Ideas diversas - César Aira - E-Book

Ideas diversas E-Book

César Aira

0,0

Beschreibung

Tengo la teoría de que el objeto va a volver, con toda su realidad, su dignidad, su belleza, su apelación a los cinco sentidos. No creo que la humanidad se resigne al mundo espectral de las pantallas, teniendo a su alcance a los objetos.

Sie lesen das E-Book in den Legimi-Apps auf:

Android
iOS
von Legimi
zertifizierten E-Readern

Seitenzahl: 120

Das E-Book (TTS) können Sie hören im Abo „Legimi Premium” in Legimi-Apps auf:

Android
iOS
Bewertungen
0,0
0
0
0
0
0
Mehr Informationen
Mehr Informationen
Legimi prüft nicht, ob Rezensionen von Nutzern stammen, die den betreffenden Titel tatsächlich gekauft oder gelesen/gehört haben. Wir entfernen aber gefälschte Rezensionen.



 

 

 

Ideas diversas

 

 

César Aira

 

 

 

Índice

Cubierta

Portada

Biblioteca César Aira en Blatt & Ríos

Ideas diversas

Sobre el autor

Créditos

Landmarks

Tabla de contenidos

BIBLIOTECA CÉSAR AIRAEN BLATT & RÍOS

 

Yo era una mujer casada

Artforum

El gran misterio

Pinceladas musicales

Lugones

Catálogo Descriptivo de la obra de Emeterio Cerro

Ideas diversas

 

Un episodio en la vida del pintor viajero

(edición especial)

 

 

 

 

 

 

 

A los once o doce años, en la escuela, yo era el que leía, el literato, había leído la Ilíada, la Odisea, supongo que en reducciones o adaptaciones para la juventud, pero también las novelas de piratas de Salgari, Julio Verne, muchas más, todo lo que me caía en las manos. Mis compañeritos, que admiraban mi saber exótico (del que yo no perdía ocasión de jactarme) no tocaban jamás un libro. Esto lo digo para presentar los personajes de los siguientes dos episodios.

La maestra nos hizo un dictado. Lo anunció como un texto sacado de un libro. Dictó una oración. Luego: punto aparte. Otra oración. Punto aparte. Entonces un chico, creo recordar que López (¡justamente López, esa bestia!), le dijo: Ah, son oraciones sueltas. Y la maestra: No, es un texto, pero empieza así. Y yo, para mí, extrañado, intrigado, interesado, descubría gracias a este breve intercambio la diferencia entre el punto aparte y el punto seguido, entre las frases sueltas y las que siguiéndose componen un texto, un párrafo, un discurso. Era nuevo para mí, pese a que ya debía de haber leído mil libros.

Segundo episodio: creo que era algo así como una redacción, tema libre. No recuerdo qué escribí yo. La maestra hizo leer en voz alta algunas redacciones. Lito Miganne, que se sentaba en el pupitre contiguo al mío, fue uno de los que leyó: había escrito el relato de la cacería accidentada de un oso, en un bosque. Y terminaba: Esa noche, sentado junto al fuego de la chimenea, recordé la aventura… Y ahí terminaba. Yo no podía creerlo. Faltaba “Y entonces me desperté”. La maestra lo felicitó a Lito y pasó a otra cosa. Yo seguía sin entender cómo la maestra no le hacía la observación pertinente. ¿Acaso Lito, ese gordito con el que yo me juntaba a jugar todas las tardes, había matado a un oso en un bosque alguna vez? La tranquila seguridad con que había escrito y leído, el asentimiento de la maestra, el que todos lo dieran por algo natural, me causaba un shock de perplejidad que hizo que hoy, sesenta años después, lo recuerde vívidamente.

Estas ignorancias mías pueden haberse debido, lo mismo que tantas otras antes y después, hasta ahora, a una distracción (la palabra es débil para lo que quiero decir), a esa sobrenatural distracción que volvió tan deficiente mi educación. En el episodio del oso, mi sorpresa y desconcierto son especialmente extraños dado que yo leía novelas entonces, las devoraba, una tras otra. Supongo que se debió a que a los autores de esas novelas los ponía en una categoría humana fuera de la órbita de los seres corrientes que veía en la calle o la escuela. Una categoría donde oscuramente esperaba ponerme a mí algún día.

 

* * *

 

A muchos escritores les ha pasado que, cuando el editor les pide que escriban diez líneas para poner en la contratapa, o para una gacetilla de prensa, descubren que escribir todo el libro fue más fácil que dar por buenas esas diez líneas.

No debería sorprender. La calidad está más a la vista en lo breve que en lo extenso. El compromiso es mayor. En este caso (de la contratapa o la gacetilla) el autor siente como si ese párrafo se pusiera en la balanza y debiera pesar tanto en méritos como las doscientas y trescientas páginas del libro. Cada palabra debe estar calculada, evaluada, pensada diez veces, leída y releída con los ojos facetadísimos de la mosca incalculable que son los lectores y críticos. Y se produce una paradoja lamentable: cuanto más se la trabaja, mayor es la insatisfacción.

Con la extensión, la forma pierde protagonismo, el contenido se apodera de la atención del escritor y la pluma corre rápido. Nos damos cuenta de que lo que estaba ausente era la espontaneidad, con invitarla a la fiesta se terminaba el problema. Claro que hay que seguir siendo espontáneo todo el tiempo, y es difícil hacerlo cuando uno es consciente de que está siendo espontáneo.

No, aquí tampoco es fácil. Porque toda extensión contiene brevedades, nos guste o no. No existe la extensión pura. Está sembrada de trampas, y de cualquiera de ellas, en cualquier momento, puede saltar una brevedad y paralizarnos.

 

* * *

 

A propósito de los altos precios a los que Picasso podía vender sus cuadros, la imaginación popular forjó la leyenda según la cual cuando quería algo, lo dibujaba (vendía el dibujo y con ese dinero compraba el objeto deseado). Recuerdo haber leído lo que parecía un episodio de un cuento infantil, aunque lo daban por verídico: Picasso caminando por el campo encontraba a una viejecita, charlaba con ella, le oía decir que su ambición nunca realizada era tener una casa propia. Sacaba un bloc del bolsillo, dibujaba una casa, firmaba y le daba la hoja a la señora (con las señas de un marchand, supongo).

Ahora bien. William Rubin, que fue director del MoMA y amigo de Picasso, cuenta en sus memorias que cuando dibujaba algo, Picasso tenía que hacerlo una y otra vez, la primera nunca lo satisfacía, debía “calentar la mano” y repetir varias veces hasta que le saliera bien. Curioso dato, tratándose de un artista de legendaria seguridad en la improvisación. (Y no hay motivo para dudar de la palabra de Rubin.)

El que crea lo dicho en el primer párrafo y sepa lo del segundo podría llegar a la conclusión de que las insatisfacciones y repeticiones de Picasso no se debían a escrúpulos o dudas estéticos (¿cuáles podría tener, el más grande de los pintores modernos?) sino a la eficacia mágica de valor de cambio que tuviera el dibujo.

 

* * *

 

A una hora temprana del día, sin que haya amanecido aún, no por causa de la hora sino de las nubes, bajas, grises, pesadas, yo espero con deliciosa anticipación todo lo bueno que habrá para mí hoy.

Lo peor del marxismo, o al menos algo casi tan malo como las prolongadas y cruentas dictaduras que prohijó, fue la enorme cantidad de trabajo intelectual que se hizo en su nombre y que resultó perfectamente inútil. Si esa energía mental y ese tiempo se hubieran empleado en la creación artística, en la ciencia, cuánto se habría enriquecido nuestro mundo.

Fue un error histórico. Cómo precaverse para que no vuelva a suceder. Porque si vuelve a suceder, será con algo muy diferente de la política y no lo vamos a ver mientras está ocurriendo. (En otros tiempos sucedió con la religión. Quizás el modelo de este error sea siempre la religión.) ¿Y si todo trabajo intelectual estuviera sometido fatalmente a la misma suerte? Con el psicoanálisis bien puede pasar, o estar pasando.

¿Entonces tenían razón los otros? Porque estos trabajos siempre se hacen frente a una oposición que los denuncia enérgicamente como fraude.

 

* * *

 

A una pintura abstracta se la puede seguir pintando indefinidamente. El artista le puede agregar otra raya, otro círculo, otro color, tapar un azul con un verde, poner un punto negro en medio de una mancha roja, rodear otra con orlas o picos, cruzarlo todo con una diagonal blanca… Las posibilidades siguen abiertas siempre. No es que en la pintura figurativa no se puedan hacer cambios y agregados, pero ahí hay límites marcados por el tema y el argumento. Es lo abstracto lo que da esa libertad de modificación infinita. Lo confirma el hecho de que la música, arte abstracto por naturaleza, también admite que el compositor siga cambiando o agregando otra nota, otro acorde, otro transporte.

¿Hasta cuándo? Hasta que el artista da un paso atrás, contempla y queda satisfecho. Y tendría que quedar satisfecho a la larga. No hay cuadro abstracto tan malo que no se lo pueda seguir pintando encima hasta que quede bien. Es sólo cuestión de tiempo.

 

* * *

 

Abundan en el diario de John Evelyn las entradas con una acotación del futuro. Por ejemplo dice: “4 de junio. Hoy comí con el señor X, que años después fue hecho Obispo de Z…”. Fácil de explicar: Evelyn volvía a páginas anteriores (años anteriores) de su diario y les hacía agregados. No es lo que hacen todos los diaristas, en realidad no sé de ningún otro que lo haya hecho. Un diario con actualizaciones. Llevando a fondo su lógica podría llegar a ser un diario de un solo día, al que se volvería todos los demás días del futuro para registrar los resultados y consecuencias de la primera anotación.

 

* * *

 

Adolfo Couve, al terminar una exposición sobre la pintura del Renacimiento, dijo que al morir Rafael “murió la juventud”. Desde hace muchos años tengo esa frase en la memoria, y volví a ella hoy, hojeando un libro con reproducciones de Rafael.

En realidad la frase no quiere decir nada. Rafael murió joven, a los treinta y siete años, pero sería difícil interpretar a qué se refería Couve al decir que “con él murió la juventud”. Pienso que es de esas frases que no vale la pena interpretar. Frente a ellas hay que hacer lo que les recomiendan hacer a las señoras cuando están frente a un cuadro moderno: no tratar de entender sino sentir. Dejarse llevar por la sugerencia, por la poesía, y acercarse con ella a la pintura de Rafael. En sus cuadros está como en los de ningún otro artista la leyenda de la juventud, la belleza, la delicadeza, la fuerza del joven.

Pero eso que tanto podemos admirar contiene un anhelo, y dentro de él está la muerte.

 

* * *

 

Alberto Caeiro es el maestro de los otros heterónimos de Pessoa, al menos de los dos principales, Álvaro de Campos y Ricardo Reis. Su condición de maestro deriva de su condición de poeta filósofo. En él hay una curiosa duplicidad: se declara poeta inocente, hombre de la realidad desnuda, sin nombres ni pensamiento, pero argumentar y sostener esta declaración (no hace otra cosa en todos sus poemas) implica un sutil trabajo intelectual, siempre al borde de la contradicción o el solipsismo. Veo una semejanza con la condición de maestro de Porchia, que si no es tan coherente es porque fue real, mientras que Caeiro fue un personaje creado con el fin de exponer masivamente su postura filosófica.

Una creación artística. Una buena idea, que según el testimonio de Pessoa vino de pronto, todo de una, se agotó en un rato. Es lo que pasa con las buenas ideas.

Sus discípulos no tomaron nada de su obra o su filosofía. La admiración que sentían por él era más bien una perplejidad, como ante una especie de demente eleático, alguien que se tomaba en serio las paradojas o aporías o callejones sin salida del pensamiento.

La cualidad de idea brillante es la misma que hace la calidad de la poesía de Caeiro: una poesía filosófica que niega (y no hace otra cosa) la poesía filosófica y hasta su misma posibilidad. Esta posibilidad es el poeta en su condición humana. (La identificación poeta-hombre en Caeiro lo delata como personaje de ficción.)

 

* * *

 

Alejandra Pizarnik anota en las últimas páginas de su diario que una de las razones para no suicidarse es que “tengo buena letra”. Esta expresión suele usarse metafóricamente para la buena conducta, “hacer buena letra”, portarse bien. Pero ella la usa literalmente. Su escritura manuscrita era ejemplar de claridad y elegancia. Que lo mencione como un buen motivo para seguir viviendo creo que puede explicarse porque su poesía se había agotado, la combinatoria de elementos poéticos con los que había trabajado había dado todo lo que podía dar, y ya no quedaba nada por ese lado. Quedaba la escritura, el trazo sobre el papel, colgado sobre el vacío.

Quedaba lo material, el papel, el manuscrito. Se puede vivir sobre la materia, y el escritor vive sobre la suya, sus cuadernos, sus plumas, lápices, carpetas. No es exactamente una distracción respecto de su trabajo, de la cara mental de su trabajo: es una utilería mental-material. (El papel manuscrito como amuleto. Alejandra llevaba en el bolsillo unos poemas que le había manuscrito Porchia, como Pascal llevaba el manuscrito de su famosa “apuesta” siempre consigo.)

 

* * *

 

Algo que casi nunca falta en los recuerdos de ciertos miembros de la clase cultural: una vez fueron a ver a alguien importante y admirado, que a regañadientes les había concedido una entrevista de diez minutos… “y nos quedamos tres horas charlando”, o cuatro, o cinco, o toda la tarde.

Al escribir, uno evita repetir algo que ya dijeron otros. Al vivir, es inevitable repetir hechos que otros han vivido. Pero al escribir lo que se ha vivido, sobre todo si se lo va a presentar como algo nuevo y nunca visto, habría que tomar precauciones.

 

* * *

 

Alguien decía que de su padre conservaba tres fotos, de su abuelo una sola, y de él tenía varios miles, en el teléfono, la computadora, en pendrives y cds. En efecto, hoy día se toman fotos todo el tiempo en todas partes. La abundancia hace que no se les dé importancia. En la era de la imagen nada más devaluado que la imagen. La abundancia devalúa. Y en la sociedad de consumo todo parece abundar. Es cierto que los diamantes o cualquier otra cosa de gran precio siguen siendo escasos por caros, desde los cuadros de grandes maestros al Dom Pérignon. Pero no debería ser privilegio de los ricos. Hace cien años las fotos eran objetos raros y preciosos, y hasta debían conservar algo del prestigio de lo mágico, aun cuando estaban al alcance de casi cualquier familia. Sería bueno que volviera a haber algo así. Un programa de acción para alguien que quisiera enriquecer el mundo, cuando todo el esfuerzo está puesto en crear y multiplicar la abundancia, sería crear nuevas escaseces.

 

* * *