3,49 €
Niedrigster Preis in 30 Tagen: 2,99 €
¡El hijo desconocido del príncipe! Una noticia inesperada había conmocionado a Agon, el principado del Mediterráneo. Se rumoreaba que el príncipe Teseo, el segundo en la línea sucesoria, tenía un hijo secreto. Todo salió a la luz cuando se contrató a la impresionante Joanne Brookes para que escribiera la biografía del rey Astraeus. Al parecer, ella había llevado algo más que papel y un bolígrafo... Los testigos aventuraban que hacía cinco años el que fue un príncipe descarriado viajó por el mundo con el nombre de Theo Patakis y conoció a Joanne. ¿Cómo reaccionaría Joanne cuando el príncipe quisiera reclamar a su hijo y a ella como esposa?
Sie lesen das E-Book in den Legimi-Apps auf:
Seitenzahl: 240
Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley.
Diríjase a CEDRO si necesita reproducir algún fragmento de esta obra.
www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47
Editado por Harlequin Ibérica.
Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Núñez de Balboa, 56
28001 Madrid
© 2016 Michelle Smart
© 2021 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
En el laberinto, n.º 171 - enero 2021
Título original: Theseus Discovers His Heir
Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.
Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.
Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.
® Harlequin, Bianca y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.
® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.
Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.
I.S.B.N.: 978-84-1348-929-2
Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.
Créditos
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Epílogo
Si te ha gustado este libro…
JOANNE Brookes se tapó la boca para disimular el bostezo y parpadeó varias veces para mantener abiertos los ojos. Estuvo tentada de apartar el montón de papeles y de echarse una cabezada en la mesa de la cocina, pero tenía que leer y asimilar todo lo que pudiera. Oyó que crujía el suelo, se dio la vuelta y vio que Toby asomaba la cabeza por la puerta del diminuto cuarto de estar.
–¿Qué haces levantado, macaco? –le preguntó ella con una sonrisa.
–Tengo sed.
–Tienes agua en tu cuarto.
Él sonrió con picardía y fue hacia ella enseñando los tobillos por debajo del pijama, que le quedaba corto. Se subió a su regazo y apoyó la cabeza en el cuello.
–¿Tienes que marcharte?
Ella abrazó con fuerza su cuerpecito y lo besó en el tupido pelo moreno.
–Ojalá pudiera quedarme.
No tenía sentido entrar en detalles de por qué tenía que marcharse a Agon por la mañana. Toby tenía cuatro años y era inútil intentar razonar con él.
–¿Diez días es mucho tiempo? –le preguntó él.
–Lo es de entrada, pero estaré de vuelta antes de que te hayas dado cuenta.
No iba a mentirle y solo podía intentar que su marcha fuera algo soportable. Llevaba todo el día con el estómago encogido y no había podido comer nada.
Solo habían pasado dos noches separados desde que nació su hijo. En circunstancias normales, ni siquiera se habría planteado la posibilidad de marcharse.
–Piensa en lo bien que vas a pasártelo con el tío Jonathan –siguió ella, intentando que su voz tuviera un tono optimista.
–¿Y la tía Cathy?
–Sí, la tía Cathy y Lucy.
Su hermano y su cuñada vivían en la ciudad con su hija de un año y adoraban a Toby tanto como Toby los adoraba a ellos. Aunque sabía que quedaría en buenas manos, le espantaba la idea de estar tanto tiempo alejada de él.
Sin embargo, Giles, su jefe, se había desesperado. Fiona Samaras, la biógrafa que estaba trabajando en la biografía conmemorativa del rey de Agon, había sufrido una apendicitis aguda. Ella solo era una redactora, pero eso daba igual, porque también era la única persona que hablaba griego en la editorial donde trabajaba. No lo dominaba, pero sí sabía lo suficiente como para traducir la documentación al inglés y que pudiera leerse.
Si la biografía no estaba terminada dentro de una semana, no habría tiempo para corregirla y mandarla a la imprenta, que tenía que imprimir cinco mil copias de la versión en inglés y mandarlas al palacio de Agon antes de la gala.
La gala, que sería dentro de exactamente tres semanas, sería un acontecimiento por todo lo alto y celebraría los cincuenta años de reinado del rey Astraeus. Si fallaban con esa biografía conmemorativa, perderían todos los encargos que les había hecho el museo del palacio de Agon desde hacía años. Su reputación como editorial de biografías y libros históricos sufriría un revés que podría ser definitivo.
A Joanne le encantaba su empleo, le encantaba el trabajo y le encantaba la gente. Quizá no fuera exactamente lo que había soñado, pero lo había compensado el apoyo que había recibido a lo largo de los años.
Giles había estado tan desesperado que le había prometido una bonificación y un permiso extra de catorce días. ¿Cómo podría haberse negado? No había podido al ponerlo todo en la balanza.
Ya sabía lo que era pasarlo mal sentimentalmente y también sabía que sobreviviría a la separación. Sería desgarrador, pero lo superaría, y Toby también. Los últimos cinco años le habían enseñado a ser una superviviente… y el dinero le vendría muy bien. Por fin podría llevar a Toby a Grecia para empezar a seguir la pista de su padre.
Se preguntó si podría empezar a buscarlo mientras estuviera en Agon. Aunque Agon no era una isla griega, estaba muy cerca de Creta y sus habitantes hablaban griego, por eso la había elegido su jefe.
–Hablaremos todos los días por el ordenador –le repitió ella por enésima vez ese día.
–¿Y me traerás un regalo?
–Te traeré un regalo enorme –le prometió ella con una sonrisa.
–¿El regalo más grande del mundo?
–El más grande que me quepa en el equipaje –contestó ella haciéndole cosquillas.
Toby se rio y la agarró del cuello.
–¿Puedo ver adónde vas?
–Claro.
Joanne le dio la vuelta para ponerlo de cara al ordenador portátil y lo encendió.
Solo había tenido un día para preparar el viaje y había dedicado muchas horas a organizarse ella y a organizar a Toby mientras intentaba conocer un poco la biografía que tenía que terminar. Todavía no había tenido tiempo para hacer averiguaciones sobre la isla a la que iba a viajar.
Rodeó la cintura de su hijo con un brazo para sujetarlo encima de sus rodillas, tecleó «palacio real de Agon» en el buscador y eligió algunas imágenes. Toby se quedó boquiabierto y lo señaló con un dedo.
–¿Vas ahí…?
Ella se había quedado igual de atónita con las imágenes de un palacio inmenso que evocaba ardientes noches árabes.
–Sí.
–¿Vas a tener un cuarto?
–Voy a tener un apartamento en el palacio.
Hasta ese momento, no había tenido tiempo para pensar que iba a pasar diez noches en un palacio real. Bajó un poco el cursor para buscar una imagen mejor.
–¿Vas a conocer al rey?
Sonrió por el tono emocionado de la voz de Toby y se preguntó cómo reaccionaría si le contara que eran familiares muy lejanos de la familia real británica. Él, seguramente, saltaría hasta el techo por la emoción.
–Voy a trabajar para un nieto del rey, que es un príncipe, pero a lo mejor también conozco al rey. Voy a buscar una foto.
Tecleó «rey de Agon» y empezó a buscarlo. Sabía que debería mandar a Toby a la cama otra vez, pero no quería, cuando estaba tan suave y calentito. Sobre todo, cuando sabía que no volvería a tenerlo suave y calentito sobre sus rodillas durante diez días.
Aparecieron cientos, si no miles, de fotos del rey. Fue ojeándolas y le pareció muy distinguido. Había fotos de él con su difunta esposa la reina Rhea, quien murió hacía cinco años; de él con Helios, su nieto mayor y heredero; y de él con sus tres nietos, uno de los cuales sería el príncipe Teseo, con quien iba a tratar ella.
Miró con detenimiento una de las fotos del rey con sus tres nietos y notó que se le erizaban los pelos del brazo. Amplió el tamaño de la foto con una mano que le parecía de plomo.
No podía ser.
Se inclinó hacia delante y se acercó a la pantalla. La foto tenía mucho grano y no podía verla con claridad.
No podía ser…
–¿Esos señores son reyes? –preguntó Toby.
Ella no podía hablar y se limitó a negar con la cabeza mientras seleccionaba otra foto del rey con sus nietos. Era una foto de más calidad y que estaba sacada desde más cerca.
La cabeza le zumbaba y le ardía y el pulso era como un martilleo. Muy alterada, fue mirando más fotos hasta que encontró una de él solo y la amplió.
Era él.
Abrazó a su hijo con tanta fuerza que notó las vibraciones de su pequeño corazón a través de la espalda.
¿Cómo era posible?
Dos horas más tarde, seguía rebuscando todo lo que pudiera encontrar sobre el príncipe Teseo Kalliakis. Sin saber muy bien cómo, había conseguido salir un momento del estupor que le había producido ver la cara de Theo en la pantalla y había acostado otra vez a Toby, dándole un beso de buenas noches.
En ese momento, todo era cristalino.
No le extrañaba que todos esos años buscando a Theo hubiesen sido infructuosos. Había dado por supuesto que le resultaría una tarea muy fácil en esos tiempos, pero todas sus tentativas se habían visto frustradas. Aunque había seguido buscando, no había perdido la esperanza de encontrarlo.
Sin embargo, podría haberlo buscado durante mil años y no lo habría encontrado porque el hombre que buscaba no existía.
Todo había sido una mentira monumental.
El padre de Toby no era Theo Patakis, un ingeniero de Atenas, era Teseo Kalliakis, un príncipe de Agon.
El príncipe Teseo Kalliakis salía de su despacho y entraba en su apartamento privado cuando el teléfono le vibró en el bolsillo. Lo sacó y se lo llevó a la oreja.
–Está de camino –le comunicó Dimitris, su secretario particular, sin ningún preámbulo.
Teseo cortó la llamada, fue al dormitorio y dejó el teléfono encima de la cómoda.
Se había pasado casi todo el día reponiéndose de los efectos de la recepción que había ofrecido su hermano Helios la noche anterior y poniéndose al día de los informes sobre las distintas empresas en las que habían invertido sus hermanos y él a través de la Kalliakis Investment Company. Había llegado el momento de ponerse unos vaqueros y una camiseta.
Recibiría a la señorita Brookes y luego, mientras ella se instalaba, estaría un rato con su abuelo. La enfermera de su abuelo le había mandado un mensaje para decirle que el rey estaba pasando una buena racha y él no quería perderse ni un minuto de acompañarlo cuando estaba lúcido.
Nikos, su hombre de confianza, le había sacado un traje recién planchado. Había oído contar que en otros países había empleados que vestían a los reyes y príncipes, pero a él le parecía ridículo. Él sabía vestirse solo. Sonrió al imaginarse la reacción de Nikos si le pedía que le abotonara la camisa. Nikos le perdería todo el respeto en ese instante.
Una vez vestido, se puso un poco de espuma en las manos y se las pasó por el pelo antes de echarse colonia.
Salió del apartamento, bajó un tramo de escaleras y recorrió a buen paso una serie de pasillos estrechos iluminados con diminutas luces en el techo. Cruzó la cocina y recorrió otros cuatro pasillos hasta que llegó al salón, donde recibiría a la sustituta de Fiona Samara.
Oyó unas voces que llegaban por la puerta entreabierta. La sustituta ya había llegado y se sintió muy aliviado.
La enfermedad de su abuelo les había obligado a adelantar tres meses la gala. Eso había significado que también habían tenido que adelantar el plazo de entrega de la biografía de su abuelo, un asunto del que se ocupaba él personalmente.
Su relación con su abuelo no había sido siempre fácil y él mismo reconocía que criarlo había sido una pesadilla. Le habían gustado mucho las actividades al aire libre que conllevaban ser un joven príncipe de Agon, pero había desdeñado abiertamente las demás, las limitaciones, el rígido protocolo y todas las restricciones que iban con el título.
El año sabático que se tomó y sus consecuencias habían abierto una fisura entre su abuelo y él que nunca se había cerrado del todo. Esperaba que la biografía ayudara a cerrar esa fisura antes de que el cáncer acabara con el delicado cuerpo de su abuelo.
Cinco años de comportamiento ejemplar no habían servido para enmendar casi tres décadas de comportamiento descarriado. Esa era la última oportunidad que tenía de demostrarle a su abuelo que el apellido Kalliakis significaba algo para él.
Sin embargo, antes había que terminar la maldita biografía. El plazo ya era bastante ajustado sin que la apendicitis de Fiona lo hubiese complicado todo más. Más le valía a la sustituta estar a la altura. Giles le había jurado que era la perfecta para ese cometido y él no había tenido más remedio que creérselo.
Dimitris estaba de espaldas a la puerta y estaba hablando con la mujer que él supuso que sería la señoritaBrookes.
–Has vuelto enseguida desde el aeropuerto –comentó Teseo mientras entraba en el salón.
Dimitris se dio la vuelta y se puso muy recto.
–Había muy poco tráfico, alteza.
La mujer que estaba detrás avanzó un paso y él se dirigió hacia ella con la mano tendida.
–Es un placer conocerla, señorita Brookes –le saludó él en inglés–. Gracias por haber venido tan precipitadamente.
No le expresaría sus dudas. Ya sufriría bastante presión sin que él la aumentara. A partir de ese momento, su tarea sería la de un coche de apoyo, como lo que hacía con los jóvenes emprendedores en los que invertían sus hermanos y él.
Su cargo oficial en la empresa era el de director financiero, pero, extraoficialmente, se consideraba el animador, el policía bueno frente a Talos, el policía malo. Era el que estimulaba y ayudaba a que esas personas vieran cumplidos sus sueños como él no los había visto nunca. Pero podían prepararse si le mentían o engañaban. Los pocos que habían sido tan necios habían aprendido una lección que no olvidarían nunca.
Por algo era un Kalliakis.
Esperó a que la señorita Brookes le estrechara la mano. Quizá hiciera una reverencia. Muchos extranjeros lo hacían aunque el protocolo no lo exigía si no era un acto oficial.
Ella no hizo nada, se limitó a mirarlo fijamente con una expresión que él no conseguía entender, pero que le ponía los pelos de punta.
–Despinis…
A lo mejor estaba abrumada porque era un príncipe. Había pasado…
Entonces, en ese silencio, la miró detenidamente y vio cosas que no había visto por las prisas de la presentación y de ir al grano. Conocía ese color de pelo. Era rojizo, como el de las hojas en otoño del internado en el que estuvo en Inglaterra. Le caía como una cascada sobre los hombros y la espalda y enmarcaba un rostro hermoso, con un cutis rosado muy británico, unos pómulos prominentes y unos labios carnosos. Los ojos azul grisáceo lo atravesaban con una expresión de concentración muy intensa…
Conocía esos ojos y conocía ese pelo. Tenía un color muy poco corriente, parecía más fruto de la imaginación de un artista del Renacimiento que algo real. Sin embargo, lo que más le llamó la atención fueron los ojos. También tenían un color inusitado, difícil de definir, pero que recordaba al de un cielo por la mañana antes de que el sol se hubiera elevado del todo.
Mientras le daba vueltas en la cabeza a todo eso, ella le estrechó la mano por fin y dijo dos palabras. La segunda la dijo con una acritud que fue como un mazazo.
–Hola, Theo.
Él no la reconocía.
Joanne no sabía qué se había esperado. Se había imaginado un centenar de posibilidades durante las últimas veinte horas, pero ninguna había sido que no la recordara. Era como echarle sal a una herida abierta.
Algo brilló en sus ojos oscuros y ella captó el instante en el que la reconoció.
–¿Joanne…?
El tono interrogativo fue como la crema de una mousse de chocolate si pudiera hablar… y sus largos dedos seguían agarrándole la mano.
Ella asintió con la cabeza y se mordió el labio inferior, que había empezado a temblarle. Le temblaba todo el cuerpo como si, de repente, los huesos se hubiesen convertido en fideos.
Notó la calidez de su mano y no debería sentirla cálida. Debería sentirla gélida como su falso corazón… y tampoco debería sentir unas desbordantes ganas de llorar.
No le daría ese placer.
Se puso muy recta, retiró la mano y dominó el impulso de limpiársela en la falda, de limpiar cualquier rastro de un contacto que anheló una vez.
–Ha pasado mucho tiempo –comentó Joanne.
Mantuvo un tono frío e intentó algo parecido a una sonrisa, pero ¿cómo iba a sonreír cuando su único amante, el hombre al que había estado buscando durante cinco años, el padre de su hijo, no la reconocía? ¿Cómo iba a sonreír cuando se había pasado cinco años detrás de una mentira?
Dimitris, el hombre que la había recogido en el aeropuerto y se había presentado a sí mismo como el secretario personal de su alteza, observaba con interés la escena.
–¿Se conocen…?
–La señorita Brookes es una conocida –contestó Theo, o Teseo, o como se llamara–. Nos conocimos durante mi año sabático.
Entonces, ¿estaba en Illya de año sabático y ella era una conocida? Supuso que eso era preferible a que la llamara una de sus revolcones de una noche. Al menos, no había tenido el atrevimiento de llamarla una buena amiga.
–Anoche, cuando estaba documentándome sobre tu isla, vi una foto tuya en Internet –replicó ella en un tono despreocupado, como si no hubiera pensado en él durante todos aquellos años–. Me pareciste tú.
Era posible que no le quedara mucha dignidad después de haberse pasado los cuatro últimos años como madre soltera, pero sí le quedaba la suficiente como para no querer demostrar que se sentía dolida, sobre todo, cuando había testigos. Si había algo que le había enseñado la maternidad, era a ser fuerte. En realidad, le había enseñado muchas cosas, y todas habían hecho que fuera más fuerte que antes.
Teseo la miró de arriba abajo y sin disimulo.
–Estás distinta a como te recordaba.
Sabía que su físico era casi inolvidable, había sido la cruz de su infancia. El pelo rojo y el exceso de peso la habían convertido en una presa fácil para los acosadores. El nacimiento de Toby había sido el estímulo que había necesitado para quitarse peso. Nunca sería una modelo esquelética, pero había llegado a aceptar sus curvas.
Quizá pesara algunos kilos menos y tuviera el pelo algo más largo, pero, por lo demás, seguía igual.
–Tú tienes el pelo más corto de como lo recordaba –replicó ella.
Hacía cinco años, Teseo tenía el pelo largo, casi hasta los hombros. En ese momento, lo tenía corto por detrás y con un flequillo que le caía por la frente. En Illya, solo lo había visto con pantalón corto y una camiseta, y casi siempre descalzo. En ese momento, llevaba un traje azul, que seguramente costaba más que lo que se gastaba ella en alimentación durante un año, y unos zapatos tan lustrosos que podría verse reflejado en ellos.
–Sin embargo, tienes buen aspecto –añadió ella asintiendo con la cabeza como para parecer sincera.
Era una pena que, además, fuese verdad.
Theo o Teseo o su alteza no era el hombre más guapo que había visto, pero sí tenía algo que captaba su mirada y que hacía que no pudiera dejar de mirarlo, como un magnetismo. Tenía una nariz demasiado irregular para considerarla perfecta, unos ojos marrones muy oscuros, una boca grande que sonreía con facilidad y una mandíbula firme. Eso, combinado con la piel bronceada; su estatura, que rondaría el metro noventa; y un físico atlético y fibroso, daban la impresión inmediata de ser un hombre de los pies a la cabeza como los de antes.
Se fijó en él desde que entró en el bar Marin’s de Illya y estaba con un montón de turistas escandinavos que atendían a todo lo que decía. Lo miró y el corazón le dio un vuelco. Fue algo disparatado e irracional. Todo lo que no había sentido en veintiún años la alcanzó con la fuerza de un maremoto.
Sin embargo, ya era cinco años mayor, cinco años más cautelosa, y tenía que proteger a un hijo. Hacía mucho que se había olvidado de los deslumbramientos.
Al menos, eso había creído.
Cuando había entrado por la puerta del salón el efecto había sido el mismo, como si se hubiesen borrado esos cinco años.
–Sí, un poco distinto a entonces –Teseo miró su reloj–. Ya sé que has tenido un día agotador, pero el tiempo corre en nuestra contra y hay que terminar la biografía. Vamos a tu apartamento para que te asees y te instales. Podemos hablar por el camino.
Teseo se puso en marcha con Dimitris al lado.
Joanne tardó un momento en recomponerse y en seguirlos. Sentía unas palpitaciones tremendas en la cabeza mientras intentaba asimilar la magnitud de la situación.
Durante todos esos años, se había jurado a sí misma que encontraría al padre de Toby y le diría que tenía un hijo. No había sabido qué pasaría después, pero sí había sabido que tenía que encontrarlo por Toby, como también había sabido que tenía que decírselo a Theo.
Sin embargo, Theo no existía. Fuera quien fuese ese hombre, no era el Theo Patakis del que se enamoró una vez. Teseo no era al padre de su hijo, era un desconocido metido en su piel.
LOS visitantes suelen perderse y por eso he pedido que te dejen un plano en tu apartamento –comentó Teseo mientras subían por unas escaleras muy estrechas.
–¿Un plano? ¿Lo dices en serio?
Se mantendría impasible aunque fuera lo último que hiciera, y era muy posible que lo fuera. Se habían adueñado tantos sentimientos de ella que no sabía dónde empezaba uno y acababa el otro.
Él asintió con la cabeza sin reducir el paso. Ella intentaba seguirlo cuando él giró por un pasillo oscuro y solo iluminado por unas luces diminutas en el techo.
–El palacio tiene quinientas setenta y tres habitaciones.
–Entonces, es posible que me convenga un plano –reconoció ella.
–No tendrás tiempo para explorar el palacio como podría haberte gustado. No obstante, haremos todo lo que podamos para que tu estancia sea lo más cómoda posible.
–Eres muy amable –replicó ella intentando no atragantarse.
–¿Estás preparada para acelerar el libro?
–Me he leído bastante en el avión.
Como el plazo para terminar la biografía era tan corto, Fiona había estado mandando por correo electrónico todos los capítulos a medida que los terminaba para que pudieran editarlos. La editora llevaba unas seis semanas con aspecto de estar completamente agotada.
–Fiona ha escrito la mayor parte de la biografía, pero todavía hay que escribir sobre unos veinticinco años de la vida de mi abuelo. Entiendo que pueda parecerte abrumador, pero ya verás, cuando hayas leído la documentación, que es menos complicado que sus primeros años. ¿Crees que puedes hacerlo dentro de los límites de tiempo?
–No lo habría aceptado si no lo creyera.
Joanne había estado trabajando con la editora de Fiona y esta le había asegurado que las tres últimas décadas de la vida del rey Astraeus habían sido tranquilas si se comparaban con la primera época. Sin embargo, ella había aceptado la tarea antes de saber para quién iba a trabajar y quién era él exactamente.
Mientras se agarraba al pasamanos dorado de una escalera voladiza que los llevó a otra maraña de pasillos, se acordó de una visita al palacio de Buckingham que hizo hacía unos años y recordó lo espacioso y luminoso que le había parecido. El palacio real de Agon era comparable al de Buckingham en tamaño, pero tenía un aire mucho más sombrío. Era un palacio de secretos e intrigas. Aunque también era posible que estuviera sacando conclusiones por las emociones que la dominaban. Jamás había tenido el cuerpo tan tenso por los nervios y la cabeza era un batiburrillo de rabia, aturdimiento y desorientación.
–No recuerdo que hablaras griego cuando estábamos en Illya –comentó él con una mirada casi recelosa.
–Todo el mundo hablaba inglés allí –replicó ella en un griego impecable.
Joanne miraba fijamente hacia delante y rezaba para que la tenue luz no le permitiera ver el repentino ardor de su piel.
–Es verdad –Teseo se detuvo delante de una puerta que había al principio de otro pasillo, giró el picaporte y la abrió–. Este es tu apartamento durante tu estancia. Voy a ver a mi abuelo mientras te instalas. Dentro de nada vendrá una doncella para deshacer el equipaje. Dimitris vendrá a recogerte dentro de una hora y podemos sentarnos para hablar tranquilamente del asunto.
Dicho lo cual, se dio media vuelta y empezó a marcharse. Ella se quedó mirando, con una mezcla de furia y dolor lacerante la figura que se alejaba.
¿Eso era todo? ¿Eso era todo lo que se merecía?
¿Una mujer con la que había tenido una relación íntima reaparecía de repente y ni siquiera le preguntaba qué tal estaba? ¿No le producía ni la más mínima curiosidad? La única alusión al pasado había sido que entonces no hablaba griego.
Entonces la había buscado, aquella noche había necesitado su consuelo. Sin embargo, en ese momento, no se merecía ni que le preguntara qué tal estaba.
Efectivamente, se recordó con amargura, todo había sido una mentira. Ese hombre no era Theo.
Oyó que alguien se aclaraba la garganta y se acordó de que Dimitris seguía allí. Él le dio un juego de llaves, le deseó una agradable estancia y la dejó para que conociera su apartamento.
Teseo resopló y saludó con un gesto automático a un empleado.
Joanne Brookes…
Eso era una complicación que no había previsto, una complicación que no le hacía ninguna gracia.
Su rostro era un rostro del pasado y no había esperado volver a verlo, y menos en el palacio. Además, una jugada del destino había decidido que tuvieran que trabajar codo con codo durante diez días.
Ella estuvo a su lado en la segunda peor noche de su vida, cuando tuvo que esperar hasta la mañana para que pudiera abandonar la isla de Illya e ir a ver a su abuela gravemente enferma. Joanne se había ocupado de él en más de un sentido.
Se acordó de su sorpresa cuando se enteró de su edad, veintiún años, y acababa de salir de la universidad. Le había parecido más joven en todos los sentidos. Según eso, en ese momento tendría veintiséis años.
Curiosamente, en ese momento le parecía mayor y no solo por su aspecto, también por cómo se comportaba. Sintió un remordimiento tremendo cuando se acordó de que le había pedido su número de teléfono y le había prometido que la llamaría. El remordimiento fue mayor todavía cuando también se acordó de que había estado seguro de que había sido virgen.
Eso era imposible. Se lo habría dicho. ¿Qué mujer iba a entregarle su virginidad a un hombre que era un desconocido?
Daba igual, se dijo a sí mismo en tono tajante.
Todo su año sabático, y su estancia en Illya, había sido una vida distinta que no volvería jamás. Era el príncipe Teseo Kalliakis, era el segundo en la línea dinástica de Agon. Esa era su vida, y que la nueva biógrafa fuera un rostro que lo remontaba a la mejor época de su vida no significaba nada. Theo Patakis estaba muerto y todos sus recuerdos enterrados con él.
–¿Aquí voy a trabajar…? –preguntó Joanne con la esperanza vana de que estuviese equivocada.
Se había pasado la última hora sermoneándose y recordándose que no se conseguía nada enfadándose. Fuera lo que fuese lo que le esperaba durante los próximos diez días, agarrarse a la furia solo le produciría una úlcera. No obstante, Dimitris la había recogido en su pequeño pero bien provisto apartamento y la había llevado a los despachos privados de Teseo, que estaban al otro lado del pasillo, y la furia se había adueñado de ella otra vez.
El despacho de Joanne estaba dentro del apartamento de él y separado solo por una puerta de su despacho.
–Este es el despacho que usaba Fiona –Teseo hizo un gesto con la mano para señalar las mesas pegadas a dos paredes y que formaban una ele–. Nadie ha tocado nada desde que ingresó en el hospital.
–En mi apartamento hay una habitación que podría servirme muy bien de despacho.