El Jardín de los Cerezos - Antón Chéjov - E-Book

El Jardín de los Cerezos E-Book

Anton Chejov

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Beschreibung

"El Jardín de los Cerezos", la última obra del dramaturgo ruso Antón Chéjov, es una profunda meditación sobre la pérdida y el cambio en un contexto social y económico en transformación. La trama gira en torno a una familia aristocrática que enfrenta la inminente venta de su ancestral jardín de cerezos, símbolo de una era pasada. Chéjov utiliza una prosa delicada y un estilo realista que mezcla el dramatismo con toques de comedia sutil, explorando las complejidades de las relaciones humanas y la nostalgia. A través de diálogos cotidianos y escenas cargadas de simbolismo, la obra captura la ambivalencia de los personajes ante el progreso y el inevitable paso del tiempo. Antón Chéjov, médico de formación y dramaturgo de renombre, se destacó por su capacidad de reflejar la vida rusa en el cambio de siglos. La transición de la sociedad zarista al auge del comunismo dejó una huella profunda en su pensamiento y escritura. Su experiencia en la observación de la condición humana influenció su aproximación lírica y filosófica al teatro, buscando siempre la verdad emocional en los personajes y sus dilemas existenciales. Recomiendo "El Jardín de los Cerezos" a cualquier lector interesado en una exploración poética del cambio social y las complejidades de las relaciones humanas. La obra no solo es un testimonio de su tiempo, sino también una reflexión atemporal sobre la resistencia al cambio y el anhelo de lo perdido.

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Antón Chéjov

El Jardín de los Cerezos

Publicado por Good Press, 2023
EAN 08596547819981

Índice

PERSONAJES
Primera parte
Segunda parte
Tercera parte
Cuarta parte

PERSONAJES

Índice

LUBOVA ANDREIEVNA RANEVSKAIA, propietaria rural. ANIA, diecisiete años, su hija. VARIA, veinticuatro años, su hija adoptiva. LEÓNIDAS ANDREIEVITCH GAIEF, hermano de Lubova Andreievna. YERMOLAI ALEXIEVITCH LOPAKHIN, mercader. PIOTOR SERGINEVITCH TROFIMOF, estudiante. PITSCHIK BORISAVITCH SIMEACOF, pequeño propietario rural. CARLOTA YVANOVNA. SIMEÓN PANTELEIVITCH EPIFOTOF, administrador. DUNIASCHA, camarera. FIRZ, ochenta y siete años, camarero. YASCHA, joven ayuda de cámara. Un desconocido. El jefe de la estación del ferrocarril. PESTOVITCH TCHINOVNIK, funcionario público. Gente en visita. Sirvientes.

Primera parte

Índice

Casa—habitación en la finca de Lubova Andreievna. Aposento llamado «de los niños», porque allí durmieron siempre los niños de la familia. Una puerta comunica con el cuarto de Ania. Muebles sólidos, de caoba barnizada, estilo 1830. Macizo velador. Amplio canapé. Viejo armario. En las paredes, litografías iluminadas. Despunta el alba de un día del mes de mayo. Luz matinal, tenue, propia de los crepúsculos del Norte. Por la ancha ventana, el jardín de los cerezos muestra a todos sus árboles en flor. La blancura tenue de las flores armonízase con la suave claridad del horizonte, que se ilumina poco a poco. El jardín de los cerezos es la belleza, el tesoro de la finca; es el orgullo de los propietarios. Aquí están Duniascha, en pie, con una vela en la mano; Lopakhin, sentado, con un libro abierto delante de sus ojos.

LOPAKHIN (aplicando el oído). —Paréceme que el tren ha llegado por fin. ¡Gracias a Dios! ¿Puedes decirme qué hora es?

DUNIASCHA. —Son las dos. (Apaga la bujía.) Ya lo ve usted, amanece.

LOPAKHIN. —El tren lleva dos horas de retraso, por lo menos. Pero ¿quién se admira ya de los retrasos de los trenes? Después de todo, soy un imbécil. Sí, soy un imbécil. Vine justamente para ir al encuentro del tren. Procediendo con toda la calma imaginable, hubiera llegado a tiempo, puesto que el tren anda retrasado dos horas, como de costumbre. Tomé un libro para mantenerme despierto, y me dormí apenas hube leído las primeras líneas. ¿Por qué no me despertasteis, Duniascha?

DUNIASCHA. —Muy sencillo. Porque supuse que se habría despertado sin necesidad de mí. (Escuchando rumores que vienen de fuera.) Ya llegaron... ¡Escuche!...

LOPAKHIN (escuchando a su vez). —No. ¡Esto no puede ser! Teníamos que haber recogido el equipaje, hacerlo cargar, acomodarlo en los coches, y eso, y lo otro, y lo de más allá... ¿Cómo es posible que ya estén ahí?... Lubova Andreievna ha residido en el extranjero por espacio de cinco años. Mucho debe de haber cambiado. En el extranjero se contraen nuevos hábitos, se cambian las ideas, se modifica el carácter. Como quiera que sea, Lubova Andreievna es una excelente mujer, llana, tratable, de buen corazón. Me acuerdo de que, siendo yo un muchachuelo de ocho años, mi padre, mercader de un pueblo inmediato, me pegó en la cara, no sé por qué, y me brotó sangre de la nariz. Lubova Andreievna, entonces tan jovencita, tan delgada, tan cándida, me tomó de la mano, me condujo al lavabo, que precisamente se hallaba en esta habitación, y me dijo: «No llores, aldeanito, no llores; esto no será nada. De aquí a tu boda, todo habrá pasado...» ¡Ah, sí; aldeanito! En efecto: mi padre era un labriego, nada más que un insignificante labriego; pero yo, ahora, uso chaleco blanco y calzo botas amarillas... No cabe duda, soy rico; tengo muchísimo dinero; aunque reflexionándolo bien, mirando las cosas como son, yo, a mi vez, no soy sino un labriego... Quise leer este libro, hice lo posible por leerlo, traté de comprender, y nada comprendí. Las letras impresas me trajeron el sueño, y me dormí profundamente.

DUNIASCHA. —Los perros, sin embargo, no se duermen jamás cuando esperan a sus amos.

LOPAKHIN. —¿Qué te ocurre, Duniascha? Tu actitud me causa extrañeza.

DUNIASCHA. —Mis manos tiemblan. Mis piernas flaquean. Tengo miedo de caer.