La cima del amor - Rebecca Winters - E-Book
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La cima del amor E-Book

Rebecca Winters

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Beschreibung

Un amor prohibido. La abogada Carolena Baretti era muy recelosa, pero su encuentro casual con el príncipe le provocó una fuerte atracción y pensó que él era el hombre en quien podía confiar. Valentino, el príncipe heredero, estaba cada vez menos concentrado en su trabajo a causa de Carolena. Jugaba con fuego, ya que para estar con ella tendría que sacrificarlo todo, incluido su derecho al trono…

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Editado por HARLEQUIN IBÉRICA, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2014 Rebecca Winters

© 2015 Harlequin Ibérica, S.A.

La cima del amor, n.º 2559 - febrero 2015

Título original: Becoming the Prince’s Wife

Publicada originalmente por Mills & Boon®, Ltd., Londres.

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Jazmín y logotipo Harlequin son marcas registradas propiedad de Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.: 978-84-687-6061-2

Editor responsable: Luis Pugni

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño

www.mtcolor.es

Índice

 

 

Portadilla

Créditos

Índice

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Publicidad

Capítulo 1

 

CUANDO Carolena Baretti se bajó de la limusina vio que Abby, su mejor amiga, subía por las escaleras del jet real. Al llegar arriba, ella se detuvo y se volvió:

–¡Estupendo! ¡Has llegado! –exclamó mientras intentaba evitar que su bebé escapara de sus brazos.

Con ocho meses, el príncipe Maximilliano era igual que su padre, el príncipe Vincenzo di Laurentis de Arancia. Carolena sabía que le estaban saliendo los dientes y le había llevado varios juguetes adecuados para que pudiera morderlos durante el vuelo a Gemelli.

La azafata agarró la maleta de Carolena y la acompañó a bordo. La sillita del bebé estaba colocada en uno de los asientos de piel y aunque el bebé intentaba escapar de los brazos de su madre, ella consiguió abrocharle el cinturón.

Carolena sacó un aro de color azul de su bolso de paja y dijo:

–A lo mejor esto te ayuda –se lo entregó al bebé–. ¿Qué te parece, cariño?

Max lo agarró y se lo llevó a la boca, provocando que ellas se rieran.

–Gracias por el regalo –dijo Abby, después de abrazar a Carolena–. ¡Cualquier distracción es estupenda!

Carolena se rio.

–Así seguro que no te aburres. He traído una película para que la veamos durante el vuelo. ¿Recuerdas que te conté que de pequeña me encantaba el actor Louis Jourdan?

–Actuaba en Gigi, ¿no?

–Sí. He encontrado una película suya entre la colección de mi hermano. Ya sabes que me encantan las películas antiguas. Se llama Bird of Paradise, y puesto que sobrevolaremos el monte Etna, pensé que podría gustarte.

–Nunca he oído hablar de esa película, pero gracias por pensar en mí. Estoy segura de que me gustará.

–Carolena… Sé que es un momento difícil para ti, pero me alegro mucho de que hayas decidido venir. Vincenzo y Valentino tienen que hablar de negocios durante estos días. Eso nos dará tiempo para hacer lo que queramos mientras la reina Bianca se dedica a mimar a su nieto.

–Cuando Max sonríe veo en él rasgos de Michelina. Ella debe de estar encantada.

–Lo sé. Resulta difícil de creer que Bianca estuviera muy disgustada por el embarazo. Ahora está mucho más cariñosa conmigo.

–Da gracias al cielo, Abby.

Abby Loretto se había ofrecido a ser madre de alquiler para albergar en su vientre al hijo de Sus Altezas, y tanto Vincenzo como ella lo pasaron muy mal a causa de la repentina muerte de Michelina.

Carolena se alegraba de que, desde entonces, ambos se hubieran enamorado locamente, hubieran conseguido superar los contratiempos antes de casarse, y estuvieran criando juntos a su precioso hijo. También se alegraba de que la hubieran invitado a acompañarlos durante sus cortas vacaciones.

Era cuatro de junio, una fecha que había temido desde los últimos siete años. Era el día en que había fallecido Berto, su prometido, y le producía un fuerte sentimiento de culpabilidad. Berto y ella habían compartido un amor intenso, pero había finalizado demasiado pronto y de manera trágica. Y todo por culpa de Carolena.

Siempre había arriesgado demasiado, tal y como su difunta abuela solía recordarle: «Te metes allí donde los ángeles temen pisar, sin pensar en nadie más que en ti misma. Es posible que sea debido a que perdiste a tus padres demasiado pronto y porque yo te he fallado. Un día pagarás el precio de ser tan cabezota».

Las lágrimas afloraron a sus ojos. Qué ciertas eran aquellas palabras.

La muerte de Berto había provocado un cambio permanente en Carolena. No quería volver a ser responsable de ninguna otra persona, aparte de aquellas que tuvieran relación con su trabajo de abogada. A pesar de que había salido con varios hombres, siempre había mantenido relaciones cortas y superficiales. Durante esos siete años su forma de vida se había basado en eludir todo compromiso. Nadie dependía de ella. Y sus actos no afectaban ni herían a otras personas. Así era como le gustaba vivir.

Abby sabía que se acercaba la fecha y había insistido en que Carolena los acompañara al viaje para que no pensara en lo que había sucedido en el pasado. Carolena adoraba a su amiga por muchos motivos, pero sobre todo por ser tan atenta con ella en momentos difíciles como ese.

Mientras se abrochaba el cinturón vio que varios guardaespaldas acompañaban a Vincenzo hasta el interior del avión. Él se detuvo para besar a su esposa y a su hijo antes de abrazar a Carolena.

–Me alegro de verte. Gemelli es un país muy bonito. Te encantará.

–Estoy segura de que así será. Gracias por haberme invitado, Vincenzo.

–Créeme, el placer es nuestro. Si estáis preparadas, despegaremos. Le dije a Valentino que llegaríamos a media tarde.

Cuando él se sentó, el avión comenzó a despegar. Dejaron atrás el principado de Arancia, un país situado en la Riviera, entre Francia e Italia.

Antes de que el avión se dirigiera hacia el sur, ella contempló cómo se alejaban del mar Mediterráneo, pero era evidente que Abby y Vincenzo solo tenían ojos el uno para el otro. Lo suyo era una verdadera historia de amor. Observarlos resultaba doloroso. En momentos como aquellos, con tan solo veintisiete años, Carolena se sentía vieja antes de tiempo.

Afortunadamente tenía una película para ver. La historia trataba sobre un hombre francés que viajaba a la Polinesia y se enamoraba de una nativa que más tarde, cuando el volcán entró en erupción, tuvo que saltar a su interior para ofrecerse en sacrificio a los dioses.

Cuando el avión comenzó a descender sobre Gemelli, Carolena vio que salía humo del Etna, uno de los volcanes de Italia, y se estremeció al pensar en la posibilidad de que entrara en erupción.

 

 

El helicóptero se alejó de la nueva fumarola que había surgido en el cráter oeste del Etna. Después de observar la nueva salida de gases, el equipo científico envió el vídeo y los datos sísmicos antes de dirigirse al Centro Nacional de Geofísica y Vulcanología de Catania, en la Costa Este de Sicilia.

Durante el trayecto al laboratorio, los tres hombres oyeron varias explosiones procedentes del interior del cráter, pero no había motivo para activar la alerta de evacuación.

Cuando el helicóptero aterrizó, el príncipe Valentino se despidió de sus dos colegas y se subió en el helicóptero real para dirigirse a Gemelli. El equipo había regresado tarde, pero habían tenido que hacer un estudio minucioso antes de enviar fotos y datos importantes.

El príncipe Vincenzo di Laurentis, cuñado de Valentino, habría llegado al palacio varias horas antes junto con su esposa, Abby, y su hijo, Max. Habían llegado de Arancia para visitarlo y se quedarían unos días. Valentino estaba deseando verlos.

Vincenzo y él eran primos lejanos y habían realizado negocios juntos durante muchos años, pero su relación se había hecho más estrecha después de que Vincenzo se casara con Michelina, su primera esposa y hermana de Valentino. Su muerte había dejado un gran vacío en su corazón. Él siempre había estado muy unido a su hermana.

Vitale, su hermano pequeño, al que llamaban Vito, estaba en el ejército, así que, después del trabajo, Valentino pasaba el rato saliendo con sus amigos y su novia más reciente, mientras que su madre, Bianca, la reina de Gemelli, se mantenía ocupada con los asuntos del país.

Aquella noche, en cuanto el helicóptero aterrizó en la parte trasera del palacio, Valentino, que estaba deseando ver a Vincenzo, se apresuró a cruzar los jardines para tomar un atajo junto a la piscina y llegar a su apartamento del ala este.

De pronto, vio algo que provocó que se detuviera en seco. En el borde del trampolín había una mujer despampanante con un bañador de color morado que estaba a punto de saltar.

Momentos después, la mujer desapareció bajo el agua, pero él ya había tenido tiempo de olvidar la fumarola del monte Etna y de seguir con la mirada aquellas piernas esbeltas. Cuando salió a la superficie en la parte profunda de la piscina, él se agachó para saludarla. Sus ojos eran de color verde y su boca sensual, y tenía una trenza de color dorado sobre uno de sus hombros.

–¡Huy! ¡Alteza! ¡Creía que no había nadie por aquí!

No la conocía de antes porque nunca la habría olvidado. Se fijó en que no llevaba anillo en el dedo.

Ella se acercó más al borde de la piscina. Él tuvo la sensación de que intentaba evitar que él viera todo su cuerpo y se sintió intrigado por su pudor.

–Soy Carolena Baretti, amiga de Abby Loretto.

¿Esa mujer era la mejor amiga de Abby? Había oído hablar de ella, pero Vincenzo nunca le había dicho nada. Y Valentino sabía que su cuñado no era ciego… Aunque no le habían comentado que ella los acompañaría en el viaje, no le importaba. En absoluto.

–¿Cuánto tiempo lleva aquí?

–Llegamos a las dos. La reina está jugando con Max mientras que Vincenzo y Abby duermen la siesta –sonrió para sí–. Yo decidí venir a darme un baño.

–El trabajo me llevó más tiempo de lo esperado y me ha sido imposible regresar antes de que llegaran. He organizado una cena en el comedor privado para esta noche. ¿Dentro de media hora? Uno de mis empleados le mostrará el camino.

–Es muy amable, pero no quiero molestar durante el tiempo que estemos aquí. He comido algo antes de venir a bañarme, así que me quedaré disfrutando de este lugar.

–Es amiga de ellos, así que no hace falta que le diga que está invitada –sonrió–. Y aunque no estuviera con ellos, me gustan las molestias tan agradables como esta. Insisto en que nos acompañe.

–Gracias –dijo ella, pero él supo que estaba debatiéndose acerca de aceptar su invitación–. Antes de que se vaya, quería decirle que siento mucho la pérdida de la princesa Michelina. Veo que tanto usted como el bebé se parecen a su hermana. Sé que ha sido devastador para su familia, sobre todo para la reina, pero si alguien puede dar alegría a todos ustedes es su adorable sobrino, Max.

–Estoy deseando verlo otra vez. Probablemente haya crecido un palmo desde la última vez.

Ella sonrió.

–Teniendo en cuenta que es el hijo del príncipe Vincenzo, supongo que será un chico muy alto.

–No me sorprendería. A presto,signorina Baretti.

 

* * *

 

Carolena lo observó alejarse por el patio hasta que desapareció al atravesar una puerta de cristal. Mucho después de que él se hubiera marchado, ella seguía intentando recuperar la respiración. Había reconocido al atractivo príncipe de treinta y dos años nada más verlo.

Lo conocía gracias a lo que había leído en los periódicos y había visto en la televisión cuando cubrieron la noticia del entierro de su hermana, la princesa Michelina. Él había acompañado a su madre, la reina Bianca, y a su hermano en el carruaje negro y dorado y los tres se mostraban muy afectados.

En una encuesta reciente lo habían nombrado uno de los solteros de la realeza más solicitados del mundo. Y en la mayor parte de las revistas se hablaba de que era un mujeriego. Carolena lo creía. La había mirado de arriba abajo, provocando que experimentara un fuerte calor allá donde posaba su mirada.

Ninguna cámara podría captar el impresionante color azul de sus ojos. El sol de la tarde bañaba en oro las puntas de su cabello rubio y resaltaba las facciones de su rostro. Era un hombre tremendamente atractivo.

Vestía unos pantalones vaqueros que se ceñían a sus poderosos muslos y una camisa blanca arremangada que dejaba sus musculosos antebrazos al descubierto. Además, tenía la ropa, los brazos y el rostro manchados de negro y ella se preguntaba qué habría estado haciendo. El hecho de que fuera un hombre trabajador aumentaba su potente carisma. Lo convertía en algo más que en un príncipe atractivo sin sustancia.

Carolena se quedó asombrada por cómo había reaccionado ante él. Debido a su trabajo de abogada, había conocido a hombres de diferentes tipos, ingenieros, empresarios, fabricantes y genios de la tecnología entre otros, pero nunca había reaccionado de esa manera ante ninguno de ellos. Ni siquiera con Berto, que había sido un amigo de la infancia antes de que se enamoraran.

El príncipe había dicho media hora. Carolena no tenía intención de acompañarlos durante aquella velada, pero puesto que él había insistido, decidió que sería mejor asistir a la cena para no ofenderlo. Por desgracia se le estaba haciendo tarde. Tendría que arreglarse deprisa, pero no tenía tiempo de lavarse el cabello.

Salió de la piscina y se dirigió a su dormitorio. Se dio una ducha, se quitó la trenza y se peinó. Después de maquillarse, se puso un vestido con tela de leopardo, unos pendientes y un collar de oro. También unos zapatos de color ámbar.

El despacho de abogados para el que trabajaba en Arancia exigía que los empleados vistieran prendas de diseño, puesto que trataban con clientela de la alta sociedad. Abby había trabajado allí con ella hasta el quinto mes de embarazo, en el que se vio obligada a pedir la baja laboral. Puesto que Carolena había trabajado allí veinte meses y recibía un buen salario, había acumulado ropa estupenda y no tenía que preocuparse por encontrar algo apropiado para llevar a la cena.

Llamaron a la puerta y ella pensó que una doncella estaba esperándola para acompañarla hasta el comedor. Nada más abrir se sorprendió al ver que era el príncipe quien la esperaba, vestido con una camisa de seda marrón y unos pantalones de color beige.

Ambos se miraron de arriba abajo. Él estaba recién duchado y desprendía un maravilloso aroma a jabón.

–Alteza… Es la segunda vez que me sorprende esta tarde.

Él le dirigió una amplia sonrisa.

–Las sorpresas hacen que la vida sea más interesante, ¿no cree?

–Estoy de acuerdo, pero depende del tipo.

–Soy incapaz de resistirme a este tipo de sorpresa.

–Es un honor para mí que sea el propio príncipe quien me acompañe.

–No le ha resultado muy difícil decirlo, ¿no? –su comentario provocó que ella sonriera–. Puesto que estoy muerto de hambre, pensé que si la acompañaba al comedor en persona todo se apresuraría, y he de admitir que me alegra ver que está preparada.

–Entonces no perdamos más tiempo.

–Vincenzo y Abby ya están allí, pero ni siquiera me han visto cuando pasé por la puerta. Había oído que la luna de miel podía durar una semana o dos, pero ¿ocho meses?

Carolena se rio.

–Sé lo que quiere decir. Durante el vuelo, estaban tan embelesados que apenas me dirigieron un par de palabras.

–El amor debería ser siempre así, pero no es lo habitual.

–Lo sé –murmuró ella.

Vincenzo y Michelina no habían disfrutado de un matrimonio así. Carolena y Valentino eran conscientes de ello, así que dejaron el tema.

Ella lo siguió por varios pasillos llenos de tapices y cuadros hasta unas puertas que daban al jardín y que estaban custodiadas por un empleado.

–Atajaremos por el jardín hasta la otra ala del palacio. Es más rápido.

El príncipe Valentino no tenía nada de estirado o de arrogante, y poseía el extraño don de ser capaz de conseguir que ella se sintiera cómoda y relajada.

–Los jardines son preciosos –dijo ella, mirando a su alrededor–. Hay una amplia colección de palmeras y plantas exóticas. Y nunca había visto una arquitectura barroca tan llamativa.

Él asintió.

–Mi hermano, Vito, y yo siempre nos hemos reído de todos los querubines alados que sujetan los balcones. Mi madre solía llevarse grandes disgustos porque les pintábamos bigotes. Como castigo teníamos que borrárselos.

Ella soltó una carcajada.

–No le contaré a Abby lo que ha dicho o tendrá pesadillas pensando en que Max pueda hacer esas trastadas.

–Todavía falta algún tiempo para eso –dijo él.

–Todas esas balaustradas de hierro forjado contribuyen a que el palacio sea precioso.

–Este lugar es único –comentó él, antes de guiarla por una puerta.

Al pasar junto a él, sus brazos se rozaron y ella se estremeció. Era ridículo que reaccionara de esa manera. Sin duda era porque nunca había estado tan cerca de un príncipe. A excepción de Vincenzo, pero él no contaba de esa manera.

Llegaron a la entrada del comedor, donde Abby y Vincenzo estaban sentados a la mesa, a la luz de una vela, besándose y charlando en voz baja.

Valentino se aclaró la garganta.

–¿Volvemos dentro de un rato? –preguntó después de ayudar a Carolena a sentarse.

La pregunta hizo que la pareja se separara. Mientras que Abby se sonrojó, Vincenzo se puso en pie y se acercó para abrazar a Valentino.

–Me alegro de verte.

–Lo mismo digo. Siento haber tardado tanto. No he podido evitar salir tarde del trabajo.

–Nadie puede comprender eso mejor que yo. Nos hemos tomado la libertad de traer a Carolena con nosotros. Permíteme que te presente.

Valentino la miró fijamente.

–Ya nos hemos conocido en la piscina.

Carolena y Abby se miraron en silencio, antes de que él se acercara a abrazar a su amiga. Después se sentó junto a Carolena, que todavía no se había recuperado de la reacción que había tenido al ver su atractivo.

Momentos después, les sirvieron la cena. Para empezar, croquetas de risotto y pesto de pistacho, y después, pasta con almejas y un plato de cangrejo con berenjenas. Valentino les comentó que el vino blanco provenía del viñedo que había en el palacio.

–La comida es extraordinaria, pero me temo que no voy a poder continuar con el postre –comentó Carolena un poco más tarde–. Si viviera aquí durante mucho tiempo parecería una de esas perdices sicilianas incapaces de moverse.

Los hombres soltaron una carcajada, al mismo tiempo que Valentino se comía el postre.

Carolena miró a Abby.

–¿He dicho algo raro?

Vincenzo sonrió.

–Mi esposa y tú tenéis los mismos esquemas de pensamiento. A ella le preocupaba que el embarazo la convirtiera en una ballena varada.

–Las mujeres tenemos nuestros miedos –se defendió Abby.

–¡Desde luego!

Valentino miró a Carolena fijamente.

–Después de ver cómo te quedaba el bañador morado que llevabas antes, te aseguro que nunca tendrás ese problema.

Carolena no pudo evitar sonrojarse.

–Espero que tenga razón, Alteza.

–Llámame Val.

«¿Val? ¿Quién diablos lo llama así?», pensó ella.

Era como si él le hubiese leído el pensamiento.

–Ni a mi hermano ni a mí nos gustaban nuestros nombres. Eran demasiado largos, así que los acortamos. Él es Vito y yo soy Val.

–V y V –dijo ella–. Me sorprende que no tuvierais que borrar vuestras iniciales de alguno de esos querubines.

Él se rio y después les explicó la broma a Vincenzo y a Abby.

Carolena sonrió a Abby.

–Le he advertido para que no le cuente esa historia a Max. Si no, cuando crezca, igual le da por imitar a sus tíos.

–Por suerte nosotros no tenemos querubines –dijo Vincenzo.

–Cierto –repuso Abby–, pero tenemos esculturas y podría tirarlas con una pelota.

Mientras se reían apareció una doncella en la puerta.

–Perdone que los interrumpa, Alteza, pero la reina dice que el pequeño príncipe está llorando y que parece que tiene fiebre.

Al instante, los padres se pusieron en pie y terminaron las bromas.

–Probablemente solo sea un catarro –dijo Carolena, tratando de tranquilizarlos.

Abby asintió.

–Seguro que tienes razón, pero no está acostumbrado a la reina y tampoco a este lugar. Iré a buscarlo –le puso una mano en el brazo a Vincenzo–. Quédate y disfruta, cariño.

Valentino se levantó.

–Tenemos todo el día de mañana. Ahora vuestro hijo os necesita a los dos.

–Gracias –murmuraron.

Abby se acercó a Carolena y le dio un abrazo.

–Te veré por la mañana.

–Por supuesto. Y, si necesitas algo, me llamas.

–Lo haré.

Cuando se marcharon, Carolena se puso en pie.

–Yo también me retiro. Gracias por esta maravillosa cena, Alteza.

Él frunció el ceño.

–Me llamo Val. Quiero oír cómo lo dices.

Ella respiró hondo y dijo:

–Gracias, Val.

–Así está mejor –la miró de arriba abajo–. ¿Y por qué tanta prisa?

–Estoy cansada –contestó lo primero que se le pasó por la cabeza–. Me desperté temprano para terminar un asunto de trabajo antes de que la limusina viniera a recogerme para ir al aeropuerto. Me apetece irme a la cama.

–Entonces, te acompañaré.

–No es necesario.

Él ladeó la cabeza.

–¿Te asusto?

«Lo que me asusta es tu atractivo», pensó ella.

–Si acaso, lo que me preocupa es interrumpir tu rutina.

–Esta noche no tengo rutina. Olvídate de que soy el príncipe.

El hecho de que fuera príncipe no era lo que le preocupaba. Se había fijado en él como hombre, y eso no le había sucedido desde que se enamoró de Berto.

–Para ser sincera, cuando te vi en la piscina parecías cansado después de un largo día de trabajo. Puesto que es tarde, estoy segura de que querrás dormir bien antes de pasar el día con Vincenzo mañana.

–No estoy tan cansado como para no poder acompañarte a tu dormitorio.

–¿Alteza? –la doncella se asomó de nuevo por la puerta–. A la reina le gustaría verlo en su apartamento.

–Iré para allá. Gracias.

Agarró a Carolena del brazo para acompañarla fuera del comedor. Ella no quería que él la tocara. Su contacto provocaba que todo su cuerpo se pusiera alerta. Cuando llegaron al jardín, ella se soltó.

–Ahora que conozco a Vincenzo, me doy cuenta de lo ocupado que estás. Tu madre te está esperando.