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Panegírico que Leopoldo Lugones pronunció con ocasión de la muerte del escritor francés Émile Zola (1902). Se trata de una obra de oratoria de alto y singular valor, un himno a la memoria del autor de «J'accuse...!». -
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Seitenzahl: 26
Veröffentlichungsjahr: 2022
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Leopoldo Lugones
ATENEO PUBLICACIONDEL CIRCULO MEDICO ARGENTINO Y CENTRO ESTUDIANTES DE MEDICINA
DIRECTORES: Vavid ferdkin g Osrar A. Ibar ADMINISTRADOR: S. Jouan
Saga
Emilio Zola
Copyright © 1920, 2021 SAGA Egmont
All rights reserved
ISBN: 9788726641813
1st ebook edition
Format: EPUB 3.0
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This work is republished as a historical document. It contains contemporary use of language.
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No el lamento; no la protesta contra el destino; la compunción, menos aún; el panegírico, no tampoco. Antes una conformidad severa, que no excluya al análisis por prematuro ni a la misma condena si fuere menester — una severa conformidad sobre esa tumba cuyo epitafio afirma Verdad y cuya bóveda inconclusa dice Justicia.
La manera mejor de honrar al gran muerto es imitarle en su sinceridad, acorazarse con su criterio y acendrarle en su propio crisol, como que se está seguro de encontrar en el fondo metal de estatua. Extraigámosle sin pena el exceso de estaño, que es quizá necesario contrapeso en la insegura condición humana, y quede sólo la noble liga, aunando en su artística estructura, la solidez del bronce con la pureza del cristal.
Tratándose de un combatiente, nada extraño si se oye estruendo de armas a la vera de su sepulcro. Bueno si los de su facción le conmemoran con un simulacro bélico. Mejor si los de la otra divisa proponen tregua mezclando su lealtad a su laurel. Así pasa, y aquí hemos venido, entre otras cosas para salvar la dignidad intelectual de la Nación, cumpliendo nuestro dober, los que le admiran maestro, los que le aman apóstol, los que le respetamos varón; y sólo faltan—y su ausencia como la de una sombra esclarece el homenaje—aquellos para quienes tumbas ilustres son losas de empedrar; los que en la muerte germinan como en gorda tierra, sin claudicar un odio, sin mellar un rencor, aun ante el genio irrescatable de la Eternidad, sintiéndose aborígenes en el reino de la muerte.
Este tributo puramente—y digamos también significativamente— cívico, es protesta viva contra la fuerza bruta del militarismo y la fuerza ciega de la fe. Nuestro ideal de modernos es ante todo racional y pacífico, y cada uno de los actos con que lo ratificamos acelera el derrumbe de esas dos columnas del improperio, que así sirven para picotas de redentores, como de estribos a esta sociedad dulcísima, donde los afectos fraternales se exteriorizan diariamente con exhortaciones de rifles perfeccionados y réplicas de dinamita o de puñal.