Un regalo del pasado - Carla Cassidy - E-Book
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Un regalo del pasado E-Book

Carla Cassidy

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Beschreibung

Un momento detenido en el tiempo para siempre... Claire McCane jamás habría pensado que volvería a encontrarse cara a cara con su ex esposo, y tampoco pensaba que su aparición la afectaría tanto. Pero aún la esperaban más sorpresas. Aún más inquietante que el inesperado regreso de Joshua, era la antigua fotografía que descubrieron y en la que aparecía una pareja increíblemente parecida a ellos dos. Muy a su pesar, tenían que ir juntos en busca de un tesoro que les hizo volver a sentir cosas que ya habían olvidado...

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Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

© 2003 Carla Bracale

© 2016 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Un regalo del pasado, n.º 1413 - agosto 2016

Título original: A Gift from the Past

Publicada originalmente por Silhouette® Books.

Publicada en español en 2003

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Julia y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.

I.S.B.N.: 978-84-687-8691-9

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

Portadilla

Créditos

Índice

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Epílogo

Si te ha gustado este libro…

Capítulo 1

CLAIRE McCane parecía una vagabunda. Pero, por lo que ella sabía, la mayor parte de los buscadores aficionados de tesoros tenían aspecto de gente de la calle. Por supuesto, el pequeño pueblo de Mayfield, en Missouri, no atraía a muchos buscadores de tesoros de los de verdad.

Desde que Clark Windsloe, el propietario de Windsloe Automotive y alcalde de Mayfield, había comenzado el concurso de Pot of Gold, los ciudadanos corrientes de Mayfield se habían transformado en buscadores de tesoros.

Las tres pistas finales que llevarían al lugar donde estaba enterrado el tesoro de diez mil dólares, aparecerían en el periódico del sábado por la mañana durante tres semanas consecutivas, pero Claire creía que ella sabía dónde podía encontrar la fortuna.

Caminó con brío y atravesó el césped que rodeaba al edificio del ayuntamiento y la comisaría de policía. No quería llamar la atención. No quería que nadie supiera a dónde se dirigía para buscar el dinero enterrado.

Detrás del edificio había un bosque frondoso, y allí era donde se dirigía. A la base de un árbol concreto. Por desgracia, no podía permitirse comprar una de esas máquinas para buscar tesoros que tenían todo tipo de pitidos y alarmas. Solo contaba con una pala y una buena dosis de emoción.

El aire de junio era cálido y el aroma de las flores se mezclaba con el sudor de su cuerpo. Mientras se introducía en el bosque miró el reloj que llevaba en la muñeca.

El tiempo era fundamental. Siempre se sentía culpable si dejaba a su abuelo al cuidado de otra persona durante demasiado tiempo. Menos mal que Wilma Iverson, su vecina, estaba dispuesta a quedarse con Sarge para hacerle compañía.

En el bosque hacía más fresco. El árbol que buscaba Claire estaba en el extremo más lejano. Era un árbol marcado por un rayo, al que cuando era una niña lo llamaba Dragon Tree.

La pista que había salido en el periódico aquella mañana hablaba de las raíces de fuego y cenizas que producían dulces frutos. Al leerla, Claire pensó en el Dragon Tree. Esperaba estar en lo cierto. Tenía montones de planes para gastar el dinero, si lo encontraba.

Apresuró el paso y deseó ser la única persona que hubiera pensado en el árbol dañado por un rayo.

Lo oyó antes de verlo, estaba en algún lugar delante de ella y parecía un oso avanzando entre la maleza, aunque en Mayfield no había osos. Al mismo tiempo, ella percibió el aroma de una colonia cara.

Alguien iba tras su tesoro. Claire aceleró el paso. Si pudiera llegar primero y clavar su pala en la tierra antes que la otra persona, el tesoro sería suyo.

Estaba a poca distancia del árbol cuando escuchó el ruido de una pala al chocar contra el suelo. Se detuvo en seco y la decepción se apoderó de ella. Después, continuó adelante para descubrir quién le había quitado el puesto.

Era un hombre, estaba de espaldas a ella e iba demasiado bien vestido para ser un buscador de tesoros. Llevaba un pantalón azul oscuro que resaltaba sus piernas musculosas y sus caderas delgadas. Una camisa blanca ceñía sus anchas espaldas, empapadas en sudor.

—Parece que ha llegado primero —dijo Claire.

Él se volvió para mirarla y ella se quedó boquiabierta y dio un paso atrás.

—Joshua —susurró su nombre y miró al hombre al que no había visto desde hacía cinco años, el hombre que había sido, y seguía siendo su marido.

—Hola, Claire.

Su voz hizo que Claire se sintiera invadida por los recuerdos, al mismo tiempo que él la miraba de arriba abajo con sus bonitos ojos verdes.

Las barreras defensivas se irguieron en su interior.

—¿Qué haces aquí? —preguntó ella, enfadada por no llevar otra ropa que no fuera unos vaqueros viejos y una camiseta con restos de pintura blanca.

Él señaló la pala que tenía clavada en el suelo.

—Estoy buscando un tesoro.

Desde luego no tenía aspecto de que necesitara buscar un tesoro. Los zapatos que llevaba parecían italianos y, probablemente, con lo que le habían costado, ella podría pagar la comida para Sarge y ella durante todo un año.

De pronto, se dio cuenta de que estaba en estado de shock. La última persona que esperaba volver a ver en su vida era Joshua McCane.

—Quería decir… ¿qué estás haciendo en Mayfield? Nadie me había dicho que estabas en la ciudad.

Él sacó la pala del suelo y se apoyó en el árbol.

—Llegué anoche, tarde. Esta mañana he desayunado en el café y al leer las pistas del concurso decidí probar suerte.

—¿Y por qué no pruebas suerte en otro sitio? Aquí es donde yo pensaba excavar.

—Pues parece que te he ganado, Cookie —él agarró la pala y continuó cavando.

Ella se sobresaltó al oír que la llamaba por su apodo antiguo, el que él utilizaba cuando, al verla, se le iluminaban los ojos con pasión… cuando él la amaba… y cuando ella lo amaba a él.

—¿Qué estás haciendo aquí? —le preguntó una vez más. Ella no quería que él estuviera en Mayfield, y menos que estuviera en el Dragon Tree.

—Ya te lo he dicho, estoy buscando un tesoro —levantó la pala llena de tierra y la tiró a un lado. Los músculos de sus brazos bronceados se tensaron.

—Quiero decir, ¿qué estás haciendo en Mayfield?

Joshua la miró a los ojos fijamente.

—He decidido que ya era hora de regresar a casa.

Ella se apoyó en el tronco del árbol. Le temblaban las piernas y no estaba segura si era por el shock o por la rabia que sentía. Hora de regresar a casa. Él no tenía casa allí, al menos, no con ella. Lo observó mientras él seguía cavando.

—Nunca imaginé que Mayfield tuviera mucho atractivo para un miembro de la jet-set como tú.

—Ah, así que has estado al tanto de mi vida —le dedicó una rápida sonrisa.

El paso de los años no había hecho que disminuyera el atractivo de su sonrisa y ella sintió un nudo en la base del estómago.

—En realidad, no —mintió ella—. Ya sabes cómo es Mayfield. A la gente le encanta chismorrear y tú te has convertido en una especie de héroe… ese chico malo que llegó a ser algo en la vida.

Los rayos del sol que se filtraban entre el follaje iluminaban su cabello oscuro, y ella se fijó en que Joshua necesitaba un corte de pelo. Lo había necesitado durante la mayor parte del tiempo que habían pasado juntos, y Claire recordó el tacto de su cabello bajo las yemas de sus dedos.

El resentimiento se apoderó de ella y la hizo separarse del árbol.

—No necesitas ese dinero, Joshua. ¿Por qué no te vas y me dejas cavar a mí?

Él la miró, pero continuó cavando.

—No necesitarías el dinero si hubieras cobrado los cheques que te he mandado durante estos años.

—No quería tu dinero —no había querido nada de él desde que la había dejado, y lo único que deseaba en ese momento era que se marchara.

—¿Cómo está Sarge?

—Está bien. Todos estamos bien, y ahora puedes regresar a California, a Londres, o a donde sea.

—¿Todavía mantiene las calles de Mayfield a salvo de los delincuentes? —preguntó él.

Ella tardó un instante en responder. Al parecer, él no había estado al tanto de su vida, ya que no sabía lo de Sarge.

—No, se retiró hace tres años.

—¿De veras? —arqueó una ceja—. No puedo imaginarme a Sarge retirado —en ese mismo instante, su pala golpeó algo metálico.

—Oh, cielos. El tesoro… está aquí —ella se inclinó para mirar el agujero que él había hecho. La rabia y el resentimiento que Claire sentía desaparecieron tras una ola de emoción.

—Espera… échate hacia atrás… no estoy seguro de qué es lo que he golpeado. Puede que solo sea una roca.

Pero no fue así. Claire lo observó mientras él excavaba alrededor del objeto, que resultó ser una caja de metal.

—No puedo creer que esté aquí —dijo ella—. Pensaba que las pistas indicaban este lugar, pero no estaba segura.

Joshua dejó la pala a un lado y se agachó para sacar la caja. Era de aluminio y estaba atada con una especie de cinta vieja.

—No parece que la hayan enterrado hace un par de semanas —dijo él, frunciendo el ceño.

—¡Ábrela! —exclamó ella—. No sabremos si el dinero está dentro hasta que no la abras.

De pronto asimiló la idea de que Joshua estaba otra vez en la ciudad, y de que parecía que había vivido sin problemas los años pasados. Además, tenía su tesoro… el dinero que iba a cambiarle la vida a ella.

No era justo. Pero si Claire había aprendido algo durante sus veintiséis años de vida, era que la vida no era justa.

Observó a Joshua mientras intentaba quitar la cinta. Al tocarla, se desintegró entre sus dedos y cayó al suelo. Una vez más, ella se acercó a él y percibió el placentero aroma de su colonia. Era distinta a la que solía utilizar.

Cuando la abandonó, cinco años atrás, Claire pasó varios meses con el aroma de su colonia impregnado en la piel, recordándole continuamente todo lo que había perdido.

Dejó de pensar en el pasado cuando él consiguió abrir la tapa de la caja. Se abría hacia atrás, de forma que ella no pudo ver lo que contenía.

Observó la expresión de su rostro y le preguntó:

—¿Qué… qué tiene dentro?

Él la miró. Sus ojos verdes expresaban confusión.

—Odio tener que romper tu ilusión, Cookie, pero no hay dinero. Solo una vieja fotografía.

—¿Una fotografía? —preguntó desilusionada—. ¿Una vieja foto? ¿De qué?

—Creo que tendrás que verlo para creerlo —sacó la foto de la caja y se la dio.

Ella agarró la foto y la miró, sin comprender durante un instante lo que veía. La foto era antigua y el tono sepia del papel estaba descolorido.

En ella aparecía una joven pareja. La mujer estaba sentada en una silla de respaldo alto y el hombre, de pie, a su lado. Por la ropa que llevaban, parecía una pareja del siglo diecinueve, pero fue el rostro de ambos lo que hizo que Claire se estremeciera.

El hombre era igual que Joshua y la mujer era una copia clavada de Claire. Ella miró a Joshua sujetando la foto entre sus dedos temblorosos.

—Se parecen a nosotros. Quiero decir, son iguales que nosotros. ¿Cómo es posible?

Joshua miró a la mujer a la que había amado con locura. No estaba seguro de qué era lo que le hacía estar confuso, el hecho de que hubiera una foto de ambos enterrada en una caja de metal, o que después de todos esos años, Claire siguiera afectándolo. Ella tenía el mismo aspecto que el día en que él se marchó, excepto que quizá parecía más frágil. Estaba tan delgada que parecía que una ligera brisa pudiera derrumbarla.

Su cabello seguía siendo de color dorado, largo y espeso. Él se preguntaba si todavía utilizaba el mismo champú con aroma a fresa.

Sus ojos eran tal y como él los recordaba… grises como el cielo tormentoso y rodeados por negras pestañas. No siempre habían sido así, hubo un tiempo en el que los tenía del color de la pasión, de los sueños… del amor.

—¿Joshua?

La voz de Claire hizo que Joshua volviera a la realidad. Agarró la foto y la miró de nuevo. No había equivocación posible. La pareja de la foto eran clones de él y de ella.

—No lo sé… No sé cómo es posible —contestó él.

—Pero son iguales que nosotros —repitió ella.

Joshua le dio la vuelta a la foto. Había algo escrito en la parte de atrás, pero era casi ilegible. Leyó en voz alta:

—Daniel y Sarah Walker, año mil ochocientos cincuenta y seis —miró a Claire—. Me da la sensación de que tenemos un misterio en todo esto.

Se miraron durante un instante y, en el fondo de sus ojos turbios, él vio desconcierto, asombro y dulzura. Fue solo un segundo, después todo desapareció de golpe.

—No tenemos nada —contestó ella—. Tú tienes una vieja foto y yo no tengo nada —se volvió para marcharse, y se sorprendió al ver que él se colocaba a su lado.

—¿No sientes curiosidad? —preguntó él mientras regresaban hacia el bosque.

—¿Curiosidad acerca de qué?

Él colocó la caja frente a ella.

—Sobre ellos. Sobre Daniel y Sarah, sobre ¿por qué se parecen a nosotros? Quizá sean parientes lejanos o, quien sabe, a lo mejor son nuestro doble.

Él quería preguntarle si ella había sentido la extraña sensación que había recorrido su brazo en el momento de agarrar la foto.

—Lo único por lo que siento curiosidad es por saber por qué estás caminando junto a mí en lugar de regresar al lugar del que has venido —contestó ella con frialdad.

El sendero se estrechó y Joshua se colocó detrás de Claire. Seguía teniendo el trasero más sexy que él había visto nunca.

—He pensado en pasar a saludar a Sarge.

Por la manera en que Claire enderezó los hombros, y por cómo apresuró el paso, él supo que no le hacía ninguna gracia que quisiera ir a su casa.

No trató de volver a hablar con ella. Llegaría el momento en el que tendrían que hablar para aclarar el pasado y el futuro. Pero ese no era el momento. Él sabía que la había sorprendido con su aparición, y que ella necesitaba tiempo para asimilar su presencia. Él también necesitaba un tiempo de adaptación.

Su idea era llegar a Mayfield, ocuparse de los asuntos pendientes y marcharse sin mirar atrás. No esperaba que al ver a Claire experimentaría una mezcla de sentimientos confusos.

Cuando llegaron a la acera del ayuntamiento, ella continuó caminando delante de él, como si no quisiera que nadie viera que iban juntos.

Él miró a su alrededor y se fijó en los cambios que habían sucedido en la pequeña ciudad. Algunas tiendas que él conocía ya no existían y habían sido reemplazadas por otras.

—Es curioso cómo todo me parece más pequeño de lo que recordaba —comentó él, y señaló hacia las ruinas de un edificio de dos pisos—. Veo que la casa de Hazel Benton se ha quemado.

—Sí, hace un par de años. La instalación eléctrica estaba muy vieja —ella frunció el ceño como enfadada porque él la hubiera hecho hablar.

—¿Recuerdas que cuando éramos niños todos pensábamos que la vieja Hazel era una bruja y que por las noches se dedicaba a pasear por las calles de Mayfield en busca de niños pequeños para desayunárselos por la mañana?

—Lo recuerdo —dijo ella, y esbozó una pequeñísima sonrisa.

Joshua deseó que sonriera de verdad, y poder oír el sonido de su risa. Siempre le había encantado el sonido de su risa.

Durante los dos primeros años de matrimonio se habían reído muchísimo. Eran demasiado jóvenes y, quizá, demasiado ingenuos para darse cuenta de que, si uno lo permitía, la alegría podía borrarse de la vida.

Seis años atrás, él era un niño de pueblo casado con el amor de su vida. En un momento trágico, todo se había destrozado.

Pero no había ido allí para recordar el pasado.

Cuando vio la casa de Sarge, se sorprendió al ver lo mal conservada que estaba. El césped que siempre había estado bien cortado necesitaba segarse, y la casa necesitaba una buena mano de pintura. Uno de los canalones colgaba de una esquina del tejado.

—Parece que Sarge ha abandonado un poco la casa —comentó él, y apresuró el paso para alcanzar a Claire.

—Has estado fuera mucho tiempo. Las cosas han cambiado. Sarge ha cambiado —dijo ella con frialdad.

Al parecer, algunas cosas no habían cambiado, como el hecho de que ella siguiera sintiendo rencor hacia él.

Se preguntaba si, cuando le dijera que había ido hasta allí para pedirle el divorcio, ella aumentaría su rencor hacia él o si, al fin, se sentiría libre.

Capítulo 2

JOSHUA siguió a Claire hasta el porche delantero. Él y Claire habían pasado muchas tardes en el columpio que antes había en el porche, y fue allí donde Joshua le pidió que se casara con él. Ambos tenían apenas dieciocho años, y ella estaba embarazada de tres meses.

Al entrar a la casa, percibió una serie de olores familiares… El aroma de la madera vieja, el de las cortinas desgastadas por el sol y el del ungüento mentolado que Sarge solía ponerse en el hombro lesionado.

Claire y Joshua habían pasado allí los cinco años de matrimonio. Eran demasiado jóvenes para comprarse una casa y Joshua no tenía familia. Desde que comenzó a salir con Claire, a los quince años, Claire y Sarge se habían convertido en su familia.

Intentó disimular su sorpresa al ver que Wilma Iverson, la vecina de al lado, entraba en el salón desde la cocina. Ella también puso cara de sorpresa al verlo.

—¡Que se abra la tierra si ese no es Joshua McCane!

—Hola, señora Iverson —contestó él.

—Ah, hoy me llamas señora Iverson, pero todavía recuerdo cuando no eras más que un mocoso y me llamabas sargenta a mis espaldas.

—Uy, yo no recuerdo tal cosa —dijo Joshua riéndose.

—¿Dónde está Sarge? —preguntó Claire.

Wilma señaló hacia el pasillo.

—Es su dormitorio, enfadado.

Joshua notó que Claire se ponía tensa.

—¿Qué ha pasado?

—Lo pillé con una bolsa de caramelos y se la quité. Le dije que no quería ser cómplice de su muerte.

Joshua escuchó con atención y se preguntó qué hacía allí Wilma y por qué le quitaba los dulces a un adulto.

—¡Sarge! —Claire gritó desde el pasillo—. Sal de ahí. Hay alguien que quiere verte.

—Si es esa criatura de la casa de al lado, no pienso salir —Claire frunció el ceño y miró a Wilma como para disculparse.

—No soy yo la que quiere verte. Yo me voy, ¡viejo estúpido! —gritó Wilma. Sonrió a Claire y a Joshua y se dirigió hacia la puerta—. Avísame si me necesitas otra vez, cariño. Ya sabes dónde encontrarme.

Mientras ella salía por la puerta, Joshua escuchó un golpe, una palabrota y después un extraño chirrido. Miró hacia el pasillo y se quedó de piedra al ver al delicado hombre de pelo cano que se acercaba sentado en una silla de ruedas con motor.

Sarge. Parecía que habían pasado cincuenta años en lugar de cinco. Se detuvo junto a la puerta del salón y movió la cabeza a ambos lados.

—¿Claire?

Fue en ese momento cuando Joshua se percató de que Sarge no solo estaba delgado y delicado, sino también ciego. Miró a Claire, como preguntándole qué le había pasado al hombre fuerte y vital que Joshua había querido como a un padre. Pero por supuesto, ella no podía contestar sus preguntas silenciosas. Allí no… y menos en ese momento.