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Seducida por su ex Anne Oliver La intensa relación de Luke Delaney y Melanie Sawyer se caracterizaba por un deseo abrasador. Rendirse al deseo Anne Oliver Breanna Black había convertido las fiestas en un arte.
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Seitenzahl: 319
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Editado por Harlequin Ibérica.
Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Núñez de Balboa, 56
28001 Madrid
© 2021 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
N.º 476 - agosto 2021
© 2007 Anne Oliver
Seducida por su ex
Título original: The Ex Factor
© 2014 Anne Oliver
Rendirse al deseo
Título original: The Party Dare
Publicadas originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.
Estos títulos fueron publicados originalmente en español en 2015
Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.
Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.
® Harlequin, Harlequin Deseo y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.
® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.
Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.
I.S.B.N.: 978-84-1375-961-6
Créditos
Seducida por su ex
Capítulo Uno
Capítulo Dos
Capítulo Tres
Capítulo Cuatro
Capítulo Cinco
Capítulo Seis
Capítulo Siete
Capítulo Ocho
Capítulo Nueve
Capítulo Diez
Capítulo Once
Epílogo
Rendirse al deseo
Capítulo Uno
Capítulo Dos
Capítulo Tres
Capítulo Cuatro
Capítulo Cinco
Capítulo Seis
Capítulo Siete
Capítulo Ocho
Capítulo Nueve
Capítulo Diez
Capítulo Once
Capítulo Doce
Capítulo Trece
Epílogo
Si te ha gustado este libro…
El hombre que dormía en su cama tenía un cuerpo hecho para dar placer; un cuerpo esculpido y trabajado hasta adquirir una pecaminosa perfección. Y Melanie Sawyer no había pecado en demasiado tiempo, de modo miró su ancha espalda con ojos hambrientos. Y más abajo, donde la curva del duro trasero desaparecía bajo la sábana de color mandarina.
Le temblaban los labios y los dedos con el deseo de explorar la textura de esa piel, pero solo podía mirar, como en trance, sin moverse para no despertarlo y arruinar el momento.
Él murmuró algo en sueños y Melanie contuvo el aliento. Estaba de espaldas, de modo que no podía verle la cara, pero tenía el pelo oscuro, espeso y deliciosamente despeinado.
Una pena que no estuviera despierto. Una pena que no estuviese en la cama con él. Los amigos de Adam habían dormido allí otras veces, pero no ese. Y nunca en su cama.
Con la mirada clavada en el hombre, Melanie dejó la maleta en el suelo. ¿Estaría completamente desnudo bajo la sábana? Eso esperaba. Pensar eso hizo que el corazón le latiese más deprisa, calentando sitios que no se habían calentado en mucho tiempo. Habían pasado cinco años desde que tuvo el placer de estar en horizontal con un hombre.
¿Quién era?
Melanie giró la cabeza para mirar el salón, había una pila de dvd entre grasientos contenedores de comida china y botellas vacías de cerveza. Ese era el inconveniente de tener un compañero de piso aunque, siendo justos, había vuelto de la conferencia con un día de antelación y sin avisar a Adam.
Un gruñido hizo que volviese a mirar hacia la cama y su ocupante. Con descarado interés, Melanie apoyó un hombro en el quicio de la puerta y observó los fuertes antebrazos, los largos dedos que apretaban la almohada. El hombre se estiró con un letárgico movimiento para tumbarse de espaldas…
Melanie se quedó inmóvil.
Luke Delaney.
¡No! No podía ser. Luke era un ingeniero geólogo que estaba trabajando en algún sitio de Australia central, no en Sídney.
Cuando sus miradas se encontraron vio la misma sorpresa en sus ojos de color café. Luke se incorporó de un salto, pasándose una mano por los ojos, como si también le costase entender dónde estaba.
Su cuerpo se había hecho más firme y musculoso en los últimos cinco años, llevaba el pelo más corto y las líneas alrededor de sus ojos eran más profundas, pero su preciosa boca era la misma. Unos labios gruesos ligeramente inclinados hacia arriba, como si siempre estuviera a punto de esbozar una sonrisa.
Pero no sonreía, al contrario.
–Melanie –dijo por fin.
Esa voz reverberó en sus huesos, más profunda, más rica de lo que recordaba… y lo recordaba muy bien. Recordaba los aterciopelados susurros en su oído, su garganta, sobre sus pechos. Cómo murmuraba su nombre mientras entraba en ella.
Luke se pasó una mano por la cara.
–Cuando Adam mencionó a Melanie… demonios, lo siento. Debería haberme acostado en el sofá, pero Adam me dijo…
–¡Déjalo! –Mel levantó una mano para hacerlo callar. ¿Estaba desnudo? Esperaba que no. Una vez, mucho tiempo atrás, habría apartado la sábana para disfrutar de ese cuerpo duro y vigoroso…
Su rostro estaba marcado por el paso del tiempo, pero no era menos atractivo. Una mano grande, morena, agarró la sábana.
–No pasa nada, Mel. Estoy decente.
Eso era discutible, pensó ella, al ver el calzoncillo oscuro que no podía esconder el impresionante bulto.
Melanie se dio la vuelta, con la cara ardiendo. Al menos estaba fuera de la cama.
–Cuando estés listo…
Nerviosa, se dirigió a la cocina. Tenían que hablar de forma inevitable y necesitaba un poco de cafeína. ¿Dónde estaba Adam cuando necesitaba ayuda? La puerta de su dormitorio estaba cerrada. Melanie respiró profundamente mientras se servía un café. Los recuerdos se agolpaban en su cerebro y el secreto que había pensado enterrado volvía a la vida…
Luke siguió mirando a la puerta cuando ella desapareció.
Melanie. La recordaba como si la hubiera visto el día anterior, con un jersey de colores, una falda morada, unas botas de color beis atadas con cordones. Siempre tan vibrante. La mujer más atractiva e interesante que había conocido nunca.
Recordaba cómo había sido entre ellos: ardiente, urgente, un viaje rápido al paraíso. Siempre se había preguntado cómo reaccionaría si volviese a verla, si el antiguo deseo estaría a la altura de su recuerdo.
Ya lo sabía y saberlo no lo tranquilizaba en absoluto. Tuvo que hacer un esfuerzo para abrir los puños, luchando contra el deseo de saltar de la cama y seguir el tentador movimiento de sus caderas, la sutil fragancia de rosas y vainilla que había dejado en el aire.
Vivía con Adam Trent, por el amor de Dios. Luke contuvo el aliento. Adam le había dicho que compartía casa con una enfermera, pero no se le había ocurrido pensar que fuese aquella enfermera.
Tomó los vaqueros del suelo. Sobre la cómoda vio una foto enmarcada en la que no se había fijado por la noche. Mel y su hermana Carissa.
Por una parte quería irse y olvidar aquel encuentro. Por otra, quería quedarse y convertir la despedida de cinco años atrás en algo diferente, algo que podría haber durado.
Pero ella no quería una relación seria.
Se puso el jersey que había tirado al suelo e hizo una rápida visita al baño para lavarse la cara con agua fría, recordando que ya no era el hombre al que Mel había conocido. ¿Cómo sería ella cinco años después?
Cuando entró en el salón se quedó inmóvil al verla con una taza de café en la mano, la camisa blanca en contraste con su pelo negro, tan fresca como una rosa. Lo dejaba sin aliento. Seguía teniendo las mismas curvas concisas, delgadas.
–¿Café? –le preguntó ella.
–Sí, gracias.
Luke dio un paso adelante para tomar la taza, notando la seductora curva de sus pechos bajo el jersey.
–Bueno… –Mel se dejó caer en un viejo sofá marrón, tan lejos de él como era posible–. ¿Qué haces aquí?
–Adam es un viejo compañero de instituto. Tomamos unas copas y me ofreció que durmiera aquí porque su compañera no volvería hasta esta noche.
–Ah.
¿Había decepción o alivio en su tono? Un momento de conversación civilizada y se iría de allí.
–Siento ser un estorbo.
Ella se encogió de hombros.
–No sabía que estuvieras en Sídney –murmuró, mirando su taza.
–Porque no estamos en contacto.
Los dos se quedaron callados, los recuerdos como sombras entre ellos. Pero no tenía sentido recordar el pasado, ni hacer preguntas, ni buscar culpables.
–Has vuelto antes de lo previsto de la conferencia, ¿no?
Ella asintió con la cabeza.
–Mi compañera de habitación roncaba y no podía soportarlo más, así que a las tres de la mañana hice la maleta y volví a casa.
–Es extraño esto del destino.
Melanie esbozó una sonrisa.
–Hablas como Carissa.
–¿Cómo está, por cierto?
–Felizmente casada y embarazada.
–Me alegro –Luke hizo una pausa–. ¿Y tú?
–Soltera. Y me sigue gustando.
Entonces ¿por qué esa animosidad en su tono? Era casi como si estuviera intentando convencerse a sí misma. Luke esperaba que le preguntase y tuvo que tragarse la decepción cuando no lo hizo.
–¿Tus padres están contentos de que hayas vuelto?
En su tono había cierta amargura y eso le sorprendió porque solo había visto a su padre una vez y vivían fuera cuando salían juntos.
–Aún no lo saben. Han ido a la isla Stradbroke durante unas semanas para tomar el sol, así que estoy solo en esa enorme casa.
La casa que la madre de Melanie limpiaba dos veces a la semana. Melanie lo pensó y él lo leyó en sus ojos.
La primera vez que la vio fue en el funeral de su padre. Había charlado un rato con su hermana Carissa, pero fue Melanie quien llamó su atención. Apenas dos meses después había vuelto a verla en un cóctel en el que Melanie trabajaba como camarera. La camarera bohemia buscando emociones y nuevas experiencias. Y sí, las habían encontrado, pero la relación terminó tres meses después.
–¿Por qué decidiste ser enfermera? Si no recuerdo mal, no podías soportar la sangre.
O el vómito. Se le encogió el estómago al recordar el parque de atracciones Luna Park, en el que pasó la peor y la mejor tarde de su vida. Había pasado una eternidad desde esos días dorados de risa, alegría y amor bajo el sol.
Ella apartó la mirada para acercarse a la ventana.
–Era algo que necesitaba… necesito hacer.
Si no la conociera diría que parecía frágil, insegura.
–¿Qué pasó?
–La vida pasó –Melanie se tocó el corazón como sin darse cuenta–. Era hora de ponerse seria.
–¿Seria?
Mel nunca había querido ser seria. Luke pensó que en su última noche y apretó la taza cuando la escena pasó por su mente como si fuera una película. Había sido un idiota al pensar que podrían haber sido algo más.
–Sí, seria –repitió Melanie, irguiéndose orgullosa.
Su relación había sido tan intensa, tan ardiente y tan temporal, algo destinado a morir. Una simple aventura. ¿Qué otra cosa podía haber entre una camarera y el hijo de un millonario?
–¿Entonces estás contenta, eres feliz?
–Nunca me he sentido mejor –respondió Melanie. Y lo decía en serio. Estaba haciendo lo que más le gustaba, ayudar a niños enfermos. Eso era suficiente.
Tenía que ser suficiente.
Los dos volvieron la cabeza cuando Adam apareció en el salón despeinado y con los ojos vidriosos.
–Me había parecido escuchar voces. Ah, ya veo que os habéis presentado.
–Buenos días, Adam –Melanie miró a su compañero de piso.
–Yo ya me iba –dijo Luke, dejando la taza sobre la mesa–. Me ha alegrado volver a verte.
–Quédate a desayunar –dijo Adam–. Mel hace las mejores tortitas con sirope de arce.
Su cuerpo cubierto de sirope de arce… el recuerdo hizo que Melanie apartase la mirada.
–Seguro que sí –murmuró Luke–. Tengo que irme –se inclinó para hablarle al oído, su aliento ardiendo, los ojos brillantes–. El sexo era genial, ¿verdad?
Melanie contuvo el aliento. ¿Cómo se atrevía?
Luke miraba sus labios y casi le pareció que estaba besándola.
–Nos vemos más tarde.
Frotándose los brazos como para protegerse de la emoción, Melanie se quedó mirando la puerta hasta que oyó a Adam lanzar un silbido.
–¿Ha habido una tormenta eléctrica o qué? Casi podía ver las chispas saltando por todas partes –bromeó–. Siento haberle dicho que podía dormir aquí, pensé que volverías esta noche. Y tampoco esperaba que te enfadases tanto. ¿Estás bien?
Mel se sirvió un fortificante café.
–Estoy bien. Además, ya es tarde, el daño está hecho.
–¿Qué daño?
–Las sábanas.
–¿Las sábanas? –Adam se pasó una mano por el pelo–. Pensaba cambiarlas antes de que volvieses.
–¿Creías que no me daría cuenta?
–Pues sí, la verdad –Adam se dejó caer en el sofá–. Luke es un buen tipo, Mel. Y ha hecho una fortuna fuera, la mayoría de las mujeres pensarían que es un partidazo.
¿Fuera del país? ¿Y su trabajo en Queensland? Le gustaría preguntar, pero no podía hacerlo sin entrar en los sórdidos detalles de su aventura y no tenía ganas en ese momento. Era más fácil fingir que no lo conocía.
–¿Haciendo qué?
–Es ingeniero geólogo –respondió Adam–. Trabaja con ingenieros de caminos. Ha estado en Dubái. Por cierto, esa subasta que las chicas habéis planeado…
¿La subasta donde todo el mundo era emparejado con un miembro del otro sexo?
–¡No!
Con su mala suerte, Luke sacaría su número.
–Puede pujar, Mel. Es soltero, guapo, simpático. Además, le vendría bien un poco de compañía femenina mientras está aquí. Es un asunto benéfico y Luke tiene dinero para aburrir.
«¿Mientras está aquí?». De modo que estaba de vuelta en Sídney temporalmente. Mejor. Mel se encogió de hombros, fingiendo leer la contraportada de un dvd.
–Puede que tenga buen aspecto –murmuró. De hecho, era la fantasía de cualquier mujer– pero una mujer necesita algo más que un cuerpazo y una sonrisa sexy.
Pero al proyecto Rainbow le iría bien el dinero y el premio no la incluía a ella. Entonces, ¿por qué no le gustaba la idea? Porque no quería pensar en Luke con una de sus colegas.
–Es demasiado tarde –murmuró, frotándose los brazos, helada de repente–. Las pujas terminaron ayer.
Adam se limitó a sonreír mientras recogía las botellas y latas de la mesa.
Melanie frunció el ceño, aprensiva. Cuando Adam sonreía así y no replicaba, era porque sabía algo que ella desconocía.
Esa noche Melanie no podía dormir. Probablemente porque no había sido capaz de cambiar las sábanas. Qué estúpida. Y estaba durmiendo desnuda, respirando el olor de Luke en la almohada.
¿También él se habría sentido inquieto? ¿Habría dado vueltas en la cama, recordando inconscientemente su aroma?
La sábana le rozaba las partes más sensible del su cuerpo. Suspirando, se movió hacia una zona más fresca de la cama, intentando concentrarse en el golpeteo de la lluvia contra los cristales.
Melanie suspiró, golpeando la almohada. Luke Delaney despertaba a la ninfómana que había en ella. No había estado con otro hombre desde entonces.
Solo la había querido por el sexo. Y no le avergonzaba admitir que ella estaba encantada, pero cuando hablaron de algo más serio él dejó claro que quería una familia. Melanie se sentía demasiado joven como para sentar la cabeza y quería algo más que contentarse con vivir a las afueras, tener un par de hijos y hacer el papel de esposa de un hombre rico.
Aunque Luke no se lo hubiera pedido. Ella sabía qué clase de mujeres prefería para ese papel porque lo había visto con chicas elegantes y guapísimas antes de que se fijase en ella. Mujeres de familia rica que le darían hijos refinados.
Se había dicho que daba igual, ¿por qué no disfrutar de la aventura mientras durase? Pero le dolía y mucho, lo había descubierto la última noche.
Hacía calor aquella noche, Luke se había dado la vuelta en la cama, cubierto de sudor, dejando escapar un suspiro de satisfacción.
–Ha sido…
–Sí, es verdad –lo había interrumpido ella–. Pero parece que ha terminado, ¿no?
–¿Por qué ha terminado? –le había preguntado Luke.
–No nos hemos hecho promesas. ¿No era eso lo que tú querías? Sexo sin complicaciones.
–¿Sin complicaciones? –había repetido él–. Tú eres la mujer más complicada que conozco –Luke frunció el ceño mientras se incorporaba–. ¿Qué te pasa?
Mel se incorporó también, tapándose con la sábana.
–He estado trabajando en un cóctel… tu boda va a ser el evento social del año.
Luke hizo una mueca.
–¿Te importaría decirme quién es la novia?
–Esa chica, Eleanor, de apellido aristocrático. He visto fotografías de los dos juntos.
–McDonald–Smythe –dijo Luke–. Son habladurías, Mel. No sabes cómo le gusta a la clase alta extender rumores y mentiras.
–¿Quieres hablar de mentiras? –Melanie intentó apartarse, pero él no la dejaba–. ¿Por qué había una foto de los dos en la Copa de Melbourne?
Él cerró los ojos brevemente. ¿Para inventar una excusa?
–Eso fue en noviembre. Tú y yo habíamos empezado a salir juntos una semana antes y sabías que iba a Melbourne para asistir a la Copa. Vi a mucha gente, pero no se me ocurrió hacer un inventario de nombres.
No, pero había habido otras veces en esos cortos tres meses: entrevistas, reuniones, eventos que organizaba su padre. Nunca le había pedido que lo acompañase.
–Una camarera no entra en los planes de tu familia –por fin logró soltar su mano y en esa ocasión Luke no hizo nada para recuperarla.
De hecho, apartó la mirada, como si aceptase la verdad en sus palabras.
–¿Y mis planes? –el rostro se le oscureció, las venas de su cuello destacando como cuerdas–. Resulta que me han ofrecido un puesto en Queensland y pienso aceptarlo.
Melanie contuvo el aliento y él respiró profundamente como a punto de decir algo, pero no dijo nada. ¿Por qué no lo decía? «Ha sido divertido, pero se ha terminado».
Melanie apretó los dientes. Así era como debía ser. Entonces, ¿por qué se sentía tan mal?
–Bueno, entonces es el mejor momento –le dijo, mientras buscaba su ropa–. Me han dicho que hay trabajos en el norte, en ese nuevo hotel.
Era mejor dejar que ser dejado. En el fondo, sabía que no había sitio para ella en la vida de Luke y que no podía competir con las mujeres que lo rodeaban.
–¿No es eso lo que quieres, Mel? –escuchó su voz tras ella.
–Es hora de despedirnos –respondió, intentando esconder su pena tras una sonrisa–. Me he dado cuenta de que somos demasiado diferentes como para que haya algo más entre nosotros. Lo hemos pasado muy bien, pero no puede haber nada serio entre los dos.
–¿De verdad crees eso? –Luke sacudió la cabeza–. O te he juzgado mal o mientes mejor que nadie.
Melanie intentó borrar esas imágenes. Tal vez ella había sido la mentirosa. Se había ido de Sídney al día siguiente, jurando no volver a dejar que un hombre la afectase de ese modo.
Pero ese hombre había vuelto.
Al día siguiente, Luke conducía el Ferrari entre el tráfico de Sídney pensando que debía llamar a sus padres. Cuando su padre le dijo que era hora de ponerse serio no se refería a la cadena de restaurantes que había convertido en franquicia. Se refería a que debía casarse y darle un nieto.
Colin Delaney era un hombre testarudo y su madre… Luke sacudió la cabeza, su madre hacía lo que su padre decía. Aunque la quería, él no podría soportar una esposa tan dócil. Y, por supuesto, Melanie era la antítesis de dócil.
¿Qué pensarían de ella sus padres? Su forma de vestir, su desdén por la alta sociedad y sus convenciones…
Una noche le convenció para darse un revolcón en el jardín, frente a una fuente. La sonrisa se le suavizó ante el recuerdo. Su pobre madre nunca sabría quién se había cargado los nenúfares.
Luke golpeó el volante con el puño y pisó el acelerador. Cinco años y el recuerdo seguía haciendo que se excitase. Era tan diferente a las mujeres que solían atraerlo, tan interesante, tan divertida, tan sexy. Cuando consiguió el puesto en Queensland había pensado pedirle que fuese con él, pero los planes de Melanie no incluían marido e hijos.
Luke detuvo el coche frente a la casa de Adam.
–Hola –su amigo subió al coche con una boa de plumas al cuello–. ¿Te importa si pasamos por el hospital? Mel ha prometido prestarle esto a una amiga y se le ha olvidado llevársela.
–Te queda muy bien –bromeó Luke.
–Podía oler el perfume de Melanie en las plumas como si estuviera en el coche con ellos.
–¿Que hay entre vosotros? –le preguntó Adam.
–Nos conocimos hace unos años –Luke miró por el retrovisor–. Fue una aventura intensa.
–Ah, por eso esta mañana estaba tan seria.
Luke intentó concentrarse en conducir y no en imaginar a Melanie con esa boa de plumas.
Cinco minutos después aparcaba frente al hospital y esperó a Adam en el aparcamiento porque no quería ver a Melanie.
Un impresionante trasero redondo llamó entonces su atención. Su propietaria estaba inclinada sobre el motor de un coche…
De repente, la mujer soltó una palabrota.
–¿Algún problema? –le preguntó. Había reconocido el trasero, la voz y el pelo negro cayendo sobre los hombros.
Ella se dio la vuelta.
–¡Luke! –exclamó–. Estaba esperando a Mikey –dijo luego, mirando el reloj.
–¿Qué pasa?
¿Y quién demonios era Mikey?
–Esta cosa no arranca. Creo que es la batería.
–No pasa nada, Mikey conoce bien mi coche, es mecánico. Imagino que has venido con Adam. ¿Me ha traído la boa?
–Sí, está en la puerta… –murmuró, sacando el móvil para llamarlo.
Un momento después Adam se reunió con ellos y Luke tuvo que controlar una irracional punzada de celos.
–Gracias –dijo Melanie, quitándole la boa del cuello.
Adam miró de uno a otro.
–Bueno, si queréis estar…
–Estamos esperando a Mikey –lo interrumpió ella–. Ah, ahí está. Ya podéis iros, Mikey solucionará el problema.
–¿Quieres que tomemos una copa esta noche? –preguntó Adam.
–No, esta noche no puedo.
–A ver si lo adivino, tienes que lavarte el pelo –bromeó.
–Tengo una cita –dijo ella. ¿Era una simple impresión o los ojos se le habían oscurecido?–. Tengo masaje y depilación a las seis y media.
–Muy bien.
Mikey, un hombre de pelo rubio, se acercó con una batería bajo el brazo y una sonrisa en los labios.
–¿Dónde vamos, Adam? –preguntó Luke.
–A algún sitio cómodo y tranquilo donde puedas hablarme de tu relación con Melanie Sawyer.
–Bueno, chicas, vamos a ver lo que tenemos –Melanie vació el contenido de la caja de zapatos sobre la mesa.
–La subasta ha sido una idea estupenda, Mel –dijo Sophie, extendiendo las tarjetas.
–Desde luego –asintió Marie, entusiasmada–. Vamos a recaudar mucho dinero para el proyecto Rainbow Road y, además, lo pasaremos en grande.
–Eso espero –murmuró Sophie, siempre tan cautelosa.
–¿Dónde está tu sentido de la aventura? –exclamó Mel–. ¿Qué puede pasar? Si las cosas no salen bien terminarás en casa a las diez un sábado por la noche. Podrás pedir una pizza por teléfono, abrir una botella de vino y ver una película.
Como había hecho Luke, pensó. Y, de inmediato, recordó la boca masculina sobre su cuerpo, acariciándole el pelo, besándola por todas partes…
El pulso se le aceleró y debió ponerse colorada, porque cuando por fin volvió a la tierra sus dos amigas la miraban con curiosidad.
Tuvo que aclararse la garganta antes de decir:
–Lo mejor de estar sola es que puedes elegir la película. Tenemos varios premios de cierto valor: masajes, cenas y entradas para el cine. Y los mejores: un viaje en globo con champán francés y un paseo por el puente Harbour seguido de una cena en Doyles.
–Y tu donativo, Mel, un viaje en limusina al escondite de Ben y Carissa Jamieson en las montañas. Una cena romántica para dos en medio del bosque –Marie miró a Melanie–. Lo triste es que el sábado por la noche tú serás la única que no estará pasándolo bien.
–¿Quién dice que no tengo una cita? ¿Podemos seguir? –Melanie sintió que se ponía colorada–. Algunos tenemos que trabajar –siguió–. Nadie conocerá a su pareja hasta el sábado por la noche.
–¿Seguro que no quieres incluirte en el premio, Mel? Un hombre rico con el que pasar la noche…
–Seguro que no –dijo Melanie.
La cabaña de Ben y Carissa solo estaba a dos horas de Sídney, pero la carretera no era una autopista. Mel frunció el ceño mientras atravesaba un denso bosque de eucaliptos, esperando que el motor recién arreglado de su coche no la dejase tirada en el camino de vuelta.
Con un poco de suerte, el camino de cabras que Ben había llamado generosamente «carretera» seguiría allí en tres horas, cuando el invitado y su pareja llegasen para pasar la noche.
Su rico y benéfico invitado. ¿Quién sería? Lo saludaría, comprobaría que todo estaba en orden para una velada íntima y se despediría.
Por fin, al final del camino apareció la casa, recientemente construida sobre una colina. Con las bolsas de comida en la mano llegó a la puerta cuando empezaban a caer las primeras gotas de lluvia. Entró en la casa y miró las alfombras de color vino que cubrían el suelo de madera, los grandes cuadros que adornaban las paredes, la chimenea de piedra, el precioso piano frente a una de las ventanas para que Ben compusiera tranquilamente.
Inspeccionó el dormitorio principal, que tenía un suntuoso cuarto de baño con sauna y después de eso encendió la chimenea. Echó un par de troncos y esperó un momento mirando las llamas mientras la habitación se llenaba de aroma a eucalipto.
Después, sacó de la bolsa la cena que había preparado en su casa: cóctel de gambas, una ensalada, un asado con verduritas, pan casero y dos pasteles de fresa con nata.
Metió el asado en el horno para mantenerlo caliente, sacó una botella de vino, colocó unas velas en la mesa y miró su reloj por enésima vez. Tenía un par de horas sin nada que hacer hasta que llegasen los invitados.
Allí no había televisión, de modo que se dedicó a ver las ramas de los árboles sacudidas por el viento. Pero, ¿y si se daba un baño de espuma? Podía hacerlo, tendría tiempo.
Cinco minutos después, con un cd de rock de la colección de Ben a todo volumen, se sumergió hasta el cuello en un fragante baño de espuma.
Fuera, la lluvia golpeaba el tejado y el viento ululaba moviendo la ramas de los árboles. Cuando el agua empezó a enfriarse se envolvió en una toalla y llevó la ropa al salón para vestirse allí porque en el baño hacía frío.
Estaba oscureciendo, pero la luz de la chimenea era suficiente. Melanie abrió la toalla y suspiró cuando la chimenea empezó a calentar su piel mojada. Pura delicia.
Dejó caer la toalla al suelo y cerró los ojos mientras movía la cabeza de un lado a otro al ritmo de la música.
Sin darse cuenta, empezó a mover las manos sobre sus clavículas, sus caderas, su cintura, su firme abdomen. Había pasado mucho tiempo desde la última vez que un hombre tocó su piel desnuda.
Melanie se deslizó las manos por los pechos, sintiendo que se hinchaban.
¿Por qué no aceptaba su propio consejo y tenía una aventura, como le había dicho a Carissa? Tenía un cajón lleno de lencería sexy en casa, algo bonito para ponerse bajo el aburrido uniforme que llevaba cada día. El único hombre que lo veía era Adam cuando hacía la colada.
De repente, sintió un escalofrío, como si alguien le hubiera pasado un dedo desde el cuello hasta el ombligo. Levantó las manos automáticamente para protegerse, mirando hacia fuera. No había nadie, solo la lluvia. Intentando calmarse, buscó el sujetador y las braguitas. Tenía que mirar el horno, abrir la botella de vino y esbozar una sonrisa para su invitado.
Se iba a congelar en aquel sitio y, considerando que la mujer desnuda al otro lado de la ventana era Melanie, probablemente sería lo mejor. Por suerte, una parte de su cuerpo había entrado en calor cuando la vio en el salón, envuelta en una toalla.
Apretando los puños en los bolsillos del pantalón hecho a medida, Luke miró el cielo, dejando que la lluvia le empapase la cara. Cualquier cosa para enfriar su sangre y bloquear la imagen que bailaba ante sus ojos.
No podía llamar a la puerta y hacerle entender que la había visto desnuda… Luke miró de reojo. Sí, seguía estándolo.
Daba igual que llevase allí cinco minutos o que hubiese llamado inútilmente a la puerta antes de verla aparecer en el salón. Con la música a todo volumen, Melanie no lo había oído y seguramente acabaría con neumonía.
Sus esperanzas de una cena casera y una noche agradable estudiando las cuentas de su padre… en fin, no iba a ser posible.
Luke respiró un poco mejor al ver que Melanie se había puesto la ropa interior, un conjunto diminuto de color morado. Pero esas braguitas lo inflamaban aún más…
Cuando volvió a mirar estaba totalmente vestida, el pelo de color ébano brillando a la luz de la chimenea. Suspirando, se sacudió el agua del pelo y tomó su maletín. Era hora de dar la sorpresa.
¿Habían llamado a la puerta? Era posible que con el viento y la música no hubiese oído. Fuera, todo parecía oscuro y solitario. Sí, alguien llamaba a la puerta de manera insistente. Abrió la puerta sin quitar la cadena de seguridad.
–Buenas noches.
Durante un segundo no pudo moverse. Desesperada, buscó una explicación razonable que no incluyese a Luke como el invitado anónimo, pero cuando él se sacó del bolsillo una tarjeta con el número veintisiete tuvo que tragar saliva.
–Parece que he ganado la estancia aquí esta noche.
–¿Cómo has llegado hasta aquí? No veo la limusina.
Él señaló el camino.
–Le dije al chófer que se fuera. Llegué temprano, lo siento.
Eso significaba… Melanie tragó saliva.
En los ojos de Luke había un brillo ardiente… La había pillado.
–Tienes que quitarte la ropa, estás empapado. Imagino que habrás traído una muda.
–Me temo que no –Luke se pasó una mano por el pelo.
–Hay una secadora. Puedes meter tu ropa allí…
Cuando levantó la mirada Luke estaba quitándose el jersey azul y la camisa, revelando un torso que brillaba a la luz de la chimenea.
Melanie tuvo que apartar la mirada.
–Hay una toalla por aquí –en el suelo, detrás del sofá, donde ella la había dejado. Y, por supuesto, Luke lo sabía. Melanie sintió que le ardía la cara–. Hay un albornoz en el baño. Quítate esa ropa mojada y tráela para que se seque frente a la chimenea.
La tormenta acababa de estallar y un relámpago iluminó el salón.
–Genial –murmuró. Tenía que terminar su trabajo allí antes de poder escapar.
No puso el cd de música romántica ni encendió las velas como había pensado pero sirvió una copa de vino recordando cuando, desesperada, llamó a casa de sus padres de Luke en Coffs Harbour.
–¿Melanie? –había repetido el señor Delaney–. Ah, la camarera.
El tono desdeñoso había sido como un puñal en su corazón.
–Por favor, tengo que ponerme en contacto con Luke, es muy importante.
–Con chicas como tú siempre lo es –replicó él, escéptico.
–Necesito hablar con Luke –repitió.
–Mi hijo no está interesado en volver a ponerse en contacto contigo. ¿Por qué no le ahorras problemas y te olvidas de él?
De modo que, sin otra alternativa, eso había hecho. Unos meses más tarde se había resignado a no volver a ver a Luke, un año después su solicitud para el curso de enfermería fue aceptada y desde entonces tenía un nuevo propósito en la vida.
Pero, como la tormenta, los oscuros recuerdos estaban en la habitación, robándole el calor al fuego de la chimenea. Un relámpago iluminó la escena cuando Luke entró en el salón envuelto en un albornoz.
Sus ojos se encontraron mientras el corazón le latía como la lluvia en el tejado. La había mirado así tantas veces en el pasado…
Pero recordó las palabras de su padre, tan claras como el día que las había pronunciado: «La camarera». Ya no lo era, pero siempre sería la hija de una empleada de su padre.
–La cena estará lista cuando quieras. Solo tienes que sacarla del horno…
–No pensarás conducir con esta lluvia, ¿verdad?
Un relámpago iluminó el salón, seguido inmediatamente por un trueno que sacudió la casa hasta los cimientos.
–No puedo quedarme aquí –dijo Mel. «Contigo desnudo bajo el albornoz, con cinco años de soledad y frustración destrozando mi fuerza de voluntad»–. Tengo que volver a casa.
–He visto el estado de la carretera cuando veníamos hacia aquí. No hay farolas, no hay luces. Nadie podría echarte una mano si te quedases tirada.
–Llevo el móvil.
–No digas tonterías, Mel. Podemos compartir una cena y una chimenea sin…
¿Sin arrancarnos la ropa? Eso era exactamente lo que había estado a punto de decir, pensó Mel, viendo el rubor en sus mejillas.
–Muy bien –dijo por fin.
En realidad, conducir bajo aquella tormenta sería un suicidio. Además, Luke y ella eran dos adultos inteligentes y civilizados que podían compartir una cena sin que pasara nada. Si no lo miraba a los ojos no pasaría nada.
***
–¿Por qué no tomas una copa de vino mientras yo me encargo de la cena? Podemos comer frente a la chimenea.
De ese modo no tendría que mirar a Luke con el albornoz.
Suspirando, sacó de la nevera las dos copas con el cóctel de gambas y las llevó al salón.
Cuando volvió, él estaba sentado en la alfombra, frente a la chimenea, y aprovechó la oportunidad para sentarse en un sillón.
Había habido noches como aquella, frente a una chimenea en casa de los padres de Luke. También él estaba recordando, lo sabía…
Entonces, de repente, se fue la luz. La oscuridad aliviada solo por las llamas de la chimenea. Melanie contuvo el aliento mientras Luke se levantaba.
–Parece que no voy a poder trabajar como pensaba. De todas formas podemos cenar.
Melanie lo intentó, pero los nervios le habían cerrado el estómago y no pudo probar más que un bocado. Luke, en cambio, no parecía tener ese problema.
Melanie podía sentir la tensión en el aire.
–¿En qué estabas trabajando? –le preguntó por fin.
–Las cuentas de mi padre. Prometí echarles un vistazo.
–¿Vas a quedarte en Sídney?
–Sí –Luke dejó de comer para mirarla–. Es una ciudad muy grande, Mel.
–No tanto. Y eres amigo de Adam.
–No tenemos que vernos a menos que tú quieras hacerlo.
Luke dejó el cuenco sobre la mesa de café y se quedó mirándola, en silencio.
¿Esperaba una respuesta? El corazón de Melanie redobló sus latidos.
–Somos adultos –insistió él–. Podemos enterrar el pasado e intentar llevarnos bien.
–¿Alguna vez se entierra el pasado?
Luke se pasó una mano por el mentón.
–No, imagino que no. Por ejemplo…
Se levantó tan de repente que Melanie dio un respingo. Pero no se acercó a ella sino a su maletín, del que sacó un montón de papeles y una bolsa de… ¿nubes de azúcar?
–Pensaba tostarlas en la chimenea. Volver a verte el otro día me recordó que solíamos hacerlo.
–Hace mucho tiempo de eso.
–Demasiado tiempo –Luke la miró, pensativo–. Quería ver si siguen sabiendo igual. ¿Qué te parece? Necesitaremos unas ramitas para pinchar las nubes. Voy a buscarlas…
–¡No! Iré yo. Quítate ese albornoz mojado y…
–Muy bien.
Cuando salió ya no llovía con tanta fuerza, pero las ramas de los arboles estaban cargadas de agua. Todo olía a eucalipto y a tierra mojada.
¿De verdad estaba pensando en compartir una chimenea con Luke Delaney? Durante un momento de locura, Melanie tocó las llaves del coche, en el bolsillo del abrigo, a punto de salir corriendo. Lejos de la tentación, lejos de los recuerdos. Pero una parte de su cerebro la empujaba a averiguar qué había estado haciendo Luke en esos años, desde que se separaron.
La puerta se abrió en ese momento y Luke asomó la cabeza, su cuerpo recortado a la luz de la chimenea.
–Ya voy –Melanie tomó cortó una rama larga y fina, sacudió el agua y corrió hacia la puerta–. Voy a servir el chocolate.
–Yo lo haré. Tú has hecho la cena, ahora me toca a mí.
–Muy bien, la cocina es tuya.
Cuando volvió unos minutos después con las tazas en la mano, toda la habitación olía a eucalipto. Luke pinchó las nubes y las colocó sobre el fuego.
–¿Que has hecho durante estos años? –le preguntó, desesperada por decir algo–. Me han dicho que te ha ido muy bien.
–Eso depende del punto de vista. Si te refieres al trabajo, sí, me ha ido muy bien.
–Adam me ha contado que estuviste en Dubái. Eso está muy lejos de casa.
Luke se encogió de hombros.
–¿Qué es tu casa cuando no hay nada que te ate?
–¿Y tus padres?
–Si hubiera hecho lo que quería mi padre ahora estaría casado y con hijos –Luke sonrió y, durante un segundo, le pareció ver el fantasma de los sueños perdidos, sombras silenciosas que parecían reflejarse en el fuego de la chimenea–. El mundo es mi lugar de trabajo ahora –siguió–. Soy bueno en lo mío y siempre hay trabajo para ingenieros geólogos, especialmente en el Tercer Mundo.
–Pensé que habías aceptado ese trabajo en Queensland…
«Aquel por el que me dejaste».
Él asintió con la cabeza.
–La mejor decisión que he tomado nunca, me abrió muchas puertas. Si no hubiera aceptado ese trabajo no estaría donde estoy.
–Me alegro.
Si su padre la hubiese puesto en contacto con él, si le hubiera contado la verdad, tal vez no se habría ido. Se alegraba de que hubiera tenido éxito, pero la pena por lo que había perdido le hacía un nudo en la garganta.
Luke movió la rama con las nubes rosadas sobre el fuego.
–Parece que los dos hemos conseguido lo que queríamos.
Melanie apretó los labios, pero un suspiro escapó de su garganta, porque Luke la miró enarcando una ceja.
–Tú también has conseguido lo que querías, ¿no?
Había intentado hacer lo que debía y eso era suficiente. Pero recordaba noches desesperadas, una soledad inmensa. Cerró los ojos para controlar las lágrimas, recordando cuando hacían el amor, sus piernas enredadas, sus bocas selladas…
–Imagino que lo habrás pasado bien.
–No sigas por ahí.