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"Lunario sentimental" (1909) es probablemente el poemario más conocido de Leopoldo Lugones. El tema de los poemas es la luna y en ellos el poeta se aleja del posromanticismo y se inspira en la ciencia y en el modernismo para renovar el lenguaje poético.-
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Seitenzahl: 220
Veröffentlichungsjahr: 2021
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Leopoldo Lugones
Saga
Lunario sentimental
Copyright © 1909, 2021 SAGA Egmont
All rights reserved
ISBN: 9788726641998
1st ebook edition
Format: EPUB 3.0
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This work is republished as a historical document. It contains contemporary use of language.
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PRÓXIMO
EN PREPARACIÓN
Imp. de la Casa Editorial Sopena —BARCELONA.
Va pasando, por fortuna, el tiempo en que era necesario pedir perdón á la gente práctica para escribir versos.
Tantos hemos escrito, que, al fin, la mencionada gente ha decidido tolerar nuestro capricho.
Pero esta graciosa concesión, nos anima á intentar algo más necesario, si bien más difícil: demostrar á la misma práctica gente la utilidad del verso en el cultivo de los idiomas; pues por mínima importancia que se conceda á estos organismos, nadie desconocerá la ventaja de hablar clara y brevemente, desde que todos necesitamos hablar.
El verso es conciso de suyo, en la forzosa limitación impuesta por la medida, y tiene que ser claro para ser agradable. Condición asaz importante esta última, puesto que su fin supremo es agradar.
Siendo conciso y claro, tiende á ser definitivo, agregando á la lengua una nueva expresión proverbial ó frase hecha que ahorra tiempo y esfuerzo: cualidad preciosa para la gente práctica. Basta ver la estructura octosílaba, de casi todos los adagios.
Andando el tiempo, esto degenera en lugar común, sin que la gente práctica lo advierta; pero la enmienda de tal vicio consiste en que como el verso vive de la metáfora, es decir, de la analogía pintoresca de las cosas entre sí, necesita frases nuevas para exponer dichas analogías, si es original como debe.
Por otra parte, el lenguaje es un conjunto de imágenes, comportando, si bien se mira, una metáfora cada vocablo; de manera que, hallar imágenes nuevas y hermosas, expresándolas con claridad y concisión, es enriquecer el idioma, renovándolo á la vez. Los encargados de esta obra, tan honorable, por lo menos, como la de refinar los ganados ó administrar la renta pública, puesto que se trata de una función social, son los poetas. El idioma es un bien social, y hasta el elemento más sólido de las nacionalidades.
El lugar común es malo, á causa de que acaba perdiendo toda significación expresiva por exceso de uso; y la originalidad remedia este inconveniente, pensando conceptos nuevos que requieren expresiones nuevas. Así, el verso acuña la expresión útil por ser la más concisa y clara, renovándola en las mismas condiciones cuando depura un lugar común.
Además, el verso es una de las bellas artes, y ya se sabe que el cultivo de éstas civiliza á los pueblos. La gente práctica cuenta esta verdad entre sus nociones fundamentales.
Cuando una persona que se tiene por culta, dice no percibir el encanto del verso, revela una relativa incultura sin perjudicar al verso, desde luego. Homero, Dante, Hugo, serán siempre más grandes que esa persona, sólo por haber hecho versos; y es seguro que ella desearía hallarse en su lugar.
Desdeñar el verso, es como despreciar la pintura ó la música. Un fenómeno característico de incultura.
También constituye un error creer que el verso es poco práctico.
Lo es, por el contrario, tanto como cualquier obra de lujo; y quien se costea una elegante sala, ó un abono en la ópera, ó un hermoso sepulcro, ó una bella mansión, paga el mismo tributo á las bellas artes que cuando adquiere un libro de buenos versos. Se llama lujo, á la posesión comprada de las obras producidas por las bellas artes.
No hay más diferencia que la baratura del libro, respecto al salón ó al palco; pero la gente práctica no ignora ya, que hacer cuestión de precio en las bellas artes es una grosería, así como las rinde el culto de su lujo en arquitectura, pintura, escultura y música.
¿Por qué no había de ser la Poesía la Cenicienta entre ellas, cuando en su poder se halla, precisamente, el escarpín de cristal?...
Advierto, por lo demás, que me considero un hombre práctico. Tengo treinta y cuatro años... y he vivido.
Debo también una palabra á los literatos, con motivo del verso libre que uso aquí en abundancia.
El verso libre quiere decir, como su nombre lo indica, una cosa sencilla y grande: la conquista de una libertad.
La prosa la ha alcanzado plenamente, aunque sus párrafos siguen un ritmo determinado como las estrofas.
Hubo un tiempo, sin embargo, y éste fué el gran tiempo de Cicerón, en que la oratoria latina usaba de las famosas cláusulas métricas para halagar el oído del oyente, componiendo los finales de proposiciones y frases, en sucesiones rítmicas de pies. Estos tenían precisamente por objeto, evitar en los finales el ritmo de los versos comunes, como los hexámetros, los pentámetros, los dáctilos; si bien llegó á adoptarse otros en sustitución, como los créticosóanfímacros mencionados por el orador sublime. ( 1 )
El auditorio exigía la observancia de dichas cláusulas métricas, reglamentadas desde el período ciceroniano; y Plinio asegura que hasta se las verificaba midiéndolas por el ritmo del pulso: tal se hallaba de hecho el oído á percibirlas. Verdad es que, en latín, la índole de la lengua produce las cláusulas métricas de por sí en la mitad de las frases.
De esta misma índole dependen, como es natural los versos y las estrofas cuyo éxito ó triunfo selectivo, no puede significar, de ningún modo, exclusivismo.
Pero las formas triunfantes suelen ser excluyentes; y así, para libertar á la prosa latina de las antedichas cláusulas ciceronianas, fué necesario que se sublevase el mismo César, libertador de tantas cosas, como lo hicieron también Varron y Cornelio Nepos.
Nuestros versos clásicos, antes de serlo, debieron luchar en su medio como todos los organismos que han de subsistir. Lo que sucedió con el endecasílabo, recordado por Jaimes Freyre en su excelente estudio sobre el verso castellano, es una prueba. Muchos literatos españoles no lo aceptaron cuando fué introducido de Italia, declarando no percibir su armonía. El mismo octosílabo, tan natural al parecer, vacila y tropieza en los primeros romances...
El verso al cual denominamos libre, y que desde luego no es el blanco ó sin rimá, llamado tal por los retóricos españoles, atiende principalmente al conjunto armónico de la estrofa, subordinándole el ritmo de cada miembro, y pretendiendo que así resulta aquélla más variada.
Añade que, de tal modo, sale también más unida, contribuyendo á ello la rima y el ritmo; cuando en la estrofa clásica, la estructura depende solamente de la rima, al conservar cada uno de los miembros el ritmo individualmente.
Esto contribuye, asimismo, á la mayor riqueza de la rima, elemento esencial en el verso moderno que con él reemplazó el ritmo estricto del verso antiguo ( 2 ); así como aumenta la variedad rítmica, al diferenciar cada estrofa en el tono general de la composición.
Por una adaptación análoga á la que convirtió la melopea de los coros trágicos en el canto de nuestros coros de ópera, pues el progreso de la melodía hacia la armonía caracteriza la evolución de toda la música occidental (y el verso es música) la estrofa clásica se convierte en la estrofa moderna de miembros desiguales combinados á voluntad del poeta, y sujetos á la suprema sanción del gusto, como todo en las bellas artes.
Las combinaciones clásicas son muy respetables, al constituir organismos triunfantes en el proceso selectivo ya enunciado; pero repito que no pueden pretender la exclusividad, sin dar contra el fundamento mismo de la evolución que las creara.
Por esto, la justificación de todo ensayo de verso libre, está en el buen manejo de excelentes versos clásicos cuyo dominio comporte el derecho á efectuar innovaciones. Este es un caso de honradez elemental.
Además de por su mérito intrínseco, las formas clásicas resisten en virtud de la ley del menor esfuerzo. El oído á ellas habituado, exige, desde luego, su imperio. Pero este fenómeno puede ser, si se lo extrema, el triunfo del lugar común, ó sea el envilecimiento del idioma.
Hay que realzar, entonces, con méritos positivos, el verso libre, para darle, entre los otros, ciudadanía natural; y nada tan eficaz á este fin, como la rima variada y hermosa.
Queda dicho en la nota de la pág. 10, que la rima es el elemento esencial del verso moderno. Nuestro idioma posee, á este respecto, una gran riqueza. En italiano se cita como caso singular al Petrarca, que usó quinientas once rimas distintas. Nosotros tenemos más de seiscientas utilizables.
Y ahora, dos palabras de índole personal.
Tres años ha, dije, anunciando el proyecto de este libro: «... Un libro entero dedicado á la lu-»na. Especie de venganza con que sueño casi »desde la niñez, siempre que me veo acometido »por la vida.»
¿Habría podido hacerlo mejor, que manando de mí mismo la fuerza obscura de la lucha, asi exteriorizada en producto excelente, como la pena sombría y noble sale por los ojos aclarada en cristal de llanto?
¿Existía en el mundo, empresa más pura y ardua que la de cantar á la luna por venganza de la vida?
Digna sea ella, entonces, de mi maestro Don Quijote, que tiene al astro entre sus preseas, por haber vencido en combate singular al Caballero de la Blanca Luna...
«Antiguamente decian»
«A los Lugones, Lunones;»
«Por venir estos varones»
«Del Gran Castillo y traían»
«De Luna los sus blasones.»
________
«Un escudo cuarteado,»
«Cuatro lunas blanqueadas»
«En campo azul dibujadas,»
«Con veros al otro lado,»
«De azul y blanco esmaltado.»
Tirso De Avilés
(Blasones de Asturias).
Che cotesta cortese opinïone
Ti fia chiavata in mezzo della testa.
Dante . Purgatorio, VIII.
Señores míos, sea
La luna perentoria,
De esta dedicatoria
Timbre, blasón y oblea.
—
De ella toma, en efecto,
Con exclusivo modo,
Tema, sanción y todo
Mi lírico proyecto.
—
A ella da en obra pingüe
Poéticos tributos,
Por sus dobles cañutos
Mi zampoña bilingüe.
—
Hada fiel que mi dicha
Con sus hechizos forja,
Es moneda en mi alforja
Y en mi ruleta es ficha.
—
Astronómica dama,
Ó íntima planchadora
Que en milagro á deshora
Plancha en blanco mi cama.
—
Oca entre sus pichones,
Con las estrellas; joya
Del azar; claraboya
De mis puras visiones.
—
En mi senda rehacia,
Filosofal borrica;
Ó bien pilula mica
Panis de mi farmacia.
Dando en tropo más justo
Mi poético exceso,
Naturalmente es queso
Para vuestro buen gusto.
—
Como deidad ovípara,
Por manjar dulce y nuevo,
Su luminoso huevo
Nos dará en cena opípara.
—
Echaos á comerla,
Y así mi estro os consagre;
Ó bebedla en vinagre
Cual Cleopatra á su perla.
—
Mas con mueca importuna
No desdeñéis el plato,
Porque mi estro y mi gato
Tienen muy mala luna.
—
Si lo hacéis, por remedio
De tan tosca dispepsia,
Os pongo en catalepsia
Durante siglo y medio.
—
Vuestra paz escultórica,
Dará, en rasgo específico,
Un silencio magnífico
De academia y retórica.
—
Y la luna en enaguas,
Como propicia náyade
Me besará, cuando haya de
Abrevarme en sus aguas.
¿Qué tal? ¿La hipermetría
Precedente os sulfura?
Os la doy limpia y pura.
Pulverizadla. Es mía...
—
Yo lo aprendí en el Dante,
Abuelo arduo y conciso,
Por cuyo Paraíso
Jamás pasó un pedante.
—
Sé que vuestro exorcismo
Me imputará por culpa,
Algo que vuestra pulpa
Define en sinapismo.
—
Me probaréis que, esclavo
De mi propia cuarteta,
No fuí ni soy poeta,
Ni lo seré. ¡Bien! ¡Bravo!
—
Inventando un proverbio
Sutil, en bello cuadro,
Demostraréis que ladro
Á la luna. ¡Soberbio!
—
Para que no me mime
La gente que me odia,
Haréis de mi prosodia
Mi Calvario. ¡Sublime!
—
Mas, en verdad os digo,
Que, líricos doctores,
Están los ruiseñores
Con la luna y conmigo.
Para la controversia
Que me ofertáis, adversos
Os tenderé mis versos
Como un tapiz de Persia.
—
Pero sabed que tildo
Con alegre modestia,
De vero mala bestia
Vuestro grave cabildo.
—
(Con vuestro beneplácito,
Bien que no sea el uso,
Me decido á este abuso
De latín y de Tácito.)
—
No obstante, mi estro arbitra
Que la luna descienda
Á vuestra reverenda
Virtud, como una mitra.
—
Y ante el solemne rubro
Que vuestra Nada oculta,
Entre la turbamulta
Me inclino y me descubro.
—
Si á mi débil arcilla,
Vuestra sacra instituta,
Impone la cicuta
Docente, de Hermosilla;
Con arroz y con apio,
(Más próvidos que el griego)
Cazuelà haremos luego
Del gallo de Esculapio.
Largamente vibradas
Por sus rayos de estrellas,
Cantan mis noches bellas
Como liras sagradas.
—
Pero trae el encanto
Lunar que las dilata,
Un silencio de plata
Más lírico que el canto.
—
Y en mi triste persona,
Palpita, grave y tierno,
El himno del eterno
Ruiseñor de Verona.
—
Él tiene en su riqueza
De musical estuche,
Lleno de luna el buche
Como yo la cabeza.
—
Así, en astral fortuna,
Por mayor regocijo,
Para mi pena elijo
Como celda, la luna.
—
Allá, en vida rechoncha
Y á vuestros dogmas sordo.
Lo pasaré cual gordo
Caracol en su concha.
—
Y agriando los reproches
De vuestro real concilio,
Os doy por domicilio
La luna.
Buenas Noches
Aut insanit homo, aut versus facit.
Hor. Sat. VII, lib. II.
Habéis de saber
Que en cuitas de amor,
Por una mujer
Padezco dolor.
—
Esa mujer es la luna,
Que en azar de amable guerra,
Va arrastrando por la tierra
Mi esperanza y mi fortuna.
—
La novia eterna y lejana
Á cuya nívea belleza
Mi enamorada cabeza
Va blanqueando cana á cana.
—
Lunar blancura que opreso
Me tiene en dulce coyunda,
Y si á mi alma vagabunda
La consume beso á beso,
—
Á noble cisne la iguala,
Ungiéndola su ternura
Con toda aquella blancura
Que se le convierte en ala.
—
En cárcel de tul,
Su excelsa beldad
Captó el ave azul
De mi libertad.
—
Á su amante espectativa
Ofrece en claustral encanto,
Su agua triste como el llanto
La fuente consecutiva.
—
Brilla en lo hondo, entre el murmurio,
Como un infusorio abstracto,
Que mi más leve contacto
Dispersa en fútil mercurio.
—
Á ella va, fugaz sardina,
Mi copla en su devaneo,
Frita en el chisporroteo
De agridulce mandolina.
—
Y mi alma, ante el flébil cauce,
Con la líquida cadena,
Deja cautivar su pena
Por la dríada del sauce.
—
Su plata sutil
Me dió la pasión
De un dardo febril
En el corazón.
—
Las guías de mi mostacho
Trazan su curva; en mi yelmo,
Brilla el fuego de San Telmo
Que me erige por penacho.
—
Su creciente está en el puño
De mi tizona, en que riela
La calidad paralela
De algún ínclito don Nuño.
—
Desde el azul, su poesía
Me da en frialdad abstrusa,
Como la neutra reclusa
De una pálida abadía.
—
Y más y más me aquerencio
Con su luz remota y lenta,
Que las noches transparenta
Como un alma del silencio.
—
Habéis de saber
Que en cuitas de amor,
Padezco dolor
Por esa mujer.
Luna, quiero cantarte
¡Oh ilustre anciana de las mitologías!
Con todas las fuerzas de mi arte.
Deidad que en los antiguos días
Imprimiste en nuestro polvo tu sandalia,
No alabaré el litúrgico furor de tus orgías
Ni su erótica didascalia,
Para que alumbres sin mayores ironías,
Al polígloto elogio de las Guías,
Noches sentimentales de mises en Italia
Aumenta el almizcle de los gatos de algalia,
Exaspera con letárgico veneno
Á las rosas ebrias de etileno
Como cortesanas modernas;
Y que á tu influjo activo,
La sangre de las vírgenes tiernas
Corra en misterio significativo.
Yo te hablaré con maneras corteses
Aunque sé que sólo eres un esqueleto,
Y guardaré tu secreto
Propicio á las cabelleras y á las mieses.
Te amo porque eres generosa y buena.
¡Cuánto, cuánto albayalde
Llevas gastado en balde
Para adornar á tu hermana morena!
El mismo Polo recibe tu consuelo;
Y la Osa estelar desde su cielo,
Cuando huye entre glaciales moles
La luz que tu veste orla,
Gime de verse encadenada por la
Gravitación de sus siete soles.
Sobre el inquebrantable banco
Que en pliegues rígidos se deprime y se esponja,
Pasas como púdica monja
Que cuida un hospital todo de blanco.
Eres bella y caritativa:
El lunático que por ti alimenta
Una pasión nada lasciva,
Entre sus quiméricas novias te cuenta.
¡Oh astronómica siempreviva!
Y al asomar la frente
Tras de las chimeneas, poco á poco,
Haces reir á mi primo loco
Interminablemente.
En las piscinas,
Los sauces, con poéticos desmayos,
Echan sus anzuelos de seda negra á tus rayos
Convertidos en relumbrantes sardinas.
Sobre la diplomática blancura
De tu faz, interpreta
Sus sueños el poeta,
Sus cuitas la romántica criatura
Que suspira algún trágico evento;
El mago del Cabul ó la Nigricia,
Su conjuro que brota en plegaria propicia:
«¡Oh tú, ombligo del firmamento!»
Mi ojo científico y atento
Su pesimismo lleno de pericia.
Como la lenteja de un péndulo inmenso,
Regla su transcurso la dulce hora
Del amante indefenso
Que por fugaz la llora,
Implorando con flébiles querellas
Su impavidez monárquica de astro;
Ó bien semeja ampolla de alabastro
Que cuenta el tiempo en arena de estrellas.
Mientras redondea su ampo
En monótono viaje,
El Sol, como un faisán crisolampo,
La empolla con ardor siempre nuevo.
¿Qué olímpico linaje
Brotará de ese luminoso huevo?
Milagrosamente blanca,
Satina morbideces de cold-cream y de histeria;
Carnes de espárrago que en linfática miseria,
La tenaza brutal de la tos arranca.
¡Con qué serenidad sobre los luengos
Siglos, nieva tu luz sus tibios copos,
Implacable ovillo en que la vieja Atropos
Trunca tantos ilustres abolengos!
Ondina de las estelas,
Hada de las lentejuelas.
Entre nubes al bromuro,
Encalla como un témpano prematuro,
Haciendo relumbrar, en fractura de estrella,
Sobre el solariego muro
Los cascos de botella.
Por el confín obscuro,
Con narcótico balanceo de cuna,
Las olas se aterciopelan de luna;
Y abren á la luz su tesoro
En una dehiscencia de valvas de oro.
Flotan sobre lustres escurridizos
De alquitrán, prolongando oleosas listas,
Guillotinadas por el nivel entre rizos
Arabescos, cabezas de escuálidas bañiscas.
Charco de mercurio es en la rada
Que con veneciano cariz alegra,
Ó acaso comulgada
Por el agua negra
De la esclusa del molino,
Sucumbe con trance aciago
En el trago
De algún sediento pollino.
Ó entra con rayo certero
Al pozo donde remeda
Una moneda
Escamoteada en un sombrero.
Bajo su lene seda,
Duerme el paciente febrífugo sueño,
Cuando en grata penumbra,
Sobre la selva que el Otoño herrumbra
Surge su cara sin ceño;
Su azufrado rostro sin orejas
Que sugiere la faz lampiña
De un mandarín de afeitadas cejas;
Ó en congestiones bermejas
Como si saliera de una riña,
Sobre confusos arrabales
Finge la lóbrega linterna,
De algún semáforo de Juicios Finales
Que los tremendos trenes de Sabaoth interna.
Solemne como un globo sobre una
Multitud, llega al cénit la luna.
Clarificando al acuarela el ambiente,
En aridez fulgorosa de talco
Transforma al feraz Continente—
Lámpara de alcanfor sobre un catafalco.
Custodia que en Corpus sin campanas
Muestra su excelsitud al mundo sabio,
Reviviendo efemérides lejanas
Con un arcaismo de astrolabio;
Inexpresable cero en el infinito,
Postigo de los eclipses,
Trompo que en el hilo de las elipses
Baila eternamente su baile de San Vito;
Hipnótica prisionera
Que concibe á los malignos hados
En su estéril insomnio de soltera;
Verónica de los desterrados;
Girasol que circundan con intrépidas alas
Los bólidos, cual vastos colibríes,
En conflagración de supremas bengalas;
Ofelia de los alelíes
Demacrada por improbables desprecios;
Candela de las fobias,
Suspiráculo de las novias,
Pan ázimo de los necios.
Al resplandor turbio
De una luna con ojeras,
Los organillos del suburbio
Se carian las teclas moliendo habaneras.
Como una dama de senos yertos
Clavada de sien á sien por la neuralgia,
Cruza sobre los desiertos
Llena de más allá y de nostalgia
Aquella luna de los muertos.
Aquella luna deslumbrante y seca—
Una luna de la Meca...
Tu fauna dominadora de los climas,
Hace desbordar en cascadas
El gárrulo caudal de mis rimas.
Desde sus islas moscadas,
Misántropos orangutanes
Guiñan á tu faz absorta;
Bajo sus anómalos afanes
Una frecuente humanidad aborta.
Y expresando en coreográfica demencia
Quién sabe qué liturgias serviles,
Con sautores y rombos de magros perniles
Te ofrecen, Quijotes, su cortés penitencia.
El vate que en una endecha á la Hermosura,
Sueña beldades de raso altanero,
Y adorna á su modista, en fraudes de joyero,
Con una pompa anárquica y futura,
¡Oh Blanca Dama! es tu faldero;
Pues no hay tristura
Rimada, ó metonimia en quejumbre,
Que no implore tu lumbre
Como el Opodeldoch de la Ventura.
El hipocondríaco que moja
Su pan de amor en mundanas hieles,
Y, abstruso célibe, deshoja
Su corazón impar ante los carteles,
Donde aéreas coquetas
De piernas internacionales,
Pregonan entre cromos rivales
Lociones y bicicletas.
El gendarme con su paso
De pendular mesura;
El transeunte que taconea un caso
Quirúrgico, en la acera obscura,
Trabucando el nombre poco usual
De un hemostático puerperal.
Los jamelgos endebles
Que arrastran como aparatos de Sinagoga
Carros de lúgubres muebles.
El ahorcado que templa en do, re, mi, su soga,
El sastre á quien expulsan de la tienaa
Lumbagos insomnes,
Con pesimismo de ab uno disce omnes
Á tu virtud se encomienda;
Y alzando á ti sus manos gorilas,
Te bosteza con boca y axilas.
Mientras te come un pedazo
Cierta nube que á barlovento navega,
Cándidas Bernarditas ciernen en tu cedazo
La harina flor de alguna parábola labriega.
La rentista sola
Que vive en la esquina,
Redonda como una ola,
Al amor de los céfiros sobre el balcón se inclina;
Y del corpiño harto estrecho,
Desborda sobre el antepecho
La esférica arroba de gelatina.
Por su enorme techo,
La luna, Colombina
Cara de estearina,
Aparece no menos redonda;
Y en una represalia de serrallo,
Con la cara reída por la pata de gallo,
Como á una cebolla Pierrot la monda.
Entre álamos que imitan con rectitud extraña,
Enjutos ujieres,
Como un ojo sin iris tras de anormal pestaña,
La luna evoca nuevos seres.
Mayando una melopea insana
Con ayes de parto y de gresca,
Gatos á la valeriana
Deslizan por mi barbacana
El suspicaz silencio de sus patas de yesca.
En una fonda tudesca,
Cierto doncel que llegó en un cisne manso,
Cisne ó ganso,
Pero, al fin, un ave gigantesca;
A la caseosa Balduina,
La moza de la cocina,
Mientras estofaba una leguminosa vaina,
Le dejó en la jofaina
La luna de propina.
Sobre la azul esfera,
Un murciélago sencillo,
Voltejea cual negro plumerillo
Que limpia una vidriera.
El can lunófilo, en pauta de maitines,
Como una damisela ante su partitura,
Llora enterneciendo á los serafines
Con el primor de su infantil dentadura.
El tiburón que anda
Veinte nudos por hora tras de los paquebotes,
Pez voraz como un lord en Irlanda,
Saborea aún los precarios jigotes
De aquel rumiante de barcarolas,
Que una noche de caviar y cerveza,
Cayó lógicamente de cabeza
Al compás del valse «Sobre las Olas».
La luna, sobre el mar pronto desierto,
Amortajó en su sábana inconsútil al muerto,
Que con pirueta coja
Hundió su excéntrico descalabro,
Como un ludión un poco macabro,
Sin dar á la hidrostática ninguna paradoja
En la gracia declinante de tu disco
Bajas acompañada por el lucero
Hacia no sé qué conjetural aprisco,
Cual una oveja con su cordero.
Bajo tu rayo que osa
Hasta su tálamo de breña,
El león diseña
Con gesto merovingio su cara grandiosa.
Coros de leones
Saludan tu ecuatorial apogeo,
Coros que aun narran á los aquilones
Con quejas bárbaras la proeza de Orfeo
Desde el seto de abedules,
El ruiseñor en su estrofa,
Con lírico delirio filosofa
La infinitud de los cielos azules.
Todo el billón de plata
De la luna, enriquece su serenata;
Las selvas del Paraíso
Se desgajan en coronas,
Y surgen en la atmósfera de nacarado viso
Donde flota un Beethoven indeciso—
Terueles y Veronas...
El tigre que en el ramaje atenúa
Su terciopelo negro y gualdo
Y su mirada hipócrita como una ganzúa;
El buho con sus ojos de caldo;
Los lobos de agudos rostros judiciales,
La democracia de los chacales—
Clientes son de tu luz serena.
Y no es justo olvidar á la oblicua hiena.
Los viajeros,
Que en contrabando de balsámicas valijas
Llegan de los imperios extranjeros,
Certificando latitudes con sus sortijas
Y su tez de tabaco ó de aceituna,
Qué bien cuentan en sus convincentes rodillas,
Aquellas maravillas
De elefantes budistas que adoran á la luna.
Paseando su estirpe obesa
Entre brezos extraños,
Mensuran la dehesa
Con sonámbulo andar los rebaños.
Crepitan con sonoro desasosiego
Las cigarras que tuesta el Amor en su fuego.
Las crasas ocas,
Regocijo de la granja,
Al borde de su zanja
Gritan como colegialas locas
Que ven pasar un hombre malo...
Y su anárquico laberinto,
Anuncia al Senado extinto
El ancestral espanto galo.
Luna elegante en el nocturno balcón del Este;
Luna de azúcar en la taza de luz celeste;
Luna heráldica en campo de azur ó de sinople—
Yo seré el novel paladín que acople
En tu tabla de espectación,
Las lises y quimeras de su blasón.
La joven que aguarda una cita, con mudo
Fervor, en que hay vizcos agüeros, te implora;
Y si no llora,
Es porque sus polvos no se le hagan engrudo.
Aunque el estricto canesú es buen escudo,
Desde que el novio no trepará la reja,
Su timidez de corza
Se complugo en poner bien pareja
La más íntima alforza.
Con sus ruedos apenas se atreve la brisa,
Ni el Angel de la Guarda conoce su camisa,
Y su batón de ceremonia
Cae en pliegues tan dóricos, que amonesta
Con una austeridad lacedemonia.
Ella que tan zumbona y apuesta,
Con malicias que más bien son recatos,