El precio de la rendición - Elizabeth Power - E-Book

El precio de la rendición E-Book

Elizabeth Power

0,0
2,99 €

-100%
Sammeln Sie Punkte in unserem Gutscheinprogramm und kaufen Sie E-Books und Hörbücher mit bis zu 100% Rabatt.
Mehr erfahren.
Beschreibung

No iba a rendirse sin pelear y la pelea prometía ser explosiva El multimillonario italiano Emiliano Cannavaro sabía que todo el mundo tenía un precio, especialmente Lauren Westwood, hermana de la taimada esposa de su hermano y la única mujer que casi había conseguido engañarlo con su rostro inocente. Cuando la tragedia se llevó la vida de su hermano y su cuñada, Emiliano decidió conseguir la custodia de su sobrino, que en ese momento vivía al cuidado de Lauren. Pero la honesta Lauren no era la buscavidas que él creía y no iba a dejarse comprar. Y cuando Emiliano Cannavaro le dio un ultimátum: ir con él a su casa del Caribe con el niño o litigar en los tribunales, decidió enfrentarse con él cara a cara.

Sie lesen das E-Book in den Legimi-Apps auf:

Android
iOS
von Legimi
zertifizierten E-Readern

Seitenzahl: 160

Bewertungen
0,0
0
0
0
0
0
Mehr Informationen
Mehr Informationen
Legimi prüft nicht, ob Rezensionen von Nutzern stammen, die den betreffenden Titel tatsächlich gekauft oder gelesen/gehört haben. Wir entfernen aber gefälschte Rezensionen.



 

 

Editado por HARLEQUIN IBÉRICA, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2014 Elizabeth Power

© 2015 Harlequin Ibérica, S.A.

El precio de la rendición, n.º 2361 - enero 2015

Título original: A Clash with Cannavaro

Publicada originalmente por Mills & Boon®, Ltd., Londres.

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Bianca y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.: 978-84-687-5766-7

Editor responsable: Luis Pugni

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño

www.mtcolor.es

Índice

 

Portadilla

Créditos

Índice

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Epílogo

Publicidad

Capítulo 1

 

Lauren reconoció de inmediato al hombre que salió del coche, un monstruo plateado de aspecto incongruente en contraste con la rústica granja de Cumbria, con sus colinas verdes tras el mojado tejado de pizarra.

Emiliano Cannavaro, el hombre que atravesaba el patio con el pelo movido por el viento mientras ella cerraba la puerta del establo.

Alto, atlético, de treinta y pocos años, su carísimo traje de chaqueta italiano no podía esconder unos hombros tan anchos que casi podrían eclipsar la luna. Pero era un hombre al que jamás hubiera esperado, o deseado, volver a ver.

—Hola, Lauren.

Era tan extraño verlo allí, en la granja de Lakeland, una propiedad en la que sus difuntos padres habían gastado sus ahorros persiguiendo el sueño de ser autosuficientes, un sueño que nunca había estado a la altura de sus expectativas y un sitio que no tenía nada que ver con las elegantes capitales europeas y los patios de recreo para ricos en los que vivía aquel hombre.

—¡Emiliano! —exclamó.

Como una tonta, deseó llevar puesto algo que no fuera un peto de trabajo o al menos haberse pasado un cepillo por el pelo, pero, después de atender a los caballos de los pocos clientes que la ayudaban a llegar a fin de mes, sus locos rizos pelirrojos debían de ser una llamarada ingobernable.

—¿Qué haces aquí?

Un ligero temblor en su voz debilitaba el tono retador, pero no todos los días tenía que enfrentarse con Emiliano Cannavaro, multimillonario magnate naviero. El hombre que había heredado la próspera empresa que su abuelo había fundado para convertirla en un gigante global con una flota de lujosos cruceros.

Un hombre que había usado su encanto continental y esa voz, rica como el chocolate, para llevarla a su cama… y descartarla después, de la forma más humillante, tras el matrimonio de su hermana, Vikki, con su hermano menor, Angelo, dos años antes.

—Tenemos que hablar —dijo él.

Había olvidado lo alto que era y que sin llevar zapatos de tacón solo le llegaba a la altura del hombro. Lo que no había olvidado era cómo se le encogía el estómago al verlo o sus viriles facciones, con la nariz romana y esos labios tan sensuales, tan italianos.

Lauren se puso una mano sobre los ojos como un escudo contra el sol.

—¿Sobre qué? —le preguntó con tono acusador mientras intentaba controlar el efecto que su repentina aparición ejercía en su tonto corazón.

—Sobre Daniele.

—¿Sobre Danny?

Emiliano se quedó en silencio, mirando sus rebeldes ojos verdes, el rostro ovalado de pequeña barbilla y nariz ligeramente respingona con pecas, que su madre solía decir eran «un puñado de polvos mágicos», antes de mirar insolentemente su boca. Era una boca de labios generosos, normalmente sonriente, pero seria en aquel momento.

Su mirada hacía que le temblasen las rodillas, pero él no parecía en absoluto afectado mientras señalaba la puerta de la vieja granja.

—¿No deberíamos entrar?

¿Dentro de la casa, a solas con él?

El corazón de Lauren aceleró el ritmo de sus latidos.

—No hasta que me hayas dicho de qué quieres hablar.

—Muy bien, te lo diré claramente: quiero verlo.

—¿Por qué cuando no has venido a verlo ni has preguntado por él en todo un año?

Le pareció que Emiliano contenía el aliento. De modo que, aunque intentase disimular, se sentía culpable. Mejor, pensó.

—Si no he llamado por teléfono ni he venido a verlo —respondió él, con esa boca demasiado sensual—, es porque no le dijiste a nadie dónde estaba.

Ella lo miró, incrédula.

—¿Eso es lo que te contó tu hermano o te lo has inventado?

—Me lo contó Angelo.

—Ya, claro. ¿Qué iba a decir él? —Lauren suspiró—. Pensé que no te importaba, ni a ti ni a ninguno de los Cannavaro —añadió amargamente, recordando que Angelo se había desentendido de su hijo seis semanas después de la muerte de Vikki.

Aún caminando con ayuda de una muleta debido a las lesiones sufridas en el accidente que había robado la vida de su hermana menor, Angelo Cannavaro le había dicho con toda claridad, y sin la menor sensibilidad, que podía quedarse con el hijo que Vikki había usado para atraparlo porque él no quería saber nada.

Esa fue la última que lo vio, a él o a cualquier otro miembro de la familia Cannavaro. Y, aunque le había dolido en el alma por Danny, no podía decir que no hubiera sido un alivio.

¡Pero allí estaba Emiliano Cannavaro, acusándola de haberle escondido al niño!

—Menuda cara —murmuró.

Él apartó el pelo de su frente con una mano grande, larga y morena. Lauren conocía bien esas manos porque en una noche habían descubierto los secretos de su cuerpo y todas las zonas erógenas que poseía.

Sus facciones eran más duras de lo que recordaba, aunque incluso entonces había sido un rostro lleno de autoridad, con la frente alta, los pómulos bien definidos, unos misteriosos ojos negros y unas pestañas por las que cualquier chica adolescente daría un brazo y una pierna.

Podía entender por qué no había sido capaz de rechazarlo desde el momento en que puso sus ojos en él.

—Insisto: ¿podemos entrar?

Su tono no admitía discusión y, sin decir una palabra, Lauren lo llevó a la puerta trasera de la granja sabiendo sin la menor duda que él estaría mirando su trasero y recordando…

—Di lo que tengas que decir —le espetó.

Los nervios hacían que su tono sonara excesivamente seco mientras entraban en la vieja cocina, pero el recuerdo de la humillación que había sufrido con aquel hombre, que le había hecho el amor para luego tratarla como si no tuviese derecho a pisar el suelo que él pisaba, la avergonzaba profundamente sin tener que verlo y revivir de nuevo esa pesadilla.

—Como quieras —Emiliano no parecía perturbado en absoluto por su falta de simpatía—. No voy a andarme por las ramas: seguramente sabrás que Angelo murió el mes pasado.

Lauren asintió con la cabeza. Le había sorprendido leer la noticia en el periódico. Había sido una muerte accidental, según el forense, causada por la mezcla de barbitúricos y analgésicos que tomaba para su lesión de espalda y una excesiva cantidad de alcohol.

Lamentaba su muerte, como lamentaría la de cualquiera, pero lo único que pudo decir en ese momento fue:

—¿Y qué tiene eso que ver conmigo?

—Todo —respondió Emiliano—. Porque a partir de ahora no puedes seguir monopolizando a Daniele.

—No lo estoy monopolizando —replicó ella—. Al menos, no lo he hecho de forma intencionada. Pero, si así fuera, sería culpa de tu hermano, que no mostró el menor interés por el niño… una de las razones por las que Vikki lo dejó. Y tú tampoco has mostrado interés hasta ahora, por cierto.

—Algo que pienso rectificar —dijo Emiliano, impaciente—. Pero como ya te he dicho, no sabía dónde estaba Daniele. Como seguramente recordarás… —añadió, poniendo énfasis en esa palabra para recordarle una intimidad en la que Lauren no quería pensar— mi hermano y yo no teníamos mucha relación. Poco antes de que muriese le pregunté dónde estaba el niño y me dijo que vivía contigo, pero no sabía dónde. ¿Por qué iba a contarme eso?

—Porque no quería que supieras la verdad —respondió Lauren.

—¿Y cuál es la verdad? —le preguntó él, escéptico.

—Que Angelo abandonó a Danny porque no era capaz de enfrentarse a la responsabilidad de ser padre. Él sabía dónde encontrarme y podría haber venido en cualquier momento, pero no lo hizo porque no le apetecía dejar el juego, las mujeres y esa vida indulgente que los dos disfrutáis tanto.

Le había salido del alma porque esa acusación era una injusticia. Vikki y ella habían tenido que pagar un precio muy alto por relacionarse con los hermanos Cannavaro. Vikki no había sido una santa, pero no merecía las infidelidades y los abusos que la habían obligado a abandonarlo después de diez meses de matrimonio. Como ella no merecía el desprecio de su hermano.

—En cualquier caso —siguió Emiliano, como quitándole importancia a sus palabras— Daniele es su hijo y, por lo tanto, mi sobrino.

—Y el mío.

—No he dicho que no lo sea.

—Y, naturalmente, quieres verlo —dijo Lauren. Tenía que aceptar eso y lo sabía. Como tío del niño, Emiliano tenía derechos de visita—. Pero me temo que esta noche no será posible porque está dormido.

Por primera vez se fijó en sus ojeras, causadas sin duda por la reciente muerte de su hermano.

Pero no debía compadecerse de él porque, cuando apretó los labios, el gesto pareció enfatizar la satánica oscuridad de su incipiente barba.

—Lo entiendo, pero me parece que tú no. Quiero que sepas desde el principio que mis intenciones van más allá de verlo esta noche.

Lauren sintió que se le encogía el estómago.

—¿Qué quieres decir?

—El niño es un Cannavaro y, por lo tanto, es razonable que viva con su familia.

—¡Ya vive con su familia! —exclamó ella, indignada.

Emiliano miró el desportillado fregadero y luego la miró a ella con un brillo de censura en los ojos.

—¿Crees que un Cannavaro puede criarse en un sitio como este?

Su desdeñosa opinión del hogar que una vez había compartido con sus padres y su hermana le dolió, pero no iba a dejar que lo viese.

—Esta no es la mansión en la que, evidentemente, tú crees que debería criarse, pero aquí aprenderá más sobre el cariño y los valores humanos de lo que podría aprender en los lujosos palacios que la gente como tú llama «hogar».

No sabía si había hecho mella en su invencible armadura o lo irritaba su audacia al hablarle así, pero las mejillas de Emiliano se tiñeron de color mientras apretaba los dientes.

Lo había visto alterado dos años antes mientras se hundía en su cuerpo y sucumbía a una liberación hasta entonces fieramente controlada, llevándola con él a una excursión por el cielo… el cielo de los tontos.

—¿Y qué habéis aprendido tu hermana y tú de valores humanos? —le espetó Emiliano entonces.

—Según tú, nada —respondió Lauren, con un ligero temblor en la voz.

Porque, por supuesto, no había querido escuchar sus explicaciones. Según él, Vikki y ella eran la peor clase de personas, de modo que no iba a intentar convencerlo de lo contrario, especialmente cuando estaba añadiendo a sus pecados el secuestro de un niño.

—¿Y qué clase de hogar imaginas que es el mío?

En realidad, Lauren nunca había sido capaz de imaginarlo en ningún sitio, aparte de los lujosos hoteles donde se reunían los ricos y famosos o en algún rascacielos de acero y cristal en el corazón de su imperio marítimo.

—No pierdo el tiempo imaginándote en ningún sitio —respondió.

—¿Ni siquiera para preguntarte dónde viviría tu sobrino, al que dices querer tanto?

Lauren tuvo que morderse la lengua. Le daba igual lo que Emiliano Cannavaro pensara de ella. Los recuerdos de aquella noche la avergonzaban, pero no podían hacerle daño. Había aprendido a encogerse de hombros, apretar los dientes y seguir adelante… pero Emiliano ya no era un recuerdo. Estaba allí, enorme, imponente, y tenía el poder de hacerle daño.

Y lo haría si le dejaba, llevándose lo que más quería en la vida.

—No tengo que preguntarme nada —respondió, decidida—. Sé muy bien dónde vivirá: conmigo. Era el deseo de mi hermana que yo cuidase de Danny si algo le pasaba a ella.

—Pero no tenía derecho a hacerlo cuando el padre del niño estaba vivo.

—Tenía todo el derecho porque el padre del niño no mostraba el menor interés por él —respondió Lauren—. No sería así si Angelo no hubiera sido tan mal padre como marido.

—¿Te refieres al marido que ella solo veía como un medio para vivir una vida de lujos?

«Voy a sacarle hasta el último céntimo».

Lauren no quería recordar el comentario de Vikki aquel día trágico, once meses antes, cuando su hermana fue a ver a Angelo, dejando al niño con ella. Pero recordó eso y las cosas que le había contado el día de su boda, cosas que Lauren desearía no haber oído nunca.

—No me malinterpretes —la voz de Emiliano interrumpió sus pensamientos, devolviéndola al presente—. No estoy defendiendo lo que hizo mi hermano.

Ella lo miró, sorprendida.

—¿Ah, no?

—Los defectos de mi hermano eran evidentes, pero tu hermana lo engañó para casarse con él.

Algo que jamás le habría pasado a él, por supuesto.

Esos penetrantes ojos oscuros parecían estar desnudándola…

—No —dijo entonces Emiliano, con voz letal, como si hubiera leído sus pensamientos.

—¿No qué? —lo retó ella, intentando no pensar en ese día, el más humillante de su vida.

Emiliano no respondió. No tenía que hacerlo, pensó Lauren, sintiendo que le ardían las mejillas.

—No he venido aquí a resucitar lo que hubo entre nosotros —dijo él, con frialdad—. Aunque, si dieran un premio por volver loco a un hombre, tú ganarías sin mover un dedo. ¿Verdad que sí, cara mia? —su tono era desdeñoso—. Tú único deseo esa noche era complacerme.

No entendía cómo podía sentir un cosquilleo entre las piernas al pensar en esa noche y, de nuevo, notó que le ardían las mejillas.

—Ahórratelo, Emiliano —dijo, sin embargo.

Él rio, disfrutando de su incomodidad como había disfrutado saboreando el néctar de su cuerpo.

—Por supuesto. Tenemos problemas más acuciantes.

¿Como por ejemplo robarle a Daniele?

—Si crees que voy a entregarte al hijo de mi hermana, es que no me conoces.

Él esbozó la sonrisa que había tenido el poder de cautivarla esa infausta noche en Londres.

—Por supuesto, no espero que me lo entregues ahora mismo. Será necesario un período de ajuste mientras el niño se acostumbra a mí como nuevo tutor. Y, naturalmente, tú recibirás una recompensa por el tiempo que ha estado a tu cuidado.

Lauren no podía creer lo que estaba oyendo.

—¿Recompensa? —repitió—. ¿Y cuál es el precio adecuado por comprarme al niño?

Emiliano enarcó una oscura y desdeñosa ceja.

—Mi intención no es comprártelo. Sencillamente, se te reembolsará por los gastos que hayas tenido durante estos meses. Pero, si eso es importante para ti, dejaré que tú misma pongas el precio. Si es razonable, estoy seguro de que podremos llegar a un acuerdo.

—¿Crees que puedes comprar todo lo que quieras, verdad? Pues siento decepcionarte, pero no tengo la menor intención de entregarte a mi sobrino, así que ya puedes subir a tu lujoso coche y volver por donde has venido. Daniele no se irá contigo bajo ninguna circunstancia. Ni ahora ni nunca.

Él esbozó una sonrisa.

—Y yo pensando que podríamos llegar a un acuerdo… ¿estás diciendo que prefieres una batalla legal?

Una batalla que, sin la menor duda, ganaría él.

Trémula, pero sin dejarse asustar, Lauren respondió:

—Si eso es lo que hace falta, desde luego.

—Es usted muy ingenua, signorina Westwood —el trato formal parecía añadir distancia entre ellos—. Parece que te he subestimado al imaginar que podríamos llegar a un acuerdo sin tener que contratar caros abogados. ¿O crees que así podrías sacar tajada?

—Eres despreciable —le espetó Lauren, airada.

—No tanto como podría serlo si me llevas a juicio.

—¿Es una amenaza?

—No, solo un buen consejo.

—¡Puedes meterte los consejos donde te quepan! —respondió ella.

Emiliano soltó una carcajada.

—¡Qué carácter!

Había dado un paso hacia ella y Lauren se apartó, mirando hacia atrás cuando chocó contra la encimera. Sin atreverse a respirar, se quedó inmóvil mientras él ponía las manos a cada lado de su cuerpo, atrapándola.

—¿Sabes qué fue lo primero que me atrajo de ti? Aparte de… lo obvio —uno de los tirantes del peto se había deslizado por su hombro y, por el brillo de sus ojos, Lauren supo que estaba mirando sus pechos bajo la camiseta. Unos pechos demasiado grandes, había pensado siempre, en comparación con su estrecha cintura y sus delgadas caderas. Los pezones se marcaban bajo el delgado algodón y no sabía cómo evitarlo—. Que intentases cortarme a cada paso me encendía. Y no soy solo yo quien se enciende, ¿verdad, cara?

Se refería a ella, pensó Lauren, recordando que había sugerido que disfrutaba discutiendo con él.

—No sigas, no tiene sentido.

—Y eso fue antes de saber quién era —siguió Emiliano.

Su proximidad estaba haciendo que le diera vueltas la cabeza. Lo odiaba y, sin embargo, tenía que hacer un esfuerzo sobrehumano para no empujar sus pechos hacia delante en un gesto de invitación para que esas manos le dieran el placer que ningún otro hombre le había dado. Pero no lo hizo y, afortunadamente, él no intentó tocarla.

Al contrario, se apartó.

—Si me llevas a juicio y lo pierdes, no conseguirás nada de mí. ¿Está claro? Ni un céntimo.

—Lo único que quiero de ti es un poco de decencia, algo muy difícil para los Cannavaro, que solo piensan en ganar dinero.

—Eso es más recomendable que aceptar dinero de los demás —replicó él—. En cualquier caso, cuando se trata de vampiros, lo mejor es ir siempre un paso por delante.

—Y me insultas con la promesa de darme dinero… —Lauren sacudió la cabeza, atónita.

Emiliano volvió a mirar alrededor.

—Parece que te hace falta.

—No me hace ninguna falta tu dinero. Lo único que quiero es que salgas de mi propiedad.

—Por supuesto —asintió él. Y, aunque había dado un paso atrás, el fresco aroma masculino se quedó en su pituitaria—. Pero volveré, te lo aseguro. Y cuando vuelva, veré a mi sobrino.

—No voy a impedir que lo veas —Lauren se encogió de hombros.

—En ese caso, no hace falta que me acompañes —dijo Emiliano, obviamente satisfecho al haber conseguido lo que quería: asustarla con la amenaza de quitarle a Daniele.

Pues muy bien, si quería pelea, la tendría, pensó. Tras la muerte de Vikki, Daniele era su único pariente y no tenía la menor intención de entregárselo a Emiliano Cannavaro.

Pero estaba asustada y no podía negarlo. Y eso no era lo único que la perturbaba mientras escuchaba el rugido del poderoso motor alejándose de la granja.

No, lo que la perturbaba era la poderosa atracción sexual que había despertado a la vida en cuanto volvió a verlo. La traidora respuesta de su cuerpo cuando la atrapó contra la encimera; una atracción que había nacido en el momento en que puso sus ojos en él.

A regañadientes, volvió atrás en el tiempo, hasta ese día en el exclusivo hotel londinense dos años antes…