5,99 €
Unidos por el pasado Susan Stephens Volvió por viaje de negocios… pero ¿sería capaz de quedarse por placer? Para el multimillonario Xander Tsakis, volver a la isla griega donde se había criado era un mal trago, una experiencia llena de recuerdos dolorosos. Se sentía en deuda con sus difuntos padres adoptivos, y estaba decidido a devolver su antigua gloria a Praxos, pero no era una perspectiva que la agradara; por lo menos, hasta que conoció a Rosy Boom. Rosy solo quería un poco de paz, para superar su también doloroso pasado; pero no había nada pacífico en la tormenta de deseo y emociones que Xander desató en ella. Además, lo que había entre ellos era pasajero… pero la tentadora y peligrosa cercanía de Xander consiguió que la cautelosa Rosy se dejara llevar. Una jugada perfecta Karen Booth Estaban separados por intereses contrapuestos… Y unidos por el deseo Paige Moss estaba abriéndose camino en el mundo del deporte con su agencia para deportistas femeninas de élite, pero el guapísimo Zach Armstrong, su rival más destacado, estaba dispuesto a robarle la clientela. Cuando se encontraron en una feria deportiva en Las Vegas para aclarar las cosas, la atracción que nació entre ellos condujo a una noche de pasión. Y, a pesar de la rivalidad, no pudieron resistirse a mezclar los negocios con el placer...
Sie lesen das E-Book in den Legimi-Apps auf:
Seitenzahl: 338
Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley.
Diríjase a CEDRO si necesita reproducir algún fragmento de esta obra.
www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47
Editado por Harlequin Ibérica.
Una división de HarperCollins Ibérica, S. A.
Avenida de Burgos, 8B - Planta 18
28036 Madrid
© 2024 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S. A.
E-pack Bianca y Deseo, n.º 402 - septiembre 2024
I.S.B.N.: 978-84-1074-350-2
Créditos
Unidos por el pasado
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 16
Capítulo 17
Epílogo
Si te ha gustado este libro…
Una jugada perfecta
Capítulo Uno
Capítulo Dos
Capítulo Tres
Capítulo Cuatro
Capítulo Cinco
Capítulo Seis
Capítulo Siete
Capítulo Ocho
Capítulo Nueve
Capítulo Diez
Capítulo Once
Capítulo Doce
Capítulo Trece
Si te ha gustado este libro…
Era la calma antes de una tormenta. Cualquier romaní lo habría notado. Pero ¿por qué allí? ¿Por qué en ese momento?
No era la primera vez que Xander Tsakis tenía esa sensación. La había tenido antes, cuando su vida dio un drástico giro para mejor cuando Eleni y Romanos Tsakis lo sacaron del arroyo y lo llevaron a su casa, donde lo criaron como si fuera hijo suyo. ¿Qué más podía pedir ahora? Gracias al milagro del amor de tan notable pareja, tenía todo lo que la gente podía desear.
Sin saber qué forma adoptaría aquella tormenta, Xander se pasó una mano por su revuelto pelo negro y se sentó en el suntuoso y bien acolchado asiento de su moderno y personalizado helicóptero. El aparato lo iba a llevar al sitio más parecido a un hogar que había conocido: la minúscula isla de Praxos, una gema situada al oeste de la Grecia continental.
No siempre había tenido lujos como aquel. De niño, su viaje más cómodo había consistido en viajar en la parte trasera de una camioneta. Y, aunque su ascenso social había sido meteórico, no había estado exento de momentos trágicos: el reciente fallecimiento de su multimillonario y filántropo padre adoptivo solo era la última de las muchas pérdidas que había sufrido a lo largo de su vida.
Alguien habría podido decir que sus primeros años habían sido inusitádamente duros, pero la dureza había sido la norma de su infancia.
Criado en un burdel por una serie de mujeres, se acostumbró pronto a una vida de cambios, donde nada duraba demasiado, empezando por el amor. Su madre, que era romaní, se había quedado embarazada de él poco antes de cumplir los dieciséis y, cuando murió, él pasó de mano en mano por el prostíbulo.
A los seis años, ya sentía el deseo de labrarse un futuro mejor, espoleado por los elegantes sitios frente a los que deambulaba cuando lo echaban del burdel de noche para impedir que la policía local hiciera preguntas incómodas sobre su presencia en semejante establecimiento. Ver el esplendor y las limusinas de los ricos y famosos lo convenció de que esa era la vida que quería tener.
Por imposible que fuera su sueño, su vida cambió el día que Romanos Tsakis lo vio buscando comida en la basura del lujoso restaurante donde su esposa y él habían estado celebrando su aniversario de bodas. Xander estaba acostumbrado a que los desconocidos lo acosaran porque, a pesar de estar sucio y andrajoso, era un niño bastante guapo; y muy avispado, lo cual le había permitido sobrevivir en la calle.
Por fortuna, su instinto gitano le dijo que aquella era la oportunidad que había estado buscando, y no se equivocó. Romanos y Eleni demostraron ser magníficas personas, aunque su amor tardó en abrirse paso entre la desconfianza y las barreras de aquel chaval de seis años, y solo lo consiguieron porque no se rindieron en ningún momento.
Desgraciadamente, su hijo natural, Achilles, interpretaba muy bien el papel de demonio. Tres años mayor que él, y bastante más grande, hizo lo posible por expulsarlo de su casa. Pero la paciencia y el afecto de sus padres adoptivos y la promesa de recibir la educación que tanto deseaba le dio fuerzas para soportar el rencor de Achilles y seguir allí.
De hecho, aquel día se había subido al helicóptero para salvar la isla que Achilles había destrozado. Se iba a alojar en la Casa Grande, como llamaban al hogar de los Tsakis, el lugar donde había aprendido que hasta las buenas personas tenían un lado oscuro. Y, desde luego, Achilles lo había tenido.
Pero aquella vez no estarían ni Eleni ni Romanos para recibirlo; no habría sonrisas y cálidos abrazos. Eleni acababa de morir súbitamente, lo cual le había ahorrado la autopsia de su esposo y de Achilles, que fallecieron después. Gracias a eso, no había llegado a saber que Achilles conducía borracho cuando se despeñó por el acantilado donde su padre y él encontraron la muerte.
La tragedia había sorprendido a Xander mientras trabajaba en un proyecto de purificación de aguas, en un lugar tan remoto que no tenía conexión telefónica. Y, cuando por fin la consiguió, ya habían enterrado a su padre adoptivo y a su hermanastro, lo cual aumentó su pesar.
Pero aún había más, como supo después: sus empleados no quisieron decirle en esa situación que Achilles había dañado gravemente la isla. Prefirieron esperar a que volviera a casa, y ahora se lamentaba de todo lo que había pasado en su ausencia.
Sin embargo, nadie podía estar en dos sitios a la vez. Sin mencionar el hecho de que el proyecto en el que estaba trabajando había significado mucho para Romanos.
Sintiéndose culpable, se giró hacia el piloto y le dijo, para cambiar la dirección de sus pensamientos:
–Sobrevuela el colegio.
No quería pensar en la tragedia de su familia. Ya no podía cambiar nada. Pero podía ver el estado del sitio donde había estudiado de pequeño y, si el colegio estaba tan mal como el resto de la isla, no quiso ni imaginar hasta dónde llegaría el desastre.
Xander se tragó su rabia y la metió en el mismo compartimento cerrado donde escondía todas las emociones humanas. Estaba convencido de que nunca volvería conocer a nadie como Eleni y Romanos, pero podía recoger el testigo de las buenas acciones de su padre adoptivo.
Sacó su teléfono móvil y leyó el último mensaje de Romanos, con el corazón encogido. Lo estuvo mirando un buen rato, aferrado a él, como si le pudiera devolver aunque solo fuera un atisbo de su bondad:
He encontrado una profesora maravillosa para el colegio, una joven que se llama Rosy Boom. Cuida de ella, Xander. Praxos no se puede permitir el lujo de perderla.
Xander se volvió a sentir culpable. Tras la muerte de Eleni, decidió quedarse en la isla para animar al hundido Romanos, pero su padre le rogó que siguiera con el proyecto de purificación de aguas, la culminación de toda una vida de trabajo.
–Aquí no puedes hacer nada –le había dicho–, pero esa gente te necesita. Sus hijos merecen tener la misma oportunidad que yo te di.
Xander no tuvo más remedio que obedecerlo. Y ahora, mientras leía el postrero mensaje de Romanos, tuvo la sensación de que le había hablado de aquella joven porque tenía la sospecha de que no estaría allí para ayudarla durante sus primeros meses en la isla.
Por lo que le habían contado, la profesora había estudiado literatura clásica y magisterio, además de hablar griego. Pero no recordaba si había tenido ocasión de conocerla. ¿Habría estado en el entierro de Eleni?
Xander rebuscó en su memoria, en vano. Aquel día, había estado tan concentrado en apoyar a Romanos que no había prestado atención a nada más.
Apartó a la joven de sus pensamientos y repasó su plan, que consistía en estudiar los problemas que había creado Achilles y mejorar la situación de los isleños que habían tenido que sufrir los caprichos de un matón, aunque fuera brevemente.
A decir verdad, la necesidad de cuidar de la isla y de sus gentes explicaba que siguiera soltero a sus treinta y dos años; pero solo en parte, porque el motivo real era más sencillo: que no había conocido a ninguna mujer con quien quisiera comprometerse a largo plazo y, mucho menos, a quien quisiera confiar su corazón. De momento, prefería dedicarse a sus negocios y sus obras de caridad.
Se quitó la chaqueta, se aflojó la corbata y, tras desabrocharse los dos botones superiores de la camisa, se despojó de sus carísimos gemelos de diamantes, que brillaron contra la blanca tela. Después, estiró sus potentes brazos y, al estirarlos, se recordó que era un hombre esencialmente físico que solo se dedicaba a los negocios porque tenía talento para ganar enormes sumas de dinero.
–Estamos a punto de llegar al colegio –anunció el piloto.
Xander apretó los dientes, preparándose para lo que pudiera descubrir. ¿Seguiría abierto? No las tenía todas consigo, porque sus empleados le habían dicho que Achilles se había embolsado los fondos del colegio.
Cuando por fin lo divisó, se llevó una sorpresa. En principio, estaba como siempre. Los niños estaban en el patio, jugando con una joven desconocida; seguramente, la nueva profesora. Y al ver el helicóptero, la joven llamó a los niños para que se acercaran a ella, como intentando protegerlos.
–Gracias –dijo al piloto–. Ya puedes seguir.
Así que aquella era Rosy Boom.
Xander se sintió como si se hubiera establecido una conexión entre ellos en ese mismo momento, pero no supo por qué. Quizá, por el simple hecho de que fuera profesora, porque la educación siempre le había parecido fundamental.
En cualquier caso, no le pareció particularmente impresionante en la distancia. No era mucho más alta que el más alto de sus pupilos y, descontada su rubia melena, que llevaba recogida en un severo moño, no se podía decir que fuera una belleza. Pero su primera reacción había sido proteger a los alumnos, y eso hablaba a su favor.
De todas formas, la profesora no tenía motivos para preocuparse por el futuro del colegio. Él podía ser implacable en los negocios, pero estaba tan comprometido con la educación como Romanos, y no se iba a interponer en su camino.
–Baja –ordenó al piloto, que estaba siguiendo la línea de la costa–. Quédate a unos tres metros del mar.
Xander se quitó la ropa, sin más excepción que sus calzoncillos negros. Luego, abrió la portezuela del helicóptero y saltó al agua con un perfecto picado.
Sabía que aquella zona tenía corrientes traicioneras, pero la conocía muy bien, porque había estado muchos años allí. Los dos meses transcurridos desde su última visita habían sido de tragedia tras tragedia, pero el mar seguía como siempre, como una constante inalterable, y era el único sitio donde se sentía verdaderamente libre.
Mientras nadaba, habló internamente con el hombre que lo había criado y le prometió que cuidaría de la isla igual que la había cuidado él, y que se aseguraría de que Praxos y sus gentes prosperaran.
Era él, sin duda. Xander Tsakis. Habría reconocido el emblema de su helicóptero en cualquier circunstancia.
Pero ¿qué pasaría ahora? ¿Cambiaría las cosas?
Rosy se estremeció involuntariamente cuando el potente aparato proyectó su sombra sobre el patio del colegio. ¿Cómo sería Xander Tsakis? ¿Mejor que su hermano Achilles? No lo sabía, pero solo había una forma de averiguarlo: ir a verlo e interesarse por sus intenciones.
Durante los minutos siguientes, Rosy estuvo a punto de cambiar de opinión.
A punto.
El helicóptero se alejó siguiendo la línea de la costa y descendió sobre el océano. La portezuela se abrió poco después, y dio paso a un hombre de cuerpo impresionante, musculoso y moreno, que encajaba perfectamente con la descripción de la prensa: un hombre implacable, de nariz recta, un mujeriego elegante.
Xander Tsakis apoyó los pies en los patines del helicóptero y ejecutó un picado perfecto. El cuerpo de Rosy reaccionó con un entusiasmo extraordinario ante la primera visión del prácticamente desnudo millonario. Pero era el hermano de Achilles y, aunque no tuvieran la misma sangre, le costaba creer que fuera mejor persona.
En cualquier caso, era importante que lo viera antes de que se marchara de la isla, así que se llevó a los niños al interior del colegio, aunque le costó. No había olvidado el día en que Achilles la sorprendió sola y la empujó sobre la mesa de una clase, con intenciones evidentes. Si su amiga Alexa no hubiera entrado en ese momento, podría haber pasado cualquier cosa.
Sin embargo, Achilles había fallecido, y no tenía más remedio que enfrentarse a su hermanastro. Praxos dependía del dinero de los Tsakis, que además de ser prácticamente dueños de la isla, pagaban todos los sueldos; o, por lo menos, los habían pagado hasta que Achilles empezó a embolsarse el dinero, provocando que los habitantes de la isla empezaran a emigrar al continente.
Si no conseguía que el último de los Tsakis cambiara de actitud, la isla se quedaría literalmente vacía.
Rosy se concentró de nuevo en sus alumnos y entró en la clase donde estaban preparando el Panigiri, una fiesta de gran importancia para la isla. Por desgracia, la falta de dinero los había obligado a recortar radicalmente el presupuesto, y ahora dependían de lo que los voluntarios les pudieran dar o prestar. Pero, en cualquier caso, ella estaba decidida a que los niños la disfrutaran y se divirtieran.
La escandalera de los pequeños, que se habían sentado en círculo para hacer banderines de colores, cambió momentáneamente el rumbo de sus pensamientos. Sin embargo, eso no impidió que alzara la cabeza de vez en cuando y mirara por la ventana, con la esperanza de volver a ver a Xander Tsakis. ¿Se habría vestido ya? ¿O seguiría prácticamente desnudo?
Rosy se acordó entonces de la primera vez que vio a su padre adoptivo, Romanos, el hombre que la animó a mudarse a la isla. Romanos apoyaba económicamente a varias universidades de todo el mundo, y había sido el invitado de honor en la ceremonia de graduación del curso de Rosy, que estaba en Londres gracias a una beca.
El anciano le cayó bien desde el principio. Rosy había estado tan inmersa en aprender la cultura griega que incluso se había tomado la molestia de estudiar la lengua griega moderna y, cuando Romanos supo que hablaba su idioma, le ofreció un empleo de inmediato y, de paso, le dio la excusa perfecta para escapar de su pesadilla privada.
No se había arrepentido de marcharse a Praxos, y tampoco se iba a arrepentir ahora. Fuera como fuera Xander Tsakis, le expondría los problemas de la isla y exigiría una solución. No iba a dar la espalda a los suyos.
–Señorita, señorita…
Rosy sonrió al oír al niño que se dirigió a ella. El pequeño quería saber si el banderín que estaba haciendo era suficientemente largo, y ella contestó:
–Sí que lo es –dijo, sin dejar de sonreír–. Nai einai.
¿Asistiría Xander Tsakis a la fiesta? ¿O se habría marchado para entonces?
Desde su punto de vista, era crucial que asistiera. El Panigiri de aquel año era particularmente importante para el estado de ánimo de los isleños, aunque necesitarían bastante más que la presencia de Xander: necesitaban su apoyo económico, lo único que los podía salvar.
Al pensarlo, Rosy se estremeció. No, no sabía si Xander resultaría ser mejor que su difunto hermanastro, pero le costaba creer que pudiera ser peor. Nunca olvidaría que Achilles la había sorprendido sola en una de las aulas y había intentado forzarla. Ya no tenía las magulladuras que le había hecho en los brazos, pero casi las podía sentir.
En cualquier caso, Praxos se había convertido en su hogar, y defendería con uñas y dientes lo poco que Achilles había dejado. Además, ni quería ni podía volver a Inglaterra tras la trágica muerte de su madre, porque la segunda esposa de su padre le había dejado claro que ya no era bienvenida.
Había perdido su hogar de la infancia, el lugar donde se había criado. Y, aunque tenía miedo de que su madrastra solo quisiera a su padre por el dinero, no podía hacer nada al respecto.
–Mereces una vida nueva –le había dicho Romanos cuando le ofreció el empleo de profesora.
Y era cierto, la merecía. Pero ¿por qué había confiado en un desconocido? No estaba del todo segura, pero su instinto le había dicho que Romanos era digno de confianza y, cuando su padre le rogó que le diera un poco de espacio para afianzar su segundo matrimonio, ella se lo concedió. Había sufrido mucho, y quería que fuera feliz. Tenía derecho a encontrar nuevamente el amor.
Pero eso era agua pasada, y tenía muchas cosas que hacer.
Cuando los niños se fueron a casa, se puso un mono lleno de manchas de pintura y siguió redecorando el colegio. Luego, salió al exterior y terminó de pintar la valla de la entrada, para que estuviera seca cuando los alumnos volvieran al día siguiente.
Terminada su jornada laboral, volvió al interior para asearse un poco, y se pegó un buen susto cuando la puerta que acababa de cerrar se abrió de repente.
Era Xander Tsakis y, esta vez, completamente vestido. Pero no llevaba traje de ejecutivo, sino unos vaqueros desgastados, una camiseta negra y unas botas.
–¿Señorita Boom?
Su voz sonó más brusca de la cuenta, como si no estuviera de buen humor. Y Rosy comprendió inmediatamente el motivo: una de sus manos estaba llena de pintura.
–Oh, lo siento mucho… no esperaba que viniera nadie… de haberlo imaginado, habría…
–¿Qué habría hecho? ¿Poner un cartel?
–Lo he puesto…
–¿Hay algo con lo que me pueda limpiar?
–Sí, por supuesto.
Rosy le pasó un botecito de aguarrás y un paño limpio. Los extraordinariamente ojos negros de Xander la tenían tan desconcentrada que no podía ni pensar.
–Por cierto –continuó–, bienvenido a…
–¿A qué? ¿Al caos? –gruñó él.
Rosy siempre se había enorgullecido de ser extremadamente organizada, pero se calló lo que estaba pensando. A fin de cuentas, era su jefe.
–Es cierto que he puesto un cartel. Se habrá caído.
–Eso es obvio.
Xander se detuvo ante ella, alto como un coloso, y tan increíblemente atractivo que la estaba dejando sin aliento.
–Al menos, ha intentado cerrar la puerta de la valla –dijo ella, intentando controlar la alarmante reacción de su cuerpo–. Le agradezco que haya venido a…
–¿Es que me está echando?
–No, de ninguna manera. Iba a decir que me alegra que se haya pasado por aquí, señor Tsakis. Todos los habitantes de Praxos están encantados con su visita. La isla lo necesita. El colegio lo necesita…
Rosy cerró la boca rápidamente, horrorizada. Y no fue para menos, porque había estado a punto de decir que ella lo necesitaba.
Xander la miró de forma extraña, como si hubiera adivinado sus pensamientos.
–Pero bueno, ha sido un día largo, y supongo que estará cansado –prosiguió.
Él guardó silencio y pasó la vista por las cosas que habían estado preparando los niños, como si le interesaran de verdad.
–Se están esforzando mucho con los preparativos de la fiesta –explicó ella, admirando su impresionante cuerpo y su morena piel–. Esperamos que pueda venir.
Xander tampoco dijo nada en esa ocasión. Pero, al cabo de unos instantes, declaró:
–He echado un vistazo al resto de la isla, para hacerme una idea de la situación. Solo me faltaba el colegio.
–Espero que no lo haya decepcionado.
–Es pronto para decirlo.
Ella asintió y cambió de posición, incómoda con su propio aspecto. Xander Tsakis era una verdadera fuerza de la naturaleza y, como lo había visto muchas veces en revistas y periódicos, sabía que no solía salir precisamente con pelirrojas llenas de pecas y gafas partidas, que había apañado con un poco de celofán.
–En fin… –dijo él, dándose la vuelta para marcharse.
–Espere –dijo ella, armándose de valor–. ¿No se podría quedar unos minutos? Me gustaría hablar con usted sobre el colegio.
Xander se giró de nuevo.
–No –respondió, clavando la vista en sus ojos–. Tengo muchos sitios que ver, como ya imaginará.
–Entonces, ¿podríamos hablar esta noche?
–Es persistente, ¿eh?
–Puedo pasar por su casa, a la hora que le venga bien.
Él sacudió la cabeza, pero ella no se dio por derrotada. Había demasiadas cosas en juego.
–El colegio es crucial para la recuperación de la isla –alegó.
Xander la miró con más intensidad todavía, y ella se puso roja como un tomate. Pero, al menos, consiguió la respuesta que quería.
–Está bien. A las ocho en punto en la Casa Grande.
Rosy calculó rápidamente. Maria, el ama de llaves de los Tsakis, era amiga suya, y sabía que se marchaba más tarde, así que no estaría a solas con él.
–A las ocho en punto –dijo ella.
Rosy lo acompañó a la salida, donde él se detuvo tan bruscamente que ella estuvo a punto de llevárselo por delante.
–¿Quiénes son? –preguntó él, señalando los dibujos que estaban en la pared.
–Sus padres –contestó ella–. Los niños querían que estuvieran presentes en la fiesta, así que pintaron sus retratos.
Xander miró los dibujos con una expresión que disipó parte de las dudas de Rosy. No, definitivamente no era como Achilles. Era un hombre sensible, atento, una persona completamente distinta.
–A mis padres les habría gustado mucho –le confesó él–. Nunca olvidaré lo buenos que fueron conmigo.
–Lo acompaño en el sentimiento. Supongo que volver a la isla será muy duro para usted.
–Lo es –declaró Xander, atravesándola otra vez con la mirada. Pero la vida sigue, y nosotros debemos seguir con ella.
Rosy se preguntó cómo era posible que afrontara semejante pérdida con tanta frialdad. En otras circunstancias, habría pensado que la muerte de sus padres adoptivos le daba igual; pero había visto sus ojos mientras miraba los retratos que habían dibujado los niños, y sabía que le dolía profundamente.
–¿De dónde ha sacado los materiales para decorar el colegio? Tenía entendido que estaban sin presupuesto.
–Y lo estamos, pero hemos organizado un sistema de trueques que funciona razonablemente bien. Por ejemplo, yo doy clases privadas al decorador local y, a cambio, él me da pintura para el colegio.
–Vaya, una persona con iniciativa.
Rosy se preguntó si lo habría dicho con ironía.
–La necesidad convierte a los pobres en supervivientes.
–No me diga –replicó él, esta vez con sorna evidente.
Ella se maldijo para sus adentros. Sabía que la infancia de Xander había sido extraordinariamente difícil, pero le había hablado como si hubiera nacido rico.
–La supervivencia de Praxos es vital para todos –continuó él, volviendo a probar su aguante con otra de sus miradas intensas–. Pero hay que hacer algo más que sobrevivir… En fin, hablaremos esta noche.
Xander dio media vuelta y se fue.
–¡Cuidado con la pintura! –exclamó ella, presa del pánico.
Xander alzó una mano para darse por aludido. Ella regresó al interior y se sentó en una silla.
¿Qué acababa de pasar? Aparentemente, que Xander Tsakis se había hecho cargo de la situación.
Rosy se preguntó si sería capaz de recuperarse de su primer encuentro antes de las ocho en punto de la noche. Y un segundo después, se volvió a acordar de la valla, se levantó tan deprisa como pudo y salió al exterior.
–¡No arranque a toda velocidad, que hay mucho polvo! ¡Se manchará la valla recién pintada! –gritó.
Xander ya se había sentado al volante de su rojo coche, y ella pensó que estaba a punto de arruinar todo su trabajo. Pero le hizo caso, y se alejó tan despacio como pudo; por lo menos, hasta que llegó al final del vado, cuando pisó el acelerador y el vehículo rugió y desapareció de la vista, como impulsado por una oscura y desconocida fuerza.
Solo faltaba por saber si era una fuerza buena o mala.
Xander entrecerró los ojos y miró por el espejo retrovisor con una sonrisa en los labios, la primera sonrisa que había lucido en mucho tiempo. La recomendación de Romanos no había impedido que tuviera sus dudas en lo tocante a la profesora nueva, porque tenía veinticuatro años y le parecía demasiado joven para tanta responsabilidad. Pero, tras haberla conocido, no podía estar más de acuerdo con su difunto padre.
Rosy Boom estaba claramente capacitada para desempeñar su trabajo, y eso no era todo: también lo estaba para enfrentarse a él, cosa que muy poca gente podía decir. Había acero puro en aquellos ojos de color esmeralda, increíblemente bellos. Incluso escudados por las gafas más baratas que Xander había visto en su vida, lanzaban dardos de fuego.
Había sido de lo más refrescante. Además de tener las ideas claras, kyria Boom no había intentado adularlo en ningún momento, como solía hacer la gente con los hombres ricos y poderosos.
Desde luego, no podía negar que su profesionalidad lo había impresionado, aunque no tanto como el rubor que había teñido sus mejillas en determinado momento. La profesora no era su tipo de mujer, pero una especie de sexto sentido le decía que sería mejor que tuviera cuidado con ella; al menos, si quería respetar su norma de mantener las relaciones con las mujeres en un terreno estrictamente sexual.
De todas formas, no estaba demasiado preocupado. Tenía un plan que la mantendría demasiado ocupada como para que alguno de los dos cayera en la tentación, un plan tan atrevido que estaba deseando ver su reacción.
Antes de salir a la carretera principal, echó un último vistazo al retrovisor. Rosy Boom lo seguía aún con la mirada, pero ni sacudió la mano a modo de despedida ni hizo ningún otro gesto.
Xander se preguntó si estaría a la altura de su desafío. Y, sorprendiéndose a sí mismo, deseó que lo estuviera.
El encuentro con la profesora lo mantuvo de buen humor hasta que llegó a la Casa Grande. Ya no faltaba mucho para el anochecer, pero ni la escasa luz impidió que distinguiera las manchas en la funda de tela que había hecho Eleni para la butaca de Romanos, con intención de dar un toque de color a su despacho.
Las huellas del desastre de su hermanastro estaban por todas partes. Hasta la muerte de Eleni, Achilles se había visto obligado a andar con pies de plomo; pero, desde entonces, había hecho y deshecho a su antojo. Ya no estaba sometido al puño de hierro en guante de seda de su madre y, en cuanto a Romanos, estaba tan deprimido tras el fallecimiento de su esposa que no fue capaz de pararle los pies.
Xander se sentó en la butaca de cuero de Romanos e intentó no pensar en Rosy Boom, lo cual no impidió que echara un vistazo al reloj de la pared y cayera en la cuenta de que estaba impaciente por verla de nuevo.
Sin embargo, su sentimiento de culpabilidad se impuso al cabo de unos instantes. A fin de cuentas, estaba en la habitación más querida de su difunto padre adoptivo, en un lugar impregnado de su memoria.
Todo lo que Achilles había destruido se podía reparar. Por lo menos, las superficiales, como las marcas de la mesa de Romanos, que seguramente había dejado por poner tazas de café caliente mientras llamaba a un prostíbulo o a una casa de apuestas. Pero había cosas que no se podían reparar: por ejemplo, haber estado al otro lado del mundo cuando Romanos murió; o no haber podido asistir a su entierro.
¿Cómo era posible que hubieran cambiado tantas cosas en apenas dos meses? Xander lo sopesó un momento, lo expulsó de sus pensamientos e hizo lo que Romanos habría querido que hiciera: concentrarse exclusivamente en el futuro.
Rosy había tenido mucha suerte con la pensión donde vivía. Su habitación estaba en el ático, y tenía unas vistas preciosas del cercano mar. Pero las vistas no le interesaron mucho cuando llegó aquella tarde, porque estaba preocupada por su inminente reunión con Xander Tsakis.
No era la primera vez que sus caminos se cruzaban. Rosy lo había visto en el entierro de Eleni, pero tan brevemente que la experiencia no la había preparado para enfrentarse a un hombre tan imponente como él. Era un hombre increíblemente atractivo. Irradiaba estilo, sensualidad y refinamiento hasta con unos simples pantalones vaqueros.
Por suerte, su sencilla y espaciosa habitación la ayudó a tranquilizarse. Al principio, Romanos le había pagado el alquiler, porque formaba parte de su contrato con el colegio; pero, cuando Achilles se embolsó el presupuesto, los propietarios de la pensión permitieron que siguiera en ella a cambio de que diera clases privadas de inglés a sus hijos.
Desgraciadamente, su recién conquistada tranquilidad saltó por los aires cuando se miró en el espejo. El omnipresente sol de la isla había enfatizado sus ya llamativas pecas, y en cuanto a su anaranjado y rizado cabello, seguía tan rebelde como de costumbre.
Rosy se echó el pelo hacia atrás y se lo recogió en una tensa coleta, obsesionada con la necesidad de que Xander Tsakis la tomara en serio. Pero lo de sus gafas no tenía fácil solución: estaba tan mal de dinero que no se podía comprar unas nuevas, así que no tuvo más remedio que ponérselas otra vez, aunque el celofán que había pegado en el puente le raspara la nariz.
Antes de salir, alcanzó su sombrero de paja y se lo puso. Era otro de sus trueques, que en ese caso había conseguido a cambio de un puñado de fresones de los que ella misma cultivaba en el jardín. Estaba con en el corazón en un puño, pero ya no podía esperar más. Tenía que ir a la Casa Grande.
Salió de la habitación, bajó la escalera rápidamente y se despidió de sus anfitriones, que la detuvieron un momento para darle las gracias por los pastelitos de chocolate que había horneado para ellos. Luego, salió al exterior y se dirigió a la mansión de los Tsakis, atajando por la playa.
Xander se secó un poco al salir de la ducha, se enrolló la toalla a la cintura y se dirigió a su habitación. Una vez allí, se acercó a la ventana y se quedó mirando el paisaje, que nunca lo decepcionaba. Las vistas del mar eran sencillamente impresionantes.
Instantes después, dio media vuelta y miró la hora. ¿Sería puntual la profesora? Desde su punto de vista, la impuntualidad era un síntoma inequívoco de falta de interés. Por supuesto, Romanos no la habría contratado si no la hubiera considerado adecuada para el puesto, pero la había contratado cuando las cosas iban bien, y Xander no sabía si estaría a la altura en aquellas circunstancias.
Fuera como fuera, tenían mucho trabajo por delante, y no podían perder el tiempo. Si Rosy Boom no era capaz de hacer lo que él tenía en mente, la despediría y buscaría una sustituta.
Justo entonces, se volvió nuevamente hacia la ventana y se detuvo en seco. Una joven corría por la playa con su calzado en la mano, dejando que las olas rompieran en sus pies. Era ella, y Xander sintió una breve punzada de envidia. No había olvidado lo bien que se lo pasaba en la playa cuando era niño. Eleni y Romanos le dieron la oportunidad de disfrutar por primera vez de su infancia.
La joven profesora se detuvo, se quitó el sombrero y se llevó las manos a su pelo, recogido en una severa coleta. Xander deseó que se lo soltara, y su deseo se cumplió. Rosy Boom echó la cabeza hacia atrás, dejó que el viento jugueteara con su preciosa melena y rio.
Por desgracia para él, la escena duró poco. Era obvio que la profesora no quería llegar tarde a su cita, porque se recogió el pelo de nuevo, se volvió a poner el sombrero y siguió avanzando hacia la Casa Grande. Pero le acababa de revelar otro aspecto de sí misma, y su interés por ella se multiplicó.
Xander se apartó rápidamente de la ventana y, un instante después, ella miró hacia la casa. No era posible que lo hubiera visto, pero eso no significaba que no hubiera notado que alguien la observaba. En cualquier caso, cambió de actitud y adoptó una expresión tan firme como sus pasos.
Entonces, él se pasó una mano por el pelo y se puso los pantalones. Sería mejor que lo encontrara vestido cuando llegara.
A las ocho en punto, había dicho Xander.
Y Rosy llegó a la hora exacta, aliviada.
La sonrisa que ya lucía en sus labios se volvió más ancha cuando el ama de llaves le abrió la puerta. Se habían visto muchas veces en la mansión, y habían entablado una estrecha amistad.
–¡Maria! –dijo, encantada de verla.
–Pasa, pasa… por cierto, me gusta tu sombrero.
Maria le dio un cálido abrazo, dejó el sombrero de Rosy en la mesita del vestíbulo y añadió:
–Estás muy guapa esta noche.
–Bueno… al menos, no llego tarde.
–¿Preparada para conocer al gran hombre?
–Ya nos hemos conocido –contestó–. Pero sí, estoy preparada. Para lo que sea.
Los oscuros ojos de Maria brillaron.
–No te preocupes. Le tomarás la medida enseguida.
Rosy asintió, pero empezó a dudar de sí misma cuando siguió a Maria al interior de la casa. ¿Cómo iba a convencer a Xander Tsakis de que invirtiera su tiempo y su dinero en una isla que se estaba derrumbando? Praxos había sido el hogar de los Tsakis desde tiempos inmemoriales, pero Xander no era hombre que se atara a ningún sitio. Siempre estaba viajando, y era posible que quisiera cortar por lo sano y marcharse.
Además, no creía que el hecho de que se hubiera quitado el mono lleno de manchas de pintura y se hubiera puesto un vestido azul pudiera decantar la balanza a su favor. Se lo había puesto por si Xander esperaba que sus invitados se vistieran de etiqueta para cenar, aunque ni la había invitado a cenar ni, al parecer, había más gente en la casa.
Maria se detuvo delante de una impresionante puerta de caoba. Rosy respiró hondo, consciente de todo lo que estaba en juego.
–Esperemos que quiera quedarse en la isla… –dijo, sin darse cuenta de que estaba hablando en voz alta.
–¿Te refieres a Xander? –preguntó el ama de llaves.
Rosy asintió mientras Maria llamaba a la puerta.
–¿Crees que se quedará?
–Si lo convences, sí.
Un instante después, se oyó la profunda, ronca y masculina voz del dueño de la mansión:
–Adelante.
Rosy lanzó una mirada a Maria, se armó de valor y entró en la estancia; pero, cuando su amiga cerró la puerta a sus espaldas, se acordó de Romanos y se emocionó sin poder evitarlo. Y no era para menos, porque acababa de entrar en su cálido refugio personal, en el despacho donde ahora esperaba su impasible hijo adoptivo.
–Kyrie Tsakis… –dijo ella, educadamente–. Gracias por haber pasado antes por el colegio, y por haber accedido a recibirme esta noche.
–Llámeme Xander –declaró él, con un tono que no invitaba a ningún tipo de familiaridad–. Siéntese, kyria Boom.
–Llámame Rosy, por favor –replicó ella, rompiendo definitivamente el hielo.
Sin embargo, Rosy optó por quedarse de pie, y los dos se miraron durante unos segundos, hasta que él señaló la silla que estaba delante de la mesa y dijo:
–Prefiero que te sientes.
Rosy pensó que no tenía sentido que se enfrentara a él por semejante minucia, así que aceptó el ofrecimiento. Y, mientras se sentaba, reparó en las marcas que tenía la preciosa mesa.
–Ah, veo que ya has notado los cambios –ironizó él.
Ella no dijo nada, pero echó un vistazo a la hendidura que tenía la puerta, como si Achilles le hubiera estampado algo en un acceso de ira. Por fortuna, Xander parecía bastante más respetuoso que su difunto hermanastro, como demostraba el hecho de que hubiera puesto su agua sobre un posavasos.
–¿Quieres beber algo? –preguntó Xander.
–Agua, gracias.
Él asintió y le sirvió un vaso.
–Bueno, ¿de qué querías hablar conmigo?
–Del colegio. Estoy preocupada por él.
–Y por tu futuro, supongo.
–Mentiría si dijera que no lo estoy –admitió Rosy–, pero me preocupan más los alumnos… y sus padres, desde luego. Achilles nos dejó sin presupuesto, y no iremos muy lejos sin las cosas siguen así.
Xander estaba encantado con aquella mujer. Todo lo de Rosy le gustaba, desde la firmeza de su mirada hasta la firmeza de sus palabras, pasando por sus generosos y apetecibles senos, enfundados en un estrecho vestido que, por otra parte, no le quedaba muy bien. Hasta el aire obstinado de su mandíbula le agradaba de tal manera que despertaba su instinto de cazador.
Rosy Boom no encajaba en el tipo de mujeres con las que salía. Sus amantes asumían que no buscaba compromisos a largo plazo ni sentimientos no requeridos, pero había algo en ella que llamaba poderosamente su atención; quizá, que no pareciera dispuesta a doblegarse a él en ningún sentido.
En cualquier caso, expulsó esos pensamientos de su mente y se concentró en la tarea que tenía por delante, consistente en encontrar personas que lo ayudaran a entender los problemas de la isla para poder solventarlos, poner un poco de orden y pasar a su siguiente proyecto.
–Puedes estar segura de que la educación es tan prioritaria para mí como lo fue para mi padre. Sin educación, no hay progreso posible –declaró él–. Espero que eso te tranquilice.
–El tiempo lo dirá –dijo ella, sorprendiéndolo de nuevo con su franqueza.
Xander estuvo a punto de replicar algo acorde a su atrevimiento, pero guardó silencio al ver un destello de sincera preocupación en sus ojos.
–La última vez que estuve aquí, vine a ver a tu padre –le confesó–. Su muerte ha sido una gran pérdida para los isleños.
Rosy se llevó una mano al corazón, y él apartó rápidamente la mirada. Pero el daño ya estaba hecho. Sus pechos eran sencillamente espectaculares.
–Desde luego –dijo, algo incómodo–. ¿Te sientes capaz de participar en la reconstrucción de la isla?
–Por supuesto –contestó con vehemencia–. Estoy dispuesta a hacer lo que sea necesario. ¿Y tú?
–¿Tú qué crees? –la retó Xander, maravillado otra vez con su osadía.
–No sé qué creer. No te conozco. Pero se necesitará algo más que unas cuantas cuadrillas de trabajadores si queremos que Praxos vuelva a ser como era. Ha sufrido muchos daños en muy poco tiempo, y no todos se ven a simple vista. En mi opinión, la tarea más inmediata es devolver la confianza a la gente, y no volverá a confiar si no cuentas con ellos.
–¿Estás ofreciendo tus servicios?
Rosy lo miró con sus ojos de color esmeralda.
–¿Me los estás pidiendo?
–Sí –admitió él, contento de que no tuviera miedo de plantarle cara–. Tu trabajo consistirá en mantener el colegio abierto y…
–Haré lo que sea –lo interrumpió–. Últimamente, no dejo de pensar en qué habría querido tu padre que hiciera. Sé que tu dolor es mucho mayor que el mío, así que discúlpame por sacarlo a colación. Estar aquí, en el despacho de Romanos…
–El dolor es el dolor –dijo él, con voz tensa–. Cada uno afronta el suyo a su modo.
–O no lo afronta en absoluto –replicó ella.
Xander la miró con intensidad.
–La vida sigue, Rosy.
–Sí, claro –dijo ella, frunciendo el ceño–. ¿Prefieres que vuelva cuando estés…?
–¿De mejor humor?
–Cuando hayas tenido ocasión de descansar. Acabas de llegar, y el viaje habrá sido largo.
–Estoy acostumbrado.
–Perdóname si te he molestado. Es que el colegio significa mucho para mí.
–No lo dudo, pero hay una cosa que necesito saber ahora mismo. ¿Te quedarás aquí?
–¿Es una pregunta? ¿O una orden? –Rosy se levantó–. Por supuesto que me quedaré. Como acabo de decir, el colegio significa mucho para mí… y más ahora, con el Panigiri tan cerca.
Rosy volvió a clavar los ojos en él, y Xander sintió el deseo de llevar las manos a sus senos y besar hasta dejar sin aliento a aquella mujer de palabras peleonas y gafas arregladas con celofán. Pero Xander sabía controlar sus emociones y, por otra parte, era poco probable que la profesora se rindiera a sus encantos. Seguramente, le habría dedicado toda la rabia de su afilada lengua y su apasionada mirada.
–Siéntate, por favor.
Rosy, que ya estaba a punto de llegar a la puerta, dio media vuelta, lo miró a los ojos y se volvió a sentar. Xander se quedó de pie, con la mesa entre los dos.
–Sé que no he empezado con buen pie, pero los problemas de Praxos son muy graves –dijo ella–. La isla necesita que la ayudes.
Xander no dijo nada, pero pensó que también necesitaba personas tan combativas como la profesora.
–Haré lo quieras que haga –continuó Rosy.
Él se encogió de hombros, lamentando que se refiriera al colegio y no a su cama.
–Estoy seguro de ello. Pero ¿por qué te importa tanto el Panigiri?
El rostro de Rosy se iluminó.