Juventud en éxtasis - Carlos Cuauhtémoc Sánchez - E-Book
SONDERANGEBOT

Juventud en éxtasis E-Book

Carlos Cuauhtémoc Sánchez

0,0
5,99 €
Niedrigster Preis in 30 Tagen: 5,99 €

oder
-100%
Sammeln Sie Punkte in unserem Gutscheinprogramm und kaufen Sie E-Books und Hörbücher mit bis zu 100% Rabatt.
Mehr erfahren.
Beschreibung

Efrén es un seductor experto; cautiva a las mujeres y siempre mantiene el control, pero algo le sale mal después de acostarse con Joana; de pronto se ve envuelto en problemas que no sabe resolver. Confundido y enojado, conoce a Dhamar, una chica diferente que lo confronta y lo hace entender el verdadero significado del amor y la sexualidad. La historia de estos jóvenes está llena de emociones y escenas fascinantes. El lector quedará extasiado ante el sorpresivo final.

Das E-Book können Sie in Legimi-Apps oder einer beliebigen App lesen, die das folgende Format unterstützen:

EPUB
Bewertungen
0,0
0
0
0
0
0
Mehr Informationen
Mehr Informationen
Legimi prüft nicht, ob Rezensionen von Nutzern stammen, die den betreffenden Titel tatsächlich gekauft oder gelesen/gehört haben. Wir entfernen aber gefälschte Rezensionen.



Tabla de contenido

Antes de comenzar

1 Las motivaciones sexuales

2 Sexo-adicción

3 Infección venérea

4 “Vive la vida mientras seas joven”

5 El aborto

6 ¡No puedo esperar hasta casarme!

7 El papel de los padres

8 Enamorarse

1 Los errores del noviazgo

2 La trampa del sexo prematrimonial

3 Los tres pilares del amor

4 La tentación del sexo ilícito

5 Unión libre

6 El placer sexual

7 Pruebas antes del matrimonio

8 La noche de bodas

9 Consejos para recién casados

10 Juventud en éxtasis

Epílogo

 

CARLOS CUAUHTÉMOC SÁNCHEZ

 
 

NOVELA DE VALORES SOBRE

NOVIAZGO Y SEXUALIDAD

 

“Todos los derechos reservados. No está permitida la reproducción total o parcial de este libro, ni su tratamiento informático, ni la transmisión de ninguna forma o por cualquier medio, ya sea electrónico, mecánico, por fotocopia, por registro u otros medios sin el permiso de la editorial”.

 

Edición ebook © Abril 2012

ISBN: 978-607-7627-27-2

Edición impresa - México

ISBN: 968-7277-01-7

Derechos reservados: D.R. © Carlos Cuauhtémoc Sánchez. México, 1994.

D.R. © Ediciones Selectas Diamante, S.A. de C.V. México, 1994.

 

Mariano Escobedo No. 62, Col. Centro, Tlalnepantla Estado de México, C.P. 54000, Ciudad de México.

Miembro núm. 2778 de la Cámara Nacional de la Industria Editorial Mexicana.

Tels. y fax: (0155) 55-65-61-20 y 55-65-03-33

Lada sin costo desde el interior de la República Mexicana: 01-800-888-9300

EU a México: (011-5255) 55-65-61-20 y 55-65-03-33

Resto del mundo: (0052-55) 55-65-61-20 y 55-65-03-33

[email protected]

GRUPO EDITORIAL DIAMANTE - Best sellers para mentes jóvenes. Nuestra misión específica es difundir valores y filosofía de superación en todas las áreas que abarca el ser humano.

 

www.facebook.com/editorialdiamante

 

www.facebook.com/carloscuauhtemocs

 

www.youtube.com/gpoeditorial

 

www.twitter.com/ccsoficial

 

www.twitter.com/editdiamante

 

Antes de comenzar

 

—¿Quieres tener sexo?

Mi pregunta fue tan directa que bajaste la cara, mostrándote agraviada. Diste media vuelta con intenciones de salir.

—Espera...

Te detuviste en el umbral de la puerta. El escote triangular de tu vestido, dejaba a la vista la piel blanca de tu juvenil espalda.

—No te disgustes —me acerqué—. Eres una mujer muy hermosa. Miles de hombres darían cualquier cosa por tenerte y me atrevo a suponer que ésta sería tu primera experiencia... Pero antes, me gustaría que supieras algunas cosas sobre mi pasado.

Te volviste muy despacio con gesto desafiante.

—Muy bien. ¿Qué es exactamente lo que tratas de decirme?

Quise entrar en materia pero no conseguí más que tartamudear. Tu actitud apremiante y molesta bloqueó toda posibilidad de comunicación profunda. Hilvané un par de mentiras para eludir la escabrosa situación y di por terminada mi confidencia.

—¿Algún día me contarás la verdad?

Asentí con tristeza.

No te despediste al abandonar el lugar.

Apenas me quedé solo busqué una hoja para escribir.

Después de un rato detuve mi escrito y observé la prolija carta mientras limpiaba las lágrimas de mi rostro.

Soy un amigo que nunca te traicionará.

Traicioné a muchas mujeres en el pasado y, créeme, sufrí tanto por ello que no volveré a hacerlo jamás.

Primera parte

Sexo por placer

1 Las motivaciones sexuales

 

Hechizado por las bellas y voluptuosas formas de Joana, la miraba de hito en hito conversar con sus amigas a unos metros de distancia.

Ocasionalmente giraba la cabeza para asegurarme de que su corpulento galán no llegara. Tal vez había terminado con él y ahora estaba disponible... Apreté la mandíbula: No debía hacerme ilusiones. El hecho de que la mujer más bella de la escuela estuviera sola en la fiesta de fin de curso y que, por coincidencia, tampoco yo fuera acompañado, no significaba que el destino quisiera nuestra unión. De cualquier forma, la ansiedad me invadió, como ocurría siempre que vislumbraba la posibilidad de una aventura sexual.

Cursaba el cuarto año de la carrera de odontología y me consideraba experto en placeres corporales. Había aprendido (después de varios insultos y bofetones) a seducir mujeres con sobrada destreza. Era capaz de oler las posibilidades de un encuentro íntimo y, cuando echaba el ojo a una joven, casi siempre lograba conducir un romance con ella hasta las últimas consecuencias.

José Luis, el único profesor (joven y libertino) que se prestó a acompañarnos a la fiesta de despedida, se aproximó a mi mesa.

—¿Qué te pasa? —Preguntó dándome un efusivo golpe en la espalda—. ¿Te libraste al fin de Jessica, la “Virginia-casta”?

Reí con reserva. En el ambiente universitario los chismes corrían rápidamente y no era de extrañarse que José Luis estuviera enterado de mis conquistas más importantes. Además, era un profesor amigable a quien alguna vez me acerqué para pedirle consejos.

—Sí —le contesté—. Terminamos hace un par de días. Tú sabes: Jessica es de esas chicas que te complacen sólo con la condición de casarse al día siguiente.

—Lo suponía. Y ten cuidado. En esta época hay varios millones más de mujeres buscando matrimonio que hombres, así que...

Asentí sin contestar.

Observé que Joana se ponía de pie dirigiéndose al tocador. Quise incorporarme para ir tras ella, pero la presencia de mi profesor de anatomía me lo impidió. Contemplé el extraordinario cuerpo de mi compañera alejándose. Llevaba un vestido de algodón extremadamente ceñido, como los que usan las bailarinas de ballet, con un amplio escote en la espalda y un atrevido agujero al frente que ventilaba, a la vista de todos, su ombligo y su vientre plano.

—Esta noche no se salva —susurré para mí.

—¿Decías algo?

—No, profesor... es simplemente que... —me detuve valorando lo que significaba conversar a solas con José Luis en un ambiente de igualdad. Podía preguntarle cualquier duda que en clase hubiera sido impropio mencionar... Y mi maestro era un joven sexualmente experto, que además de tener instrucción académica comprobada, había vivido en unión libre tres veces.

—Hay asuntos que no comprendo —retomé—. ¿Por qué las mujeres son tan impredecibles? De pronto se te ofrecen envueltas en una nube de romanticismo y al rato están agobiadas por la culpa y la tristeza; a una hora alegres, y a la siguiente iracundas. Visten y se exhiben para excitar al hombre y luego exigen distancia... No las entiendo... ¿Sienten el mismo deseo sexual que nosotros? Si es así, ¿por qué se hacen tanto del rogar? Y, sobretodo, ¿cuál es la razón por la que después de entregarse parecen tan desilusionadas?

Alzó las cejas asombrado por mi cuestionamiento múltiple.

—Esa respuesta te costará por lo menos una copa.

Llamé al mesero con la mano, dejando que José Luis ordenara en cuanto llegó.

—¿Y bien?

—Si deseas entender a las chicas debes saber que ellas suelen manejar la sexualidad de modo diferente a los varones. Se excitan más lentamente y en el proceso brindan mayor peso a los aspectos psicológicos, como el buen trato, las palabras amables, la sinceridad, la caballerosidad, el liderazgo… Es muy difícil que una mujer joven llegue al orgasmo a menos que se sienta realmente comprendida, valorada; fuera de peligro, protegida y no forzada por su compañero. Las condiciones mentales son difíciles de lograr, por eso muchas chicas experimentan excitación, pero sin llegar a la resolución, sintiéndose después usadas y denigradas.

—Entonces, ¿por qué cada vez las mujeres son más provocativas y liberales? —pregunté—. Hoy en día la mayoría mantiene relaciones sexuales fuera del matrimonio.

En ese momento se acercaron a la mesa Ricardo y Alfredo, dos buenos amigos. Nos saludaron de mano y tomaron asiento. José Luis respondió con furor a mi pregunta sin inhibirse en lo absoluto, o quizá motivado aún más, por la presencia de los arrimadizos.

—Te lo voy a volver a explicar, de otro modo. En una relación íntima, interviene tanto el cuerpo como la mente. El hombre tiene un orgasmo de origen físico; puede sentir el mismo placer haciendo el amor con una jovencita, con una mujer madura, con una amiga, con una desconocida o tocándose mientras hojea sus revistas; la única diferencia entre uno y otro evento estribará en que algunos le producirán mayor excitación, pero al momento de llegar al clímax se convulsionará de placer en todos los casos. En cambio, la mujer es más idealista y sentimental. Su orgasmo tiene un origen fundamentalmente psicológico. A ellas les gusta sentirse admiradas, amadas, deseadas; les agrada que perdamos los estribos por su causa, las conquistemos y les demostremos cuánto estamos dispuestos a hacer por tenerlas. Esa es su retribución. Como ves, también satisfacen un deseo. El placer femenino está conectado directamente a su psique...

—Y el masculino a su...

Reímos por la seña obscena de Ricardo.

Busqué con la vista a Joana. Aún no salía del tocador. Estaba dispuesto a abordarla. Era una decisión motivada por esa energía “física” que, para ser bien aceptada por ella, tendría que disfrazarse de fuerza “psicológica”. Parecía complicado, pero dejaba de serlo en cuanto te acostumbrabas a ello. Lo haría a como diera lugar. Imaginarme su piel desnuda me alteraba de forma ingente. Ella tenía el tipo especial de cuerpo que yo no había tocada jamás (muslos largos, senos grandes y firmes, caderas prominentes, piel blanca), además de poseer otros elementos eróticos muy discretos: tono de voz intimista, timbre sensual, mirada displicente, seriedad altiva...

El mesero de la asociación estudiantil nos hizo llegar la charola de botanas y una garrafa mediana de licor.

—Y tú, ¿lograste acostarte con Jessica? —Me preguntó Alfredo mientras descorchaba la botella—. Todo mundo se pregunta si habrás vencido a la puritana.

—Sí... —confesé titubeante—, fue una experiencia muy triste. Puso demasiadas condiciones. Me da un poco de pena... creo que en verdad me amaba. ¿Saben lo que me dijo después de entregarse? Que a todas las muchachas se les presiona intensamente para que tengan sexo; que si tratan de ser decentes, sus compañeras se burlan y los muchachos las ignoran; que, por eso, la mayoría, al sentir el rechazo, acceden a la vida sensual tan apreciada en el medio juvenil. Sentí lástima por ella y decidí dejarla. Las mujeres no se dan cuenta de que a esta edad los hombres no buscamos relaciones fijas; buscamos placer, diversión, aprendizaje; cuando sentemos cabeza pensando en una relación formal, desecharemos de inmediato a todas aquellas con las que nos divertimos, para buscar a esa muchacha seria, ignorada en el ayer, que supo darse a respetar.

—¡Cierto! —aprobó José Luis—. Una cosa es tener novia para divertirte y otra muy diferente es elegir a la madre de tus hijos... En ese caso siempre querrás a una joven diferente, difícil de conseguir, no como la piedra pateada por decenas de hombres, sino como el diamante intacto que sólo a ti te fue posible alcanzar.

—¡Eso es definitivo! —Contribuyó Alfredo con entusiasmo—, pero no se lo digas nunca a una mujer o a un moralista porque te tildarán de “macho”. Obviamente si se desea aprender a manejar un auto, son preferibles los usados... pero cuando se trata de escoger el automóvil definitivo, para toda la vida, hasta el más idiota preferiría uno nuevo.

—Aunque hay algunos usados muy bonitos...

Volvimos a reír. Lo que comenzó como una pregunta de consulta, se había convertido en una polémica en la que todos parecíamos expertos.

—El sexo es algo muy emocionante —dijo José Luis mientras se servía más licor—. Lo malo es que no es gratis, siempre hay que pagar por él: a veces con dinero y a veces con halagos o palabras cariñosas.

—Pagar por él... —repitió Alfredo reflexionando—. Qué gran verdad. ¡Ahora lo entiendo! Las sexoservidoras son groseras, desconsideradas y cobran en efectivo; en cambio, una compañera de la escuela se arregla con su mejor ropa, se lava, maquilla, perfuma y se va a la cama contigo si a cambio le prometes entrega eterna y amor total. Ese es el pago que debes hacer. Hay que ser muy hábil para manejar bien el asunto sin ser descubiertos, pero dominando la técnica se obtiene lo mejor al precio más barato ¿no es así?

Así era.

Los crujidos estruendosos del aparato de sonido nos impidieron seguir hablando. Mi vista se perdió en ese mundo de ideas. Resultaba interesante analizar las motivaciones sexuales en la etapa juvenil, contemplar el hilo negro y apreciarlo en toda su longitud. ¿Cómo era posible que las chicas vivieran ignorando algo tan obvio?

Comenzó una melodía conocida. Varias parejas caminaron hacia la pista tomadas de la mano.

Joana salió del baño, arreglada y seria. Se pasó entre las mesas con galanura. De inmediato me puse de pie.

—Ustedes perdonarán —dije bebiéndome de un sorbo el contenido de mi copa—, pero tengo asuntos urgentes que atender...

Mis amigos y José Luis hicieron una bulla.

Caminé directo a la muchacha interponiéndome en su camino.

Fingí no verla hasta que estuvimos muy cerca.

—¡Hola, qué sorpresa! —le dije—. Te ves muy hermosa esta noche.

Hice una ligera reverencia.

—¿Me concederías esta pieza?

Joana me miró y asintió.

—Claro.

—¿Vienes sola? —pregunté mientras nos dirigíamos a la pista.

—Sí.

—¿Y Joaquín? ¿Por qué no te acompañó?

Sonrió tristemente:

—Terminamos hace una semana.

El corazón me dio un vuelco. Quise decir “lo siento”, pero a cambio de ello, el rostro se me iluminó con una alegría nerviosa. Era demasiado bueno para ser verdad. Esa chica siempre se paseó por sitios públicos ostentando un novio mal encarado, ¡y ahora se hallaba sin compromisos, bailando conmigo!

Por unos minutos no pude decir nada. Mis estrategias de conquista se habían vuelto más suspicaces por la reciente plática. Analicé la situación mientras me movía al ritmo de la música: Joana había tenido un noviazgo largo. En la escuela, todos la vimos más de una vez besándose con pasión, exhibiendo su enamoramiento y mermando con ello su prestigio. Si a eso se atrevió a la vista de los demás, era fácil suponer cuánto hizo con su ardoroso galán en la intimidad. Pobre chica. Si Joaquín la hubiera querido de verdad no la habría exhibido, y si ella hubiera sido más inteligente no lo habría permitido. Entre estudiantes, las mujeres que se muestran en exceso cariñosas con sus novios, quedan como marcadas. Resultaba evidente que había experimentado en buena medida con el sexo y no cargaría con los complejos de mi exnovia Jessica. Además, seguramente se hallaba en una etapa de depresión, ansiosa por sentirse querida, admirada, deseada... Eran circunstancias inmejorables. Me sentí tenso pero lleno de euforia, como un atleta a punto de arrancar en la carrera para la que se ha preparado durante muchos meses.

—¿Te invito una copa? —pregunté interrumpiendo el baile.

—¿Por qué no?

Nos dirigimos a la barra, pasando por en medio de la pista. Al caminar puse mi mano derecha sobre su espalda.

—Ahora que estás libre debes tener muchos pretendientes.

Se encogió de hombros.

—No sé. Ni me importa.

Llegamos frente al cantinero y ordenamos sendas bebidas.

—¿Sabes? —Le dije—, a mí tampoco me ha ido bien en cuestión de amor. Estoy muy decepcionado. ¿No te ha pasado que cuando más te interesa una persona y le das lo mejor de ti es cuando más te desprecia...? No hay nada más doloroso que entregarte a alguien que no te valora.

Levantó la vista y me escrutó con sus dulces ojos melancólicos.

—¿Ya no sales con Jessica?

Moví la cabeza para decirle que no y sonreí atribulado.

—Me da gusto poder platicar contigo, Joana... porque me siento más solo que nunca.

Las luces menguaron y se escucharon los compases de una melodía lenta. La mayoría de los bailarines impetuosos se retiraron y sólo algunas parejas abrazadas permanecieron en la pista balanceándose con la cadencia de la música romántica. El corazón quiso salírseme de su sitio ante esa oportunidad. Sin embargo, para mi sorpresa, Joana se me adelantó.

—¿Quieres bailar?

—Claro.

Me tomó de la mano y caminamos juntos.

Nos colocamos en la oscuridad. La abracé por la cintura y ella acomodó sus manos alrededor de mi cuello. Con la excusa de hacer algunos comentarios, me acerqué a su rostro hasta que la distancia que nos separaba se redujo al mínimo. Nuestros pies se movían con lentitud y el halo magnético del uno se había fusionado con el del otro, produciendo una reacción excitante. No se necesitaba hablar mucho; nuestros cuerpos exhalaban una química poderosa que nos hacía sentir entre nubes.

—¿Sabes, Joana? —Susurré en su oído—, yo siempre te he querido... en secreto.

No contestó, pero después de ese comentario nos abrazamos. Calibré la delgadez de su cintura con mis manos; sentir el contacto directo de nuestras partes íntimas me dejó sin aliento. La música terminó y nos quedamos enlazados unos segundos mirándonos a la cara. En su rostro había un matiz carmín que la agraciaba aún más, y en el mío la mirada de un hombre que ha perdido los estribos por la emoción de esa rápida aventura y el enorme deseo de llevarla hasta el final.

—¿Qué te parece si vamos a un sitio confortable donde podamos platicar? —le propuse en voz baja—. Me gustaría mucho conocerte mejor.

No me contestó que sí, pero apenas salimos de la pista nos despedimos de nuestros compañeros con excusas insulsas.

Cuando subimos al auto tomé su mano izquierda, la acaricié con ternura y me la llevé a la boca muy despacio para darle un beso.

—¿Adónde vamos? —le pregunté poniendo en marcha el motor.

Ella se encogió de hombros sin apartar su penetrante vista de mi rostro:

—A donde tú quieras...

2 Sexo-adicción

 

Salí de la avenida conduciendo muy despacio. Aunque en mi mente se repetía la provocativa frase de Joana “a donde tú quieras”, no podía tomar la iniciativa de llevarla a un hotel sin ratificarlo. Dentro de los preceptos ineludibles de la seducción, estaba el de nunca mostrarse demasiado ansioso, dispuesto a conversar indefinidamente como un bien intencionado amigo.

Vislumbré la entrada a un centro comercial. Disminuí la velocidad y viré con cuidado para subir por la rampa del estacionamiento. Detuve el automóvil y apagué el motor. Nos invadió un tenso pero fraternal silencio.

—¿Qué vas a comprar?

—Nada... —titubeé como un adolescente desmañado; y ella sonrió para darme confianza.

—Joana... —recomencé—: lo que te dije mientras bailábamos... es verdad. Desde hace meses sueño con estar contigo. Nunca tuve el valor de confesártelo, pero he sido tu admirador anónimo durante meses...

Se me apagó la voz. No quería cometer ningún error.

—Gracias por sacarme de esa fiesta —murmuró—. Necesitaba platicar con alguien que me apreciara...

Mis manos jugueteaban pasando las llaves de un lado a otro. Ésta era la parte más difícil de la conquista. También la más emocionante. Debía besarla, pero ¿cómo franquear ese metro de asiento que nos separaba?

—Vamos a comprar una botella —le dije—. Me gustaría brindar por nuestra amistad.

Asintió.

Salí del auto con rapidez. Sólo necesitaba estar cerca de ella... Le di la vuelta al coche y abrí su portezuela; me tendió la mano, se puso de pie y quedó frente a mí. No retrocedí ni un centímetro.

—¿Vamos? —sugirió.

—No tienes idea de cómo me gustas, Joana.

Estábamos en la posición perfecta, pero no quiso levantar la cara.

—Vamos —repitió.

“¡Maldición, vamos!”, pensé. Cerré el coche y caminé a su lado. La abracé por la espalda sin conseguir que cooperara. Entramos a la tienda. Tomé vasos desechables, botanas, refrescos de cola y una botella mediana de brandi. Al entregarle el dinero a la cajera vi los preservativos al lado de mi amiga. Hubiera sido imposible tomar uno sin que se diera cuenta. Chasqueé la boca. Hacer el amor sin protección era apostar el todo por muy poco, y ya me estaba cansando de esos paroxismos. Moví la cabeza y me consolé: “Los juegos más arriesgados son los más emocionantes”.

De regreso hacia el coche la abracé de nuevo y sentí cómo esta vez aceptaba la caricia refugiándose en mi cuerpo.

Antes de introducir la llave en la chapa volví a intentarlo.

—Me gustaría tener aquí mi carpeta de apuntes para mostrarte unos dibujos que he hecho... de tu perfil. ¿Nunca notaste que en algunas clases me sentaba cerca de ti para contemplarte? —Bajé la vista—. No atendía al profesor, sólo te dibujaba...

Cuando volví a levantar los ojos, ella me miraba con la boca entreabierta en un gesto de ternura. Me acerqué despacio y rocé con mis labios los suyos. Dejé caer las bolsas del mercado a nuestros pies; la botella hizo un ruido seco al chocar con el piso. No me inmuté. Apreté mi boca contra la de ella para hallar la humedad de su lengua. Fue un beso impetuoso, cargado de verdadera pasión. La abracé fuerte y acaricié su cabello y espalda. Sentí el deseo crecer como un ente incontrolable; cerré los ojos para entregarme por completo al movimiento sensual.

Cuando nos separamos, Joana, encendida de un leve rubor, respiraba con rapidez. Abrí la puerta para que entrara al coche, tomé la bolsa del suelo y rodeé el vehículo lo más lento que pude, tratando de recuperar el aplomo. Apenas estuvimos juntos, nos volvimos a entregar en un vigoroso y ardiente beso. Después de unos minutos comencé a recorrer mi boca por la comisura de sus labios, sus mejillas, su cuello, sus oídos. Al besar y mordisquear su oreja izquierda le susurraba que estaba loco por ella, que me fascinaba, que la idolatraba, que daría cualquier cosa por una noche a su lado... Joana, mientras tanto, me acariciaba los muslos. Subía su mano casi hasta mi entrepierna y volvía a bajarla en una cadencia acompasada.

Me costó trabajo desprenderme de esa miel enajenante, pero haciendo un gran esfuerzo, puse en marcha el automóvil con intenciones de ir directo a un lugar adecuado. Conocía varios por ahí. El más cercano estaba a sólo diez minutos de distancia.

Hice el recorrido en menos de cinco.

Cada habitación tenía su garaje propio con puerta corrediza, de modo que el coche quedaba escondido y la chica no era vista por nadie en su trayecto hacia la habitación.

Estacioné el vehículo hasta el fondo. Salí a pagar al encargado y cerré la mampara exterior con la soltura de alguien que se mueve en sus terrenos. Sin embargo, al volver al coche, Joana me esperaba fuera de él con un gesto de franca perturbación.

—¿Adónde me has traído?