Semillas de deseo - Anne Oliver - E-Book

Semillas de deseo E-Book

Anne Oliver

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Beschreibung

¿Seguiría siendo una chica buena? Cuando Ellie, una humilde jardinera, conoció al multimillonario arquitecto Matt McGregor en un bar, ambos se sintieron atraídos de inmediato. Los ojos de Matt la hacían olvidarse de traumas pasados y de todo lo que había aprendido en la vida para sobrevivir. Matt irradiaba seguridad, pero tenía la palabra "mujeriego" escrita en la frente y Ellie decidió poner tierra de por medio. Hasta que al día siguiente descubrió que iba a ser su nuevo jefe. No solo era peligrosamente sexy y atractivo, sino que estaba decidido a conquistarla. Y Ellie no tardaría en descubrir que toda resistencia era inútil.

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Editado por HARLEQUIN IBÉRICA, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

© 2010 Anne Oliver. Todos los derechos reservados.

SEMILLAS DE DESEO, N.º 1917 - mayo 2013

Título original: When He Was Bad...

Publicada originalmente por Mills & Boon®, Ltd., Londres.

Publicada en español en 2013

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con permiso de Harlequin Enterprises II BV.

Todos los personajes de este libro son ficticios. Cualquier parecido con alguna persona, viva o muerta, es pura coincidencia.

® Harlequin, Harlequin Deseo y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Books S.A.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

I.S.B.N.: 978-84-687-3064-6

Editor responsable: Luis Pugni

Conversión ebook: MT Color & Diseño

www.mtcolor.es

Capítulo Uno

–Imagínatelo desnudo.

Ellie Rose apenas oyó a su amiga con la música del club nocturno, pero la insinuación y la persona a la que se refería eran inconfundibles. A menos de cinco metros se elevaba un metro ochenta y pico de pura masculinidad. Estaba de espaldas a Ellie, pero su altura, su pelo negro y su delicioso trasero lo hacían destacar entre la multitud que bailaba bajo las luces de neón.

Ellie siempre había tenido debilidad por los traseros duros y bien moldeados.

La multitud se cerró en torno a él y Ellie maldijo su metro sesenta de estatura. Pero de ninguna manera iba a admitir que se lo estaba comiendo con los ojos, tal y como acababa de sugerir su amiga. No hacía mucho que conocía a Sasha, pero por lo que había aprendido de ella no le parecía una mujer que esperase a que los hombres fuesen a seducirla. Era ella quien iba a buscarlos.

–¿Quién? –preguntó con una ignorancia fingida.

Sasha levantó en un brindis su botella de spritzer y alzó la voz para hacerse oír.

–Sabes muy bien a quién me refiero. Ese tío de ahí, el que está con la chica alta con pantalones de cuero. Imagínatelo desnudo, o todavía mejor… imagínate a ti desnuda con él.

Demasiado fácil imaginarlo. Los dos desnudos entre sábanas de satén moradas… salvo por la despampanante morena que se empeñaba en destrozar la fantasía al arrimarse a él para besarlo. Tragó saliva, incómoda, y se dirigió a Sasha con un tono cortante.

–No hemos venido a ligar. Solo estamos aquí para disfrutar de la música.

–Habla por ti –replicó Sasha, llevándose la botella a los labios–. Si quieres escuchar música vete a un musical. Oh, oh… creo que nos está mirando… O mejor dicho, creo que te está mirando a ti –le puso a Ellie la mano en la espalda y la empujó suavemente–. Vamos, esta puede ser tu noche de suerte –se acercó para hablarle al oído–. Pregúntale si tiene algún amigo.

A Ellie empezaron a temblarle las piernas. No quería que fuera su noche de suerte, ¿verdad? No, no quería. Al menos no con un hombre que podía hacerle desear todo lo que no podía tener con alguien como él. Aquel tipo tenía la palabra «mujeriego» escrita en la frente.

Vestía unos pantalones negros y una camisa blanca con el cuello abierto. Su pelo era oscuro, corto y ligeramente en punta, como si acabara de abandonar la cama de su amante. El reloj de platino que ostentaba en la muñeca hacía pensar en una gran fortuna.

Las luces parecían destellar al ritmo de sus latidos mientras él se acercaba. Se detuvo a su altura y le clavó la magnética mirada de sus ojos oscuros.

–Hola. ¿Puedo invitarte a una copa?

Su voz la inundó como una capa de chocolate derretido. Levantó su botella, prácticamente vacía.

–Ya tengo una, gracias, y estoy con una amiga… –entonces vio a Sasha meneando las caderas en la pista de baile. Maldita traidora.

–Parece que tu amiga sabe cómo divertirse –repuso él, y siguió brevemente la mirada de Ellie antes de volver a mirarla–. No te había visto antes por aquí.

–Es la primera vez que vengo. No suelo frecuentar este tipo de locales –Sasha la había arrastrado hasta allí en contra de su voluntad, alegando que necesitaba más diversión en su vida.

–Vamos a cambiar eso… –la agarró de la mano–. Baila conmigo.

Un hormigueo le recorrió el brazo y se le concentró en el vientre. La mano de aquel hombre era fuerte, firme y cálida, como sin duda lo sería el resto de su cuerpo. Recordó la fantasía de las sábanas… y a la morena que había estado besándolo minutos antes.

–¿Y tu amiga? –le preguntó secamente. Retiró la mano y se frotó la palma contra el corto vestido negro para aliviar el hormigueo.

Craso error. Al preguntarle por su acompañante le demostraba que había estado observándolo. Y por su forma de sonreír debía de intuir también lo que había estado pensando…

–Yasmine es una colega –le aclaró él sin perder la sonrisa–. Hacía mucho que no la veía. He estado trabajando en Sídney.

Ellie echó un vistazo fugaz detrás de él y vio a una rubia con un top blanco que se lo comía con los ojos, pero ni rastro de Yasmine. O quizá ni siquiera se llamaba Yasmine y le había dado calabazas. No lo conocía. Podría estar mintiéndole, buscando una aventura fácil de una noche. Como todos los que abarrotaban el local, al fin y al cabo.

Todos menos ella.

Su cuerpo ansiaba refutar aquella afirmación, pero consiguió retener las hormonas descontroladas y adoptar un tono frío y neutral.

–¿Eres de Melbourne?

Él asintió.

–Trabajo en muchos proyectos y me muevo con frecuencia de una ciudad a otra. Me llamo Matt, por cierto.

Solo le daba el nombre, no el apellido… Obviamente no quería más que un ligue pasajero. Perfecto. Las relaciones estables y los compromisos siempre terminaban mal, al menos para ella. Se llevó la botella a los labios y apuró los restos de la bebida para aliviar el ardor de la garganta.

–Yo me llamo Ellie.

–¿Y bien, Ellie? ¿Bailamos?

La música cambió a una canción lenta de amor y a Ellie le recorrió un estremecimiento.

Una canción para bailar pegados…

El sudor le empapó los pechos y el labio y se tiró del cuello del vestido para ventilarse. No le sirvió de nada.

–Preferiría que no, si no te importa… Esto está muy cargado y…

–¿Salimos, entonces? –sugirió él–. Me vendrá bien un poco de aire fresco.

Mucho mejor así, pensó Matt mientras la llevaba hacia la salida con una mano ligeramente posada en su espalda. El calor que desprendía la tela se propagaba por su piel como una corriente de excitación.

De repente, ella se detuvo y se giró para encararlo como un conejito paralizado por los faros de un coche. Matt temió que fuera a cambiar de opinión y se dispuso a convencerla, pero afortunadamente ella se limitó a apuntar el guardarropa.

–Voy… voy a por mi abrigo. Aquí hace calor, pero afuera hace frío.

Matt la vio alejarse hacia el mostrador. Aquella noche no había ido allí en busca de una mujer; tan solo pretendía alejarse un poco del estrés del trabajo. Pero aquella bonita mujer con el pelo corto y lacio lo había cautivado nada más verla. Quizá porque no se parecía en nada a las mujeres con las que salía normalmente.

A Matt le gustaban las mujeres como las construcciones multimillonarias que diseñaba: altas, elegantes, de líneas depuradas y estilosas. Aquella chica era bajita y delicada, aunque con unas curvas muy sugerentes. Le recordaba al algodón de azúcar… dulce, ligero y frágil.

Observó cómo le entregaba el tique a la encargada del guardarropa y bajó la mirada a sus torneadas pantorrillas. El bajo del vestido se le subió por los muslos al inclinarse sobre el mostrador para recoger su abrigo.

Ellie se giró y lo miró con ojos grandes y recelosos. Apartó la mirada, pero enseguida volvió a mirarlo mientras se mordía el labio, y Matt volvió a temer que saliera huyendo.

Anticipándose a aquella posibilidad, fue rápidamente a su encuentro y la agarró por el codo.

–¿Va todo bien?

–¿Por qué lo preguntas?

–Parecías un poco nerviosa.

–¿Ah, sí? –soltó algo parecido a una risa estertórea mientras lo acompañaba a la salida.

Al salir los recibió un soplo de aire helado cargado con el humo del tabaco. Los faroles proyectaban charcos de color sobre las mesas de aluminio y los rebosantes ceniceros. La gente formaba grupos alrededor de las altas estufas de gas, fumando, bebiendo y riendo mientras las parejas ocupaban los lugares oscuros a lo largo del perímetro vallado.

–Esto está mejor –dijo Matt, quitándole la chaqueta de las manos para colocársela sobre los hombros. Era una prenda negra con bordados en los bolsillos. El pelo, cortado a la altura de la barbilla, le acarició suavemente los dedos y una fragancia muy particular le hizo cosquillas en la nariz. No era un perfume, sino más bien un picante olor a frambuesas–. Ahora podemos hablar sin riesgo para nuestras cuerdas vocales –sus ojos lo intrigaban de manera muy tentadora, porque bajo su serena fachada se intuía una pasión salvaje–. Dime, Ellie, si no frecuentas los clubes nocturnos, ¿qué haces para divertirte un sábado por la noche?

–Leo. Sobre todo novelas de ciencia ficción y fantasía –se arrebujó aún más bajo su chaqueta–. Ya sé que suena patético y aburrido comparado con tu estilo de vida, pero… –señaló el cielo tachonado de estrellas–. ¿Nunca te has preguntado qué puede haber ahí arriba?

–Claro –Matt alzó la vista, no al cielo nocturno, sino a la tentadora y esbelta columna que era su cuello–. Pero en estos momentos me doy por satisfecho con lo que tengo aquí abajo, justo delante de mí.

–Oh…

Matt parpadeó con extrañeza. ¿Oh? ¿Eso era todo lo que se le ocurría? Cualquier otra mujer le habría respondido con una sonrisa, una risita tonta o batiendo las pestañas para insinuar que le seguía el juego.

Pero Ellie no. Y sin embargo era inconfundible el destello que latía en sus ojos.

–¿Qué has estado haciendo en Sídney? –le preguntó ella.

–En estos momentos estoy trabajando en un proyecto residencial junto al puerto. ¿Y tú? ¿A qué te dedicas?

–Un poco de esto y de aquello… Me gusta ir de un lado para otro y trabajar de lo que sea.

–Así que te gusta viajar… ¿Has estado en el extranjero?

–Me temo que mis viajes no son tan interesantes… –confesó, riéndose–. Pero sí que conozco todas las poblaciones entre Sídney y Adelaide. No me gusta atarme a ningún sitio –volvió a reírse, aunque su risa sonaba áspera y amarga–. Llámame irresponsable, si quieres.

–Pero supongo que en algún momento querrás instalarte en un sitio y formar una familia…

–Yo no. Soy un espíritu libre. Voy adonde quiero y cuando quiero, y me gusta así.

Matt no estaba tan seguro, viendo la mezcla de emociones que se reflejaban en su rostro.

–Si quiero, puedo comerme una tarta de queso entera. Eso es para mí la libertad –sonrió y en esa ocasión sus ojos brillaron con una picardía que embelesó por completo a Matt.

–Supongo… –corroboró él con otra sonrisa–. Un espíritu libre, ¿eh? –sintió un fuerte hormigueo en los labios ante la posibilidad de saborear los suyos, carnosos y suculentos. Casi podía sentir en la mejilla el dulce calor de su aliento–. Quiero besarte, Ellie… Llevo queriendo hacerlo desde que te vi –y mucho más, pero aún no era el momento de expresarlo.

Ella echó la cabeza hacia atrás, lo miró fijamente y la tensión sexual se desvaneció en una bocanada de aire helado. La lengua de Ellie asomó fugazmente para lamerse los labios y volvió a desaparecer tras una línea fina y apretada.

El cuerpo de Matt protestó dolorosamente. No estaba acostumbrado a que las mujeres lo rechazaran. O tal vez había acertado en sus suposiciones y ella no era un espíritu tan libre como quería hacer creer.

–¿Hay alguien más?

–No.

–¿Entonces…?

Un vaso se hizo añicos contra el suelo a poca distancia de ellos, pero los ojos de Ellie permanecieron fijos en los suyos. Su expresión invitaba a avanzar, pero su actitud lo frenaba. El viento soplaba a lo largo del alto muro de ladrillos, agitando las hojas secas a sus pies y revolviéndole los cabellos a Ellie, tan brillantes como la luna llena.

–Entonces… Hazlo.

La inesperada y jadeante orden disparó la libido de Matt. Cubrió la escasa distancia que los separaba y vio la mezcla de duda y excitación que ardía en sus ojos, antes de que sus labios entraran en contacto.

Fue como probar el primer melocotón maduro del verano. Sabroso, dulce y suave… Un débil murmullo brotó de la garganta de Ellie y reverberó por sus venas como una corriente de miel. La sensación superaba todas sus expectativas. Era como si estuviera balanceándose en lo alto del Puente de la Bahía de Sídney en mitad de una tormenta y sin arnés de seguridad. Levantó la cabeza para mirarla y la vio tan sorprendida como él.

Volvió a besarla y sintió cómo se le disolvía la tensión, igual que la niebla de otoño al salir el sol. La boca de Ellie se relajó y se abrió bajo la suya, y él no dudó en aprovecharse. Le sujetó con suavidad por la mandíbula y se colocó de tal manera que sus cuerpos encajaran en los lugares adecuados. La sintió estremecerse y le introdujo la lengua en busca de su esencia más rica y sabrosa. Ella no opuso la menor resistencia. Su lengua lo recibió con deleite, subió las manos por la camisa de Matt, hasta su desbocado corazón, y luego volvió a bajarlas para rodearle la cintura y pegarse a él, aplastando los pechos contra su torso.

También Matt dejó vagar libremente sus manos. Le acarició el cuello, su colgante en forma de corazón, y metió las manos por dentro de la chaqueta hasta encontrar el escote del vestido. No se detuvo allí, sino que continuó su descenso sobre la parte exterior de los pechos, sus costados, el estrechamiento de la cintura y la pronunciada curva de las caderas. Era perfecta, y él quería más. Mucho más.

Y por la forma en que ella se estaba derritiendo contra él, todo hacía pensar que estaba de suerte.

A Ellie le temblaban tanto las rodillas que le pareció un milagro no desplomarse sobre el pavimento. El pulso le latía frenéticamente y la sangre le hervía en las venas. Lo único que podía pensar era cómo podía permitir que aquel hombre, aquel dios humano que olía de maravilla y que seguramente hacía lo mismo cada noche de la semana con una mujer distinta, la besara hasta hacerle perder la cabeza.

Pero entonces cerró los ojos y la mente a toda interferencia y se dejó llenar por las sensaciones que le provocaban aquellas manos cálidas y fuertes, aquel intenso y ardiente sabor y los crujidos de la tela contra la tela al unirse los cuerpos. Se encontró aferrada a su camisa sin ser consciente de haberlo agarrado. Estaba ardiendo por dentro y no recordaba cuál de los dos había prendido la llama.

Las manos de Matt iniciaron un recorrido más íntimo y atrevido en busca de sus pezones, que se endurecieron como pequeños guijarros contra el corpiño del vestido. Los retorció ligeramente y Ellie jadeó de placer mientras un torrente de humedad le empapaba la entrepierna y se echó hacia delante, impaciente porque él continuara lo que estaba haciendo.

Y él continuó. Sus expertas manos le provocaban remolinos de placer que se concentraban dolorosamente en los rincones secretos de su cuerpo. Frotó el vientre contra la prueba palpable y poderosa de su virilidad y se le escapó un gemido ante el contraste de la dureza masculina y la suavidad de sus formas.

–¿Vives muy lejos de aquí? –murmuró él con la boca pegada al cuello.

Su voz y el mensaje que transmitía la sacaron del trance erótico en el que se había sumido. Abrió los ojos y se encontró ante una oscura silueta, recortada contra la implacable luz de las farolas que se elevaban sobre el muro. La figura de un hombre del que no sabía nada…

El pánico le atenazó la garganta y la acució a soltarse.

–Tengo… tengo que ir al lavabo –se alejó un par de pasos y le dedicó una mueca parecida a una sonrisa–. Enseguida vuelvo.

Volvió a entrar en el abarrotado local y vio a Sasha bailando en la pista, rodeada de hombres. Su amiga le guiñó un ojo por encima del hombro de un chico y dobló el dedo índice… su señal convenida para despedirse en caso de que decidieran marcharse por separado.

Ellie asintió y se abrió camino entre la gente hacia la salida. En la calle aún había bastante tráfico, a pesar de la hora.

Un coche lleno de jóvenes vociferantes pasó junto a la entrada. La música del equipo estéreo casi ahogaba la que salía del club. El aire frío le azotaba el rostro y los brazos desnudos, obligándose a arrebujarse todo lo posible con su chaqueta mientras esperaba que apareciera un taxi.

–Espera, Ellie –dio un respingo al oír la voz detrás de ella, pero no se giró.

No, no, no. Si lo miraba cambiaría de opinión, y no podía arriesgarse. Un beso y un poco de tonteo estaba bien, pero un beso como aquel con un hombre como él, capaz de hacerle perder la cabeza sin levantar un dedo…

Avisó frenéticamente con la mano al taxi que pasaba por delante en aquel momento. El vehículo se detuvo con un chirrido y Ellie se metió rápidamente, cerró la puerta y le ordenó al taxista que se pusiera en marcha.

Pero antes de que el taxista pudiera internarse de nuevo en el tráfico, la puerta volvió a abrirse y Ellie contuvo la respiración. Matt como-se-llamara llenaba el reducido espacio con su fragancia varonil, su sonrisa y su arrebatador carisma.

–Se te ha caído la chaqueta –le dijo, y le puso la prenda en el asiento, junto a ella, sin el menor ademán por subirse al taxi.

–Ah… Gracias –ni siquiera se había percatado de que la prenda se le caía de los hombros.

Se sentía como una estúpida. Él no había hecho nada que ella no quisiera, y ella había actuado como una cobarde y lo había dejado plantado sin una explicación. Para que la situación fuera aún más humillante, la rubia que había estado mirándolo antes lo presenciaba todo desde la entrada del club.

–¿Seguro que no quieres cambiar de idea? –le preguntó él.

–Sí.

–¿Sí, estás segura; o sí, quieres cambiar de idea?

–Ya sabes a lo que me refiero.

Él dejó de sonreír.

–Puede, pero no creo que tú lo sepas –sacó la cartera del bolsillo, la abrió y extrajo una tarjeta de visita negra y dorada–. Cuando cambies de opinión…

Aquellas seguridad y prepotencia eran lo que la mantenían alejada de hombres como él. Eran peligrosos y adictivos; primero le comían la cabeza, y cuando acababan de divertirse con ella la dejaban con una amarga sensación de vacío y remordimiento.

Ellie no aceptó la tarjeta, y entonces él le agarró la mano con sus dedos largos y cálidos, le volvió la palma hacia arriba, le dio un beso en el centro y luego reemplazó los labios por la tarjeta.

–Hasta que volvamos a vernos –le dijo con toda la arrogancia y seguridad del mundo.

A Ellie le abrasaba la palma y cerró los dedos.

–No lo creo.

Pero él se limitó a sonreír y a sacar un billete de cien dólares de la cartera.

–Para el trayecto. Que tengas dulces sueños, Ellie.

Ellie entró en la oscura y tranquila soledad de su minúsculo apartamento, agradecida porque ninguno de los otros inquilinos del edificio la hubiera visto llegar en aquel estado.

Se apoyó en la puerta y dejó escapar un suspiro. Podía oír los frenéticos latidos de su corazón y todavía respiraba entrecortadamente. ¿En qué había estado pensando al permitir que la besara y le tirase los tejos de aquella manera? ¿Y qué iba a hacer con el cuantioso cambio que le había devuelto el taxista?

Cruzó la única habitación de la que se componía el estudio y arrojó la arrugada tarjeta en la mesita de noche, sin mirarla. Encendió la lámpara y se arrojó en la estrecha cama para taparse con la manta rosa. Luego, solo para estar segura, le mandó un mensaje de texto a Sasha para decirle que había llegado a casa… sola, para que Sasha no le respondiera con algún comentario subido de tono.

Se quedó mirando las manchas de humedad en el techo. No quería comprometerse con nadie. Matt había dejado muy claro que su intención solo era tener una breve aventura, pero ¿quién sabía adónde podrían haber conducido una cena y unas cuantas citas?

Era una presa fácil y se implicaba muy fácilmente con las personas. Y cuando la abandonaban se llevaban una parte de ella… Como cuando su padre las abandonó a ella y a su madre, teniendo Ellie tres años. Tres años después su madre y sus abuelos murieron en un accidente de coche. Su padre volvió para ocuparse de ella, pero siguió siendo un alma errante que iba de un lado para otro en busca de trabajo. Al principio fue una emocionante aventura acompañarlo por todo el país, pero Ellie no tardó en convertirse en un estorbo y cuando tenía nueve años su padre volvió a abandonarla, en esa ocasión dejándola en adopción.