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Todos hemos oído hablar de ellos, pero, ¿qué es realmente un hacker? ¿Hay algo más allá del encapuchado que, encerrado en un sótano oscuro, teclea rápidamente para intentar burlar sistemas de seguridad informáticos?Carlo Milani define lo hacker, ante todo, como una actitud: una predisposición a deshacer las lógicas de dominación que nos imponen las tecnologías, cuya complejidad nos obliga con frecuencia a subordinarnos a la figura del «experto». Así, un hacker no es necesariamente alguien que trata de desclasificar documentos del Pentágono, sino todo aquel que quiere establecer una relación de iguales con aquellos «seres técnicos» —móviles, ordenadores, electrodomésticos— con los que convivimos a diario. Partiendo de las tesis de Ivan Illich, Milani nos propone una reconfiguración de nuestra visión tecnosocial, liberándola de la lógica orden-obediencia propia del imaginario jerárquico y proponiendo un nuevo vínculo convivial con las máquinas.
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Tecnologie conviviali
2022 elèuthera editrice, Milano
Licencia Creative Commons 4.0 (BY-NC-SA)
© Carlo Milani, 2022
© De la traducción: Jaume Sastre Juan, Ana Lanfranconi, José Romo Feito e Iris Parra Jounou
Licencia Creative Commons 4.0 (BY-NC-SA)
© Prólogo de Tomás Ibáñez
Primera edición: abril, 2024
Derechos reservados para todas las ediciones en castellano
© Ned ediciones, 2024
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Preimpresión: Fotocomposición gama, sl
ISBN: 978-84-19407-34-4
La reproducción total o parcial de esta obra sin el consentimiento expreso de los titulares del copyright está prohibida bajo el amparo de la legislación vigente.
Ned Edicioneswww.nedediciones.com
Índice
Prólogo de Tomás Ibáñez
Introducción
1. Expertos
2. La red, esa desconocida
3. Evoluciones técnicas
4. Cuestiones de escala
5. Roces y fricciones
6. Medios asociados: técnicos y humanos
7. Pedagogía hacker
Conclusión
Bibliografía
Agradecimientos
Nota del grupo de traducción y revisión
PRÓLOGO
Nadie puede saber en qué preciso momento de la historia de la humanidad se esparcieron las semillas de la dominación; tampoco podemos conocer cuándo fueron sembradas las simientes de la libertad. Sin embargo, lo que sí parece seguro es que ambas surgieron de forma simultánea, ya que viven entremezcladas en el mismo suelo y tanto las unas como las otras solo pueden germinar mediante su continuo enfrentamiento.
Lo que también se puede dar por cierto es que esas semillas no cayeron del cielo, ya pre-formadas y listas para expandirse, como si su esencia hubiese estado aguardando en algún recóndito lugar a que llegase el momento de la siembra. Más bien hay que considerar que se formaron paulatinamente como resultado de diversas prácticas humanas que, poco a poco, les fueron dando forma sin obedecer a ningún plan preestablecido ni teniéndolas en su punto de mira como un objetivo a alcanzar. Por lo tanto, ninguna teleología presidió a su advenimiento; resultaron simplemente de las contingencias de la historia.
Así que la pregunta no es tanto cuándo aparecieron, sino cuáles fueron las prácticas que produjeron las semillas de la dominación y cuáles dieron lugar a las de la libertad, originando de esa forma un milenario proceso histórico compuesto por múltiples ejercicios de dominación y por las correspondientes luchas por la libertad, que aún hoy siguen entrelazándose y habitando nuestro mundo.
A semejanza de lo que ocurre en el reino vegetal, donde existen plantas expansivas que invaden los terrenos a expensas de otras variedades menos agresivas, resulta que en el ámbito de la esfera humana las semillas de la dominación fueron prevaleciendo poco a poco, robando espacio a las de la libertad aunque cuidándose mucho de exterminarlas por completo, ya que la dominación solo puede mantenerse si los seres humanos gozan de cierta libertad que sea susceptible de ser constreñida.
Aunque es difícil pensar que pueda existir un mundo desprovisto por completo de dominación, es lícito imaginar una realidad en que la estirpe de la dominación no se hubiese instaurado como la preponderante. Tras explicar a la perfección que esa línea evolutiva no constituye un destino inapelable, sino que tan solo representa una de las líneas posibles, el autor de este libro concluye que puede ser revertida y pone manos a la obra para intentar conseguirlo. Al asumir y propagar una actitud hacker, Carlo Milani nos invita a emprender el camino de una reversión que debería desembocar, según sus mismas palabras, en un sistema en el que la jerarquía y el gobierno a todos los niveles sean disueltos mediante relaciones de apoyo mutuo, actos concertados de deserción de las dinámicas de mando y obediencia, y movimientos de revuelta y destrucción de todo principio autoritario.
Por supuesto, no todos los hackers comparten esas mismas convicciones políticas; de hecho, no hay dos hackers que sean exactamente idénticos, y algunos deberían ser calificados simplemente de especialistas en burlar los sistemas de seguridad informática, más que de auténticos hackers, sobre todo cuando su motivación es puramente crematística. Aun así, buena parte de los hackers se caracterizan por presentar, en mayor o menor medida, un componente de tipo libertario, ya que su forma de ser se distancia de la sumisión voluntaria y se inclina por el placer de subvertir lo establecido y por adentrarse en los terrenos prohibidos. Pero algunos hackers añaden a ese componente libertarizante un confeso compromiso con el anarquismo, mostrando en consecuencia una clara beligerancia contra el sistema político-social instituido y una defensa de los principios anarquistas. Carlo es un hacker de ese tipo, y no es necesario haberlo frecuentado para adivinar que su concepción del anarquismo es abierta, plural, no dogmática y convivial, porque la combinación de una actitud auténticamente hacker junto con un compromiso resueltamente anarquista solo puede dar lugar a esa particular forma de anarquismo.
Sin duda, tras unos segundos de absoluta incredulidad, cualquiera que participe de la vulgarizada imagen del hacker —individuo con la cara cubierta por la famosa máscara de V de Vendetta y enganchado día y noche al teclado del ordenador para penetrar en los sistemas informáticos mejor protegidos— soltaría una enorme carcajada si alguien le dijese que me he convertido en un hacker. En efecto, nadie encaja peor que yo en esa imagen, ya que mi incompetencia en materia informática es supina, y además estoy cargado de prevenciones contra esa tecnología. Sin embargo, tal persona haría muy mal en reírse, porque es precisamente esa conversión la que ha conseguido Carlo Milani mediante un libro que presenta la infrecuente virtud de hacer lo que dice.
En efecto, el libro dice que hay que luchar contra la dominación y eso es precisamente lo que hace, aportando conocimientos, indicando formas de actuar y proponiendo actitudes que materializan ese propósito. El autor declara, textualmente, que no hay que colaborar con los sistemas jerárquicos organizados, que hay que desertar de la técnica dominante e inventar métodos de colaboración convivial, concretos y fáciles de poner en práctica, pero resulta que no se limita a declararlo, sino que traza sendas que permiten rehuir a toda jerarquía organizada e inventar modos conviviales de colaboración. Se trata de una lucha que siempre presenta la particularidad de ser bifronte, porque debe enfrentarse a las semillas de la dominación y su exuberante floración, al mismo tiempo que debe sembrar semillas de libertad y producir las condiciones sociales y materiales para que de ellas broten prácticas de libertad.
El autor dice que en lugar de formular discursos teóricos resulta preferible ir a lo concreto, adoptar un enfoque eminentemente práctico, totalmente situado, y formular preguntas sencillas que no requieren buscar las respuestas en el cielo de la teoría, sino en la sencilla observación de los procesos y las interacciones cotidianas. Y eso es lo que hace efectivamente cuando nos ayuda a ver, por ejemplo, qué es lo que ocurre según el modo de pago que utilizamos en situaciones tan cotidianas como pagar una compra o un servicio en efectivo, o con tarjeta, o con el móvil, etcétera, y cuáles son las implicaciones ocultas de cada modalidad de pago.
También dice que hay que cambiar la perspectiva y mirar las cosas desde un ángulo inhabitual, articular una mirada diferente, nueva, que nos haga ver otras cosas que las que vemos habitualmente, y que nos ayude a tomar conciencia de que somos creadores de nuestra propia visión, porque esta no está estrictamente determinada por cómo son las cosas. Al alumbrar otra realidad, ese desplazamiento de la mirada también nos cambia a nosotros mismos, puesto que no somos sino el haz de las múltiples relaciones que tejemos con la realidad. A nadie se le escapa que ese planteamiento tiene claras resonancias foucaultianas y que evoca el concepto de la problematización, es decir, la operación que consiste en interrogar las evidencias, cuestionar lo que nos parece ir de sí, cambiar nuestra mirada sobre las cosas, verlas como si nunca las hubiéramos visto antes, adoptar perspectivas no habituales y, en definitiva, desaprender lo que damos por supuesto.
Es precisamente mediante un ejercicio de ese tipo como el autor consigue que salgamos de la lectura de su libro con el extraño sentimiento de haber descubierto el huevo de Colón, preguntándonos a nosotros mismos por qué hemos tardado tanto en abandonar la convicción de que la tecnología informática era tan compleja que nunca lograríamos entenderla, y, sobre todo, abandonar la nefasta creencia de que no era necesario entenderla porque nos bastaba con usarla.
Lo que hace este libro es sencillamente conseguir que cosas que parecen complejas, difíciles, casi imposibles de entender, de repente resulten sencillas, obvias, una vez nos damos los medios necesarios para entender su principio y hacemos el esfuerzo requerido para desentrañar su lógica.
Este libro no nos ofrece una docta disertación amparada en la objetividad de una mirada desapasionada. Aquí el narrador forma parte de la narración, vibra en el texto y forma cuerpo con él. No se trata de un texto esculpido laboriosamente, con aristas nítidas y bien recortadas; es más bien fluido, cercano, amigable, llano. El autor ha querido evitar, y lo ha conseguido, un discurso de poder, académico, abstracto, enrevesado, que no deja espacio a un diálogo con un lector no especializado. Sin duda, un factor que contribuye a crear esa impresión de cercanía es el hecho de que la exposición no trata de disimular su andamiaje, ni lo que se encuentra entre bastidores ni tampoco las vicisitudes de su propio caminar. No se ofrece un producto acabado, como recién salido de fábrica, sino que se muestran las decisiones tomadas y los presupuestos asumidos para que se puedan evaluar sus aciertos y sus desaciertos.
Desde los pupitres de la escuela estamos entrenados a elegir, o a que se nos asigne, un tema y a preparar su desarrollo con mayor o menor acierto, pero con la obligación de entregar un producto acabado donde no aparezcan las rectificaciones del enfoque, los pasos en falso, los desarrollos finalmente desechados, en suma, donde se haya borrado por completo el proceso de construcción del relato y donde el relator se mantenga fuera del escenario, invisible para el lector. El resultado puede ser el de ofrecer un texto formalmente intachable, pero que deja una inconfundible impresión de artificialidad, de algo abstracto y alejado de la vida. A la inversa, es el propio Carlo quien palpita en su texto, y sentimos que los seres técnicos de los que nos habla forman parte de la cotidianidad de su vida y que los trata con la amabilidad con la que se trata a un allegado.
Pensando en el tipo de relación que el común de los mortales mantiene con la tecnología digital, no deja de acudir a mi mente, mientras voy redactando este prólogo, la desagradable metáfora de Fausto vendiendo su alma al diablo. Sin embargo, al pensarlo más detenidamente, resulta que no vendemos nuestra alma al diablo por el hecho de utilizar las tecnologías digitales, sino porque aceptamos unas condiciones de uso que nos llevan necesariamente a potenciar los dispositivos de dominación. Enajenamos nuestra autonomía y las prácticas de libertad que la sostienen cuando dejamos en manos de las grandes corporaciones y de los expertos a sueldo las condiciones del uso que hacemos de esas tecnologías.
Ser un hacker no remite necesariamente al ámbito de la tecnología digital, aunque por su actual importancia es allí donde estos suelen habitar. La actitud hacker consiste en el rechazo a considerar que, frente a la complejidad de ciertas tecnologías, lo mejor es bajar los brazos y acudir a los expertos, abonando de esa forma los vastos terrenos de la dominación. Ser hacker es adoptar una actitud que consiste en procurar entender cómo funciona algo, cualquier cosa, y en nuestros días particularmente las cosas relacionadas con las tecnologías digitales, con tal de que no se utilice nuestro desconocimiento a fin de dominarnos. Más precisamente, la actitud hacker como práctica libertaria consiste en no buscar dominar ni aceptar ser dominado; su norte apunta sin ambigüedades a deshacer la dominación.
Ni que decir tiene que comparto a pies juntillas el punto de vista de Carlo respecto de la absoluta ausencia de neutralidad de las técnicas. Partiendo de la constatación de que a lo largo de toda nuestra vida habitamos una envolvente e inescapable tecnonaturaleza donde, a la vez, construimos técnicas y somos construidos por ellas, escribí hace más de un cuarto de siglo que toda innovación tecnológica efectiva —es decir, aquella que consigue implantarse en una sociedad— representa siempre un plus de poder sobre las cosas y/o sobre las gentes y lleva incorporada en sí misma las características de sus condiciones sociales de producción, aquellas que le han permitido existir, arraigar y expandirse. La incorporación de una determinada tecnología a la tecnonaturaleza es el resultado de una serie de luchas, de conflictos, de negociaciones, entre una multitud de agentes sociales (banqueros, políticos, ingenieros, legisladores, juristas, publicistas, etcétera.). Por lo tanto, cualquier técnica lleva incorporada en sí misma la memoria de las relaciones sociales que le han permitido implantarse y representa el desenlace final del conjunto de relaciones de fuerza que han presidido a su asentamiento. Concluía aquel escrito recalcando que nuestra actual tecnonaturaleza se ha construido a través de la incorporación sucesiva de innovaciones tecnológicas marcadas en lo más íntimo de su ser por relaciones de dominación, de explotación, de poder, y de jerarquía. Esa íntima imbricación entre tecnología y poder permite entender que, como señala Carlo Milani, sea la línea evolutiva de la dominación la que ha adquirido la preeminencia a lo largo de la historia.
En ese mismo orden de cosas, es decir, en la reflexión sobre los efectos de poder vinculados con los seres técnicos, cabe recalcar la creciente distancia que se instaura entre nuestras operaciones y sus resultados, la enorme caja negra que media entre, por ejemplo, el gesto de darle a un interruptor y que se encienda una bombilla. Cada día que pasa, unos gestos cada vez más simples de ejecutar dan lugar a efectos cada vez más complejos, y eso genera un doble efecto. Por una parte, un creciente halo de misterio envuelve la relación existente entre los productos, o resultados, y los procesos que los producen; por otra parte, nos encontramos totalmente desamparados e impotentes cuando falla el misterioso enlace entre el gesto y su resultado. Al no saber cómo funcionan las cosas, no tenemos la más remota idea de qué debemos hacer cuando se estropean, salvo, claro está, recurrir apresuradamente a los servicios de algún experto. De tal forma que, si bien es cierto que gozamos de un enorme poder gracias a las nuevas tecnologías de la información, también es cierto que a cambio se nos hace pagar el desorbitado precio de una servil dependencia de los expertos. Como lo recalca acertadamente Carlo, es cuando se produce una avería, un disfuncionamiento, cuando se ponen de manifiesto las intensas y variadas relaciones de poder que sustentan el correcto funcionamiento de los objetos técnicos.
Dejando de lado la amplia cuestión del exhaustivo control y de la minuciosa vigilancia posibilitadas por las tecnologías de la información, o sea toda la problemática del nuevo tipo de totalitarismo que se nos viene encima y que está siendo propiciado por la ubicuidad del ojo que todo lo ve, de la memoria que todo lo almacena para siempre y del sabueso digital que rastrea todo lo que está almacenado, quiero detenerme en aquello que no pensamos cuando con un solo gesto pagamos con el móvil o enviamos un correo electrónico. Lo se oculta a nuestro pensamiento en ese preciso momento es todo lo que se requiere para que ese diminuto gesto produzca el resultado deseado. Y es precisamente sobre eso que Carlo llama nuestra atención, abriendo en canal las tripas del monstruo que se esconde tras la pantalla del ordenador, mostrándonos el esqueleto que lo sostiene, los músculos que forman su cuerpo, las venas y los nervios que lo recorren y que transportan los flujos informacionales, las neuronas que forman sus cerebros, es decir, toda una pesada infraestructura material sin la cual nada de lo que nos ofrece la informática estaría a nuestro alcance. Una infraestructura material que se declina en miles de kilómetros de cables submarinos, en centenares de satélites, en decenas de granjas de datos, en un consumo masivo de energía para, entre otras cosas, refrigerar la maquinaria informática almacenada en las granjas, a lo que hay que añadir los materiales raros indispensables para que el monstruo funcione y la mano de obra sobreexplotada que tiene que proveer el mercado con los millones de terminales de todo tipo que la población mundial ha sido condicionada a necesitar imperativamente.
Está claro que saber mínimamente lo que se esconde tras la pantalla del móvil, tener algún conocimiento de cómo todo eso funciona y de qué está compuesta la megamáquina informática es un primer paso para lograr percibir los dispositivos y las relaciones de dominación que nos atrapan cuando recurrimos a los servicios proporcionados por esa megamáquina. Pero se puede ir bastante más allá y es a eso a lo que nos invita precisamente el tipo de hacker que es Carlo Milani, incitándonos a actuar para desconectarnos del monstruo industrial y sustituirlo por un ser tecnológico convivial.
Decía Foucault que pensar seriamente sobre una determinada cuestión modificaba necesariamente lo que se pensaba sobre esa cuestión antes de emprender ese ejercicio. Algo parecido me ha sucedido con la lectura de este libro, y tras cerrarlo me quedo con la convicción de que he iniciado mi andadura hacia conseguir incorporar la actitud hacker en mi forma de ser. Solo me queda desear que estas páginassean un semillero de donde nazcan muchísimas actitudes hacker.
TOMÁS IBÁÑEZ
INTRODUCCIÓN
Las herramientas técnicas como seres técnicos, partícipes de los mecanismos evolutivos. Dinámicas del poder técnico: acumulado genera dominación, distribuido es precondición de libertades posibles. La alienación técnica oscila de forma esquizofrénica entre la tecnofilia y la tecnofobia y, sin embargo, pasa siempre por alto los objetos técnicos. La actitud hacker como práctica libertaria, como relación igualitaria con los seres técnicos, en la que no se obedece ni se manda. Las reglas del juego de la convivialidad, o la evolución del apoyo mutuo.
Seres humanos y seres técnicos
Las herramientas técnicas son el esqueleto del mundo humano. Las digitales, además, se han convertido en centros neurálgicos, auténticos nervios, tendones, músculos, reservas de energía y órganos activos de nuestro mundo. Gracias a ellas, y de forma cada vez más automatizada, se administran las infraestructuras logísticas globales, se libran guerras, se asignan recursos a los lugares considerados estratégicos, se dirimen pulsos financieros, se interviene en los flujos de comunicación, se difunden modelos de comportamiento.
Máquinas, ordenadores, dispositivos electrónicos o redes de comunicación juegan un papel cada vez más fundamental en las interacciones psicosociales, políticas y económicas en que los seres humanos están inmersos. Pero no solo son instrumentos útiles para nuestros fines. Son algo más que eso: seres técnicos dotados de características propias, específicas, más allá de su relación con los humanos. Igual que el resto de seres (humanos y no humanos) que conviven en este planeta, hay cosas que los seres técnicos pueden hacer y otras que no; destacan en algunas actividades y son deficientes en otras; pueden cooperar entre sí; evolucionan. Estas herramientas están sujetas a los mismos mecanismos evolutivos que rigen la coevolución de los organismos vivos: la adaptación (de la función al órgano) y la exaptación (del órgano a la función).
Las plantas no pueden correr (aunque las semillas son capaces de volar, o de flotar en el agua...) pero pueden hacer la fotosíntesis. Algunos animales pueden correr, y otros nadar, volar, o incluso las tres cosas a la vez, pero no se les da nada bien hacer la fotosíntesis. Los micrófonos enchufados a ordenadores conectados en red transmiten los sonidos que captan, pero no son buenos con las sumas. Las hojas de cálculo, si están bien programadas, pueden calcular de forma satisfactoria, pero no son capaces de transmitir vídeos. Las cámaras sí que pueden transmitir vídeos, siempre que estén conectadas a redes adecuadas. Y así sucesivamente, cada uno con sus características particulares. Hace ya mucho tiempo que nos relacionamos con los seres técnicos, al igual que con protozoos, cromistas, hongos, plantas y animales (todos ellos eucariotas como nosotros), y con arqueobacterias y bacterias (procariotas), si aceptamos la taxonomía de dos superreinos y siete reinos elaborada en 2015 por un grupo de científicos que perfeccionaron la propuesta del zoólogo británico Thomas Cavalier-Smith.1
A diferencia del resto de seres mencionados, las herramientas electrónicas son seres no vivos. Pero, al igual que los seres vivos, tienen una enorme influencia en nuestras vidas humanas. Del mismo modo que nos preocupamos y cuidamos del aire que respiramos, de los alimentos que comemos y del medio social y natural en el que vivimos, sería muestra de sensatez cuidar de estos seres que forman parte de nuestro entorno y lo determinan en gran medida porque son fuente de un poder inmenso. Gracias a ellos, por ejemplo, podemos ver a distancia, hablar a distancia o comunicarnos a distancia: por medio de las relaciones que establecemos con los seres técnicos adquirimos poderes extraordinarios.
Saltemos a las conclusiones: los seres técnicos son potenciales aliados para construir relaciones de apoyo mutuo. La disyuntiva es simple: si no nos ayudan a difundir su poder para practicar la autogestión y abolir el principio de gobierno a todos los niveles, entonces son herramientas de opresión individual y colectiva. Así funciona el poder: o se acumula, tendiendo a establecer jerarquías fijas que ejercen una dominación autoritaria, o se distribuye para ampliar la libertad de todos, a la par que la igualdad. No existen las terceras vías, porque la técnica no es neutral.
Genealogías y terminologías
Este libro sigue la aventura del pensamiento en su hacerse acción. Acaba pareciendo, por tanto, muy poco sistemático. Es un efecto deseado. Esta es la razón por la que puede leerse en un orden distinto al propuesto, ya que los capítulos son bastante autoconclusivos pese a estar vinculados por referencias cruzadas con el fin de dar más solidez a la argumentación. En particular, hay varias expresiones recurrentes. Sin más dilación, paso a aclararlas y contextualizarlas, sobre todo para quienes prefieran disponer de un marco con referencias a varios autores.
No soy un entusiasta de los conceptos puros y sin anclajes porque, como mostró muy bien Michel Foucault en sus estudios de historia de las ideas, cualquier término o concepto pertenece a una estirpe, trae consigo una genealogía y genera una serie de expectativas y preconcepciones. Prefiero observar las situaciones e interrogar las experiencias concretas con un ánimo curioso, intentando traducir los complejos entresijos de las interacciones técnicas a una forma que pueda ser compartida. Esto implica recurrir a Übertragungen, transposiciones arbitrarias que se encuentran en la base de todo conocimiento, según las entiende Friedrich Nietzsche en Sobre verdad y mentira en sentido extramoral, un texto de 1873 que en mi opinión es fundamental para afrontar cualquier intento de conocer algo. Se trata de traducciones metafóricas y alegóricas, nunca exhaustivas, y que los especialistas siempre encontrarán demasiado simplificadoras, pero gracias a las cuales se puede crear un relato compartido satisfactorio.
Este modo de proceder es parte integrante de la pedagogía hacker, una metodología que experimentamos desde hace años con CIRCE (Centro Internazionale di Ricerca per le Convivialità Elettriche). Ante las dificultades, las fatigas y las novedades de la vida en el mundo tecnológico contemporáneo, tratamos de dar un paso atrás y observar reflexivamente nuestras acciones y re-acciones. Intentamos aprender de nuestras vulnerabilidades, de las reacciones emocionales, de los entusiasmos y de las desilusiones que salpican nuestras relaciones con los seres técnicos. Ordenadores, teléfonos móviles, coches, electrodomésticos: a la vez amados y odiados, necesarios y superfluos. Esta aproximación reelabora e hibrida distintas tradiciones, en particular el aprendizaje a partir de la experiencia de David Boud, Ruth Cohen y David Walker (1993), los métodos de acción de Jacob Levy Moreno (2007) y la pedagogía crítica de Paulo Freire (2014). En este sentido, a lo largo de todo el texto, las historias relatadas pueden ser leídas como episodios de formación junto con las tecnologías; en la conclusión se recogen algunas indicaciones metodológicas, retomando las cuestiones surgidas en los capítulos precedentes. Llamo actitud hackera esta postura en relación con las tecnologías.
Una actitud puede aprenderse y enseñarse; se adopta, no es un hecho natural, no viene de nacimiento, ni tampoco por censo, genética o investidura. Por hacker entiendo un ser humano que, en sus acciones concretas, pretende reducir la alienación técnica, es decir, el foso que nos separa de los seres técnicos, excavado a lo largo del proceso de evolución. No estoy hablando, pues, de mercenarios a sueldo de multinacionales, agencias gubernamentales u otros actores despreciables del llamado mundo de la seguridad, sino de amantes de las tecnologías y la privacidad, cuyo objetivo es comprender a los seres técnicos para vivir junto a ellos de forma armoniosa y placentera. Por consiguiente, no es hacker solamente quien se relaciona de una cierta forma con los ordenadores, sino con cualquier ser técnico.
A mi modo de ver, el alejamiento con respecto a estos seres artificiales se debe principalmente a un doble movimiento de delegación ciega en los expertos, por un lado, y de establecimiento, por parte de estos últimos, de castas jerarquizadas al servicio del legado de la dominación, por el otro. El capítulo 1 describe el surgimiento de la tecnoburocracia, organizada a partir de sencillos mecanismos de delegación, especialmente visibles cuando los seres técnicos se averían y tienen que ser reparados.
El capítulo 2 analiza la articulación de las tecnologías contemporáneas en redes de seres técnicos, explorando la red de Internet desde el punto de vista de su constitución material y de sus mecanismos básicos de interacción, que enseguida revelan la extraordinaria complejidad de lo que a primera vista parecen operaciones banales. Aquí adopto plenamente el concepto de conocimiento situado (situated knowledge) planteado en 1988 por Donna Haraway en su artículo «Situated Knowledges: The Science Question in Feminism and the Privilege of Partial Perspective». Recojo las ideas de privilegio de la perspectiva parcial, de corporeidad y de saber como perspectiva compartida en una comunidad (término que prefiero sustituir por grupos de afinidad) y las hago extensivas al saber técnico que se genera navegando por la red de Internet. Los cuerpos de los seres técnicos están tan en juego como los cuerpos humanos, y lo mismo ocurre con sus respectivas perspectivas parciales. No es posible bañarse dos veces en el mismo río, decía Heráclito; tampoco navegar dos veces por el mismo Internet: cambiamos nosotros, cambia el medio circundante, cambian los dispositivos.
Por tecnologías entiendo la encarnación concreta, material y tangible, de teorías y procedimientos que son modos de hacer, modos de construir, es decir, técnicas. Así pues, un dispositivo electrónico portátil, por ejemplo, un smartphone equipado con un sistema operativo Android, es un objeto tecnológico fruto de técnicas (productivas, organizativas) específicas; unas técnicas que están inspiradas por ideologías, opiniones y creencias particulares. En este sentido, la técnica no es, ni puede ser, neutral: sus concretizaciones tecnológicas incorporan siempre visiones del mundo situadas, parciales, bien definidas a nivel histórico, social y psicológico. Además, tienden a dar lugar a futuras generaciones de tecnologías (y de humanos que dicen servirse de ellas) que actúan y reaccionan de forma poco consciente, determinada en gran medida por la orientación técnica subyacente. Las máquinas, como los humanos, no son todas iguales: depende de cómo sean «creadas en el mundo».
En este libro llamo seres técnicos a los que habitualmente reciben el nombre de objetos técnicos o herramientas. Sostengo que, puesto que estos seres cohabitan con otros seres vivos y no vivos en el planeta Tierra, y son fruto de sus interacciones técnicas, comparten con ellos las mismas dinámicas evolutivas fundamentales, es decir, la adaptación (de la función al órgano) y la exaptación (del órgano a la función). Los mecanismos de exaptación fueron descritos por primera vez por Stephen J. Gould y Elizabeth Vrba al redefinir el concepto de preadaptación formulado por Darwin. Ya hemos visto que los seres técnicos son fuente de poder. En función de cómo sea concebido y gestionado este poder por parte de las teorías que subyacen a la construcción de los seres técnicos, se obtendrán distintos legados evolutivos, presentados en el capítulo 3. Recurriendo a Murray Bookchin, distingo entre el legado de la libertad y el legado de la dominación. En este último linaje, históricamente mayoritario y actualmente predominante, los seres técnicos son cooptados para realizar las fantasías humanas de dominación, e integrados como engranajes de mecanismos de mando/obediencia recíprocos. En particular, las exaptaciones tóxicas de masas (de las que las redes sociales comerciales son un buen ejemplo) seleccionan activamente a seres técnicos y seres humanos que constituyen las megamáquinas contemporáneas, coevoluciones jerarquizadas de seres al servicio del afán de dominio. El legado de la libertad ha sido históricamente minoritario y hoy se encuentra en graves apuros: en estas líneas evolutivas, los seres técnicos son diseñados y construidos desde la perspectiva del apoyo mutuo, para ampliar la libertad en la igualdad recíproca; y los seres humanos seleccionan activamente comportamientos adecuados para este propósito.
De aquí descienden las que yo llamo tecnologías conviviales, adoptando la expresión de Ivan Illich, pero adaptándola, en el capítulo 4, a la dimensión de la red. En las redes digitales globales, cuestiones como la escala, la dicotomía industrial/convivial y la proximidad deben ser revisadas sin dogmatismos y sin perder de vista la materialidad y sus dinámicas interactivas concretas. Asimismo, los límites y correctivos que deben ponerse a la evolución técnica no pueden descender de las alturas de una teoría cristalina, sino que deben nacer de un cuerpo a cuerpo cotidiano, común y compartido con los seres técnicos, para seleccionar y seleccionarnos recíprocamente, por afinidad, organizando sistemas federados.
En el capítulo 5 propongo un análisis de la evolución de una tecnología compleja, el dinero, mostrando a través de la reconstrucción genealógica de algunos dispositivos de pago cómo se acentúa y se agrava la alienación técnica. Un aspecto clave del legado de la dominación es la obsesión por la reducción de los roces y las fricciones (frictionless) a través de la intermediación técnica. Pero integrar a los seres técnicos sin solución de continuidad (seamless) con los seres humanos es una peligrosa quimera que en realidad sirve para ocultar las transacciones de poder subyacentes y las continuas delegaciones a los mecanismos tecnoburocráticos; una cadena sin fin en la que todo está interconectado, y que no es sino la encarnación contemporánea de la Megamáquina descrita de forma magistral por Lewis Mumford.
El capítulo 6 intenta hacer balance de la filosofía de la técnica sin entrar en debates especializados. Trata sobre las teorías que subyacen implícitamente a la técnica y, por lo tanto, a la construcción de los seres técnicos, y que siempre están ahí, incluso y sobre todo cuando no son explicitadas. Sostengo que la filosofía ha discutido mucho sobre técnica y tecnología, pero que, paradójicamente, lo ha hecho sin saber mucho del tema, sin ensuciarse las manos con los seres técnicos. La mayoría de las filosofías de la técnica pueden ser reconducidas a una concepción antropológica de la técnica, según la cual el ser humano está en el centro, es el protagonista, y los objetos técnicos son meros soportes de sus acciones. Por ejemplo, el análisis del sistema técnico de Jacques Ellul pertenece sin duda alguna a esta concepción antropológica y no ofrece de hecho ninguna vía de escape factible más allá del rechazo total de lo que describe como sistema, a pesar de que en realidad sea muy poco sistemático. Otras filosofías de la técnica remiten más o menos explícitamente a la concepción heideggeriana de la técnica como Gestell, como andamiaje, telón de fondo y destino de la contemporaneidad, como proliferación de dispositivos que dispone el mundo de un cierto modo. Así, la técnica pasa a ser unos anteojos que no somos realmente conscientes de llevar puestos; y lo que es peor, también esta vez se deja de lado al objeto técnico como tal; no se estudian sus características específicas porque la esencia de la técnica se considera no técnica. Las argumentaciones perentorias y apodícticas de un pensador como Byung-Chul Han pertenecen a este linaje de pensamiento. Quizá se pueda recuperar parte del análisis de Hans Jonas, al menos su lúcido y explícito rechazo tanto de la absoluta negatividad del principio desesperación de Günther Anders como de la absoluta positividad del principio esperanza de Ernst Bloch. Pero su principio de responsabilidad no me parece suficientemente operativo en el mundo tecnológico. También Jonas tuvo poco trato con los seres técnicos. Propongo retomar el estudio de Gilbert Simondon sobre la posibilidad de construir máquinas abiertas, que se abran a la posibilidad de emancipación, por más que sea necesario actualizar sus intuiciones a la era digital.
El capítulo 7 y la conclusión trazan algunas líneas maestras para desarrollar tecnologías conviviales, de liberación recíproca para todos los seres implicados, a partir de la conciencia de que no existe una naturaleza humana inmutable, ni ninguna otra naturaleza inmutable, tampoco la técnica. Existen asociaciones transitorias, alianzas posibles, simbiosis imaginables, o ya en curso, para seguir con el problema de la coevolución, no solo con los seres vivos no humanos, como plantea muy bien Donna Haraway en los ensayos reunidos en su libro homónimo, sino también con los seres técnicos. En términos del legado de la libertad, mientras haya espacio para la evolución, será posible actuar de forma distinta a la del principio de gobierno, basado en el binomio mando/obediencia, y difundir poder, también poder técnico, para construir espacios de apoyo mutuo.
El legado de la libertad está vivito y coleando también en el mundo tecnológico. De lo que se trata es de difundir, multiplicar e hibridar entre sí los márgenes de libertad ya existentes, desde la perspectiva de lo que Colin Ward llamaba anarquía como organización. La libertad, como nos recuerda Tomás Ibáñez, no es, sino que ocurre. La libertad no es una sustancia singular absoluta sino que vive en la multiplicidad de sus libres manifestaciones, de los procesos, plurales y relativos, de liberación.
Herramientas y poder
Un hombre. Una pistola. Su pistola.
Un hombre. Un automóvil. Su automóvil.
Un hombre. Un ordenador. Su ordenador.
En estas formulaciones, los segundos están subordinados a los primeros, que son sus propietarios. La posesión y el uso de la herramienta tiende a establecer, y casi a determinar automáticamente, una relación asimétrica. El ser humano posee al ser técnico, lo tiene en sus manos, lo controla; en la práctica, sin embargo, el ser humano es a su vez poseído, controlado, determinado e incluso definido en su identidad por el ser técnico. De hecho, se dice que las palabras no mienten: pistolero, automovilista... ¿ordenadorista? (no, pero en las formaciones de riesgos laborales en Italia se usa la palabra «videoterminalista» para referirse a los humanos que pasan mucho tiempo delante de una pantalla).
¿De qué tipo de relación asimétrica estamos hablando? De dominación/sumisión, de mando/obediencia recíprocos. Se domina, y se es dominado, alternativamente, pero sin que hayan sido negociadas ninguna regla ni norma de comportamiento a las que atenerse.
Las herramientas técnicas son a la vez víctimas y verdugos del afán de dominación de los seres humanos, en particular del sector masculino de los Homo sapiens. Son víctimas porque ninguna pistola, automóvil, ordenador, o cualquier otro artefacto, ha escogido someterse voluntariamente a los caprichos de ningún humano desequilibrado: no han elegido disparar, acelerar ni calcular sin sentido. Y son verdugos porque, en definitiva, las pistolas, los automóviles, los ordenadores y muchos otros artefactos tienen en sus manos a quienes las empuñan, los conducen y los controlan, es decir, a sus propietarios.
Con más razón, pues, dominan el resto del mundo circundante, viviente y no viviente. De ahí la sensación extendida (pero bastante nebulosa) de un mundo dominado por la técnica, sea lo que sea lo que signifique. En una primera aproximación podemos definirla como un sentimiento de lejanía, separación y alteridad con respecto a las manifestaciones técnicas, que sin embargo ejercen al mismo tiempo un extraordinario poder de atracción sobre los humanos. Encarnaciones monstruosas del poder técnico, aterradoras pero fascinantes, los seres técnicos son percibidos con frecuencia de forma esquizofrénica por los humanos, que oscilan entre anhelos tecnófilos de redención (¡la tecnología nos salvará!) y un rechazo tecnófobo milenarista (¡la tecnología nos condenará!). Estamos, pues, ante una suerte de alienación técnica. Como sostenía el filósofo francés Gilbert Simondon, oponiéndose a la comprensión limitada de Marx, la alienación técnica es fisiológica, psicológica y social antes que económica. Tiene que ver sobre todo con los cuerpos, las mentes y las interacciones sociales.
Por supuesto, también las mujeres pueden verse involucradas en relaciones de dominación recíproca de este tipo, pero es interesante observar que en la época moderna la máquina se suele representar como hembra, como algo que, en la lógica patriarcal implícita, tiene que ser dom(in)ado, supuestamente por un macho. Es más, tal y como se desprende de un sinfín de películas, novelas, canciones y videojuegos, será precisamente la consumación de este sometimiento, que establece los roles recíprocos en una jerarquía que hay que reproducir incesantemente, lo que hará de él un verdadero hombre.Controlar una máquina sería como someter a una mujer, lo que a su vez remite, en el discurso colonialista, a una naturaleza salvaje que habría que subyugar. La publicidad, auténtico caballo de Troya del capitalismo, siempre se ha valido de esta equiparación rancia y miserable para vender de todo.
La máquina, como encarnación monstruosa, a la vez fascinante y repugnante, también se presenta muchas veces como chivo expiatorio ideal, como receptáculo de todos los males. En este tipo de relatos el Estado controla a sus ciudadanos gracias a las máquinas del control; y lo mismo hacen las multinacionales y, en última instancia, las personas entre sí, gracias a los poderes extraordinarios de las herramientas técnicas, como hablar y verse a distancia o, más genéricamente, extender ilimitadamente el propio radio de acción. El mito de la máquina-a-dominar (para crear un mundo nuevo) se convierte así en el mito de la máquina-a-destruir (para volver al mundo antiguo), pero a fin de cuentas no cambia gran cosa: la posibilidad de recreación del mundo queda subordinada en ambos casos a la afirmación indiscutible del ser humano como amo o destructor de las máquinas.
La actitud hacker como práctica libertaria
A los hackers nos gustan las máquinas, pero no para subyugarlas. No queremos gobernarlas, pero tampoco queremos que nos gobiernen. Nos gusta relacionarnos con ellas, entender cómo funcionan, modificarlas, resolver problemas absurdos, aprender juntos, dar forma a las fantasías más desbocadas, construir mundos improbables. Imposible vivir en este mundo sin máquinas. Estaríamos más tristes y más solos. Y sin embargo los hackers también tenemos nuestros esqueletos en el armario o, mejor dicho, en el terminal.
Usamos la CLI en vez de la GUI, es decir, la Command Line Interface en vez de la Graphical User Interface. Dicho llanamente, controlamos a los ordenadores con la línea de comandos en vez de usar las ventanas gráficas. Por una razón muy sencilla: la línea de comandos es muchísimo más potente que cualquier otro modo de relacionarse con las máquinas electrónicas. En las actividades de formación de CIRCE a menudo se lo demostramos a los incrédulos a través de un pequeño juego: con un solo comando destruimos nuestra página web en menos de un segundo, y al cabo de unos instantes la hacemos reaparecer de nuevo. Una pura y simple demostración de... poder, susurra alguien.
Sí, poder. Este libro habla precisamente del poder, de cómo las herramientas son una fuente de poder: tanto las herramientas en general como las herramientas electrónicas que en el siglo XXI se engloban bajo el término genérico de «tecnologías digitales», a pesar de tratarse de aparatos muy diferentes entre sí. Este libro habla de cómo podemos no solo imaginar, sino también actuar de formas concretas para que el poder pueda ser ejercido de manera diferente. Para practicar la recreación, para construir espacios donde pueda florecer el apoyo mutuo.
No es nada fácil. No basta con el abracadabra de un truco de magia. Requiere paciencia, buena voluntad, energía, esfuerzo e incluso una pizca de inconsciencia. O de ligereza, de despreocupación, de desenfado. No podemos tomárnoslo demasiado en serio, a riesgo de que se convierta en un trabajo, en una labor penosa; la vida es demasiado corta como para desaprovecharla en semejantes bobadas.
Lo que no queremos ignorar es que el poder está ahí, entre nosotros. Nos interesa, incluso en sentido literal: es lo que inter-est, lo que está-entre nosotros, considerados como individuos, tanto humanos como no humanos. Este libro es una excursión por los territorios de las relaciones posibles con las máquinas libres.
Partimos del supuesto de que el poder no es algo feo ni malo. De hecho, lo que queremos es el poder, cuanto más, mejor, para que pueda ser difundido y distribuido lo más ampliamente posible, idealmente entre todos. Esto se debe a que adoptamos la definición propuesta por Amedeo Bertolo a inicios de los años ochenta del siglo XX, según la cual el poder es una función de regulación social, de por sí neutra, que ejercemos siempre que nos encontramos en relación con otro. En el artículo Potere, autorità, dominio: una proposta di definizione, publicado en el segundo número de la revista Volontà (1983), Bertolo sostenía que el poder sirve para la producción y aplicación de normas que regulan las relaciones entre los seres en sociedad: no solo los seres humanos, sino también los otros seres vivos. En lo que sigue hago extensiva la reflexión a los seres no vivos, como es el caso de los seres técnicos, que son los que más nos interesan en este libro.
El acceso al poder es el prerrequisito fundamental para toda posible libertad. Sin poder, es decir, sin la posibilidad de intervenir en la producción y aplicación de normas, no hay libertad. En teoría, una vez que el poder sea igual para todos, ya se habrá dado el primer paso. Entonces quedará el segundo, más largo y difícil: el de encontrar una forma de no oprimirnos mutuamente, lo cual hemos visto que acontece con frecuencia en las relaciones «normales» con las herramientas técnicas, que son reducidas a objetos que se poseen.
En principio, para impedir esta opresión recíproca es necesario evitar obedecer y evitar dar órdenes. Es así, de hecho, como se instaura la dominación: ajustándose a normas establecidas por otros (normalmente una minoría, pero también podría ser una mayoría opresora) y expresadas en forma de órdenes, es decir, obedeciendo. O viceversa: creando y aplicando normas de forma coercitiva, es decir, mandando. En resumen, cuando el poder es ejercido por un sector dominante deja de ser neutro y se convierte en dominación. Tomás Ibáñez elabora este concepto en Anarquismos a contratiempo.
La dominación no es sinónimo de poder; el Estado no coincide con la dominación. Potentia es la capacidad implícita de condicionar el medio en el que vivimos con nuestra sola presencia; potestas es un condicionamiento explícito ejercido (en distintos grados) sobre la existencia de otros humanos que, por consiguiente, deben mantener siempre un margen de autonomía para que el poder pueda actuar; dominación es la desaparición de este margen en ausencia de libertad. Solo se puede ejercer poder sobre personas que todavía son libres, mientras que la dominación se practica donde ha desaparecido toda libertad.2
Cabe señalar que los individuos humanos son capaces de practicar tanto la obediencia como el mando no solo respecto a otros humanos, sino también respecto a sí mismos. Este es un aspecto fundamental de la relación entre seres humanos y seres técnicos: a menudo se ejecuta un procedimiento automatizado una y otra vez porque satisface profundamente el anhelo de obedecer, de ser coherente, de ajustarse y ceñirse a uno mismo. Las tecnologías digitales se convierten, entonces, en un elemento de construcción y refuerzo de la identidad. Esto es bien conocido por quienes estudian los sistemas para aumentar el nivel de participación de los usuarios en las plataformas digitales de masas y se aprovechan de ello con fines de lucro.
¿De qué modo los hackers