El oficial y la princesa - Carla Cassidy - E-Book

El oficial y la princesa E-Book

Carla Cassidy

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Beschreibung

Obligado por su honor y el amor que tenía a su país, Adam Sinclair no dudó un momento en ayudar a la princesa Isabel Stanbury a poner en práctica su inteligente plan para rescatar a su padre, el rey Michael. Con lo que no había contado era con los sentimientos que volverían a surgir al estar al lado de la única mujer a la que realmente había amado en su vida... Tampoco se le había ocurrido que le iba a resultar tan agradable fingir que eran un matrimonio. Adam era consciente de que el país dependía de que él fuera capaz de rescatar al amado Rey, pero, ¿sería capaz de ir contra los mandatos de su corazón?

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Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley.

Diríjase a CEDRO si necesita reproducir algún fragmento de esta obra.

www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47

 

 

Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2001 Harlequin Books S.A.

© 2021 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

El oficial y la princesa, n.º 337 - marzo 2022

Título original: An Officer and a Princess

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Dreamstime.com

 

I.S.B.N.: 978-84-1105-532-1

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Créditos

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Epílogo

Si te ha gustado este libro…

Capítulo 1

 

 

 

 

 

EL CAPITÁN Adam Sinclair odiaba tener que esperar. Después de mirar el reloj, frunció el ceño y esperó a que abrieran la puerta para poder pasar al despacho de Isabel Stanbury.

Isabel Stanpbury, no solo era princesa de Edenbourg sino también un miembro del gabinete y del Ministerio de Defensa, y la mujer que nunca desaparecía de sus pensamientos… una mujer de la que él nunca podría disfrutar excepto en los sueños prohibidos que tenía demasiado a menudo.

Aunque solo llevaba esperando diez minutos, le parecía una eternidad y la espera le resultó más difícil que nunca al recordar la voz de ella por teléfono cuando concertaron la cita.

Parecía nerviosa y eso le preocupaba. Isabel era una mujer fuerte que rara vez se dejaba llevar por sus sentimientos.

Frunció el ceño y contuvo el impulso de levantarse y pasear por la sala. La secretaria de Isabel lo miró como si hubiera notado su impaciencia, pero no sonrió para tranquilizarlo.

Esos días la gente no sonreía mucho en Edenbourg. Tres meses antes habían secuestrado al rey Michael y el país estaba sumido en el caos. Como parte de un plan de la realeza, el príncipe Nicholas estaba escondido desde entonces, pero la población de Edenbourg lo daba por muerto, y Edward Stanbury, el hermano enemistado de Michael, se había convertido en el rey de Edenbourg. En otras palabras, el país estaba inmerso en una situación de desorden real.

Adam estaba fuera del país cuando secuestraron al rey Michael, trabajando en un asunto propio, intentando limpiar el nombre de su padre. Dejó sus asuntos de lado cuando Isabel lo llamó para pedirle ayuda para buscar al rey Michael.

Y eso era lo que habían hecho durante los dos últimos meses… seguir pistas, investigar a los familiares y amigos… y no llegar a ninguna conclusión.

—Capitán Sinclair —lo llamó la secretaria—, puede pasar.

Adam asintió, se puso en pie y se estiró el uniforme. Sabía que era el arquetipo de un oficial bien arreglado. No había ni una sola pelusa en su inmaculado uniforme y ni un solo pelo descolocado en su cabeza. Sabía lo que se esperaba de un miembro de alto rango de la Royal Edenbourg Navy y Adam se preocupaba de cumplir los requisitos con creces.

Tenía que trabajar mucho para vencer los rumores que corrían acerca de su padre. Trató de no pensar en ello y abrió la puerta del despacho.

Isabel se puso en pie al verlo entrar. Él se detuvo junto a la puerta y la saludó.

—Capitán Sinclair —lo saludó ella en un tono de voz que él siempre encontraba atractivo—. Por favor, cierra la puerta y siéntate —señaló una silla que había junto al escritorio.

Él cerró la puerta y se sentó tratando de no fijarse en lo guapa que estaba. Como era habitual, iba vestida con un traje azul con el emblema familiar bordado en uno de los bolsillos de la chaqueta.

Lo que no era habitual era su melena castaña despeinada y los círculos oscuros que había bajo sus preciosos ojos verdes. Ambas cosas le daban un toque de vulnerabilidad. Parecía tensa y cansada.

Él sabía que los últimos tres meses habían sido muy difíciles para ella. Era consciente del amor que Isabel sentía por el rey Michael.

Ella no se sentó sino que se apoyó en la parte delantera del escritorio, dejando ante Adam sus esbeltas piernas cubiertas por una falda corta. Esas piernas eran las causantes de que Adam hubiera pasado muchas noches en vela.

La princesa Isabel Stanbury no era guapa en el sentido tradicional, aunque había belleza en sus rasgos. Sus cejas eran oscuras y tenía los ojos más verdes que él había visto nunca. Su nariz era fina y recta… la nariz de los Stanbury. La boca parecía un poco demasiado grande para su rostro, hasta que sonreía, entonces encajaba a la perfección.

—Gracias por venir —dijo ella. Como siempre, había cierta tensión entre ellos—. Hay novedades.

—¿Qué clase de novedades?

Las últimas «novedades» estuvieron a punto de matarla. Adam tuvo que contener un escalofrío al recordar cómo una bala había estado a punto de alcanzarla por la espalda.

Isabel se estiró para buscar un papel en el escritorio y la chaqueta se tensó sobre sus pechos. Adam se sintió como si la temperatura de la habitación hubiera subido diez grados.

Desvió la mirada hacia la pared y no volvió a mirar a Isabel hasta que ella le tendió una hoja de papel.

—¿Qué es esto? —preguntó al ver una lista de nombres que no conocía.

—La lista de los socios y amigos más cercanos de Shane Moore. Me la ha dado su hermana Meagan.

Adam trató de ignorar la cercanía de Isabel. El aroma de su perfume invadía el aire y él se armó de valor para resistir su fragancia evocadora.

—¿Y qué pretendes hacer con ella?

Isabel se sentó en el borde del escritorio.

—Averiguar lo que saben. Seguro que alguien de esa lista sabe dónde está mi padre y quién es el responsable de su secuestro. Shane Moore era solo un títere que alguien manejaba, y quiero saber quién es ese alguien —los ojos le brillaron de un modo que Adam encontró desconcertante… reconoció el brillo como signo de problemas.

Cuando Isabel cumplió su período de servicio en la Marina, Adam había sido su oficial al mando y enseguida notó que ella era una persona autosuficiente y muy inteligente. También obstinada y cabezota y que no estaba dispuesta a quedarse a un lado, sino que actuaba siempre que le resultaba posible.

Adam se negó a contemplar otros rasgos de su personalidad que encontraba demasiado atractivos… como el tacto sedoso de sus cabellos y la íntima presión de su cuerpo junto al de ella.

Había tenido que luchar contra el recuerdo del único momento en que ambos estuvieron a punto de olvidar sus cargos y casi compartieron un beso prohibido. Casi.

—¿Y qué te hace pensar que la gente que aparece en esa lista hablará contigo, o confiará en ti? —preguntó él intentando centrarse en el trabajo en lugar de en el placer que nunca compartieron.

—Voy a ir de incógnito —alzó la barbilla y lo miró como retándole a que la detuviera.

—¿Necesito recordarte, Alteza, que solo ha pasado una semana desde que Shane Moore te disparó por la espalda? —lo que Adam nunca le contaría era que durante la última semana había tenido pesadillas acerca del momento en que Shane apuntó a Isabel con la pistola—. Si no llega a ser porque tu primo Luke reaccionó deprisa, no estaríamos manteniendo esta conversación —continuó—. No podrías hablar con nadie.

—Sigo sin estar convencida de que mi querido primo Luke no tenga nada que ver con la desaparición de mi padre.

—Te salvó la vida —comentó Adam.

Ella asintió.

—Así lo hizo, pero al mismo tiempo ¿se las arregló para matar a un conspirador antes de que pudiera hablar?

Adam suspiró.

—Yo también he pensado en esa posibilidad —admitió—. Pero no puedes ir de incógnito —protestó—. Tu foto aparece todo los días en los periódicos. La gente sabe quién eres.

Adam intentó no pensar en las últimas fotos que habían publicado en los ecos de sociedad. Ella aparecía bailando con un joven de la realeza llamado Sebastian Lansbury, un primo lejano de los Thortons, la familia real de Roxbury.

Los titulares hacían referencia a los rumores acerca de que estaban comprometidos y Adam se sorprendió al sentir que se le encogía el corazón. Ese mequetrefe de pelo rubio no era el tipo de hombre que una mujer fuerte, independiente y pasional como Isabel necesitaba.

—La gente está acostumbrada a verme como princesa —contestó ella y comenzó a pasear frente a él. Cada vez que pasaba por delante suyo, él inhalaba su aroma y sentía cómo afectaba a sus sentidos—. Confía en mí, puedo hacerlo de manera que nadie me reconozca como la princesa Isabel.

—Es una tontería —contestó Adam.

—¿Por qué?

Una de las cosas que siempre había admirado acerca de ella era cómo cuestionaba la autoridad, exigía explicaciones racionales y se permitía ser abierta cuando lo eran los que estaban bajo su mandato. También era lo que le molestaba acerca de ella.

Isabel se detuvo frente a él.

—Dime por qué crees que es una tontería.

«Porque no quiero que te pase nada. Porque no puedo imaginarme el mundo sin ti». Por supuesto, no le dijo y nunca le diría esas cosas.

—Sabes que tipo de persona era Shane Moore… era un hombre peligroso, y me atrevo a pensar que sus socios, amigos y conocidos también lo son.

—El peligro nunca me ha asustado —contestó con burla.

—Por eso no deberías hacerlo —contestó él—. Sabes lo que tu padre habría querido… habría querido que trabajaras desde aquí, y no en la línea del frente arriesgando tu vida.

Sabía que la había molestado al recordarle la relación que tenía con su padre. Isabel frunció el ceño y dijo:

—Mi padre querría que todos hiciéramos lo posible por encontrarlo. Estoy harta de sentarme a esperar que alguien lo encuentre —comenzó a pasear de un lado a otro. Estaba tensa y caminaba con decisión—. Sabemos que Shane Moore era el responsable del secuestro de mi padre y sabemos que también era el responsable del secuestro de Ben.

El capitán Ben Lockhart había accedido a hacerse pasar por Nicholas, el hijo del rey Michael, y Shane lo había secuestrado. La hermana de Shane, Meagan, era la responsable de la seguridad de Ben y del infructuoso intento de arresto de su hermano… infructuoso porque el primo de Isabel, Luke, había disparado y matado a Shane.

—La clave de quién tiene a mi padre y de dónde lo esconden está en ese pedazo de papel. Lo presiento… es la única pista fiable que tenemos —dijo ella—. Adam, Meagan ya nos dijo que creía que mi padre había tenido un ataque al corazón… por lo que sabemos, podría estar muriéndose… solo… en un sitio horrible.

Por cómo le brillaban los ojos, Adam se dio cuenta de que estaba al borde del llanto. No quería verla llorar. Solo la había visto llorar una vez y entonces estuvo a punto de cruzar la línea del territorio prohibido.

Suspiró con resignación.

—¿Así que estás decidida a hacerlo?

Ella asintió, respiró hondo y recuperó el control de sus sentimientos.

—Desde que Meagan me dio esa lista, Ben ha estado comprobando los antecedentes de cada nombre. Esta tarde, a más tardar, tiene que darme las fotos y toda la información que tenga de cada uno de ellos.

Adam no era capaz de permanecer sentado y se puso en pie.

—No puedo creer que tu primo vaya a formar parte de esto.

—Ben es un hombre distinto desde que se hizo pasar por mi hermano y lo secuestraron. Siente lo mismo que yo… que si mi padre sigue vivo, el tiempo pasa y hay que hacer algo. Además, sabe que yo voy a hacer esto con o sin su ayuda —levantó la cara y lo miró.

—No puedo permitir que lo hagas —intentó que cambiara de opinión una vez más—. Es demasiado peligroso. Dame toda la información y asignaré a alguien para que haga el trabajo. Conozco una docena de hombres y mujeres que harían cualquier cosa para ayudar a encontrar al Rey.

—No. Quiero hacerlo yo. Adam… necesito hacerlo yo —dijo con un suave tono de súplica—. Ya he hecho gestiones para alquilar una habitación encima de la King’s Men Tavern. Meagan me dijo que su hermano y la mayoría de los hombres que aparecen en esta lista pasan mucho tiempo allí.

La King’s Men Tavern estaba cerca del palacio, pero pocos de los hombres de confianza del Rey habían estado allí. El lugar tenía fama de problemático y muchas veces tenía que ir la policía para resolver peleas o detener a algún borracho. A Adam no le gustaba nada.

Pero solo con mirarla sabía que no serviría de nada decirle que no lo hiciera. Tenía el rostro tenso y la barbilla alzada en un gesto de desafío.

—¿Y cuál es tu plan alternativo? Una de las cosas que te he enseñado es que no te metas en una situación peligrosa sin un plan alternativo.

—Tú eres mi plan alternativo —dijo ella.

Él la miró sorprendido.

Isabel se acercó a él y Adam volvió a sentir el aroma que lo hacía pensar en cálidas noches de verano y en pieles suaves y resbaladizas.

Luchó contra el impulso de retroceder, no quería que ella notase ninguna debilidad por su parte.

—¿Y qué papel voy a jugar en tu plan? —preguntó.

—Voy a hacerme pasar por Bella Wilcox, la prima de Shane Moore —metió la mano en el bolsillo y sacó algo, después agarró la mano de Adam—. Tú serás Adam Wilcox —colocó un anillo de oro en su dedo anular—, mi fiel esposo.

 

 

Isabel se sentó y suspiró cuando Adam salió del despacho. Inmediatamente, llamó a su secretaria.

—Laura, por favor, no me pases llamadas y cancela mi agenda para esta tarde y para las próximas dos semanas.

Notó que su secretaría se sorprendía, pero la mujer era muy profesional y no le haría preguntas. Demasiado nerviosa como para permanecer sentada, Isabel se puso en pie y caminó de un lado a otro del despacho.

Si le hubieran dado a elegir, habría elegido a otra persona para que actuara como su marido. Adam y ella habían discrepado muchas veces acerca de la política y los procedimientos militares, pero no era eso lo que le molestaba de él.

Lo que le molestaba eran sus ojos grises como el acero y sus largas pestañas oscuras. Lo que le molestaba eran sus anchas espaldas, su vientre plano y sus esbeltas caderas.

Lo que le molestaba era que cuando él la miraba, la hacía olvidarse del boato de su título y de la profesionalidad de su formación, y se convertía en una persona con los deseos y necesidades propias de una mujer.

A veces, cuando Adam la miraba, sentía que se le debilitaban las rodillas, que se le formaba un nudo en el estómago y que una ola de calor recorría su cuerpo. Sabía que sería prudente elegir a otra persona para que realizara esa misión secreta.

Pero para esa misión en concreto necesitaba al mejor, y Adam era el mejor. Bien entrenado, Adam Sinclair era el único hombre del mundo a quien ella confiaría esa importante misión.

Adam Sinclair también era el único hombre que la había visto llorar. Frunció el ceño y trató de olvidar que hubo un tiempo en el que ella creyó estar enamorada de él, y que hubo un momento en que ella se arrojó a sus brazos y él mantuvo la compostura como un profesional.

No podía pensar en eso. Eso ocurrió en el pasado… en su juventud. Tenía que centrarse en el trabajo. Sabía que su plan era peligroso, que la gente que había secuestrado a su padre era peligrosa, pero haría cualquier cosa para encontrarlo y poner fin al caos que reinaba en el país que tanto amaba.

Esa noche diría que iba a recluirse, que el estrés de los últimos tres meses había podido con ella. Al día siguiente comenzaría su papel como Bella Wilcox, prima de Shane Moore y esposa de Adam.

Se estremeció. No estaba segura de qué le provocaba más ansiedad, si tratar con hombres y mujeres peligrosos o fingir un matrimonio con Adam Sinclair.

Capítulo 2

 

 

 

 

 

EL interior de la King’s Men Tavern era mucho peor de lo que Adam se había imaginado. En el momento en que entró, el olor a humo le provocó picor de garganta y de ojos.

El ambiente era denso. Además, podía oirse el ruido de las bolas de billar chocando entre sí junto al ruido de los vasos y los gritos roncos de los jugadores que estaban en la parte de atrás del establecimiento.

Adam vio un taburete vacío junto a la barra y se dirigió hacia allí, consciente de que todo el mundo lo seguía con la mirada.

Aunque no intentó mantener contacto ocular con ninguno de los chicos duros que había en el local, tampoco lo evitó. Sabía que en un lugar como aquel, cualquier signo de debilidad era una invitación al enfrentamiento. No era que tuviera miedo de ninguna de las personas que había allí, pero tampoco estaba buscando problemas. Era importante que Isabel y él trataran de pasar desapercibidos. No quería que nadie se fijara mucho en ellos, ya que si los reconocían correrían peligro.

Se sentó en el taburete y dejó la bolsa en el suelo. Después se dirigió al camarero. El hombre fortachón se acercó a él con cara de pocos amigos.

Adam pidió una copa y se acarició la barbilla. No estaba acostumbrado a la barba incipiente que cubría su mentón. No se había afeitado desde el día anterior para prepararse para el papel que tenía que desempeñar. En lugar de su uniforme, llevaba unos vaqueros ceñidos y una camiseta negra.

El camarero dejó la copa sobre la barra con brusquedad, Adam la agarró y giró el taburete para poder ver toda la sala.

Isabel llegaría unos quince minutos más tarde. Adam había llegado temprano para poder ver el ambiente del local. Nunca había estado allí, pero había oído muchas historias acerca del sitio.

No le gustaba. No le gustaba nada. Aquel sitio apestaba a violencia y embustes. Hubiera apostado por que la mitad de los hombres que había allí eran delincuentes, y las mujeres no tenían mucho mejor aspecto. Una mujer que había al otro lado de la habitación le llamó la atención.

Era como un estallido de color en una habitación gris. Tenía el pelo color cobrizo y llevaba una blusa dorada y brillante que resaltaba sus pechos redondeados y dejaba al descubierto un vientre liso. Una falda negra apenas cubría sus otros atractivos y su bonito trasero. «Si se agacha, no quedarán misterios por desvelar», pensó Adam. No podía dejar de mirar sus piernas esbeltas que desaparecían dentro de un par de zapatos rojos de tacón de aguja.

«Sin duda es una prostituta», pensó mientras la observaba conversar con un hombre que parecía medio borracho pero que todavía podía mirarla con lascivia.

Adam no podía culpar a aquel hombre por mirarla así. A pesar de que no podía distinguir el rostro de aquella mujer en la penumbra del local, si su cara hacía juego con su cuerpo, sin duda era un bombón.