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El Karma Llegó
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Veröffentlichungsjahr: 2016
El Karma Llegó
Chelle Cordero
––––––––
Traducido por Mariana Sanchez Carranza
“El Karma Llegó”
Escrito por Chelle Cordero
Copyright © 2016 Chelle Cordero
Todos los derechos reservados
Distribuido por Babelcube, Inc.
www.babelcube.com
Traducido por Mariana Sanchez Carranza
“Babelcube Books” y “Babelcube” son marcas registradas de Babelcube Inc.
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El Karma Llegó
El Karma Llegó
El Karma Llegó
Dedicación
Agradecimientos
Índice | El Karma Llegó | Novelas de pasión y suspenso | Chelle Cordero | Vanilla Heart Publishing
El Karma Llegó
Prólogo
Capítulo uno
Capítulo dos
Capítulo tres
Capítulo Cuatro
Capítulo Cinco
Capítulo seis
Capítulo Siete
Capítulo ocho
Capítulo nueve
Capítulo diez
Capítulo once
Epílogo
Guía de discusión para el club de libros
Más de
Novelas de pasión y suspenso
Chelle Cordero
Chelle Cordero
¿Crees en el karma? Annie Furman tiene un regalo que le permite, mientras duerme, visitar a la gente cuando lo necesitan, ¿pero quién estará ahí para ella cuando necesite ayuda? El Alguacil adjunto, Dave Tuner, se encuentra investigando una serie de allanamientos de morada y homicidios. No tiene idea de que al resolver estos casos conocerá a la mujer de sus sueños.
Chelle Cordero
Derechos de autor 2013 Chelle Cordero
Publicado por: Vanilla Heart Publishing
Edición E-book, Comentario de la licencia
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Todos los derechos reservados. Ninguna parte de este libro puede ser reproducida o transmitida en cualquier forma o por cualquier medio, electrónico o mecánico, incluyendo fotocopia, grabación o por cualquier sistema de almacenamiento y recuperación de información sin el permiso por escrito del editor, excepto por la inclusión de citas breves en alguna crítica.
A Mark, por hacer que mis sueños se hagan realidad
A los de siempre, las personas que siempre me han apoyado, mis hijos: Jenni y Jason y Marc y Trish, mi hermana Bobi, mis mejores amigas Cheryl y “C” y mi amiga y editora Kimberlee Williams.
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Chelle Cordero
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Mi vida cambió después de mi muerte.
No es como que tuviera poderes especiales.
Es sólo que no me entendieron.
Me subestimaron.
Tenía un don.
- ¡Hijo de puta! – Siseó la palabrota en voz alta. Era otro callejón sin salida. Hubiera sido más aceptable si no supiera lo mucho que los cabrones se estaban divirtiendo a sus expensas. Era el segundo allanamiento de morada en menos de un mes y cada vez los perpetradores dejaban menos pistas. Las pistas eran demasiado obvias como para darles un verdadero valor, eran más como un juego para los intrusos, pero debían desperdiciar tiempo en revisarlas.
Dave miró alrededor de la pequeña oficina. No parecía que sus malas palabras hubieran siquiera empujado a su compañero. Tim podía dormir en cualquier lugar recargado en su silla con la cabeza desplomada hacia atrás. Qué bueno que el tipo estaba roncado, al menos así se puede estar seguro de que sigue respirando, meditó Dave.
Sólo dos de los cuatro escritorios estaban ocupados, el suyo y el de su compañero. Dos patrullas estaban fuera en el pequeño pueblo. El turno vespertino tenía la mayor cantidad de personal. Era un cuarto pequeño del escuadrón, su jefe, el Alguacil Ryder, tenía su propia oficina y la secretaria se sentaba afuera en el recibidor. Una vez pensó haber encontrado un paraíso terrenal, un hermoso pueblito donde podría continuar su carrera de agente policial sin toda la fealdad que veía cuando era detective en Chicago.
Después de once años, se dio cuenta de que se había vuelto apático e indiferente por haber lidiado con drogadictos, esposas abusadas que seguían volviendo con sus esposos, niños perdidos que aparecían muertos al lado del camino, prostitutas aterrorizadas de defraudar a sus proxenetas, ladrones y pirómanos. Su indiferencia se había vuelto su forma de vida incluso cuando no estaba en el trabajo.
La indiferencia también había destruido su matrimonio, aunque se había dado cuenta que aunque extrañaba la idea de estar casado, era definitivo que no extrañaba a la mujer con la que lo había hecho. Le había hecho un favor el día que se hartó de las cenas perdidas y los planes sociales cancelados debido a algún caso o algo más en lo que estuviera trabajando. Rose se fue y nunca miró atrás. Pensó en seguirla y después se dio cuenta que al final de cuentas no era tan importante para él. Durante muy pocos días se sintió un poco como un canalla. Ne tenía mucha oportunidad de extrañarla o de sentirse culpable durante mucho tiempo, no por como había hecho que su abogado lo persiguiera. Terminó quitándole la mayoría de sus posesiones, lo que le facilitó dejar su vieja vida atrás.
Probablemente había algo mal en su cerebro como para permitir que su matrimonio se disolviera tan fácil. Su hermana intentó convencerlo de que si empezaba de cero encontraría a la mujer que en verdad ganaría su corazón. No estaba esperando sentado. Dave no tenía planes de buscar a nadie especial. Si, y era un gran si, y cuando ocurriera, era probable que simplemente cayera del suelo. Era así de improbable.
Mientras tanto, tenía cosas más importantes en las cuales pensar. Tres invasiones. Un trio de agresores enmascarados habían allanado tres hogares del área, hasta ahora, nadie había muerto, pero el dueño de la última casa se había defendido y a cambio lo habían golpeado con una pistola. Catawai era, normalmente, un bonito y tranquilo pueblo, una ciudad dormitorio. Denver y Boulder no estaban muy lejos en automóvil y mucha gente trabajaba ahí. Sólo un puñado de gente tenía trabajo en el pueblo, como él en el Departamento del Alguacil o en una de las tienditas locales.
Se recolectaron las huellas digitales en cada uno de los hogares que habían sido allanados y se cuestionó a los vecinos en caso de que alguien hubiera visto algo. Las únicas huellas pertenecían a la familia y nadie tuvo la previsión o curiosidad de mirar por la ventana para vigilar los hogares de sus vecinos. Era un pueblo lo suficientemente pequeño como para que los forasteros sobresalieran, lo cual era extraño porque nadie tenía recuerdos de que los hubiera en el pueblo.
Dave inspeccionó la bolsa de evidencia que contenía un abridor de puerta de cochera. Era un abridor universal y lo habían robado de la cajuela de un residente local. Por supuesto, estaba limpia. Una pista era el número de serie, pero la dirección a la que el número de serie los llevó no tenía relevancia para el caso. Ni siquiera era una de las casas que habían allanado, lo habían tomado de un automóvil que estaba abierto y estacionado en el centro comercial local. El dueño ni siquiera estaba seguro si se lo habían robado o si simplemente se había caído del auto sin que se diera cuenta. La larga investigación sólo les quitó tiempo valioso de otras pistas que hubieran podido haber encontrado. Dave asumió que lo habían dejado a manera de broma, parte del usual signo de burla con el pulgar en la nariz que estos perpetradores de hogares estaban haciendo contra el cuerpo de seguridad local. Parecían estar tan seguros de que no los atraparían.
Las lágrimas cubrieron de manchas sus pómulos y dejaron líneas en sus mejillas manchadas de hollín. Descansé mi mano en la suya con la esperanza de que sintiera al menos un poco de consuelo. Los niños estaban a salvo, se había asegurado de eso. Le dejé saber que admiraba su valentía. Apreció el cumplido durante un momento, y después, el miedo se volvió a apoderar de ella.
Se volvió a poner de pie e intentó arrancar las barras de la ventana. Barras de seguridad. Se suponía que aquellas barras mantuvieran el mal fuera, y ahora, lo único que hacían era mantenerla atrapada. Por suerte, los pequeños podían estrujarse entre las varillas forjadas de hierro y los entregó a los horrorizados espectadores de la calle. Entendió que no podría escapar, pero estaba determinada a salvar a los niños.
Uno por uno, se aseguró de que los niños estuvieran bien, estaban a salvo. Y en este momento, era su hora de morir, pero ahora el miedo por lo que sufriría la aterrorizó.
La tos se apoderó de su cuerpo mientras se hundía en el suelo y lloraba un poco más. Las llamas derrotaban a las paredes. No quedaba mucho tiempo. Ambas teníamos miedo, pero yo sabía que no había razón para temer por mí.
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