Fractura, crisis sistémica en tiempos de pandemia - Natalia Sierra Freire - E-Book

Fractura, crisis sistémica en tiempos de pandemia E-Book

Natalia Sierra Freire

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El miedo ha sido siempre el mejor aliado del poder, el temor crea un ambiente que somete a las personas a la inmovilización y ansiedad, logrando que se identifiquen con falsas certidumbres impuestas a través de las grandes empresas de comunicación global. Esto es lo que acabamos de vivir en el contexto de la pandemia causada por la COVID 19. Pero el miedo en nuestras vidas no es reciente. Hemos vivido mucho tiempo atemorizados bajo un discurso que nos amenaza con el fracaso. Se trata del poder fáctico de la dictadura del mercado, que somete al pánico a quien intente rechazar su oferta de felicidad basada en el éxito, haciéndonos sentir identificados con el poder, como si fuéramos parte de él y no sus súbditos. El miedo constituye, sin duda, un arma de dominación política y control social para hacernos creer que el modelo de economía dineraria y el beneficio privado nos salvarán. Este miedo ha generado una realidad de dominación por parte de quienes poseen la capacidad de generarlo.

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Prólogo

Apertura

I Las grietas en el viejo sistema

El Capitalismo y sus contradicciones

El capitalismo neoliberal y la aceleración global de sus contradicciones

Victoria y derrota del capitalismo, el estallido de las contradicciones

Conflictos ambientales

Corrupción institucionalizada

Pobreza y exclusión

Conflictos armados

Desintegración social

El asalto al capitolio, el síntoma

II La caída de la modernidad y la nueva edad media

La multitud sin mundo

Vagar por las grietas de la economía capitalista

Vagar por las grietas de la política moderna

Vagar por las grietas del derecho moderno

Vagar por las grietas ideológicas de la modernidad

III En el abismo de la Fractura

El capital financiero y su goce perverso

Atravesar la fantasía hacia una nueva demanda de dominación

Atravesar la fantasía del progreso hacia otra utopía humana

Referencias Bibliográficas

Prólogo

El miedo ha sido siempre el mejor aliado del poder, el temor crea un ambiente que somete a las personas a la inmovilización y ansiedad, logrando que se identifiquen con falsas certidumbres impuestas a través de las grandes empresas de comunicación global. Esto es lo que acabamos de vivir en el contexto de la pandemia causada por la COVID 19. Pero el miedo en nuestras vidas no es reciente. Hemos vivido mucho tiempo atemorizados bajo un discurso que nos amenaza con el fracaso. Se trata del poder fáctico de la dictadura del mercado, que somete al pánico a quien intente rechazar su oferta de felicidad basada en el éxito, haciéndonos sentir identificados con el poder, como si fuéramos parte de él y no sus súbditos. El miedo constituye, sin duda, un arma de dominación política y control social para hacernos creer que el modelo de economía dineraria y el beneficio privado nos salvarán. Este miedo ha generado una realidad de dominación por parte de quienes poseen la capacidad de generarlo.

Cuando se viven crisis como la de la COVID 19, que pone en vilo a la población mundial, conceptos como los del miedo y la inseguridad son derivados al estudio y análisis desde la psicología o la psiquiatría, pero cuando el miedo es una estrategia de poder utilizada para sostener un sistema económico, debería ser estudiado desde la ciencia política o la economía, pero tal parece que ésta última se ha quedado en el análisis técnico, limitando las posibilidades de dinamizar las agencias sociales que puedan enfrentar los patrones concretos de la dominación. La ciencia es resultado del esfuerzo humano por comprender las fuerzas mayores que operan en el universo y las necesidades de los seres humanos. Las ciencias sociales surgieron junto al reclamo de resolver problemas sociales, económicos, políticos, culturales; sin embargo, se han ido alejando de esta tarea. Si bien es cierto, el Estado tiene un rol importante en la creación del pensamiento hegemónico, también el cientificismo tiene su parte cuando a pretexto de la objetividad, crea herramientas para mantener su poder. Así, el conocimiento ha sido distribuido cuidadosamente para facilitar el dominio de este orden. Es lamentable confirmar como la ciencia se ha funcionalizado a la generación de conocimiento para poseer la naturaleza, la cultura y la obediencia social. La ciencia, en muchas ocasiones, se ha puesto al servicio de la modernidad capitalista a través de una epistemología sometida al positivismo, el liberalismo y las ciencias sexistas. En esta línea, es a través de la economía que la sociedad es forzada a rendirse, la impotencia aprendida no tiene fe en la posibilidad del cambio, logrando que los hijos e hijas de hoy sean hijos e hijas de nihilismo, del liberalismo, del desarraigo y la brutalidad.

Este trabajo de Natalia Sierra es una objeción al pensamiento descomprometido que se agota en las econometrías y termina siendo funcional al poder. FRACTURA desarrolla una racionalidad que suprime aquella en la cual todo esté atado a ser mercancía, y lo logra confrontando los argumentos económicos, políticos, sociales, históricos y ambientales que nos han traído al borde del colapso humanitario. Es en el contexto del gran encierro obligado a causa de la COVID 19, a la que Natalia Sierra define como un paréntesis histórico, que FRACTURA, ubica los signos de los tiempos que advierten que es hora de actuar: los paréntesis históricos son puntos de inflexión que suspenden el relato-destino y abren la posibilidad de disputar el sentido de la historia, de llevarla en otra dirección.

Entre las múltiples consecuencias del gran encierro, se ubica la expulsión de millones de trabajadores y trabajadoras del proceso productivo, no únicamente debido a la crisis sanitaria sino también al desarrollo tecnológico y la inteligencia artificial. La pandemia del C19 puso de manifiesto la irracionalidad del crecimiento ilimitado. Natalia Sierra analiza exhaustivamente cómo llegamos a la situación actual en los diversos ámbitos de la vida de la humanidad y el funcionamiento del mundo. Para ello, explica magistralmente, la evidente presencia de las grietas del viejo sistema identificando 4 contradicciones fundamentales: cultura-naturaleza, desarrollo tecnológico-régimen de propiedad, capital-trabajo y Estado-mercado.

En un segundo apartado, se refiere a la caída de la modernidad y la nueva edad media, que profundizan la crisis de la civilización moderna capitalista, que ha sometido a la población del mundo a la incertidumbre absoluta sobre las posibilidades de su futuro. Un proceso en el cual estamos volviendo a condiciones de trabajo peores que las del siglo XIX. Sierra habla del retorno de la edad media. El neoliberalismo busca reducir al máximo el poder de los trabajadores y ponerlos en una posición en la que no sean capaces de resistir la explotación masiva. El desarrollo tecnológico y la inteligencia artificial conducirán a una transformación radical del trabajo. Aquí radica la dinámica de esta contradicción descrita con sobra de ejemplos reales vividos por todos y cada uno de nosotros cuando vemos en las calles el rostro de la pobreza en los hombres, mujeres y niños que hacen de todo para sobrevivir. Una realidad de pobreza que crece en medio de la caída de las instituciones que sostienen el orden actual y que ponen en evidencia las manifestaciones de la FRACTURA del sistema vigente y el derrumbe del paradigma del progreso.

La tercera parte, denominada en el abismo de la fractura, ensaya los posibles escenarios en clave de un llamado a girar el timón de la nave. El capitalismo ha entrado en una etapa crítica, sus efectos negativos sobre el ser humano y el medio ambiente son inminentes, el estallido de las frecuentes burbujas financieras provoca empobrecimiento en todo el mundo. Los problemas de desigualdad social y económica, de contaminación no son problemas de economía sino de ética. Desde los sures globales, se propone un nuevo paradigma frente al dominio histórico de la ética utilitarista. A este nivel, Natalia plantea volver los ojos a las experiencias de los pueblos y las comunidades en resistencia. Comunidades que practican otras maneras de existir, avanzando en su propio camino, según la autora. Esa humanidad que tiene como referente de futuro su pasado ancestral, su humanidad natural y su cultura campesina comunitaria.

La obra es un trabajo especialmente importante, no solo por la acuciosidad del análisis, sino por la infinidad de aportes que presenta a través de una profunda revisión de los datos, los hechos y sus desenlaces. La pertinencia académica, en momentos donde la vida se encuentra amenazada y el fundamentalismo se recompone en discursos que buscan destruir las posibilidades de un proyecto civilizatorio de otro orden. Natalia Sierra nos permite ubicar, desde la otra ética, los elementos para alcanzar otras formas de ser y hacer la historia. La otra ética que Natalia Sierra nos plantea es lo contrario absoluto de la absoluta cosificación de la dictadura de los mercados, que intenta que los seres humanos se adapten a la injusticia para mantener una dudosa paz.

El inmenso aporte de esta obra es su rotunda interpelación a la academia y sus funcionalismos entre la ciencia y el poder, cuestionando la generación de un conocimiento construido en torno a él. Estoy segura de que cuando lean este libro, sentirán la misma emoción que yo. Solo el conformismo puede soportar esta realidad, justificando la fachada de la libertad individual y el estilo de vida, como dice Natalia Sierra: Este escrito es un intento de aportar a esa disputa de sentido que ayude a cambiar la dirección de la historia, de esa historia que amenaza con destruir la vida humana y no humana. Así, esta reflexión se sitúa en la perspectiva disidente de abandonar la historia suspendida en enero de 2020 e intentar abrir otra trayectoria humana.

Ana Cecilia Salazar V.

Octubre 2021

Apertura

La emergencia sanitaria y sus efectos económicos, políticos y sociales han colocado la vida humana en un paréntesis a-histórico, que genera una inmensa incertidumbre. Junto a la amenaza del virus, enfrentamos la inminente recesión económica, cuyas dimensiones son inciertas pero angustiantes. Es un momento de inflexión en el cual se desatan relaciones y se desmoronan las instituciones que dieron forma a la vida social de los últimos siglos. Como en toda guerra –y está de hecho es una guerra no bélica, sí, creo, biológica, económica y financiera– nada está dicho y todo está por reacomodarse, reajustarse, redefinirse. Los viejos aliados se separan, encuentran otros aliados, negocian posiciones y cuotas de poder en la “nueva” dirección social, económica, productiva, política, cultural e ideológica de la pospandemia. Como diría (Benjamín, 2016), serán los vencedores, de esta guerra poco convencional, los que escriban la historia venidera, los que impongan la nueva narrativa dominante que se objetive como el “nuevo mundo”. Estamos hablando de una nueva matriz productiva, quizá una nueva matriz energética, una nueva matriz tecnológica, una nueva institucionalidad política, nuevos paradigmas; muy probablemente dentro de las mismas coordenadas del capitalismo en su fase final, o quizá en nuevas coordenadas de dominación.

Los paréntesis históricos son puntos de inflexión que suspenden el relato-destino y abren la posibilidad de disputar el sentido de la historia, de llevarla en otra dirección. Este escrito es un intento de aportar a esa disputa de sentido que ayude a cambiar la dirección de la historia, de esa historia que amenaza con destruir la vida humana y no humana. Así, esta reflexión se sitúa en la perspectiva disidente de abandonar la historia suspendida en enero de 2020 e intentar abrir otra trayectoria humana.

La pandemia del COVID-19 ha puesto de manifiesto el límite y posible reemplazo del patrón gubernamental neoliberal, por uno nuevo que supondrá otro esquema de gobernanza mundial, que aún no es posible caracterizarlo de forma clara. Sin embargo, podemos establecer ciertas líneas generales por comparación crítica a la emergencia, desarrollo y agotamiento del neoliberalismo.

A partir de la segunda guerra mundial se configuró lo que (Foucault, 2007) define como la gubernamentalidad neoliberal, la misma que ha organizado la vida económica, política y social de la mayor parte de los países del planeta en los últimos 50 años. El neoliberalismo se define por un tipo de poder económico, político y cultural basado en el libre mercado y la libre competencia, que durante medio siglo dio oxígeno al capitalismo. Así, el capital intentó sin éxito esquivar sus callejones sin salida, sobre todo aquel determinado por lo que (Marx, El Capital, 2005) llamó la ley de la baja tendencial en la tasa de ganancia. Los procesos sistemáticos de acumulación y concentración de capital, alimentados por los desarrollos tecnológicos de la revolución cibernética, que se incorporaron al proceso productivo a partir de los años 50 y que permitieron lo que se conoce como la globalización, conllevaron la agudización del desempleo estructural. Una masa cada vez más grande de trabajadores y trabajadoras es expulsada del proceso productivo y remplazada por tecnología. El constante desarrollo tecnológico de los medios de producción dentro del capitalismo provoca sobrecapacidad productiva sin trabajadores y disminución en el consumo, “sobra capital y faltan mercados”, como dice Rozental (2011). Con lo cual, la tasa de ganancia entra en riesgo por ausencia de valorización de capital debido a la caída del consumo.

La lógica inexorable del desarrollo capitalista produce de manera exponencial desempleados, que dejan de ser parte del ejército industrial de reserva y pasan a ser peso muerto del capital, humanidad sobrante para la élite económica, que genera problemas sociales y políticos cada vez más complejos para la gobernanza nacional y mundial. Desde el 2008 el mundo empezó a experimentar revueltas populares por todo el planeta, las mismas que se incrementaron de forma cualitativa en el año 2019, sobre todo en América Latina. Protesta social en aumento que pone en jaque el orden hegemónico local y global y que amenaza la paz mundial.

El aumento del desempleo implica la caída del consumo y, en consecuencia, la caída de la renta de capital. En los años 70 del siglo pasado se visibilizaron los primeros signos de la crisis del modelo neoliberal, que en su desarrollo condujeron a la crisis inmobiliaria del 2008, en la cual se hicieron evidentes los límites del crecimiento económico. Muchos economistas advirtieron que la crisis del 2008 no sólo que no fue superada, sino que alimentó una crisis mayor que tendría lugar en la tercera década de este siglo. Sin embargo, la llegada de la COVID-9 y la respuesta de confinamiento que impusieron para evitar el contagio aceleró la crisis económica. Desde muchas perspectivas, el mismo año de la pandemia, se planteó que podríamos estar a las puertas de una recesión económica de iguales o mayores dimensiones que la recesión de 1929 del siglo pasado. El FMI, a través de su Consejera Económica Gita Gopinath, habló del “gran bloqueo” y vaticinó que en el año 2020 el crecimiento mundial caería en un 3%. (AFP, 2020). Los datos del (FMI, 2021) estiman que el 2020 cerró con una contracción del 3.7%. Según la (OIT, 2021), “…a lo largo del pasado año la cantidad de horas de trabajo a escala mundial se redujo en un 8,8% (con respecto al cuarto trimestre de 2019), equivalentes a 255 millones de empleos a tiempo completo. Esta pérdida es aproximadamente cuatro veces mayor que la que provocó la crisis financiera mundial de 2009.”.

En el informe World Employment and Social Outlook Trends 2021 (ILO, 2021) se destaca el peligro de que la COVID-19 deje en el mercado laboral mayor desigualdad geográfica y demográfica, más pobreza y menos trabajos dignos. Durante el año del “gran confinamiento”, la renta laboral global cayó un 8,3%, o 3,7 billones de dólares estadounidenses, aproximadamente el 8.8% de las horas de trabajo mundiales se perdieron, entre quienes fueron despedidos y a aquellos que se les redujo la jornada laboral en porcentaje parcial o total. Los sectores más afectados fueron: las micro y pequeñas empresas (PYMES) con un impacto devastador y desproporcionado; trabajadores y empresas informales fueron especialmente afectados, los trabajadores informales tienen más probabilidades de perder el empleo que los formales y las empresas informales se enfrentaron a la quiebra; los trabajadores menos calificados sufrieron muchas mayores pérdidas de sus empleos que los más calificados que tienen más acceso al teletrabajo; esto ha aumentado o solo la desigualdad entre sectores sociales sino también entre los países del norte global y los del sur global; el empleo femenino se redujo en un 5% en relación al 3% del empleo masculino, además de sufrir un carga desproporcionada de trabajo de cuidado que les dificultará la reintegración al mercado laboral; los jóvenes son otro sector exageradamente afectado por la crisis, tanto por la pérdida de empleos como la interrupción de su acceso al mercado laboral.

La esperada recuperación económica a partir de la segunda mitad del año 2021 probablemente será frágil y globalmente desigual, el crecimiento y el empleo proyectado serán insuficientes para cerrar las brechas provocadas por la gran reclusión, según el mismo informe citado. La (ONU, 2020) advierte de una pandemia alimentaria en la que podrían morir 300 mil personas por día durante un periodo de tres meses. El panorama de la pospandemia se presenta catastrófico para la sociedad mundial, evidenciando el límite del neoliberalismo que, al parecer, coincide con el quiebre del sistema capitalista como hasta ahora se lo conoce.

Este escenario muestra, sin lugar a dudas, una ruptura en la narrativa del poder, dominada por el discurso neoliberal que se objetivó como mundo global. La realidad que se construyó a partir de 1956 con los acuerdos postsegunda guerra mundial estableció: a) En un primer momento el mundo bipolar de la guerra fría entre el bloque dominado por los EEUU y el bloque centrado en la dirección de la ex Unión Soviética, el mismo que llegó a su fin en 1989 con la caída del bloque comunista. b) En un segundo momento, con la caída de la Unión Soviética en el año 1991, el inicio del dominio total del modelo capitalista neoliberal norteamericano; victoria planetaria del occidente capitalista que marca su final. El descongelamiento del campo soviético y luego de la China comunista, en los últimos 30 años, significó el consumo de las últimas reservas de oxígeno para el capital; agotadas sus posibilidades, su muerte quizá ya está fechada.

El triunfo del occidente capitalista liberal sobre el proyecto del socialismo real significó el inicio del fin de la globalización neoliberal. El poder de los banqueros financistas y especuladores de Wall Street se convierte en el poder de los zombis, de un capital especulativo que se reproduce como metástasis y que no logra crecer, sino estallar. El objetivo de crecimiento económico ilimitado es inviable. La crisis inmobiliaria del 2008 fue el punto de quiere más fuerte en el patrón de dominación capitalista. A partir de ese año empezó un acelerado deterioro: 2014, caída de los precios de los commodites; 2018, incrementa la deuda a niveles impagables que amenaza romper el sistema financiero. “La deuda mundial alcanzó en 2019 los 255 billones de dólares y el año 2020 superó el 322 % del producto interior bruto (PIB) anual del planeta, lo que supone 40 puntos porcentuales (87 billones de dólares) más que la acumulada al inicio de la anterior crisis económica, en 2008, según un estudio publicado este lunes en Washington por el Instituto de Finanzas Internacionales (IFF por sus siglas en inglés)”. (EFE, 2020). La deuda se explica en los procesos de especulación financiera, es decir, en el crecimiento de inmensas cantidades de circulante o moneda sin respaldo en oro y menos aún en producción de riqueza real. Todo se reduce a las manipulaciones financieras y a la impresión ficticia de dinero, ligada al poder y amenaza militar de los aliados occidentales. La crisis de la especulación financiera tiene su contraparte en el crecimiento de una masa de desempleados que crece y crece al mismo ritmo o incluso más que el crecimiento y concentración de capital especulativo.

Con la tecnología de la cibernética, el crecimiento de la tasa de ganancia se complicó significativamente. ¿Qué pasará cuando se incorpore al aparato productivo la tecnología de la inteligencia artificial (IA) y la robótica? No es difícil pronosticar. Los niveles de expulsión de mano de obra serán de dimensiones trágicas, peores que las que se dibujan y anticipan por la pandemia, lo que significará el colapso de la renta real y el límite último y catastrófico de explotación de la naturaleza. Con la incorporación de la tecnología de la robótica y la IA, que se traza en el horizonte, el sistema de la ganancia capitalista y su crecimiento al infinito serán insostenibles. Es claro que esta crisis sanitaria y económica nos pone a las puertas de la nueva tecnología y, con ella, nos enfrenta a los enormes problemas que anuncian su incorporación en el proceso productivo.

El límite del crecimiento económico capitalista parece llegar a su fin, eso es lo que revela y oculta la pandemia de la COVID-19. La crisis sistémica, evidenciada en la gran reclusión del año 2020, podría anunciar el fin del modelo neoliberal, en cuanto involucra una quiebra económica total y permite la rearticulación energética, tecnológica, productiva, económica y política del planeta, en el intento de sostener al capitalismo conectado a un respirador artificial. El paréntesis a-histórico del confinamiento, “hecho de fuerza mayor como una guerra mundial”, “permite empezar de nuevo”, por eso muchos representantes del poder global habla del “nuevo orden mundial”, la “nueva normalidad”, “el gran reinicio”. Es claro que no tiene que ver con la pandemia, sino con las contradicciones del capitalismo y sus callejones sin salida. ¿Qué hacer con la población laboral sobrante, que va siendo sustituida por tecnología productiva? ¿Qué hacer con el porcentaje de la población que ya no representa un mercado que permita la valoración de capital y con ello la renta y, sin embargo, es la amenaza constante de revueltas sociales cada vez más violentas? ¿Cómo desgravar la inmensa deuda? ¿Cómo resolver la escasez de mercados y la desnutrición agónica de consumidores? ¿Cómo hacer que la velocidad de innovación del proceso no supere la velocidad de innovación del producto y esta no supere la velocidad del consumo? En definitiva, ¿cómo resolver la crisis de sobre producción que Marx vio como el límite infranqueable del capitalismo y que implica la destrucción de la naturaleza y del trabajo?

Ante el posible colapso del patrón de acumulación de estos últimos 50 años, los grandes poderes económicos y políticos mundiales intentarán encontrar un respirador artificial para la economía. Esta es la disputa que organizará la geopolítica global durante los próximos años: la dirección que tendrá el capitalismo en su última fase. En este oscuro escenario se puede, con mucha dificultad, observar dos grandes fuerzas que disputan el control pospandemia y que coinciden con las dos respuestas sanitarias que se dieron en el primer momento a la emergencia sanitaria del COVID-19. Antes de continuar, es necesario aclarar que existe aún muchísima confusión en los conflictos intercapitalistas que impiden establecer con cierta claridad los actores en conflicto. Enfrentamos un escenario lleno de zonas grises y puntos ciegos, consecuencia del desmoronamiento del poder neoliberal y, con él, del mismo capitalismo.

En el contexto de este escenario catastrófico visibilizado por la pandemia 2020, desde este pequeño país del extremo occidente del occidente moderno, con su historia hundida en el pasado natural que no significa nada para los planes de las élites globales, pongo a consideración este texto para debatir la inminente, innegable y, creo, irreversible fractura del sistema. Es un hecho que las perspectivas que surgen desde los sures globales, más aún desde un país con nombre de línea imaginaria que no existe en el imaginario global, buscan sobrevivir no solo a la fractura del sistema, sino a los planes de las élites en sus viejas y nuevas demandas de dominación. El desarrollo de las tesis de este debate se concreta en tres ensayos, que pueden ser leídos de manera independiente y que son apenas los bosquejos que intentan, desde este sur, comprender el momento histórico de transición que vivimos. Por lo confuso del contexto actual, aclaro que las ideas expuestas están atravesadas por la imprecisión de un tiempo de transición.

El primer ensayo, que lo he llamado las grietas en el viejo sistema, sostienela tesis de la existencia de cuatro contradicciones que articularon el nacimiento y desarrollo del sistema capitalista y que, en el momento actual de su aceleración global, son la causa principal que amenaza la estabilidad y permanencia del mismo. Se trata de las contradicciones: cultura-naturaleza, desarrollo tecnológico-régimen de propiedad, capital-trabajo y Estado-mercado. La inminente amenaza de una catástrofe ecológica provocada por la cultura del sujeto de colonización y dominación de la naturaleza agrieta el sistema social vigente. El acelerado desarrollo científico tecnológico amenaza abrir una brecha enorme de desigualdad radical entre los seres humanos con acceso a sus beneficios y los seres humanos excluidos de los mismos. El mismo desarrollo tecnológico que cambia exponencialmente la composición orgánica de capital, en beneficio del capital y en detrimento del trabajo, produce una masa cada vez más grande de desempleados sin capacidad adquisitiva, que a su vez contraen la valorización de capital y con ello la ganancia. Por último, la expansión planetaria de la lógica mercantil ampliada destruye paulatinamente la institución del Estado Nacional que en su momento estableció las coordenadas de su desarrollo. Sin estas referencias políticas, el mercado en su expansión destruye la cartografía simbólica y con ello pone en riesgo la vida social.

El segundo ensayo, denominado, la caída de la modernidad y la nueva edad media, plantea que estaríamos asistiendo al descenso de la civilización moderna capitalista y su caída en una nueva edad media. El estallido de las contradicciones articuladoras del sistema estaría provocando agudos procesos de diferenciación e integración decreciente que indicarían que la dirección actual de la curva civilizatoria es en sentido descendente. El signo de este desmoronamiento civilizatorio y la entrada en un nuevo medioevo se muestran en una creciente masa de seres humanos que se desenganchan de las instituciones sociales, empezando por la del trabajo asalariado, que estructura la totalidad de los intercambios sociales en el mundo capitalista. Una multitud sin mundo que vaga por las grietas de una economía que se fractura; de un política, cuya institución principal se debilita y da paso a la expansión de la violencia ilegítima de los “nuevos señores de la guerra”; de un derecho que se restringe a las zonas claras y deja inmensas zonas de penumbra y de oscuridad en las que opera la ley de las BACRIM; de una ideología que se rompe y deja a millones de personas huérfanas de coordenadas simbólicas, huérfanas de códigos sociales, huérfanas de mundo. Una multitud de seres humanos sobrevive en las grietas de una civilización que se fractura.

El tercero y último ensayo, en el abismo de la fractura, expone, a manera de hipótesis embrionarias, las posibles respuestas que la humanidad intenta dar a la situación actual. Una viene del capitalismo conservador y su goce perverso por sostener su decadente sistema, intentan reeditar las viejas recetas fracasadas de la economía liberal y neoliberal para asegurar la continuidad del capitalismo tal y como lo hemos conocido, al menos en los últimos 70 años. Presionan por retornar a la normalidad previa a la pandemia, la misma normalidad que conduce una y otra vez a las crisis reiterativas del sistema. Fuerzan el retorno al sistema de comercio mundial para asegurar el libre mercado, aunque este ya empezó a quebrarse antes de la crisis sanitaria con el Brexit. Los posibles acuerdos entre China y EEUU que podía restablecer el sistema de comercio mundial se hacen cada vez más complicados, en medio de acusaciones cruzadas de conspiraciones y juegos sucios (Krugman, 2020). No aceptan que la globalización neoliberal estalló como las burbujas financieras, que otra vez inflan con la emisión de dinero sin respaldo. Otra, que vienen de lo que podría llamarse capital progresista que aspira a otra demanda de dominación articulada en la preminencia de la última revolución tecnológica (IA, robótica y neurociencias). Esta respuesta, liderada por las élites propietarias del desarrollo tecnológico de punta, se hace visible en la alianza entre las gigantes tecnológicas y los grupos que forman el Foro Económico Mundial y su propuesta del Gran Reseteo. Está claro que aprovechan la pandemia para promover sus dos grandes transformaciones, la verde y la digital, con las cuales buscan establecer las bases para la organización del nuevo orden social, que desde varias perspectivas y la mía propia anuncia, lo que ya se denomina, el feudalismo digital. La última respuesta vendría desde los pueblos, esos que no son parte ni del proyecto del capital conservador ni del proyecto del capital progresista. Es esa humanidad sin poder, que no es tomada en cuenta por ninguna de estas élites, la que necesita urgentemente abrir su propio camino que la aleje definitivamente de las coordenadas del capitalismo reencauchado en decadencia y del capitalismo en proceso de transformarse en un feudalismo digital. Esa humanidad que tiene como referente de futuro su pasado ancestral, su humanidad natural y su cultura campesina comunitaria.

I Las grietas en el viejo sistema

Con la vuelta de siglo, la humanidad quedó enredada en las trampas de la agónica globalización neoliberal y su desenfrenada carrera de destrucción. Como un tren sin guía, el capitalismo conducía al colapso ambiental, social y ético, a una velocidad nunca antes experimentada en la historia humana. Adictos al consumo mercantil real o ficcional, los seres humanos corrían fatalmente hacia su extinción. El placer recurrente del subidón consumista induce al adicto a girar alrededor de la cosa-mercancía, sin posibilidad de marcar distancia con el objeto obsceno, en el que desaparece la palabra y el deseo. Sin deseo, el homo sapiens solo espera el colapso, para que la muerte lo libere de una vida sin sentido y sin futuro. Esta era la escena del mundo hasta el 2019: la humanidad atrapada en su exponencial expansión económica sin conciencia de la proximidad de su extinción.

A inicios del año 2020, la velocidad del mundo se detuvo de un día para el otro. Paradójicamente, un micro organismo paralizó la acelerada carrera de la humanidad hacia su destrucción total. El diminuto virus detuvo el planeta, con la amenaza de provocar la muerte de millones de seres humanos. En el año de la gran reclusión 2020, la COVID-19 provocó alrededor de dos millones de muertes en todo el planeta, es decir aproximadamente el 0.25% de la población mundial. Hasta el 2019, cada año morían en el mundo 57 millones de personas; por enfermedades infecciosas (gripe, neumonía, SIDA y tuberculosis), 16 millones; por enfermedades no trasmisibles (cardiovasculares, cáncer, diabetes, los trastornos respiratorios, etc.) 36 millones; y por otros motivos entre los que se encuentra traumatismos, accidentes y asesinatos, 5 millones (Prieto, 2020). Según la OMS (2019) en el planeta se producía un suicidio cada 40 segundos; por año 800, personas se quitan la vida. En las guerras capitalistas de los últimos 40 años, han muerto millones de personas. En Afganistán (1978- 2019) 2 millones; en Irak en (2003) 1 400 000; en Siria (2011-2019) 586.000; en Somalia (1991) 5000.000; en Sudán (2013) 400.000; en México (2006-2019) 300.000; en la ex Yugoslavia (1991-2001) 200.000; en Yemen (2015-2019) 60.000, en Libia (2014) 29.000, entre otros conflictos (Wikipedia.org, 2020). Según informe de Naciones Unidas: “Cada día, un promedio de 137 mujeres alrededor del mundo muere a manos de su pareja o de un miembro de su familia” (BBC, 2018). “…se calcula que 6,3 millones de niños menores de 15 años murieron en 2017 por causas, en su mayoría, prevenibles. Esto supone la muerte de un niño cada 5 segundos”. (ACNUR, 2019). La OMS informó en el 2012, que 7 millones de muertes se producen cada año debido a la contaminación atmosférica. Sin embargo, de estas cifras, nunca se decidió parar el progreso capitalista y su proyecto de colonización planetaria. Apareció el nano virus y el planeta detuvo su frenética carrera mercantil.

El parón de la gran reclusión abrió una enorme fractura en el sistema, se evidenció una serie de contradicciones sistémicas que se encubrían en la vertiginosidad del intercambio mercantil mundial. Las contradicciones saltaron y mostraron un sistema lleno de grietas, que confirman la dirección descendente de la curva civilizatoria capitalista. No se trata de una crisis más en la secuencia de crisis sistémicas vividas en los últimos 30 años, sino de la fractura del sistema.

El cambio continuo del tiempo acelerado del mercado, que solo permite captar cuantitativamente el avance del modelo civilizatorio en crecimiento del consumo (PIB), se interrumpió y dio paso a la pequeña escala donde el cambio es repentino y discontinuo y permite captar cualitativamente la forma civilizatoria, sus contradicciones, sus grietas y su deformación. El perfecto movimiento de la economía con sus centros económicos, sus circuitos planetarios y sus intercambios se cortó, la paralización produjo enroscamientos productivos, de circulación y consumo que formó huracanes sociales, cambios políticos inesperados, transformaciones ideológicas que ensancharon y extendieron las grietas en el viejo sistema capitalista.

Las grietas sistémicas evidencian que el capitalismo no es compacto ni absoluto ni eterno, ni es una continuidad progresiva y estable (histórica o civilizatoria), cuyos cambios puede ser medidos, anticipados y controlados. Sus fórmulas económicas son temporales, imperfectas y mutables, no ideas matemáticas imperecederas. Es una forma de lo humano que cambia, se agota y deforma; se necesita, por lo tanto, captar su emergencia creación, evolución y destrucción, como cualquier forma en el universo. La pandemia reveló las grietas del sistema, donde la modernidad capitalista se deforma y/o destruye. Es la oportunidad de indagar qué hay más allá de ellas, seguir por sus ramificaciones para observar los factores que produjeron las tensiones que en su desarrollo les dio origen. Sin con esto pensar que su complejidad puede ser calculada, medida y con ello anticipada. A lo mucho podemos identificar sus regularidades cualitativas.

La pandemia nos da la oportunidad de ver al capitalismo no desde su afirmación como destino, sino dentro de un paisaje de trasformaciones que se abren por las grietas del viejo sistema y posibilitan transitar hacia otra forma de ser de lo humano. Una imagen de lo nuevo que no encontraba acogida en el pensamiento hegemónico de las estadísticas y su velocidad del mercado global. Una imagen del por-venir que se insinúa en las grietas, que se manifiesta en medio de esta gran fractura sistémica; una imagen que para el poder es simple utopía hereje.

Vamos a situarnos en la fractura, morar en su seno y en las inmensas preguntas que ella abre, vamos a vivir conscientemente esta paralización que detienen el destino trazado por el capitalismo. Las decisiones que tomemos en los próximos años serán decisivas para dibujar la forma de vida que garantice nuestra supervivencia en el planeta. La fractura abierta por la pandemia puede ser la última oportunidad para construir un mundo humano que persevere en su humanidad. Vamos a hacer de estas grietas la oportunidad de que la catástrofe nos lleve a otro ensayo humano más grato. Quizá podamos aprovechar esta oportunidad para saltar de este tren antes de que se estrelle y nos trague la destrucción.

Comprender la fractura sistémica requiere un tejido de tres trayectorias reflexivas: la perspectiva del materialismo histórico de Walter Benjamín, en sus “Tesis de la Filosofía de la Historia”; la compresión histórica de Norbert Elias, en “El Proceso Civilizatorio” y la genealogía de Michel Foucault, en “El Nacimiento de la Biopolítica”. El diálogo crítico de estas tres perspectivas de conocimiento permite articular históricamente el pasado y comprenderlo a partir del instante presente, amenazado por la quiebra del sistema. No interesa conocerlo «tal y como verdaderamente ha sido», sino conocerlo en su ser causa del momento actual y posibilidad de virtuales salidas futuras, que puedan ser la huella de otra historia (Benjamín, 2016). Dicha articulación del pasado se construirá sobre la base de comprender al capitalismo no como una estructura, sino como un proceso histórico en la forma de una curva civilizatoria, que en el instante presente estaría en la fase final de su declive. Se trata entonces de indagar los procesos de integración y diferenciación decreciente del proyecto civilizatorio moderno capitalista (Elias, 1989), en el periodo de la globalización neoliberal que sería la última fase del desarrollo capitalista. Este propósito exige analizar los conjuntos de relaciones que instituyeron la gubernamentalidad neoliberal, (Foucault, 2007), las mismas que han provocado la mayor desintegración e indiferenciación social conocida desde el comienzo de la modernidad capitalista, y que hoy se viven como signos indiscutibles de su colapso civilizatorio.

Con las herramientas de esta triple perspectiva de conocimiento, se hará un salto al pasado en tres momentos del desarrollo del proyecto moderno. El primero se sitúa en la revolución industrial como inicio del capitalismo propiamente dicho, para poder indagar las relaciones contradictorias que en su desarrollo y transformación permiten entender esta fractura sistémica. El segundo se ubica al final de la segunda guerra mundial e inicio de los acuerdos, disputas y negociaciones que dieron origen a la globalización neoliberal, dirigida por la alianza nortatlántica. El tercero y último se coloca en la caída de la Unión Soviética, fin de la guerra fría, victoria y caída del neoliberalismo, y con ella, del capitalismo en su conjunto. En estos tres momentos se indaga las contradicciones que en su surgimiento, desarrollo y transformación explican el momento actual.

El Capitalismo y sus contradicciones

Entre los años 1780 y 1840 tiene lugar el proceso de la revolución técnica y tecnológica más radical conocido hasta ese momento por la historia humana, después de la revolución neolítica hace 10.000 años, y que cambió drásticamente la vida social y natural. Si se teje este pasado desde el peligro presente, se observará en él cuatro contradicciones que en su desarrollo pasan de ser articuladores civilizatorios a ser desarticuladores del proyecto moderno capitalista.

La primera y básica es la contradicción cultura-naturaleza, que conlleva la separación jerárquica, es decir patriarcal, de estas dimensiones de la vida humana, por la cual la cultura en la forma del sujeto se pone por encima de la naturaleza en la forma de objeto de conocimiento, manipulación, colonización y explotación. Todas las relaciones cognitivas, éticas, económicas, políticas e incluso estéticas que venían configurándose desde el Renacimiento se articulan y cualifican desde esta contradicción. A su vez, los sistemas patriarcal y colonial se radicalizan y se vuelven adjetivos activos del capitalismo. Es esta relación contradictoria la que hace posible la dinámica expansiva del capitalismo patriarcal y colonial, que desde hace tres décadas llegó a su límite insostenible.

Al comienzo de este proceso, esta contradicción permitió diferenciar la vida humana y la vida natural no humana, justamente en el surgimiento y afirmación de las ciencias físicas y naturales. Se estableció una integración particular entre el ser humano y la naturaleza, caracterizada por el dominio cognitivo y productivo del primero sobre la segunda. Esta relación se expresó en un tipo particular de construcción espacial. Así, se configuraron las ciudades industriales diferenciadas del mundo campesino y de los espacios de la vida silvestre. Esta contradicción tuvo un desarrollo ascendente que dio lugar a la cultura moderna industrial, que con la globalización alcanzó su apogeo y su descenso hacia el actual desequilibrio del metabolismo sociedad-naturaleza.

La crisis ecológica anunciada como cambio climático es, para muchos expertos, una tendencia irreversible que amenaza con la destrucción del hábitat humano. Hay varios informes sobre el tema que sostienen que el planeta sólo tiene hasta 2030 para detener la catástrofe del cambio climático, siempre que el límite del calentamiento global se establezca en 1,5ºC y no en 2ºC. Se dice que la crisis más temida puede llegar en 2040, que los peces desaparecerán en 2048, que existe una alta probabilidad de que la civilización humana alcance su fin en 2050 (Chan, 2019). El informe especial del grupo intergubernamental de expertos sobre cambio climáticos indica:

…limitar el calentamiento global a 1,5°C requeriría transiciones “rápidas y de gran calado” en la tierra, la energía, la industria, los edificios, el transporte y las ciudades. Las emisiones netas mundiales de CO2 de origen humano tendrían que reducirse en un 45% para 2030 con respecto a los niveles de 2010, y seguir disminuyendo hasta alcanzar el “cero neto” aproximadamente en 2050” (IPCC, 2018).

El catastrófico pronóstico ecológico muestra la contradicción cultura-naturaleza en su momento de desarticulación. La crisis ecológica se transforma en catástrofe ambiental y pone en riesgo la vida de la especie humana y de muchas otras que cohabitan en el planeta. Varios investigadores sobre crisis ecológica sostienen que una de las causas principales del aparecimiento de los virus, como el COVID-19, se debe a la presión que el desarrollo cultural capitalista hace en la naturaleza y, sobre todo, en los territorios de las otras especies animales (O’Callaghan, 2020).

La gubernamentalidad neoliberal alimentó la expansión del capitalismo extractivo en el planeta, causa fundamental del actual resquebrajamiento en el equilibrio de la relación cultura-naturaleza que anuncia la catástrofe ambiental, es decir, profundos procesos de diferenciación e integración decrecientes entre la vida humana y la vida silvestre. La pérdida acelerada de la biodiversidad y con ella la desertificación biológica homogeniza los territorios en inmensas tierras devastadas. Se evidencian procesos de desintegración entre el ser humano y la naturaleza que habita, entre el ser humano y las otras especies animales y entre el ser humano y la naturaleza que lo habita. “Marx destacó en El capital que el rompimiento del ciclo de la tierra en la agricultura capitalista industrializada constituía nada menos que “una fractura” en la relación metabólica entre los seres humanos y la naturaleza” (Bellamy Foster, 2013).

El desarrollo neoliberal del capitalismo lo condujo a la mayor fractura metabólica entre el ser humano y la naturaleza, “un desgarramiento insanable en la continuidad del metabolismo social, prescrito por las leyes naturales de la vida” (Marx cit. Bellamy Foster, 2013). La humanidad asiste al peligro de una catástrofe ambiental, consecuencia de las contradicciones históricas entre la cultura y la naturaleza en el marco del desarrollo intensivo del capitalismo postindustrial de los últimos 50 años y, aún más, desde el descongelamiento del bloque comunista.

La segunda contradicción, desarrollo tecnológico-régimen de propiedad, amenaza abrir una brecha radical de desigualdad entre los seres humanos que tiene acceso a la tecnología y aquellos que están excluidos de la misma. La lógica de la producción capitalista impulsa permanentemente el desarrollo y revolución tecnológica, debido a la presión productiva-destructiva de una economía para la acumulación de valor y no para la subsistencia (Marcuse, 1983), en la línea argumental de Marx, sostenía el carácter exponencial del desarrollo tecnológico en el capitalismo, dinámica que tensa el régimen de propiedad privada sobre la tecnología. El impresionante desarrollo técnico a partir de la revolución industrial y, sobre todo de la revolución cibernética, con las tecnologías digitales, se extiende por toda la sociedad en una suerte de “democratización” de su consumo. Para evitar la socialización de la tecnología, privatizaron el conocimiento con patentes y luego convirtieron a los consumidores en esclavos de esta industria de producción de conocimiento y subjetividades. En otras palabras, se extrae plus valor de la capacidad de creación cognitiva, simbólica y subjetiva de los seres humanos, que al consumir las tecnologías digitales producen más información y conocimiento que son apropiadas y acumuladas por los dueños de las plataformas. La era del capitalismo cognitivo ha llegado.

La sociedad tiende a dividirse entre los cinco gigantes tecnológicos (Amazon, Apple, Facebook, Google y Microsoft) y la inmensa masa de consumidores-trabajadores no pagados de las plataformas digitales. La exclusión de la tecnología no significa que no se la consuma, sino que ese consumo implica la esclavización de los consumidores como productores de mercancías simbólicas-subjetivas. Además, el consumo tecnológico también es la forma más eficaz de control social, no solo control físico directo de estar permanentemente monitoreados, sino sobre todo control ideológico y político de estar dirigidos subjetivamente.

En el ascenso de la civilización capitalista, la contradicción entre desarrollo tecnológico y régimen de propiedad privada permitió diferenciar a los capitalistas de los trabajadores, a los productores de los consumidores, a los trabajadores manuales de los trabajadores intelectuales; diferenciar los lugares de trabajo –la fábrica, oficina– de los lugares de descanso y ocio –la casa, los espacios sociales–, lo público de lo privado, etc. Este sistema de diferenciaciones establecía un sistema de integración social en base a límites claros que mapeaban los espacios y roles sociales. En el momento de descenso de la curva civilizatoria, observamos que esta misma contradicción genera procesos de indiferenciación creciente entre los productores y los consumidores entre los capitalistas y los trabajadores, entre los dominadores y los dominados, entre los explotadores y los explotados. “Ahora uno se explota a sí mismo figurándose que se está realizando; es la pérfida lógica del neoliberalismo que culmina en el síndrome del trabajador quemado”. Y la consecuencia peor: “Ya no hay contra quién dirigir la revolución, no hay otros de donde provenga la represión” (HAN, 2018). Cada vez es más difícil marcar límites entre lo público y lo privado, entre el trabajo y el ocio, entre la producción y el consumo; se generan zonas inmensas de penumbra que dificultan la integración social.

En el contexto de la pandemia, esta contradicción estalla borrando los límites de manera casi total. Ejemplo de esto es el teletrabajo, la teleeducación, telediversión, telesalud, teleeducación, teleturismos, etc., etc., etc, donde para una gran parte de la población de las clases medias, de los estudiantes y de los ancianos, la totalidad y diversidad de espacios quedan reducidos a la casa, convertida en una cárcel sin consciencia de ello. No hay vida pública separada de la vida privada o íntima; el papel del empleador y el empleado parecen fundirse en cada individuo. Lo que en un momento fue la democratización y libertad del conocimiento y la información por acceso a la tecnología digital, deriva paulatinamente en esclavitud, control social y autoritarismo.

“…el control social será uno de los grandes ganadores de esta pandemia. Si a cambio de una geolocalización, o de un QR o de los datos que sean nos dejan volver a salir de casa, ¿quién no estaría dispuesto, a cederlas? La libertad de movimientos, aunque sea de movimientos vigilados, está en nuestra percepción más valorada que muchas otras libertades” (Garcés, 2020).

No hubo crimen, ni juicio, ni sentencia y gran parte de la población mundial fue confinada a prisión domiciliaria; a pretexto del contagio, hicieron la primera prueba de cómo contener a los excluidos de la tecnología con tecnología: “En la orwelliana 1984 esa sociedad era consciente