Julieta, Romeo y los ratones - Mariasun Landa - E-Book

Julieta, Romeo y los ratones E-Book

Mariasun Landa

0,0
4,99 €

oder
-100%
Sammeln Sie Punkte in unserem Gutscheinprogramm und kaufen Sie E-Books und Hörbücher mit bis zu 100% Rabatt.
Mehr erfahren.
Beschreibung

Julieta, Romeo y los ratones: Los ratones viven en un paraíso. ¿Qué es el paraíso para un ratón? Comer tarta y bailar el rock. Pero, de repente, el paraíso se convierte en un infierno. Y... ¿qué es el infierno? Conocer los dulces y hacer dieta luego.

Das E-Book können Sie in Legimi-Apps oder einer beliebigen App lesen, die das folgende Format unterstützen:

EPUB
Bewertungen
0,0
0
0
0
0
0
Mehr Informationen
Mehr Informationen
Legimi prüft nicht, ob Rezensionen von Nutzern stammen, die den betreffenden Titel tatsächlich gekauft oder gelesen/gehört haben. Wir entfernen aber gefälschte Rezensionen.



© de esta edición Metaforic Club de Lectura, 2016www.metaforic.es

© Mariasun Landa, 1994

ISBN: 9788416873777

Ninguna parte de esta publicación, incluido el diseño de la portada, puede ser reproducida, almacenada o transmitida en manera alguna ni por ningún medio, sin el previo permiso escrito del editor. Todos los derechos reservados.

Director editorial: Luis ArizaletaContacto:Metaforic Club de Lectura S.L C/ Monasterio de Irache 49, Bajo-Trasera. 31011 Pamplona (España) +34 644 34 66 [email protected] ¡Síguenos en las redes!  

A Xabier Etxaniz Erie

1 ¿Qué es el paraíso para un ratón? Comer tarta y bailar el rock

LOS primeros ratones que fueron a casa de Julieta llegaron atraídos por el dulce y tibio olor a tarta que salía de aquella vieja pero señorial mansión. Esta casa era el único bien que le dejaron a Julieta sus padres al morir.

Aquellos ratones pioneros estaban muy hambrientos, y habían pasado muchas calamidades en su corta vida. Así que el olorcillo a galleta, los restos de queso y las migajas de pan tierno les parecieron manjares exquisitos. Llenos de esperanza, se instalaron en un agujero de la amplia cocina de Julieta.

Enseguida se dieron cuenta de que su decisión había sido muy acertada. Julieta se cuidaba la mar de requetebién, se preparaba con mucho mimo las comidas y, además de ser una sibarita, era tremendamente golosa. Pastas, galletas y bizcochos todos los días. Tarta, dos día a la semana: los martes, tarta de chocolate, y los jueves, de crema. La tarta de queso quedaba reservada para los días especiales.

Los ratones estaban encantadísimos ante aquella dieta, y enseguida engordaron tanto que creían estar en el paraíso. Además, como Julieta era dependienta en un supermercado, tampoco les faltaban nunca otros alimentos deliciosos y variados. Aprovechaban el tiempo que ella estaba trabajando en la tienda para explorar de arriba abajo toda la casa, sin prisas y con toda libertad.

La felicidad convierte en bondadoso a todo el mundo, incluidos los ratones. Así pues, como vivían tan bien y se sentían tan buenos y generosos, decidieron llamar a todos sus parientes y amigos.

—¡Venid a casa de Julieta! ¡No os podéis imaginar lo que es esto! ¡Dejad vuestras sucias alcantarillas, las frías y modernas cocinas, esos miserables basureros! ¡Venid rápido, esto sí que es jauja!

Aquella llamada se extendió enseguida por los subsuelos del pueblo y un nutrido grupo de ratones se dieron cita en casa de aquella chica de tan refinado gusto culinario, es decir, en casa de Julieta.

Todas las noches, después de cenar opíparamente, Julieta solía dirigirse al salón. Allí ponía música y empezaba a bailar con su vieja escoba: valses, tangos, pasodobles y, a veces, hasta el rock-and-roll.

Según opinaba la cansada escoba, Julieta bailaba con demasiado entusiasmo:

—¡Ay! ¡Ay! ¡Ay!... ¡Cuántas vueltas y revueltas! ¡Esta chica me va a matar! —se quejaba la pobre escoba cuando Julieta terminaba el bailongo.

Pero a los ratones no les importaba que la vieja escoba se cansara. Mientras duraba la sesión de baile, ellos se dispersaban por la cocina y limpiaban, en un abrir y cerrar de ojos, todos los sabrosos restos que dejaba Julieta.

Cuando los ratones llenaban las barrigas, también se ponían a bailar el rock. Estaban convencidos de que la música hacía más saludable y agradable la digestión.

Se sentían los ratones más felices del mundo.

Los más mimados.

Unos privilegiados.

Pero...

Julieta no era feliz.

Julieta no tenía a nadie que la mimase.

Julieta prefería bailar con un chico guapo antes que con una escoba, pero... ¡encontrar a un chico que bailase con ella era mucho más difícil que hacer una tarta!

A medida que le fue engordando la cintura, le daba más y más vergüenza ir a las discotecas. Le parecía que ningún chico iba a reparar en una chica como ella. Y bien por tristeza o porque el único placer se lo daba la gastronomía, el caso es que se encerraba en casa y se dedicaba a cocinar platos deliciosos.

En resumen, Julieta se sentía sola muchas veces.

Rara, gorda y desgraciada.

Pero los ratones de su casa no sabían nada de eso.

No es de extrañar, porque ya se sabe que los ratones no comprenden a los corazones solitarios.

2 ¿Qué es ser un ratón tontaina? Tener cerca un gato y no oler nada

UN día, así sin más ni más, Julieta se colocó delante del espejo. Y pasó mucho tiempo observando a la muchacha regordeta que tenía delante de sus ojos.

Después de analizar detalladamente aquella imagen que se parecía a la de Michelín, empezó a reñirse a sí misma como si se tratara de una vieja amiga:

—¿Hasta cuándo, Julieta?

—¿No deberías decidir algo?

—¿No quieres ser feliz?

Los ratones no dieron ninguna importancia a aquel acontecimiento. Les pareció normal que Julieta hablara a solas, que se riñera delante de un espejo. Les pareció tan normal como que bailara todas las noches con una escoba vieja. No sospecharon que aquello podía traer sus consecuencias. No adivinaron que eso les podía afectar a ellos; que algo grave, algo muy grave, podía sucederles... Pero como todos los ratones tontos, ellos se sentían unos privilegiados, creían que todas las desgracias y adversidades de la vida son siempre cosas que les pasan a los demás.

Pero, de repente, un martes, aquellos despreocupados ratones se quedaron muy extrañados al echar en falta la acostumbrada tarta de chocolate.

El jueves siguiente, tampoco encontraron ni rastro de la tarta de crema...

—¡Qué cosa más rara! ¡Caramba, habrá que ir pensando en empezar a pensar!

Y se pusieron a cavilar; pero como con la panza llena se reflexiona muy mal, enseguida se agotaron:

—¡Mañana seguiremos pensando! —propuso un ratón.

—¡Sí, sí...! ¡Mañana! —corearon todos los demás, aliviados.

Tampoco les extrañó el no escuchar ya música por las noches, porque lo importante era que seguían satisfaciéndose con los restos de las comidas que encontraban en la cocina.

Después de cenar tan a gusto, ya no bailaban como antes. Ahora se tumbaban en el suelo y parloteaban sin parar.

—¡Sin música estamos mucho mejor! ¡Panza arriba y panza abajo, así se está la mar de bien!

Al cabo de algunos días, los ratones tuvieron que pararse a reflexionar de nuevo. Comprobaron que no había ni rastro de los bizcochos, pastas y galletas a los que Julieta los tenía acostumbrados.

—¡Coleguis! ¡Julieta anda muy rara últimamente! ¿No es muy raro, no es de preocupar, no os da que pensar el que en toda la semana no hayamos encontrado nada dulce para comer? —preguntó un ratón.

Las orejas de todos los ratones se pusieron tiesas.

—¿No es de extrañar que no oigamos música después de cenar? ¿No es curioso que Julieta no haya vuelto a bailar?

Los bigotes de todos los ratones empezaron a temblar.

—¿No sería conveniente saber lo que hace Julieta después de cenar?

Los ratones se miraron inquietos los unos a los otros, mientras seguían dando vueltas a las preguntas formuladas por su espabilado compañero.

Dicho y hecho.

El más veterano de los ratones se dirigió a la sala. Observó desde una esquina qué ocurría dentro y volvió como un rayo con la noticia.

—¡Tranquilidad, amigos...! ¡ Julieta está leyendo!

Y aquello también les pareció normal a aquellos inocentes y confiados ratoncillos.

Por lo visto, cuando los ratones tienen llena la panza ya no son capaces de oler ni de presentir nada, aunque tengan al lado a un tigre de Bengala.

3 ¿Qué es el infierno? Conocer la tarta y hacer dieta luego

UN día, Julieta no cenó nada.

Otro día, se preparó sólo una ensalada y se la comió mientras leía un libro. No dirigió en ningún momento la mirada a la comida.

Otra noche, no se llevó a la boca más que unas almendras, un plato pequeño de arroz integral y un yogur. Enseguida se metió en la cama y no apagó la luz hasta que terminó la novela que tenía entre las manos.

Aunque ya era un poco tarde, sonó el timbre de alarma entre los ratones. Cuando vieron que para paliar su hambre sólo contaban con unas hojas de lechuga reseca, unas cáscaras de cacahuetes y restos de una manzana, empezaron a lamentarse:

—¡Ay, qué tragedia, qué desolación, qué cataclismo! Pero ¿qué ha ocurrido en esta casa?

Se acabaron el rico olor a comida y la alegre música. Se terminaron los quesos de Gruyére, los trozos de sabrosa pizza, los restos de crujientes croquetas...

Ni Julieta parecía la misma: estaba más delgada y tenía un aire casi espiritual. Leía sus libros masticando zanahorias y, de vez en cuando, dejaba caer un suspiro:

—¡Ahhhhh!

Pero a los ratones les importaban un comino los suspiros de Julieta. Sólo les preocupaba una cosa: que en aquella casa se comía cada vez menos y peor.

¿Qué hacer? ¿Cómo actuar?... El caso es que los ratoncillos decidieron hacer una asamblea. Se juntaron, se reunieron, pero ninguno de ellos tenía la menor idea de para qué podía servir aquello. Se empezaron a preguntar qué estaba pasando en aquella dichosa casa, si alguien entendía el motivo de aquella asquerosa dieta, los cambios ocurridos en aquella temporada...

Pero ninguno era capaz de dar una explicación convincente, a ninguno se le ocurría una solución porque no había allí nadie que pudiera aclarar aquel misterio.

El ratón más veterano quedó en pedir información a la escoba. Supuso que las escobas entienden mejor a las mujeres...

—¿Que qué le pasa a Julieta? —se extrañó la vieja escoba, y le respondió rápidamente—. Pues algo muy simple: que se ha enamorado como una tonta.

—¿Queeé? ¿Que se ha enamorado?

—¿No os habéis dado cuenta de lo mística que se ha vuelto? ¿No habéis visto que si no está leyendo está mirando por la ventana, o se pasa las horas muertas delante del espejo? ¿No os habéis dado cuenta de que está haciendo un régimen para adelgazar? ¡Qué poco conocéis este mundo, ratonzuelos! ¡No habéis sacado ninguna experiencia de convivir con los humanos! ¡Si os hubierais preocupado de algo más que de llenar vuestras panzas...!

El viejo ratón volvió espantado a su agujero:

—¡Amigos, la situación es mucho más grave de lo que pensaba! ¡Julieta se ha enamorado!

—¿Y qué quiere decir eso? ¿Que se ha puesto enferma? ¿Que va a cambiar de casa?

Todos los ratones se removían en torno al veterano, víctimas de una gran desazón.

—No es el momento de explicaros qué es el amor entre los hombres y las mujeres —respondió aquel viejo ratón—. Mi experiencia me dice que nos encontramos en una situación peligrosa. Sólo os diré una cosa: cuando uno se enamora, pierde el apetito. ¡Sacad vosotros las consecuencias! ¡Se avecinan tiempos difíciles, camaradas!

Un escalofrío sacudió las colas de todos los ratones.

4 ¿Qué es la filosofía? Mucho pensar y poca comida

TODO cambió en casa de Julieta.

En vez de los platos cocinados con mimo, verduras, fruta y huevos duros; en vez de las tartas, los bollos y las ricas galletas, yogures descremados. Nada de bailes, pero sí gimnasia todos los días. Y en todas partes y a todas horas, libros y libros que Julieta engullía sin parar. Julieta leía todos aquellos libracos con la voracidad con que antes tragaba las palomitas y los bombones.

Y los ratones, tristes y mustios.

Y los ratones, adelgazando sin querer.

Y los ratones, a punto de desfallecer de hambre.

Malhumorados.

Sin embargo, aquel ayuno involuntario tuvo algunas consecuencias muy buenas, aunque los ratones no fueran conscientes de ello. Empujados por aquella situación crítica o porque se acordaron del dicho que afirma que con la tripa vacía se piensa mejor, los ratones se dedicaron seria y profundamente a reflexionar. Empezaron a practicar un deporte que hasta entonces habían ignorado.

A medida que fueron adelgazando, aligerándose y estilizándose, fueron convirtiéndose en filósofos. Es decir, aprendieron a hacer preguntas. Preguntas fáciles de formular, pero difíciles de contestar:

—¿De quién se ha enamorado Julieta?

—¿Por qué?

—¿Qué es el amor?

—¿Cuánto dura?

Y aunque no lograban ninguna respuesta, el hecho de reflexionar sobre ello les hacía creer que estaban profundizando mucho en la filosofía de la vida. Algunos le cogieron afición, sobre todo el ratón veterano:

—¡Filosofemos, amigos! —decía a menudo—. ¿Cuál es la lección que podemos sacar dé este desastre? ¿Qué podemos aprender de esta triste situación en la que nos encontramos?...

Pero los pobres ratoncillos no tenían respuestas a cuestiones tan profundas, y el ratón veterano, tan filósofo él, tampoco.

Así que pasaron los días y, aunque ellos se empeñaban en sacar alguna idea de provecho de aquella desgraciada situación, siempre llegaban a la misma conclusión:

—¡Cuando hay, bien; cuando no hay, también!

Y agotadísimos por el esfuerzo filosófico, se adormilaban los unos junto a los otros, a la espera de tiempos mejores.

El viejo ratón veterano, en cambio, se convirtió en un apasionado amante de la filosofía:

—Os diré, amigos míos, después de haber meditado sobre ello largo y tendido, el resultado de mis reflexiones: para los humanos, el amor es tan importante como la comida, o aún más importante... Casi puede decirse que para ellos la vida no tiene sentido sin amor... Os diré por qué...

Pero, ¡uffff!, a la mayoría de los ratones les importaba un pimiento lo que les decía el ratón filósofo. Les importaban un pepino todas las preguntas y sus respuestas, todos los porqués del mundo. Ellos lo que querían era comer, ñam-ñam-ñam-cras-cras-cras, como antes. Sólo soñaban con queso, con pan, con bizcochos...

El más zopenco de los ratones se atrevió a burlarse del ratón veterano:

—¿Sabe usted, maestro, a qué conclusión he llegado yo después de haber pensado mucho, de reflexionar y cavilar profundamente, de filosofar sin reposo?... ¡Que la dieta vegetariana es sanísima, pero muy triste!

Los demás ratones aplaudieron la salida de aquel descarado. Estaban de acuerdo, totalmente de acuerdo. Aquella era la única filosofía que ellos entendían: ¡la filosofía de la panza!

Al cabo de unos días, todo el esfuerzo filosófico de aquellos ratones se concretó en una sola pregunta:

—¿No deberíamos emigrar a otra parte?

5    ¿Qué es la esperanza? Oler de repente a tarta

SUMIDOS en aquella desesperada situación, y cuando menos se lo esperaban, volvió a salir el sol en la cocina de Julieta.

Un día, después de comer, reconocieron un antiguo olor delicioso que les hizo poner en danza sus bigotes:

—¡Huele a tarta! ¡Huele a tarta! ¡Tar-taaa!

Todos los ratones se estremecieron hasta los huesos.

Mientras Julieta iba y venía por la cocina, los ratones se atrevieron a sacar sus bigotes fuera del agujero donde vivían. Querían comprobar si lo de la tarta era verdad o se trataba de una alucinación provocada por tanto trabajo filosófico.

—¡Tranquilos, amigos, tranquilos! —exclamó el ratón veterano—. No debemos actuar a tontas y a locas. Vamos a reunimos. Debemos pensar en una estrategia adecuada a esta nueva situación...

Los ratones no entendían demasiado lo que quería decir la palabra estrategia, pero se fiaron de aquel prudente y sabio ratón.

Se sentaron en el suelo y empezaron a frotarse los bigotes, imitando el serio rostro del ratón filósofo.

En cambio, los más jóvenes no podían hacer lo mismo.

No paraban de correr de aquí para allá sin descanso, porque la palabra TARTA resonaba en sus tripas como un tam-tam en la selva:

—¡TAR-TA-TAR-TA-TAR-TA... !

De repente, el sabio ratón se levantó y tomó la palabra:

—¡Escuchad, amigos, escuchad! Fuera de nuestro pequeño mundo ratonil ocurren muchas cosas que desconocemos, que no comprendemos... No somos más que unos pobres animalillos perdidos en el inmenso universo...

—¡Menos rollo, porfa! —gritó un ratón impaciente.

—Si nos paramos un poco a pensar, podemos constatar que estamos rodeados de simples ilusiones —continuó impertérrito el filósofo.

—¡Tenemos hambre! ¡Hambre! —le cortaron los ratones más jóvenes sin miramientos.

—¡Un poco de respeto, ratonzuelos! —respondió airado el conferenciante—. ¡Dejad que exponga con calma mis reflexiones, estúpidos bichajos! ¡Estáis demostrando que no tenéis el más mínimo seso!

Se hizo el silencio en la asamblea de ratones. Un silencio tenso, inquietante...

—¿Qué es, al fin y al cabo, lo que nos ha alterado tanto? ¿Por qué nos hemos reunido?

—¡Olor a tarta! ¡Olor a tarta! —respondieron los ratones a voz en grito.

—¡Exacto! ¡Un olor, nada más que un olor! ¿Os dais cuenta por qué poca cosa nos hemos ilusionado?

-¿Y qué?

—Pues que, antes de ponernos locos de alegría, debemos confrontar esa ilusión, esa esperanza, con la realidad... Como no hay tiempo para una investigación exhaustiva, necesitamos una estrategia para poder ver las cosas tal y como son. Y luego...

Pero los ratones ya estaban cansados de escuchar la palabra estrategia sin entenderla. Sólo les importaba la comida, y no querían escuchar más sermones ni saber nada más de filosofías.

Algunos de ellos empezaron a mostrar sus afilados dientecillos, lo que en el mundo ratonil es un mal presagio...

—¡Dinos rápidamente qué es lo que propones, porque si no... —le cortó por lo sano uno de los ratones más furibundos.

—¡Conforme! Resumiendo: propongo enviar al exterior unos inspectores para conocer lo que ocurre exactamente fuera de este agujero. De esta manera nos informaremos, a ciencia cierta, de lo que pasa en la cocina de Julieta. ¡Debemos tener más datos que los que proporciona el olfato!

«¿A eso se le llama una estrategia?», se preguntaron los ratones, asombrados.

Pero ya no podían seguir con más dilaciones, y todos aprobaron por unanimidad lo propuesto por el ratón veterano.

6 ¿Qué es la curiosidad? Salir de tu agujero y mirar

ELIGIERON al más veloz de los ratones para aquella delicada misión detectivesca. Era famoso por ganar siempre en las carreras de ratones. Enseguida se ofreció para salir del agujero y comprobar lo que estaba ocurriendo en la cocina de Julieta.

En un rápido zig-zag, al segundo estaba de vuelta en el agujero.

—¿Qué has visto? ¿Qué has visto?

Al ratoncillo le costaba tomar aliento.

—¡He tenido muy poco tiempo, pero he visto que Julieta se ha puesto un vestido rojo!

—¿Nada más?

Los ratones, con la cabeza gacha, a duras penas podían disimular su enfado; los dientes se les iban afilando cada vez más de la rabia.

Y enseguida nombraron a otro inspector, que tenía más fama de fisgón que de corredor. Este, pegado a la pared y a pasos muy rápidos, logró dar la vuelta a la cocina en un santiamén...

—¿Qué has visto? ¿Qué has visto?

—Que Julieta se ha pintado los labios de rojo, que se ha puesto pendientes, que anda canturreando...

Los ratones se enfurecieron y se les pusieron los ojos del mismo color que los labios y el vestido de Julieta: parecían unos pequeños semáforos en rojo...

De repente, el más violento del grupo empezó a vociferar:

—¡Sois peores que las gallinas, malditos cobardes! ¡Ya me tienen harto vuestras asustadizas correrías! ¡Hay que subirse a la mesa! ¡Sí, a la mesa, porque ahí es donde está lo que nos interesa: la tarta! ¡Ya voy yo!

Todos los ratones empezaron a aplaudir al valiente:

—¡Bravo, tienes razón! ¡Vete, vete...!

Dicho y hecho. Aquel impetuoso ratoncito se dirigió zigzagueando hasta la pata de la mesa, trepó por ella y echó una rápida ojeada. Después volvió como una centella al agujero a dar cuenta de sus pesquisas...

—¡TARTA DE MANZANA!, ¡TARTA DE MANZANA! ¡Esto es lo que he visto: harina, huevos, azúcar, manzanas...! ¡Compañeros, tenemos tarta de manzana para merendar!

Todos se pusieron a saltar y a brincar.

Todos eufóricos, jijijí-jajajá.

Pero el ratón filósofo, como todavía seguía reflexionando, cortó por lo sano aquel ambiente de fiesta:

—¡Tranquilos, amigos, tranquilos!... ¡Pensemos un poco!

—¡No, no queremos pensar más! ¡Queremos comer, comer y comer!

—¡Tranquilos, amigos, tranquilos! —les decía.

Al prudente ratón le costó mucho hacer un poco de silencio a su alrededor. Tuvo que gritar mucho para que los ánimos se calmaran.

—¡Silenciooo! ¡Tranquilizaos, demontre! —-seguía gritando—. Ya me doy cuenta de que no os gusta nada reflexionar ni razonar, pero tanto lo uno como lo otro es necesario en las situaciones difíciles... A ver, ¿por qué Julieta está preparando esa tarta hoy y no ayer? ¿Por qué está vestida tan elegantemente? ¿Por qué está tan contenta? ¡Decidme el porqué...!

Demasiadas preguntas para unos ratones golosos y cortos de entendimiento...

—Julieta ha preparado muchas tartas en esta cocina y jamás de los jamases se ha mostrado como hoy —siguió exponiendo el viejo ratón—. Pues os daré mi opinión: porque espera a alguien. Y ese alguien es probable que sea su galán... Sí..., sí... ¿No os acordáis de lo que nos dijo la escoba: que Julieta estaba perdidamente enamorada?

¿Que Julieta esperaba a alguien? ¡Si hasta aquel día siempre había estado sola en casa! ¿Que podía estar esperando a su amado, es decir, a un chico al que le gustasen las tartas?

Brrr..., brrr..., brrr... Aquella idea no les gustó nada a los hambrientos ratones.

—¡Ojo avizor, amigos! ¡Pase lo que pase, siempre atentos! ¡Porque tengo el presentimiento de que alguien va a aparecer esta tarde por esa puerta!

Y todos los ratones se apelotonaron a la entrada del agujero, dispuestos a observar todo lo relativo al invitado: quién era, cómo era, a qué venía...

Sólo una cuestión daba vueltas en sus cabezas, una cuestión muy importante:

«¿Tendrá mucho apetito ese caballero?»

7 ¿Qué es el aburrimiento? Oír a un profesor y no entenderlo

APROXIMADAMENTE al cabo de una hora, sonó el timbre de la casa.

Julieta se puso nerviosa, se arregló un poco el peinado y abrió la puerta:

—¡Buenas tardes, Romeo!

El que apareció en el umbral de la puerta era un joven. Le dio un par de besos a Julieta en las mejillas y le ofreció un libro:

—¡Es un libro muy interesante, Juli! ¡Tienes que leerlo, es apasionante!

Todos los ratones se dedicaron a analizar a aquel joven. Era algo flaco, de cara alargada, con gafas, e iba vestido de forma bastante descuidada: unos viejos pantalones vaqueros y una chaqueta andrajosa que podía haber sido de su abuelo. La vestimenta del tal Romeo les pareció que no convenía demasiado al buen gusto de Julieta. El muchacho traía una gruesa carpeta azul bajo el brazo. Los ratones empezaron a cuchichear:

—¡No tiene pinta de comer mucho!

—Es miope. ¡Eso quiere decir que también lee mucho!

—¿Qué llevará en esa carpeta?

—Mucha palabrería y aspecto de pobre... ¡Seguro que es un maestro!

Todos tenían algo que comentar mientras observaban de arriba abajo al nuevo invitado de Julieta. Pero no olvidaban, ¡claro está!, la tarta que había en el horno.

Julieta y Romeo se sentaron juntos y estuvieron charlando durante un buen rato, hasta que Romeo abrió la carpeta y sacó unas hojas y unos libros:

—¡No te preocupes, Juli! Yo te ayudaré a preparar ese examen...

—¡Oh, Romeo, no sabes cómo te lo agradezco!

En aquel momento, los ratones se encontraban realmente desconcertados; los cables de sus cabecitas estaban totalmente enredados, hechos un lío. ¿Para estudiar juntos era necesario hacer una tarta, ponerse un vestido rojo y pintarse los labios? Los ratones no entendían nada.

El veterano ratón también se mostraba algo despistado:

—¡Tranquilos, amigos, tranquilos...! ¡Los asuntos entre hombres y mujeres son tan misteriosos...! ¡Escuchemos lo que dice este señor!

Todos atentos, muy atentos.

Las orejas, tiesas.

Los bigotes, temblorosos.

Todos con Julieta, dispuestos a aprender:

—Hoy empezaremos con las características del Paleoceno. El Paleoceno comenzó aproximadamente hace unos 65 millones de años, cuando la parte norte de Europa se hundió en las aguas, cuando se extinguieron los enormes saurios y...

Mientras Romeo hablaba, Julieta movía la cabeza afirmativamente como si estuviera escuchando la historia más interesante del mundo. De vez en cuando, apuntaba algo en un folio blanco, con el nerviosismo y el entusiasmo que da el deseo de aprender.

Pero los ratones empezaron enseguida a bostezar, se les doblaron las orejas y los bigotes del desánimo, y al rato dejaron de escuchar las largas, aburridas e incomprensibles explicaciones de Romeo... Empezaron a adormecerse, mientras sus estómagos no distinguían el hambre del aburrimiento.

De repente, Julieta se incorporó.

Le dijo algo a Romeo.

Y todos los ratones se espabilaron súbitamente.

—¡Amigos, ha sonado la hora! —exclamó el avezado ratón solemnemente—. ¡Ahora podremos comprobar qué hacen esos dos además de hablar del tal Paleoceno!

Y a partir de aquel momento, todos los ratones se quedaron pendientes de lo que fuera a pasar entre Julieta y Romeo. En sus mentes solo existía una preocupación, que no tenía nada que ver ni con el Paleoceno ni con aquella extraña historia de amor.

«¿Nos dejarán probar la tarta?», pensaban todos los ratones.

8 ¿Qué es estar enamorado? Comer tarta como un desesperado

JULIETA y Romeo apartaron los papeles y libros y se sentaron sonrientes a ambos lados de la mesa.

Julieta empezó a servirle el café a Romeo. Le temblaba el pulso, así que buena parte fue a parar al platillo.

Perdón, perdón —dijo Julieta.

No es nada, no es nada —contestó Romeo.

Con la tarta hubo menos problemas de puntería y, como si acabaran de salir de un largo ayuno, empezaron a comerla vorazmente, ante la desesperación de los ratones espías:

—¡Diablos, qué apetito más insaciable el de este maestro larguirucho!

—¡Caramba! ¿Ya veis cuánto está zampando la propia Julieta? ¿No estaba haciendo régimen para adelgazar?

—¿Para esto nos ha tenido aguantando su dieta durante todo este tiempo?

La verdad es que tanto profesor como alumna andaban a la par en aquella carrera tras la tarta. Tanto el uno como la otra no daban excesiva importancia a lo que engullían a grandes cucharadas...

—¡Parece que en vez de tarta estuvieran comiendo puré!

—¡Que os aproveche, malditos tragones!

—¿Es que no vais a dar a los pobres ratoncitos ni una oportunidad?

Los ratones no podían evitar aquellos arrebatos de amargura.

Estaban fuera de sí.

Y Julieta y Romeo, come que te come.

Y la tarta, desapareciendo poco a poco...

De hecho, Julieta y Romeo hacían algunas treguas de vez en cuando para ofrecerse mutuamente risitas nerviosas y tímidas miradas. Pero enseguida seguían masticando, con la misma inquietud y la misma prisa del que va a perder el último tren.

Saltaba a la vista que estaban nerviosos y emocionados.

—¡La tarta estaba riquísima, Julieta, de verdad!

—La he hecho yo, Romeo...

—¡Oh, la has hecho tú!

—Sí...

Se la comieron entera. Para desesperación de los ratones, de la tarta no quedó ni rastro, ni una migaja, ni el olor siquiera...

Así terminó aquella fiesta para los ratones.

Al cabo de un cuarto de hora, Romeo se levantó, recogió su gruesa carpeta azul y se dirigió hacia la puerta.

—¡Tranquilízate, Julieta! ¡Ya verás como apruebas ese examen de acceso a la universidad! Yo te ayudaré en todo lo que pueda... ¡Además, cualquiera estaría dispuesto a ello por probar esas tartas maravillosas que haces!

—¡Pero es mucho trabajo para ti, Romeo... !

—¡Qué va! ¡La semana que viene, aquí me tienes de nuevo!

—¿No es un abuso por mi parte?

—¡Ni se te ocurra pensar una cosa así! ¡Ay, si todos mis alumnos fueran como tú!

Adiós y adiós. Hasta la próxima y hasta pronto. Un par de besos y sonrisas de oreja a oreja...

Pero los ratones, muertos de rabia, fueron incapaces de captar la alegría, la ilusión y la esperanza que Romeo había dejado a su paso por la casa. Aquella noche, Julieta no cenó absolutamente nada, ya que los latidos de su corazón se lo impedían. Cogió la vieja escoba y bailó durante largo tiempo con ella, pero esta vez de forma desacostumbrada. Aquella noche bailó salsa, merengue y lambadas. También se animó con alguna que otra jota, ofreciendo así algún rato de reposo a la escoba.

Estaba contentísima.

Más contenta que un par de castañuelas.

Y los ratones no entendían el porqué.

9 ¿Qué es la valentía? Intervenir en la historia con osadía

SALTABA a la vista que los ratones no entendían nada de lo que había pasado, y el veterano ratón filósofo tampoco.

Este pasó la mañana siguiente reflexionando tenazmente, pero todas las luces de su entendimiento las tenía fundidas. Se sentía impotente para comprender los indecisos pasos de las personas enamoradas, las dudas y los deseos del corazón humano...

—¡Lo que pasó ayer no tiene explicación lógica! ¡Lo que ocurrió es incomprensible para un ratón corriente y moliente como yo! ¡Preguntémosle a la escoba, ya que es ella la que ha estado más cerca de Julieta! —les propuso, desconcertado, a sus compañeros.

La escoba estaba extenuada. Como no había tenido mucho trabajo en los últimos tiempos, la intensiva sesión de baile la había dejado agotada.

—¡Ay, no sé si tendré fuerzas para contestaros! ¡Qué cansada estoy, cómo me hizo bailar esa cabeza de chorlito! ¿Que por qué se comieron toda la tarta? ¡Huy, qué ingenuos y tontorrones sois los ratones, qué poco sabéis de los corazones enamorados! ¡Parece mentira que no hayáis visto y aprendido más con el tiempo que lleváis en la tierra! ¡Vergüenza os debería de dar!... Bueno, pues a mí me parece que el asunto entre Julieta y Romeo era bastante claro: estaban nerviosos y por eso comían sin parar. Por eso se bebieron todo el café, por eso engulleron toda la tarta, porque la cosa entre ellos no estaba aún clara, ¿entendido? ¡Julieta y Romeo le tienen miedo al amor...!

Con las explicaciones de la escoba, todos los ratones se quedaron aún más extrañados. Como los exploradores que se adentran por una intrincada selva, aquellos ratoncillos sin grandes complicaciones psicológicas acababan de iniciar un viaje por el difícil mundo de los sentimientos humanos. No tenían capacidad para ordenar todos aquellos enrevesados datos.

—Si se está enamorado, se pierde el apetito. Cuando el amor da miedo, el apetito aumenta. Entre tanto, se lee mucho y se hacen dietas vegetarianas. Y también, un tal Paleoceno tiene que ver con ello... ¡Rayos, qué complicado es el amor entre los humanos!

La situación no cambió con el tiempo.

Una vez por semana, los ratones volvían a brincar de alegría y se ilusionaban como locos. Luego aparecía Romeo en la puerta:

—¡Hola, Juli! Este es el libro del que te hablé el otro día... ¡Ya verás qué interesante es! Ya me dirás lo que te parece...

Y Romeo, con su gruesa carpeta azul bajo el brazo.

Y Julieta, con su nuevo peinado, vestida con gusto, recién perfumada.

Estudiaban juntos, claro que estudiaban, pero ¡cómo comían...!

Una vez más, se volvía a repetir lo del primer día. ¡Los ratones estaban que se subían por las paredes!

—¡No podemos seguir así! Todas las semanas, lo mismo. Olemos la tarta, nos volvemos locos de la ilusión y luego pasa lo que pasa... ¡Siempre igual! ¡Tenemos que hacer algo!

—¡Si al menos esos glotones nos dejaran un cachito de tarta!

—¡El amor! ¡Me río yo del amor... si solo es un pretexto para comer! ¿Qué diablos hacen esos dos aprendiendo y comiendo, hablando y comiendo sin parar? ¡Eso no es amor ni es nada! ¡Al menos, eso no es lo que nos enseñaron a nosotros!

El ratón filósofo dedicó mucho tiempo a analizar aquella difícil situación. Hasta que, un buen día, llamó a todos a una

GRAN ASAMBLEA DE RATONES HAMBRIENTOS Y OFENDIDOS

—¡Camaradas, ha llegado la hora de intervenir en este asunto! ¡La historia de los ratones debe escribirse junto a la historia de los humanos! ¡No se trata solamente de un trozo de tarta, está en juego nuestro honor de roedores reconocidos en todo el mundo! ¡Tenemos que tomar cartas en este asunto amoroso entre Julieta y Romeo! ¡Hacer que se decidan de una maldita vez...!

—¡Sí, sí! Pero... ¿Cómo?

Tengo un plan, pero para llevarlo a cabo se necesita mucha audacia...

—¡Prefiero arriesgarme a morir de hambre! —chilló un ratón que era todo huesos y pellejo.

Así fue como todos los ratones se reunieron en torno al veterano e ilustrado ratón, con la esperanza de que esta vez la sabiduría sirviese para algo práctico.

10 ¿Qué es el miedo? Temblar ante cualquier riesgo

DICEN que los viejos tienen una sabiduría que les falta a los jóvenes, el resultado de muchos escarmientos al que se llama experiencia...

También entre los ratoncillos de la casa de Julieta, el sabio y veterano ratón se tenía por un bicho que había visto y aprendido mucho de la vida; aunque toda aquella experiencia no valiese mucho para saciar el hambre.

Como se sentía el jefe del grupo, se dirigió a sus compañeros como un general que da ánimos a sus soldados antes de entrar en batalla:

—¡Amigos, ahora os expondré mi plan! ¡Hay que reunir fuerzas para salir de esta difícil situación!

—¡Al grano, al grano! —exclamaron algunos que estaban a su alrededor.

—Estos son mis planes: por la información que he podido recoger a lo largo de mi vida, sé que las mujeres se espantan ante nosotros...

—¿Síííí...? ¿Es verdad?

Todos los ratones se sintieron muy, pero que muy orgullosos en aquel momento.

—¡Sí, es verdad! Si ven a alguno de nosotros, se mueren de miedo, se suben a la silla o a la mesa, empiezan a gritar, pierden el conocimiento...

—¡Ohhh! ¿Es posible?

Los ratones estaban cada vez más satisfechos. Ser temible para alguien los llenaba de tanto placer que se fueron inflando como globos.

—Bueno, yo propongo que para salir de esta situación debemos darle un susto de muerte a Julieta —siguió el veterano ratón.

—¿Darle un susto a Julieta?

Los ratones no veían nada claro lo que iban a lograr atemorizando a la que hacía aquellas maravillosas tartas, qué tenía que ver aquello con la dieta vegetariana, con la terrible hambruna que padecían...

—¡Tranquilos, amigos, tranquilos! Yo aprecio tanto como vosotros a nuestra golosa anfitriona; pero es necesario hacer algo para que se aclaren las cosas entre ese par de chorlitos, ya que nuestro porvenir depende de esta historia de amor...

—¿Cuál es tu propuesta? —preguntó un ratón impaciente.

—Pues que uno de nosotros asuste a Julieta mientras está con Romeo. Así, cuando ella empiece a gritar y a pegar saltos, Romeo tendrá que calmarla, abrazarla, consolarla... Ya sabéis, darle un besito, acariciarla... ¡En fin, todo eso que hacen los enamorados con sus amadas! Con un poco de suerte, hasta se les irá el apetito y Romeo tendrá ocasión de demostrar a Julieta su afecto. Así, al menos, conseguiremos que se aclaren un poco las cosas entre ellos, ¿no?

Hum..., hum..., hum... Los ratones no se mostraron demasiado entusiasmados, no lo vieron claro. A algunos les parecía una tontería lo que les proponía el veterano, ya que los riesgos de aquella acción eran evidentes:

—¿Y si Romeo coge la escoba y mata al que vaya?

—¿Y si descubren nuestro agujero y nos machacan como si fuéramos hormigas?

—¿Y si a Julieta le da un ataque al corazón o algo así, y nos quedamos para siempre sin comida y sin tartas?

Pero el ratón filósofo les respondió solemnemente:

—Todas las decisiones suponen siempre un riesgo. Precisamente, la vida consiste en tomar continuamente decisiones; es decir, en correr riesgos constantemente...

Se hizo un silencio tenso.

El veterano rompió aquel mutismo al preguntar a sus compañeros si, por su parte, ellos tenían alguna otra alternativa...

¿Una al-ter-na-ti-va? ¿Qué quería decir aquello? De todas formas, los ratones no tenían ni pizca de ganas de empezar a ampliar su vocabulario. Tampoco querían entrar en discusiones lingüísticas en aquellos momentos, así que permanecieron con la cabeza gacha, mudos.

—¡Yo estoy dispuesto a asustar a Julieta!

El ratón que rompió aquel silencio era un chulo con vocación de kamikaze, es decir, de esos a los que les gusta ser siempre los protagonistas tanto o más que comer tarta...

De esta forma, se decidió emplear el arma del miedo en el próximo encuentro entre Julieta y Romeo.

La decisión fue tomada por unanimidad.

11 ¿Qué es un epílogo? Decir adiós a un libro

LA tarde señalada para intervenir en la historia estuvo dedicada a la geografía.

Romeo comenzó exponiendo a la aplicada Julieta las clases de clima que existían en la tierra. Dedicó bastante tiempo a comentar las causas de las lluvias en el clima continental, aclarándole los cambios de temperatura y las estrechas relaciones entre mares y continentes...

Los ratones, por su parte, estaban tensos y excitados, contando los minutos que Romeo gastaba en sus explicaciones, deseosos de que acabase su rollo.