La arquitectura de la ciudad - Aldo Rossi - E-Book

La arquitectura de la ciudad E-Book

Aldo Rossi

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Beschreibung

Con cerca de cincuenta años de historia, este libro forma parte del imaginario de varias generaciones de arquitectos y sigue siendo una obra fundamental para comprender los procesos de conformación de la ciudad entendida como arquitectura. Desde que en 1966 se publicara La arquitectura de la ciudad por primera vez en italiano, la crítica al funcionalismo ingenuo, los conceptos de locus, monumento y tipo, o la recuperación del valor de la memoria colectiva en la arquitectura han permanecido para siempre en el debate teórico arquitectónico. En este texto, Aldo Rossi reclamó el valor autónomo de la arquitectura y reivindicó, en el marco de lo que él denominaba la ciencia urbana, la obra singular y el monumento como los elementos fundamentales de la historia de la ciudad y de la memoria colectiva. Pero más allá de estas aportaciones y en la línea de otros autores, desde el iluminismo hasta la actualidad, con este ensayo Rossi abordó directamente los principios y fundamentos de la teoría de la arquitectura y propuso el establecimiento de un cuerpo científico autónomo que fundara la actividad de la arquitectura y condujera a la acumulación de las experiencias, al estudio ordenado de los problemas y a una enseñanza sistemática. En definitiva, uno de los textos programáticos más influyentes de la segunda mitad del siglo XX en arquitectura.

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La arquitectura de la ciudad

Aldo Rossi

GG®

Título original: L’architettura della città, edición ampliada y revisada publicada por Clup, Milán, 1978.

Versión castellana: Josep Maria Ferrer-Ferrer y Salvador Tarragó Cid

Edición a cargo de Moisés Puente

Diseño de la colección y de la cubierta: Setanta

Imagen de la cubierta: Aldo Rossi, estudio para unidad residencial

Monte Amiata, 1972. © Fondazione Aldo Rossi

Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos, www.cedro.org) si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra.

La Editorial no se pronuncia ni expresa ni implícitamente respecto a la exactitud de la información contenida en este libro, razón por la cual no puede asumir ningún tipo de responsabilidad en caso de error u omisión.

© herederos de Aldo Rossi

y para la edición castellana:

© Editorial Gustavo Gili, SL, Barcelona, 2015

Producción del ebook: booqlab.com

ISBN: 978-84-252-2985-5 (epub)

www.ggili.com

Editorial Gustavo Gili, SL

Rosselló 87-89, 08029 Barcelona, España.

Tel. (+34) 93 322 81 61

Valle de Bravo 21, 53050 Naucalpan, México.

Tel. (+52) 55 55 60 60 11

Índice

Nota del editor

Introducción

Los hechos urbanos y la teoría de la ciudad

Capítulo primero

La estructura de los hechos urbanos

La individualidad de los hechos urbanos

Los hechos urbanos como obra de arte

Las cuestiones tipológicas

Crítica al funcionalismo ingenuo

Los problemas de clasificación

La complejidad de los hechos urbanos

La teoría de la permanencia y los monumentos

Capítulo segundo

Los elementos primarios y el área

El área estudio

El área y el barrio

La residencia

El problema tipológico de la residencia en Berlín

La Ciudad jardín y la Ville Radieuse

Los elementos primarios

La tensión de los elementos urbanos

La ciudad antigua

Los procesos de transformación

Geografía e historia. La creación humana

Capítulo tercero

La individualidad de los hechos urbanos. La arquitectura

El locus

La arquitectura como ciencia

Ecología urbana y psicología

La precisión de los elementos urbanos

El Foro romano

Los monumentos, crítica al concepto de ambiente

La ciudad como historia

La memoria colectiva

Atenas

Capítulo cuarto

La evolución de los hechos urbanos

La ciudad como campo de aplicación de fuerzas diversas. La economía

La tesis de Maurice Halbwachs

Consideraciones sobre los caracteres de las expropiaciones

La propiedad del suelo

El problema de la vivienda

La dimensión urbana

La política como elección

Nota del editor

La primera edición italiana de este libro fue publicada por la editorial Marsilio de Padua en 1966 dentro de la colección Biblioteca di Architettura e Urbanistica, dirigida por el arquitecto y urbanista Paolo Ceccarelli. En 1978 el propio Aldo Rossi publicó una edición revisada en la editorial Clup de Milán, edición que daría por definitiva y que sigue siendo una referencia internacional de los estudios urbanos en las últimas décadas (prueba de ello es su traducción a numerosos idiomas).

En 1971, la Editorial Gustavo Gili publicó la traducción en castellano en la colección “Arquitectura y crítica”, y después de pasar por varias reimpresiones en la colección “Punto y línea”, el libro se ha ido reimprimiendo en numerosas ocasiones. Con más de cuarenta años de historia, este libro ya forma parte del imaginario de varias generaciones de arquitectos y sigue siendo un libro de referencia para entender los procesos de conformación de la ciudad, entendida esta, como el propio Rossi sostiene en su título, como arquitectura.

Esta nueva edición se basa en la última edición revisada por el propio autor en 1995, basada a su vez en la segunda edición de 1978. Limpia de los diversos prólogos que con los años se habían ido añadiendo, el libro se presenta en su estado original y, aun siendo fieles a la últimas correcciones del autor, se han revisado y actualizado tanto las referencias bibliográficas como el propio texto de acuerdo con los tiempos y con la esperanza de que siga siendo un libro de cabecera para los arquitectos durante muchos años.

Introducción

Los hechos urbanos y la teoría de la ciudad

La ciudad, objeto de este libro, se entiende aquí como una arquitectura. Al hablar de arquitectura no quiero referirme solo a la imagen visible de la ciudad y el conjunto de sus arquitecturas, sino más bien a la arquitectura como construcción, a la construcción de la ciudad en el tiempo.

Independientemente de mis conocimientos específicos, creo que este punto de vista puede constituir un análisis más global acerca de la ciudad. Esta se remite al dato último y definitivo de la vida de la colectividad: la creación del ambiente en el que vive.

Entiendo la arquitectura en sentido positivo como una creación inseparable de la vida civil y de la sociedad en la que se manifiesta; por su naturaleza, la arquitectura es colectiva.

Del mismo modo que los primeros seres humanos se construyeron moradas y en su primera construcción tendían a realizar un ambiente más favorable para su vida, a construirse un clima artificial, también construían con una intencionalidad estética. La arquitectura se inició al mismo tiempo que el primer trazo de la ciudad; así, la arquitectura es congénita a la formación de la civilización y un hecho permanente, universal y necesario.

La creación de un ambiente más propicio para la vida y la intencionalidad estética son los caracteres permanentes de la arquitectura que surgen en todo estudio positivo e iluminan la ciudad como creación humana.

Sin embargo, puesto que da una forma concreta a la sociedad y está íntimamente relacionada con esta y con la naturaleza, la arquitectura es diferente y original respecto al resto de las artes o las ciencias.

Estas son las bases para el estudio positivo de la ciudad, que ya se delineaba en los primeros asentamientos.

No obstante, con el tiempo la ciudad crece sobre sí misma, toma conciencia y memoria de sí misma. En su construcción permanecen sus motivos originales, pero con el tiempo la ciudad precisa y modifica las razones de su propio desarrollo.

Florencia es una ciudad concreta, pero su memoria y su imagen adquieren unos valores que proporcionan y representan otras experiencias. Por otra parte, esta universalidad de su experiencia nunca podrá explicarnos por completo esa forma precisa, esa cosa que es Florencia.

El contraste entre lo particular y lo universal, y entre lo individual y lo colectivo, emerge de la ciudad y de la construcción de la cosa en sí: su arquitectura. Este contraste constituye uno de los puntos de vista principales desde los cuales se estudia la ciudad en este libro, y se manifiesta de diferentes modos: en las relaciones entre la esfera pública y la privada, en el contraste entre el proyecto racional de la arquitectura urbana y los valores del locus, y entre los edificios públicos y los privados.

Por otro lado, mi interés por los problemas cuantitativos y por sus relaciones con los de carácter cualitativo constituye una de las razones del origen de este libro: mis estudios sobre determinadas ciudades siempre han agravado la dificultad de establecer una síntesis y poder proceder con tranquilidad a una valoración cuantitativa del material analítico. En realidad, cada zona parece ser un locus solus, mientras que toda intervención parece que deba referirse a los criterios generales de implantación. Así, mientras que por un lado niego que racionalmente puedan establecerse unas intervenciones vinculadas a unas situaciones locales, por el otro soy consciente de que dichas situaciones son las que más tarde caracterizan las intervenciones.

Por este motivo, nunca otorgaremos suficiente importancia al trabajo monográfico y al conocimiento de los hechos urbanos particulares en los estudios urbanos. Al omitirlos —aun en los aspectos de la realidad más individuales, particulares e irregulares, pero también por ello más interesantes— acabaremos construyendo teorías tan artificiales como inútiles. Fiel a esta tarea, he intentado establecer un método de análisis que se preste a una valoración cuantitativa y que pueda servir para reunir el material estudiado con un criterio unitario. Este método se deduce de la teoría de los hechos urbanos anteriormente citada, de identificar la ciudad como manufactura y de dividirla en elementos primarios y en zona residencial. Estoy convencido de que existe una posibilidad seria de progresar en este campo si procedemos a un examen sistemático y comparativo de los hechos urbanos basándonos en la primera clasificación que aquí hemos intentado.

Acerca de este punto, urge decir que si hemos señalado y propuesto varias veces la división de la ciudad en esfera pública y privada, en elementos primarios y zona residencial, ello nunca ha tenido la importancia primordial que merece.

Esa división está íntimamente relacionada con la arquitectura de la ciudad, pues esta forma parte integrante del ser humano: es su construcción. La arquitectura es el escenario permanente de las vicisitudes del ser humano y está cargada de sentimientos de generaciones, de acontecimientos públicos, de tragedias privadas y de hechos nuevos y antiguos. El elemento colectivo y el privado, la sociedad y el individuo, se contraponen y se confunden en la ciudad constituida por tantos pequeños seres en busca de alojamiento y, con ello, un pequeño ambiente más conforme con el ambiente general.

En su fluir, los edificios de viviendas y la zona en la que están insertados se convierten en signos de esta vida cotidiana.

Si observamos las secciones horizontales de la ciudad que nos ofrecen los arqueólogos, son como una trama primordial y eterna de la vida, un esquema inmutable.

Quienes recuerden las ciudades europeas tras los bombardeos de la II Guerra Mundial tendrán presente la imagen de aquellas casas demolidas, donde entre los escombros permanecían firmes las secciones de las estancias familiares con sus tapicerías descoloridas, los fregaderos colgados en el vacío, el entresijo de tuberías y la intimidad deshecha de los lugares. Y siempre extrañamente envejecidas por nosotros mismos, las casas de nuestra infancia en el fluir de la ciudad. Así, las imágenes, los grabados y las fotografías de las demoliciones nos ofrecen esta imagen: destrucciones y demoliciones, expropiaciones y cambios bruscos en los usos del suelo, y especulación y obsolescencia son algunos de los medios más conocidos de la dinámica de la ciudad; intentaré por ello analizarlos como se merecen. Sin embargo, más allá de toda valoración, también siguen siendo la imagen del destino interrumpido de lo singular, de su participación, muchas veces dolorosa y difícil, en el destino de la colectividad. En su conjunto, la colectividad parece expresarse, en cambio, con carácter de permanencia en los monumentos urbanos. Signos de la voluntad colectiva expresados a través de los principios de la arquitectura, los monumentos parecen situarse como elementos primarios, como puntos fijos de la dinámica urbana.

Principios y modificaciones de lo real, los monumentos constituyen la estructura de la creación humana.

Este estudio intenta, pues, ordenar e inducir los principales problemas de la ciencia urbana, cuyos vínculos e implicaciones la relacionan con el resto de las ciencias humanas; sin embargo, en este marco creo que la ciencia urbana tiene una autonomía propia, aunque en el transcurso de este estudio me pregunto muchas veces cuáles son sus características autónomas y sus límites. Podemos estudiar la ciudad desde numerosos puntos de vista, pero esta aparece de manera autónoma cuando la consideramos como dato último, como construcción, como arquitectura. Dicho de otro modo, cuando analizamos los hechos urbanos por lo que son: la construcción última de una elaboración compleja que tiene en cuenta todos los datos de dicha elaboración que no pueden entenderse ni desde la historia de la arquitectura, ni desde la sociología ni desde otras ciencias.

Me inclino a creer que, entendida de esta manera, la ciencia urbana puede constituir un capítulo de la historia de la cultura y, por su carácter globalizador, sin duda uno de los capítulos principales.

A lo largo de este estudio me ocuparé de diversos métodos para afrontar el problema del estudio de la ciudad, entre ellos el método comparativo. También en este caso, para nosotros la comparación metódica de la sucesión regular de las diferencias crecientes siempre constituirá la guía más segura para aclarar las cuestiones hasta en sus últimos elementos. Por ello hablaré con particular convencimiento de la importancia del método histórico, e insistiré además en el hecho de que no podemos considerar la historia de una ciudad simplemente como un estudio histórico. También debemos poner una atención particular al estudio de las permanencias para evitar que la historia de la ciudad se resuelva únicamente en ellas. De hecho, creo que los elementos permanentes también pueden considerarse igualmente patológicos.

En el estudio de la ciudad, el significado de los elementos permanentes puede compararse con el que estos tienen en el lenguaje; resulta muy evidente cómo el estudio de la ciudad presenta analogías con la lingüística, sobre todo por la complejidad de los procesos de modificación y las permanencias.

Podrían trasponerse los puntos que Ferdinand de Saussure fijó para el desarrollo de la lingüística como programa para el desarrollo de la ciencia urbana: descripción e historia de las ciudades existentes, investigación de las fuerzas en juego de modo permanente y universal en todos los hechos urbanos, y, naturalmente, su necesidad de limitarse y definirse.

Al restituir un desarrollo sistemático de un programa de este tipo, he intentado detenerme especialmente en los problemas históricos y en los métodos de descripción de los hechos urbanos, en las relaciones entre los factores locales y la construcción de los hechos urbanos, y en la identificación de las fuerzas principales que actúan en la ciudad entendidas como fuerzas que están en juego de manera permanente y universal.

La última parte del libro intenta plantear el problema político de la ciudad, en este caso entendido como un problema de elección por el que la ciudad se realiza a sí misma por medio de una idea propia de ciudad.

Estoy convencido de que buena parte de nuestros estudios deberían dedicarse a la historia de la idea de ciudad; en otras palabras, a la historia de las ciudades ideales y de las utopías urbanas.

Hasta donde yo alcanzo a saber, este tipo de contribuciones son escasas y fragmentarias, aunque sí existen investigaciones parciales en el campo de la arquitectura y de la historia de las ideas políticas.

En realidad se produce un proceso continuo de influencias, intercambios y, a menudo, contraposiciones entre los hechos urbanos —tal como se concretan en la ciudad— y las propuestas ideales. En este estudio sostengo que la historia de la arquitectura y de los hechos urbanos realizados es siempre la historia de la arquitectura de las clases dominantes; habría que ver dentro de qué límites y con qué éxito las épocas revolucionarias contraponen un modo propio y concreto de organizar la ciudad.

En realidad, desde el punto de vista del estudio de la ciudad, nos encontramos ante dos posiciones muy diferentes, y sería útil iniciar su estudio a partir de la historia de la ciudad griega y de la comparación del análisis aristotélico de la concreción urbana y la república platónica. En este caso se plantean importantes cuestiones de método.

Tiendo a creer que, como estudio de los hechos, el planteamiento aristotélico ha abierto decisivamente el camino al estudio de la ciudad, de la geografía y de la arquitectura urbanas. Sin embargo, es indudable que no podemos percatarnos del valor concreto de ciertas experiencias si no operamos teniendo en cuenta esos dos planos de estudio; de hecho, algunas ideas puramente espaciales han modificado notablemente —de formas y con intervenciones directas o indirectas— los tiempos y los modos de la dinámica urbana.

Para nosotros, el análisis de estos modos es de extrema importancia.

Para elaborar una teoría urbana podemos remitirnos a una enorme masa de estudios, pero los tomaremos de los lugares más diversos y nos valdremos de ellos para lo que realmente importa en la construcción de un cuadro general de una teoría urbana específica.

Sin querer trazar ningún cuadro de referencia para una historia del estudio de la ciudad, podría decirse que existen dos grandes sistemas: aquel que considera la ciudad como el producto de los sistemas funcionales que generan su arquitectura y, por ende, el espacio urbano; y un segundo que la considera como una estructura espacial. En el primero la ciudad nace del análisis de los sistemas políticos, sociales y económicos, y es tratada desde el punto de vista de estas disciplinas; el segundo punto de vista pertenece más bien a la arquitectura y a la geografía. Aunque yo parta de este segundo sistema como dato inicial, tendré en cuenta los resultados de los primeros sistemas, que contribuyen a plantear problemas muy importantes.

Así, a lo largo de este estudio hago referencia a autores de procedencias diversas e intento considerar algunas tesis que creo fundamentales, independientemente de su calificación. Teniendo en cuenta la cantidad de material disponible, los autores de los que me valgo no son demasiados. Sin embargo, más allá de si la observación general de que un libro o un autor forman parte de una investigación, su punto de vista constituye una contribución esencial a esa investigación (o, en caso contrario, citarlos carece de sentido), he preferido comentar la obra de algunos autores que creo fundamentales para un estudio de este tipo. Las teorías de algunos de estos especialistas cuyo conocimiento me es familiar constituyen las propias hipótesis de este estudio. Independientemente de cuál sea el punto de partida desde el que queramos iniciar los fundamentos de una teoría urbana autónoma, no podemos prescindir de su contribución.

Quedan, naturalmente, fuera de la discusión que aquí emprendemos algunas contribuciones fundamentales y que retomaremos, como el caso de las profundas intuiciones de Fustel de Coulanges o Theodor Mommsen, entre otros.

Me refiero en particular a la importancia que Fustel de Coulanges otorgó a las instituciones como elemento constante de la vida histórica y a la relación entre el mito y la propia institución. Los mitos van y vienen de un lado para otro sin interrupción. Cada generación los explica de diferente manera y añade nuevos elementos al patrimonio recibido del pasado. Sin embargo, detrás de esa realidad que cambia de una época a otra, existe otra realidad permanente que, en cierto sentido, consigue sustraerse a la acción del tiempo. Es en ella donde debemos reconocer el verdadero elemento portador de la tradición religiosa. Las relaciones del ser humano con los dioses en la ciudad antigua, el culto que les rendía, los nombres con los que los invocaba, y los dones y sacrificios que les debía son algo unido a normas inviolables, y el individuo no tienen ningún poder sobre ellas.

Creo que la importancia del rito, de su naturaleza colectiva y de su esencial carácter conservador constituye un punto clave para entender el valor de los monumentos y, en nuestro caso, para entender el valor de la fundación de la ciudad y de la transmisión de las ideas en la realidad urbana.

En efecto, en el presente esbozo de teoría urbana otorgo un gran valor a los monumentos y a menudo me detengo a considerar su significado dentro de la dinámica urbana, aunque sin llegar a ninguna solución completamente satisfactoria. Este trabajo deberá continuarse, y estoy convencido de que para hacerlo será necesario profundizar en la relación entre el monumento, el rito y el elemento mitológico en el sentido que indica Fustel de Coulanges.

Puesto que el rito es el elemento permanente y conservador del mito, también lo es el monumento que, desde el momento mismo que atestigua al primero, posibilita las formas rituales.

Este estudio comenzaría en la ciudad griega, lo que nos serviría para aportar notables contribuciones al significado de la estructura urbana que, en sus orígenes, tuvo una relación inseparable con el modo de ser y con el comportamiento de las personas.

Las contribuciones de la antropología moderna a la estructura social de los poblados primitivos abren nuevos problemas al estudio de los planos de la ciudad e imponen el estudio de los hechos urbanos según sus motivos esenciales. Así entiendo el establecimiento de los cimientos para el estudio de los hechos urbanos, el conocimiento de un número siempre creciente de hechos y su integración en el tiempo y en el espacio; es decir, localizar las fuerzas que están en juego de modo permanente y universal en todos los hechos urbanos.

Si tomamos la relación entre la realidad de cada hecho urbano y las utopías urbanas, por lo general esta se estudia y se da por resuelta dentro de cierto período, en un contexto bastante modesto y con resultados completamente precarios. ¿Cuáles son los límites dentro de los cuales podemos integrar un análisis sectorial de ese tipo en el cuadro de las fuerzas permanentes y universales que están en juego en la ciudad?

Estoy convencido de que las polémicas entre el socialismo utópico y el científico que se produjeron durante la segunda mitad del siglo XIX constituyen un importante material de estudio, pero no podemos considerarlas solo desde un punto de vista meramente político, sino que debemos medirlas con la realidad de los hechos urbanos si no queremos dar pie a graves distorsiones, y ello debe hacerse en todo el abanico de hechos urbanos. En realidad, intentamos aplicar y extender los resultados parciales a la historia de la ciudad.

En general las historias de la ciudad resuelven los problemas más difíciles mediante la fragmentación en períodos. De este modo se ignoran, o no pueden entenderse mediante resultados diversos que, sin embargo, son lo más importante del método comparativo: los caracteres universales y permanentes de las fuerzas de la dinámica urbana.

Obsesionados por algunas características sociológicas de la ciudad industrial, los especialistas en urbanismo han descuidado una serie de hechos de extraordinaria importancia que enriquecen la ciencia urbana con una contribución tan original como necesaria.

Me refiero a los asentamientos y a las ciudades coloniales que Europa construyó principalmente después del descubrimiento de América. Sobre este tema existe muy poco material. Por ejemplo, Gilberto Freyre estudió de la influencia de ciertas tipologías municipales y urbanas que los portugueses llevaron a Brasil y cómo estas estuvieron estructuralmente unidas al tipo de sociedad que allí se estableció. En la formación de la ciudad sudamericana tiene una enorme importancia la relación entre la familia rural y la latifundista de la colonización portuguesa de Brasil, y la teocrítica ideada por los jesuitas y las colonizaciones española y francesa.

Me he percatado de que este tipo de estudio puede contribuir fundamentalmente al estudio mismo de las utopías urbanas y de la constitución de la ciudad, pero el material del que disponemos es todavía demasiado fragmentario.

Por otro lado, los cambios políticos acaecidos en los Estados modernos han demostrado que el esquema urbano cambia con mucha lentitud en el paso de la ciudad capitalista a la socialista, y nos es difícil imaginar concretamente la medida de este cambio. También en este caso es válida la relación que se ha establecido con los hechos lingüísticos.

He dividido este libro en cuatro partes: en la primera me ocupo de problemas de descripción y clasificación y, por tanto, tipológicos; en la segunda de la estructura de la ciudad por partes; en la tercera de la arquitectura de la ciudad y del locus sobre el que se sustenta y, por tanto, de la historia urbana; y, finalmente, en la cuarta me refiero a las principales cuestiones de la dinámica urbana y al problema de la política como elección.

Todos esos problemas están imbricados con la cuestión de la imagen urbana, de su arquitectura, una imagen que ubica el valor del territorio vivido y construido por el hombre. Por ser congénita a los problemas del ser humano, esta cuestión siempre se ha impuesto en nuestros estudios. Paul Vidal de la Blanche escribió: “Los matorrales, los bosques, los campos cultivados y los terrenos yermos se fijan en un todo inseparable cuyo recuerdo lleva consigo el hombre”. Este conjunto inseparable supone tanto la patria natural como la patria artificial del ser humano (esta acepción de ‘natural’ también sirve para la arquitectura). Pienso en la definición de la esencia de la arquitectura como imitación de la naturaleza de Francesco Milizia: “A la arquitectura le falta en realidad el modelo formado por la naturaleza, pero tiene otro formado por los seres humanos: la habilidad natural de construir sus primeras moradas”.

En definitiva, estoy convencido de que el esquema de teoría urbana presentado en este libro puede incluir más de un desarrollo, y que este puede asumir matices y direcciones imprevistos. Sin embargo, también estoy convencido de que este progreso en el conocimiento de la ciudad puede ser real y eficaz únicamente si dejamos de reducirla a algunos de sus aspectos parciales y perdemos de vista su significado.

En este sentido, también estoy convencido de la necesidad de dedicarse a los estudios urbanos, y de que su organización en las escuelas y en las investigaciones le aseguren la autonomía necesaria.

Al margen de cómo se juzgue en su trazado y su planteamiento, este bosquejo de una teoría urbana fundamentada es el resultado no definitivo de una larga investigación y, más que presentar los resultados conseguidos, pretende ser una invitación a su desarrollo.

Capítulo primero

La estructura de los hechos urbanos

La individualidad de los hechos urbanos

Al describir una ciudad nos ocupamos principalmente de su forma; esta forma es un dato concreto que se refiere a una experiencia también concreta: Atenas, Roma o París. Esta forma se resume en la arquitectura de la ciudad y es a partir de esta arquitectura que me ocuparé de los problemas de la ciudad. Ahora bien, por arquitectura de la ciudad pueden entenderse dos aspectos diferentes: en el primero es posible asemejar la ciudad a una gran manufactura, una obra de ingeniería y de arquitectura, más o menos grande o compleja, que crece en el tiempo; en el segundo podemos referirnos a unos entornos más limitados de la ciudad, a hechos urbanos que están caracterizados por su arquitectura y por la forma que les es propia. En ambos casos nos damos cuenta de que la arquitectura no representa más que un aspecto de una realidad más compleja, de una estructura particular, pero al mismo tiempo, puesto que es el dato último verificable de dicha realidad, es el punto de vista más concreto con el que enfrentarse al problema.

Nos daremos cuenta más fácilmente de todo esto si pensamos en un hecho urbano determinado, y atendemos a la serie de problemas que nacen de su observación. Por otra parte, también entrevemos cuestiones menos claras que se refieren a la cualidad y a la naturaleza singular de todo hecho urbano.

Todas las ciudades europeas tienen grandes palacios, complejos o agregados que constituyen auténticas partes de la ciudad y cuya función actual a duras penas es la originaria. Me viene en este momento a la cabeza el Palazzo della Ragione de Padua. Cuando se visita un monumento de ese tipo sorprenden una serie de cuestiones que están íntimamente relacionadas con él y, sobre todo, impresiona la pluralidad de funciones que puede contener un palacio de ese tipo, y cómo estas son, por decirlo de algún modo, completamente independientes de su forma. Sin embargo, esta forma es la que queda impresa, la que vivimos, recorremos y, a su vez, la forma que estructura la ciudad.

Palazzo della Ragione, Padua, 1219-1309.

¿Dónde empieza la individualidad de este palacio y de qué depende? Sin duda, la individualidad depende de su forma más que de su materia, aunque esta última tenga un papel importante, pero también del hecho de que su forma compleja está organizada en el espacio y en el tiempo. Por ejemplo, nos percatamos de que si el hecho arquitectónico que examinamos hubiera sido construido recientemente no tendría el mismo valor; en este caso quizás podría valorarse su arquitectura en sí misma, quizás podríamos hablar de su estilo y, por tanto, de su forma, pero no presentaría aún la riqueza de temas con la que reconocemos un hecho urbano.

Se han conservado algunos valores y funciones originales, otras han cambiado por completo; tenemos una certeza estilística de ciertos aspectos de la forma, mientras que otros sugieren aportaciones lejanas. Todos pensamos en los valores que han permanecido y constatamos que, si bien tenían una conexión propia con la materia —y este es el único dato empírico del problema—, sin embargo nos referimos a valores espirituales.

En este momento tendremos que hablar de la idea que tenemos de este edificio, de la memoria más general de este edificio como producto de la colectividad y de la relación que tenemos con la colectividad a través de él.

También sucede que, mientras visitamos el palacio y recorremos una ciudad, tenemos experiencias e impresiones diferentes. Hay quienes detestan un lugar porque está ligado a momentos nefastos de su vida, otros reconocen en un lugar un carácter favorable; esas experiencias y su suma también constituyen la ciudad. En este sentido, y aunque resulta extremadamente difícil dada nuestra educación moderna, debemos reconocer una cualidad al espacio. Este era el sentido con el que los antiguos consagraban un lugar, y presupone un tipo de análisis mucho más profundo que la simplificación que nos ofrecen algunos test psicológicos que solo consideran la legibilidad de las formas.

Ha bastado con que nos detengamos a considerar un solo hecho urbano para que se nos haya presentado toda una serie de cuestiones que pueden relacionarse principalmente con algunos grandes temas como la individualidad, el locus, el diseño y la memoria; con ellos dibujamos una conciencia de los hechos urbanos más completa y diversa que aquella que normalmente se considera. Se trata de ver, pues, qué grado de concreción tiene este conocimiento.

Repito que quiero ocuparme aquí de esta concreción a través de la arquitectura de la ciudad, de la forma, pues esta parece resumir el carácter global de los hechos urbanos, incluido su origen. Por otra parte, la descripción de la forma incluye el conjunto de datos empíricos de nuestro estudio y puede llevarse a cabo mediante la observación; en parte, esto es lo que entendemos por morfología urbana: la descripción de las formas de un hecho urbano. Sin embargo, esta no es más que un momento, un instrumento que se aproxima al conocimiento de la estructura, pero que no se identifica con ella. Todos los especialistas de la ciudad se detienen ante la estructura de los hechos urbanos y declaran que, además de los elementos catalogados, encontraban “el alma de la ciudad”; es decir, la cualidad de los hechos urbanos. Los geógrafos franceses han elaborado un importante sistema descriptivo, pero no han intentado adentrarse en la conquista de la última trinchera de su estudio: después de haber indicado que la ciudad se construye a sí misma en su totalidad, y que esta constituye su “razón de ser”, han dejado sin explorar el significado de la estructura que se entrevé. Con las premisas de las que partían no podían obrar de otro modo; todos estos estudios han rechazado un análisis de la concreción de cada hecho urbano.

Los hechos urbanos como obra de arte

Más adelante intentaré examinar estos estudios en sus líneas principales, pero ahora es necesario introducir una consideración fundamental y hacer referencia a algunos autores que sirven de guía a esta investigación.

Al plantear interrogantes sobre la individualidad y la estructura de un hecho urbano determinado, se ha planteado una serie de cuestiones que en su conjunto parece constituir un sistema capaz de analizar una obra de arte. Ahora bien, aunque esta investigación tiene como fin establecer la naturaleza de los hechos urbanos y su identificación, puede decirse rápidamente que admitimos que en la naturaleza de los hechos urbanos hay algo que los asemeja mucho con la obra de arte, y no solo desde un punto de vista metafórico; son una construcción en la materia, y a pesar de ella, son algo diferente: están condicionados, pero también son condicionantes.1

Esta artisticidad de los hechos urbanos va muy ligada a su cualidad, a su unicum y, por tanto, a su análisis y su definición. La cuestión es extremadamente compleja; ahora bien, dejando de lado los aspectos psicológicos del tema, creo que los hechos urbanos son complejos en sí mismos y que somos capaces de analizarlos, pero difícilmente de definirlos. Siempre me ha interesado la naturaleza de este problema y estoy convencido de que tiene que ver plenamente con la arquitectura de la ciudad.

Tomemos un hecho urbano cualquiera —un palacio, una calle o un barrio— y describámoslo. Nos surgirán todas las dificultades que habíamos visto en las páginas precedentes cuando hablábamos del Palazzo della Ragione de Padua. Parte de dichas dificultades dependerá también de la ambigüedad de nuestro lenguaje y parte podrá superarse, pero siempre quedará una experiencia que solo es posible para quien haya recorrido aquel palacio, aquella calle o aquel barrio.

El concepto que pueda derivarse de un hecho urbano siempre será diferente del conocimiento de quien vive aquel mismo hecho. Estas consideraciones pueden limitar de algún modo nuestra tarea, y es posible que esta consista principalmente en definir ese hecho urbano desde el punto de vista de la manufactura; en otras palabras, definir y clasificar una calle, una ciudad y una calle en la ciudad, definir el lugar de esta calle, su función, su arquitectura y, sucesivamente, los sistemas posibles de calle en la ciudad, y otras muchas cosas.

Deberemos ocuparnos, pues, de la geografía y la topografía urbanas, de la arquitectura y de otras disciplinas. La cuestión ya no resulta fácil, pero parece posible, y en los párrafos siguientes intentaremos llevar a cabo un análisis en este sentido. Ello significa que, de un modo más general, podremos establecer una geografía lógica de la ciudad que deberá aplicarse esencialmente a los problemas del lenguaje, de la descripción y de la clasificación. Aún no han sido objeto de un trabajo sistemático y serio en el campo de las ciencias urbanas cuestiones tan fundamentales como las tipologías. En la base de las clasificaciones existentes hay demasiadas hipótesis no verificadas y, por tanto, generalizaciones carentes de sentido.

Sin embargo, en las ciencias mencionadas asistimos a un tipo de análisis más vasto, más concreto y completo de los hechos urbanos que considera la ciudad como “la cosa humana por excelencia”, y quizás también aquello que solo puede aprehenderse viviendo un determinado hecho urbano. Esta concepción de la ciudad, o mejor aún, de los hechos urbanos como obra de arte, ha recorrido el estudio de la ciudad misma; podemos reconocer esta concepción en artistas de todas las épocas y en muchas manifestaciones de la vida social y religiosa bajo la forma de intuiciones y descripciones de diversa índole. En este sentido, la idea de la ciudad siempre va ligada a un lugar preciso, a un acontecimiento y a una forma en la ciudad.

No obstante, la cuestión de la ciudad como obra de arte ya ha sido planteada de manera explícita y científica, sobre todo a través de la idea de la naturaleza de los hechos colectivos; creo que ninguna investigación urbana puede ignorar este aspecto del problema. ¿Cómo se relacionan los hechos urbanos con las obras de arte? Todas las grandes manifestaciones de la vida social tienen en común con la obra de arte el haber nacido de la vida inconsciente, a un nivel colectivo en el primer caso, individual en el segundo. Sin embargo, esta diferencia es secundaria, pues unas son producidas por el público y las otras para el público; es precisamente el público quien les proporciona un denominador común.

Con este planteamiento, Claude Lévi-Strauss recondujo la ciudad al ámbito de una temática rica en desarrollos imprevistos. También advirtió cómo, en mayor medida que las otras obras de arte, la ciudad se encuentra entre el elemento natural y el artificial, objeto de naturaleza y sujeto de cultura.2 Este análisis también fue anticipado por Maurice Halbwachs cuando vio que el carácter típico de los hechos urbanos se encontraba en las características de la imaginación y de la memoria colectiva.

Esos estudios sobre la ciudad vista en su complejidad estructural tienen un precedente inesperado y poco conocido en la obra de Carlo Cattaneo. Cattaneo nunca planteó de un modo explícito la cuestión de la artisticidad de los hechos urbanos, pero la estrecha conexión que en su pensamiento tienen las ciencias y las artes, unos aspectos del desarrollo de la mente humana en lo concreto, posibilita este acercamiento. Más adelante me ocuparé de su concepto de ciudad como principio ideal de la historia, del vínculo entre el campo y la ciudad, y de otras cuestiones de su pensamiento que tienen que ver con los hechos urbanos, pero de momento interesa ver cómo se enfrenta con la ciudad. Cattaneo nunca distinguió entre ciudad y campo, en tanto que todo el conjunto de lugares habitados es obra del ser humano. “Toda región se distingue de las silvestres en ser un inmenso depósito de esfuerzos [...]. La mayor parte de esa tierra, pues, no es obra de la naturaleza, sino de nuestras manos; es una patria artificial”.3

La ciudad y la región, la tierra agrícola y los bosques se convierten en la cosa humana porque son un inmenso depósito de esfuerzos y obra de nuestras manos; sin embargo, como patria artificial y cosa construida, pueden también ser testigos de valores; son permanencia y memoria. La ciudad es en su historia.

Por ello, la relación entre el lugar, los hombres y la obra de arte —que es el hecho último y esencialmente decisivo que conforma y dirige la evolución según una finalidad estética—, nos impone un estudio complejo de la ciudad.

Dos grabados de Johann Rudolf Dikenmann (1793-1884): arriba, Zúrich, el lago y los Alpes vistos desde la torre de la iglesia de S. Peter; y abajo, el Puente del Diablo en el paso de San Gottardo.

Y, naturalmente, también tendremos que tener en cuenta cómo los hombres se orientan en la ciudad, la evolución y la formación de su sentido del espacio, una parte que, en mi opinión, es la más importante de algunos estudios estadounidenses recientes, en particular el de Kevin Lynch; es decir, la parte que tiene que ver con la concepción del espacio basada en gran medida en los estudios de antropología y en las características urbanas.

También Max Sorre había avanzado este tipo de observaciones sobre un material análogo, en particular sobre las observaciones de Marcel Mauss acerca de la correspondencia entre los nombres de los grupos y de los lugares de los esquimales. Quizás sea útil volver sobre estos temas, pero de momento todo esto nos sirve solo de introducción a la investigación, y volveremos a ello solo cuando hayamos considerado un número mayor de aspectos del hecho urbano hasta intentar comprender la ciudad como una gran representación de la condición humana.

Intento tener en cuenta esta representación a través de su escenario permanente y profundo: la arquitectura. A veces me pregunto cómo es que nunca se haya analizado la arquitectura por su valor más profundo de cosa humana que conforma la realidad y la materia según una idea estética. Y, de este modo, ella misma no es solo el lugar de la condición humana, sino una parte misma de esa condición que se representa en la ciudad y en sus monumentos, en los barrios, en las casas y en todos los hechos urbanos que emergen del espacio habitado. A partir de este escenario, los teóricos se han adentrado en la estructura urbana intentando siempre advertir cuáles eran los puntos permanentes, los verdaderos nudos estructurales de la ciudad, aquellos puntos en donde se lleva a cabo la acción de la razón.

Retomo ahora la hipótesis de la ciudad como manufactura, como obra de arquitectura o de ingeniería que crece en el tiempo, una de las hipótesis más seguras con las que podemos trabajar.4

Quizás en contra de muchas mistificaciones, todavía nos puede servir el sentido que se ha dado a la investigación de Camillo Sitte cuando buscaba leyes en la construcción de la ciudad que prescindieran de los meros hechos técnicos y cuando se daba cuenta plenamente de la “belleza” del esquema urbano:

Poseemos tres sistemas principales de urbanización: el rectangular, el radial, el triangular y algunos secundarios, combinaciones de los anteriores. Desde el punto de vista estético no nos interesa ninguna de estas disposiciones, por cuyas arterias no corre ni una sola gota de sangre artística. El fin que se persigue en los tres es la regularización del trazado, siendo pues desde el principio una orientación únicamente técnica; la red de calles cuida tan solo allí de la comunicación, jamás del arte. No tratamos en tal sentido de Atenas y Roma antiguas, ni de Núremberg o Venecia, pues solo importa al arte aquello que puede verse en conjunto; esto es, la calle en sí y la plaza aislada.5

La llamada de Sitte es importante por su empirismo, y hasta, creo yo, puede relacionarse con ciertas experiencias estadounidenses de las que hablábamos anteriormente, en las que la artisticidad puede leerse como figuratividad. Como ya he dicho anteriormente, sin duda la lección de Sitte también puede servir en contra de muchas mistificaciones, una lección que se refiere a la técnica de la construcción urbana. Sin embargo, en ella siempre se producirá el momento concreto del diseño de una plaza y un principio de transmisión lógica, de enseñanza, de este diseño, y, por tanto, los modelos serán siempre, al menos de algún modo, la calle o la plaza concretas.

Por otro lado, la lección de Sitte contiene también un gran equívoco: que la ciudad como obra de arte puede reducirse a algún episodio artístico o a su legibilidad y no a su experiencia concreta. Creemos, al contrario, que el conjunto es más importante que las partes separadas, y que solo el hecho urbano en su totalidad —y, por tanto, también el sistema viario, la topografía urbana e incluso las cosas que uno puede aprender paseando de un lado a otro de una calle— constituyen dicho conjunto. Naturalmente, y tal como me dispongo a llevar a cabo, deberemos examinar esa arquitectura total por partes.

Empezaré, pues, por un tema que abre el camino al problema de la clasificación: la tipología de los edificios y su relación con la ciudad. Esta relación constituye la hipótesis de fondo de este libro y será analizada desde diferentes puntos de vista, considerando siempre los edificios como monumentos y partes de ese todo que es la ciudad.

Esta postura era clara para los teóricos de arquitectura de la Ilustración. En sus lecciones en la École Royale Polytecnique, Jean-Nicolas-Louis Durand escribía: “Del mismo modo que los muros, la columnas, etc., son los elementos de los que se componen los edificios, estos son los elementos de los que se componen las ciudades”.6

Las cuestiones tipológicas

La concepción de los hechos urbanos como obra de arte abre el camino al estudio de todos aquellos aspectos que arrojan luz sobre la estructura de la ciudad. La ciudad como cosa humana por excelencia está constituida por su arquitectura y por todas aquellas obras que constituyen el modo real de transformación de la naturaleza.

Los seres humanos de la Edad del Bronce adaptaron el paisaje a las necesidades sociales construyendo plataformas artificiales con ladrillos y excavando pozos, canales de desagüe y cursos de agua. Las primeras casas aislaban a los habitantes del ambiente exterior proporcionándoles un clima controlado por el ser humano; la evolución del núcleo urbano responde a ese intento de control, a la creación y la extensión de un microclima. La primera transformación del mundo de acuerdo con las necesidades del ser humano se produjo en los poblados neolíticos. La patria artificial es, pues, tan antigua como el ser humano.

En el mismo sentido de esas transformaciones se constituyeron las primeras formas, los primeros tipos de morada, y los templos y los edificios más complejos, de modo que el tipo se fue constituyendo según unas necesidades y una aspiración de belleza única, que difiere mucho entre las distintas sociedades, y que va unida a la forma y al modo de vida. Así, es lógico que el concepto de tipo se constituya como fundamento de la arquitectura y vaya repitiéndose tanto en la práctica como en los tratados.

Por tanto, afirmo la importancia de los importantes temas tipológicos que siempre han ido recorriendo la historia de la arquitectura y que, por lo general, se plantean cuando nos enfrentamos con los problemas urbanos. Tratadistas como Francesco Milizia nunca definieron el tipo, pero afirmaciones como la que sigue pueden incluirse en este concepto: “La comodidad de cualquier edificio comprende tres objetos principales: 1, su situación; 2, su forma; y 3, la distribución de sus partes”.

En consecuencia, creo en el concepto de tipo como en algo permanente y complejo, como enunciado lógico que se antepone a la forma y que la constituye.

Uno de los más importantes teóricos de la arquitectura, Quatremère de Quincy, comprendió la enorme importancia de este problema y ofreció una definición magistral de tipo y de modelo: