Enredo de Navidad en Snowdonia – Parte 2 - Lilly Emme - E-Book

Enredo de Navidad en Snowdonia – Parte 2 E-Book

Lilly Emme

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Beschreibung

Ethan llega a Snowdonia y se enfrenta a las expectativas que su familia tiene sobre él. Los viejos recuerdos comienzan a aflorar y piensa en cómo su padre le exigió que estudiase una carrera para hacerse cargo algún día de las propiedades familiares. Que le hubieran aceptado en el mejor coro masculino de Cambridge carecía de todo valor para su familia. Con el fin de evitarla, Ethan alquila una pequeña cabaña y se inventa rápidamente la historia de que es un escritor que necesita trabajar en paz. Holly se ha hecho cargo del antiguo pub del pueblo y está haciendo todo lo posible por arreglar el local. Cuando va de camino a recoger una entrega para su nuevo pub, choca con una ciclista que cae y resbala por la nieve. Para su sorpresa, ve que es Chloe, la estrella de cine que se ha mudado hace poco a la pequeña aldea. Después del más que inesperado encuentro, ambas se dirigen juntas a la ciudad. Sin embargo, Holly pronto se ve obligada a revelar a su nueva amiga sus más oscuros secretos cuando un invitado no deseado de su pasado aparece para asustarla.Esta es la segunda parte de Enredo de Navidad en Snowdonia.-

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Lilly Emme

Enredo de Navidad en Snowdonia – Parte 2

Segundo domingo de Adviento

Translated by Ana Lydia García del Valle

Saga

Enredo de Navidad en Snowdonia – Parte 2

 

Translated by Ana Lydia García del Valle

 

Original title: Jultrubbel i Snowdonia: 2

 

Original language: Swedish

 

Copyright © 2019, 2021 Lilly Emme and SAGA Egmont

 

All rights reserved

 

ISBN: 9788726922899

 

1st ebook edition

Format: EPUB 3.0

 

No part of this publication may be reproduced, stored in a retrievial system, or transmitted, in any form or by any means without the prior written permission of the publisher, nor, be otherwise circulated in any form of binding or cover other than in which it is published and without a similar condition being imposed on the subsequent purchaser.

 

www.sagaegmont.com

Saga Egmont - a part of Egmont, www.egmont.com

Holly

Me quedé mirando las llaves que estaban sobre la mesa de la cocina. Apenas me entraba en la cabeza que hubiera aceptado alquilar un ruinoso pub y, encima, precisamente en Bach Tref Môr. Es verdad que el alquiler no me iba a costar nada el primer año, pero de todos modos iba a tener que invertir dinero en renovar el local y adquirir materias primas. Tendría que hacerlo todo yo sola, porque, desde luego, no tenía dinero para contratar empleados. Mis padres comenzaban a entrar en años, así que a ellos tampoco podía pedirles mucho. Además, no estaba preparada para contarle a nadie nada sobre mi arrebatada decisión. Todo por culpa de ese cartero. Sentí que se me tensaban los músculos solo de pensar en Baptiste. Realmente me perturbaba.

Cogí un pinchito de fideos con el tenedor y maldije para mis adentros mi improvisado capricho. Por una vez me resultó bastante duro cenar sola, a pesar de que estaba acostumbrada. La vida cotidiana en la cabaña me parecía mil veces más solitaria de lo que me había resultado nunca mi vida en el apartamento de Liverpool.

Al meterme el primer bocado de comida en la boca, oí que un coche entraba por el camino de grava de la cabaña. Empezaron a darme vueltas ideas en busca de una razón lógica por la que alguien pudiera venir a mi cabaña por la noche. No esperaba visita, o al menos no que yo supiera. Mis padres siempre llamaban antes de venir. Había algo raro.

Me apresuré a esconderme detrás de la cortina de encaje. Desde aquí podía ver claramente los faros en la oscuridad. Me recorrió un torrente de malestar. El motor se quedó en silencio y las luces del coche se apagaron. Me pegué a la pared. Una puerta del coche se abrió y se cerró. Rápidamente agarré la sartén y me la acerqué todo lo que pude.

La manilla de la puerta se movió. Primero una sola vez y luego varias seguidas. Contuve la respiración con tal fuerza que pude sentir el latido de la sangre en mis sienes. Los tirones de la manilla cesaron y se hizo el silencio. Me pegué aún más contra la pared intentando que se me viera lo menos posible.

Después de unos segundos de silencio total, alguien rascó un poco de escarcha de la ventana y miró hacia adentro. En silencio, exhalé un poco de aire. La adrenalina bombeaba por todo mi cuerpo y yo agarraba con tal fuerza la sartén en la mano que los dedos se me pusieron blancos. Si la persona que fisgaba irrumpiese en la cabaña, la derribaría de un único y duro golpe.

Transcurrieron unos segundos y después oí que una puerta del coche se abría y se cerraba ruidosamente. ¿Se había asustado el intruso? Ya no entendía nada. Aquí apenas había depredadores peligrosos. Tal vez rondaba algún que otro viejo zorro cansado, pero no era como para asustar a nadie que tuviera tan clara intención de colarse en mi casa. El coche pegó un par de acelerones y arrancó después. Rápidamente me apresuré a la ventana para intentar ver al intruso.

Los faros traseros desaparecieron en la oscuridad antes de que tuviera tiempo de verlo bien. Pero entonces sucedió algo muy extraño. Llegó otro coche por la misma pequeña carretera, directamente hasta la cabaña. ¿Es que habían decidido todos los ladrones de Snowdonia intentar robarme esta noche, o qué? Me estiré y recuperé las fuerzas. Esta vez me iba a anticipar yo a ellos. ¡Iba a demostrar que conmigo no se jugaba! Agarré la sartén con más fuerza todavía, corrí hacia la puerta exterior y la abrí de golpe con un fuerte alarido.

Cuando vi quién estaba dentro del coche, bajé rápidamente mi improvisada arma e intenté ocultarla detrás de la espalda. ¿Qué diablos hacía él aquí?

En cierto modo, me alegré de no tener que pegarme con todo un grupo de ladrones de esos con bigote, pero al mismo tiempo, se produjo una especie de anticlímax. La adrenalina había recorrido intensamente mi cuerpo, todas mis células estaban listas para atacar y resulta que era simplemente Baptiste el que estaba ahí. El tonto de Baptiste con su ridícula sonrisa.

—¿Pensabas golpearme con eso o invitarme a cenar? —preguntó coqueteando mientras miraba fijamente a la sartén que sobresalía por detrás de mi espalda.

Parecía contento y casi hubiera podido jurar que me guiñó un ojo ridículamente.

—¿Has visto quién conducía el coche con el que te has cruzado?

Oí que mi voz sonó algo trastornada, pero estaba tan nerviosa que no pude hacer nada al respecto.

—No, ¿por qué?

Miré hacia la carretera. Todo volvía a estar tranquilo y hacía frío. Me crucé de brazos y miré fijamente a Baptiste.

—¿Qué haces aquí? ¿Has empezado a repartir el correo dos veces al día, o qué?

—De eso quería hablar contigo. Ha llegado una carta para ti, pero...

—Así que vienes para realizar algún tipo de extraña entrega nocturna…

—Tienes frío. Podemos entrar y te lo explico.

—Puedes explicármelo aquí —respondí con brusquedad. Pero la idea de recibir otra carta más hizo que me temblaran las manos. La sartén se me soltó de la mano y cayó directamente en la nieve.

—Estás temblando de frío. Venga, entremos —dijo y esta vez no protesté.

Nos quedamos de pie en el vestíbulo un momento. Finalmente lo aparté enfadada de la puerta de un empujón y eché llave. Cogí la silla del vestíbulo y la encajé debajo de la manilla. Él me miró. Casi pareció preocuparse por mí.

—¿Qué está pasando, Holly?

No me molesté en contestar, sino que me rodeé con los brazos y empecé a temblar incontrolablemente. Baptiste me llevó a la cocina y me sentó en la rinconera. Me envolvió con una manta y empezó a echar leña. La lumbre casi se había apagado, pero no tardó nada en volver a arder con fuerza. El fuego chisporroteaba y yo me quedé mirando como hipnotizada a las llamas amarillas. Era como si toda mi vida transcurriera a cámara lenta.

—La carta...

—En seguida.

Baptiste llenó el hervidor de agua y lo encendió. Al sentarse muy cerca de mí en la rinconera, se oyó un enorme crujido. Si no me hubiera sentido tan alterada, habría protestado por tenerlo tan cerca.

—Ahora te sirvo una taza de té. Parece que tienes escalofríos. Puede ser gripe, he oído que anda rondando. La anciana Eira la ha pasado, me comentó Lucy en la tienda. ¿Sientes fiebre?

Apoyó el interior de la muñeca en mi frente y sacudió la cabeza. Su mano dejó una sensación cálida sobre mi piel.

—No te noto caliente.

Baptiste se levantó. Se colocó bien el jersey, que se le había subido un poco, y dejó ver parte de su vientre. Rápidamente aparté la vista. Ya podía reservarse esos «absurdamente»bien entrenados abdominales para él solito. Por cierto, los hombres musculados estaban sobrevalorados.

—¿Dónde tienes las tazas?

—En el armario de la izquierda.

Baptiste sacó dos tazas, introdujo las bolsas de té y echó un generoso chorro de miel antes de darme una.

—Creo que me he llevado una fuerte impresión —mencioné y soplé la bebida caliente.

—¿Por lo que dije sobre la carta? No pienses más en ello. Si quieres me encargo de ello. No era mi intención molestarte.

—¿Dónde la encontraste?

Vaciló durante una fracción de segundo.

—Cuando estaba paseando a la perra, me encontré con un sobre con tu nombre.

—¿Exactamente dónde lo encontraste?

—Delante del pub.

—¿Viste algún coche cerca?

—Solo estábamos mi perra y yo. ¿Por qué lo preguntas?

Hace un momento había aquí un coche. Alguien intentó entrar. Creo que lo asustaste.

Baptiste me miró durante un rato. Sus pupilas se abrieron y pude imaginar lo que estaba pensando.

—¿Han entrado a robar?

—No precisamente, aquí no hay nada de valor para robar.

Baptiste sacó su móvil.

—Ahora mismo llamo a la Policía.

—¡No! ¡No llames! —grité en voz alta poniendo mi mano sobre su pantalla.

—Pues claro que tengo que llamar.

—Dudo que le den ninguna prioridad a cualquier intrusión en este lugar desértico. No cuando la Policía está tan falta de personal. Y seguro que preferirán acudir a investigar algún robo de furgonetas en Cardiff. ¿No has visto todos esos documentales sobre la ola de furgonetas robadas? ¿No te has enterado?

Él respondió a mi parloteo negando con la cabeza. Yo misma oía cómo sonaba, pero no podía evitarlo. Era el estrés lo que me hacía hablar a cien por hora.

—De todas formas, opino que deberíamos llamar —insistió Baptiste.

—Pero nadie ha sufrido daños y tú asustaste al intruso.

—Tú sí que has sufrido daños. Una conmoción también cuenta. Ojalá me hubiera traído conmigo a la perra.

Bebí un sorbo del té caliente.