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Una proposición que ella no podía rechazar. La diseñadora de moda Mariel Davenport no había conseguido olvidar a Dane Huntington ni el modo tan cruel en que la rechazó. Sin embargo, años después, la potente química seguía presente y el seductor empresario tenía una tentadora proposición que ofrecerle. Dane la ayudaría a crear el negocio de sus sueños... si ella le ayudaba a distraer a los paparazzi fingiendo ser su amante. Por supuesto, tanto Dane como su proposición eran irresistibles... sobre todo porque el hombre que una vez le rompió el corazón era el padre del hijo que esperaba.
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Seitenzahl: 168
Editado por HARLEQUIN IBÉRICA, S.A.
Núñez de Balboa, 56
28001 Madrid
© 2010 Anne Oliver
© 2014 Harlequin Ibérica, S.A.
Una propuesta tentadora, n.º 1992 - agosto 2014
Título original: Mistress: At What Price?
Publicada originalmente por Mills & Boon®, Ltd., Londres.
Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.
Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.
® Harlequin, Harlequin Deseo y logotipo Harlequin son marcas registradas propiedad de Harlequin Enterprises Limited.
® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.
Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.
I.S.B.N.: 978-84-687-4569-5
Editor responsable: Luis Pugni
Conversión ebook: MT Color & Diseño
–Recuérdame otra vez por qué he tenido que acompañarte a una boda a pesar de estar sufriendo todavía del desfase horario cuando debería estar durmiendo.
Mariel Davenport miró a su hermana Phoebe por encima de la copa de champán, que en su caso estaba llena de agua mineral. Después del estrés de hacer el equipaje, evitar a la prensa y el largo vuelo desde París, lo último que necesitaba era beber alcohol.
Examinó a los elegantes invitados. A algunos los conocía y a otros no. Diez años de ausencia eran mucho tiempo.
–Porque eres mi hermana mayor y me quieres mucho. Además, no nos vemos desde aquel crucero por el Mediterráneo hace tres años.
Mariel arqueó una ceja.
–¿No será porque tu novio te ha dejado en…?
–Exnovio –le corrigió Phoebe de mal humor–. Kyle ya es historia –añadió antes de tomarse un buen trago de champán–. Hombres. ¿Quién puede confiar en ellos?
–Es cierto…
Phoebe abrió los ojos con evidente disgusto.
–Oh, Mariel… Lo siento.
–No tienes por qué. Fui una estúpida. No volverá a ocurrir.
Se mordió el labio inferior. ¿No se había hecho ya antes aquella promesa, allí mismo, en su ciudad natal?
–De eso se trata –afirmó Phoebe–. Propósito para el año nuevo: nada de hombres. Al menos hasta la próxima luna llena… –añadió con una sonrisa. Luego, entrelazó el brazo con el de Mariel–. Vamos a divertirnos. Podríamos bailar –sugirió–. Así no pensarías en nada…
–Ya sabes que no hay nada que me guste más que una buena fiesta, pero esta noche no.
¿Cómo era posible que alguien en sus cabales eligiera el día de Año Nuevo para casarse? Levantó su copa y señaló con ella a la gente que se estaba congregando en la pista de baile que se había improvisado en el jardín de la lujosa mansión de Adelaide Hills.
–Ve tú–añadió–. Estoy bien. Me quedaré aquí un rato.
–¿Estás segura?
–Claro que sí –respondió Mariel con una sonrisa. Entonces, empujó ligeramente a Phoebe–. Vete.
Observó cómo su hermana pequeña se abría paso entre los invitados. Entonces, se permitió el suspiro que tanto necesitaba. Phoebe no sabía nada del lío que Mariel había dejado en París, a excepción de que había terminado con el fotógrafo de moda Luc Girard, su socio en los negocios desde hacía más de siete años y su amante durante los últimos cinco.
Se dio la vuelta para seguir tomándose el agua y poder estudiar así a los invitados por el espejo que había encima de la chimenea.
Los padres de la novia, que no habían escatimado en gastos para el gran día de su hija, estaban conversando con una pareja cerca de la imponente escultura de hielo, que estaba empezando a deshacerse por el calor de enero del verano austral.
¿Era aquel el pequeño Johnny…? ¿Cómo se apellidaba? Mariel frunció el ceño mientras trataba de recordar. Ya no era tan pequeño. No había nada que le gustara más que un hombre vestido con un buen traje. Siguió mirando y se dio cuenta de que había varios hombres observándola y que Johnny como se llamara se dirigía hacia ella. Genial. Justo lo que no necesitaba.
Sabía que atraía a los hombres. Con su rostro en la portada de las principales revistas europeas, no había tardado en convertirse en una cara familiar en Australia. Sin embargo, aquella noche habría agradecido no contar con aquella atención. Suspiró antes de comprobarse el lápiz de labios en el espejo. Se cuadró de hombros y se dio la vuelta con una radiante sonrisa en los labios.
Vaya. Sorpresa, sorpresa. Daniel Huntington tercero, que se negaba a responder cuando no se le llamaba Dane, se apoyó contra el umbral de la puerta y observó cómo Mariel Davenport se dejaba cortejar por el pequeño grupo de admiradores que la rodeaba. Aparentemente, ninguno de ellos se perdía ni una sola palabra que saliera de aquellos deliciosos labios pintados de coral. Ella era la última persona que hubiera esperado ver aquella noche en aquel lugar. Tampoco había anticipado la extraña sensación que experimentó al verla con aquel impresionante vestido negro. No le podía ver los pies ni las infinitas piernas que la transportaban casi hasta el metro ochenta de altura, pero la conocía muy bien. Era toda una mujer.
Ella aún no lo había visto. Daniel levantó su cerveza a modo de brindis y fingió un saludo. Luego, se tomó un buen trago. De repente, había sentido mucha sed.
¿Estaría ella con alguien? ¿Con su amante francés? Sin poder evitarlo, se clavó las uñas en las palmas de las manos. Aquel detalle no le había hecho ningún daño hasta hacía un instante.
Hasta que la había vuelto a ver.
Sin embargo, decidió que ella debía de haber acudido sola. Si hubiera estado acompañada, Daniel estaba seguro de que el hombre en cuestión no la habría dejado sola ni un solo instante.
Observó cómo sonreía a sus admiradores. Lo único que Mariel adoraba era la atención, por lo que había oído de su carrera a lo largo de los últimos años y visto en las revistas de moda, la cámara ciertamente adoraba a Mariel.
La diseñadora de moda convertida en modelo fotográfica.
Pensó hablar con ella, pero no estaba dispuesto a convertirse en uno de sus admiradores. No. Podía esperar.
–Ah, aquí está nuestro soltero del año, según acaba de anunciar la revista Babe –dijo Justin Talbot tras materializarse a su lado.
–Parece que me has encontrado –repuso Dane mientras giraba la cabeza para mirarlo.
–Has hecho que nos sintamos muy orgullosos –comentó Justine mientras le daba a Dane una palmada en el hombro.
–A ti te resulta fácil decirlo –gruñó Dane sin poder evitar mirar de nuevo a Mariel.
Como si él necesitara más mujeres que lo acosaran. Desde que ganó aquel título, se había ido cansando cada vez más del incesante desfile de posibles aspirantes a estrella que demandaban su atención.
–Piensa que estás haciendo una buena obra –replicó Justin.
–Hay mejores modos de recaudar fondos –musitó Dane–. Y eso es precisamente lo que quería la prensa.
–¿Y qué esperabas? Hombre de negocios millonario, fundador de OzRemote y sin pareja… Eh, es Mariel Davenport.
Dane notó cómo la voz de Justin pasaba de expresar jovialidad a una ligero desaliento.
–Eso parece.
–Vaya… Está muy guapa –murmuró Justin–. Incluso más que lo estaba en ese póster que nos mostró Phoebe. ¿Cuánto tiempo hace que no venía? ¿Qué está haciendo en la boda de Carl y Amy?
–Diez años –respondió Dane. Y cinco meses–. Y yo sé lo mismo que tú.
–¿No estaba viviendo con un francés?
–Sí.
–¿Has hablado ya con ella?
–No.
–¿Por qué no? –preguntó Justin–. Los dos estabais muy unidos. Recuerdo…
–De eso hace mucho tiempo.
Toda una vida… La noche antes de que ella se marchara. En su dormitorio, con los rayos de la luna llena filtrándose por la ventana abierta. Aquella luz plateada le bañaba la blanca piel a Mariel. Sus ojos eran profundas lagunas oscuras que lo miraban con asombro…
Dane cambió de postura y se aclaró la garganta al sentir que todas las células que tenía de cintura para abajo se movilizaban.
–¿Te apetece una copa?
–Nos marchamos dentro de un momento. Cass tiene que madrugar mañana. Voy a saludar a Mariel antes de marcharme. ¿Quieres venir conmigo?
Dane negó con la cabeza.
–Ya la saludaré más tarde.
Con eso, se dio la vuelta y se acercó al camarero más cercano. Sin embargo, no pudo evitarlo. Giró la cabeza a tiempo para ver cómo Justin le daba un beso a Mariel en los labios. Sabía que no significaba nada más que un gesto de bienvenida a casa, pero una repentina tensión se apoderó de él y le hizo apretar los dientes. Apretó con fuerza el vaso que tenía entre los dedos.
Vio cómo su amigo le susurraba algo al oído as Mariel y cómo ella se giraba lentamente para mirar en su dirección. Tan lentamente… o tal vez fue que el tiempo pareció detenerse. Fuera como fuera, tuvo tiempo de experimentar muy detalladamente el efecto total de aquel rostro y de cómo centraba su atención exclusivamente en él.
Los afilados pómulos se cubrieron de color e hizo aletear las largas pestañas negras que enmarcaban unos hermosos ojos color esmeralda. Entonces, separó los labios ligeramente, con un gesto que podía ser de sorpresa o desaliento, antes de fruncirlos suavemente en algo que podía parecerse a una sonrisa.
Fuera lo que fuera, aquel gesto se desvaneció como si fuera una rosa en invierno en cuanto se encontró con el gesto rígido y la mirada neutral de Dane. Él no podía expresar nada más. Mariel levantó una mano y la dejó en el aire un instante antes de apartarse del rostro un inexistente mechón de cabello.
No podía apartar la mirada de la de él. Mariel le observó el cabello, largo. Entonces, miró el cuello de la camisa, que llevaba abierto. Dane sintió un ligero hormigueo en la garganta que le obligó a tragar saliva. Entonces, se alegró de no tener a una mujer, en especial a una antigua diseñadora de moda, que le dijera cómo debería vestirse.
Gracias a la intervención de Justin no tenía alternativa. Los buenos modales dictaban que, al menos, se acercara a saludarla. Trató de relajarse y soltó el vaso que apretaba con fuerza entre los dedos. Entonces, dio un paso al frente.
Mariel observó cómo Dane Huntington se dirigía hacia ella. Su actitud casual, casi arrogante, le resultaba demasiado familiar. Fuera lo que fuera lo que Justin estaba diciéndole, pasó a un segundo plano. Sintió una extraña sensación en el estómago, como si se tratara de las turbulencias que había experimentado durante el vuelo a Adelaida.
Le habría gustado tener el mejor aspecto posible cuando volviera a encontrarse con él. Demostrarle lo que se había perdido hacía tantos años, cuando ella tan solo era una ingenua muchacha de diecisiete años que había pensado que el joven Dane Huntington lo era todo para ella.
Ya no era tan ingenua, aunque le hubiera costado conseguirlo hasta el último de aquellos diez años. Los segundos fueron pasando, pero parecían más bien minutos. La fría mirada gris de Dane estaba centrada completamente en ella. No había sonrisa alguna en aquellos hermosos labios. Mariel irguió la barbilla y metió el estómago. Entonces, lo observó descaradamente mientras él se acercaba.
El cabello oscuro le cubría ligeramente las orejas y le acariciaba cuidadosamente la nuca. Algunas cosas no habían cambiado. Seguía mostrando abiertamente su desprecio por la etiqueta a la hora de vestir. No llevaba corbata. Llevaba desabrochado el último botón de la camisa negra rematada con puntadas blancas, lo que dejaba al descubierto una piel bronceada y el vello oscuro que lo adornaba.
La diseñadora de moda que había en ella hizo un gesto de desaprobación. Vaqueros negros en una de las bodas más importantes del año para la alta sociedad de Adelaida. Desgraciadamente, aquella imagen tan inapropiada le provocaba una extraña sensación entre los muslos y le aceleraba el pulso.
Se irguió un poco más y agarró con fuerza la copa para ocultar así el hecho de que le estaban temblando las manos.
–Hola –dijo antes de que él abriera la boca–. Feliz Año Nuevo.
No se inclinó para darle un beso.
–Feliz Año Nuevo para ti también, Mariel. ¿Cuánto tiempo hace que has regresado?
–Llegué ayer por la mañana.
–Justo a tiempo para el gran día de Carl y Amy.
La voz aterciopelada de Dane y la sonrisa que esbozó por fin hicieron que el pulso de Mariel se acelerara de nuevo. Con la altura que tenía, no le ocurría a menudo tener que levantar la mirada para observar a los hombres y este hecho le hacía sentirse delicada y muy femenina.
Se tensó. No quería sentirse ni delicada ni femenina con Dane Huntington. Nunca más. Sin embargo, deseaba que él la viera así. Menuda locura. ¿Recordaría él…?
–Da la casualidad de que Dane te mencionó el otro día –comentó Justin. Mariel observó que Dane tensaba la mandíbula.
–¿Sí? –preguntó. ¿Dane había estado hablando de ella?–. ¿Y por qué?
–Cass, mi esposa, y yo estamos pensando en ir a Europa en octubre y dado que tú vives en París, él pensó que tal vez tú podrías mostrarnos la ciudad.
–¿De veras? –replicó ella mientras miraba a Dane–. Él no intentó verme cuando estuvo allí. ¿Cuándo fue eso, Dane? ¿Hace cinco años? Mi madre me lo mencionó en un correo electrónico.
–Se trataba de un viaje de negocios, Mariel –dijo él–. No tuve tiempo para hacer turismo ni para nada más. Fue una visita relámpago. ¿Y qué te ha hecho a ti regresar a casa?
–La familia. Necesitaba un descanso.
–Uno pensaría que si quisieras estar con la familia habrías venido una semana antes para celebrar la Navidad con ellos.
–Me avergüenza decir que lo dejé hasta que fue demasiado tarde, por lo que no encontré billete en ningún vuelo –repuso ella. Se negó a apartar la mirada. Si lo hubiera hecho, Dane habría sabido que ella estaba mintiendo.
–Una pena.
–Ahora estoy aquí.
–Es cierto –comentó él perezosamente, sin dejar de mirarla.
Evidentemente, Justin sintió la tensión y decidió cambiar de tema.
–Dane ha ganado el título de soltero del año de la revista Babe.
–¿De verdad? –preguntó Mariel mientras levantaba su copa para beber un trago de agua. Notó la mirada que Dane le lanzaba a Justin.
–Seguro que te acuerdas –añadió Justin–. La revista Babe organiza esa competición todos los años.
–Ah, sí. Esa revista –observó ella dándole un gran sarcasmo a su tono de su voz. Se vio recompensada por le rubor que le cubrió inmediatamente las mejillas a Dane.
–Los beneficios son que tiene citas con diez chicas diferentes –dijo Justin con una sonrisa.
Al pensar en la imagen que Justin acababa de evocar, Mariel sintió que se le hacía un nudo en el estómago, pero no dejó que se notara cómo se sentía.
–Vaya, mi esposa me está mirando –añadió Justin–. Os dejo a los dos solos para que podáis poneros al día. Me alegra mucho verte de nuevo, Mariel.
–A mí también –contestó Mariel. Miró a la atractiva morena que estaba esperando a Justin y luego se volvió a mirar a Dane–. Entonces, soltero del año, ¿eh? ¿Y cómo es eso exactamente?
–Como Justin te ha dicho, se trata tan solo de algo divertido. Y además, es para una buena causa. Recaudar dinero para obras benéficas. Yo necesito algo de beber, ¿y tú? –comentó mientras señalaba un bol de ponche que había en medio de una mesa.
Sirvió el líquido anaranjado en dos copas de cristal y le ofreció una a Mariel.
–Gracias –dijo ella con mucho cuidado de no tocarle los dedos–. ¿Quieres decir que las mujeres votan por los participantes y gana el que consiga más votos? Me pregunto por qué te han votado a ti –añadió con una malvada sonrisa, aunque en su interior sentía algo muy parecido al dolor–. Me muero de ganas por verte en la portada de esa revista.
–No es tan malo como piensas.
–¿Y qué es lo que estoy pensando?
–La cita terminará en la puerta principal.
Mariel contuvo un resentimiento del que creía haberse librado hacía muchos años.
–Entonces, eso es una novedad para ti. He oído que hoy en día estás hecho todo un casanova.
Dane sonrió con indolencia.
–No te creas todo lo que oyes.
Mariel lo miró de arriba abajo, pero volvió a mirarlo inmediatamente a los ojos antes de que pudiera dejarse llevar por lo bien que le sentaban los vaqueros y el modo en el que aquella camisa hecha a medida le ceñía el torso.
–Lo que creo es que si quieres representar tu papel, tendrás que modernizar tu vestuario o contratar un sastre nuevo.
–Vaya, habló la diseñadora de moda. Y esta noche vales un millón de dólares así vestida –dijo él mientras dejaba que su mirada recorriera lentamente el cuerpo de Mariel, durante un poco más de tiempo de lo que podría considerado adecuado–. ¿Se trata de uno de tus diseños?
–No.
–Ah, es verdad. Ahora eres modelo. Vi tu fotografía en una revista hace un par de meses. Phoebe nos la mostró. Muy bonita.
–Ya no lo soy –dijo ella, tras tomar un largo sorbo con el que quitarse de la boca el amargo sabor de la traición de Luc.
–¿Cómo?
–Por fin te encuentro, Mari –les interrumpió Phoebe. Se apretaba el móvil contra el pecho. Afortunadamente, su intervención había evitado que Mariel hubiera tenido que hablar de su arruinada carrera–. Hola, Dane –añadió, casi sin mirarle–. Me acaba de llamar Kyle. Quiere reunirse conmigo. Ahora.
Mariel miró con incredulidad a su hermana.
–¿Y has aceptado? ¿Qué ha pasado con tu propósito para el Año Nuevo?
Phoebe se mordió el labio.
–Lo sé, lo sé, pero…
–No dejes que él lleve la voz cantante, Phoebe…
–Y no pienso hacerlo, pero tengo que ceder un poco con él, ¿no te parece?
–¿Y dónde va a ser?
–Bueno… en un lugar al que nos gusta ir. Por si acaso no te veo, no estaré aquí cuando te levantes. Me marcho a Melbourne a primera hora de la mañana. Hay un festival de música. Le he pedido a Brad Johnson que te lleve a casa. ¿Te acuerdas de Brad? Tiene muchas ganas de volver a verte.
–Ah…
Mariel miró por encima del hombro de su hermana y vio al tal Brad tratando de abrirse paso entre los invitados. Se veía que tenía muchas ganas. Demasiadas.
–¿Habéis venido las dos juntas? –preguntó Dane.
–Sí. Mi maravillosa hermana ha venido a hacerme compañía porque… porque Kyle no podía venir. No te importa, ¿verdad, Mari?
–Claro que no, pero creo que deberías considerar…
–No hay necesidad alguna de molestar a Brad –les interrumpió Dane con voz profunda y turbadora–. Yo llevaré a Mariel a casa.
–¿Cómo? Está bien, pero…
Phoebe no dejaba de mirar a ninguno de los dos.
–Se lo diré a Brad –afirmó Dane.
–Está bien. Gracias, Dane. Hasta luego, hermanita –dijo Phoebe tras darle un beso a Mariel en la mejilla. Entonces, desapareció como si se tratara de un torbellino de color rosa y perfume.
–Espera aquí –le ordenó Dane. Desapareció antes de que ella pudiera pronunciar otra palabra de protesta.
Mariel no pensaba hacer lo que él le había dicho, pero sintió que estaba completamente inmóvil. Tenía los pies pegados al suelo mientras observaba cómo Dane se deshacía de Brad en menos de cinco segundos.
Mientras regresaba junto a ella, Dane sabía que Mariel se sentía turbada por el repentino giro de los acontecimientos. Los ojos de ella brillaban peligrosamente. Su hermosa boca se había convertido en una línea dura e inexpresiva. Sin embargo, él notó con satisfacción que ella no había hecho ademán de desaparecer entre los invitados.
–Esperaba poder marcharme temprano –dijo ella en el momento en el que Dane llegó a su lado. Dejó su copa sobre la mesa y abrió el bolso que le colgaba del hombro–. De hecho, ahora mismo. No quisiera estropearte la velada. Probablemente hayas venido con alguien –añadió mientras sacaba el móvil–. Llamaré a un taxi.
–Te he dicho que te voy a llevar yo a tu casa. Y no es ningún problema. He venido solo.
–Ah…
¿Que no era un problema? Dane sintió deseos de darse de patadas. Tenían un asunto entre ellos que llevaba pendiente diez años, desde una noche de pasión juvenil seguida de un feo final en el exterior del garaje de su padre.
No era un asunto que pudiera solucionarse aquella noche. Dane lo sabía, pero con solo mirar a Brad había sentido que se desarrollaba en él un sentimiento de territorialidad, de posesión.
–Pero tú querrás quedarte, divertirte…
–Estoy dispuesto a marcharme cuando quieras.