Honor, deseo y amor - Kate Walker - E-Book
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Honor, deseo y amor E-Book

KATE WALKER

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Beschreibung

¡Tenía que olvidar la tentación de quedársela para él! Debería ser fácil. Karim Al Khalifa, príncipe coronado de Markhazad, tenía un cometido: buscar a la princesa Clementina Savanevski, que estaba escondida en Inglaterra, encontrarla y volver con ella a su país para que se casara... con otro hombre. Karim no debería fijarse en su olor seductor, en esas curvas tentadoras ni en las miradas provocativas que le dirigía. No, el honor de su familia, y el suyo propio, exigían que entregara a Clementina pura e intacta a su futuro e indeseado marido.

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Editado por HARLEQUIN IBÉRICA, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

© 2014 Kate Walker

© 2015 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Honor, deseo y amor, n.º 2394 - junio 2015

Título original: A Question of Honor

Publicada originalmente por Mills & Boon®, Ltd., Londres.

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total

o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin

Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Bianca y logotipo Harlequin son marcasregistradas por Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.

I.S.B.N.: 978-84-687-6294-4

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

Portadilla

Créditos

Índice

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Si te ha gustado este libro…

Capítulo 1

Ya sabe por qué estoy aquí.

Clemmie solo sabía que la voz del hombre era tan profunda y oscura como su pelo, sus ojos y su corazón. Era grande, ancho y peligrosamente fuerte, y ocupaba toda la puerta. Sin embargo, no sabía por qué parecía peligroso. Tenía el cuerpo relajado, las manos metidas en los bolsillos de los vaqueros desgastados y nada era amenazante. Además, su rostro, aunque duro, no era de los que le recordaban a un asesino en serie o a un vampiro. Aunque los asesinos en serie no encajaban en la leyenda de que el malo también tenía que ser feo, y ese hombre no tenía nada de feo. Más bien, era impresionante, la encarnación de la palabra «sexy». Era un hombre con una virilidad que la alcanzaba directamente en todo lo que ella tenía de femenino y la estremecía, pero una vez que se le había metido la idea de un vampiro en la cabeza, sombrío, devastador y peligroso, ya no había manera de que se la sacara. Era algo relacionado con su mirada fría, directa e inflexible. No podía entenderlo y eso hacía que se estremeciera más, aunque esbozó una sonrisa que esperó fuese cortés sin resultar demasiado estimulante.

–¿Cómo dice?

Si él había captado el tono de rechazo que había intentado darle a sus palabras, no lo demostró y su rostro enigmático permaneció inmutable. Se limitó a dirigirle otra de sus miradas gélidas.

–Ya sabe por qué estoy aquí – repitió él con un énfasis evidente.

–Creo que no.

Ella estaba esperando a alguien y había estado temiéndolo desde hacía semanas, desde que empezó a acercarse el momento de celebrar su vigesimotercer cumpleaños. Si «celebrar» era la palabra indicada para señalar el día que significaría el final de su vida antigua y el inicio de la nueva. El inicio de la vida que sabía que llegaría, aunque había intentado no pensar en ella, sin conseguirlo. La idea de cómo iba a ser su futuro había flotado sobre ella como un nubarrón y le había ensombrecido todos los días que la habían acercado al momento en el que su destino cambiaría. Sin embargo, había rezado para que él no llegara tan pronto, para poder tener unos días, un mes habría sido perfecto, antes de que el destino que su padre le había preparado cuando era demasiado joven la atrapara en una existencia muy distinta.

La persona que había estado esperando, temiendo, era muy distinta a ese hombre devastador y sombrío. Era mucho mayor y nunca habría aparecido vestido de esa forma tan indiferente a lo que exigía el protocolo y la seguridad. Lo cual, le parecía perfecto porque la inesperada llamada a la puerta la había sorprendido sin siquiera haberse cepillado el pelo después de habérselo lavado y sin haber tenido tiempo para quitarse el pintalabios que se había probado, y que le parecía demasiado llamativo.

–No tengo ni idea de quién es ni de qué hace aquí. Si quiere venderme algo, no me interesa. Si está haciendo campaña, no voy a votar a su partido.

–No vendo nada.

–En ese caso...

Ya estaba bien. Si él no iba a explicarle qué hacía allí, ella no pensaba perder más tiempo. Estaba muy ocupada cuando esa llamada apremiante la llevó hasta la puerta y, si seguía allí, llegaría tarde a la fiesta de Harry y él no se lo perdonaría jamás.

–Le agradecería que se marchara.

Fue a cerrar la puerta. Fuese impresionante o no, había invadido su mundo en el peor momento posible y no tenía ni un segundo para sí misma, no le quedaba tiempo entre ella y el futuro, ese destino que le había parecido tan lejano. Tenía que terminar de hacer el equipaje y tenía que organizar el traspaso legal de la casa de campo y de todo lo que iba a abandonar. Eso, además, en el supuesto de que pudiera convencer al hombre que esperaba de verdad de que le concediera dos días más. Cuarenta y ocho horas significarían muy poco para él, salvo un retraso en la misión que tenía que cumplir, pero lo significaría todo para ella... y para Harry. Se le formó un nudo en la garganta al acordarse de la promesa que le había hecho a Harry la noche anterior. Le había prometido que estaría allí y que no permitiría que nada se interpusiera en su camino, y no lo permitiría. Tenía el tiempo justo para acompañarlo en ese momento especial y para volver a casa, para afrontar ese destino del que no podía escapar por mucho que lo hubiese soñado, para afrontar un futuro que se había firmado como un tratado de paz entre personas mucho más poderosas de lo que ella sería en toda su vida. Lo único que lo hacía soportable era saber que Harry nunca quedaría atrapado como le había pasado a ella. Su padre no sabía nada de él y ella haría cualquier cosa para que no lo descubriera.

Sin embargo, eso había sido antes de que recibiera la noticia de que el visitante que tanto había temido se presentaría mucho antes de lo que ella había previsto. Cuarenta y ocho horas antes, las cuarenta y ocho horas vitales que necesitaba. Además, allí estaba ese hombre impresionante e inoportuno que le invadía la poca privacidad que le quedaba y que estaba entreteniéndola cuando tenía que estar haciendo otras cosas.

–Márchese ahora mismo – añadió ella con una tensión que nunca habría mostrado en otras circunstancias.

Fue a cerrar la puerta, tenía ganas de cerrársela en las narices, y la desasosegante convicción de que, si no se libraba de él en ese momento, iba a estropearle completamente sus planes.

–Creo que no.

Ella se quedó boquiabierta cuando la puerta chocó contra un obstáculo inesperado y se dio cuenta de que él había metido una bota entre la puerta y el marco. Además, una mano con dedos largos y poderosos surgió como un rayo y la empujó con una facilidad pasmosa, a pesar de que ella se resistía con todas sus fuerzas.

–Creo que no – repitió él en tono grave y amenazante– . No voy a marcharme a ninguna parte.

–Entonces, ¡será mejor que se lo piense dos veces! – exclamó ella desafiantemente con un brillo dorado en sus ojos color bronce.

Karim Al Khalifa había esperado tener algún problema con esa mujer. Su forma de desligarse de la corte y la vida que llevaba en un país extranjero, al margen del protocolo y las medidas de seguridad, indicaban que la tarea no iba a ser tan sencilla como le había hecho creer su propio padre. Clementina Savanevski, o Clemmie Savens, el nombre que empleaba en su escondite rural de Inglaterra, sabía cuál era su obligación, o debería saberlo. Sin embargo, había eludido esa obligación y había estado viviendo despreocupadamente por su cuenta, lo cual indicaba que se tomaba muy a la ligera la promesa de su familia, demasiado a la ligera.

En ese momento, cuando estaba viéndola cara a cara, le parecía entender el motivo. Había dejado a un lado la dignidad y discreción que se esperaba de una posible reina de Rhastaan. Solo llevaba una camiseta amplia y desteñida y unos vaqueros tan raídos que tenían algunos agujeros. El pelo, largo y moreno, le caía sobre los hombros y la espalda sin orden ni concierto, pero de una forma tan asombrosa como sensual. Su rostro tenía unas manchas oscuras alrededor de los ojos color ámbar y los labios pintados de un llamativo color carmesí. ¡Y qué labios! Inesperadamente, asombrosamente, sus sentidos se aguzaron, el corazón le dio un vuelco y le costó respirar. Su propia boca la abrasó como si hubiese estado en contacto con esos labios carnosos y rojos. Instintivamente, se pasó la lengua por el labio inferior.

–¡Llamaré a la policía!

Ella volvió a ponerse junto a la puerta para que él no pudiera acercarse. Eso hizo que él se fijara en sus pies. Eran largos, elegantes, con la piel dorada... y con las uñas pintadas de un tono rosa increíblemente brillante. También captó un perfume floral, pero con un inesperado matiz especiado y sexy.

–No hace falta – replicó él con la voz ronca por tener seca la garganta– . No voy a hacerle nada.

–¿De verdad espera que me lo crea? – preguntó ella mirando el pie que seguía entre la puerta y el marco– . ¿Le parece que eso es un comportamiento normal?

El tono de ella era casi tan hosco como el de él, aunque se imaginaba que por motivos distintos. Ella estaba descargando su furia sobre él. Entonces, se acordó de un gato callejero que había visto esa mañana en un aparcamiento. Era negro y estilizado y le había bufado desafiantemente cuando él se acercó. Estaba haciéndolo muy mal. Su táctica, minuciosamente elaborada, se había esfumado y había enfocado el asunto de una forma equivocada. No había esperado que fuese tan hostil y desafiante. Había perdido el dominio de sí mismo que tenía siempre porque estaba desasosegado por la situación que había dejado en su país, estaba preocupado por la salud de su padre y, además, lo habían obligado inesperadamente a hacer eso.

También se reconoció que llevaba demasiado tiempo sin una mujer. No había pasado ninguna por su cama desde que Soraya se largó acusándolo de no estar nunca a su lado. De no estar nunca, punto. Naturalmente, no lo había estado. ¿Cuándo había tenido el tiempo o la posibilidad de estar con alguien que no fuera su padre o el país del que se encontraba siendo heredero de una forma tan brutal como inesperada? Los problemas que habían surgido repentinamente habían absorbido cada segundo de su tiempo y lo habían obligado a asumir las obligaciones de su padre, además de las propias. Si no, no estaría allí voluntariamente.

También tenía que reconocer que no había esperado que fuese tan sexy. Naturalmente, había visto fotos de ella, pero ninguna transmitía la sensualidad de esos ojos como bronce fundido, de esa piel dorada, del pelo negro y despeinado ni de su perfume embriagador. Su boca se le había hecho agua y sus sentidos habían cobrado vida en un abrir y cerrar de ojos.

No. Se recompuso inmediatamente. No podía pensar eso ni por un segundo. Daba igual que esa mujer fuese la más sexy del mundo, como aseguraban sus instintos, ella no era para él. Estaba vedada para él. Estaban en las orillas opuestas de un abismo y, sinceramente, lo mejor era que siguiesen así. Según lo que había oído, ella era un problema demasiado grande como para que compensara un placer esporádico. Además, él ya tenía demasiado sobre su conciencia.

–Le pido disculpas – dijo él dominando la voz con la esperanza de que los demás sentidos hiciesen lo mismo– . No voy a hacerle nada.

–¿Cree que, si lo repite muchas veces, tendré que creerlo? Dicen que cuando se protesta demasiado es porque lo contrario es verdad.

Él no supo si lo había dicho para distraerlo, pero le había dado resultado. Perplejo, retiró el pie y ella empujó la puerta, se dio media vuelta y entró en la casa. Si pudiera llegar al teléfono, podría llamar a la policía. Si no, podría salir por la puerta de la cocina. No se creía que no quisiera hacerle nada. Estaba segura de que sería un problema. Impresionante o no, había algo que le decía que era muy peligroso. Sin embargo, también sabía que no había conseguido cerrar la puerta, no había oído el portazo. Había entrado en el pasillo y estaba detrás de ella. Todos sus músculos se pusieron en tensión esperando que la agarrara de los hombros, pero, increíblemente, oyó que él se paraba mientras ella entraba en la cocina.

–Clementina.

Eso no se lo había esperado. No había esperado que él empleara su nombre completo, algo que no hacía nadie en Inglaterra. El nombre que nadie sabía que era su nombre verdadero. Se quedó petrificada en medio de la diminuta cocina.

–Clementina, por favor.

¿Por favor...? Tenía que estar oyendo cosas raras. Él nunca diría algo así.

–No voy a avanzar más – siguió él– . Voy a quedarme aquí para que hablemos. Me llamo Karim Al Khalifa.

Ella lo oyó entre un zumbido en la cabeza. Ella había estado esperando oír ese nombre, o uno tan parecido que creyó que él había dicho lo que había previsto ella.

–Ahora sé que está mintiendo.

Ella lo dijo por encima del hombro y comprobó que, efectivamente, se había parado en la puerta de la cocina.

–No sé cómo sabe que estaba esperando que viniera un emisario del jeque Al Khalifa, pero he visto una foto de él y es como dos veces mayor que usted y tiene barba. Tengo la foto en el ordenador, en el correo electrónico...

–Lo era – le interrumpió él tajantemente– . En pasado.

–¿De qué está hablando?

Ella se dio la vuelta para mirarlo a los ojos e interpretar lo que había dentro de su atractiva cabeza. Se arrepintió inmediatamente. Sus ojos parecían de hielo negro y se le encogió el estómago. Además, notó que sus nervios se ponían en tensión por una reacción completamente distinta. Una reacción muy femenina y sensual que le atenazaba la garganta, aunque no por miedo. Una reacción que era lo último del mundo que quería sentir, o que no debería reconocer que estaba sintiendo.

–Del hombre que iba a venir, pero ya no va a venir.

–¿Y cómo sabe...? – empezó a preguntar ella hasta que se quedó muda.

Ese hombre sabía muchas cosas de su situación, pero ¿cuáles eran sus fuentes? Se puso nerviosa en otro sentido. Su cabeza daba vueltas a tratados de paz, a la situación internacional y a fuertes tensiones entre países. Se le humedecieron las manos y se las pasó por los muslos. Él miró ese movimiento delator y ella se puso más nerviosa todavía.

–Lo sé porque lo organicé yo – contestó él sin inmutarse– . Mi padre dio las órdenes y le dio instrucciones a Adnan para que viniera a por ti. También mandó su foto para que supieras quién iba a venir. Al menos, eso era lo que se organizó... hasta que todo cambió.

–¿Cambió?

Parecía como si estuviese quedándose sin fuerzas y casi se imaginó que acabaría siendo un charco en el suelo. Adnan era el nombre del hombre que el jeque Al Khalifa había dicho que enviaría para que la llevara sana y salva a Rhastaan, y ella necesitaba que garantizaran su seguridad. A nadie como a su padre le complacía tanto ese posible matrimonio. El jeque Ankhara, cuyas tierras lindaban con Rhastaan y quien siempre había querido el trono para su hija, no había ocultado que lo sabotearía si podía. El jeque Al Khalifa, Karim había dicho que era su padre, temiendo que pudiera ser una amenaza, había organizado que un hombre de su confianza la escoltara para entregarla a Nabil. Sin embargo, en ese momento, Karim estaba diciendo que había cambiado los planes. ¿Quería decir eso que algo había salido mal?

–¿Quieres sentarte?

Él fue hasta el fregadero, tomó un vaso y lo llenó de agua.

–Toma...

Le puso el vaso en la mano, pero se la rodeó con su propia mano cuando los dedos se negaron a agarrarlo y estuvo a punto de dejarlo caer al suelo.

–Bebe – le ordenó él llevándole el vaso a los labios.

Ella consiguió dar un sorbo muy pequeño, pero le costó tragar el agua. Él estaba demasiado cerca. Si tomaba aire, podía oler su piel y la loción para después del afeitado. Notaba la calidez de sus manos y toda su piel se estremecía. Además, si miraba sus ojos negros, podía verse reflejada, pálida y diminuta. No le gustaba esa imagen, que contrastaba con el cuerpo alto y poderoso que le creaba un torbellino en la cabeza.

–¿Usted... dijo que es su padre?

Él se limitó a asentir con la cabeza. Seguía con el vaso cerca de sus labios, sin atosigarla, pero dejando claro que creía que tenía que beber más. Se debatía entre aliviar la tensión que le atenazaba la garganta o arriesgarse a tener náuseas al intentar tragar al agua. Consiguió dar otro sorbo y apartó el vaso. Se pasó la lengua por el labio inferior, pero no se sintió mejor, sobre todo, cuando vio que él clavaba los ojos en su boca y se le aceleraba el pulso en la base del cuello. ¿Era posible que él estuviera sintiendo la misma reacción que la había abrasado por dentro al sentir su contacto?

–¿Y quién es su padre exactamente?

–Sabes su nombre, acabas de hablar de él.

–He hablado del jeque Al Khalifa, pero no puede... – ella volvió a quedarse muda al ver que él asentía rotundamente con la cabeza– . No... No puede... ¡Demuéstrelo!

Él encogió sus enormes hombros, sacó una cartera del bolsillo de la cazadora, la abrió y se la enseñó.

–Me llamo Karim Al Khalifa. Shamil Al Khalifa es mi padre y también es el hombre que iba a mandarte el emisario que estabas esperando, ¿no?

Ella solo podía mirar fijamente el permiso de conducir y las tarjetas de crédito.

–Pero si él... – Clemmie sacudió la cabeza como si no pudiera asimilarlo– . ¿Por qué iba mandarlo a usted... su hijo...?

Si Karim era el hijo del jeque, también era un príncipe tan rico y poderoso, si no más, que Nabil, quien era el responsable de esa situación.

–Esperaba a alguien de su equipo de seguridad. Alguien que se ocupara de que llegase sana y salva a Rhastaan y...

–Y te reunieras con tu futuro marido.

Karim terminó la frase y dejó muy claro que conocía la situación, que él también sabía lo que estaba pasando.

–Hubo que cambiar los planes en el último momento – añadió él.

–¿Por qué?

–Porque hubo que hacerlo.

Karim se incorporó y ella comprendió que no iba a darle más explicaciones. Él fue al fregadero, vació el vaso y lo dejó en el escurridor. Entonces, Clemmie sintió frío al no notar la calidez de su cuerpo cerca de ella.

–Y esos planes implican que no podemos perder ni un minuto – siguió él por encima del hombro, sin siquiera mirarla– . Espero que hayas hecho el equipaje, como decían las instrucciones, porque tenemos que marcharnos ahora.

–¿Ahora? – ella se levantó de un salto. «Como decían las instrucciones». ¿Quién se creía que era?– . Imposible, no puede ser.

–Te aseguro que sí lo es.

Ella había pensado discutirlo, o hablarlo al menos, con el hombre que debería haber llegado a su casa. Todavía faltaban nueve días para su cumpleaños. Era menos de un mes, pero esos días eran cruciales.

–El contrato entre mi familia y los gobernantes de Rhastaan entra en vigor el tres de diciembre, el día que cumplo veintitrés años.

–Ese día llegará pronto y ya estaremos en Rhastaan cuando tengas la edad.

Lo sabía todo de ella. ¿Eso debería tranquilizarla y darle a entender que tenía controlada la situación? No la tranquilizaba lo más mínimo. Sabía que alguien iría a buscarla algún día. Se decidió, firmó y rubricó hacía trece años, cuando el hijo del jeque de Rhastaan tenía cinco años y ella casi diez. Los prometieron, mediante un contrato, para que se casaran cuando Nabil llegara a la mayoría de edad. Ella había disfrutado de unos años de libertad, y había terminado una carrera universitaria, mientras sus padres esperaban a que su futuro marido tuviese la edad para casarse y para subir al trono de su propio reino. Ese momento había llegado, pero, por favor, todavía no. Había pensado que podría discutirlo con el hombre que habían mandado, que podría imponer un poco su autoridad y conseguir un par de días antes de marcharse. El hombre que había creído que iría a recogerla, un hombre mayor y un hombre con familia, como había esperado, podría ser alguien comprensivo, alguien que le permitiría cumplir la promesa que le había hecho a Harry. Sin embargo, ese hombre sombrío, lustroso y peligroso como una pantera... ¿escucharía una sola palabra de lo que quería decir y le daría alguna oportunidad? Lo dudaba. Sobre todo, cuando no podía decirle, ni a él ni a nadie, toda la verdad. Era vital que la existencia de Harry fuese un secreto absoluto. Si alguien lo descubría, el futuro del niño estaba en peligro.

Entonces, ¿cómo podía convencerlo?

–Necesito unos días.

Él la miró como si acabara de decir algo muy gracioso, y ella se sintió como un insecto al que podía pisar en cualquier momento. Lo miró desafiantemente a los ojos.

–Además, ¿puede saberse quién es usted para darme órdenes?

–Ya te lo he dicho, soy Karim Al Khalifa, príncipe coronado de Markhazad.

Evidentemente, creía que iba a impresionarla, pero no podía estar más equivocado. Se había criado durante mucho tiempo en la familia real que algún día sería su familia. Había sido una existencia estéril y rígida con muy pocos momentos de libertad. Su padre se había propuesto que supiera comportarse y seguir el protocolo de la corte. La habían formado para su papel. Cuando se casara, estarían a la misma altura y ella sería reina enseguida.

–Príncipe coronado... ¡Vaya! Entonces, ¿por qué está aquí haciendo recados?

A él no le había hecho ninguna gracia. Sus ojos pasaron de ser hielo negro a ser una llamarada negra en un abrir y cerrar de ojos y, paradójicamente, le habían helado la sangre.

–Estoy representando a mi padre, no haciendo recados. Como representante de mi padre, insisto en que hagas el equipaje y te prepares para que nos marchemos.

–Puede insistir lo que quiera. No pienso ir a ninguna parte con usted y le recomiendo que se dé la vuelta y se marche de aquí.

–Y yo no pienso marcharme sin ti.

¿Cómo era posible que esa boca tan sensual y maravillosa pudiera conseguir que una afirmación tan sencilla pareciera la amenaza más espantosa de la historia?

–He venido a por ti y voy a marcharme contigo. Ni más ni menos.

Capítulo 2