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Sadie Carteret y Nikos Konstantos estuvieron locamente enamorados y habían planeado casarse y fundar una poderosa dinastía. Pero la combinación de placer y negocios terminó con sus sueños. Nikos fue acusado de haber pretendido casarse con Sadie por su dinero y su apellido, y la familia de ésta se dedicó en cuerpo y alma a acabar con él. La boda se canceló y Nikos y Sadie no volvieron a verse. Pero ahora Nikos ha recuperado su imperio y, convertido en un millonario sin escrúpulos, está decidido a limpiar su nombre y a exigir lo que le corresponde.
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Seitenzahl: 188
Editado por HARLEQUIN IBÉRICA, S.A. Núñez de Balboa, 56 28001 Madrid
© 2009 Kate Walker. Todos los derechos reservados. UN GRIEGO CRUEL, N.º 2065 - marzo 2011 Título original: The Konstantos Marriage Demand Publicada originalmente por Mills & Boon®, Ltd., Londres. Publicada en español en 2011
Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con permiso de Harlequin Enterprises II BV. Todos los personajes de este libro son ficticios. Cualquier parecido con alguna persona, viva o muerta, es pura coincidencia. ® Harlequin, logotipo Harlequin y Bianca son marcas registradas por Harlequin Books S.A. ® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.
I.S.B.N.: 978-84-671-9823-2 Editor responsable: Luis Pugni
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A PESAR de que el viento y la lluvia que golpeaban su rostro la cegaban, Sadie no tuvo ningún problema en llegar a la puerta de las oficinas donde había concertado una cita a primera hora de la mañana. Sus pies la dirigieron hasta allí mecánicamente desde el metro porque conocía el camino de memoria, aunque en el pasado lo hubiera realizado en muy distintas circunstancias.
Por aquel entonces, Sadie habría llegado en taxi o en un coche conducido por un chófer que le habría abierto la puerta de las oficinas centrales de su padre, el presidente de Carteret Incorporated. Pero en el presente, pertenecían al hombre que se había propuesto arruinar a su familia para vengarse de la forma en que había sido tratado, y que había conseguido su objetivo hasta límites insospechados.
Las lágrimas asomaron a los ojos de Sadie, empañándole la vista mientras cruzaba el umbral de las grandiosas puertas que daban acceso al edificio, donde en grandes letras doradas el nombre de su padre y de su familia había sido sustituido por el de Konstantos Corporation
¿Cómo iba a poder entrar sin recordar a su padre, fallecido hacía seis meses, y sin pensar en el hombre que lo había odiado hasta el punto de arrebatarle todo lo que poseía y adueñarse de la compañía que su bisabuelo había transformado de la nada en una empresa multimillonaria?
Sadie sacudió la cabeza para retirarse el negro y brillante cabello de la cara, y con una nueva determinación en sus oscuros ojos verdes entró en el gran vestíbulo de mármol. Sus tacones repicaron en el suelo al acercarse al mostrador de la recepción con paso firme.
Estaba decidida a impedir que los crueles recuerdos del pasado debilitaran el valor que había tenido que reunir para llegar hasta allí. Era su última oportunidad de domar al león en su jaula y, si era preciso, suplicarle que le concediera un único deseo. Las consecuencias de no lograrlo eran impredecibles, y por el bien de su madre, de su hermano pequeño y de ella misma, no podía permitirse flaquear.
–Tengo una cita con el señor Nikos Konstantos –dijo a la elegante recepcionista.
Confió en haber disimulado el temblor que le causaba mencionar al hombre al que había amado hasta la locura, el nombre que había querido llevar el resto de su vida hasta que descubrió que para él, ella no era más que un peón en un espantoso juego de poder y de venganza, en una jugada maestra para resarcirse de las heridas causadas mucho tiempo atrás, que habían acabado envenenando la vida de tantas personas. Incluida la suya.
–¿Cuál es su nombre? –preguntó la recepcionista.
–Carter –Sadie bajó la mirada para disimular lo embarazoso que le resultaba mentir–. Sandie Carter.
Había tenido que dar un nombre falso porque estaba convencida de que Nikos no le concedería una cita bajo su nombre real. Cualquier intento de verlo habría sido recibido con su arrogante negativa y ella se habría encontrado en el punto de partida: desesperada y sin ninguna esperanza.
La recepcionista comprobó la lista en el ordenador y sonrió al encontrar el nombre.
–Ha llegado un poco pronto.
–No importa, puedo esperar.
«Un poco pronto» era un eufemismo. Faltaba más de media hora, pero Sadie había salido de casa en cuanto estuvo lista por temor a arrepentirse y no acudir a la cita.
–No será necesario –dijo la mujer–. Ha habido una cancelación y el señor Konstantos podrá recibirla de inmediato.
–Gracias –dijo Sadie, a pesar de que cada vez le resultaba más difícil imaginar un encuentro con Nikos en la que había sido la oficina de su padre. ¿Qué le habría hecho pensar que podría verlo después de cinco años en el lugar en el que el declive de su familia se hacía más patente?–. Quizá sea mejor que... –comenzó, sintiendo que perdía el valor y decidiéndose a buscar una excusa para cancelar la cita y evitar verse cara a cara con...
–Señor Konstantos...
El súbito cambio de expresión de la recepcionista habría bastado para que Sadie supiera lo que estaba pasando. Los ojos de la mujer se agrandaron y clavó la vista en un punto intermedio por detrás del hombro de Sadie, y ésta tuvo la certeza de que tenía detrás a Nikos, que se había aproximado tan sigilosa y, con toda seguridad, tan peligrosamente, como un tigre.
–Hola, ¿ha llegado mi cita de las diez?
–Está aquí mismo.
La recepcionista indicó a Sadie con una sonrisa, asumiendo que ésta se volvería. Pero Sadie se había quedado paralizada y con la mente en blanco, incapaz de pensar nada más allá que Nikos Konstantos estaba detrás de ella y de que en cualquier momento iba averiguar quién era.
Sólo oír su voz había bastado para producir ese efecto en ella, aquel tono grave y sensual le anulaba el cerebro, impidiéndole sentir otra cosa que un escalofrío recorrerle la espalda. En el pasado, aquella misma voz le había susurrado al oído en la oscuridad, prometiéndole un futuro maravilloso. Y ella, embriagada por la sensualidad que su mera presencia le hacía sentir, había creído en él ciega e ingenuamente.
–¿Señora Carter?
Su prolongado silencio había causado el efecto contrario al que hubiera querido. En lugar de hacerla invisible, había causado el desconcierto de la recepcionista que la miraba inquisitiva al tiempo que con la cabeza indicaba la presencia del hombre que estaba a su espalda. Un hombre al que no podía haberle pasado desapercibida su actitud tensa y descortés.
–Ésta es la señora Carter –insistió la recepcionista–. Su cita de las diez.
Tenía que moverse. No tenía elección. Cuadrándose de hombros y hacienda acopio de valor, Sadie tomó aire y se giró sobre los talones hasta que se encontró frente al hombre con el que había estado a punto de casarse.
Él la reconoció al instante a pesar de lo mucho que había cambiado durante aquellos años, y que ya no era la joven y despreocupada Sadie que él había conocido. Y al reconocerla, la expresión de su rostro se endureció, sus ojos brillaron amenazadores y una vena le palpitó en la sien.
–¡Tú! –fue todo lo que dijo, pero cargó aquella sencilla palabra con tal desprecio y odio que Sadie se estremeció.
–Sí, yo –dijo ella. Y se dio cuenta de que la determinación tras la que intentó ocultar su nerviosismo lo irritó aún más–. Hola, Nikos.
–A mi despacho... Ahora mismo –dijo él, dando media vuelta y caminando, obviamente convencido de que ella lo seguía, de que no cabía la posibilidad de que no la obedeciera.
Y en cierta medida estaba en lo cierto. O lo seguía o se marchaba sin cumplir su misión, y puesto que había pasado lo peor, que era verlo, tendría que quedarse aunque no hubiera tenido tiempo para preparar lo que iba a decirle y a pesar de que, al haberlo tomado desprevenido, hubiera conseguido enfurecerlo.
Su ira era evidente en su lenguaje corporal. Desde detrás podía verse cómo tensaba los hombros, cómo mantenía la columna rígida. Cómo alzaba la cabeza con gesto arrogante.
Sadie no había tenido muchas oportunidades de verlo vestido tan formalmente, y su caro traje, además de enfatizar su magnífica constitución, lo dotaba de un aire distante e inaccesible que le hizo sentir nostalgia del Nikos más dulce y amable... en el que había creído hasta que se quitó la máscara.
–¿Vienes o no?
La impaciente pregunta la sacó de su ensimismamiento con un sobresalto. Dulce y cálido eran dos adjetivos que no se correspondían en absoluto con el Nikos que la miraba desde el interior del ascensor, apretando el botón que mantenía las puertas abiertas. Sadie aceleró el paso y entró precipitadamente, apretando la espalda contra la pared de la cabina, como si quisiera huir.
Nikos bajó la mano y las puertas se cerraron.
–He... –empezó Sadie. Pero la gélida mirada de Nikos la hizo enmudecer.
Había olvidado que sus ojos de color bronce podían cambiar de acuerdo con la luz hasta convertirse en oro líquido o en la más dulce miel. Sin embargo, no había ni el menor vestigio de aquella dulzura en la forma en la que la miraba en ese momento, ni del calor que podría haberla ayudado a fundir el nudo de hielo que sentía en el estómago y que le hacía sentir náuseas.
Nikos no hizo el menor esfuerzo por crear un ambiente más relajado, sino que se apoyó de brazos cruzados en la pared mientras la observaba con tal intensidad que Sadie creyó que acabaría convirtiéndola en cenizas. Incómoda e incapaz de aguantar el silencio por más tiempo, se obligó a volver a intentarlo.
–Pue-puedo explicarte por qué... –fue todo lo que pudo decir antes de que él la cortara con un brusco gesto de la mano.
–En mi despacho –masculló con expresión inescrutable.
–Pero es que...
–En el despacho –repitió él, dejando claro que no era una cuestión negociable.
Sadie sintió claustrofobia al estar encerrada con él en un lugar tan reducido, y decidió que era mejor a enfrentarse a él en un espacio menos agobiante.
–Está bien. Al llegar a tu despacho –dijo, devolviendo con sus profundos ojos verdes una mirada desafiante a la airada frialdad con la que él le clavaba sus ojos dorados.
Nikos reconoció la provocación en aquella mirada y se acomodó contra el espejo de la pared preguntándose si Sadie era consciente de la ira que despertaba en él, e imaginó que, de saberlo, habría dado un paso atrás.
Que era exactamente lo que él debía hacer. Dar un paso atrás y recuperar el dominio de sí mismo. El shock que le había causado descubrir que Sadie Carteret era su cita de las diez lo había dejado fuera de juego.
Sadie Carteret... la mujer que lo había utilizado y que prácticamente había causado la muerte de su padre antes de dejarlo plantado el día de su boda. Sólo recordarlo le hacía sentir tal odio, que no comprendía cómo aquel sentimiento no aniquilaba cualquier otra emoción que pudiera despertar en él, por muy básica que fuera.
Y sin embargo, era el deseo lo primero que lo había golpeado. Pura y violenta lujuria masculina. Incluso antes de que se diera la vuelta. Había bastado una ojeada a su figura esbelta, a su firme trasero y a la suave curva de sus caderas para tener la certeza de que quería conocer en mayor profundidad y lo antes posible a aquella Sandie Carter.
Pero entonces se había vuelto y había descubierto que se trataba de Sadie Carteret, la mujer que le había destrozado la vida cinco años atrás y que volvía a ella súbitamente. ¿Para qué?
–Supongo que es un lugar más privado –comentó ella, peinándose con las manos y luego pasándose las palmas por la falda, como si quiera librarse del sudor provocado por los nervios.
Que no estuviera tan segura de sí misma como aparentaba permitió a Nikos relajarse. Sólo si conseguía desestabilizarla y pillarla con la guardia baja conseguiría saber cuál era la verdadera razón de que estuviera allí. Porque era evidente que quería algo de él...
–¿Y prefieres tener la conversación en un lugar privado?
–¿Tú no? –preguntó ella, retadora, mirándolo con ojos llameantes y la barbilla alzada–. ¿No es ésa la razón de que prefieras esperar a llegar a tu despacho?
–Lo que no quiero es que todo el mundo se entere de lo que hablemos.
Ya había experimentado esa sensación después de que ella entrara en su vida como un torbellino para luego abandonarlo, dejándolo todo del revés. Ya había sido lo bastante espantoso que los periódicos económicos describieran la caída del imperio Konstantos con evidente satisfacción, como para tener además que enfrentarse a las revistas del corazón, cuyos artículos todavía le dejaban un regusto amargo en la boca y despertaban su ira.
–Yo tampoco –dijo ella, bajando la mirada como si algo en el tono de Nikos le hubiera hecho cambiar de actitud.
¿Sería que tenía algo que ocultar? ¿Algo que no quería que cayera en manos de los periódicos? ¿Algo que él podría usar para humillarla como ella lo había hecho con él? La mera posibilidad de que ése fuera el caso le produjo una enorme satisfacción.
–Por fin estamos de acuerdo en algo.
Tendría que ser paciente para averiguar la verdad, y contener el impulso de enfrentarse a ella, de retarla y humillarla. No. Esperaría a estar en su despacho y entonces lo sabría todo.
Aunque intuía que sabía la verdad porque la visita de Sadie sólo podía deberse a que quisiera pedirle dinero. Después de todo, era lo que más debía echar en falta. Al arruinar a su padre, había acabado con su lujoso estilo de vida; y una vez muerto Edwin Carteret, no tenía a nadie más a quien pedirle ayuda.
Pero debía estar desesperada si acudía a él. Lo bastante como para dar un nombre falso. Era consciente de que como Sadie Carteret jamás la habría recibido... Lo cual no explicaba por qué la estaba llevando a su despacho en lugar de llamar a los guardas de seguridad para echarla.
No estaba dispuesto a reconocer, ni siquiera a sí mismo, la reacción física instantánea que le había causado verla, ni el hecho de que en aquel reducido espacio en el que su imagen se multiplicaba en los espejos de las paredes, su presencia, con su delicada figura, su densa melena y su delicada piel de porcelana, le resultaba abrumadora. Su perfume le llegaba en oleadas con cada uno de sus movimientos, y cuando sacudió la cabeza para retirarse el cabello hacía atrás, lo envolvió el aroma fresco de su champú y un instinto primitivo lo atenazó, despertando en él un violento deseo que le obligó a cambiar de posición para aliviar la incomodidad física que le causaba su pulsante sexo.
Afortunadamente, el ascensor se detuvo y las puertas se abrieron al pasillo enmoquetado en gris por el que se accedía a su despacho. Nikos se echó a un lado deliberadamente para dejar que Sadie lo precediera.
–A la izquierda –dijo, aunque sabía que las instrucciones eran innecesarias puesto que Sadie conocía el camino incluso mejor que él, tal y como demostró al tomar la dirección correcta incluso antes de que se la indicara.
Sadie se arrepintió de no haber esperado por temor a que la seguridad con la que se movía en el edificio lo irritara aún más, pero no había podido evitarlo ya que, después de todo, había recorrido aquel mismo camino cientos de veces a lo largo de su vida.
Aprovechó que Nikos no la veía para recomponer su gesto y disimular la crispación que le causaba la sensación de haber sido expulsada de su territorio.
Debía recordar que pertenecía a Nikos, que lo gobernaba como un rey griego de la antigüedad, quizá incluso como un tirano. Porque aunque Sadie no sabía cómo se comportaría como jefe, no le costaba imaginar que era severo y extremadamente eficiente. Apenas había tardado cinco años en recuperar la fortuna de Konstantos Corporation. Para ello no había dudado en utilizarla y así vengarse de la forma en que su padre lo había tratado en el pasado.
–Perdona... –dijo al tiempo que aminoraba el paso y esperaba a que Nikos se pusiera a su altura para indicar el camino.
Sin embargo, Nikos no aprovechó la invitación, sino que permaneció detrás de ella, como una presencia amenazadora cerniéndose sobre su hombro. Imposible verlo... Imposible juzgar su estado de ánimo.
Lo tenía tan cerca que prácticamente podía sentir el calor que irradiaba. El aroma de su fresco aftershave le llegaba a la nariz, haciéndole recordar el olor penetrante del mar azul de la isla que la familia Konstantos poseía, una isla que formaba parte del patrimonio que Edwin le había arrebatado y que Sadie asumía que habría vuelto a manos de Nikos si es que su padre no la había vendido a terceros.
Pensar en esa posibilidad le hizo estremecer de culpabilidad, sabiendo como sabía que Nikos adoraba aquella isla y que era tan importante para él como Thorn Trees, la casa de su familia, lo era para su madre. Por eso mismo tenía la esperanza de que Nikos la comprendiera.
–Es aquí...
Nikos posó la mano en su cintura una fracción de segundo para indicarle una puerta, pero bastó para que Sadie sintiera su piel arder bajo el fino jersey de lana azul.
Había conocido bien aquel tacto en el pasado, lo había sentido íntimamente en el cuerpo, en su ansiosa piel libre de la barrera de la ropa. Había recibido las caricias y los besos de Nikos en cada milímetro de su ser, y en aquel momento, como si se tratara de un violín en perfecta sincronía con su maestro, sintió que se estremecía en respuesta a los recuerdos evocados por aquel leve contacto.
–Ya lo sé –dijo bruscamente para ocultar su turbación.
–Claro que lo sabes –dijo Nikos con una indisimulada irritación que dejó claro que acababa de sobrepasar la línea. Empujó la puerta por encima del hombro de Sadie y añadió–: Pero permíteme...
No necesitaba decir más para remarcar que él era el dueño de aquel lugar, que tenía el poder en sus manos. Y Sadie se dijo que haría bien en no olvidarlo y se obligó a tomar aire lentamente y a controlar sus dispersos pensamientos. Necesitaba que Nikos estuviera de su lado y sería una estúpida si lo enfurecía antes de haberle hecho su petición.
–Gracias.
Consiguió sonar amable y educada, aunque quizá no tan sumisa como hubiera requerido la ocasión. Pero la sumisión no era su fuerte. Además, el corazón le latía con tanta fuerza que la voz le salió más titubeante de lo que hubiera querido. La tensión que la dominaba por el nerviosismo y por el temor a la reacción de Nikos ante lo que iba a decirle
Ésa tenía que ser la única causa de lo alterada que se sentía. No estaba dispuesta a admitir que pudiera haber ningún otro motivo, pero después de la forma en que su cuerpo había reaccionado al olor de Nikos, a su proximidad y al roce de su mano, sabía que algo mucho más profundo podía llegar a desestabilizarla, algo en lo que no quería pensar ni analizar por temor a lo que pudiera encontrarse.
–Adelante.
Nikos seguía usando un tono excesivamente amable con el que sólo lograba intensificar la sensación de amenaza que Sadie sentía y que le servía de recordatorio de que en cualquier momento el depredador podía caer sobre su presa. Una vez en el despacho, al amparo de la privacidad que Nikos había buscado, sin testigos ni nadie que pudiera acudir en su ayuda, Sadie sabía que llegaría el momento crítico en el que Nikos podía finalmente decidirse a atacarla.
Ese pensamiento hizo que le temblaran las piernas mientras, en el centro de la habitación, se preguntaba cómo introducir el tema que la había llevado hasta allí. Nikos pasó de largo y fue hasta el escritorio con movimientos bruscos y medidos, con el cuerpo en actitud tensa para evitar cualquier gesto que pudiera desvelar una emoción. Pero cuando se volvió con expresión sombría, Sadie sintió que el corazón se le caía a los pies.
Enfado, puro enfado era lo que transmitían los rasgos crispados de su frío rostro y sus incendiarios ojos dorados. Sin testigos ni nadie que pudiera escuchar sus palabras, Nikos había dejado caer la máscara de la formalidad y la buena educación. El verdadero Nikos, torvo, primario y muy, muy enfadado, se mostraba en plenitud, sin pretender ocultar la ira que lo dominaba y que dirigía hacia Sadie.
El depredador había decidido abalanzarse sobre su presa... para acabar con ella.
–HAS MENTIDO dando un nombre falso! –dijo Nikos en cuanto se cerró la puerta.
–¡No podía hacer otra cosa! –dijo ella, haciendo un esfuerzo sobrehumano para contener el pánico que sentía–. ¿Qué querías que hiciera? Si llego a dar mi nombre real no habrías accedido a verme.
–Por supuesto que no. Pero lo cierto es que estás aquí y que has mentido para conseguir entrar, así que debes querer algo muy importante. ¿De qué se trata?
Su mirada estaba tan cargada de ira, era tan incendiaria, que a Sadie le extrañó que no la redujera a cenizas. Desde detrás del escritorio, con el torso adelantado en actitud amenazadora, pulsó el botón del interfono. Sadie oyó responder a una mujer.
–No me pases llamadas –ordenó él con la seguridad de ser obedecido–. Y no quiero que nadie me moleste.
Sadie pensó que si la secretaria se atrevía a incumplir sus órdenes debía ser una mujer mucho más valiente que ella, pero ése y cualquier otro pensamiento se borró de su mente en cuanto Nikos volvió a mirarla.
–Así que dime, ¿qué haces aquí?
–Yo...
Al enfrentarse a su mirada de hielo y a la rabia contenida de Nikos, le costó recordar el motivo concreto que la había llevado hasta allí o la forma en que debía exponerlo para conseguir que en lugar de oponerse radicalmente por ser ella quien era, al menos estuviera dispuesto a considerarlo. Le alegró que la gran superficie pulida del escritorio sirviera de barrera entre ellos y frenara la poderosa energía de Nikos Konstantos. Aunque fuera una reacción completamente irracional, al sentir su mirada amenazadora clavada en ella, Sadie tuvo la impresión de que el espacio se encogía, contrayéndose a su alrededor e impidiéndole respirar. Se sentía atrapada en una habitación que de pronto resultaba demasiado pequeña como para contenerlos a los dos.
Por el contrario, Nikos parecía haber adquirido una dimensión extraordinaria y poderosa, y, dominando el espacio, la mantenía cautiva con la pura fuerza de su presencia.