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Jamás se había sometido a nadie, y menos a una mujer. La sangre latina que ardía en las venas del campeón de polo Nero Caracas lo impulsaba a conseguir todo aquello que quería. Bella Wheeler había seguido los pasos de su padre como adiestradora de caballos. Pero el vergonzoso legado de su progenitor la obligaba a adoptar una postura estrictamente profesional y no intimar con nadie. Sin embargo, había dos cosas que Nero anhelaba de aquella mujer hermosa y altanera... el mejor caballo del mundo y el cuerpo puro e inmaculado que se ocultaba bajo la coraza de hielo.
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Editado por Harlequin Ibérica.
Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Avenida de Burgos, 8B - Planta 18
28036 Madrid
© 2011 Susan Stephens
© 2024 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
El jinete argentino, n.º 3064 - febrero 2024
Título original: The Untamed Argentinian
Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.
Este título fue publicado originalmente en español en 2014
Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.
Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.
Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.
® Harlequin, Bianca y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.
® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.
Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.
Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited.
Todos los derechos están reservados.
I.S.B.N.: 9788411805902
Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.
Créditos
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 16
Si te ha gustado este libro…
TE IMPORTA si te hago compañía?
Un escalofrío recorrió la espalda de Bella al reconocer la voz con acento argentino tras ella. Solo había un hombre capaz de pasearse libremente por el Guard’s Polo Club, en los jardines de Su Majestad en Windsor. Nero Caracas, conocido como el Asesino en los círculos de polo, era uno de los mejores jugadores del mundo y disfrutaba de unos privilegios con los que otros solo podían soñar. Increíblemente atractivo, Bella lo había visto dominando en el terreno de juego y lo había deseado tanto como cualquier otra mujer. Pero nada podría haberla preparado para estar tan cerca del jinete argentino.
–Así que esta es Misty –dijo Nero, adentrándose en el establo para acariciar la grupa del poni–. De cerca parece más pequeña…
–Las apariencias engañan –replicó Bella, saltando en defensa de su poni favorito mientras se obligaba a seguir engrasando los cascos. Había vivido con animales el tiempo suficiente para saber que podían ser muy peligrosos, por muy tranquilos que parecieran.
–El partido va a empezar…
«¿Y?», pensó Bella sin abandonar su tarea. Como adiestradora de los caballos del equipo británico sabía muy bien cuándo debía comenzar el partido. Y era Nero, como capitán del equipo rival, el que debería estar preparándose para el mismo.
A Nero lo precedía su reputación. Sin duda había pensado que podía dejarse caer por los establos y ver cumplidos sus deseos en el acto. Pero en esa ocasión el Asesino tendría que ceder ante la Doncella de Hielo.
–Tengo que hablar contigo sobre Misty –le dijo mientras examinaba al poni con la mirada.
–No es el mejor momento –respondió Bella fríamente, pero cuando sus ojos se encontraron se percató de que estaba sometiendo a Nero al mismo escrutinio visual que él con su yegua… Su piel bronceada, los pantalones blancos y ajustados, las botas de cuero ceñidas a sus poderosas pantorrillas, el polo oscuro, los rizos rebeldes que enmarcaban un mentón recio y oscurecido por una barba incipiente…
–Como quieras –concedió él.
Asintió ligeramente con la cabeza y Bella advirtió el brillo desafiante en sus ojos. Nero Caracas era el peor enemigo que Bella podía tener en su precaria situación económica. La crisis había hecho estragos en el mundo del polo y Bella no se podía permitir un solo fracaso.
–¿Eso es todo? –le preguntó con firmeza, encarando al todopoderoso dios del polo.
–No –respondió él, sacudiendo la cabeza–. Creo que Misty estaría mejor si la montara un hombre capaz de apreciarla como se merece…
–Te aseguro que el capitán del equipo inglés sabe apreciarla como se merece.
–¿En serio? ¿Sabe cómo montarla para darle placer?
Bella miró su reloj. Las palabras de Nero Caracas estaban impregnadas de un provocativo matiz sexual, o al menos así le parecía a ella.
–¿Te pongo nerviosa, Bella?
Ella se echó a reír.
–Claro que no. Me preocupa que llegues tarde al partido, eso es todo.
–Aún tengo tiempo –le aseguró él.
¿Era un brillo de regocijo lo que destellaba en sus ojos negros? Mientras él acariciaba el cuello de Misty, Bella se perdió unos instantes en la arrebatadora virilidad que irradiaban sus rasgos y músculos. Nero Caracas era un espécimen masculino de primer orden. ¿Cómo podría haber acabado aquel encuentro si las circunstancias hubieran sido distintas… y si ella hubiera sido otra mujer?
–En garde –murmuró Nero cuando ella se interpuso entre él y el poni con manchas grises–. Me gustaría que trabajaras para mí, Isabella, en vez de hacerlo para mis rivales.
Bella le echó una mirada cargada de ironía.
–Me encuentro muy bien donde estoy, gracias.
–Quizá pueda hacerte cambiar de opinión.
–Si te hace feliz intentarlo.
–Has de saber que nunca rechazo un desafío.
Aquel hombre era demasiado viril, demasiado inquietante y estaba demasiado cerca…
–¿Algo más? –le preguntó en tono cortante, irritada porque su yegua hubiera permanecido en calma cuando Nero entró en el establo.
La penetrante mirada de Nero le aceleraba el corazón. Nero Caracas tenía un carisma arrebatador ante el que no cabía la menor resistencia. Y Bella no quería verse reducida a un montón de hormonas revolucionadas por un macho recalcitrante. Como cualquier otra mujer, quería tener el control.
Nero alzó burlonamente las manos en un gesto de rendición.
–Tranquila, ya me marcho. Pero volveré a verte, Misty –le dijo a la yegua, desacostumbradamente dócil.
–Si no estoy yo, Misty está protegida por las medidas de seguridad más extremas –declaró Bella con una vehemencia feroz.
–Lo tendré en cuenta… –repuso él con un encogimiento de hombros que podría traducirse como «¿y qué?».
Nada ni nadie podría impedirle hacer lo que quisiera. Y su visita al establo sugería que el famoso argentino quería comprar a Misty, la yegua a la que Bella le había tomado tanto afecto.
–Te has ocupado muy bien de ella, Bella –observó Nero, deteniéndose en la puerta–. Está en óptimas condiciones.
–Conmigo es feliz.
Él lo reconoció asintiendo con la cabeza, pero su sonrisa insinuaba que podría ofrecerle mucho más que ella a cualquier caballo.
La posibilidad de perder a Misty cayó sobre ella como una bomba. En el mundo del polo la presión era constante. Los mejores jugadores tenían que montar los mejores caballos. Misty era la mejor, y solo un tonto pensaría que era posible interponerse en el camino de Nero Caracas sin pagar las consecuencias.
–Hasta nuestro próximo encuentro, Bella.
No habría un próximo encuentro, pensó ella con los labios apretados. Misty era todo lo que quedaba de su difunto padre. Mientras siguiera compitiendo, la gente seguiría hablando de Jack Wheeler como el mejor adiestrador de caballos y no como el jugador que perdió todo por lo que había trabajado.
–Misty solo se deja montar por aquellos en quienes confía.
–Como cualquier mujer –Nero sonrió y volvió a acercarse a la yegua para pasar la mano por una pata–. Buenas patas…
Bella sintió un hormigueo en las piernas. La mirada de Nero le dejaba claro que la yegua no era la única que estaba siendo examinada.
–Disfruta del partido –le dijo, medio aturdida.
–Tú también, Bella –respondió él en un tono divertido y a la vez desafiante.
–Misty superará a tus ponis criollos de la Pampa.
–Ya lo veremos. Mis criollos descienden de los caballos de guerra españoles. Su fuerza es insuperable. Su lealtad, incontestable. Su resistencia, incomparable. Por no decir que llevan el espíritu combativo en los genes.
Igual que Nero, pensó Bella. Lo había visto competir y se había maravillado con su fuerza, velocidad y agilidad, la perfecta coordinación de sus movimientos, su sorprendente intuición y la inmediata respuesta que recibía de sus monturas. Nunca pensó que algún día sería ella la destinataria de ese poder dominante.
–Que gane el mejor –dijo, alzando el mentón en un gesto desafiante.
–Desde luego que ganará el mejor –corroboró el indiscutible rey del polo.
Bella siempre se había sentido a salvo en las cuadras, rodeada por el olor a heno y el calor de un animal en el que podía confiar. Pero esa seguridad se veía en peligro por culpa de un hombre con voz profunda y evocadora.
Fuera cual fuera el juego, no podía olvidar que Nero Caracas siempre jugaba para ganar.
–Gane o pierda, Misty no está en venta.
–He acabado mi examen y me gusta lo que veo –comentó Nero como si ella no hubiera dicho nada–. Tendrá que pasar el reconocimiento del veterinario, pero si hoy demuestra estar a la altura de las expectativas… y seguro que así será, me gustaría hacerte una oferta por ella, Bella. Pon tú el precio.
–He dicho que no está en venta, señor Caracas –no iba a cambiar de opinión solo porque a Nero Caracas se le metiera en la cabeza adquirir a Misty–. No necesito tu dinero.
Nero ladeó la cabeza. Era obvio que conocía los rumores que circulaban sobre ella en el mundo del polo.
–Puede que no necesites mi dinero, pero todo el mundo necesita algo…
–¿Es una amenaza? –una punzada de pánico la atravesó. ¿Iba a perder todo por lo que había trabajado? Nero Caracas era el centro alrededor del cual giraba el universo del polo. Además de una inmensa fortuna y de una habilidad sin par en el terreno de juego, conocía a los caballos mejor que nadie. Con un simple chasquido de sus dedos podría acabar con la carrera de Bella.
–Relájate –le aconsejó él–. Trabajas mucho y te preocupas demasiado, Bella. El polo solo es un juego.
¿Solo un juego?
–Estoy impaciente por ver a Misty en acción –continuó él. Le echó una última y penetrante mirada con sus ojos negros y salió del establo.
Bella dejó escapar una exhalación y se derrumbó contra la fría pared de piedra. Era una locura enfrentarse a él, pero lo haría con uñas y dientes si Nero intentaba presionarla.
En ese momento entró uno de los mozos y le preguntó a Bella si todo iba bien.
–Sí, sí… muy bien –le confirmó ella, deseando estar en casa con sus perros y caballos, donde la vida era sencilla y apacible y donde los niños que la visitaban aprendían a cuidar a los animales. Si se enfrentaba a Nero podría perderlo todo.
–¿Quiere que lleve a Misty al terreno de juego? –se ofreció el mozo.
–Sí, llévala, pero no la pierdas de vista en ningún momento.
–Descuide. Vamos, Misty –el chico agarró las riendas.
–Mejor te acompaño –decidió Bella. La inesperada visita de Nero Caracas la había conmocionado, y también le había recordado que su vida era un castillo de naipes que podía derrumbarse en cualquier momento. Nero jamás hacía nada sin un propósito.
Tendría que responder a su fuego con hielo, decidió mientras cerraba la puerta del establo. Lo había hecho otras veces y siempre había conseguido salir ilesa. La gente aún hablaba de cómo su padre había arruinado su carrera por culpa del juego, y por eso Bella se había convertido en la Doncella de Hielo. La vida le había enseñado a mantener el control sobre sus sentimientos. Y Misty era más que un poni. La pequeña yegua simbolizaba la determinación de Bella por reconstruir el nombre de su familia. Le había prometido a su moribundo padre que nunca se desprendería de Misty, pero ¿cómo podría rechazar la oferta de Nero Caracas?
Tenía que hacerlo. Nero podía ser el sueño erótico de una mujer con sus hombros de herrero, sus ojos negros y su barba incipiente, pero ella tenía un trabajo que hacer.
–Buena suerte, Bella –le desearon los otros mozos mientras atravesaba el patio.
Ella los saludó con la mano y apresuró el paso.
–El equipo argentino parece muy bueno –observó el mozo que la acompañaba–. Especialmente Nero Caracas. En los últimos partidos el Asesino ha hecho honor a su apodo…
–Muy bien, gracias –no necesitaba que le recordaran la brutalidad de Nero. El campeón podía sentirse como en casa en el terreno de juego y hacer de caballero en los jardines de la reina, pero vivía en Argentina, done se dedicaba a criar y adiestrar caballos en las vastas llanuras de la pampa.
La pampa…
El nombre le desató un torrente de imágenes tan excitantes como peligrosas. Cuanto antes regresara Nero a su tierra natal, antes podría ella respirar tranquila.
Ató a Misty junto a las otras monturas que esperaban su turno para salir al campo y le rodeó el cuello con los brazos.
–Jamás te perderé –le susurró–. Y nunca te vendería a un salvaje desalmado como Nero Caracas. Antes preferiría…
Enterró la cara en el costado de Misty e intentó borrar las imágenes que la asaltaban sin cesar, pero una y otra vez se imaginaba gimiendo de placer en brazos de Nero. Soñar despierta estaba muy bien, pero en lo sucesivo haría mejor en cerrar la puerta del establo.
Nero nunca les daba mucho crédito a los rumores. Prefería formarse su propia opinión sobre las personas, animales, lugares, cosas…
Y sobre Isabella Wheeler.
La Doncella de Hielo lo había mirado con recelo y hostilidad al principio, pero no al despedirse. ¿Por qué llevaba su largo pelo rojo severamente recogido bajo una red? Presentaba un orden y pulcritud antinaturales, pero bajo la coraza de hielo se adivinaba una vena salvaje. Nero había visto a muchos caballos aparentemente dóciles soltándole una coz a un mozo de cuadras que no se acercara con el suficiente respeto. Bella demostraba tener un control absoluto sobre todo lo que hacía. Se había ganado el respeto en el mundo de la equitación, pero seguía siendo un enigma y nadie sabía nada de su vida privada. Y el aura de misterio que la envolvía era un desafío imposible de resistir para Nero.
Montó y agarró las riendas mientras llamaba a su equipo para darles la última arenga. Los jugadores lo conocían bien y sabían que estaba más nervioso que de costumbre.
–Sin piedad –les ordenó–. Pero sin poner en peligro a los caballos. Y mucho cuidado con la yegua gris que montará el capitán inglés. Es posible que quiera comprarla, dependiendo de cómo lo haga hoy.
¿Bella estaba decidida a no venderle su yegua?
Él la haría cambiar de opinión, por mucho que ella se resistiera. La idea de derribar sus defensas y hacer que sus ojos gritaran de placer era todo el estímulo que necesitaba. Quería que se relajara con él y descubrir quién era realmente Bella Wheeler.
El brillo de determinación era tan fuerte en sus ojos que su equipo lo confundió con el fuego de la batalla y se apartó de él.
Bella no sería nada fácil, pensó mientras se quitaba el casco ante la multitud que rugía en las gradas. No, Bella no sucumbiría ante él como había hecho su bonita yegua. Se lo impedía el miedo que Nero había intuido tras su fría expresión. El miedo a perder a su yegua… y algo más que intrigaba a Nero. ¿Por qué una mujer tan atractiva y competente en su trabajo vivía como una monja de clausura en una sociedad dominada por el sexo y la lujuria?
Porque Bella era distinta. Una mujer independiente y valerosa que había apoyado a su padre hasta el final y que se había esforzado en salvar lo poco que pudo. Pero en lo relativo a su vida privada parecía estar sola y decidida a seguir así. ¿Por qué si no vestía de aquella manera tan recatada?
Se dedicaba en cuerpo y alma al trabajo, como si la menor concesión al humor y la diversión fuera un riesgo inaceptable. Sin embargo, bajo su fachada de hielo se escondía una mujer cálida y afectuosa, muy querida por los niños a los que invitaba a sus cuadras. Y a él podría resultarse de gran utilidad.
Volvió a colocarse el casco y miró hacia las gradas en busca de Bella mientras espoleaba a su montura para comenzar el partido.
BELLA odiaba a Nero Caracas con toda su alma. Él solo se había bastado para aniquilar al equipo británico. Sus tres compañeros habían jugado bien, pero era él quien había aplastado a sus rivales, los cuales montaban los ponis que ella había adiestrado. Tuvo una pequeña alegría cuando el príncipe, encargado de entregar los premios, nombró a Misty poni del partido, pero Nero se encargó de amargarle el triunfo con una mirada que lo decía todo: «Misty va a ser mía».
«Por encima de mi cadáver», le respondió ella en silencio.
Para empeorarlo todo aún más, se vio obligaba a aguantar su compañía durante la velada. El príncipe invitó a todos los jugadores y adiestradores a cenar en el castillo de Windsor. No era el tipo de invitación que Bella pudiera rechazar así como así, y no iba a permitir que Nero Caracas le impidiera ver por dentro el castillo real. Además, la invitación del príncipe ayudaría a limpiar el recuerdo de su padre y a que el nombre de Jack Wheeler volviera a ser pronunciado con orgullo en el mundo del polo. Y, bien pensado, tampoco era probable que tuviera que sentarse junto a Nero. El protocolo se respetaba escrupulosamente en los círculos sociales y a ella le correspondía sentarse con su equipo.
–Espero que no te importe sentarte a mi lado en vez de con tu equipo –le dijo el príncipe con una cálida sonrisa.
–Claro que no, señor. Es un honor –respondió Bella cortésmente, intentando ignorar al hombre que se sentaba al otro lado del príncipe. Y el hecho de que Nero Caracas pareciera hacer tan buenas migas con su anfitrión real.
–El capitán del equipo ganador y la dueña y adiestradora del poni del partido… Me parecía un emparejamiento inevitable –le confesó el príncipe con su tono despreocupado de siempre.
–Desde luego, señor –corroboró Bella, encontrándose con la mirada divertida de Nero. ¿Qué estaba pasando allí?
–Su Alteza es un hombre muy perspicaz –comentó Nero mientras miraba a Bella con una ceja arqueada.
Bella Wheeler vestida con un traje de noche. Una imagen con la que había estado fantaseando de camino al castillo. Se había imaginado a Bella con el pelo suelto y mostrando las curvas que escondía su ropa de trabajo. Pero el vestido le habría parecido recatado incluso a su abuela, y el pelo lo llevaba más severamente recogido que nunca. A aquel paso acabaría paseándose como una mujer anuncio con el mensaje «Se mira pero no se toca».
–He oído hablar muy bien de ti, Bella –estaba diciendo el príncipe–, y no solo como adiestradora de ponis. Al parecer también haces un trabajo magnífico con niños.