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Con este tercer libro, terminamos la Trilogía de Hugo, Naya y el medioambiente. Hugo y Naya, junto a sus amigos Min, Rabito y Chata, deciden ir a la ciudad para visitar a sus amigos Unai y Mario. Mientras Mario hacía amistad con un niño en el parque, llamado Daniel, Min y Naya se habían subido a un contenedor de basura, cayendo dentro, con tan mala suerte que vino el camión de la basura y se los llevó. Gracias a Daniel, cuyo papá trabajaba en la Planta de Reciclaje de la Ciudad, pudieron saber a dónde iban a parar las basuras de los contenedores. ¿Quieres acompañarlos en esta aventura y saber que les pasó a Min y Naya? VALORES IMPÍICITOS: En esta aventura conocerán a dónde va a parar todo lo que reciclamos en los contenedores. Esto nos animará a seguir reciclando para cuidar el medioambiente y mejorar la vida en nuestro planeta. Además, encontraremos en esta historia valores de amistad y respeto a los mayores, y también conocerán cómo se vive en una granja.
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Seitenzahl: 36
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© del texto: Begoña Lisón
© de las ilustraciones: Cristina Velado Conde
© de la Guía Didáctica: David Salvador Sáez
© del diseño y corrección: Equipo BABIDI-BÚ
© de esta edición:
Editorial BABIDI-BÚ, 2022
Avda. San Francisco Javier, 9, 6ª, 23
Edificio Sevilla 2
41018 – Sevilla
Tlf: 912 - 665 - 684
www.babidibulibros.com
Producción del ePub: booqlab
Primera edición: octubre, 2022
ISBN: 978-84-19454-84-3
Reservados todos los derechos
A mis nietos Mario, Sara yMateo con cariño.
Y agradezco a Hugo, Nayay Unai por inspirarme consu forma de ser.
Hugo y Naya deciden visitar a sus amigos
El rescate de Min y Naya
La planta de reciclaje
Guía Didáctica
Actividades después de la lectura
A mitad de primavera, una mañana que Hugo y Naya estaban reunidos con las Ratas de Agua y el abuelo Castor, comentaron:
—Tenemos ganas de ver a nuestros amigos, Unai, Mario y a sus papás, aún faltan varios meses para que vengan en verano, y los echamos de menos. ¿Qué os parece si vamos a visitarlos a la ciudad?
—¡No, no!, he pasado un invierno malo y mi cuerpo no está para viajes, ya me contaréis a la vuelta —dijo el abuelo Castor.
—Nosotras tampoco, estamos aquí muy a gusto y no echamos de menos la ciudad, aunque nos gustaría ver a nuestros amigos, esperaremos hasta el verano cuando vengan todos —respondieron las Ratas de Agua.
Hugo y Naya decidieron comunicar a sus familias que les apetecía ir a la ciudad para visitar a Unai y Mario, y les preguntaron a sus papás si les daban permiso; estos accedieron, y les dieron instrucciones de cómo debían comportarse en casa de Unai. Después, sus mamás les ayudaron a preparar las mochilas, metiéndoles comida y agua para el camino.
Al día siguiente, emprendieron el viaje a la ciudad muy contentos. El abuelo Castor, las Ratas de Agua y sus familias les dijeron que les dieran recuerdos, y que los esperaban en verano.
Iban caminando y charlando tan a gusto, cuando escucharon una voz:
—¡Buenas tardes, amigos!
Al girarse, vieron que era su amigo el señor Búho, aunque este no los reconoció.
—¡Hola, señor Búho! ¿Es que no nos reconoces? —preguntó Naya.
—¡Ahora sí! Os he reconocido por la voz, sois Naya y Hugo, perdonad, es que me voy haciendo mayor y he perdido algo de vista. ¿Qué hacéis por aquí? —les preguntó.
—Vamos a la ciudad para ver a nuestros amigos, así que pasaremos la noche debajo de tu árbol.
—Me alegro de que os quedéis esta noche conmigo, yo velaré por vosotros para que podáis dormir tranquilos, y aunque la vista me falla un poco, el oído lo tengo muy fino, así sé cuándo se acerca alguien —comentó el Señor Búho.
Naya y Hugo se despidieron dándole las buenas noches, pero antes de que se durmieran, el señor Búho les dijo:
—A la vuelta me contáis cómo están nuestros amigos, y les dais recuerdos de mi parte.
—¡Así lo haremos! —Y se quedaron dormidos.
Al despertarse por la mañana, lo primero que hicieron fue mirar hacia la rama del árbol, y cómo el señor Búho seguía durmiendo, partieron sin hacer ruido.
A media tarde, y cuando ya estaban en la pradera, decidieron ir a visitar a su amiga Veloz, la liebre, al llegar a su casa, llamaron a la puerta y una joven liebre salió a recibirlos, y como no los conocía, les preguntó:
—¿Quiénes sois, no os conozco?
—¿No vive aquí Veloz? —preguntó Naya, al ver que no era su amiga.
—¡Sí, es mi mamá! —respondió.
Al escuchar la voz de Naya, Veloz salió y los abrazó.
—Pero ¿qué hacéis por aquí? —les preguntó.
—Vamos a la ciudad a ver a nuestros amigos, y no queríamos pasar sin entrar a saludar.
—Entrad, así conoceréis a mis hijos.
Cuando Naya y Hugo entraron, vieron a tres jóvenes liebres.
—¿Y su papá, vendrá a la noche? —volvió a preguntar Naya.
Con tono triste, Veloz les explicó:
—Lo siento, no vais a conocerlo porque unos cazadores que pasaron por aquí le dispararon, produciéndole la muerte, yo corrí con mis hijos y me escondí.
Viendo Hugo a su amiga Veloz tan apenada, cambió de tema y le preguntó:
—¿Cómo se llaman tus hijos?
—No les he puesto nombre todavía —respondió Veloz.
—¡Ahora se lo vamos a poner! —Y preguntó—: ¿Qué te parece si a este le llamamos Manchita por la mancha negra que tiene encima la nariz?
—Me parece bien —respondió Veloz.
—Y a esta tan blanca, la podemos llamar Blanquita, como la perrita de Ainhoa —dijo Naya.
—Es muy bonito ese nombre —comentó Veloz.