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Se trata de una recopilación de poemas de Leopoldo Lugones publicada en 1922. En estos poemas de madurez el autor describe la naturaleza fusionando la tradición del romanticismo con elementos modernistas, como son las estampas japonesas.-
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Seitenzahl: 60
Veröffentlichungsjahr: 2021
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Leopoldo Lugones
Saga
Las horas doradas
Copyright © 1922, 2021 SAGA Egmont
All rights reserved
ISBN: 9788726641967
1st ebook edition
Format: EPUB 3.0
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This work is republished as a historical document. It contains contemporary use of language.
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Lector, si bien amaste, y con tu poco
De poeta y de loco, descubriste
La razón que hay para volverse loco
De amor, y la nobleza de lo triste;
Si has aprendido, así, a leer la estrella
En los ojos leales de la Esposa,
Y alcanzaste a saber por qué es más bella
La soledad de la tardía rosa;
Si una mañana el cielo a tu ventana
La mariposa azul enviarte quiso;
Si has mordido hasta el fondo tu manzana,
Contento de arriesgarle el Paraíso;
Si a un soplo de coraje o de victoria,
Sentiste dilatarse en tu quimera
El estremecimiento de la gloria,
Como el viento sonoro en la bandera;
Si en la conformidad de tu pan bueno,
Y en la franqueza de la sal que gusta
Tu sencillez cordial, te inunda el seno
Un alborozo de salud robusta;
Si es tu vino en su espíritu elegante,
El rubí de la generosidad;
Y tu agua, en el primor de su diamante,
La perfección de la serenidad;
Si afable ríe el fondo de tu saco
La veleidad de la última moneda;
Si teje en la hebra azul de tu tabaco
La araña filosófica su seda;
Si cumpliendo la ley de tu destino,
Así que amengua el frío sus rigores,
Floreces como el árbol del camino,
Sin saber quién se llevará tus flores;
Si dueño de ti mismo en el contraste
Y en la ventura, con feliz prudencia
La plenitud de libertad lograste,
Exento al par de mando y de obediencia;
Si tu dolor acendra lo que toca,
Y en un alto heroísmo lo sublima,
Como el águila impone a toda roca
La soberbia tristeza de la cima;
Si en sencilla piedad se entrega probo,
Con ternura de pan tu corazón;
Si sobre la fiereza de tu lobo
Manos de suavidad tiende el perdón;
Si amas la vida y sabes merecerla,
Hasta hermosear tu propia desventura,
Tal así como afina el mar la perla
Que engendró en la inquietud y en la amargura;
Si vas perfeccionándola sincero,
Sin preocuparte del postrer fracaso,
Cual no arredra al artístico alfarero
Saber que un día ha de romperse el vaso;
Si va alcanzando en la sabiduría
La paz final tu espíritu seguro,
Como anuncia el cercano mediodía
La sombra que se acorta al pie del muro;
Si para aminorar la ajena angustia,
Inclinarte sabrás hacia el olvido
Con la docilidad de la hoja mustia. . .—
Si has admirado y si has aborrecido;
Si has llorado también, lo que se debe
Llorar con dignidad y fortaleza;
Si ha sabido oponer a toda plebe
Balaustrada de mármol tu firmeza;
Si tu ingenio, a la vez jovial y pronto,
Juzga con apacible menosprecio,
En la absoluta convicción al tonto
Y en la excesiva rectitud al necio;
Si con fácil bondad te contradices,
Y amable a todo el que de ti recoje,
Tu pizca de mostaza en las narices
No los priva del grano de tu troje;
Si consiguió tu vida diferente,
Sobre la peña o por el cauce blando,
La flexible unidad de la corriente,
Que como va corriendo, va cambiando;
Si fiel a la verdad que tu alma aquieta,
En la sombra estrellada de tu abismo,
La posesión de la bondad completa
Te revela que Dios está en ti mismo;
Si serenado de equidad, ya en tu alma
Ningún torpe deseo se encapricha;
Si el cielo es el espejo de tu calma—
No busques más, amigo, eso es la dicha.
Así forma la vida tu tesoro;
Que así las penas como los placeres,
En cada hora te dan su gota de oro.
Pero el buen dorador tú mismo lo eres.
Como sólo al arder rinde el incienso
Su plenitud de aroma, vive y ama,
Para que en onda de perfume inmenso
Te alce al azul la valerosa llama.
Gloria en que todavía será prenda
De fino amor, la cándida ceniza
Que a la fragante brasa de tu ofrenda
Con apagadas canas tranquiliza.
Dulce es ver la llegada del invierno
Que acerca un desenlace sin congojas
En la pureza del azul eterno
Y el dorado silencio de las hojas.
Silencio que, recóndito y dorado,
Con tu recuerdo llorará después,
La poesía del nido abandonado
En el noble misterio del ciprés.
Feliz con haber sido cuerdo y loco,
Sonríe a tus quimeras seductoras,
Y en tu huerto invernal reserva un poco
De lento sol para dorar tus horas.
En un tenue gris de seda
Flota ya la tarde inerte.
Por la pálida alameda
Va el camino de la muerte.
Sobre la hojarasca blonda
Que lo mulle, abisma el sér
Una suavidad tan honda,
Que convida a no volver.
Llora en la lenta caída
De aquellas hojas doradas
Lo mejor de las pasadas
Ilusiones de la vida.
El alma bella es, al par,
Generosa de su lloro
Y el árbol se vuelve de oro
Cuando se va a deshojar.
Caminito, caminito
Tan parecido a mi pena,
Cual si lo hubieran escrito
Mis lágrimas en la arena.
Mísero pía en los cardos
Un pajarillo invernal
El frío eriza sus dardos
Como un cardo de cristal,
Y el caminito persiste
Por la llanura serena…
Caminito largo y triste
Tan parecido a mi pena.
Bajo aquella alba glacial
Que aclara el bosque profundo,
La escarcha ha creado un mundo
De plata, ensueño y cristal.
Mas, el primer arrebol
Que alza el nocturno letargo,
Lo desvanece en un largo
Campanilleo de sol.
Y en esa lenta caída
De pedrería solar,
Se pone el bosque a llorar
Su ilusión desvanecida.
Entre el cielo y la tierra azulada,
Describían el vasto circuito
La luz, el reposo y la nada.
Apagóse, a lo lejos, un grito
Que dejó la llanura más sola.
En mi alma triunfó el infinito.
Un silencio admirable llenóla
Con su perfección. Ascendía
Lento y hondo, a la vez, como una ola,
Y era música y no todavía.
Yace oculta en la abatida
Masiega del arroyuelo
Como una estrella dormida.
Y con extático anhelo,
En lo azul enajenada,
Pone la misma mirada
Con que a ella la mira el cielo.
Bajo la siesta invernal,
La música de la brisa,
Con largo susurro alisa
Las clines del pajonal.
Susurro que en su desliz
Hojea el libro de paja,
Como enseñando en voz baja
Su silbido a la perdiz.
Silbido que a lo ulterior
Arrea infinitamente
El rebaño inconducente