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Miles de personas en el mundo han cambiado su vida con el protocolo GAPS (por sus siglas en inglés Gut and Psychology Syndrome), basado en una dieta rica en nutrientes y una suplementación adecuada que ayuda a sanar la flora intestinal y promover una salud óptima. A partir de la premisa de Hipócrates ¡Todas las enfermedades comienzan en el intestino! y del nacimiento de su hijo con autismo, la Dra. Campbell-McBride investigó la importancia de la nutrición en la salud y desarrolló este protocolo fundamental para tratar trastornos neurológicos, psicológicos y enfermedades autoinmunes. GAPS resalta la importancia de la salud intestinal y señala cómo trastornos como el autismo, déficit de atención, adicciones y depresión pueden revertirse a través de la nutrición.
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Un tratamiento natural para el autismo, la dispraxia, el trastorno por déficit de atención con o sin hiperactividad, la dislexia, la depresión y la esquizofrenia
Dra. Natasha Campbell-McBride
Edición original: GAPS, Gut and Psychology Syndrome: Natural treatment for Autism, Dyspraxia, A.D.D., A.D.H.D., Dyslexia, Depression and Schizophrenia.Natasha Campbell-McBride, 2004Publicado en Gran Bretaña por Medinform Publishing.
Publicado por:Editorial Diente de León, 2017Avenida Luis Salvador Cilimingras, s/n.07170 Valldemossa, Islas Baleareswww.editorialdientedeleon.com
© Natasha Campbell-McBride, 2004© de la traducción: Catalina Brümann, 2010Adaptación de la traducción: Angela Porras, 2017© de las ilustraciones y diseño de cubierta: Peter Kent, 2004© Editorial Diente de León, 2017
ISBN eBook: 978-84-949135-5-6
“El síndrome psico-intestinal”® y gaps® son marcas registradas internacionalmente de la doctora Natasha Campbell-McBride y su uso está estrictamente prohibido sin la previa autorización por escrito de la autora.
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Reservados todos los derechos en lengua castellana. No está permitida la reproducción total ni parcial de esta obra, ni su tratamiento o transmisión por ningún medio o método sin la autorización por escrito de la editorial.
La editorial agradece todos los comentarios y observaciones:[email protected]
A mis hijos, Nicholas y Matthew y a mi marido, Peter,sin su apoyo ni aliento nunca habría escrito este libro.
Debemos felicitar a la doctora Natasha Campbell-McBride por la publicación de un libro tan bien documentado y provocador. Desde su inquietud por el uso excesivo de antibióticos hasta la promoción de la lactancia y de dietas más saludables, la doctora Natasha Campbell-McBride escribe con la autoridad de un médico experimentando y con la calidez y la sensibilidad de la madre de un niño con autismo. Este libro ofrece una gran ayuda a los padres de niños con autismo, con trastornos de déficit de atención, hiperactividad, dislexia o dispraxia, que además disfrutarán de una lectura placentera y sorprendente. Yo lo recomiendo cariñosamente.
Doctor Basant K. Puri, licenciado en Medicina, miembro del Real Colegio de Psiquiatras, jefe del grupo Lipid Neuroscience, unidad de Resonancia Magnética, Hospital Hammersmith, Imperial College de Londres. Autor de los libros The Natural Way to Beat Depression; Chronic Fatigue Syndrome, y Natural Energy.
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La doctora Campbell-McBride ha realizado un excelente trabajo al relacionar las enfermedades neurológicas y psiquiátricas con las funciones bioquímicas de la nutrición. También ha hecho una labor admirable al relacionar los trastornos digestivos con enfermedades como la esquizofrenia, el autismo, el trastorno por déficit de atención y otros problemas del desarrollo infantil. Este libro está lleno de datos de gran importancia e interés, que todos podemos poner en práctica para mejorar nuestra salud y la de nuestros hijos.
Doctor William Shaw, Laboratorios Great Plains, Kansas, Estados Unidos.
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El libro de la doctora Campbell-McBride proporciona información valiosa, además de profundizar en la comprensión y el tratamiento efectivo de los problemas gastrointestinales en las personas con discapacidades de desarrollo y otros trastornos. Este libro contiene tanto información básica para principiantes como explicaciones exhaustivas para quienes están en un nivel más avanzado. Gracias, doctora Campbell-McBride, por haber escrito este libro.
Doctor Stephen M. Edelson, Centro para el Estudio del Autismo, Oregón, Estados Unidos.
Este libro es fantástico y se convertirá en un clásico. Todos los médicos deberían tener uno [...] No, ¡cada hogar debería tener uno! Un recurso inestimable para los pacientes con enfermedades sindrómicas y los llamados ‘problemas mentales’. La medicina del futuro ya en práctica.
Martina Watts, graduada en Nutrición por el Institute of Optimun Nutrition en Londres y es miembro de la British Association for Applied Nutrition and Nutritional Therapy.
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Este libro es una oportunidad para indagar en la nutrición, cómo funciona el intestino y cómo influye la mala actividad intestinal, no solamente en la salud física sino también en el funcionamiento del cerebro, especialmente en los niños con dificultades de aprendizaje y conducta. Los numerosos padres que buscan ayuda en los grupos de apoyo a niños hiperactivos suelen descubrir que sus hijos se benefician enormemente de las intervenciones dietéticas y nutricionales. [En estos niños] las deficiencias en vitaminas, minerales y ácidos grasos esenciales aparecen con demasiada frecuencia. Este libro nos ilumina sobre cómo el sistema digestivo afecta al cerebro.
Sally Bunday, directora y fundadora del grupo Hyperactive Children’s Support, Reino Unido.
WICKEN FEN
The old wooden gates swinging wide open
leaving room for a path of wood stretching out in front of you.
The heavenly scent of the clean fresh air.
The whistling sound of the grass and the trees
swaying left and right in the breeze.
At night you stare at the wonderful sight.
The path leading over the moist soft grass.
You walk on the bridge over a gently flowing river.
The hill reaching so high, almost touching the sky.
The windmill still stands as you walk the stairs
which have been there for years.
The buzzing of the bees busy in their hive.
All the sounds surround you.
The warm feeling of welcome is quick to arrive.
The sun shining bright on the grass
as green as the leaves in summer.
The way forward getting thinner leaving the feeling that lasts.
The adventure is over.
Feeling warm inside.
Farewell until next time.
Nicholas Campbell-McBride
WICKEN FEN
Las viejas puertas de madera se balancean y se abren de par en par
dejando paso a un camino de madera que se extiende delante de ti.
El aroma celestial del aire fresco.
El silbido de la hierba y los árboles
balanceándose de izquierda a derecha con la brisa.
Por la noche te quedas mirando esta vista maravillosa.
El camino te conduce sobre la hierba suave y húmeda.
Caminas por el puente sobre un río que fluye sin prisa.
La colina llega tan alto, casi toca el cielo.
El molino de viento sigue en pie mientras subes las escaleras
que han estado ahí durante años.
El zumbido de las abejas obreras en la colmena.
Todos los sonidos te envuelven.
La sensación de una bienvenida calurosa se apresura a llegar.
El sol brilla sobre la hierba
tan verde como las hojas en verano.
El camino sigue estrechándose y deja una sensación duradera.
La aventura ha terminado.
Un sentimiento cálido en tu interior.
Adiós, hasta la próxima vez.
Nicholas Campbell-McBride, 11 años.
Cambridge, Reino Unido.
Una carta abierta: para los padres de niños con autismo
Introducción
PRIMERA PARTE: ¿QUÉ ESTÁ SUCEDIENDO?
1. Todas las enfermedades comienzan en el intestino
2. Las raíces de un árbol
3. El sistema inmune
4. ¿Qué puede dañar la flora intestinal?
5. La flora oportunista
6. El eje cerebro-intestinal
7. Las familias
8. Las vacunas. ¿La triple vírica causa autismo?
9. La esquizofrenia
10. La epilepsia
SEGUNDA PARTE: EL TRATAMIENTO
La dieta
1. La dieta: un debate
2. ¡No más alimentos procesados, por favor!
3. La dieta apropiada para el síndrome GAP
3.1 La dieta de Introducción
3.2 La dieta GAPS
3.3 Cómo abandonar la dieta GAPS
4. Recetas
5. ¡Oh, no, es la hora de comer!
6. Retraso en el desarrollo
7. Trastornos alimenticios
Los suplementos para niños y adultos con GAPS
1. Los probióticos
2. Las grasas: buenas y malas
3. El aceite de hígado de bacalao
4. Las enzimas digestivas
5. Las vitaminas y los minerales
La desintoxicación en personas con GAPS
TERCERA PARTE: OTRAS CUESTIONES
1. Las infecciones de oído
2. Diez consejos para fortalecer el sistema inmune
3. Diez factores que dañan el sistema inmune
4. El estreñimiento
5. La genética
6. Algunas consideraciones sobre el aprendizaje
CUARTA PARTE: UN NUEVO BEBÉ EN LA FAMILIA GAPS
1. El embarazo y la preconcepción
2. El recién nacido
Bibliografía
Índice analítico
NADIE DESEA TENER UN HIJO CON AUTISMO. No obstante, es algo que en la actualidad le sucede cada vez a más gente. Es innegable que en nuestro mundo se está produciendo una epidemia de autismo. Si esto pudiera servir de consuelo para algún padre en esa situación les diría que, ciertamente, usted no es el único.
El autismo solía ser un trastorno muy escaso, la mayor parte de los médicos nunca lo había visto en su consulta y la mayoría de la gente nunca había oído hablar de ello. Hace veinte años, en los países occidentales, la incidencia del autismo era de uno de cada diez mil niños. En la actualidad, según el ministerio de Salud del Reino Unido, en este país se diagnostica autismo a uno de cada ciento cincuenta niños. De acuerdo con el Centro de Control de Enfermedades (CDC, por sus siglas en inglés) de Estados Unidos, en la actualidad se diagnostica con algún desorden del espectro autista a alrededor de uno de cada ciento cincuenta niños y la cifra sigue ascendiendo cada día. La Fundación Canadiense del Autismo da cifras similares. Un estudio finlandés publicado en el European Journal of Child and Adolescent Psychiatry (2001, volumen 9) indicaba una incidencia en Finlandia de un niño con autismo por cada 483. En Suecia se ha documentado una proporción de un niño cada ciento cuarenta y uno.
¿Qué está sucediendo? ¿Por qué hay un incremento tan dramático en el número de niños aquejados de este terrible trastorno, que la medicina convencional considera incurable?
¿Es la genética la causa de esta epidemia? La verdad es que no lo sabemos. Lo que sí sabemos, sin embargo, es que los trastornos genéticos no suelen mostrar, así de repente, bruscos aumentos de su incidencia. La genética no funciona de esa manera. Este incremento de nuevos diagnósticos de autismo no puede explicarse por la genética. Al contrario, proporciona un sólido argumento a favor de la afirmación de que, después de todo, quizá la genética no desempeñe un papel de importancia en el desarrollo del autismo.
¿Se debe este aumento a la mejora del diagnóstico? Esto es lo que opinan algunos médicos ingleses de reconocido prestigio. Entonces, ¿es posible que a los médicos del Reino Unido de hace quince años se les diera tan mal reconocer y diagnosticar el autismo que estuvieran errando el diagnóstico de un niño de cada ciento cincuenta? Si ese fuera el caso, ¿dónde están esos niños ahora? Ahora mismo serían adolescentes con autismo porque, como sabemos, se trata de un trastorno que no desaparece con la edad. Evidentemente, en el Reino Unido no hay un adolescente con autismo por cada ciento cincuenta. Así que este argumento no convence a nadie. Algo más debe estar sucediendo. Algo que no se puede dejar pasar con una explicación rápida y superficial, y es algo que no se puede arreglar con una pastilla.
La mayoría de los padres de niños con autismo pueden recordar con claridad ese momento traumático en el que un médico les comunicó el diagnóstico de “autismo”, seguido por la frase: “no se puede hacer nada”. Pues bien, yo misma, como médico, tengo que decirles que su doctor está equivocado, claro que se puede hacer ¡y muchísimo! E iría aún más lejos: dependiendo de las circunstancias y de su dedicación, tienen la posibilidad de acercar a su hijo bastante a la normalidad. A lo largo de todo el mundo, cientos de niños con este trastorno tratados y educados adecuadamente, consiguen convertirse en personas indistinguibles de los compañeros que han tenido un desarrollo típico, normal. Cuanto antes sean tratados, mejores serán los resultados, porque cuanto más joven es el niño menos daño habrá que corregir y, además, tendrán menos problemas para alcanzar en su desarrollo a otros niños normales de su misma edad. Afortunadamente, los médicos de hoy, aunque a menudo no sirvan de gran ayuda en cuanto al tratamiento se refiere, son mucho mejores que los de antes en diagnosticar este trastorno. La mayoría de los niños ya están diagnosticados al cumplir los tres años de edad, lo que no sucedía hace diez o quince años. El diagnóstico temprano permite a los padres tomar medidas inmediatas, lo que a su vez ofrece al niño mayores posibilidades de recuperación.
En el mundo occidental hay una tendencia general a delegar en los médicos la responsabilidad sobre la salud. Si uno está enfermo, va al médico. Tratándose de casos de autismo, una vez que se establece el diagnóstico la medicina tradicional no puede hacer nada. Para los padres de estos niños supone un gran trauma enfrentarse de pronto, ellos solos, a este monstruo llamado “autismo”. La mayoría de los padres que he conocido son personas inteligentes, y a menudo con una buena formación. Lo primero que hacen es aprender todo lo que pueden. Actualmente tenemos a nuestra disposición todo un mundo de información sobre el autismo, incluyendo estudios con una sólida base científica. Si miramos las investigaciones realizadas en los últimos diez años en otras áreas de la medicina, a menudo descubrimos que sus avances son menores que los alcanzados en este campo. Creo que esto se debe a que la investigación sobre el autismo está impulsada casi en su totalidad por las personas más motivadas del planeta: los padres de los niños con autismo. Entre ellos hay médicos, bioquímicos, biólogos y gente simplemente inteligente que busca soluciones para el problema de sus hijos. En todo el planeta existe una red de organizaciones de padres dispuestos a compartir información y a ayudarse. Sé que muchos de estos padres se pasan horas al teléfono tratando de consolar y ayudar a otros en la misma situación. Tratar el autismo no es una tarea fácil, implica años de continuo esfuerzo y compromiso, pero yo misma, que soy madre de un niño recuperado, puedo decir que es una de las experiencias más gratificantes de este mundo. En este libro quiero compartir con ustedes el que creo firmemente que es el tratamiento más apropiado para un niño de estas características.
El currículo de las facultades de medicina en los países occidentales no incluye materias sobre nutrición y, consecuentemente, los médicos no conocen en profundidad su importancia en el tratamiento de las enfermedades. Sin embargo, una nutrición adecuada es la piedra angular de un tratamiento eficaz en cualquier enfermedad crónica. El autismo y otras deficiencias del aprendizaje no son la excepción. Hay muchos conceptos erróneos en esta área que tienen que ser aclarados.
Hasta hace poco, el autismo solía considerarse un diagnóstico sin esperanza. Con todo lo que sabemos actualmente, eso está muy lejos de ser cierto. Y seguimos aprendiendo algo nuevo todos los días. Los niños que son diagnosticados hoy son más afortunados (si podemos utilizar ese adjetivo) que los que lo fueron hace quince años, porque sus padres tienen acceso a mucha más información, que les permite ayudar a sus hijos inmediatamente. Hace quince años no se sabía ni la mitad de lo que hoy se sabe. Los padres de los niños recientemente diagnosticados ya no tienen tiempo para desesperarse, ¡tienen mucho que aprender! Creo que esto es muy positivo. La experiencia de ese aprendizaje al que les conducirá su hijo es como un viaje por una montaña rusa y cambiará sus vidas para siempre. Les podrá abrir nuevos horizontes y oportunidades, como lo ha hecho ya a tantas personas.
Así que ¡sigamos aprendiendo!
ESTE LIBRO HA IDO EVOLUCIONANDO A LO LARGO DE TRES AÑOS, a medida que trabajaba en mi consulta con cientos de niños. El plan original era escribir sobre el autismo, ya que la mayoría de mis pacientes eran, de hecho, autistas. Sin embargo, cuantos más niños veía, más claro percibía que había otras epidemias emergentes. Trastornos por déficit de atención con y sin hiperactividad (TDAH/TDA), dispraxia, dislexia, distintas dificultades de aprendizaje, alergias, asma, eccema... estos trastornos habían alcanzado proporciones epidémicas. Pero además, esas condiciones aparentemente sin relación se superponían unas a otras. Después de años de trabajar con los niños en mi clínica, rara vez he conocido a alguno que haya presentado solo una de las afecciones anteriores. Todos tenían por lo menos dos, tres o más de esos problemas de forma simultánea. Por ejemplo, los padres de un niño que hubiera manifestado alergias, al mismo tiempo podrían describir un par de episodios de asma y eccema, hablarían sobre la extrema torpeza de su hijo (dispraxia) y, seguramente, describirían problemas de aprendizaje. Un gran porcentaje de niños asmáticos o con alergias son también niños con problemas de hiperactividad y dispraxia hasta ciertos grados. Muchos de ellos tienen problemas de concentración y lapsos de atención, lo cual afecta a su capacidad de aprendizaje. Hay aproximadamente un 50% de coincidencia entre la dispraxia y la dislexia y un 30-50% entre el déficit de atención con hiperactividad (TDAH) y la dislexia. Los niños que sufren eccema severo en la infancia, muy a menudo desarrollan rasgos autistas o algunas de las manifestaciones anteriores. Muchos niños con autismo, además de ser hiperactivos, sufren alergias graves, asma, eccema, dispraxia y dislexia.
Como sabemos, la medicina actual ha creado toda una serie de categorías aisladas en las que encasilla a nuestros niños. Pero los niños modernos no encajan en ninguna de ellas. Al contrario, su situación se parece más a la que he descrito en el párrafo anterior. ¿Por qué se relacionan todas estas condiciones? ¿Qué problema de fondo estamos pasando por alto en nuestros hijos, que los hace más susceptibles de sufrir asma, eccema, alergias, dispraxia, dislexia, problemas de conducta, déficit de atención con o sin hiperactividad (TDAH/TDA) y autismo, y todas ellas combinadas? ¿Por qué, cuando alcanzan la adolescencia, muchos de ellos caen en el abuso de sustancias? ¿Por qué cuando crecen se les diagnostica esquizofrenia, depresión, trastornos bipolares y otros trastornos psicológicos o psiquiátricos?
Para responder a todas estas preguntas tendríamos que fijarnos en uno de los factores que relaciona a todos esos pacientes en un mismo entorno clínico. Este factor es el estado de su sistema digestivo. Todavía no he conocido a ningún niño con autismo, déficit de atención con o sin hiperactividad, asma, eccema, alergias, dispraxia o dislexia, que no sufra anormalidades en su sistema digestivo. En muchos casos estos trastornos son lo suficientemente severos como para que los padres los mencionen en primer lugar. En otros casos puede ocurrir que los padres no mencionen los problemas digestivos del niño y, sin embargo, si se les pregunta directamente, describen una plétora de trastornos intestinales. Pero, ¿qué tienen que ver estos trastornos digestivos con los problemas de autismo, hiperactividad, incapacidad para aprender, problemas de comportamiento, o de estado de ánimo? Según la experiencia clínica y algunas investigaciones, tienen mucho que ver. De hecho, parece que el sistema digestivo del niño es clave para su desarrollo mental. El trastorno subyacente, que se puede manifestar en diferentes niños con diversas combinaciones de síntomas, reside en el intestino. Quizá antes de encajar a un niño con autismo, asma, eccema e hiperactividad, o a un niño con dispraxia, dislexia y alergias en una categoría de diagnóstico particular, tendríamos que poner un nombre a este trastorno concreto, que se origina en el intestino y se manifiesta como una combinación de las afecciones anteriores.
Condiciones aparentemente sin relación se superponen unas a otras
Aquí propongo un nombre: síndrome psico-intestinal o síndrome GAP (Gut and Psychology). Los niños con GAPS generalmente se mueven entre las lagunas del saber médico que tenemos y, como consecuencia, no reciben el tratamiento adecuado. En los capítulos siguientes hablaremos con detalle acerca de lo que significa el síndrome GAP, de su desarrollo y de cómo se puede tratar.
Además de los trastornos de aprendizaje en la infancia: autismo, déficit de atención con o sin hiperactividad (TDAH/TDA), asma, eccema, alergias, dispraxia o dislexia, hay otras afecciones que también se incluyen en la categoría del GAPS: esquizofrenia, depresión, trastornos de alimentación, trastorno maniaco depresivo, trastornos bipolares, así como el trastorno obsesivo compulsivo. El psiquiatra francés Phillipe Pinel (1745-1828), padre de la psiquiatría moderna, en 1807, después de trabajar durante muchos años con pacientes aquejados de problemas mentales afirmó que “el origen de la locura se ubica en la región entre el estómago y los intestinos”. A pesar de eso, el sistema digestivo es la última cosa a la que los psiquiatras actuales prestan atención. Más adelante comentaremos las evidencias científicas y clínicas que sugieren que existe una conexión intestino-cerebro en los pacientes con esquizofrenia.
Está más allá del objetivo de este libro detenerse en otras enfermedades psiquiátricas. Esperemos que futuras investigaciones y experiencias clínicas esclarezcan todas las afecciones psiquiátricas que pudieran pertenecer al síndrome psico-intestinal. Aquí nos concentraremos solamente en las que se diagnostican con etiquetas como trastornos del espectro autista, el déficit de atención con o sin hiperactividad (TDAH/TDA), la dispraxia, la dislexia y la esquizofrenia. Este libro puede ser útil también para pacientes con diagnósticos de alergia, asma y eccema.
HIPÓCRATES, 460-370 A. DE C.
LOS NIÑOS Y ADULTOS CON GAPS SUFREN TRASTORNOS DIGESTIVOS, que en ocasiones pueden llegar a ser muy graves: cólicos, distensión, flatulencias, diarrea, estreñimiento, dificultades para la alimentación y malnutrición. Todos ellos, en diversos grados, son típicos del autismo, la esquizofrenia y otras afecciones del GAPS. Los médicos generalmente describen estos síntomas como la consecuencia de los “extraños” hábitos de alimentación de los pacientes y no están muy dispuestos a investigarlos.
Tanto si se trata de un niño como de un adulto con GAPS, en la mayoría de los casos los trastornos digestivos comienzan después del destete o, algunas veces, cuando la leche materna es reemplazada por leche de fórmula y se empiezan a introducir otros alimentos. En muchas ocasiones los padres recuerdan que en el segundo año aparecieron problemas de diarrea o estreñimiento, pero si van aún más atrás, recordarán que su hijo también tuvo cólicos, vómitos (reflujo), u otros problemas digestivos durante su primer año de vida. En los casos de adultos con GAPS es muy importante hablar con los padres (si fuera posible), con el fin de recabar la mayor cantidad de información médica detallada sobre el paciente desde su nacimiento. En caso de que no haya tenido un historial de trastornos digestivos en su infancia, estos trastornos podrían haber aparecido más tarde debido a algún incidente perjudicial para la salud.
El segundo año de vida es el periodo en el que los niños con GAPS comienzan a desarrollar hábitos de alimentación problemáticos, como el rechazo a un sinfín de productos y la limitación de su dieta a un puñado de alimentos que generalmente contienen almidón y azúcares: cereales de desayuno, patatas fritas, palomitas de maíz, pasteles, galletas, caramelos, plátanos, pan, arroz, o yogures azucarados. La mayoría de estos niños se niegan a comer verdura, fruta (con excepción del plátano), carne, pescado y huevos. Alrededor de un 60 o 70% de los niños del espectro autista a los que he tratado en mi consulta han mantenido una dieta extremadamente limitada, que en algunas ocasiones se reducía a dos o tres alimentos. Muy rara vez he conocido a un niño con autismo que no sea problemático con la comida. Puede que otros niños con GAPS no sean tan radicales como estos niños, pero la mayoría también limita su dieta de manera peculiar.
También es raro que los padres describan las heces de sus hijos como normales. Este cuadro es particularmente frecuente en niños con autismo: diarrea y estreñimiento se alternan y, en algunos casos, restos de comida parcialmente digeridos son detectables en las heces sin dificultad. Muy a menudo, estas tienen un olor extremadamente fuerte y desagradable, en otras ocasiones son líquidas y espumosas, de manera que el niño no las puede contener. Algunas veces las heces son muy ácidas e irritan la piel en el área del pañal y en muchas otras ocasiones tienen un color blanco pálido y flotan sobre la superficie del agua, lo que indica que el niño es incapaz de digerir las grasas. Habitualmente el niño sufre de un estreñimiento tan severo que le resulta imposible evacuar durante cinco, siete o más días, lo cual tiene como consecuencia una deposición extremadamente larga y dolorosa. Este tipo de experiencias contribuyen a que el niño tenga miedo a evacuar y como consecuencia tratará de evitarlo, lo que agrava aún más el problema. En algunos casos los padres no notan nada anormal en las heces, pero cuando se les pregunta reconocen que su hijo ha sufrido flatulencias y distensión. En muchos casos el niño se levanta gritando por la noche sin que los padres entiendan lo que está sucediendo. Conforme el exceso de gas se libera o simplemente se mueve a otro lugar diferente en el intestino, el dolor desaparece y el niño se calma.
En el caso del autismo, es innegable que todos estos síntomas causan muchas molestias y dolor a los niños. Pero desafortunadamente, debido a su incapacidad para comunicarse, la mayoría de ellos no puede transmitírselo a sus padres. De esta manera, tienen que expresar sus sentimientos de otras maneras: autoestimulación*, autodestrucción, rabietas, rechazo de la comida, etcétera. Muchos niños adoptan posturas y posiciones extrañas para poder aliviar sus molestias abdominales; generalmente presionan su abdomen contra las partes duras de los muebles. Los niños con otras afecciones del GAPS que no sufren problemas de comunicación generalmente se quejan de dolores de estómago y náuseas. En la mayoría de los casos, estos niños no son evaluados ni examinados por gastroenterólogos. En los pocos estudios publicados, cuando se ha examinado a niños del espectro autista, la radiografía de su tracto digestivo muestra invariablemente una afección llamada “síndrome de impactación fecal con incontinencia por rebosamiento”. ¿Qué significa eso? Significa que grandes cantidades de heces, antiguas y compactas, se adhieren a las paredes del tracto digestivo, donde permanecen durante muchos meses, lo cual proporciona un ambiente de descomposición muy fértil para todo tipo de parásitos, bacterias, hongos y virus que se reproducirán y prosperarán produciendo constantemente una gran cantidad de sustancias tóxicas que serán absorbidas en el torrente sanguíneo del niño. Además, la comida que ingiere el niño se filtra a través de un estrecho canal entre esas masas compactas. Por ello, cualquier evacuación del niño será un rebosamiento, es decir, un desborde sin vaciado real del intestino; de ahí el nombre de “incontinencia por rebosamiento”.
Aparte de algunos informes anecdóticos en la literatura médica que dan cuenta de este síndrome de diarrea por rebosamiento en los niños con autismo, hasta los últimos años no había ninguna investigación en esa área. En 1998 el médico gastroenterólogo Andrew Wakefield y su equipo del Royal Free Hospital de Londres publicaron una investigación que apuntaba la relación entre la enfermedad inflamatoria crónica intestinal y el autismo. Realizaron endoscopias y biopsias a un grupo de niños del espectro autista que presentaban síntomas gas trointestinales. La endoscopia es un procedimiento que consiste en in sertar en el tracto digestivo del paciente un tubo especial, a través del cual un especialista puede observar lo que allí sucede. Al realizar la endoscopia también se puede obtener una porción minúscula de intestino con un instrumento cortante para poder examinarlo después bajo el microscopio. Este procedimiento se denomina biopsia.
Como resultado de su investigación, el doctor Wakefield y su equipo han identificado una afección en el intestino de estos niños, a la que han denominado hiperplasia nodular linfoide del íleon y colitis inespecífica. Ahora veremos qué significa esto.
En primer lugar, analizaremos la hiperplasia nodular linfoide del íleon. ‘Íleon’ es el nombre que se le da a las últimas tres quintas partes del intestino delgado. Su longitud es de aproximadamente 3,5 metros en los adultos y en su parte final conecta con el intestino grueso. La función principal del intestino delgado es la absorción de los alimentos. Sin embargo, no toda la absorción de los alimentos ocurre en el íleon. Las paredes de esta parte del intestino están repletas de un gran número de ganglios linfáticos llamados “placas de Peyer”, estructuras pequeñas y redondeadas en forma de habas que pueden medir entre 1 y 25 milímetros. Estos ganglios son una parte muy importante de nuestro sistema inmunológico. Sabemos que cumplen, al menos, dos funciones:
La primera función es filtrar la linfa (líquido tisular), que proviene del íleon, y eliminar bacterias, virus, hongos, células muertas (incluyendo células cancerosas) y otras toxinas. Son un buen lugar para ver los agentes infecciosos que pudieran estar acechando en el intestino porque los ganglios linfáticos son como una prisión para esos virus, bacterias, células muertas y hongos; si no los pueden destruir, los aprisionan. Por este motivo, cuando los gastroenterólogos realizan una endoscopia siempre tratan de obtener una muestra de esos ganglios linfáticos para después examinarlos bajo el microscopio. Y eso es lo que hizo el equipo del doctor Wakefield.
La segunda función de los ganglios linfáticos es la producción de linfocitos, un gran grupo de células del sistema inmunológico cuya tarea principal es luchar contra las infecciones. De hecho, esto ganglios están formados principalmente por linfocitos, además de otras células. De manera, que cuando se enfrentan a una infección, comienzan a producir los linfocitos suficientes para luchar contra ella, lo que provoca que estos se inflamen y, a menudo, resulten dolorosos. Esta hinchazón de los ganglios linfáticos se denomina hiperplasia nodular linfoide, y esto es lo que el doctor Wakefield encontró en el íleon de los niños con autismo.
Muchos de los niños incluidos en este estudio desarrollaron características autistas después de la vacuna triple vírica (contra el sarampión, la rubéola y las paperas; MMR por sus siglas en inglés). Por eso el doctor Wakefield continuó en esa dirección, buscando qué infección en particular había causado el agrandamiento de los ganglios linfáticos. Como sospechaba que sería el virus del sarampión, invitó a participar en su investigación al doctor John O’Leary, virólogo, profesor de patología de Dublín. Efectivamente, el doctor O’Leary encontró el mismo virus del sarampión utilizado en la vacuna triple vírica en los ganglios linfáticos del íleon de esos niños. Esta parte de la investigación del doctor Wakefield causó mucha controversia y resistencia por parte del gobierno y de las instituciones médicas, que desvió la atención del tema principal, es decir, del hecho de que los niños con autismo tienen inflamados los ganglios linfáticos de las paredes de su intestino, lo cual es un signo evidente de que existe algún tipo de infección.
Analicemos ahora la segunda parte de la afección que el doctor Wakefield describió en su grupo de estudio: la colitis inespecífica. El término colitis hace referencia a una inflamación del colon. En el transcurso de las endoscopias, el equipo del doctor Wakefield encontró varias etapas de inflamación crónica en el intestino de esos niños, erosiones en las membranas mucosas del intestino y el colon, abscesos purulentos, úlceras y materia fecal compactada. En algunos puntos las paredes del intestino estaban tan inflamadas, con los ganglios linfáticos tan agrandados, que el lumen intestinal estaba casi obstruido por completo. En algunos aspectos esto se asemejaba a la colitis ulcerosa, en otros a la enfermedad de Crohn y algunas de las características solo aparecían en los niños con autismo. Por esta razón se denominó colitis inespecífica, pues no se podía relacionar con un diagnóstico ya existente. El equipo del doctor Wakefield la llamó ENTEROCOLITIS AUTISTA. Este término aún no se ha incorporado al vocabulario médico oficial, pero para los que trabajamos con niños del espectro autista es un término muy útil.
Los resultados del doctor Andrew Wakefield y su equipo, que examinó a cientos de niños con autismo, han sido apoyados de manera independiente por un gran número de investigadores en todo el mundo (Buie et al., Uhlmann et al., Furlano et al., Morris et al.). Además de las investigaciones publicadas, hay numerosos médicos en activo en todo el planeta cuyas observaciones clínicas apoyan el hecho de que este tipo de niños sufren trastornos digestivos cuya severidad varía en función del paciente. Basándome en mi experiencia clínica, sumo firmemente mi voz a la suya. De hecho, no he conocido a un solo niño con autismo que no tuviera problemas digestivos.
Hasta ahora hemos estado hablando sobre todo de los niños con trastorno autista. ¿Y el resto de los pacientes con GAPS? Un significativo número de investigaciones han relacionado la esquizofrenia con anormalidades digestivas similares a las de la enfermedad celiaca. C. Dohan, R. Cade, K. Rachelt, A. Hoffer, C. Pfeiffer y otros médicos y científicos han establecido una hipótesis sobre la conexión intestino-cerebro en la esquizofrenia, respaldada por varios hallazgos científicos que discutiremos con detalle en los próximos capítulos. La experiencia clínica muestra que la mayoría de los pacientes esquizofrénicos sufren problemas digestivos y, en la mayoría de los casos, estos problemas comienzan a una edad muy temprana.
En comparación con la esquizofrenia y el autismo, hay muchos menos estudios publicados en relación con los problemas gastrointestinales en las afecciones de déficit de atención e hiperactividad, dislexia, dispraxia, asma, eccema, alergias y otras del síndrome GAP. Sin embargo, cuando se trata de observaciones clínicas, casi todos los niños y adultos con GAPS sufren problemas digestivos en diferentes grados. Muchos pacientes presentan síntomas típicos del síndrome del intestino irritable (SII): dolor abdominal, hinchazón, anormalidades en las heces o flatulencia. Un pequeño porcentaje de ellos presentan heces normales pero sufren malnutrición, reflujo, acidez, dolores abdominales y flatulencia. En caso de niños con GAPS, muchos limitan su dieta de la forma característica que ya hemos referido: prefieren los carbohidratos procesados y excluyen el resto. Muchos adultos con GAPS tienen una actitud similar con la comida. Yo también he tratado a algunos pacientes que no se quejaban de ningún problema digestivo en particular y que, sin embargo, al ponerlos en el protocolo de tratamiento del síndrome GAP, mejoraron de manera espectacular.
La pregunta es: ¿por qué los pacientes con GAPS, sean niños o adultos, sufren esas afecciones intestinales? ¿Qué tienen que ver con su estado mental? Para entenderlo, primero tendremos que ver algunos aspectos anatómicos fundamentales del intestino humano.
EL CUERPO HUMANO ES COMO UN PLANETA HABITADO POR UN GRAN NÚMERO DE DIFERENTES MICROCRIATURAS ¡La diversidad y riqueza de la vida en nuestro interior es probablemente tan asombrosa como la vida en el planeta Tierra! Nuestro sistema digestivo, nuestra piel, nuestros ojos, nuestros órganos respiratorios y excretores coexisten felizmente con trillones de inquilinos invisibles en un ecosistema de macro y micro vida en el que se convive en armonía. Es una relación simbiótica en la que ninguna de las partes puede vivir sin las otras. Permítanme insistir en esto: los humanos no podemos vivir sin esos diminutos microorganismos que nos rondan tanto por dentro como por fuera.
La mayor colonia de microbios se encuentra en nuestro sistema digestivo. Un adulto sano lleva consigo entre 1,5 y 2 kilos de bacterias en el intestino. No se trata de una masa microbiana caótica, sino de un micro mundo sumamente organizado en el que ciertas especies controlan a otras. Las funciones que desempeñan son tan importantes para nosotros que si nuestro intestino fuera esterilizado probablemente no sobreviviríamos. En un cuerpo sano, este mundo microbiano es bastante estable y adaptable a los cambios en su medio ambiente. Veamos quién es quién en este pequeño mundo.
La microflora intestinal se divide en tres grupos:
Flora esencial o beneficiosa. Es el grupo más importante y, en los individuos sanos, el más numeroso. Estas bacterias se suelen denominar bacterias autóctonas o beneficiosas. Las principales son: bifidobacterias, lactobacilos, propionibacterias, algunas cepas fisiológicas de E. coli, peptostreptococos y enterococos. Más adelante nos enteraremos de los beneficios que aportan.
Flora oportunista. Se trata de un gran grupo que incluye a diferentes microbios, en cantidades y combinaciones bastante particulares. Estos son: bacteroides, peptococos, estafilococos, estreptococos, bacilos, clostridias, levaduras, enterobacterias (Proteus, Clebsielli, citrobacterias, etcétera), fuzobacterias, eubacterias, catenobacterias y muchos otros. Hasta ahora la ciencia ha identificado en el intestino humano alrededor de quinientas especies diferentes de microbios. En una persona sana, normalmente su número es limitado y está estrictamente regulado por la flora esencial o beneficiosa. Cada uno de estos microbios por sí mismo es capaz de causar diversos problemas de salud si están fuera de control.
Flora transitoria. Está formada por diferentes microbios que ingerimos a diario junto con nuestros alimentos y bebidas, por lo general bacilos gramnegativos no fermentadores que se encuentran en el medio ambiente. Cuando nuestro intestino está protegido por las bacterias beneficiosas, este grupo de microbios pasa a través de nuestro tracto digestivo sin causar daño alguno. Pero si la población de la flora esencial o beneficiosa está dañada y no cumple sus funciones con normalidad, este grupo de microbios puede llegar a causar enfermedades.
Entonces, ¿para qué necesitamos esos microbios y qué hacen ahí?
El tracto digestivo humano es un largo tubo abierto al mundo exterior tanto en su comienzo como en su parte final. Cualquier elemento dañino del mundo exterior puede acceder fácilmente a nuestro cuerpo a través de esta entrada. Así, cada día comemos y bebemos una multitud de microorganismos, sustancias químicas y toxinas. ¿Cómo es posible que sobrevivamos?
Una de las principales razones es que todo nuestro tracto digestivo está cubierto por una capa microbiana, semejante a un grueso manto de césped, que cubre la superficie del epitelio del intestino y que funciona como una barrera natural contra los invasores, la comida sin digerir, las toxinas y los parásitos. Así como el suelo desprotegido se erosiona si carece de césped, nuestro intestino también lo hace si la capa bacteriana se daña.
¿Cómo estas bacterias protegen nuestra pared intestinal ? Además de proporcionar una barrera física, estas bacterias luchan contra los microorganismos patógenos mediante la producción de sustancias similares a los antibióticos, anti-hongos, sustancias antivirales como el interferón, la lisozima y surfactantes que disuelven las membranas de virus y bacterias y provocan la intervención del sistema inmune para responder apropiadamente a los invasores. Asimismo, las bacterias beneficiosas que se localizan cerca de la pared intestinal reducen el pH a 4,0-5,0 al segregar ácidos orgánicos. Esta acidez crea un ambiente muy poco propicio para el crecimiento y la actividad de los microbios patógenos, que requieren entornos más alcalinos.
Los microbios patógenos producen un torrente de toxinas muy potente, sin mencionar todas las sustancias tóxicas que ingerimos a través de los alimentos y las bebidas. Nuestra flora intestinal autóctona tiene una gran capacidad para neutralizar nitratos, indoles, fenoles, escatoles, xenobióticos y muchas otras sustancias tóxicas, además de para inactivar la histamina y eliminar los metales pesados y otros venenos. Las paredes celulares de las bacterias beneficiosas absorben muchas sustancias cancerígenas y las desactivan. También suprimen los procesos hiperplásicos, que son la fase inicial en la formación de cualquier cáncer.
De esta manera, si las bacterias beneficiosas del intestino están dañadas y, por tanto, no funcionan adecuadamente, las “murallas de la ciudad” no estarán bien protegidas. Esta situación es típica en el intestino de los pacientes con GAPS. Sin protección, las paredes del intestino se prestan a ser invadidas por lo primero que pase por allí: un virus de una vacuna o del medio ambiente, un hongo ubicuo como el de Candida albicans, bacterias, parásitos y sustancias tóxicas varias... todos ellos, microorganismos capaces de dañar nuestro sistema digestivo y de causar inflamación crónica en las paredes del intestino. Y no nos olvidemos de la flora oportunista que normalmente reside en el intestino, estrechamente controlada por las bacterias beneficiosas y que siempre está dispuesta a causar problemas si su guardián, la flora autóctona, se encuentra debilitada.
Las biopsias de la pared intestinal de individuos sanos, examinadas con microscopio en algunos estudios, muestran una gruesa capa de bacterias adherida a la mucosa, que la mantiene intacta y saludable. Cuando se han producido enfermedades inflamatorias intestinales, por el contrario, se encuentran diferentes bacterias patógenas en la mucosa y, a veces, incluso dentro de las células del intestino, lo que significa que la capa de bacterias se ha roto y ha permitido que los patógenos alcancen la sacra muralla del intestino.
Y lo que es peor, sin el buen funcionamiento de la flora intestinal, las paredes del intestino no solo se quedan desprotegidas, sino también desnutridas. La flora autóctona es una importante fuente de energía y alimento para las células que forman el tracto digestivo. Las bacterias beneficiosas que viven en el epitelio intestinal digieren los alimentos que llegan hasta ahí y los convierten en sustancias nutritivas. De hecho, se estima que el epitelio intestinal obtiene entre un 60 y un 70% de su energía de la actividad bacteriana. Cuando la flora del intestino se ve afectada, la falta de nutrientes contribuye aún más a dañar la estructura de las paredes digestivas y la capacidad para digerir y absorber nutrientes disminuye.
Para entender qué ocurre exactamente en el intestino del paciente, vamos a repasar algunas cuestiones de anatomía y fisiología de la pared intestinal. La superficie absorbente de los intestinos tiene una maravillosa estructura formada por protuberancias parecidas a dedos, llamadas vellosidades. Los valles entre las vellosidades albergan las llamadas criptas. Las células epiteliales, llamadas enterocitos, cubren las vellosidades, completando así el proceso de absorción de los nutrientes obtenidos de la comida. Estas células trabajan muy duro, por lo que siempre deben ser jóvenes y estar en buena forma para completar su tarea de forma eficiente. Como de costumbre, la Madre Naturaleza lo ha organizado todo de maravilla. Estos enterocitos nacen constantemente en la profundidad de las criptas para viajar después muy despacio hacia la parte superior de las vellosidades, ejecutando su labor de digestión y absorción y madurando a medida que avanzan en su camino. Al llegar a la parte superior, se desgajan. De esta manera, el epitelio del intestino se renueva constantemente, asegurándose de que puede realizar su trabajo de forma eficaz (Fig. 1).
En los experimentos con animales en los que se han esterilizado sus intestinos, se ha observado que cuando se elimina la flora beneficiosa que habitaba en el epitelio del intestino el proceso de renovación de las células dejó de funcionar. La célula tarda más tiempo en viajar desde la cripta hacia la parte superior de las vellosidades, y esto perjudica el proceso de maduración de los enterocitos e incluso, a veces, los convierte en células cancerosas. La actividad mitótica en las criptas se suprime significativamente, lo que implica que nacen menos células y que las que nacen no están lo bastante sanas como para llevar a cabo su trabajo correctamente. El estado de las propias células se convierte en algo anormal. Todo ello porque su guardesa, las bacterias sanas del intestino, no puede cuidar de ellas (Fig. 2).
Esto fue lo que sucedió en el laboratorio con los animales cuyo intestino se había esterilizado. En el cuerpo humano, la ausencia de bacterias beneficiosas siempre coincide con el aumento de las bacterias patógenas, lo que agrava la situación. Agredido por bacterias patógenas y privado de la protección de las bacterias beneficiosas, la estructura del epitelio intestinal cambia y se desarrolla así un proceso patológico o una enfermedad. Las vellosidades intestinales se degradan y se vuelven incapaces de digerir y absorber los alimentos correctamente, lo que provoca malabsorción, deficiencias nutricionales e intolerancias alimentarias.
La flora intestinal es el ama de llaves del sistema digestivo. De ella, de lo eficaz y bien dispuesta que esté, depende el estado de la casa y su capacidad para llevar a cabo su función. La integridad anatómica de nuestro tracto digestivo, su funcionalidad, su habilidad para adaptarse y regenerarse a sí mismo, entre otras, son tareas que dependen de las condiciones de su microscópica ama de llaves: nuestra flora intestinal. Como veremos más adelante, tanto los niños como los adultos con GAPS tienen una flora muy anormal, que a su vez produce anormalidades digestivas.
Fig. 1 Ciclo vital de un enterocito
Fig. 2 El cabello de los enterocitos representa las microvellosidades. Cuando los enterocitos cubren la superficie de las vellosidades, su cabello (microvellosidades) forman el llamado ribete en cepillo para dar lugar a las últimas etapas de la digestión
Todos sabemos que el propósito principal del sistema digestivo es digerir y absorber alimentos. La experiencia científica y clínica ha demostrado que sin una flora intestinal saludable, el sistema digestivo no puede desarrollar sus funciones de manera eficiente. Un buen ejemplo es la digestión de las proteínas de la leche y el trigo, que se sucede en dos etapas. La primera etapa comienza en el estómago donde, debido al efecto de los jugos gástricos que se producen en las paredes del estómago, las proteínas de la leche y el trigo se dividen en péptidos, algunos de los cuales tienen unas estructuras similares a la morfina, llamadas caseomorfinas y gluteomorfinas (o gliadomorfinas). Es un proceso natural y nos sucede a todos. A continuación estos péptidos pasan al intestino delgado, donde tiene lugar la segunda etapa de la digestión: se someten a la acción de los jugos pancreáticos y luego alcanzan la pared intestinal, donde finalmente las enzimas llamadas peptidasas los deshacen en las microvellosidades de los enterocitos. Esta última etapa es la que no se produce en las personas con una flora anormal, debido a las malas condiciones en las que se encuentran sus enterocitos. Como consecuencia, las caseomorfinas y las gluteomorfinas son absorbidas en el torrente sanguíneo sin sufrir ninguna modificación, causando problemas en todo el cuerpo, interfiriendo particularmente en las funciones del cerebro y del sistema inmunológico. Hay numerosas investigaciones sobre este tema y su incidencia en pacientes con autismo, esquizofrenia, TDAH, psicosis, depresión y enfermedades autoinmunes, en quienes se han observado niveles elevados de caseomorfinas y gluteomorfinas. Esto significa que las paredes intestinales no se encuentran en un estado adecuado para completar la correcta digestión de esas sustancias. La experiencia clínica muestra que si la flora intestinal se restablece, muchos pacientes con GAPS pueden volver a tolerar cantidades moderadas de caseína y gluten sin que los síntomas reaparezcan.
Además de mantener la pared intestinal en buen estado, la flora intestinal sana que la habita ha sido diseñada para tomar parte activa en el proceso de absorción y digestión. Tanto es así, que la digestión y la absorción normal de los alimentos es prácticamente imposible sin una flora equilibrada. Esta tiene la habilidad de digerir proteínas, fermentar carbohidratos y descomponer lípidos y fibras. Los subproductos de la actividad bacteriana en el intestino son muy importantes, pues transportan minerales, vitaminas, agua, gases y muchos otros nutrientes a través del intestino y hacia el torrente sanguíneo. Si la flora intestinal está dañada, ni siquiera los mejores alimentos o suplementos del mundo podrán descomponerse para ser absorbidos.
El intestino humano no puede digerir ciertos componentes de los alimentos sin la ayuda de las bacterias beneficiosas. Un buen ejemplo es la fibra dietética. En un intestino con una flora saludable, la fibra se descompone parcialmente en oligosacáridos, aminoácidos, minerales, ácidos orgánicos y otros nutrientes útiles para alimentar las paredes del intestino y el resto del cuerpo. Muchos somos conscientes de que la fibra dietética es buena para nosotros. Las frutas y las verduras frescas, los cereales integrales, los frutos secos, las semillas, las judías verdes y las legumbres son buenas fuentes de fibra. Los médicos prescriben generalmente fibra suplementaria en pequeños sobres, cápsulas o bebidas, para reducir los niveles de colesterol, aliviar el estreñimiento y muchos otros problemas digestivos. Esto auxilia al metabolismo biliar, previene el cáncer de intestino, mejora la tolerancia a la glucosa de los diabéticos, etcétera. Son muchas las ventajas que ofrece el consumo de fibra dietética. Para empezar, la fibra es uno de los hábitats naturales de las bacterias benignas del intestino, que se alimentan de ella y producen una gran cantidad de buenos nutrientes para el intestino y el resto del cuerpo, participando además en la absorción de toxinas, la metabolización del agua y los electrolitos, el reciclaje de ácidos biliares y del colesterol, etcétera. Todos estos efectos beneficiosos para nuestro cuerpo se producen gracias a la acción de las bacterias sobre la fibra dietética. De manera que cuando esas bacterias están dañadas y no son capaces de “trabajar” en la fibra dietética, esta última puede resultar peligrosa para el sistema digestivo y facilitar un buen hábitat para las bacterias patógenas, lo que agrava la inflamación de la pared intestinal. En estos casos los gastroenterólogos recomiendan una dieta baja en fibra. Por tanto, la fibra dietética sin las bacterias beneficiosas presentes en el intestino podría resultar perjudicial para nosotros y, de hecho, los niños y adultos con GAPS que son propensos a la diarrea o a las deposiciones sueltas tendrán que seguir una dieta baja en fibra hasta que los síntomas desaparezcan.
Además de la fibra, existe otra sustancia que la mayoría de nosotros no podríamos digerir sin las bacterias beneficiosas del intestino. Se trata del azúcar de la leche, la lactosa. Es un hecho bien conocido que muchas personas son intolerantes a la lactosa, es decir, no pueden digerir la leche. La mayoría de los niños y adultos con GAPS forman parte de esta categoría. La explicación científica es que muchos de nosotros carecemos de la enzima que permite digerir la lactosa, la lactasa. Sin embargo, mientras algunas personas no digieren la lactosa, otras parecen hacerlo perfectamente. ¿Por qué? La respuesta es que esas personas sí tienen las bacterias adecuadas en su intestino. Una de las principales bacterias que permiten digerir la lactosa en el intestino humano es la llamada E. coli. Para sorpresa de muchos, las cepas fisiológicas de E. coli son habitantes esenciales en un tracto digestivo sano. Estas aparecen en grandes cantidades: 107-109UFC/g (unidades formadoras de colonias por gramo de muestra) desde los primeros días de un bebé y permanecen en las mismas cifras el resto de su vida, siempre y cuando no sean destruidas por antibióticos u otras circunstancias ambientales. Además de digerir la lactosa, las cepas fisiológicas de E. coli producen vitaminas K2, B1, B2, B6 y B12, generan unas sustancias similares a los antibióticos, llamadas colicinas, y controlan a otros miembros de su propia especie que pueden causar enfermedades. De hecho, tener el intestino poblado por cepas fisiológicas de E. coli es la mejor manera de protegerse a uno mismo de las especies patógenas de E. coli. También desempeñan un importante y complicado papel en el correcto funcionamiento del sistema inmune; hablaremos de ello más adelante.
Además de E. coli, otras bacterias beneficiosas de la flora intestinal saludable no solo aseguran una apropiada absorción de los nutrientes, sino que sintetizan de forma activa varios de ellos: vitamina K2, ácido pantoténico, ácido fólico, tiamina (vitamina B1), riboflavina (vitamina B2), niacina (vitamina B3), piridoxina (vitamina B6), cianocobalamina (vitamina B12), varios aminoácidos y otras sustancias activas. A lo largo del proceso evolutivo, la naturaleza se aseguró de que cuando hubiera escasez de comida, los humanos no murieran por deficiencia de vitaminas y aminoácidos. La naturaleza nos ha proporcionado nuestra propia fábrica para producir esas sustancias: una flora intestinal saludable. Cuando esta flora se encuentra dañada, desarrollamos deficiencias de vitaminas, aunque tengamos una buena nutrición. ¿Por qué? Porque gran parte de las vitaminas y otras sustancias activas tienen una vida bastante corta en el organismo. De este modo, a menos que uno tomara esas vitaminas cada hora (y suponiendo que, a pesar de no tener una flora saludable, se pudieran absorber) habría momentos durante el día en los cuales el cuerpo sufriría la escasez de esas vitaminas. Esto es lo que les sucede a las personas que tienen una flora intestinal dañada e incapaz de proporcionar al cuerpo un aporte constante de vitaminas solubles en agua y otras sustancias activas. Todos los niños y adultos con GAPS examinados han mostrado deficiencias en esas vitaminas, que deberían ser producidas por su propia flora. Recuperar las bacterias beneficiosas en su intestino es la mejor manera de tratar esas deficiencias.
En general, las personas con una flora intestinal anormal sufren diferentes grados de anemia. No es sorprendente que no solo no puedan absorber las vitaminas y los minerales de los alimentos, esenciales para la sangre, sino que la propia producción de esas vitaminas esté dañada también. Además, las personas con la flora dañada frecuentemente tienen algún tipo de bacteria patógena con predilección por el hierro creciendo en su intestino (Actinomyces, Mycobacterium, especies patógenas de E. coli, Corynebacterium, y muchas otras). Estas consumen el hierro que se encuentra en los alimentos y causan en el individuo una deficiencia de este elemento esencial. Por desgracia, ingerir suplementos de hierro no solo no remedia la anemia, sino que fortalece aún más a la bacteria.
La mayoría de los pacientes con GAPS que he examinado tienen un aspecto pálido y enfermizo y sus análisis de sangre generalmente muestran las alteraciones típicas de la anemia. Muchos de ellos ya han recibido prescripciones de suplementos de hierro por parte de sus médicos. Sin embargo, para corregir la anemia hace falta algo más que estos suplementos. Para tener una sangre saludable el cuerpo demanda una gran cantidad de vitaminas: B1, B2, B3, B6, B12, C, A, D, ácido fólico, ácido pantoténico y muchos otros aminoácidos. Numerosos estudios en todo el mundo han demostrado que los suplementos de hierro, por sí solos, no hacen mucho para corregir la anemia. Me entristece ver que los médicos aún lo siguen prescribiendo a sus pacientes, pues causa muchos efectos secundarios y estimula el crecimiento de las bacterias que adoran el hierro, creando un efecto negativo directo sobre las células del revestimiento intestinal, ya de por sí inflamadas y muy sensibles en los pacientes con GAPS.
Las personas con una flora intestinal anormal sufren múltiples deficiencias nutricionales debido a todos los factores descritos anteriormente. Todos los niños y adultos con GAPS examinados hasta ahora presentan un cuadro típico de deficiencias nutricionales en muchos minerales, vitaminas, grasas esenciales, aminoácidos y otros nutrientes muy importantes. Las deficiencias más comunes son: magnesio, zinc, selenio, cobre, calcio, manganeso, azufre, fósforo, hierro, potasio, sodio, vitaminas B1, B2, B3, B6, B12, C, A, D, ácido fólico, ácido pantoténico, ácidos grasos omega 3, omega 6 y omega 9, ácidos grasos, taurina, ácido alfa-cetoglutárico, glutatión y otros nutrientes. La lista de las deficiencias nutricionales más habituales en pacientes con GAPS incluye algunos de los nutrientes más importantes para el funcionamiento y desarrollo normal del cerebro, el sistema inmune y el resto del cuerpo. A pesar de que algunos de los niños con GAPS parecen crecer muy bien y son generalmente altos para su edad, sufren carencias respecto a muchos micronutrientes muy importantes. Y conociendo el estado de su sistema digestivo, no es sorprendente. Un intestino que funciona correctamente, con una flora intestinal saludable, sostiene las raíces de nuestra salud y, de la misma forma que un árbol con raíces enfermas no podrá prosperar, el resto del cuerpo tampoco podrá desarrollarse si su sistema digestivo no funciona correctamente. La población de bacterias del intestino –la flora intestinal– es la tierra que envuelve esas raíces, su hábitat, su protección, su soporte y su alimento.
Como sabemos, las raíces de un árbol, invisibles, escondidas profundamente por debajo del subsuelo, desempeñan un papel crucial en el bienestar de cada una de sus ramas, de cada hoja, de cada brotecito, sin importar lo orgullosamente altas y distantes que se encuentren. De la misma manera, las diversas y múltiples funciones de la flora intestinal atraviesan el cuerpo y llegan más allá del propio intestino. Dedicaremos el siguiente capítulo a una de las “ramas” más importantes del cuerpo humano: el sistema inmune.
EL SISTEMA INMUNE DE LAS PERSONAS CON SÍNDROME GAP SE ENCUENTRA DAÑADO. Cuando examinamos su estado inmunológico, encontramos deficiencias en varias inmunoglobulinas, al mismo tiempo que un incremento desproporcionado en otras. Las deficiencias en varias células, enzimas y otras partes del sistema inmune son habituales. Parece que la totalidad del sistema inmune de niños y adultos con GAPS se encuentre desequilibrado. Pero lo peor de todo es que comienza a producir anticuerpos que atacan a los propios tejidos, incluido el cerebro y el resto del sistema nervioso. Se convierte en un agente furioso y descontrolado que ataca a su propio cuerpo.
¿Por qué sucede esto? ¿Tiene algo que ver con el estado del sistema digestivo de los pacientes? ¡Por supuesto que sí!
La superficie del epitelio intestinal del sistema digestivo, habitada por un gran número de bacterias, puede definirse como la auténtica cuna del sistema inmune, tanto sistémico como mucoso. Los bebés nacen con un sistema inmune inmaduro, y la colonización del tracto digestivo con una flora intestinal sana desempeña un papel crucial en la maduración del mismo. Si el establecimiento de esta flora no se produce en torno a los primeros veinte días de vida, el sistema inmune del bebé se verá afectado. Las bacterias beneficiosas que se instalan en el epitelio de la pared intestinal desempeñan su función inmunomoduladora de diversas maneras. Veamos ahora alguna de ellas.
Las bacterias esenciales o beneficiosas en nuestro sistema digestivo se relacionan con un miembro importante del sistema inmune, el tejido linfoide de la pared intestinal, que participa en la producción de grandes cantidades de linfocitos e inmunoglobulinas. Por ejemplo, en la pared celular de la bifidobacteria (bacteria que habita en el colon humano) hay una sustancia llamada muramil dipéptido que activa la síntesis de uno de los grupos más importantes de células del sistema inmune, los linfocitos. Como consecuencia, la pared intestinal sana estará literalmente empapada, repleta con linfocitos listos para proteger el cuerpo ante cualquier invasor. Las diferentes investigaciones científicas evidencian que las personas con una flora intestinal dañada tienen muchos menos linfocitos en la pared intestinal, que por tanto dispone de poca protección. Algunas compañías comerciales intentan producir suplementos de muramil dipéptido para ayudar al sistema inmune. Personalmente creo que es preferible tratar de reconstruir una colonia sana de bifidobacterias en el intestino. Esta producirá muramil dipéptido de forma natural, además de muchas otras sustancias útiles.
Los linfocitos en la pared del intestino producen inmunoglobulinas y la más importante del intestino es la inmunoglobulina A (IgA secretora). La IgA secretora es producida por los linfocitos en todas las membranas mucosas del organismo y excretada a través de los fluidos corporales. Se encuentra en las vías respiratorias, la nariz, la garganta, la vejiga, la uretra, la vagina, la saliva, las lágrimas, el sudor, el calostro, la leche materna y, por supuesto, en las membranas del sistema digestivo y sus secreciones. Su función es proteger las membranas mucosas destruyendo e inactivando a las bacterias, los virus, los hongos y los parásitos invasores. Es uno de los métodos por los que se eliminan los invasores no deseados que entran en nuestro sistema digestivo a través de los alimentos y las bebidas. La microbiología ha establecido el hecho de que cuando la flora intestinal de humanos y animales de laboratorio se ve afectada, el número de células que producen IgA cae de forma drástica, reduciendo de forma significativa la habilidad de producir esta importante inmunoglobulina. Esto disminuye en gran medida la capacidad del intestino para protegerse a sí mismo. Además, la inmunoglobulina A se degrada poco después de ser excretada. Las bacterias beneficiosas no solo estimulan la producción de inmunoglobulina A, sino que también ralentizan su degradación a través de un proceso muy complicado y permiten que disponga de más tiempo para realizar su trabajo. Es muy común que en niños y adultos con GAPS la IgA sea deficiente debido a la anormalidad en su flora intestinal; esto implica que la pared intestinal tiene una baja capacidad para defenderse a sí misma de los hongos, los virus de las vacunas o del medio ambiente, las bacterias y los parásitos.
Los linfocitos no son las únicas células inmunes presentes en las paredes digestivas. Cuando hay una deficiencia de bacterias beneficiosas del intestino, otros grupos de células inmunes, llamadas neutrófilos y macrófagos, tampoco pueden realizar su trabajo correctamente. Estas son las células que se reúnen en los tejidos infectados e inflamados para limpiarlos, se tragan literalmente los virus, las toxinas, las bacterias y los desechos celulares para destruirlos. Aproximadamente 126 billones de neutrófilos abandonan diariamente la sangre pasando a través de las paredes del tracto intestinal. En las personas que tienen una flora intestinal anormal, esas células reducen su capacidad para hacer frente a los antígenos, en otras palabras, no pueden destruir a sus invasores ni a sus toxinas de manera eficiente, aun cuando su capacidad fagocitadora (su habilidad para tragar) parezca normal. Aún no sabemos porqué ocurre. Lo que sí sabemos es que esto permite que virus, bacterias y otros invasores sobrevivan y persistan dentro de los neutrófilos y macrófagos: las mismas células que se supone que los destruyen.
La flora intestinal sana, además de asegurar la función adecuada de los linfocitos, IgA y fagocitos, desempeña un papel importante en la producción de interferones, citoquinas y muchos otros reguladores activos de la respuesta inmune, particularmente en la lucha contra las infecciones virales. Millones de niños y adultos de todo el mundo están expuestos a los virus de vacunas o del medio ambiente. Si estas personas tienen una flora intestinal que funcione correctamente, esos virus no les causarán daño, porque su cuerpo estará bien equipado para enfrentarse a ellos. En personas con GAPS, los virus de las vacunas o del medio ambiente tienen muchas posibilidades de sobrevivir y persistir debido a las anormalidades en su flora intestinal. Un buen ejemplo es el virus del sarampión que se ha encontrado en la pared intestinal y en el líquido cefalorraquídeo de los niños con autismo. Es bastante razonable sospechar que ese virus proviene de la vacuna triple vírica (sarampión-rubeola-paperas). Las bacterias beneficiosas tienen otro método fascinante para proteger el sistema inmune: el llamado “fenómeno de imitación”. Las bacterias de la superficie del epitelio intestinal y las células del epitelio intercambian antígenos como si fueran niños jugando al escondite que intercambiaran sus sombreros para engañar a quien los busca. Este intercambio de antígenos mejora la eficiencia de un gran número de respuestas inmunes, particularmente las de inmunidad local. Desafortunadamente, en pacientes con GAPS