tomó el carril de entrada del complejo donde se encontraba Maribel. Todo parecía normal, salvo por algunas luces centelleantes que brotaban en ciertos pisos del edificio, pero mamá no les dio mayor importancia, al igual que a los dos carros limpiadores al borde de la construcción que recogían ciertas piezas de metal. Al estacionar el automóvil, la señorita de celeste salió a recibirla con urgencia.

—Por fin llegó, señora, traté de comunicarme con usted varias veces —dijo muy agitada la señorita de celeste—, pero me comunicaron que ya se había retirado.

—Así es —contestó mamá—. La verdad que terminé antes y el viaje de vuelta fue algo lento, debido a unos animales que se escaparon camino a Ciudad Soah, y…

—Su hija… —prosiguió la señorita de celeste, antes de que mamá pudiese terminar —llévesela, por favor, rápido —miró en todas direcciones—. Está causando muchos problemas y no hay manera de detenerla.

Mamá corrió, apresurada y sin pensar, hacia la entrada siendo detenida por dos señoras de rojo.

—Déjenla, es la mamá de la niña —ordenó la señorita de celeste. Ambas mujeres soltaron a mamá.

Maribel apareció sonriente por la puerta del ascensor principal junto a dos señoras de rojo, una de verde y una caja. La señora de verde se adelantó, quedando en frente a mamá.

—Señora, el proceso de voz de mando al parecer entró en etapa de adaptación, usted debe ir a…

Maribel, con un suave gesto, hizo que la señora de verde dejara de hablar y se corriera a un lado.

—Hola, mamá —dijo—, traje un amigo y se llama Carlo K.

—Hola, mi amor —contestó mamá—. ¿Dónde está tu amigo?

—En la caja y, ¿sabes?… es de juguete, como todos los que están aquí. Ya que no son personas como nosotras. Imagínate, son tan tontos que hice que se lanzaran tres por la ventana. Hacen todo lo que yo quiero.

Mamá de a poco se recuperó de la impresión y comenzó a mirar más en detalle a su alrededor, mientras la niña seguía contando sus peripecias. Se percató que a algunos de los androides de rojo les faltaban dedos, a otros un ojo, una mano, tenían clavados diferentes objetos en su cuerpo y a la androide de verde le faltaba un bulto que imitaba el pecho izquierdo.

—¡Cómo es posible que haya sucedido esto! —gritó enfurecida mamá—. ¡Voy a quejarme formalmente a la CRIAT! Y usted —miró al androide celeste con severidad —es el responsable. Me encargaré que lo rearmen y reprogramen sin memoria residual.

—Lo que usted diga, maestra —contestaron todos los androides al unísono, mientras Maribel empujaba enérgicamente la caja hacia la salida.

Varios minutos después, en el auto, el silencio se hizo insoportable, hasta que Maribel decidió hablar.

—Mamá, ¿estás muy enojada?

—Primero, señorita, ¿quién le permitió subir esa caja al auto con quizás qué artefacto adentro? Al llegar a casa lo devolveremos a la CRIAT.

—No es cualquier artefacto, mamá. Es… o era… mi Perro P2, «Sam». ¿Te acuerdas? Lo reconocí cuando me dijo «preciosa lindura», como tú le enseñaste. Al parecer no lo arreglaron bien. ¿Podríamos hacer que lo hicieran perro-que-habla otra vez?

—Maribel, cuando lleguemos hablaremos con calma. Además, tengo que llevarme esa caja. Fue un error que sucediera esto, no nos podemos equivocar así —contestó, tajante, mamá, mientras abría la ventana del automóvil, haciendo que su cabello se desordenara, mostrando dos pequeñas antenas donde deberían estar las orejas.

Maribel no supo que contestar, se tocó las suyas, las sintió suaves y calientes, volvió a mirar a mamá, hasta que un miedo enorme se abalanzó sobre ella. «¡Mamá no tiene orejas!», pensó. Abrió la guantera y sacó un libro sellado, el cual antes de salir de casa no recordó haber visto. En él se leían las siglas CRIAT–5, más abajo su significado: Centro de Re-programación Integral para Androides Terraformadores de quinta generación en crianza y apoyo de embriones.

Las lágrimas empezaron a brotar de los ojos de la niña, haciendo cada vez más difícil ver y decir alguna palabra.

—Mamá, por favor, háblame —dijo. Pero no hubo respuesta—. Mamá, ¿qué pasa? —tampoco hubo reacción—. A… an… androide, detente —esta vez, la voz de Maribel sonó diferente; cómo cuando les habló a sus amigos de la guardería.

En ese instante, el automóvil guiado por mamá, o más bien por el androide destinado a cuidado, crianza y educación de embriones humanos para el poblamiento general del planeta Maya, modelo T/027-Mater S, se detuvo. Por primera vez, ese androide de cubierta biológica escuchó y obedeció la voz de mando para la cual fue programado hacía ochocientos años atrás.

—Llévame donde están los otros como yo —ordenó, Maribel, en tono imperativo, con la garganta aún apretada y los labios pegajosos.

—Si, como usted ordene —respondió, el androide.

Maribel, en ese momento, conoció lo que hacía ahí en verdad. Miró por la ventana como buscando alguien en quien apoyar su enorme tristeza. Así, el paisaje que siempre había visto, cambió de significado, de aroma y hasta de color. Quiso abrazar a su mamá, pero ella se había marchado para siempre frente a sus ojos.

En la parte de atrás del vehículo estaba su mascota de muchos años, de su inocente primera infancia, medio trasformado en niño o algo semejante. Haría que lo dejaran tal como era antes de que se descompusiera y trataría de jugar algún día con él. Sabía que el androide mamá le explicaría muchas cosas y la ayudaría, pero eso no era suficiente.

Otra vez todo comenzó a nublarse ante su mirada. «Lástima», pensó, con los ojos ahogados en lágrimas, ya que ahora se venían muchas, pero muchas más tardes aburridas en su existencia, esa, que recién comenzaba a ser real.