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Especial. Tracker Ochoa, ex proscrito de sangre mestiza y ranger de Texas, tenía que rescatar a Ari y llevarla sana y salva al rancho de los Ocho, aunque para ello tuviera que casarse con ella y escoltarla junto a su hijo pequeño a través del peligroso territorio de Texas. El matrimonio era una medida extrema que Tracker nunca se hubiera planteado, pero pronto descubrió las ventajas sexuales que reportaba. El cuerpo y la mirada de Tracker excitaban a Ari tanto como la aterrorizaban sus cicatrices y sus demonios internos. Por desgracia, era su marido y la tenía a su merced. En aquella tierra hostil, plagada de mercenarios y bandidos, temía que jamás podría estar a salvo. Tracker también albergaba sus temores. Por mucho que quisiera proteger a Ari y tenerla siempre consigo, sabía que el dinero, el poder y especialmente la verdad podían separarlos.
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Seitenzahl: 364
Editado por HARLEQUIN IBÉRICA, S.A. Núñez de Balboa, 56 28001 Madrid
© 2010 Sarah McCarty. Todos los derechos reservados. EN TIERRA ARDIENTE, Nº 18 - abril 2011 Título original: Tracker’s Sin Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.
Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con permiso de Harlequin Enterprises II BV. Todos los personajes de este libro son ficticios. Cualquier parecido con alguna persona, viva o muerta, es pura coincidencia. ® Harlequin y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Books S.A. ® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.
I.S.B.N.: 978-84-9000-273-5 Editor responsable: Luis Pugni
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5 de abril de 1858
Querida Ari:
No sé cómo empezar esta carta, y lo único que se me ocurre es dar gracias a Dios porque estés viva.
Muchas cosas han ocurrido en el último año, y no todas buenas, pero algunas son tan especiales que no hay palabras para describirlas. Estoy felizmente casada con un hombre a quien papá jamás habría aceptado. No tiene dinero ni goza de buena posición social, pero es todo lo que yo soñaba cuando tú y yo nos sentábamos bajo el manzano a imaginar el marido perfecto. Su corazón es puro e indomable, su honor es sagrado y el amor que me profesa es tan maravilloso que nunca me hará falta nada más. Pertenece a los Ocho del Infierno, y si aún vives en Texas cuando recibas esta carta sabrás lo que eso significa. Si no es así, te llevarás una grata sorpresa. Los Ocho del Infierno forman una especie aparte, una leyenda viva, por mucho que ellos no se consideren como tal.
El nombre de mi marido es Caine Allen y es él quien ha insistido en que te escriba esta carta. Cree firmemente en la familia y en mi intuición, y aunque todo el mundo piense que has muerto, él dice que le basta con mi presentimiento para convertir tu búsqueda en la prioridad de los Ocho del Infierno.
Lamento no poder presentarte al hombre que te entregará esta carta, pero he tenido que hacer siete copias y entregárselas a siete hombres distintos con la esperanza de que alguno de ellos te encuentre. Son Tucker, Sam, Tracker, Shadow, Luke, Caden y Ace. Ellos son los Ocho del Infierno, al igual que mi marido, tu futuro sobrino o sobrina y tú misma (aunque aún no lo sepas). Por eso te pido que confíes en ellos, porque todos me han hecho la misma promesa.
Me han prometido que te devolverán a casa, Ari. A los Ocho del Infierno, donde no existe el pasado, ni el resentimiento ni las recriminaciones; tan sólo un lugar de reposo donde puedas vivir en paz y seguridad. Quizá te parezca que estoy exagerando, pero te aseguro que, a pesar de su nombre, no hay un lugar mejor que éste en toda la tierra.
No confíes en nadie salvo en ellos, Ari, porque fue el abogado de nuestro padre, Harold Amboy, quien planeó nuestro ataque y secuestro, y también ha enviado a sus hombres en tu búsqueda. Su propósito es controlar el dinero de papá a través de una de nosotras. Pero puedes confiar plenamente en los Ocho del Infierno. Sin la menor duda ni temor.
Estoy llorando mientras escribo estas líneas. No puedo olvidar cómo nos separamos ni las pesadillas que he tenido desde entonces, la sensación de impotencia mientras miro el cielo nocturno y me pregunto si estarás viendo las mismas estrellas, si estarás bien, feliz y segura.
¿Recuerdas a lo que jugábamos de niñas cuando las cosas no salían como queríamos? ¿Cómo buscábamos un campo de margaritas bajo el sol, uníamos las manos a nuestra manera especial y dábamos vueltas hasta que todo lo demás dejaba de importarnos? Sólo quiero volver a verte, Ari, seguir el rastro de las margaritas, entrelazar nuestras manos y dar vueltas hasta que la risa se lleve todos los males y desgracias. No sé cuánto tiempo pasará hasta que te encuentren… días, meses, años… pero no voy a perder la esperanza.
Vuelve pronto, Ari. He plantado margaritas en el jardín. Y te están esperando.
—¿Así que vas a ir a buscarla?
Tracker asintió a la pregunta de su hermano gemelo mientras aseguraba el saco de dormir a la alforja. La carta de Desi a Ari crujió débilmente en su bolsillo.
Shadow metió su plato y su taza en sus alforjas.
—Tenemos una buena pista —dijo, por segunda vez desde que montaron el campamento la noche anterior—. Los Saransen de Cavato han confirmado que hay una mujer rubia viviendo en el pueblo.
Tracker miró a Shadow. Era como mirarse al espejo. Su hermano tenía la misma estatura, la misma anchura de hombros y los mismos rasgos curtidos que conferían una amenazadora expresión a su rostro, herencia de su padre. De su madre mexicana había heredado su boca, grande y sensual, y los ojos marrones que contemplaban la vida con escepticismo, sabiendo que todo tenía un precio.
Tracker y Shadow habían aprendido desde muy jóvenes a mezclarse con el mundo que los rodeaba, y así poder robar para su padre sin peligro de ser descubiertos. Lamentablemente, nunca pudieron esconderse de él. Mientras volvía a tensar los nudos, Tracker recordó los insultos y golpes que recibían de su padre cuando no cumplían con sus expectativas.
Al ser unos minutos mayor que Shadow, siempre había procurado defenderlo de los peligros que acechaban por doquier, pero había fracasado estrepitosamente. Shadow había sufrido a manos de su padre. A manos del ejército mexicano que arrasó su poblado cuando eran unos críos. A manos de un destino cruel e implacable que se cebó con él y con los otros siete huérfanos tras la masacre. Muertos de hambre, buscando desesperadamente un refugio, acabaron fundando su propio hogar y convirtiéndose en el grupo de hombres más temido de todo Texas. Los Ocho del Infierno. En aquella tierra salvaje no había más ley que la que un hombre podía imponer por su propia fuerza. Y Tracker y Shadow habían logrado imponer la suya.
—¿En qué piensas, hermano?
Tracker se sacudió la melancolía de encima y se permitió sonreír mientras enfundaba su rifle.
—Estaba pensando que Caine estaría orgulloso de los Ocho del Infierno.
Caine era el líder del grupo en que se habían convertido los ocho niños hambrientos. Gracias a él habían pasado de ser proscritos a imponer la ley, y la mujer de Caine era la razón por la que Tracker estaba siguiendo el rastro de una mujer desaparecida.
—Siempre ha dicho que lo primero era hacernos fuertes y luego ajustar cuentas, y parece que consiguió enderezarnos.
—Cuesta creer que ahora seamos nosotros a los que recurre la gente cuando están en apuros —dijo Tracker, quien seguía sintiéndose incómodo con aquel protagonismo indeseado. Si por él fuera se mantendría lejos de todas las miradas, sin compromisos ni expectativas de ningún tipo, ocupándose de los problemas con eficacia y discreción.
Shadow se rió y sacudió la cabeza.
—Desde luego… sobre todo porque lo que mejor se nos daba era causar problemas.
Era cierto, y Tracker nunca se había sentido tan libre como en su juventud rebelde, los ocho cabalgando al margen de la ley, tomándose la justicia por su mano y ocultándose en las sombras. Pero nada permanecía igual para siempre, y ahora los Ocho del Infierno representaban la garantía de ley y orden que tanto necesitaban aquellas tierras. Tracker puso una mueca de disgusto al pensar en el respeto que se habían ganado siendo un modelo para la sociedad.
Volvió a recordar la sonrisa de Jonh Kettle ante el juez que pronunciaba su veredicto de inocencia. Tracker y Shadow habían enterrado los cuerpos de la mujer y la niña a las que mató, antes de conseguir atraparlo. En los viejos tiempos no habrían dudado en tomarse la justicia por su mano y matarlo sin más contemplaciones. Pero en vez de eso habían respetado la ley y lo habían llevado ante la justicia. La mujer y su hija seguían muertas, pero el asesino fue puesto en libertad gracias a los sobornos y la influencia de la familia de John Kettle.
Tracker escupió al suelo.
—El mundo cambia, hermano.
Shadow respondió con un gruñido. Sabía muy bien a lo que Tracker se refería.
—Debimos meterle una bala en la cabeza cuando tuvimos oportunidad.
—La próxima vez será —le prometió Tracker. Tal vez el mundo estuviera cambiando, pero él no. Le gustaban las cosas claras, sin cabos sueltos, y no tenía problema en saltarse las reglas cuando no estaba de servicio. John Kettle era un cabo suelto, y tarde o temprano habría que ocuparse de él. Era un enfermo que mataba por puro placer, y seguiría haciéndolo hasta que alguien lo detuviera.
—Amén —murmuró Shadow.
Un cálido soplo de brisa levantó el pelo de Tracker, como una señal de advertencia. Sus sentidos se agudizaron al instante y volvió a oír esa voz interior que tantas veces le había salvado el cuello. El viento soplaba del sur, y la mujer que podría ser Ari estaba en esa dirección. De modo que hacia allí se dirigía su destino. Agarró el rifle por la culata y dejó que el calor de la madera, calentada por el sol, se transmitiera a su mano. La carta crujió en su bolsillo. La sensación de inevitabilidad que lo llevaba acosando desde que conoció a Desi, la mujer de Caine, se incrementó y le puso la piel de gallina. Como era lógico, Shadow no tardó en advertir su tensión.
—¿Qué ocurre?
—Tengo un mal presentimiento.
Shadow maldijo entre dientes. Toda su vida habían compartido una extraña conexión. No podía explicarse, pero lo que sentía el uno también lo sentía el otro.
—Voy contigo —dijo, terminando de atar sus alforjas.
—No —rechazó Tracker. No quería que su hermano sufriera un destino que sólo lo aguardaba a él.
—Puede que seas veinte minutos mayor que yo, pero no vas a decirme lo que tengo que hacer —replicó Shadow, mirándolo bajo el ala de su sombrero negro.
—Le prometimos a Desi que encontraríamos a su hermana.
—¿Y qué? Le daremos la pista de Cavato a cualquier otro para que la siga.
—¿A quién? Cavato es territorio indio. Sería un suicidio para cualquier hombre adentrarse más de quince kilómetros.
—Estaba pensando en Zacharias y sus hombres, pero aún no se han recuperado de aquel enfrentamiento con los comanches.
—Sí, ellos podrían hacerlo, sin duda —corroboró Tracker.
Zacharias y sus hombres eran vaqueros del rancho de Sam y Bella, y los Ocho del Infierno tenían una deuda con ellos que jamás podría saldarse del todo. Zach y los suyos se habían ofrecido voluntarios para llevar a cabo una misión suicida, enfrentándose a los comanches y darle así a Tucker el tiempo que necesitaba para poner a salvo a su esposa embarazada. Todos creyeron que habían muerto, y se produjo una gran conmoción cuando aparecieron cubiertos de sangre y con graves heridas, pero vivos, en su propio funeral.
—Espero que los contactos de Sam puedan darnos pronto lo que necesitamos para acabar de una vez por todas con los atentados contra la vida de Desi.
Tracker asintió.
—Y contra la de Ari.
—Es increíble lo que pueden hacer los hombres por dinero.
Al parecer, Ari y Desi valían mucho dinero para un hombre sin escrúpulos procedente del Este. Por lo que Sam y los demás habían deducido, la familia de las chicas había sido asesinada en su viaje al Oeste. Pero cuando los asaltantes las vieron, pensaron que ganarían mucho más vendiéndoselas a los comancheros. Las dos hermanas salvaron la vida, a cambio de padecer los mayores sufrimientos posibles. El calvario de Desi acabó cuando Caine la encontró desnuda en un arroyo, luchando ferozmente contra cuatro hombres con aquel espíritu indomable que la caracterizaba. En cuanto a Ari, nadie sabía qué había sido de ella, pero el instinto de Desi le decía que aún seguía viva y eso bastaba para los Ocho del Infierno. Cada uno de ellos portaba una carta consigo en la que se prometía llevar a Ari con su hermana, y ninguno de los ocho había faltado jamás a una promesa.
Pocas esperanzas albergaban de encontrarla viva, pero Tracker compartía esa certeza con Desi. Tal vez porque él también tenía un hermano y comprendía ese vínculo que sobrepasaba la lógica. O tal vez se debiera a una razón mucho más profunda, y mucho más íntima. En cualquier caso, sabía que Ari estaba viva y estaba seguro de que acabaría encontrándola. La única duda era si la encontraría a tiempo.
Volvió a mirar hacia el sur. Ari estaba esperando en algún sitio y lo necesitaba. No escucharía las voces de alarma que sonaban en su cabeza, pero tampoco quería que Shadow corriera un riesgo que podría conducirlo a la muerte.
—No podemos esperar a que Luke, Caden y Ace recojan sus mensajes en los puntos de encuentro. Si la mujer que está en Cavato es Ari, tienes que llegar hasta ella antes de que la vendan o vuelvan a raptarla.
—Sí —la expresión imperturbable de Shadow decía que aceptaba lo inevitable—. ¿Y si no es Ari?
Tracker palmeó la ijada de Buster.
—En ese caso haré lo que considere mejor.
—Tia dijo que como llevemos otra boca que alimentar y que no sepa cocinar, no volverá a hacernos galletas en la vida.
—Habrá que enseñarle a cocinar de camino a casa.
Shadow soltó un bufido de desdén y recogió las riendas de su caballo.
—Lo dice un hombre que siempre está evitando a las mujeres…
Tracker enganchó las riendas en la perilla de la silla. Buster movió ligeramente la cabeza, como anticipándose a la acción. Al animal le encantaba galopar campo a través, y a Tracker nada le gustaba más que cabalgar a lomos de su fiel roano.
—Porque no quiero su gratitud.
Le hacía sentirse incómodo, incluso embustero. Él no era ningún héroe. No había nada que pudiera hacer cuando la esperanza se apagaba en los ojos de una mujer al descubrir que no era ella a quien Tracker iba a salvar. Que no estaba allí para llevarla a un lugar seguro. A las que rescataba, las llevaba al rancho de los Ocho, donde podían empezar una nueva vida, volver con sus familias o quedarse bajo la protección del grupo.
Era algo que Shadow sabía muy bien, pues había salvado a tantas mujeres como Tracker. La diferencia era que esas mujeres no se enamoraban de Shadow, y a Tracker le gustaría saber el secreto para mantenerlas a distancia, porque empezaba a cansarse de las burlas de sus compañeros.
Shadow montó en su caballo, haciendo crujir el cuero.
—Ya que no puedes impedirlo, deberías disfrutar con ello.
—Jamás —no era un mujeriego y nunca lo había sido.
—No podemos ser insensibles a las mujeres, aunque no las entendamos.
—Cierto —recordó la manera con que Desi miraba a Caine. O Sally Mae a Tucker. La única avaricia que despedían sus ojos era la de una mujer enamorada que deseaba a su hombre. Pero Tracker no recordaba que a él lo hubieran mirado así en su vida. Había tenido que pagar por cualquier muestra de afecto, y ya estaba cansado de pagar. Estaba cansado de muchas cosas.
Buster agitó la cabeza y resopló con impaciencia. Tracker estaba de acuerdo con su caballo. Era hora de ponerse en marcha.
—¿Tracker? —lo llamó Shadow cuando ya había montado.
—¿Qué?
—No tienes por qué ir.
—He dado mi palabra —dijo Tracker. Durante mucho tiempo la palabra de los Ocho no había valido nada, pero ahora sí. No iba a ser él quien faltara a ella.
—Desi lo entenderá.
—No lo creo. Quiere a su hermana.
—También te quiere a ti.
Tracker negó con la cabeza.
—No es lo mismo.
Shadow se protegió del sol de la mañana con su sombrero.
—¿Por qué es tan importante para ti encontrar a Arianna, Tracker?
—¿Qué quieres decir?
—Una vez me dijiste que tenías el presentimiento de que esa mujer sería tu final.
—Estaba borracho —últimamente las pesadillas le impedían conciliar un sueño tranquilo, y de vez en cuando recurría al whisky para escapar de ellas.
—Tú nunca bebes, pero cuando la última chica resultó no ser Arianna, estuviste dos días empinando el codo.
—Eso fue tras pasar un mes siguiendo la pista de cinco mujeres que me hicieron pasar un infierno.
—Odias el alcohol y lo que les hace a los hombres.
—Eso no significa que yo pierda la cabeza como el resto cuando bebo más de la cuenta.
—No digas estupideces.
Tracker no necesitaba imprecaciones de su hermano. Y menos en aquel momento.
—Déjalo ya, Shadow.
—No si encontrar a Ari significa perderte —la montura de Shadow se removió por la tensión que le transmitía su jinete.
—Voy a encontrarla, cueste lo que cueste.
—¿Y si vas derecho a tu muerte?
Tracker había aceptado aquella posibilidad un año atrás. No fue tan difícil, viendo la angustia de Desi cuando hablaba de la última vez que vio a su hermana, su expresión de culpa y desesperanza mientras le rogaba a Caine que la ayudara… Al igual que Caine, Tracker haría todo lo que estuviera en su mano para aliviar el dolor de Desi. A pesar de todo lo que había padecido, era el alma más pura que Tracker había conocido. Un ángel con el pelo rubio y los ojos azules a quien Tracker creyó reconocer la primera vez que la vio, pero el instinto le advirtió que, aunque muy parecida, no era ella esa persona especial que lo estaba esperando en alguna parte.
Y entonces Desi reveló la existencia de su hermana gemela, y con ello empezaron esos sueños en los que Arianna lo llamaba desesperadamente, rogándole que la salvara. Él sabía que podía ayudarla; igual que sabía que la salvación de Arianna acabaría con él. Se imaginaba la cara de Desi al ver de nuevo a su hermana. No estaba tan mal ser un héroe…
Se encontró con la mirada de Shadow y la sostuvo. Quería dejar muy claro que se enfrentaba a su destino en paz consigo mismo.
—Estoy dispuesto a pagar el precio que sea necesario.
Shadow sacudió tristemente la cabeza.
—Yo no.
—Tu destino es otro —dijo Tracker.
El destello en los ojos de Shadow apenas fue perceptible, pero a Tracker no le pasó desapercibido. Su hermano tenía sus propios demonios contra los que luchar.
—Prométeme que tendrás cuidado.
Tracker asintió.
—Y tú también.
Shadow enfiló con su caballo hacia el oeste y lo espoleó para ponerse en marcha. Caballo y jinete se fundieron a medio galope mientras se alejaban hacia el horizonte. Tracker esperó hasta perderlos de vista y entonces giró a Buster hacia el sur. Su destino lo aguardaba.
El destino lo esperaba en una pequeña casa de adobe, a un kilómetro y medio de Esperanza. Presentaba un aspecto ruinoso, aunque podía apreciarse lo que en su día había sido. Un establo lo bastante grande para albergar un gran número de caballos se levantaba precariamente a un lado, rodeado por varios corrales a punto de derrumbarse. Sólo las vallas cercanas a la casa permanecían casi intactas. La casa parecía haberse construido para una familia numerosa, y los restos de pintura roja en los postigos hablaban de tiempos más prósperos y felices. Pero las únicas personas a las que Tracker había visto desde que llegó la noche anterior eran un anciano hispano y su esposa y una mujer rubia a la que Tracker sólo había visto de espaldas a través de una ventana. Por la ausencia de huellas de cascos no parecía que hubiera más habitantes.
Volvió a enfocar la ventana con el catalejo con la esperanza de ver a la mujer rubia, pero sólo vio el respaldo de una silla, una taza en una mesa y el borde de una cocina de hierro. La impaciencia se apoderó de él, algo que casi nunca le ocurría. Necesitaba ver a la joven que vivía allí. El instinto le decía que se trataba de Ari. Tenía que ser ella. Tracker estaba harto de las pesadillas que lo acosaban sin tregua, pero también de los cuentos de hadas que su imaginación evocaba. Aquella mujer había perdido a su familia a manos de los asesinos, su virginidad a manos de los comancheros, y seguramente su cordura a manos de Dios sabía qué. Encontrarla no supondría el final de sus pesadillas ni el comienzo de una vida de ensueño para ambos. Tendría suerte si conseguía hacerla reaccionar.
Cambió ligeramente de postura. No había donde esconderse alrededor de la casa, lo que la convertía en una buena posición defensiva en caso de ataque, pero espiarla suponía un verdadero suplicio. Apenas había maleza para ocultar a un hombre de su tamaño, y tenía que permanecer de rodillas e incómodamente agazapado para no delatar su presencia.
Se obligó a no pensar en el dolor de sus músculos agarrotados y se concentró en la vigilancia. Tenía que averiguar si aquella joven era una huésped o una prisionera. No era raro que las mujeres fueran vendidas como esclavas por aquellas tierras, y no supondría ninguna sorpresa que Ari lo viera como algo bueno, después de todo por lo que había pasado.
Un movimiento a la izquierda le llamó la atención. El hombre viejo salió por la puerta trasera al patio, se apoyó unos segundos en el marco y se dirigió hacia el establo, presumiblemente a ordeñar la única vaca que allí había. Un perro de caza, también de avanzada edad, trotaba a su lado. Para Tracker era obvio que el viejo estaba enfermo y que no quería que nadie lo supiera.
Anotó mentalmente la actividad del anciano. Hasta donde había visto no parecía gente hostil ni violenta. La noche anterior se había arrastrado hasta la casa para oírlos hablar. Sólo llegó a entender unas frases sobre el estado de los rosales antes de que el perro oliera su presencia y se pusiera a ladrar. Pero aquel minúsculo fragmento de conversación bastó para que Tracker pudiera oír su voz. Era dulce y melódica, y tenía un delicioso matiz del Este, muy parecida a la voz de Desi.
Sacudió la cabeza y se bajó el ala del sombrero. Si estuviera buscando a cualquier otra mujer, los pocos datos que había recopilado bastarían para pasar a la acción. Pero aquella misión era demasiado importante, demasiado personal. No sabía por qué, pero necesitaba estar absolutamente seguro antes de dar el siguiente paso.
Algo se movió en la ventana y de nuevo apuntó con el catalejo hacia la casa. Lo único que vio fue el pelo canoso de la anciana. Pero entonces se apartó y la joven volvió a aparecer. Vista de espaldas parecía igual que Desi. Tenía la misma estatura y la misma postura, desafiante y a la vez vacilante, como si necesitara un pequeño empujón para comerse el mundo. Y lo más importante de todo, tenía el mismo pelo rubio y rizado.
Tracker apretó el catalejo con fuerza.
«Date la vuelta… Date la vuelta».
Como si lo hubiera oído, la mujer se giró. Y la impresión de Tracker al ver su rostro estuvo a punto de hacerle soltar el catalejo.
Sabía que Ari era la hermana gemela de Desi, pero no estaba preparado para recibir un impacto semejante. Ari tenía los mismos ojos grandes y azules, el mismo rostro redondeado, los mismos labios rojos y carnosos, la misma barbilla… Si las dos hermanas estuvieran juntas sería imposible distinguirlas.
Se protegió del sol con el sombrero y escudriñó con atención para apreciar algunas diferencias, aunque a aquella distancia era difícil. Desi era pequeña y delicada, pero su hermana lo era aún más. Las mejillas de Ari parecían más rollizas, y desde luego no presentaba el aspecto de una mujer que hubiera sobrevivido al infierno. Mientras la observaba, ella se echó a reír con la cabeza hacia atrás, de modo que sus rizos dorados cayeron sobre sus hombros. Tracker bajó el catalejo, pero la imagen de su sonrisa permanecía grabada en su retina.
Respiró hondo para intentar calmarse. Era Ari y estaba viva. Más que eso. Parecía feliz, lo que desafiaba toda lógica.
«Eran once contra ella sola».
El relato de Desi de la última vez que vio a su hermana resonó en su cabeza, y una furia asesina ardió en sus venas al pensar en la facilidad con que un hombre podría someter a una mujer como Desi, en todo el daño que se le podía infligir a una mujer tan delicada hasta que ella renunciara a toda esperanza e hiciera todo lo que se le ordenaba. Y si multiplicaba ese castigo por once, el horror lo cegaba tanto como la ira. ¿Cómo era posible que Ari no tuviera ninguna cicatriz? Al menos a simple vista.
Un pájaro emprendió el vuelo desde un matorral entre la casa y el establo. No era el viejo quien lo había asustado, pues aún estaba en el interior del establo. A Tracker se le erizaron los pelos de la nuca. El pueblo de Esperanza se expandía a una velocidad salvaje debido a los rumores sobre un yacimiento de oro en la región, y con el crecimiento urbano crecía también el número de proscritos y forajidos. Las mujeres rubias eran poco frecuentes en aquella parte del país. Y una mujer rubia de delicada figura y rostro angelical era una presa muy codiciada para cualquier salteador o cuatrero. Parecía que Tracker había llegado a tiempo para ser de utilidad.
Volvió a mirar hacia la casa. Los postigos de las ventanas parecían sólidos, salvo por los agujeros de bala que se apreciaban en la madera. Los habitantes de la casa habían tenido que luchar por su supervivencia en algún momento de sus vidas, pero parecían haberse vuelto muy confiados en un tiempo en el que deberían estar más alerta. El viejo ni siquiera llevaba un arma consigo cuando fue al establo.
Tracker levantó el catalejo y distinguió la figura de un hombre tras el cobertizo. Calculó que la distancia entre el intruso y él sería de unos noventa metros, y ni un solo lugar donde cubrirse. La posibilidad de un ataque por sorpresa quedaba descartada, así que agarró su rifle. Un rápido vistazo a los alrededores le confirmó que no había más intrusos. Apuntó con cuidado, manteniendo el rifle bajo para que el sol no se reflejara en el cañón metálico y alertara a su objetivo. Se mojó el dedo meñique y lo levantó para comprobar el viento. Apenas soplaba el aire, lo que facilitaría considerablemente el disparo.
El intruso avanzó y Tracker se relajó al tiempo que se tranquilizaba. No era más que un muchacho. De tez oscura, pelo negro y revuelto y típico atuendo mexicano de lana marrón. Debía de estar realmente prendado de la mujer blanca si se arriesgaba a espiarla. Incluso allí, en la frontera del estado, muchos hombres no dudarían en matarlo por un atrevimiento semejante.
Pero al muchacho no parecía importarle su vida. Al fin y al cabo, un joven enamorado no tenía juicio ni control sobre sus actos, como bien recordaba Tracker de su primer y malogrado amor de juventud. Lo único que importaba era conseguir acercarse a la mujer de sus sueños, aunque sólo fuera por un instante.
Sin duda había que inculcarle buenos modales a aquel insensato, pero no matarlo. Tracker apoyó el rifle en las rodillas y no se sorprendió cuando Ari salió de la casa vestida con un camisón y una capa y portando una jarra, pero apretó los dientes al apreciar sus pantorrillas a través del algodón translúcido. Aquella vieja casa de adobe no estaba tan aislada del resto del mundo como para que una mujer pudiera pasearse semidesnuda. Si él estuviera casado, no permitiría que su esposa se dejara ver con un camisón que se ceñía tentadoramente a sus generosos pechos.
Su pene reaccionó al instante cuando el camisón se estiró sobre las esbeltas caderas de la mujer. Tenía un trasero sorprendentemente apetitoso para ser tan delgada. A Tracker le volvían loco los traseros bien contorneados, y el de Ari era una auténtica obra de arte.
Enseguida apartó la idea de su cabeza. Una mujer como Ari no era para él, y si se atrevía a olvidarlo deberían meterle una bala entre los ojos para recordárselo.
Ari se dirigió al pozo, detrás de la casa. Mojó la bomba con una taza de agua del cubo que había al lado y procedió a mover la manivela con fuerza. El agua empezó a manar y ella se retiró lo suficiente para que no le salpicara. Tracker no supo si tomárselo bien o mal. El algodón mojado suponía una tentación irresistible para ver a través de la ropa. Ari llenó la jarra de agua, se irguió como si hubiera escuchado algo y volvió a la casa rápidamente. ¿Qué habría oído para asustarse aquella manera?
La puerta se cerró con un portazo tras ella. El muchacho miró hacia el establo, luego hacia la casa y se alejó corriendo, mirando varias veces por encima del hombro. Tracker sabía cómo debía de sentirse. A ambos les habría gustado ver un poco más de aquellas preciosas piernas y aquellos pechos turgentes. Maldijo en voz baja y se movió un poco para intentar aliviar el dolor de la entrepierna. Era demasiado mayor para reaccionar como un crío lujurioso.
Se arrastró hacia atrás hasta quedar oculto tras una pequeña elevación del terreno y entonces se puso en pie y llamó a Buster con un silbido. Recogió sus cosas rápidamente, acuciado por una extraña impaciencia. Normalmente era un hombre que procedía con calma y serenidad. Incluso podía esperar días enteros hasta que se le presentara la oportunidad de disparar, ignorando la tensión muscular, las picaduras de insectos y las inclemencias del tiempo. ¿Por qué no podía esperar ni cinco minutos para cabalgar hasta aquel rancho en ruinas?
Enfundó el rifle y se detuvo un momento antes de montar para tocarse el bolsillo, donde tenía la carta escrita por Desi. Le había prometido que llevaría a Ari a casa. Todos daban por supuesto que Arianna querría volver con su hermana, pero la verdad era que parecía sentirse muy bien en aquel lugar. Tal vez no quisiera abandonar a la anciana pareja para irse al otro extremo del estado. Fuera cual fuera el infierno que había sufrido desde que los comancheros la raptaron, era evidente que allí había encontrado la paz. Y rara vez la gente quería abandonar una vida segura y pacífica.
La carta crujió bajo sus dedos. Una promesa era una promesa. Si tenía que llevar a Ari en contra de su voluntad al rancho de los Ocho, lo haría aunque fuera a rastras. El ataque a Sally Mae había demostrado que los enemigos de Desi y Ari seguían al acecho, y si él había encontrado a Ari, ellos también podrían hacerlo.
Se subió a lomos de Buster y se dirigió hacia el rancho. No podía marcharse de allí sin Ari, por lo que necesitaba una excusa para quedarse. En el pueblo había oído que el viejo estaba buscando ayuda para hacer algunas reformas urgentes.
Le dio una palmada a Buster.
—Tendremos que ir a pedir trabajo.
El viejo era más duro de lo que Tracker había esperado. Al verlo en la puerta del establo agarró rápidamente una horca.
—¿Qué quieres? —le preguntó en español.
Tracker se detuvo a una distancia segura entre los dientes de la horca y su estómago, mientras su vista se adaptaba a la luz del establo. Lo último que quería era herir a un anciano que había acogido a Ari en su casa.
—Busco trabajo —respondió en inglés—. He oído en el pueblo que usted puede ofrecerlo.
El viejo entornó los ojos y lo miró de arriba abajo. Tracker sabía el aspecto que ofrecía. La cicatriz de su rostro, el pelo largo y la ropa negra hacían presagiar problemas a cualquiera que lo mirase.
—Estoy buscando un ayudante —dijo el anciano, sin bajar la horca.
—Yo soy su hombre.
El anciano miró las cartucheras que colgaban de sus caderas.
—Que sepa manejar un martillo.
Tracker no se molestó en sonreír. A la gente le ponía nerviosa que sonriera.
—Soy bueno con el martillo.
—No quiero tener problemas con los pistoleros.
Los ojos de Tracker ya se habían adaptado al interior del establo. No había nadie más y no tenía un mal presentimiento. Suficiente para poder relajarse y levantarse el sombrero.
—¿Lo dice en serio?
—Completamente —respondió el anciano, sin relajarse lo más mínimo.
—Por lo que vi anoche en el pueblo, diría que un hombre con una bonita joven en su casa necesita toda la ayuda que pueda conseguir. Sea con un martillo o con otras herramientas.
El anciano dio un paso adelante y apuntó con la horca a la garganta de Tracker.
—Ni se te ocurra acercarte a mi hija…
¿Hija? ¿Se refería a Ari como si fuera su hija? Aquello complicaría bastante las cosas.
—No tengo la menor intención de acercarme a nadie. Yo tampoco quiero tener problemas de ningún tipo.
El viejo bajó ligeramente la horca.
—Más te vale, porque si le pones un dedo encima te colgarán de tus pelotas —amenazó, haciendo un gesto con la cabeza en dirección al pueblo.
Interesante…
—¿Quiénes?
—Los gringos que vinieron al pueblo el invierno pasado.
—Anoche no vi a ningún gringo en el pueblo.
El viejo escupió.
—Vienen y van. Pero cuando vienen es mejor no cruzarse con ellos.
Seguramente era una banda de proscritos con intención de convertir el pueblo de Esperanza en su refugio.
—No son muy amistosos, ¿eh?
El viejo apoyó la horca en el suelo.
—No.
La vaca manifestó su inquietud con un fuerte mugido. No parecía hacerle mucha gracia que hubieran interrumpido el ordeño matinal.
—Un trabajador que sepa manejar un arma podría serle muy útil —dijo Tracker, extendiendo la mano—. Tracker Ochoa.
El anciano no pareció reconocer el nombre, lo cual no sorprendió a Tracker. El pueblo de Esperanza estaba muy cerca de la frontera mexicana y la fama de los rangers de Texas no llegaba tan lejos.
—Vicente Morales.
La mano de Vicente estaba llena de callos y cicatrices, y su apretón fue mucho más ligero de lo que Tracker había esperado. Él tampoco apretó con mucha fuerza, pues los nudillos hinchados del anciano eran un síntoma inequívoco de artritis.
Vicente apoyó la horca en la pared del establo.
—La vejez no es para los cobardes.
—Tenía un aspecto muy amenazador con esa horca —dijo Tracker. Dio un paso adelante y señaló la vaca—. ¿Le importa si acabo de ordeñarla?
—Te lo agradezco.
Tracker acercó el taburete al animal.
—¿Tiene alguna preferencia que deba saber?
—No. Abuelita es una buena vaca.
Tracker se quitó el sombrero y apoyó la frente contra el costado del animal. Hacía mucho que no ordeñaba una vaca y no era una actividad que lo sedujera mucho, pero no podía quedarse de brazos cruzados mientras un viejo con artritis se hacía cargo de la tarea. Afortunadamente había cosas que un hombre jamás olvidaba, y ordeñar una vaca era una de ellas. Con dos apretones consiguió que un chorro de leche cayera en el cubo. El perro gimió y miró esperanzado a Tracker, quien sonrió y lanzó el chorro hacia el animal. Le falló un poco la puntería, pero el perro lo compensó lamiendo las gotas de leche de sus bigotes.
—Espero que no le importe —le dijo a Vicente.
—No, claro que no —respondió él, riendo—. El pobre ya no puede cazar conejos, y la leche es uno de los pocos placeres que le quedan.
—Hay que darle placer al cuerpo.
—Desde luego.
El silencio se hizo en el establo, interrumpido tan sólo por el ruido del perro escarbando y el goteo de la leche en el cubo.
—El sueldo no es gran cosa —dijo Vicente—. Alojamiento en el establo y cena.
Tracker ladeó la cabeza para mirarlo.
—¿Su mujer es buena cocinera?
—Muy buena cocinera —le aseguró Vicente, dándose una palmada en su oronda barriga.
Tracker intentó no sonreír. Se imaginaba a Caine diciendo lo mismo dentro de cuarenta años. La idea de ver a Caine con barriga era tan cómica que no pudo evitar reírse.
—Perfecto, entonces.
La vaca estaba casi seca y dio un fuerte pisotón en el suelo para indicar que se le había acabado la paciencia. Tracker la exprimió hasta la última gota y se echó hacia atrás, y entonces recordó, demasiado tarde, otro motivo por el que odiaba a las vacas. La cola lo azotó en la cara, y el escozor de los pelos erizados hizo aún más humillante la afrenta.
—Maldita hija de…. —se puso en pie de un salto y a punto estuvo de derramar la leche. Por su parte, la vaca giró la cabeza y lo miró con reproche, como si Tracker hubiera hecho algo malo—. ¡No me mires así! —exclamó mientras se frotaba le mejilla—. No soy yo el que agita la cola sin cuidado.
Agarró el cubo rápidamente, por si acaso era una de esas vacas que disfrutaban echando a perder una tarea de lo más desagradable.
Vicente soltó una fuerte carcajada y le tendió a Tracker la tapa del cubo.
—Este lugar puede ser peligroso para ti.
—¿Lo dice por los gringos? —preguntó Tracker mientras aseguraba la tapa.
—No.
Tracker agarró el sombrero y volvió a ponérselo en la cabeza.
—Esto no es nuevo para mí.
—¿Por qué quieres este trabajo?
—Mis razones son personales. ¿Por qué me lo ofrece?
—¿Quién dice que te lo esté ofreciendo?
—Yo.
—¿Y quién eres tú para que deba importarme lo que digas?
Tracker no intentó discutir. Al fin y al cabo, se trataba de un hombre viejo y enfermo con dos mujeres a las que proteger. Era lógico que estuviera nervioso.
—Un hombre en quien puede confiar.
—No conozco a ningún hombre digno de confianza.
—Eso no quiere decir que yo no lo sea.
Vicente lo miró fijamente a la débil luz del establo.
—¿De verdad esperas que confíe en ti?
—Casi todo el mundo lo hace.
El viejo lo miró unos segundos más y finalmente asintió.
—En ese caso… creo que yo también lo haré —le señaló la puerta—. Te pondremos a prueba hoy mismo. Deja la leche junto a la puerta trasera de la casa —palmeó el costado de la vaca—. Yo me ocuparé de Abuelita.
—Muy bien.
—Y vuelve enseguida.
Tracker asintió. Estaba acostumbrado a que los hombres no lo quisieran cerca de sus mujeres.
—Te aconsejo que no te entretengas —le dijo Vicente cuando Tracker se disponía a salir—. Mi mujer está últimamente muy nerviosa y no tiene muy buena puntería.
—¿Es de las que dispara a matar? —preguntó Tracker. Era algo que respetaba profundamente. En su opinión, nadie debería usar un arma sin estar preparado para matar.
—Ojalá lo fuera, pero su corazón es tan blando como mala es su puntería —dijo Vicente con una sonrisa de afecto—. Si te apunta al pie lo más seguro es que acabes con una bala en la cabeza.
—Lo tendré en cuenta —repuso Tracker, riendo.
—Gracias —la expresión de Vicente volvió a tornarse seria—. Si decides quedarte, te la presentaré más tarde.
—En ese caso, supongo que tendré que esforzarme a conciencia para poder quedarme.
—¿Porque no quieres recibir una bala en la cabeza, tal vez?
—Porque hace mucho que no tomo una buena comida casera.
El viejo sacudió la cabeza y agarró el lazo de la vaca para sacarla del establo.
—Un hombre se siente más solo con los años, ¿verdad?
—Algunos —murmuró Tracker.
—¿Algunos? —repitió Vicente en tono burlón.
Lo último que Tracker necesitaba era que un viejo intentara hacer de casamentera. Ya tenía bastante con la pesada de Tia.
—Sí, algunos —afirmó.
—¿Pero tú no? —insistió Vicente mientras guiaba a la vaca hacia el campo vallado.
—No. Yo no.
—¡Ja! —exclamó Vicente—. Lleva la leche a la casa y nos pondremos manos a la obra.
El viejo tal vez fuera artrítico y medio ciego, pero parecía empeñado en exprimir a Tracker al máximo. La primera tarea del día fue preparar un huerto para su mujer, lo que exigía surcar la tierra dura, reseca y pedregosa. La única herramienta disponible era un arado viejo y pesado, y sin caballo para tirar del mismo le tocó a Tracker colocarse el arnés. A juzgar por el desgastado aspecto del anciano aquél parecía haber sido el sistema empleado durante años.
Tras recorrer una vez la zona delimitada, Tracker empezó a pensar seriamente en atar el improvisado arnés al trasero de Buster. Pero su caballo no toleraba de buen grado tener que tirar de nada, y puesto que Tracker no iba a quedarse allí lo suficiente para reemplazar el arado, no le quedó más remedio que volver a colgarse el arnés al hombro y arrastrar las rejas de hierro por el siguiente surco.
—¿Seguro que su mujer necesita un huerto tan grande? —le preguntó a Vicente al pasar junto a él, quien estaba retirando las piedras del terreno con una red extendida entre dos palos atados. Era un ingenioso mecanismo con el que evitaba castigarse sus ya deterioradas manos.
—Desde luego que sí. Estará encantada.
Tracker no sabía quién estaría más encantado, si Vicente o su esposa. Lo que sí estaba claro era que un huerto de aquel tamaño aseguraría provisiones suficientes para comer o comerciar durante una buena temporada. Miró a Vicente y vio que se dejaba una roca en la tierra. ¿Tan mal tendría la vista?
Levantó la mirada hacia el sol. Iba a ser un día muy caluroso.
—Entonces será mejor que lo acabemos antes de que el sol nos achicharre.
Vicente gruñó mientras arrastraba una piedra sobre la tierra arada.
—Sí… Hoy va a hacer calor.
Al cabo de dos horas, Tracker estaba empapado de sudor, muerto de sed y con un hambre voraz, pero toda la tierra estaba arada y Vicente parecía satisfecho. Apenas habían acabado cuando sonó una campana desde la casa.
—¡Ah! El desayuno está listo. Vamos a lavarnos, rápido.
Tracker se quitó el arnés, contento por librarse de la maldita herramienta.
—Creía que sólo estaba incluida la cena.
—Así es, pero mi Josefina te ha estado observando desde la ventana —le quitó el arnés y lo dejó sobre la esteva—. Ya te dije que tenía un corazón muy blando, y no puede consentir que un hombre pase hambre. Así que tendrás un plato esperándote, y me regañará si no te lo comes.
Tracker podría comerse un caballo entero, pero aún no estaba preparado para conocer a Ari y que la dura realidad reemplazase sus fantasías. Su fascinación por aquella mujer tenía que acabar en algún momento, pero no aquella mañana.
—Las mujeres pueden ser la ruina.
Vicente le dio una palmada en la espalda.
—Es normal que pienses así, siendo tan joven.
Hacía mucho que nadie llamaba «joven» a Tracker.
—Cuando seas mayor verás que las mujeres son un regalo de Dios para hacer la vida más fácil y dichosa.
—Ajá.
Vicente sacudió la cabeza.
—Los jóvenes de hoy en día no sabéis apreciar las cosas. Siempre intentando cambiarlo todo y rechazando lo que se os ofrece.
—¿Se refiere a una mujer? —preguntó Tracker de camino al lavadero—. Ya he tenido más de las que me correspondía.
—Me refiero a una buena mujer —recalcó Vicente.
—Mi padre era indio y mi madre mexicana. No hay muchas buenas mujeres dispuestas a aceptar esa mezcla.
—No te hacen falta muchas. Sólo una.
—Claro… —el viejo estaba tramando algo y había que pararle los pies cuanto antes—. ¿Vicente?
—¿Sí?
—Sea lo que sea lo que esté pensando, olvídelo —le advirtió.
—Sólo estaba diciendo la verdad —protestó el viejo.
—Gracias —Tracker movió la bomba mientras Vicente agarraba el jabón de una lata—. Pero estoy muy contento con mi vida.
—No es cierto.
—Lo es.
Vicente murmuró algo incomprensible mientras terminaba de lavarse.
—Cuando hayas acabado, ven a casa.