Filosofía del pasajero - Michael Marder - E-Book

Filosofía del pasajero E-Book

Michael Marder

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Beschreibung

«He llegado a Lisboa, pero no a una conclusión», escribía Fernando Pessoa en su Libro del desasosiego. Y es que el viaje siempre tiene un punto de llegada, pero ser pasajero es estar suspendido en la grieta entre destinación y destino, realidad y ensoñación. Michael Marder ahonda en los intersticios de la aventura del viaje y ofrece una novedosa guía filosófica sobre la «condición de pasajero», sea en trayectos de larga distancia, sea en desplazamientos cotidianos. Ser pasajero no es sólo un trámite o una metáfora, pues constituye una experiencia universal que nos enfrenta con el tejido de nuestra propia existencia humana: el tiempo, el espacio, el aburrimiento, nuestro sentido del yo y nuestra cognición del mundo. «Filosofía del pasajero es más que una descripción ingeniosa y penetrante de todos los modos y etapas del viaje. Lo que hace Marder sólo lo puede hacer un verdadero filósofo: elaborar gradualmente la idea de pasajero como algo que define nuestra esencia humana actual». Slavoj Žižek

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Filosofía del pasajero

©Philosophy for passengers, Michael Marder, 2022

© De las obras: Tomas Saraceno

© De la traducción: Héctor Andrés Peña

Corrección: Marta Beltrán Bahón

Diseño y montaje de cubierta: Kaffa

Derechos reservados para todas las ediciones en castellano

© Ned ediciones, 2022

Primera edición: octubre, 2022

Preimpresión: Moelmo SCP

www.moelmo.com

eISBN:978-84-18273-93-3

La reproducción total o parcial de esta obra sin el consentimiento expreso de los titulares delcopyrightestá prohibida al amparo de la legislación vigente.

Ned Ediciones

www.nedediciones.com

Para mi madre, la pasajera perenne

Índice

Venta de billetes

Preembarque

El proceso de embarque (A):Lo básico

El proceso de embarque (B):La sociedad pasajera

Parada n.º 1:Estado de ánimo

Parada n.º 2:Tiempo

Primer desvío:¡No pasarán!

Parada n.º 3:Lugar

Parada n.º 4:Existencia

Segundo desvío:Pasajeros, estilo Hollywood

Parada n.º 5:Transporte

Parada n.º 6:Metáfora

Conexión/Correspondencia:Pasajes

Parada n.º 7:Leer, recorrer

Parada n.º 8:Seguridad

Tercer desvío:«La Flecha Amarilla»

Parada n.º 9:Sentidos

Parada n.º 10:Destinación, destino

Desembarque

Una nota sobre las imágenes

Venta de billetes

A juzgar por las extensas secciones que se les dedican en las librerías, por la variedad de revistas disponibles y la miríada de blogs, los viajes son un tema muy popular. Tenemos una sed casi insaciable de viajar: cada destino nos seduce y nos susurra al oído el nombre de otros, aún no visitados y todavía más exóticos. Sentimos que nuestras vidas estarán incompletas a menos que nos tomemos una selfi en ese lugar perfectamente fotogénico y, después de publicarla en nuestras cuentas de redes sociales y de poner una nueva marca en nuestra lista de deseos, pasemos a otra línea de la lista, otro lugar, una nueva aventura. Los filósofos han aprovechado el impulso de esta faceta del deseo humano. El arte de viajar de Alain de Botton, los Viajes con Epicuro de Daniel Klein y El significado del viaje de Emily Thomas son apenas algunos títulos recientes en el naciente campo de la «filosofía del viaje».1

En comparación, los materiales escritos sobre los pasajeros se han limitado a áridos manuales de seguridad, reglamentos o guías de derechos y obligaciones. Convertirse en pasajero es, en el mejor de los casos, la parte aburrida que debemos hacer para viajar a un lugar emocionante que nos atrae desde las páginas brillantes de las revistas y las elegantes entradas de los blogs. Pero ¿y si tuviéramos a nuestra disposición una especie de manual filosófico del pasajero? ¿Acaso no somos también pasajeros antes, durante y después de ser viajeros? ¿El significado de viajar no presupone, a su vez, el de nuestra condición de pasajero?2

La escasez de reflexiones sobre el pasajero es resultado de que el pensamiento «elevado» haya dejado de lado este tema con la excusa de que es un asunto demasiado trivial. Si asumimos que el trabajo de la filosofía es realizar una «indagación sobre el ser en cuanto tal y como un todo»,3 cada aspecto del ser es adecuado para su impulso indagador. Aún más, cada pedacito de lo que es, por insignificante que parezca al principio, brilla con el significado de «ser en cuanto tal y como un todo». Ser un pasajero no es una excepción. No debemos tratar nuestras actividades y pasividades como pasajeros de manera escueta y desdeñosa o, como dirían los franceses, en passant.

Hoy en día la filosofía ya no se pierde en alabanzas de las realidades inmutables de la sustancia y la divinidad, ni en el escrutinio de la naturaleza metafísica del sujeto y la voluntad,4 sino que se detiene en lo fugaz, lo transitorio y lo huidizo, lo efímero que sobrevive a lo que sólo ayer parecía inquebrantable. Por ejemplo, el polvo.5 O los pasajeros.

«¿Acaso no somos también pasajeros antes, durante y después de ser viajeros?»

Lo que sigue no es una alegoría, no es una sofisticada representación simbólica de problemas más profundos a través de un ejemplo específico y extendido, aunque un poco extravagante en su carácter común, pues ese enfoque transformaría las figuras de carne y hueso de los pasajeros (es decir, tú y yo) en meros figurones filosóficos. ¿Cómo podemos, entonces, evitar jugar un juego simbólico aquí? Al menos de dos formas: (1) examinaremos primero los detalles de la experiencia del pasajero, con su mezcla de caracteres emocionales y prácticos, temporales y espaciales, sociales y económicos. (2) Analizaremos esta experiencia como la condensación y la destilación de nuestra experiencia «en cuanto tal y como un todo». El hilo rojo que atravesará nuestro sondeo filosófico de lo cotidiano será la corazonada de que, en el siglo xxi, la experiencia de los pasajeros es la propia experiencia como tal, mucho más allá del ámbito de los medios de transporte públicos y semipúblicos.

Eso es a lo que me he comprometido al escribir este libro y a lo que te estás comprometiendo al comenzar a leerlo. Ése es nuestro billete para el viaje en el que nos embarcamos.

1. Véase, por ejemplo, Botton, A., The Art of Travel, Vintage, Nueva York, 2004; Klein, D., Travels with Epicurus: A Journey to a Greek Island in Search of a Fulfilled Life, Penguin, Londres, 2012; Thomas, E., The Meaning of Travel: Philosophers Abroad, Oxford University Press, Oxford, 2020.

2. Nota del traductor: en la versión inglesa, Michael Marder utiliza la palabra passengerhood, en la versión castellana, se ha optado por el concepto «condición de pasajero».

3. Heidegger, M., Nietzsche. The Eternal Recurrence of the Same, vol. 2, Harper & Row, Nueva York, 1984, pág. 200. [Trad. cast.: Nietzsche, Ariel, Barcelona, 2013].

4. La metafísica puede pensarse como el campo fijo e ideal de las cosas que no pasan, el campo de las cosas eternas que no son propensas ni a la metamorfosis ni al metabolismo.

5. Véase Marder, M., Dust, Bloomsbury, Nueva York, 2016.

Preembarque

Un principio de nuestra óptica mental: las cosas se vuelven más nítidas en cuanto damos un paso atrás y nos alejamos de ellas. Este principio también vale para la experiencia de ser un pasajero.

Cualquiera que sea tu razón para viajar en un carruaje tirado por caballos, una calesa o un carro tirado por bueyes; para tomar un autobús o un tranvía, un taxi o un Uber; para subir a un tren, un avión o un barco... usar estos y otros medios de transporte te convierte en un pasajero, en una pasajera. Para las mentes de miles de millones de personas en todo el mundo, la experiencia es demasiado rutinaria para tomarla en cuenta. Esta experiencia, apenas un problema, roza una «no experiencia», es decir, algo que vivimos sin siquiera tomar conciencia, como en modo piloto automático, siguiendo los movimientos de forma inconsciente.

Todo esto cambió rápidamente a raíz de la pandemia de la covid-19. Tras las múltiples restricciones, cierres y cuarentenas, la movilidad humana se vio afectada prácticamente de la noche a la mañana. Los viajes se detuvieron, se redujeron o se rediseñaron drásticamente. Algunos pasajeros enfrentaron innumerables dificultades de movimiento, incluso hasta el extremo de movimientos tan simples como cruzar el umbral de la habitación o de la propia casa. Otros, sin el lujo del teletrabajo, no tuvieron más remedio que tomar medios de transporte público abarrotados, temerosos de que su condición de pasajero los enfermara y pusiera en riesgo sus vidas.

Dicho esto, la reducción drástica e inesperada de la movilidad humana durante la pandemia tuvo efectos profundos. (Una pista: esto no tuvo nada que ver con las mejoras temporales en la calidad del aire y del agua como resultado de la disminución de los volúmenes de transporte y de actividades industriales). Sin ir a ningún lado, permaneciendo en un lugar sin ocasión de movernos a otro, simplemente quedándonos, con nerviosismo e impaciencia, tuvimos una perspectiva diferente no sólo del viaje, sino también de los pasajes que conforman nuestro día a día, de la experiencia temporalmente inaccesible de ser un pasajero y de nosotros mismos. Y, junto con los problemas prácticos que surgieron repentinamente, la condición del ser pasajero brilló, al menos en mi mente, como una preo­cupación teórica.

Más allá de las preocupaciones y los obstáculos a la movilidad humana, esta interrupción en nuestras actividades de pasajeros implica un replanteamiento que estremece nuestro mundo más de lo que a simple vista nos haría creer la incapacidad temporal de tomar el metro para ir al trabajo o de volar al Caribe para unas vacaciones. En el instante en que se nos niegan abruptamente las posibilidades que solemos dar por sentadas, se revela una infraestructura oculta de nuestro pensamiento y existencia, como cuando la marea que retrocede descubre el lecho marino. Resulta, entonces, que lo que llamo nuestra condición de pasajero aparece como un principio organizador detrás de nuestro sentido del tiempo y del espacio (por no mencionar nuestro sentido del sentido: el paradigma del significado en perpetuo movimiento y los campos sensoriales que cambian con rapidez). Te invito a explorar conmigo este fondo marino existencial, a tomar asiento, emprender el viaje y convertirte en pasajero o pasajera de este libro sobre la filosofía de (y para) los pasajeros.

«Lo que llamo nuestra condición de pasajero aparece como un principio organizador detrás de nuestro sentido del tiempo y del espacio»

El mejor momento para leer un manual de pasajeros filosófico es el opuesto al momento adecuado para escribirlo. Las intuiciones sobre un fenómeno cristalizan poco después de que nuestra inmersión en este fenómeno se haya visto gravemente trastornada.

Estas mismas intuiciones llevan a la comprensión en medio de la misma experiencia que buscan comprender, reforzadas con la reflexión que vuelve sobre sí misma. Así, escribí este texto en un período de movilidad global reducida, y recomiendo leerlo una vez que se hayan reanudado actos tan cotidianos como tomar un autobús, un tren, un barco o un avión.

En cualquier caso, si ahora mismo te encuentras en medio de un trayecto, un poco aburrido y vagamente consciente de que no hay más tiempo que este mientras tanto, entonces el libro que acabas de abrir es para ti. Especialmente porque, visto bajo un microscopio filosófico, el tramo del mientras tanto abarca el tiempo de una vida.

El proceso de embarque (A): Lo básico

Para empezar, piensa en las características asignadas implícitamente al pasajero, sea cual sea el modo o el medio de transporte. Curiosamente, están plagadas de flagrantes inconsistencias. De hecho, el retrato del pasajero conlleva contradicciones internas como el estar acompañados y la soledad; la visibilidad y la imperceptibilidad; la actividad y la pasividad; la aleatoriedad del grupo y el orden de clase. Yo sostengo que estas contradicciones, lejos de ser incoherencias molestas, son esenciales para la posición del pasajero.

1. Lo compartido. No se puede ser pasajero sin compartir un medio de transporte con otros. Este uso compartido abarca toda la gama, desde el automóvil compartido hasta sentarse al lado o detrás de un conductor que conduce un vehículo, o del capitán de un barco de alquiler privado que os transporta a él y a ti. Tal unión significa que vuestros caminos se cruzan momentáneamente: se encuentran en el mismo tiempo y lugar (móvil) de un viaje. Lo que tú y sus compañeros de viaje tenéis en común es el origen y el destino —que tampoco es seguro, dado que podrías estar en tránsito, haciendo una conexión allí donde terminan los viajes de los demás—. Un conductor o un capitán comparten tiempo y espacio contigo a fuerza de prestar el servicio de esa ruta. Si se trata de animales (caballos, burros, camellos, bueyes, perros...), te acompañarán durante todo el viaje. Sin duda, aunque oficialmente indiferente al medio de transporte real, la etiqueta de pasajero se asocia con fuerza a quien viaja en un medio de transporte mecánico. Es un término moderno por excelencia, acuñado en el siglo xiv y dotado de su significado actual en el xvi,6 que cobra actualidad en la modernidad cuando los carruajes tirados por caballos dan paso a los automóviles. Por eso excluye silenciosa e injustificadamente a los animales, que sin embargo sienten en la piel la proximidad del cochero o la cochera y sienten a los pasajeros como el peso que tiran. ¿Y por qué detenerse en los animales? ¿Acaso no podríamos experimentar un vínculo anónimo con los medios de transporte, con un automóvil, un barco, o con un avión? Una vez más, las personas que conducen estas máquinas tienden a sentir más unidad con ellas que con los pasajeros que transportan. Aun así, de algún modo, los pasajeros saben que su destino está ligado al de su transporte: juntos llegan en una sola pieza y juntos también se deshacen.

2. Soledad. Ese acompañarse y compartir de los pasajeros va de la mano con la impresión de que se está solo entre una multitud de viajeros. Un adolescente que está escuchando música a todo volumen en un vagón de metro, con la batería y el bajo desbordando sus auriculares; una mujer de negocios que trabaja en su portátil durante un vuelo transatlántico; un hombre que habla agitadamente por su teléfono móvil durante un viaje en autobús interurbano; una persona que lee un libro en un tren... Todas ellas son burbujas separadas, mundos que apenas se cruzan, excepto como cuerpos que ocupan un espacio limitado (a menudo incómodo) durante una fracción de tiempo. Sus mundos se contraen con los latidos y ritmos que desplazan todo lo demás de la esfera mental: hacia una próxima reunión de negocios, una absorbente pelea de enamorados o la apasionante trama de una novela. Es probable que los puntos ocasionales de intersección entre los pasajeros provoquen rictus e irritación allí donde la burbuja del otro (la burbuja que es el otro pasajero) no logra coincidir con sus contornos idealmente autónomos. Nos molesta cuando las esferas de los demás se expanden y nos engullen de mala gana en sus mundos privados, envolviéndonos en sus registros visuales, auditivos, táctiles u olfativos. La regla de oro de la reciprocidad dicta que cada uno debe vigilar y controlar cual gendarme los límites de su propia burbuja para garantizar una coexistencia pacífica durante el tiempo del viaje. Si todos los pasajeros comenzaran a hablar en voz alta por sus móviles o a escuchar música a todo volumen, se produciría una cacofonía intolerable que impediría que alguien escuchara o dijese algo. Los «coches silenciosos» compartidos resuelven tales conflictos de antemano, desautorizando estos comportamientos, pero son incapaces de acabar con el extrañamiento mutuo de las burbujas individuales, o lo que los filósofos llaman alienación, la cual no hacen más que exacerbar. La situación no es exclusiva del transporte público. Simplemente se pone de relieve con más claridad en ese medio confinado.

3. Exceso. Hay más pasajeros a nuestro alrededor de los que nos damos cuenta. No me refiero a personas que se cuelan sin comprar billete, como en la temeraria práctica del surfeo de trenes o en los desesperados intentos de los polizones por volar escondidos en el tren de aterrizaje de un avión. En el siglo xvii, el filósofo Gottfried Wilhelm Leibniz imaginó la materia como un jardín dentro de un jardín dentro de un jardín... Llevando su materialismo al extremo, podríamos decir que hay pasajeros imperceptibles que viajan en pasajeros humanos, incluidas criaturas microscópicas, como bacterias y virus. La increíblemente rápida propagación global de la covid-19 se atribuye al exceso de pasajeros no humanos que los aviones y cruceros ayudaron a trasladar por todo el mundo. Independientemente de los protocolos de detección y controles fronterizos, independientemente de las pruebas de embarque y los certificados de salud o las vacunas, resulta imposible eliminar este exceso. Siempre llevaremos y dejaremos pasar a más pasajeros de los que creemos que viajan a bordo. Tanto en nosotros como dentro de nosotros: en nuestro aliento y saliva, en nuestra ropa y manos, en nuestros pensamientos, fantasías y sueños que, como maletas secretas, todos llevamos. Dondequiera que pasemos, al lado de quienquiera que pasemos, pasaremos estas cosas por medio de la proyección y la infección. Las pasaremos de contrabando a través de fronteras y barreras, sin el conocimiento de las autoridades ni de nosotros mismos. Y ningún pasaporte, sanitario o no, cambiará esta situación.

4. Pasividad. Ser pasajero es ser transportado por algo y por alguien más, igual que tú mismo eres el medio de transporte de un exceso imperceptible (tanto real como simbólico). Es ceder el papel activo de conducción, guía, manejo, pilotaje, timonel o dirección al otro (persona o máquina, como en el caso de los sistemas de navegación automatizada). Como pasajero, no estás en condiciones de hacer nada para facilitar el viaje, aparte de abstenerte de causar perturbaciones. Es innegable que hay algo de pasivo y receptivo en el papel del pasajero, en el que la pasividad se anuda en un nudo conceptual con el pasar, con el pasado y con la pasión en el sentido original de pathos, un padecer en el fundamento de toda experiencia. Al igual que nuestra pasividad respecto al acto de cocinar en un restaurante donde cenamos, la pasividad del pasajero tiene un precio. Pagamos para que otros busquen, procesen y preparen la comida para nosotros, al igual que pagamos para que otros nos transporten. Pero, a diferencia de la receptividad de un comensal en un restaurante, la pasividad de un pasajero funciona en una escala de tiempo de goce diferente: una comida se consume después de que un chef la haya preparado y un camarero o un mensajero la haya entregado, mientras que un viaje se realiza simultáneamente con los conductores, pilotos y miembros de la tripulación que conducen y sirven durante la ruta de un avión o un tren, con los que se identifican parcialmente en la mente del pasajero. Los roles pasivo y activo se superponen en el tiempo y el espacio de un viaje, en el que la posición pasiva es ventajosa. Esto exige preguntar: cuando viajas solo en automóvil, ¿eres tu propio chófer y pasajero, el conductor y el conducido, como la última encarnación de la relación filosófica sujeto-objeto? ¿Cómo cambian los automóviles sin conductor la dinámica de los pasajeros y la asignación de posiciones de sujeto y objeto? ¿Cuál es el destino de la actividad cuando la pasividad se vuelve absoluta?

5. Actividad. La flor mental que florece más vigorosamente en las ramas de la pasividad del pasajero es el aburrimiento. Os confieso que a menudo me encuentro en este estado durante mis viajes. El aburrimiento no es inherentemente malo o reprobable. Miras por la ventana de un tren, sin percatarte del paisaje que rápidamente dejas atrás. O miras fijamente un juego de tu teléfono y presionas los botones con destreza mientras te recuestas en el asiento del avión. Puedes ojear el suelo del vagón del metro en el que te encuentras, o tus manos o zapatos, evitando cuidadosamente cruzar miradas con otros pasajeros. ¿Qué más se puede hacer cuando el trabajo de trasladarse de un lugar a otro lo realiza alguien o algo más: un caballo, un tranvía, un capitán? Y ésa es precisamente la cuestión: la oportunidad de ser transportado sin ejercer ningún esfuerzo nos libera para muchas otras actividades. El aburrimiento es un síntoma de sujeción a este cuerpo y mente que eres en el aquí y ahora que parece durar para siempre. Pero también es un presagio de libertad, concentrado, como mínimo, en una decisión tácita de mantener un abanico de actividades en forma de posibilidades sin explotar. Puede ser que, aburrido de estar aburrido, empieces a pensar (rumiar, reflexionar, asociar libremente) y hacer algo (no necesariamente productivo), abrazando una actividad reforzada por el hastío que la había precedido. Ya sea que el aburrimiento se cierna o no sobre los horizontes psíquicos, el campo para la actividad del pasajero se abre y se mantiene abierto por la pasividad de ser transportado, junto con la impresión de tener un espacio y un tiempo aparte de los lugares físicos del hogar y del trabajo, de la escuela y de un lugar de vacaciones, de la sala de conferencias y del lugar de retiro. La impresión de estar en el medio. Desocupados por tareas que los llenarían, el espacio y el tiempo del pasajero son, por lo tanto, ocupables por toda una gama de cosas... o por nada en particular.

6. Aleatoriedad. Si día tras día tomas el mismo autobús a la misma hora desde la misma parada, es probable que empieces a encontrarte con un núcleo de pasajeros que viajan en la misma ruta. Éste es un conjunto de circunstancias altamente predecible. Pero, en general, se aplica la siguiente regla: cuanto menos local sea tu experiencia de pasajero, más aleatorio será el grupo de personas que comparten un medio de transporte contigo. En áreas metropolitanas densamente pobladas, en aviones y trenes, los pasajeros se pueden comparar con bolas de billar que mueve un taco intangible a lo largo de una trayectoria idéntica. (Desde los tiempos de John Locke y David Hume, los filósofos adoran la analogía del billar). A menos que viajes con amigos, familiares, compañeros de estudios o compañeros de trabajo, las personas que se sientan a tu lado están allí por casualidad, incluso si tu preferencia declarada era un asiento de pasillo o uno de ventana. A la manera de las sociedades de masas anónimas, donde tales viajes florecen, es difícil experimentar una unión genuina en la convergencia fortuita de los átomos sociales. Con la excepción del coche compartido, los viajeros cotidianos no forman una comunidad; tampoco lo hacen otro tipo de pasajeros.

7. Orden de clase. La aleatoriedad de las convergencias de pasajeros enmascara un orden rígidamente estratificado del que forman parte. Clase ejecutiva, económica, negocios, primera, segunda, premium