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Se ocultó de los periodistas... en la habitación de hotel de un guapo desconocido Vio cómo cancelaban su vuelo y cómo su prometido la dejaba por sus aspiraciones políticas. Además, la prensa iba pisándole los talones. Así eran los días en la vida de la discreta heredera Charlotte Dumont. Entonces, Nic Russo le ofreció su habitación de hotel para que pudiera esconderse. ¿Iba a pedirle él algo a cambio? ¿Acaso le importaba a Charlotte? Ella se había pasado una vida entera de privilegios guardando las apariencias, no perdiendo el control jamás y no dejándose llevar nunca. Aquella noche, tal vez, podría perder la cabeza con Nic para luego regresar a la mañana siguiente a su ordenada existencia...
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Seitenzahl: 190
Editado por HARLEQUIN IBÉRICA, S.A.
Núñez de Balboa, 56
28001 Madrid
© 2012 Anne Oliver. Todos los derechos reservados.
EL PRECIO DE LA FAMA, N.º 2224 - abril 2013
Título original: The Price of Fame
Publicada originalmente por Mills & Boon®, Ltd., Londres.
Publicado en español en 2013.
Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con permiso de Harlequin Enterprises II BV.
Todos los personajes de este libro son ficticios. Cualquier parecido con alguna persona, viva o muerta, es pura coincidencia.
® Harlequin, logotipo Harlequin y Bianca son marcas registradas por Harlequin Books S.A.
® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.
I.S.B.N.: 978-84-687-3015-8
Editor responsable: Luis Pugni
Conversión ebook: MT Color & Diseño
www.mtcolor.es
Nic Russo siempre planeaba cualquier eventualidad. La nube de ceniza volcánica procedente de Chile que estaba barriendo toda Australia ya había empezado a afectar al transporte aéreo y, en cualquier momento, todos los vuelos del aeropuerto de Melbourne iban a ser cancelados.
Su instinto jamás le fallaba y no tenía intención alguna de convertirse en uno de esos pasajeros atrapados en el caos.
Mientras estaba en la fila de facturación, llamó a la recepción del hotel que había en el aeropuerto. Entonces, oyó la voz de Kerry al otro lado de la línea telefónica. Sonrió.
–Hola, nena. Soy Nic.
–Hola, Nic.
–¿Cómo va todo por ahí?
–Hay mucho jaleo.
–Me lo imagino. Me parece que, después de todo, voy a necesitar esa reserva.
–No eres el único. Hay una lista de espera interminable.
–Ah, pero esas personas no conocen a la recepcionista como la conozco yo –sonrió–. Los enchufes, querida Kerry...
–Lo son todo. Sí, ya lo sé –comentó mientras tecleaba en el ordenador–. Entonces, ¿se trata de una habitación individual?
–Depende –dijo él con voz profunda y sugerente–. ¿Cuándo terminas de trabajar?
–Eres incorregible –replicó ella, riendo.
–Me lo dices constantemente –comentó él. Nic se imaginó la risa en los labios de Kerry. Sabía que ella y su pareja se reirían al respecto aquella noche–. Si sigo en tierra cuando termines de trabajar, ¿quieres pasarte para que te pueda dar las gracias invitándote a una copa?
Mientras hablaba, su atención se vio reclamada por la esbelta morena que guardaba la fila delante de él. Aquella mujer también había viajado en el mismo vuelo procedente de Adelaida en el que Nic había volado aquella misma mañana. Se había percatado de su perfume entonces igual que en aquel preciso instante, una esencia francesa y cara que, a la vez, resultaba ligera y refrescante.
Sin embargo, ¿era solo el perfume lo que había capturado su atención? Las mujeres de aspecto tan pulcro y conservador no eran su tipo, pero ciertamente... aquella mujer tenía algo. Algo intemporal. Aquel pensamiento lo turbó durante un instante. Solo durante un instante. A Nic no le iba en absoluto la nostalgia y el sentimentalismo en lo que se refería a las mujeres. De hecho, el sentimentalismo no le iba en absoluto. Punto final.
No obstante, así era exactamente como aquella mujer le hacía sentirse. Eso era lo raro. Se podía imaginar estar así, detrás de ella, al borde de un plácido lago observando cómo salían las estrellas. Apartándole el collar de perlas y los mechones de sedoso cabello, colocándole la boca justo allí, en aquel esbelto cuello.
–Me encantaría volver a verte –le dijo Kerry devolviéndolo a la realidad–, pero, en este momento, la situación está tan complicada que no sé hasta cuándo va a durar mi turno.
–No pasa nada. Estás muy ocupada. Te dejaré que sigas trabajando, pero espero verte muy pronto. Ciao.
Cortó la llamada sin poder apartar los ojos del cuello de aquella mujer. Trató de apartar de sí la extraña sensación que ella había invocado dentro de él y la estudió de un modo puramente objetivo.
¿Qué clase de mujer llevaba perlas hoy en día? A menos que se hubiera vestido para una fiesta con la realeza.
Observó los hombros, cubiertos con una americana, y luego pasó a examinar la falda a juego, por debajo de la rodilla y el bien moldeado trasero, que tanto apetecía acariciar..
Ella había estado sentada en el asiento del pasillo una fila detrás de él. Llevaba sus cascos de música puestos y tenía los ojos completamente cerrados y los dedos rígidos sobre el portátil. No llevaba ningún anillo en la mano izquierda, pero sí uno muy grande en la derecha. Tal vez le ocurría lo mismo que a él. Desgraciadamente, la agobiante claustrofobia que le producía verse sellado herméticamente en una lata de sardinas volante era para Nic una tediosa necesidad en su vida.
Fuera cual fuera la razón de su tensión, aquella mujer había supuesto una intrigante distracción para él. La aparente falta de interés por parte de ella le había dado a Nic la oportunidad de observarla y de preguntarse si aquella boca color melocotón sabría tan deliciosa como parecía. Sobre cómo respondería ella si él llevaba a cabo sus planes. La expresión que vería en sus ojos si ella los abriera y lo viera observándola.
Sonrió. Sí, aquello era más propio de él. La excitación de la caza, la inevitable conquista. La temporalidad. Nada de esa tontería del sentimentalismo.
Dio un paso al frente para avanzar con la fila.
Ella también viajaba a Fiji. No parecía una mujer de negocios, pero tampoco tenía el aspecto de una turista. Tal vez Nic tendría la suerte de que ella se sentara a su lado para que él pudiera pasarse las siguientes horas descubriendo el color de sus ojos y si había una mujer apasionada bajo aquella apariencia aburrida y conservadora.
Eso, asumiendo que el avión despegara.
Ella se acercó al mostrador de facturación y colocó una enorme maleta sobre la cinta transportadora. Un instante más tarde, Nic observó cómo ella se alejaba, con sus misteriosos ojos ocultos tras un par de enormes gafas. ¿Sería una famosa o pertenecería a la alta sociedad?
Se limitó a poner su propia maleta sobre la cinta transportadora y sacó sus documentos. Fuera aquella mujer quien fuera, él no la reconocía.
Se dirigió hacia el control de pasaportes, incapaz de apartar los ojos de aquel atractivo trasero. «Olvídalo, Nic. No es tu tipo». Desgraciadamente, su cuerpo no quería escuchar. Por eso, se detuvo deliberadamente, se quitó la chaqueta y la guardó en su equipaje de mano. Entonces, estudió el panel de salidas durante un instante. Se suponía que debía utilizar aquel vuelo para resolver ciertos problemas que le estaba dando el juego en el que estaba trabajando en aquellos momentos, no pensando en una desconocida que, además, no era su tipo.
Volvió a verla entre la multitud. De repente, todos los pensamientos carnales se desvanecieron. Un periodista al que él reconoció y que pertenecía a una de las revistas locales le estaba cortando el paso. Ella negaba con la cabeza, pero el tipo, que fácilmente era el doble de corpulento que la mujer, no hacía más que impedirle que avanzara. Su actitud resultaba muy intimidante.
Nic sintió que se le hacía un nudo en la garganta al recordar imágenes de su propia infancia. En aquellos momentos, como estaba ocurriendo en aquel instante, nadie fue a ayudar. A nadie le importó. Nadie quiso implicarse.
«Ni hablar». Agarró su equipaje de mano y avanzó con rapidez. No iba a permitir que aquel acosador se saliera con la suya.
–Déjeme en paz –oyó que ella decía–. Ya le he dicho que me ha confundido usted con otra...
–Por fin te encuentro –dijo Nic al acercarse a ella–. He estado buscándote por todas partes.
Ella se volvió para mirarlo. La impecable piel de su rostro tenía un aspecto pálido y frágil, como si se tratara de una delicada rosa que se enfrenta a la primera ola de calor del verano. De cerca, el perfume que emanaba de su piel resultaba aún más sensual.
Nic no le apartó los ojos del rostro, deseando que ella le diera la oportunidad de que no quería importunarla.
–Fuera de aquí, amigo –le espetó al periodista–. Ya te ha dicho que te has equivocado de mujer.
Charlotte parpadeó. Un instante antes estaba desesperadamente tratando de negar su identidad y, en aquel momento, se veía frente a un desconocido de camisa oscura y abdominales de acero que parecía estar pensando que ella era otra persona.
Unas enormes manos le sujetaron los hombros. Una profunda voz resonó junto a su mejilla.
–Confíe en mí y sígame la corriente –susurró.
Ella se quedó inmóvil. El corazón le latía con fuerza contra las costillas y le hacía temblar por dentro. Agarraba con fuerza el asa de su equipaje de mano mientras que los brazos de él la inmovilizaban como si fueran las barras de una celda. Bueno, no del todo. Resultaban grandes y cálidas, protectoras en vez de represoras. Sin embargo, aquel hombre no parecía conocerla, por lo que se aferró a la vía de escape que él le ofrecía como si le fuera en ello la vida y se obligó a sonreír.
–Pues aquí estoy... cielito.
Él levantó las cejas al escuchar aquello y, a continuación, asintió una única vez. Entonces, devolvió la sonrisa y le deslizó las manos de los hombros para colocárselas sobre la espalda.
Antes de que ella pudiera volver a respirar, los labios de él tocaron los de ella. Tierna, pero firmemente. Charlotte recordó las palabras que él había pronunciado y sintió que los pechos se le erguían y vibraban con un seductor calor.
Durante un instante, se perdió en aquel beso. Apenas podía escuchar las voces que había a su alrededor. Aquel hombre sabía besar muy bien. Una voz en su interior le advertía que no lo conocía, pero, a pesar de todo, en vez de alejarse de él, le devolvió el beso.
Él la estrechó entre sus brazos y la besó más profundamente. Para Charlotte, aquello fue una experiencia inigualable. Jamás había experimentado algo parecido. En la distancia, escuchó que se anunciaba algo por los altavoces, pero la parte de su cerebro que se ocupaba del pensamiento racional había dejado de funcionar.
Charlotte sentía que las manos de él bajaban más y más, que los dedos le acariciaban la columna vertebral y se le instalaban sobre las caderas. El calor que emanaba de él la empapó por completo hasta llegarle a la piel.
–Yo también te he echado de menos... cariño.
Charlotte se sentía como si estuviera despertando de un trance. Se dio cuenta de que había dejado de respirar y aspiró con fuerza. Un aroma poco familiar le atacaba los sentidos. La intimidad del momento había desaparecido, pero el pulso aún le latía con fuerza en las venas
Los ojos de aquel hombre eran marrones oscuros. Hipnóticos. Embriagadores. La clase de ojos en los que una mujer podía perderse y no volver a encontrar el camino.
–Yo...
Él le colocó un largo y bronceado dedo sobre los labios, miró por encima del hombro de Charlotte y le advirtió con los ojos que los reporteros aún los estaban observando. Entonces, dijo:
–Es mejor que nos vayamos. Está a punto de montarse un buen jaleo.
Le agarró con fuerza el brazo y comenzó a guiarla hacia la salida.
–¡Un momento! –gritó ella. De repente, aquello iba demasiado rápido–. ¿Adónde me lleva? ¿Qué es lo que está pasando aquí?
–Calle –susurró él–. ¿Acaso no ha escuchado lo que han anunciado por megafonía? No va a despegar ningún vuelo hasta mañana como pronto. Por lo tanto, nos vamos al hotel del aeropuerto.
–Espere. Espere un momento, yo no...
–¿Prefiere quedarse aquí y correr el riesgo? –le preguntó él.
Por supuesto que no. Prefería marcharse con aquel desconocido que tan hábilmente la había besado.
Él le tiró de la mano, por lo que Charlotte no tuvo tiempo de seguir considerando sus opciones.
–Ese periodista nos está siguiendo otra vez. No mire atrás.
–¿Cómo lo sabe?
–Sé cómo funciona la mente de ese tipo. Está esperando para ver si nuestras demostraciones de afecto continúan. Está vigilándonos para pillarnos.
–Pero mi equipaje...
–Ya lo ha facturado. Tendrá que apañárselas con lo que tiene.
Salieron al exterior de la terminal. Los pasajeros que aún no se habían enterado de las noticias seguían llegando. Los dos se dirigieron hacia el puente que conducía hacia el aparcamiento y el hotel del aeropuerto.
–Estoy segura de que lo hemos convencido –murmuró mientras tiraba de su equipaje de mano para que subiera la acera.
–¿Usted cree? –le preguntó él mirándola con una íntima y devastadora sonrisa. Los ojos le relucían–. Creo que deberíamos volver a intentarlo para estar completamente seguros –añadió. Antes de que ella pudiera reaccionar, le quitó las gafas–. Ah...
Ella levantó la barbilla, atreviéndose a mirarlo a los ojos.
–¿Estaba esperando unos impactantes ojos azules, tal vez verdes? ¿Violetas? Le agradezco su ayuda –le espetó mientras abría el bolso para meter en él sus documentos–. De verdad. Gracias, pero, ¿ha sido todo eso...? –dijo, tratando de encontrar las palabras adecuadas para definir la experiencia más orgásmica de su vida y sin conseguirlo–... ¿necesario?
¿Orgásmico? ¿Un beso? Tenía que vivir un poco más. Una vida nueva. ¿No era esa la razón de aquel viaje? ¿Tener tiempo para ponderar sobre su futuro y decidir lo que quería hacer, lo que, tal vez, podría incluir animar un poco su inexistente vida sexual?
–Claro que era necesario –dijo él mirándola a los ojos. Entonces, dejó caer su propia bolsa de viaje al suelo–. Las sutilezas se pierden con tipos como él.
–Está bien –replicó ella–. Sin embargo, no creo que sea necesario que repitamos la actuación.
Él miró hacia la terminal.
–Piénselo de nuevo... nena.
–Oh, no...
Ella no miró. Trató de volverse a colocar las gafas, pero él negó con la cabeza y se las sujetó. Entonces, le acarició un lado del rostro con un dedo.
–Él no puede estar seguro de que usted es quien él cree que es. Está demasiado lejos para ver el color de sus ojos. Y es una pena porque son encantadores.
Dios santo... Flynn también había sido un seductor de la palabra.
–Son grises –replicó. No trató de volver a ponerse las gafas porque eso era precisamente lo que él estaba esperando que ella hiciera.
–¿Hay alguna razón por las que los oculta detrás de las gafas? –le preguntó mientras la estudiaba con curiosidad.
No iba a contarle nada de su historia familiar.
–Me he despertado con dolor de cabeza, si tanto le interesa.
–Lo siento. ¿Se le ha pasado un poco?
–Sí. Ahora, ¿podemos terminar con esto?
Él frunció el ceño.
–Hace un instante le gustaba....
Así era. No podía negarlo.
Él volvió a acariciarle el rostro.
–Debería ser usted quien tomara la iniciativa en esta ocasión para persuadir a ese hombre de que está desesperadamente enamorada de mí.
La brisa revolvió el cabello de aquel desconocido. Tenía el pelo negro, demasiado largo como para que resultara adecuado, cejas oscuras y una piel aceitunada que le indicaba a Charlotte que él era de ascendencia mediterránea. Tenía la mandíbula masculina, cuadrada, y mejillas prominentes. Tenía unas ligeras arrugas de expresión en los ojos, como si disfrutara de la vida al aire libre.
–Yo ni siquiera sé su nombre...
–Me llamo Nic. ¿Y el tuyo?
Ella negó con la cabeza y apretó los labios. Entonces dijo:
–Debería decirte que ese hombre no se ha equivocado de mujer y que, probablemente, sabe leer perfectamente los labios.
Nic bajó la mirada inmediatamente a sus labios. Los ojos se le oscurecieron.
–En ese caso, más importante resulta aún engañarlo, ¿no te parece? Bésame.
Aquellas palabras le acariciaron la piel, poniéndosela de gallina bajo las mangas de la chaqueta.
–Yo...
Iba a decir que jamás besaba a hombres que no conocía, pero ya lo había hecho.
–Di primero mi nombre si eso hace que te sientas más cómoda.
–Nic... –dijo ella. Le gustaba el modo en el que le sonaba en la lengua. Le gustaba que él estuviera haciendo todo lo posible por tranquilizarla. Que acabara de salvarla de una humillación pública. Que, probablemente, fuera el hombre más guapo al que había besado en toda su vida–. ¿Nicholas?
–Dominic.
–Dominic.
Extendió la mano, sin poder mirarlo a los ojos. Le colocó la mano sobre el pecho. El tacto de su camisa resultaba suave y cálido bajo las yemas de los dedos. Unos duros músculos se tensaron bajo su mano y la obligó a apartarla instintivamente.
¿Qué había dicho Flynn cuando él terminó con su compromiso? Que ella no era lo suficientemente desinhibida ni lo suficientemente glamurosa ni lo suficientemente segura de sí misma como para ser la esposa de un aspirante en política. Que, después de veinticuatro años de ser la hija de una pareja socialmente distinguida, debería acostumbrarse a estar en el ojo público.
Desde ese momento, ella había tomado la decisión de trabajar en sus carencias. De ahí ese viaje. Tenía que relajarse, reagruparse y centrarse en la nueva dirección que había tomado su vida. Trabajar en la mejora de la seguridad en sí misma. Tenía que demostrar que su ex se había equivocado. Entonces, podría seguir con su vida. ¿No había demostrado ya con ese horrible periodista que podría mostrarse segura de sí misma cuando era necesario?
–Eh –murmuró él mientras le agarraba la mano y se la colocaba sobre el pecho–. Cierra los ojos y déjate llevar. Si te ayuda, finge que soy otra persona.
Ni hablar. Si iba a hacerlo, iba a disfrutarlo y aquello significaba dedicarle toda su atención. Después, reservaría una habitación para lo que quedaba del día. No tendría que volver a verlo. No tenía por qué estar en su mismo vuelo.
Respiró profundamente y le deslizó la mano descaradamente por encima de la camisa. Se tomó su tiempo, disfrutando las sensaciones. La otra mano se unió a la primera
–Nic –dijo, mirándolo a los ojos–, ¿hay alguna mujer en alguna parte que esté dispuesta a sacarme los ojos?
–Yo podría preguntarte lo mismo. En mi caso, la respuesta es no.
–Y en mi caso también –susurró ella.
–Entonces, dejémonos de rodeos.
–¿Crees que aún nos está observando? –le preguntó Charlotte tras humedecerse los labios con la lengua.
–¿Acaso importa? –replicó Nic. Comenzó a juguetear con el botón de la chaqueta de Charlotte. Le acariciaba el torso con los nudillos.
Los pezones se le irguieron bajo aquella delicada caricia. Ella sonrió.
–No... Nic –susurró. Se puso de puntillas y le dio un beso en los labios. Le rodeó el cuello con los brazos y comenzó a juguetear con los mechones de su sedoso cabello, sorprendida de que hubiera podido dejar escapar sus inhibiciones tan fácilmente.
Nic no era el hombre elegante, bien afeitado al que ella estaba acostumbrada. Aquella textura tan masculina le arañaba suavemente la barbilla, excitándola. Eso no le había ocurrido desde hacía mucho tiempo.
Separó los labios. Rápidamente, él tomó la iniciativa y deslizó la lengua entre ellos mientras la acercaba un poco más a su cuerpo. Le deslizó las manos sobre el trasero, apretándola contra él. Demasiado íntimo como para ser públicamente aceptable.
No supo el tiempo que permanecieron allí, unidos, ni le importó hasta que un hombre que pasaba junto a ellos les susurró:
–Reservaos una habitación.
Nic se apartó y levantó la cabeza.
–Me parece muy buena idea –dijo él, con voz ronca. Volvió a ponerle las gafas y, entonces, recogió su equipaje de mano–. Vamos.
–Espera –replicó ella. Observó a los pasajeros que ya se dirigían a toda prisa hacia el hotel. Una curiosa mezcla de desilusión y alivio se apoderó de ella–. Parece que podría ser ya demasiado tarde...
Nic sonrió y le tomó la mano.
–En ese caso, es una suerte que yo ya tenga reservada una habitación.
Cuando llegaron al concurrido vestíbulo del hotel, Charlotte decidió que la suerte era para él. Tras haberlo pensado detenida y racionalmente, no pensaba ir con él a su habitación. Ya había cumplido su cuota de comportamiento atrevido y poco propio de ella para los próximos diez años.
–Espera aquí –le dijo él. Entonces, se dirigió hacia el mostrador de recepción.
Charlotte se dirigió a la cola de la fila. Seguramente, aún quedaba algo disponible.
Instantes más tarde, él regresó con un par de tarjetas.
–Bueno, ya estamos.
–Gracias por todo, pero quiero una habitación para mí sola.
–¿Acaso no confías en mí después de todo lo que hemos compartido? –replicó él con una sonrisa–. ¿Cuando me has llamado cielito?
–Te podrías haber detenido cuando te dije que me dejaras en paz...
La sonrisa se borró de los labios de Nic.
–No me gustan los acosadores –replicó encogiéndose de hombros–. Simplemente reaccioné.
–Gracias –dijo.
–Si yo...
–Te ruego que no te disculpes...
–¿Y por qué iba yo a disculparme? –preguntó él. La sonrisa volvió a reflejársele en los labios–. No lo siento en absoluto. ¿Y tú?
«En absoluto». Desgraciadamente, todo había terminado.
–Gracias por tu ayuda, pero sigo queriendo tener mi propia habitación.
–¿Con toda esta gente? –dijo él mirando a su alrededor–. Quiero que conozcas a una persona –añadió. La agarró del brazo y la llevó de nuevo al mostrador de recepción–. Kerry, esta es...
–Charlotte.
–Charlotte –repitió él–. ¿Hay algo que puedas hacer por ella?
Kerry, una atractiva rubia de ojos azules, apenas levantó la mirada. Estaba demasiado ocupada tecleando en el ordenador.
–Lo siento, Charlotte. Estamos al completo. Sin embargo, Nic ha hablado conmigo y puedes compartir la habitación con él sin gasto adicional.
–No importa –dijo mientras se aferraba a su bolso y se preparaba para una larga noche–. Me compraré un libro o una revista y encontraré algún sitio en el que esperar.
Kerry miró a Nic y luego se llevó a Charlotte hacia un lado.
–Steve, mi pareja, y yo conocemos a Nic desde hace años. Es un buen tipo. Tienes la oportunidad de pasar las próximas doce horas cómodamente. Si estuviera en tu lugar, la aceptaría.
Charlotte asintió.
–Gracias de todos modos.
–Es tu decisión –concluyó Kerry–. Ahora si me perdonas...
–Mira, quédate la habitación –dijo él, de repente, mientras le entregaba a Charlotte la llave–. Yo utilizaré el gimnasio, me pondré al día con mi trabajo y luego me relajaré en la terminal. Te avisaré cuando vayamos a despegar.
–No, no. Es muy generoso de tu parte, pero no puedo aceptar. No estaría bien. Seré yo quien espere en la terminal.
–¿Y si nuestro amigo vuelve a presentarse? –le preguntó Nic–. Parecía bastante insistente. Y bastante astuto.
A Charlotte se le puso el vello de punta. No pudo evitar mirar hacia la entrada del hotel.
–En ese caso, me sinceraré con él y tal vez me deje en paz. Sobre eso... tal vez debería explicar...