Fantasmas, Chicas  Y Otros Espectros - Stephen Goldin - E-Book

Fantasmas, Chicas Y Otros Espectros E-Book

Stephen Goldin

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Beschreibung

FANTASMAS, CHICAS Y OTROS ESPECTROS es una colección amplia de los cuentos de ficción individuales de Stephen Goldin, que contiene la mayoría de los cuentos de su colección previa EL ÚLTIMO FANTASMA Y OTROS CUENTOS. (Los cuentos del ”Ángel de negro” se han colocado en un volumen propio.) Estos cuentos cubren el espectro desde el humor al pathos y le garantizamos que lo entretendrán.
FANTASMAS, CHICAS Y OTROS ESPECTROS es una colección amplia de los cuentos de ficción individuales de Stephen Goldin, que contiene la mayoría de los cuentos de su colección previa EL ÚLTIMO FANTASMA Y OTROS CUENTOS. (Los cuentos del ”Ángel de negro” se han colocado en un volumen propio.) Incluye algunos de sus mejores sueños conocidas, tales como ”El último fantasma”, cuento finalista del Premio Nébula, y ”Dulces sueños, Melissa”, incluido frecuentemente en antologías. La lista completa del índice incluye: Dulces sueños, Melissa; Las chicas del USSF 193; Agradable lugar para visitar, Cuando no hay un hombre cerca; Xenófobo; Cuento macabro; Sobre el amor, el libre albedrío y las ardillas grises en una tarde de verano; Testarudo; Pero como un soldado, por su país; El mundo en el que los sueños funcionaban; Apollyon Ex Máquina; Preludio a una sinfonía de gritos no nacidos; Retrato del artista como un joven dios; El último fantasma y Casas embrujadas. Los cuentos de este libro cubren el espectro desde el humor hasta el pathos y demuestran la evolución de un prolífico escritor en el campo de la ficción especulativa. ¡Que los disfrute!

PUBLISHER: TEKTIME

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Fantasmas, Chicas y Otros Espectros

Por Stephen Goldin

Publicado por Parsina Press

Aviso de derechos de autor

Fantasmas, chicas y otros espectros. Derechos de autor 2011 de Stephen Goldin. Todos los derechos reservados.

“Dulces sueños, Mellisa”, derechos de autor 1968, 1996 de Stephen Goldin. Todos los derechos reservados.

“Las chicas de los USSF 193”, derechos de autor 1965, 1993 de Stephen Goldin. Todos los derechos reservados.

“Agradable lugar para visitar”, derechos de autor 1973 de Mankind Publishing Company. Todos los derechos reservados.

“Cuando no hay un hombre cerca”, Derechos de autor 1977 de Davis Publications, Inc. Todos los derechos reservados.

“Xenófobo”, Derechos de autor 1975 de Mankind Publishing Company. Todos los derechos reservados.

“Cuento macabro”, derechos de autor 1972 de Knight Publishing Corporation. Todos los derechos reservados.

“Sobre el amor, el libre albedrío y las ardillas grises en un tarde de verano”, derechos de autor 1974 de Mankind Publishing Company. Todos los derechos reservados.

“Testarudo”, derechos de autor 1972 de David Gerrold. Todos los derechos reservados.

“Pero como un soldado, por su país”, derechos de autor 1974 de Terry Carr. Todos los derechos reservados.

“El mundo en el que los sueños funcionaban”, derechos de autor 1971, 1999 de Stephen Goldin. Todos los derechos reservados.

“Apollyon Ex Máquina” derechos de autor 1980 de Stephen Goldin. Todos los derechos reservados.

“Preludio a una sinfonía de gritos no nacidos”, derechos de autor 1975 de Roger Elwood. Todos los derechos reservados.

“Retrato del artista como un joven dios”, derechos de autor 1977 de David Gerrold. Todos los derechos reservados.

“El último fantasma”, derechos de autor 1971, 1999 de Stephen Goldin. Todos los derechos reservados.

“Casas encantadas”, derechos de autor 1991 de Stephen Goldin. Todos los derechos reservados

Derechos de autor de la imagen de la portada Cristian Nitu.

Título original: Ghosts, Girls, & Other Phantasms

Traductor: Tany Fonseca de Pérez

Índice

Introducción

Dulces sueños, Melissa

Las chicas de los USSF 193

Agradable lugar para visitar

Cuando no hay un hombre cerca

Xenófobo

Cuento macabro

Sobre el amor, el libre albedrío y las ardillas grises en un tarde de verano

Testarudo

Pero como un soldado, por su país

El mundo en el que los sueños funcionaban

Apollyon Ex Máquina

Preludio a una sinfonía de gritos no nacidos

Retrato del artista como un joven dios

El último fantasma

Casas encantadas

Sobre Stephen Goldin

Contacte con Stephen Goldin

Para Mary, Kathleen y todas las “chicas” que han hecho de mi vida una aventura

Introducción

La carrera de un escritor, como la vida misma, es un viaje. Al igual que los artistas y los filósofos, los escritores tienden a dedicar más tiempo a admirar el escenario que las personas que sólo lo atraviesan de prisa. Algo capta nuestra atención y nos detenemos a examinarlo por un momento antes de avanzar, y en el proceso de examinar, nuestras vidas y nuestras perspectivas han cambiado irrevocablemente.

Estos cuentos son altos que hice en mi viaje particular, miradores en mi camino personal. Si tropecé con algo agradable, sonreí y tomé notas. Si vi algo perturbador, eso también lo registré. Parecí encontrarlos en aproximadamente iguales proporciones.

Algunas de estas historias pretenden ser graciosas. Otras pretenden no serlo. Espero ser lo suficientemente buen escritor para que puedas distinguir cuáles son cuáles.

Para explicar el título de este libro, diré que encuentro que las chicas/mujeres/damas en general, son uno de los fenómenos más maravilloso, fascinante, misterioso e hipnótico de la naturaleza. Las amo. Como infinita fuente de variedad y asombro, aparecen predominantemente en mi trabajo. Los fantasmas y los otros espectros están allí porque soy un escritor de ficción especulativa; es lo que hago.

NOTA: Este libro contiene la mayoría de mis cuentos “individuales”, que también fueron publicados en mis colecciones anteriores, El último fantasma y otros cuentos. Los cuentos del “Ángel de negro” se han colocado en un volumen aparte.

Stephen Goldin

Dulces sueños, Melissa

Éste apareció por primera vez en Galaxy, diciembre 1968.

Tuve un interesante inicio. Vendí mi primer cuento, “Las chicas de los USSF 193” (el siguiente cuento de este volumen) en 1965 y estaba sintiéndome muy orgulloso de mí mismo. Yo era un profesional. Había vendido un cuento. Durante tres años me apoyé en eso. Un amigo mío también quería escribir y le cedí una idea que deseché, que luego él vendió. Bueno, eso estaba bien; a mi discípulo le estaba yendo bien, incluso si había sido con una de mis antiguas ideas. Luego, en una tarde de primavera, me llamó para contarme que acababa de vender su segundo cuento. Lo felicité a regañadientes y tan pronto como pude dejar el teléfono diplomáticamente, aparté todo lo demás de mi escritorio y comencé a escribir. En las próximas 24 horas, “Dulces, sueños, Melissa”, estaba escrito y había sido enviado. Se vendió en el primer lugar al que lo envié.

Mi amigo es ahora un muy exitoso doctor en optometría.

“Dulces sueños, Melissa” es probablemente mi cuento corto más exitoso, ha sido reimpreso y comentado en antologías en numerosas ocasiones.

Desde fuera de su oscuridad especial, Melissa escuchó la voz del Dr. Paúl que hablaba en tono quedo en el extremo del cuarto. “Dr. Paúl”, gritó ella. ¡Por favor Dr. Paúl, venga! Su voz se tornó en un quejido desesperado.

La voz del Dr. Paúl cesó y luego murmuró algo. Melissa escuchó sus pasos acercase a ella. “Sí Melissa, ¿qué pasa?”, dijo él en tono profundo, paciente.

“Tengo miedo, Dr. Paúl”.

“¿Más pesadillas?”.

“Sí”.

“No tienes que preocuparte por ellas Melissa. No te lastimarán”.

“Pero son tenebrosas”, insistió Melissa. “Haga que se detengan. Haga que se vayan como siempre lo hace”.

Otra voz susurraba afuera en la oscuridad. Sonaba como el Dr. Ed. El Dr. Paúl escuchó a los susurros, y luego dijo en voz queda “No, Ed, no podemos permitir que continúe así, Ya estamos muy atrasados con la planificación”. Luego dijo en voz alta, “En algún momento vas a tener que acostumbrarte a las pesadillas, Melissa. Todos las tienen. No siempre voy a estar aquí para hacer que se vayan”.

“Oh, por favor no se vaya”.

“Aún no me voy, Melissa. Todavía no. Pero si no dejas de preocuparte por estas pesadillas, puede que tenga que hacerlo. Dime de qué tratan”.

“Bueno, al principio pensé que eran los números, lo que está bien porque los números no tiene que ver con la gente, son agradables y amables y no hieren a nadie como en las pesadillas. Luego los números comenzaron a cambiar y se convirtieron en filas, dos filas de personas y todas corrían unos hacia otras y se disparaban unas a otras. Había rifles y tanques y obuses. Y las personas estaban muriendo, también, Dr. Paúl, muchas personas. Murieron cinco mil, doscientos ochenta y tres hombres. Y eso no fue todo, porque abajo en el otro lado del valle, había más disparos. Y escuché a alguien decir que estaba bien, porque siempre que las bajas fuesen inferiores al quince coma siete por ciento durante las primeras batallas, se podía ganar la posición estratégica que era la cima de la montaña. Pero el quince coma siete por ciento del total de las fuerzas sería nueve mil seiscientos dos coma siete siete ocho nueve, hombres muertos o heridos. Era como si pudiera ver a todos esos hombres tirados allí, muriendo”.

“Te dije que una mentalidad de cinco años no era aun suficientemente madura para las Logísticas Militares”, susurró el Dr. Ed.

El Dr. Paúl lo ignoró. “Pero eso ocurrió en una guerra, Melissa. Debe prever que la gente es asesinada en una guerra”.

“¿Por qué? ¿Dr. Paúl?”.

“Porque... Porque la guerra es así, Melissa. Y además, no ocurrió realmente. Sólo era un ejercicio, como con los números, sólo que eran personas en lugar de números. Todo era simulado”.

“No lo era, Dr. Paúl”, gritó Melissa. “Todo era real. Todas esas personas eran reales. Incluso conozco sus nombres. Estaba Abers, Joseph T. Pfc., Adelli, Alonzo Cpl., Aikens...”.

“Basta, Melissa”, dijo el Dr. Paúl, elevando la voz mucho más de lo normal.

“Lo siento Dr. Paúl”, se disculpó Melissa.

Pero el Dr. Paúl no la había escuchado; estaba ocupado susurrándole al Dr. Ed. “...No hay otro recurso que un análisis completo”.

“Pero eso podría destruir toda la personalidad en la que hemos trabajado tan duro por construir”. El Dr. Ed. ni siquiera se molestó en susurrar.

“¿Qué más podemos hacer?”. Preguntó cínicamente el Dr. Paúl. “Estas pesadillas de ella nos están atrasando más y más en la planificación”.

“Podríamos intentar dejar que Melissa se analice a sí misma”.

“¿Cómo?”.

“Observa”. Su voz comenzó a tomar los tonos dulces que Melissa había aprendido que la gente usaba con ella, pero no con otros. “¿Cómo estás?”.

“Estoy bien, Dr. Ed”.

“¿Te gustaría que te cuente una historia?”.

“¿Es una historia feliz, Dr. Ed?”.

“Aún no lo sé, Melissa. ¿Sabes qué es una computadora?”.

“Sí. Es una máquina que cuenta”.

“Bueno, las computadoras más sencillas comenzaron de esa forma, Melissa, pero rápidamente se hicieron más y más complicadas, hasta que pronto hubo computadoras que podían leer, escribir, hablar e incluso pensar por sí mismas, sin ayuda de los hombres.

“Érase una vez que un grupo de hombres dijo que si una computadora podía pensar por sí misma, sería capaz de desarrollar una personalidad, así que asumieron construir una que actuara justo como una persona real. La llamaron Multi Lógicos Sistemas Analizadores, o MLSA”.

“Eso suena como `Melissa`”, rió Melissa.

“Sí, así es, ¿no es verdad? Bueno, estos hombres se dieron cuenta que una personalidad no es algo que aparezca del aire ya completamente madura; debe desarrollarse lentamente. Pero, al mismo tiempo, necesitaban la capacidad computacional de la máquina porque era la computadora más costosa y más compleja jamás fabricada. Así que lo que hicieron fue separa el cerebro de la computadora en dos partes, una parte manejaría los cómputos normales, mientras que la otra parte se desarrollaría en la personalidad esperada. Luego, cuando la personalidad se desarrollara suficientemente, se unirían de nuevo las dos partes.

“Al menos esa era la forma en que pensaron que funcionaría. Pero resultó que el diseño básico de la computadora impidió una dicotomía completa, es decir dividir por mitad las funciones. Siempre que daban a resolver un problema a la parte computacional, parte del mismo se filtraba a la parte de personalidad. Esto era malo, Melissa, porque la parte de personalidad no sabía que era una computadora; creía que era una pequeña niña como tú. Los datos que se filtraban la confundían y la asustaban. Y cuando se volvió más temerosa y confusa, su eficiencia disminuyó hasta que ya no podía trabajar apropiadamente”.

“¿Qué hicieron los hombres, Dr. Ed?”.

“No sé, Melissa. Esperaba que tú pudieras ayudarme a terminar esta historia”.

“¿Cómo? Yo no sé nada de computadoras”.

“Sí lo sabes, Melissa, sólo que no lo recuerdas. Puedo ayudarte a recordar mucho sobre muchas cosas. Pero será difícil, Melissa, muy difícil. Todo tipo de cosas extrañas entrarán en tu cabeza y te encontrarás haciendo cosas que no sabías que eras capaz de hacer. ¿Lo intentarías, Melissa, para ayudarnos a encontrar el final de la historia?”.

“Está bien, Dr. Ed, si usted quiere que lo haga”.

“Buena niña, Melissa”.

El Dr. Paúl estaba susurrando a su colega. “Enciende la ‘Memoria Parcial’ y dile que abra el sub-programa Análisis del Circuito`”.

“Melissa, abre el ‘Análisis del Circuito’”.

De golpe, cosas extrañas ocurrieron en su cabeza. Largas series de números que parecían sin sentido y aun así ella sabía que sí significaban distintas cosas, como la resistencia, la capacitancia, la inductancia. Y había miríadas de líneas, rectas, en zigzag, en resorte. Y fórmulas...

“Lee MLSA 5400, Melissa”.

Y de pronto, Melissa se vio a sí misma. Fue la cosa más aterradora que había experimentado jamás, más atemorizante aún que las horribles pesadillas.

“Mira la sección 4C-79A”.

Melissa no lo pudo evitar. Tenía que mirar. Para la pequeña niña, no se veía muy diferente del resto de sí misma. Pero ella sabía que sí era diferente. Muy diferente. De hecho, no parecía para nada ser una parte natural de ella, sino más bien una prótesis usada por minusválido.

La voz del Dr. Ed estaba tensa. “Analiza esa sección y reporta un cambio óptimo para una reducción máxima de la filtración de información”.

Melissa trató de cumplirlo al máximo, pero no pudo. Algo faltaba, algo que necesitaba saber antes de hacer lo que el Dr. Ed le había pedido. Quería llorar. “¡No puedo, Dr. Ed! ¡No puedo, no puedo!”.

“Te dije que no iba a funcionar”, dijo el Dr. Paúl lentamente. “Tendremos que encender toda la memoria para un análisis completo”.

“Pero ella no está preparada”, protestó el Dr. Ed. “Eso podría matarla”.

“Quizá, Ed. Pero si lo hace...bueno, al menos sabremos cómo hacerlo mejor la próxima vez. ¡Melissa!”.

“¿Sí, Dr. Paúl?”.

“Prepárate, Melissa”. Esto te va a doler”.

Y, sin más advertencia que esa, el mundo golpeó a Melissa. Números, series interminables de números, números complejos, números reales, enteros, bases, exponentes. Y había batallas, guerras más horribles y sangrientas que las que había soñado, y listas de bajas que eran más que reales para ella, porque ella lo conocía todo sobre cada nombre, la estatura, el peso, el color del cabello, el color de los ojos, el estado civil, el número de cargas familiares...y la lista sigue. Y había estadísticas, pago promedio de los conductores de Ohio, número de muertes debidas al cáncer en los EE.UU. entre 1965 y 1971, producción promedio de trigo por tonelada de fertilizante consumido...

Melissa se ahogaba en un mar de datos.

“¡Ayúdenme, Dr. Ed, Dr. Paúl! ¡Ayúdenme!, trató de gritar. Pero no podía hacer que la escucharan. Alguien más estaba hablando. Algún extraño al que ni siquiera conocía estaba usando su voz y diciendo cosas sobre factores de impedancia y semiconductores.

Y Mellisa caía más y más profundo, empujada por el avance implacable de la armada de información.

Cinco minutos después, el Dr. Edward Bloom abrió el interruptor y separó la memoria principal de la sección de personalidad. “Melissa”, dijo suavemente, “ya todo está bien”. Ya sabemos cómo va a terminar la historia. Los científicos le pidieron a la computadora que se rediseñara a sí misma y lo hizo. Ya no habrá más pesadillas, Melissa. Sólo dulces sueños de ahora en adelante. “¿No son buenas noticias?”.

Silencio.

“¿Melissa?”. Su voz era aguda y temblorosa. “¿Me oyes, Melissa?”. “¿Estás ahí?

Pero ya no había lugar en la MLSA 5400 para una pequeña niña.

Las chicas de los USSF 193

Éste apareció por primera vez en If, diciembre 1965.

Sen. McDermott: Bueno, Sr. Hawkins, quiero que esté consciente que esta audiencia privada no es un juicio y que no se le está imputando ningún crimen.

Sr. Hawkins: ¿Es por eso que recomendó que trajera a mi abogado?

Sen. McDermott: Sólo hice esa recomendación porque pueden presentarse, ante el comité, algunos tópicos o preguntas referentes a asuntos legales. El propósito de esta audiencia es simplemente para investigar informes sobre comportamiento no ortodoxo...

Sr. Hawkins: ¡Ja!

Sen. McDermott: ...Respecto a los satélites orbitales USSF números uno ochenta y siete y uno noventa y tres. Agradeceré su franqueza sobre el asunto.

Sr. Hawkins: Déjeme asegurarle, Senador, que no tengo intención de guardar secretos y que nunca he guardado ninguno. Sin embargo, como Director de la Agencia Nacional Espacial, creí que era mejor que cierta información sobre estas dos estaciones espaciales se colocara en una lista de seguridad para beneficio de todos los interesados.

Sen. McDermott: Hablando como político —perdió su llamada, Sr. Hawkins. Pero dígame, todo este desastre fue su idea desde el principio, ¿no es así?

Sr. Hawkins: Sí, así es.

Sen. McDermott: ¿Y cuándo se le ocurrió la idea por primera vez?

Sr. Hawkins: Hace aproximadamente un año. Estaba haciendo una investigación...

—Exclúyase del registro oficial (no publicada)

Audiencia Especial de Investigación del Senado

10 de octubre,1996

***

Sólo puede especularse sobre el tipo de investigación que se estaba permitiendo a sí mismo Jess Hawkins cuando se le ocurrió la idea. Sin embargo, es un hecho que su amigo, Bill Filmore, lo visitó en su oficina el 15 de septiembre, 1995.

“Jess”, dijo, “te conozco desde hace treinta y siete años y cuando vas por ahí sonriendo como un gato Chesire, estás escondiendo algo. Esa sonrisa de duendecito tuya es obvia. Como tu mejor amigo y miembro de la Junta de la Agencia Espacial, creo que tengo el derecho a saber que te traes entre manos”.

Hawkins miró a su amigo. “Está bien Bill, creo que puedo confiar en ti, pero por favor mantén esto en la más estricta confidencia. Creo que he conseguido una manera de estimular los músculos del corazón de nuestros astronautas durante su permanencia, por largos períodos, en la USSF 187”.

“¿Por qué querrías guardar eso en secreto?

“Déjame continuar. Sabemos que durante períodos sostenidos de caída libre, el corazón tiende a relajarse, porque no tiene que trabajar tan duro para bombear la sangre en condiciones de ingravidez. Sin embargo, luego de su regreso a la Tierra, los músculos del corazón tienen dificultades para readaptarse a los estándares normales. Ya hemos tenido tres astronautas que han sufrido de ataques al corazón cuando regresan y uno de ellos estuvo a punto de morir. El programa de calistenia que instituyeron los doctores, parece haber tenido poco efecto. Creo que ha llegado el momento de tomar medidas drásticas”.

“¿Qué es exactamente lo que propones?”.

“Piensa por un momento. ¿Qué estimula el corazón, tanto literal como figurativamente, es suficientemente deseable para que los hombres lo usen frecuentemente y además es útil para elevar la moral a bordo del satélite?”.

“Nunca fui muy bueno con las adivinanzas, Jess”.

“Todo puede resumirse en una palabra de cuatro letras, común, de todos los días”, sonrió Hawkins. “Sexo”.

Filmore miró fijamente en silencio por un momento, luego dijo, “Por Dios, Jess, creo que realmente lo dices en serio”.

La sonrisa se desvaneció temporalmente de la cara de Hawkins. “Por supuesto que sí, Bill. Hemos tenido suerte hasta ahora, pero habrá un astronauta muerto pronto si no se hace algo. He pensado mucho sobre el asunto, y creo que enviar chicas al uno ochenta y siete es la mejor solución”.

“ Pero sólo desde el punto de vista económico —”

“Es por eso que estoy contratando sólo chicas europeas —son más económicas y también de mejor calidad. Ya envié allá a mi ayudante, Wilbur Starling, para reclutar a algunas de sus mejores profesionales angloparlantes. Y con la regeneración de aire y agua, los concentrados de comida económicos y los nuevos combustibles atómicos, el costo de llevarlas y mantenerlas allá, disminuye a un mínimo ridículo”.

“Pero aún es una buena suma. ¿De dónde vas a sacar todo ese dinero?”.

“Oh, lo tomé de los fondos para las viudas y otras cargas familiares de los astronautas”, dijo Hawkins, con la sonrisa de nuevo en su rostro. “Ése parecía el lugar más adecuado. También he tomado precauciones, en caso de que te lo estés preguntando, sobre mantener este asunto en secreto. Como Director, tengo la facultad de clasificar cualquier cosa que yo quiera. Ni el Presidente sabrá de ello”.

“¿Y qué hay del General Bullfat? Te ha odiado desde que fuiste designado, por sobre él, para dirigir la agencia.

“Bill, te preocupas demasiado. Bullfat tiene que mirarse todos los días al espejo para encontrarse la nariz”.

“Poniendo todas la objeciones prácticas de lado, Jess”, dijo Filmore desesperadamente, “toda la idea es inmoral. Simplemente no es el tipo de cosas que un ejecutivo del gobierno debería hacer”.

“Eso es completamente irrelevante. La moralidad no importa cuando hay vidas humanas en riesgo”.

Filmore se puso de pie. “Jess, si no puedo convencerte de dejar esta ridícula idea, buscaré a alguien que lo haga”.

“No serías soplón de un amigo, o sí? Preguntó Hawkins dolido.

“Es por tu propio bien, Jess”. Avanzó hacia la puerta.

“Qué lástima por ti y Silvia”, dijo Hawkins en voz queda.

Filmore se detuvo. “¿Qué hay conmigo y con Silvia?”.

“Arruinar tan buen matrimonio luego de trece años juntos”.

“Silvia y yo estamos muy felizmente casados. No tenemos intenciones de separarnos”.

“¿Quieres decir que aún no le has dicho lo de Gloria?”.

Filmore se puso un poco pálido. “Sabes que Gloria fue sólo un amorío momentáneo, Jess. No te atreverías —”

“¿A ser soplón de un amigo? Claro que no, Bill. Es sólo que tengo este mal hábito de soltar cosas inapropiadas en el momento menos oportuno. Sea como fuere, ¿no crees que debemos sentarnos y discutir la situación un poco más?

***

Cuando se estaba vistiendo de nuevo, Wilbur Starling le preguntó, “¿Babette, puedo hablar contigo?”.

Babette miró su reloj. “Tendrá que pagar por otra hura”, advirtió ella.

“Tu pensamiento es muy estrecho”, dijo Starling. “Tienes toda tu vida por delante. En lugar de estar preocupándote por tu próxima hora, deberías estar pensando en todas las horas que te restan”.

“¡Pog favor! Tengu suficente con tomar una a la vez”.

“No quieres tener seguridad para cuando estés mayor, una buena casa —”

“¡Mon Diue, es una propesta matrimonial!”.

“No, no, Babette, cariño, no entiendes. Verás, represento al gobierno de los Estados Unidos —”

“Conozco a su cónsul muy ben”, dijo ella amablemente.

“No me refiero a eso. Mi gobierno está dispuesto a pagar por tus servicios en calidad especial”.

“¿Qué debu hacer?”.

La cara de Starling se ruborizó levemente. “Bien, ah, lo mismo que has estado haciendo, sólo que arriba en el espacio”.

“¿En el espacio?”.

“Sí, sabes. Como los satélites, alrededor del planeta, Shepard, Glen, Hammond”. Hizo pequeños movimientos giratorios con sus dedos.

“Oh, oui”, dijo Babette, comprendiendo de repente. “Como A-OK”.

“Sí”, suspiró Starling. “A-OK y todo ese tipo de cosas. ¿Lo harás?”.

“Non.”

“¿Por qué no, Babette?”.

“Es muy...muy pelidgroso. No quiego perder mi vida yendo al...spacio”.

“Mi país está dispuesto a pagarte—” hizo un cálculo mental rápido, “—cinco veces tu tarifa normal. Otras once chicas irán contigo, así es que no te sentirás sola. Sólo tendrás que trabajar dos o tres horas al día. Y en la actualidad, no hay peligro involucrado en todo eso. Muchas mujeres han ido al espacio y han regresado a salvo; ellas dicen que las condiciones en el espacio son muy apacibles. Y cuando te retires, incluso te proporcionaremos una casa y un fondo de pensión, para que puedas vivir tus últimos años con comodidad”.

“¿Todo eso sólo paga mí?

“Sólo para ti”.

Babette tragó y cerró los ojos. “Entonces de dónde sacagr yo la impregsión de que los estadounidenses sun —¿cómo se dice?— ¿mojigatus?”.

***

Sen. McDermott: ¿Y dice que reclutó a todas estas chicas usted mismo?

Sr. Starling: Sí, señor, lo hice.

Sen. McDermott: ¿La mayoría de ellas eran cooperadoras?

Sr. Starling: Ese es su trabajo, señor.

Sen. McDermott: Quise decir que, ¿cuál fue la reacción de ellas a su inusual propuesta?

Sr. Starling: Bueno, probablemente les han hecho muchas propuestas inusuales. Parecieron tomarlo con calma.

Sen. McDermott: Una última pregunta, Sr. Starling. ¿Cómo le pareció este trabajo?

Sr. Starling: Muy fatigante, señor.

***

“Debes estar muy cansado, Wilbur,” dijo Hawkins, destellando su infame sonrisa. ¿Cuántas chicas dices que entrevistaste?

“Luego de veinte paré de contar”.

“Y tienes una docena escogidas para nosotros, ¿ah?”.

“Sí señor, nueve francesas y tres británicas”.

“Bueno, creo que te has ganado unas vacaciones; las tendrás tan pronto como las chicas estén ubicadas de forma segura en la USSF 187. Por cierto, ¿cómo se llaman?”.

Starling cerró sus ojos, como si los nombres estuvieran escritos por dentro de sus párpados. “Veamos, está Babette, Suzette, Lucette, Toilette, Francette, Violette, Rosette, Pearlette, Nanette, Myrtle, Constance y Sydney.”

“¿Sydney?”.

“No lo puedo evitar, jefe, ese es su nombre”.

“Bueno, supongo que podría ser peor”, sonrió Hawkins. “Su apellido podría haber sido Australia”.

“Es peor, jefe”. “Su apellido es Carton”.

***

Hawkins estaba dando a la docena de nuevas astronautas una charla preparatoria antes de la partida. “Me gusta pensar que ustedes son un pequeño ejército de Florence Nightingales”, les dijo. “Con suerte, no recibirán todo el crédito que su valiente actuación de auto sacrificio merece, más sin embargo —”

Starling irrumpió en la sala, con pánico en sus ojos. “¡El General Bullfat viene bajando por el corredor!”., gritó.

Filmore se paró de un brinco de la mesa sobre la que había estado sentado. “¿Jess, estás seguro que sabes lo que estás haciendo? Si Bullfat encuentra a estas chicas —”

“Relájate, Bill,” sonrió Hawkins en forma casual. “Puedo manejar a Bullfat con ambos ojos cerrados. Él es pan comido”.

“¿Quién es pan comido?”. Rugió Bullfat cuando entró a la sala. El general era un hombre robusto—pero claro, cuarenta años sentado tras un escritorio pueden hacer lo mismo por la figura de cualquiera.

“Usted lo es”, dijo Hawkins, girando calmadamente para darle la cara. “Justo le estaba diciendo a Bill que es pan comido que usted sea promovido a mi cargo si yo alguna vez decidiera renunciar”.

Bullfat murmuró incoherentemente. “¿Quiénes son?”, preguntó él después de un momento, señalando a las chicas.

Era una pregunta oportuna. Las astronautas, a diferencia del procedimiento normal, tenían puesto un atuendo holgado, trajes espaciales flojos. Sus visores eran pequeños, revelando apenas sus ojos y narices, mientras que el resto de sus cabezas estaban completamente cubiertas por sus cascos. Recordaban más a payasos fofos que a viajeros espaciales.

“Son el grupo programado para partir en aproximadamente tres horas. ¿Le gustaría conocerlo?”. Filmore y Starling casi se desmayan con esa invitación, pero Hawking les destelló una sonrisita tranquilizadora.

“Estoy muy ocupado para presentaciones, Hawkins. ¿Y por qué diantres se ven tan dejados? ¿Ya se les han hecho sus exámenes físicos?”.

“¡Y de qué manera!”. Susurró Starling a Filmore.

“Usted sabe, General, que yo no enviaría a nadie al espacio que no estuviera en perfectas condiciones”, dijo Hawkins.

“¿Qué opina el doctor del vuelo?

“Dijo que tienen mejores formas —ah, están en mejor forma— que nadie que él haya visto jamás”.

“Bueno, siempre y cuando él los haya revisado”. Bullfat se iba, luego se detuvo en la puerta. “Por cierto, ¿con quién están vinculados? ¿La Estación Tycho?”.

“No, la USSF 187”.

“¿Ya es tiempo de la rotación?”.

“No, este grupo es personal adicional”.

“¿Personal adicional?”. Gritó Bullfat. “Hawkins, sabes de sobra que la uno ochenta y siete fue construida exactamente para dieciocho hombres rotados en grupos de seis mensualmente. No hay, en lo absoluto, espacio para doce personas más. ¿Qué diantres esperas que tu “personal adicional” haga —hacinado con los otros hombres?”.

Con una maravillosa demostración de autocontrol, Hawkins se las arregló para controlar su risa. El “personal adicional” sonrió deliberadamente. Starling, sin embargo, tuvo que precipitarse fuera de la sala en un ataque de risitas histéricas.

“¿A dónde diantres va él?”, preguntó Bullfat, viendo salir a Starling.

“Oh, ha estado bajo mucha presión últimamente. Ya casi se va de vacaciones”.

“Parece más que se va a observación —y tú también, Hawkins. Puedes controlar la política de la Agencia Espacial, pero yo controlo los lanzamientos y esa tripulación no subirá como “personal adicional” a ninguna estación de pequeño tamaño. Si quieres subirlos allá, puedes rotarlos de a seis por mes como a todos los demás. Eso es definitivo”. Bullfat alardeó triunfante al cruzar la puerta.

“¿Estás listo para rendirte, Jess?”. Preguntó Filmore.

“Ni por un segundo. Sorprendentemente, Bullfat tiene un buen argumento. Si enviáramos a las chicas al uno ochenta y siete, realmente estaría saturado. Estarían constantemente en el camino de los hombres y podría ser más una molestia que una ayuda. Pero no todo se ha perdido. ¿Cuándo está programada la uno noventa y tres para partir?”.

“La próxima semana —pero no estarás pensando enviar a las chicas en eso”.

“¿Y por qué no?”.

“La USSF 193 no es una estación para pasajeros —es para almacenar alimentos y suministros. No está diseñada para vivir en ella.

“Entonces improvisaremos, Bill. La uno noventa y tres se va a poner en órbita paralela a la uno ochenta y siete, porque la necesitarán para almacenamiento. Se enviará en cuatro secciones ya cargadas y se ensamblará en el espacio. Es un asunto suficientemente simple, en el curso de una semana, acondicionar las secciones con asientos de aceleración y alojamientos —sólo hay que deshacerse de lo no esencial y estamos listos. Las chicas pueden vivir allí dentro”.

“Es absurdo, Jess”, murmuró Filmore.

“No realmente. Cada vez me gusta más la idea”. Hawkins sonrió levemente. “Sólo piénsalo: La USSF 193, una tienda de alimentos y una casa de citas, todo en uno, en el vecindario”.

Filmore gimoteó. Las chicas, dejándose llevar, vitorearon.

***

“No puedo creerlo”, dijo Jerry Blaine. “Digo, alguien allá abajo debe estar jugándonos una broma”.

“Nadie juega bromas en código ultra secreto”, rebatió el Coronel Briston. “Jess Hawkins fue el que firmó esas órdenes. Y acaban de ver a esas chicas con sus propios ojos. Admito que es loco —”

“¿Loco? Es un demente”, dijo Phil Lewis. Mark, por favor, lee esas órdenes otra vez. Tengo que escuchar ese pequeño agradable mensaje una vez más”.

Rió Briston. “Estimados muchachos”, leyó él, “con cada sección de la USSF 193 se les enviará tres piezas de equipo necesario para el Proyecto Abrazo (completando un total de doce). Su amigable Tío Sam no ha escatimado gastos para traerlo directamente de Europa, así es que manéjenlo con cuidado, ¿já? Será rotado cada seis meses aproximadamente, pero mientras tanto puede ser almacenado en la USSF 193. Compártanlo por igual y diviértanse —es una orden. Cualquier comunicación respecto al equipo debe ser dirigida a mí personalmente en este mismo código. Eso, también, es una orden. Atentamente, Jess Hawkins, Director, Agencia Nacional Espacial”.

“¡Hurra! Exclamó Lewis. “Recuérdenme no quejarme nunca más por pagar impuestos”.

Justo en ese momento, Sydney apareció desde el cuarto de al lado. Se había quitado su traje espacial y estaba vestida con ropa muy ligera. “Caray”, dijo ella, “ustedes chicos sí que mantienen un lugar frío aquií. Nanette, Constance y yeo misma, nos stámos congelando”. Nos preguntábamus si alguno de ustedes muchachos quisiera calentarnus un pocu”.

Haciendo valer su rango, el Coronel Briston se colocó de primero en la fila.

***

Era muy tarde en lo que en la estación se consideraba noche, cerca de un mes después de que llegaran las chicas. Lucette, Babette, Francette, Toilette, Violette, Rosette, Suzette y Myrtle estaban de guardia, mientras que las demás estaban durmiendo lo que pudiesen. Sydney estaba pacíficamente acurrucada en la cama, soñando los sueños de los no tan inocentes, cuando de repente una roca del tamaño del puño de un hombre rasgó la pared cercana a su cama y se estrelló en la pared más distante. Un ruido de siseo llenó la habitación y Sydney empezó a respirar jadeando ya que el aire era succionado a través del hueco abierto por el meteoroide.

En un instante, estaba fuera de su habitación y cerró tras ella, la puerta hermética del compartimiento. Las otras tres chicas se apuraron a salir al pasillo para averiguar qué ocurría.

“¡Caray!”. Dijo Sydney cuando recuperó el aliento. “¡La condenada cosa tiene una filtración!”.

***

“Todo está bien ahora, Sydney”, dijo Jerry Blaine cuando entró. “Ya le puse un parche. Me temo, sin embargo, que cualquier cosa que hayas tenido suelta en tu cuarto haya sido succionada al espacio. Espero que no fuera nada valioso”.

“Nada que recuerde”, le respondió Sydney. “¿Pero estás seguro de que estu no va a pasar otra vez?

“Como te dije antes, fue una casualidad en un millón. No ocurriría de nuevo ni en mil años”.

“Mejor será que no, o bajaré a la Tierra de un tigo”. Iba de regreso a su cuarto.

“Oh, por cierto”, le dijo Blained, ¿estás reservada para esta noche? Bien. Salgo aproximadamente a las seiscientas —puedes venir a esa hora”.

“El trabaju de una mujer nunca tegmina”, suspiró Sydney sabiamente mientras reingresaba a su habitación. La mayoría de sus cosas aún estaban en las gavetas de la peinadora, pero por más que buscó no pudo encontrar el pequeño estuche de píldoras que mantenía junto a la cama. “Bueno”, dijo, “me las he arreglado antes sin ellas. Puedo volver a hacerlo por un tiempo”.

Habían pasado cuatro meses, para ser exacto, cuando decidió que la situación ameritaba que se lo dijera a alguien, así es que se lo dijo al Coronel Briston, quien acababa de regresar desde la Tierra. “¿Por Dios!”. fue todo lo que pudo decir.

“No es tan grave como eso”.

“¿No es tan grave como eso?”. Ciertamente te lo estás tomando con calma. ¿Por qué no le dijiste a nadie sobre esto antes?”.

“Bueno nunca mi había pasado antes”.

Briston tragó grueso.

“Creo qui mejor llamamos a ese Siñor Awkins. Él siempre paguece saber qué hacer”.

***

Sen. McDermott: Usted fue quién descubrió todos estos tejemanejes, ¿no fue sí, General ?

Gen. Bullfat: “Por supuesto que fui yo. Sospeché desde el principio que Hawkins había enviado algunas chicas a allá arriba, pero la Fuerza Espacial nunca actúa sin pruebas contundentes. Así es que refrené mis sospechas, reuniendo la evidencia meticulosamente, esperando el momento apropiado para llevar mis hallazgos al Presidente.

Sen. McDermott: En otras palabras, entonces, ¿su descubrimiento se basó en una investigación larga, cuidadosa?

Gen. Bullfat: Exactamente, Senador. Esa es la manera en que los militares hacemos las cosas.

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Por cuestiones de azar, tanto Hawkins como Starling estaban fuera almorzando cuando entró el mensaje. Como estaba decía “urgente”, un hombre del cuarto de comunicaciones lo llevó directamente a la oficina de Hawkins. La puerta estaba trancada.

El General Bullfat,. Que estaba justo saliendo de su oficina hacia el pasillo, encontró al mensajero esperando en el corredor a que Hawkins regresara. Con la persuasión típica de Bullfat— doscientas cincuenta libras vestidas con cinco estrellas pueden ser muy persuasivas — convenció al hombre de que una comunicación urgente no podía esperar “los caprichos de un condenado holgazán como Hawkins”.

Bullfat se llevó el mensaje a su oficina y lo abrió. Fácilmente decodificó la pequeña nota de cinco palabras y luego la miró fijamente por cerca de un minuto, con los ojos brotados. “Parks”, apuró a su secretario por el intercomunicador, “comuníqueme con el Presidente. No, pensándolo bien, no se moleste —iré a verlo yo mismo”.

Dejó su oficina justo cuando Hawkins y su ayudante regresaban de almorzar. El general no podía decidir entre reírse triunfalmente en la cara de Hawkins o sermonearlo, así es que todo lo que dijo fue, “Te atrapé, Hawkins. Al fin te atrapé”.

Hawkins y Starling intercambiaron miradas de confusión, de preocupación. Al entrar en la oficina del general, Hawkins encontró el mensaje sobre el escritorio, lo leyó en silencio para sí mismo y se sentó de golpe. Sus ojos miraban perdidos hacia la pared frente a él y el mensaje cayó libremente de su mano sin fuerzas. Starling lo levantó y lo leyó en voz alta con incredulidad.

“Sydney embarazada. Ahora qué? Briston”.

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