Unidos por el pasado - Susan Stephens - E-Book

Unidos por el pasado E-Book

Susan Stephens

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Beschreibung

Volvió por viaje de negocios… pero ¿sería capaz de quedarse por placer? Para el multimillonario Xander Tsakis, volver a la isla griega donde se había criado era un mal trago, una experiencia llena de recuerdos dolorosos. Se sentía en deuda con sus difuntos padres adoptivos, y estaba decidido a devolver su antigua gloria a Praxos, pero no era una perspectiva que la agradara; por lo menos, hasta que conoció a Rosy Boom. Rosy solo quería un poco de paz, para superar su también doloroso pasado; pero no había nada pacífico en la tormenta de deseo y emociones que Xander desató en ella. Además, lo que había entre ellos era pasajero… pero la tentadora y peligrosa cercanía de Xander consiguió que la cautelosa Rosy se dejara llevar.

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Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley.

Diríjase a CEDRO si necesita reproducir algún fragmento de esta obra.

www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47

 

 

Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Avenida de Burgos, 8B - Planta 18

28036 Madrid

 

© 2024 Susan Stephens

© 2024 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Unidos por el pasado, n.º 3111 - septiembre 2024

Título original: Untouched Until the Greek’s Return

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Bianca y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited.

Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.: 9788410741898

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Créditos

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Capítulo 13

Capítulo 14

Capítulo 15

Capítulo 16

Capítulo 17

Epílogo

Si te ha gustado este libro…

Capítulo 1

 

 

 

 

 

Era la calma antes de una tormenta. Cualquier romaní lo habría notado. Pero ¿por qué allí? ¿Por qué en ese momento?

No era la primera vez que Xander Tsakis tenía esa sensación. La había tenido antes, cuando su vida dio un drástico giro para mejor cuando Eleni y Romanos Tsakis lo sacaron del arroyo y lo llevaron a su casa, donde lo criaron como si fuera hijo suyo. ¿Qué más podía pedir ahora? Gracias al milagro del amor de tan notable pareja, tenía todo lo que la gente podía desear.

Sin saber qué forma adoptaría aquella tormenta, Xander se pasó una mano por su revuelto pelo negro y se sentó en el suntuoso y bien acolchado asiento de su moderno y personalizado helicóptero. El aparato lo iba a llevar al sitio más parecido a un hogar que había conocido: la minúscula isla de Praxos, una gema situada al oeste de la Grecia continental.

No siempre había tenido lujos como aquel. De niño, su viaje más cómodo había consistido en viajar en la parte trasera de una camioneta. Y, aunque su ascenso social había sido meteórico, no había estado exento de momentos trágicos: el reciente fallecimiento de su multimillonario y filántropo padre adoptivo solo era la última de las muchas pérdidas que había sufrido a lo largo de su vida.

Alguien habría podido decir que sus primeros años habían sido inusitádamente duros, pero la dureza había sido la norma de su infancia.

Criado en un burdel por una serie de mujeres, se acostumbró pronto a una vida de cambios, donde nada duraba demasiado, empezando por el amor. Su madre, que era romaní, se había quedado embarazada de él poco antes de cumplir los dieciséis y, cuando murió, él pasó de mano en mano por el prostíbulo.

A los seis años, ya sentía el deseo de labrarse un futuro mejor, espoleado por los elegantes sitios frente a los que deambulaba cuando lo echaban del burdel de noche para impedir que la policía local hiciera preguntas incómodas sobre su presencia en semejante establecimiento. Ver el esplendor y las limusinas de los ricos y famosos lo convenció de que esa era la vida que quería tener.

Por imposible que fuera su sueño, su vida cambió el día que Romanos Tsakis lo vio buscando comida en la basura del lujoso restaurante donde su esposa y él habían estado celebrando su aniversario de bodas. Xander estaba acostumbrado a que los desconocidos lo acosaran porque, a pesar de estar sucio y andrajoso, era un niño bastante guapo; y muy avispado, lo cual le había permitido sobrevivir en la calle.

Por fortuna, su instinto gitano le dijo que aquella era la oportunidad que había estado buscando, y no se equivocó. Romanos y Eleni demostraron ser magníficas personas, aunque su amor tardó en abrirse paso entre la desconfianza y las barreras de aquel chaval de seis años, y solo lo consiguieron porque no se rindieron en ningún momento.

Desgraciadamente, su hijo natural, Achilles, interpretaba muy bien el papel de demonio. Tres años mayor que él, y bastante más grande, hizo lo posible por expulsarlo de su casa. Pero la paciencia y el afecto de sus padres adoptivos y la promesa de recibir la educación que tanto deseaba le dio fuerzas para soportar el rencor de Achilles y seguir allí.

De hecho, aquel día se había subido al helicóptero para salvar la isla que Achilles había destrozado. Se iba a alojar en la Casa Grande, como llamaban al hogar de los Tsakis, el lugar donde había aprendido que hasta las buenas personas tenían un lado oscuro. Y, desde luego, Achilles lo había tenido.

Pero aquella vez no estarían ni Eleni ni Romanos para recibirlo; no habría sonrisas y cálidos abrazos. Eleni acababa de morir súbitamente, lo cual le había ahorrado la autopsia de su esposo y de Achilles, que fallecieron después. Gracias a eso, no había llegado a saber que Achilles conducía borracho cuando se despeñó por el acantilado donde su padre y él encontraron la muerte.

La tragedia había sorprendido a Xander mientras trabajaba en un proyecto de purificación de aguas, en un lugar tan remoto que no tenía conexión telefónica. Y, cuando por fin la consiguió, ya habían enterrado a su padre adoptivo y a su hermanastro, lo cual aumentó su pesar.

Pero aún había más, como supo después: sus empleados no quisieron decirle en esa situación que Achilles había dañado gravemente la isla. Prefirieron esperar a que volviera a casa, y ahora se lamentaba de todo lo que había pasado en su ausencia.

Sin embargo, nadie podía estar en dos sitios a la vez. Sin mencionar el hecho de que el proyecto en el que estaba trabajando había significado mucho para Romanos.

Sintiéndose culpable, se giró hacia el piloto y le dijo, para cambiar la dirección de sus pensamientos:

–Sobrevuela el colegio.

No quería pensar en la tragedia de su familia. Ya no podía cambiar nada. Pero podía ver el estado del sitio donde había estudiado de pequeño y, si el colegio estaba tan mal como el resto de la isla, no quiso ni imaginar hasta dónde llegaría el desastre.

Xander se tragó su rabia y la metió en el mismo compartimento cerrado donde escondía todas las emociones humanas. Estaba convencido de que nunca volvería conocer a nadie como Eleni y Romanos, pero podía recoger el testigo de las buenas acciones de su padre adoptivo.

Sacó su teléfono móvil y leyó el último mensaje de Romanos, con el corazón encogido. Lo estuvo mirando un buen rato, aferrado a él, como si le pudiera devolver aunque solo fuera un atisbo de su bondad:

 

He encontrado una profesora maravillosa para el colegio, una joven que se llama Rosy Boom. Cuida de ella, Xander. Praxos no se puede permitir el lujo de perderla.

 

Xander se volvió a sentir culpable. Tras la muerte de Eleni, decidió quedarse en la isla para animar al hundido Romanos, pero su padre le rogó que siguiera con el proyecto de purificación de aguas, la culminación de toda una vida de trabajo.

–Aquí no puedes hacer nada –le había dicho–, pero esa gente te necesita. Sus hijos merecen tener la misma oportunidad que yo te di.

Xander no tuvo más remedio que obedecerlo. Y ahora, mientras leía el postrero mensaje de Romanos, tuvo la sensación de que le había hablado de aquella joven porque tenía la sospecha de que no estaría allí para ayudarla durante sus primeros meses en la isla.

Por lo que le habían contado, la profesora había estudiado literatura clásica y magisterio, además de hablar griego. Pero no recordaba si había tenido ocasión de conocerla. ¿Habría estado en el entierro de Eleni?

Xander rebuscó en su memoria, en vano. Aquel día, había estado tan concentrado en apoyar a Romanos que no había prestado atención a nada más.

Apartó a la joven de sus pensamientos y repasó su plan, que consistía en estudiar los problemas que había creado Achilles y mejorar la situación de los isleños que habían tenido que sufrir los caprichos de un matón, aunque fuera brevemente.

A decir verdad, la necesidad de cuidar de la isla y de sus gentes explicaba que siguiera soltero a sus treinta y dos años; pero solo en parte, porque el motivo real era más sencillo: que no había conocido a ninguna mujer con quien quisiera comprometerse a largo plazo y, mucho menos, a quien quisiera confiar su corazón. De momento, prefería dedicarse a sus negocios y sus obras de caridad.

Se quitó la chaqueta, se aflojó la corbata y, tras desabrocharse los dos botones superiores de la camisa, se despojó de sus carísimos gemelos de diamantes, que brillaron contra la blanca tela. Después, estiró sus potentes brazos y, al estirarlos, se recordó que era un hombre esencialmente físico que solo se dedicaba a los negocios porque tenía talento para ganar enormes sumas de dinero.

–Estamos a punto de llegar al colegio –anunció el piloto.

Xander apretó los dientes, preparándose para lo que pudiera descubrir. ¿Seguiría abierto? No las tenía todas consigo, porque sus empleados le habían dicho que Achilles se había embolsado los fondos del colegio.

Cuando por fin lo divisó, se llevó una sorpresa. En principio, estaba como siempre. Los niños estaban en el patio, jugando con una joven desconocida; seguramente, la nueva profesora. Y al ver el helicóptero, la joven llamó a los niños para que se acercaran a ella, como intentando protegerlos.

–Gracias –dijo al piloto–. Ya puedes seguir.

Así que aquella era Rosy Boom.

Xander se sintió como si se hubiera establecido una conexión entre ellos en ese mismo momento, pero no supo por qué. Quizá, por el simple hecho de que fuera profesora, porque la educación siempre le había parecido fundamental.

En cualquier caso, no le pareció particularmente impresionante en la distancia. No era mucho más alta que el más alto de sus pupilos y, descontada su rubia melena, que llevaba recogida en un severo moño, no se podía decir que fuera una belleza. Pero su primera reacción había sido proteger a los alumnos, y eso hablaba a su favor.

De todas formas, la profesora no tenía motivos para preocuparse por el futuro del colegio. Él podía ser implacable en los negocios, pero estaba tan comprometido con la educación como Romanos, y no se iba a interponer en su camino.

–Baja –ordenó al piloto, que estaba siguiendo la línea de la costa–. Quédate a unos tres metros del mar.

Xander se quitó la ropa, sin más excepción que sus calzoncillos negros. Luego, abrió la portezuela del helicóptero y saltó al agua con un perfecto picado.

Sabía que aquella zona tenía corrientes traicioneras, pero la conocía muy bien, porque había estado muchos años allí. Los dos meses transcurridos desde su última visita habían sido de tragedia tras tragedia, pero el mar seguía como siempre, como una constante inalterable, y era el único sitio donde se sentía verdaderamente libre.

Mientras nadaba, habló internamente con el hombre que lo había criado y le prometió que cuidaría de la isla igual que la había cuidado él, y que se aseguraría de que Praxos y sus gentes prosperaran.

 

 

Era él, sin duda. Xander Tsakis. Habría reconocido el emblema de su helicóptero en cualquier circunstancia.

Pero ¿qué pasaría ahora? ¿Cambiaría las cosas?

Rosy se estremeció involuntariamente cuando el potente aparato proyectó su sombra sobre el patio del colegio. ¿Cómo sería Xander Tsakis? ¿Mejor que su hermano Achilles? No lo sabía, pero solo había una forma de averiguarlo: ir a verlo e interesarse por sus intenciones.

Durante los minutos siguientes, Rosy estuvo a punto de cambiar de opinión.

A punto.

El helicóptero se alejó siguiendo la línea de la costa y descendió sobre el océano. La portezuela se abrió poco después, y dio paso a un hombre de cuerpo impresionante, musculoso y moreno, que encajaba perfectamente con la descripción de la prensa: un hombre implacable, de nariz recta, un mujeriego elegante.

Xander Tsakis apoyó los pies en los patines del helicóptero y ejecutó un picado perfecto. El cuerpo de Rosy reaccionó con un entusiasmo extraordinario ante la primera visión del prácticamente desnudo millonario. Pero era el hermano de Achilles y, aunque no tuvieran la misma sangre, le costaba creer que fuera mejor persona.

En cualquier caso, era importante que lo viera antes de que se marchara de la isla, así que se llevó a los niños al interior del colegio, aunque le costó. No había olvidado el día en que Achilles la sorprendió sola y la empujó sobre la mesa de una clase, con intenciones evidentes. Si su amiga Alexa no hubiera entrado en ese momento, podría haber pasado cualquier cosa.

Sin embargo, Achilles había fallecido, y no tenía más remedio que enfrentarse a su hermanastro. Praxos dependía del dinero de los Tsakis, que además de ser prácticamente dueños de la isla, pagaban todos los sueldos; o, por lo menos, los habían pagado hasta que Achilles empezó a embolsarse el dinero, provocando que los habitantes de la isla empezaran a emigrar al continente.

Si no conseguía que el último de los Tsakis cambiara de actitud, la isla se quedaría literalmente vacía.

Rosy se concentró de nuevo en sus alumnos y entró en la clase donde estaban preparando el Panigiri, una fiesta de gran importancia para la isla. Por desgracia, la falta de dinero los había obligado a recortar radicalmente el presupuesto, y ahora dependían de lo que los voluntarios les pudieran dar o prestar. Pero, en cualquier caso, ella estaba decidida a que los niños la disfrutaran y se divirtieran.

La escandalera de los pequeños, que se habían sentado en círculo para hacer banderines de colores, cambió momentáneamente el rumbo de sus pensamientos. Sin embargo, eso no impidió que alzara la cabeza de vez en cuando y mirara por la ventana, con la esperanza de volver a ver a Xander Tsakis. ¿Se habría vestido ya? ¿O seguiría prácticamente desnudo?

Rosy se acordó entonces de la primera vez que vio a su padre adoptivo, Romanos, el hombre que la animó a mudarse a la isla. Romanos apoyaba económicamente a varias universidades de todo el mundo, y había sido el invitado de honor en la ceremonia de graduación del curso de Rosy, que estaba en Londres gracias a una beca.

El anciano le cayó bien desde el principio. Rosy había estado tan inmersa en aprender la cultura griega que incluso se había tomado la molestia de estudiar la lengua griega moderna y, cuando Romanos supo que hablaba su idioma, le ofreció un empleo de inmediato y, de paso, le dio la excusa perfecta para escapar de su pesadilla privada.

No se había arrepentido de marcharse a Praxos, y tampoco se iba a arrepentir ahora. Fuera como fuera Xander Tsakis, le expondría los problemas de la isla y exigiría una solución. No iba a dar la espalda a los suyos.

–Señorita, señorita…

Rosy sonrió al oír al niño que se dirigió a ella. El pequeño quería saber si el banderín que estaba haciendo era suficientemente largo, y ella contestó:

–Sí que lo es –dijo, sin dejar de sonreír–. Nai einai.

¿Asistiría Xander Tsakis a la fiesta? ¿O se habría marchado para entonces?

Desde su punto de vista, era crucial que asistiera. El Panigiri de aquel año era particularmente importante para el estado de ánimo de los isleños, aunque necesitarían bastante más que la presencia de Xander: necesitaban su apoyo económico, lo único que los podía salvar.

Al pensarlo, Rosy se estremeció. No, no sabía si Xander resultaría ser mejor que su difunto hermanastro, pero le costaba creer que pudiera ser peor. Nunca olvidaría que Achilles la había sorprendido sola en una de las aulas y había intentado forzarla. Ya no tenía las magulladuras que le había hecho en los brazos, pero casi las podía sentir.

En cualquier caso, Praxos se había convertido en su hogar, y defendería con uñas y dientes lo poco que Achilles había dejado. Además, ni quería ni podía volver a Inglaterra tras la trágica muerte de su madre, porque la segunda esposa de su padre le había dejado claro que ya no era bienvenida.

Había perdido su hogar de la infancia, el lugar donde se había criado. Y, aunque tenía miedo de que su madrastra solo quisiera a su padre por el dinero, no podía hacer nada al respecto.

–Mereces una vida nueva –le había dicho Romanos cuando le ofreció el empleo de profesora.

Y era cierto, la merecía. Pero ¿por qué había confiado en un desconocido? No estaba del todo segura, pero su instinto le había dicho que Romanos era digno de confianza y, cuando su padre le rogó que le diera un poco de espacio para afianzar su segundo matrimonio, ella se lo concedió. Había sufrido mucho, y quería que fuera feliz. Tenía derecho a encontrar nuevamente el amor.

Pero eso era agua pasada, y tenía muchas cosas que hacer.

Cuando los niños se fueron a casa, se puso un mono lleno de manchas de pintura y siguió redecorando el colegio. Luego, salió al exterior y terminó de pintar la valla de la entrada, para que estuviera seca cuando los alumnos volvieran al día siguiente.

Terminada su jornada laboral, volvió al interior para asearse un poco, y se pegó un buen susto cuando la puerta que acababa de cerrar se abrió de repente.

Era Xander Tsakis y, esta vez, completamente vestido. Pero no llevaba traje de ejecutivo, sino unos vaqueros desgastados, una camiseta negra y unas botas.

–¿Señorita Boom?

Su voz sonó más brusca de la cuenta, como si no estuviera de buen humor. Y Rosy comprendió inmediatamente el motivo: una de sus manos estaba llena de pintura.

–Oh, lo siento mucho… no esperaba que viniera nadie… de haberlo imaginado, habría…

–¿Qué habría hecho? ¿Poner un cartel?

–Lo he puesto…

–¿Hay algo con lo que me pueda limpiar?

–Sí, por supuesto.

Rosy le pasó un botecito de aguarrás y un paño limpio. Los extraordinariamente ojos negros de Xander la tenían tan desconcentrada que no podía ni pensar.

–Por cierto –continuó–, bienvenido a…

–¿A qué? ¿Al caos? –gruñó él.

Rosy siempre se había enorgullecido de ser extremadamente organizada, pero se calló lo que estaba pensando. A fin de cuentas, era su jefe.

–Es cierto que he puesto un cartel. Se habrá caído.

–Eso es obvio.

Xander se detuvo ante ella, alto como un coloso, y tan increíblemente atractivo que la estaba dejando sin aliento.

–Al menos, ha intentado cerrar la puerta de la valla –dijo ella, intentando controlar la alarmante reacción de su cuerpo–. Le agradezco que haya venido a…

–¿Es que me está echando?

–No, de ninguna manera. Iba a decir que me alegra que se haya pasado por aquí, señor Tsakis. Todos los habitantes de Praxos están encantados con su visita. La isla lo necesita. El colegio lo necesita…

Rosy cerró la boca rápidamente, horrorizada. Y no fue para menos, porque había estado a punto de decir que ella lo necesitaba.

Xander la miró de forma extraña, como si hubiera adivinado sus pensamientos.

–Pero bueno, ha sido un día largo, y supongo que estará cansado –prosiguió.

Él guardó silencio y pasó la vista por las cosas que habían estado preparando los niños, como si le interesaran de verdad.

–Se están esforzando mucho con los preparativos de la fiesta –explicó ella, admirando su impresionante cuerpo y su morena piel–. Esperamos que pueda venir.