0,99 €
Voltaire fue un escritor, historiador, filósofo y abogado francés, que perteneció a la francmasonería y figura como uno de los principales representantes de la Ilustración, un período que enfatizó el poder de la razón humana y de la ciencia en detrimento de la religión. La Henriada es un poema épico del autor ilustrado francés Voltaire. los temas que se presentan son, principalmente, el fanatismo religioso y las luchas intestinas, así como la situación política de Francia. Zadig o el destino. La Historia Oriental es un relato filosófico. Zadig, ambientada en la Edad Media, en el año 837 de la Hégira, es una de las obras más apreciadas de Voltaire, en la que el autor despliega todo su estilo vivo y brillante, burlándose de los prejuicios de la época. La vivacidad de la narración, salpicada de vicisitudes, subraya cómo, aunque la existencia está llena de cambios, permanece atada a su destino. Cándido, o El optimismo es un cuento filosófico publicado por el filósofo ilustrado Voltaire en 1759. El cuento narra la historia de Cándido, un muchacho criado en un castillo de Westfalia, donde vive una vida edénica y toma lecciones de filosofía de su tutor Pangloss. Debido a que estas lecciones son fundadas en el optimismo leibniziano, Cándido crece adoctrinado pensando que vive en «el mejor de los mundos posibles». El cuento narra el final abrupto de su estilo de vida perfecto, seguido de su lenta y dolorosa desilusión ante las terribles calamidades que la narración le hará sufrir. Los Cuentos filosóficos se relacionan entre sí para considerar los temas que les son comunes: el viaje, el deseo, la búsqueda de la felicidad en un mundo "mal hecho", ideológicamente manipulado e injustamente gobernado. Memorias de su vida, escritas por él mismo. Estas "Memorias" tienen un interés extraordinario porque Voltaire narra en ellas los hechos políticos, diplomáticos y militares más importantes del siglo XVIII, los que condujeron a la hegemonía de Prusia bajo el rey Federico II el Grande.
Das E-Book können Sie in Legimi-Apps oder einer beliebigen App lesen, die das folgende Format unterstützen:
Veröffentlichungsjahr: 2025
Obras
La Henriada
Zadig, o el Destino
Como anda el mundo, visión de Babuco
Historia de los viajes del escarmentado
Memnon, o la cordura humana
Micromegas
Historia de un buen brama
Los dos consolados
Cándido, o el optimismo
Memorias de su vida, escritas por él mismo
A Voltaire
,
poema de
Gaspar Núñez de Arce
.
La Henriada
de Voltaire
traducción de Pedro Bazán de Mendoza
Canto I
Argumento: Enrique III unido con Enrique de Borbón, rey de Navarra, contra la Liga, habiendo comenzado ya el bloqueo de París, envía secretamente Enrique a pedir socorro a Isabel, reina de Inglaterra. Sufre el Héroe una tempestad. Aporta a una isla, donde un anciano católico le predice su conversión y su advenimiento al trono. Descripción de la Inglaterra y de su Gobierno.
El héroe canto, que reinó en la FranciaPor derechos de sangre, y de conquista;Que a gobernar los hombres aprendieraPor una larga serie de desdichas;Que facciones calmando, vencer fuerte 5Y a un tiempo perdonar dulce sabía;Y que de confusión en fin cubriendoAl Íbero, a Mayena y a la Liga,De padre y vencedor de sus vasallosSu nombre señaló con la divisa. 10 Baja, augusta verdad, del alto cielo.Ven; y tu claridad y tu energíaSobre los versos míos vierte grata.De los Reyes el oído facilitaDe tu escabrosa voz al agrio acento, 15Y cuanto aprender deban les intima.De tu osado pincel al rasgo tocaPintar de las naciones a la vistaEl lienzo criminal de hórridos monstruos,Que sus guerras abortan intestinas. 20Dí, como sediciosa la DiscordiaDe turbación sembró nuestras provincias;Y del Pueblo narrando las desgracias,Los yerros de los Príncipes publica.Llega, tu labio suene; y si es constante, 25Que contigo de acuerdo un tiempo unida,A tus más fieros tonos su voz dulceLa Fábula tal vez mezclar sabía;Si tu altanera frente de ornamentosSus delicadas manos revestían, 30Y el arte prodigioso de sus sombrasLos rayos de tu luz embellecía;Deja que también hoy a compás marche,Que conmigo tus huellas siempre siga,Y tus gracias no empañe, antes ilustre. 35 Aún reinaba Valois; aún él hacíaDe un zozobrante Estado el gubernalleCon mano fluctar trémula e indecisa:De su debido honor, sanción y fuerzaLas santas leyes todas destituidas, 40Confusos los derechos y turbados,Más bien en caos tanto se diría,Que en efecto Valois ya no reinaba:Que ya el Príncipe no era, a quien propiciaCircundara la gloria de esplendores; 45A quien desde la infancia a las fatigasAdiestrara y las lides la Victoria;Cuyos faustos progresos sorprendidaY temblando la Europa contemplaba;En pos de quien, al fin, la Patria había 50De amor y soledad mil tiernos ayes.Despedido, plañendo su partidaUn tiempo, en que del Norte, allá admirandoSu suprema virtud, las plagas fríasEn poner a sus plantas sus diademas, 55Por sufragio común se complacían.En un segundo puesto brilla alguno,Que al primero elevándose se eclipsa.De esta suerte a Valois, al solio alzado,Con sorpresa pasar la Francia mira, 60De intrépido guerrero a Rey cobarde.Sobre el trono encumbrado se dormíaDe femenil molicie en hondo seno:De la regia corona el peso abismaDe su liviana frente las flaquezas 65Que lúbricos privados mantenían,D' Epernon, San Megrén, Quelús, Joyussa,Jóvenes voluptuosos, que a porfíaBajo su augusto nombre, a su albedrío,Del imperio las riendas dirigían: 70
Corruptores políticos de un dueño,Que la afeminación gastado había,En torpes devaneos y placeresSu lánguida existencia sumergían.De los Guisas, en tanto, la fortuna 75Se elevaba veloz, se engrandecíaSobre su humillación y abatimiento,Levantando en París la santa Liga,De su flaco poder rival soberbia.Roto el freno los pueblos se extravían, 80Y hechos de la grandeza humildes siervos,Doblan a sus tiranos la rodilla,Y a su dueño legítimo persiguen.De mil falsos amigos turba indigna,Que feliz le adorara, ya infelice 85Le abandona vilmente, y aturdidasDel Luvre le miraron las columnasPor sus pueblos expulso y en huida,Al paso que acogido el extranjero,Al rebelde París ledo corría. 90Todo marcha en desorden. Por instantesTodo a su fin fatal se precipita,Cuando aparece Enrique. Este virtuoso,Este insigne Borbón, que fiero ardíaDe un guerrero valor en noble llama, 95A su Príncipe ciego se aproxima,Y a su aspecto Valois la luz recobra:Él su espíritu y fuerzas resucita;Sus pasos endereza, y de la afrentaA la gloria, del juego a la lid guía. 100De París a las pérfidas murallasCon coligadas huestes y aguerridasAl ver los dos Monarcas avanzados,Allí se alarma Roma, y aquí admiraEl Español temblando su alianza: 105La Europa toda ya comprometidaEn tan grandes reveses y ruidosos,Sobre el muro infeliz clava la vista. Viose en París entonces la Discordia,Que al sublevado Pueblo enfurecía, 110Y a la guerra excitando al de Mayena,Y a la Liga y la Iglesia, en hostil gritaDel alto de sus torres el socorroDel español soldado requería.Esta fiera impetuosa y sanguinaria, 115Este inflexible monstruo, infiel respiraUn eterno rencor contra los mismosQue su yugo infernal más esclaviza.Su maléfico plan de los mortalesA infelices desastres sólo aspira 120De su mismo partido con frecuenciaSu mano deja toda en sangre tinta;Dentro del corazón que despedaza,Cual tirano cruel se domicilia,Y el crimen que él inspira, pena él mismo. 125 Al lado en que del sol la luz declina,No lejos de las márgenes amenasPor do serpeando el Sena corre, y giraHuyendo de París, hoy sitio amable,Retiro encantador, mansión tranquila, 130Donde el arte sus triunfos nos ostenta,Y la naturaleza sus delicias;Campo entonces horrísono y sangrientoDe la más ominosa y mortal riña,Juntando sus soldados acampaba 135El mísero Valois. Allí se alistanLos valerosos Héroes, que la gloria,Y de Francia el estado sostenían,Y a quienes sectas varias dividiendo,De una común venganza el celo unía. 140De Borbón en las manos victoriosas,Acordes y contentos todos libranSu causa general y sus destinos;Y él, que de conciliarse el don abrigaDe todos el amor feliz, ganando 145Los corazones todos, los reunía:Que estaban los dos campos tan sumisosDijérase a su voz, que ya no habíanMás Jefe que él, ni más Iglesia que una. Del seno celestial do residía 150Luis, padre inmortal de los Borbones,Sobre el virtuoso Enrique atento fijaSus paternales ojos. De su razaEl más claro esplendor en él divisa;Su ardor, su virtud ama; su error llora: 155Con su corona honrarle, al fin quería,Y quiere más aún, quiere ilustrarle.Avanza en tanto Enrique, y se encaminaA la suprema cumbre; más por sendasQue para él mismo ocultas no advertía. 160Del alto de los cielos sus auxiliosPrestábale Luis, pero escondidaLa mano que en su apoyo le tendiera;Cuidando que del Héroe siendo vista,Ya por demás seguro de sus triunfos, 165De un peligro menor fuese a medidaDe sus hechos también menor la gloria. Del muro que obstinado resistía,Ya finalmente al pie, y en frente puestos,Más de una vez de Marte en tentativas 170Igual riesgo ensayaran los partidos:De la humana feroz carniceríaYa el mal genio, del campo desoladoAl uno y otro mar llevara a prisaUn furor implacable, cuando a Enrique 175Su atristada palabra, interrumpidaDe frecuentes suspiros y sollozos,Le endereza Valois en esta guisa. «Ya ves hasta que punto de mi suerteEl rigor me abatió. No es mi desdicha, 180Ni solo mi interés el que va hablarte;Tuya es ¡o Borbón! la injuria mía.Contra su Rey osando sediciosaSu frente al cielo alzar esa infiel Liga,A los dos en su rabia nos confunde, 185Y a los dos nos persigue y abomina.Del pueblo de París enajenadoEl rebelde rencor de que le animan,Nos desconoce a entrambos, pretendiendoPrecipitarme a mí del trono en vida, 190Y de su herencia a ti, que en pos te toca.No ignoran los Ligados, no, no olvidanQue la voz imperiosa de la sangreDe nuestra anciana augusta dinastía,El mérito, las leyes, y en fin todo 195Te aclaman a mi muerte de justiciaAl trono de la Francia, en que vacilo,Y del cual darte piensan la exclusiva,Ya de hoy mismo temblando a la grandezaDe tu fortuna y gloria sucesivas. 200La Religión terrible en sus enojos,Ambiciosa y colérica, fulminaContra la independencia de tus sienesSu fatal anatema. Roma erguida,Que a do quiera transporta sin soldados 205De la guerra el azote, depositaDe su cruda venganza el sacro truenoDel Español en manos. Ya vendidaDe vasallos, de deudos y de amigosVeo, amigo, la fe. Ya se retira, 210Ya de mí huye todo y me abandona,O se arma contra mí. Con tropelíaEl avariento Hispano enriquecidoPor mis pérdidas, fiero se avecinaA inundar de sus huestes destructoras 215Mis desiertas ya míseras campiñas. Contra enemigos tantos, que en su furiaTal ansia de ultrajarnos acreditan,A nuestra vez traigamos a la FranciaUna extranjera fuerza más benigna: 220En secreto ganad de los BritanosEsa ínclita Reina, esa heroína.Bien sé el odio inmortal, que una alianzaPermite rara vez franca y sencillaEntre el Francés y el Anglo. En todos tiempos 225Émula de París, Londres la envidia.Más ¿que importa, Borbón? si desde el puntoEn que mi antigua gloria vi marchita,Y por ellos mi nombre amancillado,Ya ni patria, otros tiempos tan querida, 230Ni vasallos conozco. Yo les odio;A castigar anhelo sus perfidiasY a mis ojos Francés es quien me vengue.En tal negociación, poco confíaMi supremo interés en las funciones 235De ordinarios agentes inactivas;Tu eres solo Borbón, el que yo imploro;De promediar tu voz es solo dignaEn que a los Reyes mueva mi infortunio:Parte a Albión, y allí la causa mía 240Patrono tan feliz logre en tu fama,Que un ejército aliado me consiga.Mis enemigas huestes por tu brazoQuiero, Enrique, abatir, y otras amigasPor tu sola virtud ganar espero». 245 Dijo, y el Héroe, que de gloria hervíaEn codicioso celo, y en más manosTeme ver que las suyas repartidaDel triunfo la palma, un dolor vivoAl oírle sintió. Pasados dios 250A su gran alma caros echa menos,En que él solo y Condé sin más intrigas,Ni otro extranjero auxilio que la fuerzaDe su virtud, temblar la Liga hacían;Más era necesario ardientes votos 255Satisfacer de un dueño. Se resigna:Los golpes de su brazo ya suspende,Y los laureles, que cogido habíaDel Sena en la ribera, abandonando,Su valor a partir violento instiga. 260Atónito el soldado, que ignorabaSus arcanas empresas, se contrista;Y de uno y otro campo los guerrerosSus destinos pendientes suponíanDel regreso feliz del Héroe ausente. 265Ya marchaba: aún empero le imaginaEl pueblo criminal siempre delante,Y pronto a fulminar sobre él sus iras.Su nombre, que del trono la columnaMás sólida y más firme se apellida, 270De todo el bando alzado su enemigoEl terror en las almas infundía,Y por él en su ausencia peleaba. Ya del Neustrio saltaba las campiñas,Sin que de sus privados otro alguno 275Formase que Morné su comitiva:Éste su siempre digno confidente,Más nunca adulador, fiel le asistía;Éste sobrado fuerte y grave apoyoDel bando del error y su doctrina, 280Éste, a quien en prudencia como en celoSeñalándose siempre, a par movíanLa causa de su Iglesia y de su Patria;Censor del cortesano, y todavíaEn la corte querido, a quien de Roma 285Fiero enemigo, Roma propia estima.
Voltaire - La Henriade 10 - Romanet - Moreau
Al través de dos rocas, donde vieneLa cólera del mar rugiendo altivaSus olas a estrellar entre alba espuma,A los ojos del Héroe se ofrecía 290De Diepe el feliz puerto. Y fogosoA bordo el diestro nauta jarcias iza;El bajel, que a favor de su maniobraCon fiera majestad la mar domina,Ya de volar a punto sobre el llano 295Del undoso cristal, sus alas infla:Amarrado del viento en las regionesEl furibundo Bóreas se mitiga,Y del céfiro al soplo la mar cede.Levada el ancla ya, dél impelida, 300Surcaba el vasto piélago la naveLejos ya de la tierra fugitiva,Y de la Gran Bretaña las riberasDescubríanse ya, cuando del díaEclípsase el gran astro en un instante, 305Regaña airado el cielo, el aire silba,Brama el onda a lo lejos, y los vientosDesenfrenados más y más irritanLas encrespadas olas; centellandoEntre la negra nube el rayo brilla; 310Del relámpago el fuego, y de las olasEl abismo profundo do quier pintanAl navegante pálido la muerte:Y aún el Héroe, a quien furias envolvíanDel undoso elemento, los peligros 315De su propia persona no sentía;Sus ojos sólo vuelve hacia la Patria,Y en su empresa su mente siempre fija,Por la sola tardanza en sus destinos,A increpar a los vientos se limita. 320No tan patriota, no, ni generosoAllá César del Epiro a la orilla,Cuando del mundo el cetro disputaba,Al furioso Aquilón sobre el mar fíaDel Romano la suerte y de la tierra, 325Y a Pompeyo y Neptuno, que se ligan,A un tiempo desafiando, su fortunaA la borrasca impávido oponía. En este instante el Dios del universo,Que sobre el viento vuela, que las iras 330Subleva de los mares, o las calma,Y de cuya eternal sabiduríaLa profunda inefable providencia,Forma imperios, los alza, o los derriba,Desde el trono inflamado, do preside 335A la vida y la muerte, y que allá brillaDel celestial empíreo en las alturas,Sus ojos abatir al fin se dignaSobre el Héroe Francés, y en riesgo tantoEl mismo es quien le alienta, quien le guía, 340Y cuya voz excelsa a la borrascaMandando que a la playa más vecinaAl punto el bajel lleve, donde JerseiDel seno de las ondas parecíaIr alzándose: el Héroe ya del cielo 345Conducido por fin, aporta a la isla. No lejos de su orilla, espeso bosqueBajo sus frescas sombras y tranquilasDulce asilo ofrecía. Una gran roca,De las airadas olas fronteriza, 350A su rigor encúbrela, vedandoDel regañón a furias que la embistan,Y jamás su reposo turbar puedan,De esta roca una gruta cerca había.Cuya simple estructura de su ornato 355Sólo a la mano rústica y sencillaDe la naturaleza fue deudora:En mansión tan obscura y escondida,Un anciano habitaba venerable,Que lejos de la corte, do otros días 360Engolfado anduviera, allí buscabaLa dulce y santa paz; allí vivíaDel resto de los hombres ignorado;Y de inquietudes libre, se ejercitaEn el sublime estudio de sí mismo; 365Con lagrimas allí se arrepentíaDe horas en los placeres abismadas,Y de amor en delirios consumidas.De aquellas toscas fuentes a los bordes,Sobre el florido esmalte, que matiza 370De aquella soledad los verdes prados,A sus pies arrojaba y sometíaLas humanas pasiones, y sereno,De sus votos aguardaba que a medida,Viniese, en fin, la muerte para siempre 375A unirle con el Dios a quien servía;Aquel Dios, que con gracia y bondad tantaSu vejez honrar quiso, y su fe viva;Que descender mandando a su desiertoLa misma celestial sabiduría, 380Y con él prodigando los tesoros,De divinos arcanos, a su vistaLe agradara exponer de los destinosEl misterioso libro en que se cifran. Este favorecido, grave anciano, 385A quien Dios revelado el Héroe había,Cerca de un onda pura, agreste mesaAl gran Príncipe ofrece, a quien no admiraLo nuevo del convite. Veces variasBajo un humilde techo, y en faz misma 390Del simple labrador todo encantado,Del cortesano estrépito en huida,Y en busca solamente de sí propio,Del diadema depuesto alegre habíaEl majestuoso fausto y fiero orgullo. 395 La turbación ruidosa difundidaPor el orbe cristiano, vasto asuntoDel coloquio más útil ofrecíaAl huésped venerable y peregrinos.El virtuoso Morné, que en la doctrina 400Vivía de su secta imperturbable,¡Cuán terribles apoyos suministraDe Calvino al error! Dudoso Enrique,De su luz solo al cielo le suplica,Que sus ojos ilustre un feliz rayo. 405«En todos tiempos, dijo, combatidaEntre febles y míseros mortales,Siempre de error cercada y de mentira,La divina verdad se vio en la tierra.¿Fuerza será por tanto al alma mía, 410En Dios solo fundando su esperanza,De sendas, que hasta él mismo la dirijan,Vivir en la ignorancia tenebrosa,Que la humana razón jamás disipa?Un Dios ¡ha! tan benéfico, y del hombre 415El árbitro y Señor, ya dél habríaServídose a este fin, si le pluguiera. Adoremos, el viejo les replica,Los designio de Dios. No le acusemosPor faltas de los hombres. Yo vi un día 420De Calvino el error nacer en Francia.Humilde en sus principios, débil ibaArrastrando entre sombras. Desterrado,En nuestros muros sin sostén caminaPor mil lóbregas vueltas y rodeos, 425Avanzándose astuto hacia sus mirasCon un rastrero giro y lento paso;Y del seno del polvo y la inmundiciaAtónitos mis ojos advirtieronComo su altiva frente se atrevía 430El hórrido fantasma a alzar osado;Como al trono abalanza, y sin medidaInsultando a los hombres, nuestras arasCon planta a trastornar se arroja impía. Huyendo al punto entonces de la corte, 435En esta obscura cueva la ignominiaDe mi sagrado culto a llorar vine.Plácidas esperanzas todavíaMis postrimeros años lisonjean;Un culto tan moderno mal podría 440Ser de duranza eterna. De los hombresAl capricho su ser deudor se mira.Morir se le verá como ha nacido;Las obras de los hombres de la mismaFragilidad serán, que sus autores. 445A su supremo arbitrio Dios abismaSus facciosas empresas. Él es sóloEl inmudable Ser. Mientras registraDe unas sectas sin número, la tierra,Las implacables guerras, que la agitan, 450Del Eterno a los pies en paz reposaLa celestial verdad, que no iluminaSino muy rara vez al orgulloso,Y que solo por fin, podrá ser vistaDel que de corazón la busque y ame. 455Escuchad, Gran Enrique. Dios me inspira:Ser queréis ilustrado. Habréis de serlo.Elegiros por fin mi Dios se dignaAl trono de Valois. Su excelsa manoPor sangrientos combates premedita, 460Encaminar triunfante vuestra planta;Terrible a la victoria su voz dicta,Que las sendas os abra de la gloriaDe laureles ornándolas y olivas.Más no ignoréis también, sabed, que en tanto 465Que a vuestro espíritu, propiciaLa verdad, de su luz que le ilumineAlgún rayo benéfico no envía,De París por las puertas será en baldeQue presumáis entrar. Tened bien fija 470La atención, sobre todo, en preservarosDe la común flaqueza, en que se abismanAun las más grandes almas. AtractivosHechiceros huid; huid insidiasDel más dulce veneno. Precaveos, 475Y de vuestras pasiones enemigasHabed tan solo miedo, Gran Enrique.Sabed al ocio blando y las deliciasResistir con vigor, y al amor mismoCombatir y vencer. Allá algún día, 480Cuando de tal valor, de virtud tantaPor una fuerza heroica y divina,Gloriosa y felizmente ya llegaréis,A triunfar de vos mismo y de la Liga;Cuando en un sitio horrible, cuya fama 485La más remota edad oiga afligida,Todo un inmenso pueblo confundido,Por vuestros beneficios sólo exista;De vuestro Estado entonces las desgracias,Las funestas miserias que lo atristan, 490Acabadas veréis. De vuestros padresAl Dios entonces vuestra fe rendidaLos ojos alzará, y verá entonces,Cuan bien, cuan dignamente en él confíaUn sano corazón. Partid Enrique; 495Adiós y no dudéis que él os asista;El virtuoso varón, que le asemeja,De su apoyo seguro es justo viva». Dardos fueran de fuego estas palabras,Que del sensible Enrique el alma herían, 500Hasta su noble fondo penetrando.Transportado, creíase al oírlas,A aquella edad del mundo tan dichosaEn que al hombre mortal la Deidad mismaCon su palabra honrara, y prodigando 505Prodigios, la virtud simple y sencillaA los Reyes magníficos mandaba,Sus oráculos santos profería.Llegando al cabo el hora, en que era fuerzaQue ya del justo anciano se despida, 510Con dolor estrechándole en los brazosDe sus ojos las lágrimas corrían.Desde aquellos instantes, ya entrevieraDe un día, cuyo sol aún no divisa,El precursor lucero. Sorprendido, 515Más no tocado aún Morné partía:Al árbitro supremo de estas graciasDél pluguiera ocultarse. Vana estimaEn la tierra de sabio el nombre dieraAl que, de mil virtudes con mancilla, 520Hiciera del error su amado fuerte;En tanto que el buen viejo así platicaDe Dios iluminado, disponiendoEl corazón del Príncipe, sumisaDel viento la violencia a su voz calma. 525De nuevo se aparece el sol, y brilla,Sosiéganse las ondas, y bien prestoConducido Borbón a las orillas,Parte el Héroe volando por las aguasDe la soberbia Albión a sus marinas. 530 Cuando en medio del mar de la Inglaterra,Aquel flotante imperio Enrique avista,La rápida mudanza venturosaReflexivo contempla, atento admiraDe tan ilustre Estado y tan potente, 535En que la acción violenta y desmedidaDe tantas sabias leyes, y el abusoQue la licencia eterno hacer solía,Harto tiempo del Príncipe y vasalloLabraran la recíproca desdicha. 540Sobre el sangriento teatro, en que cien héroesCatástrofe tan triste hallado habían;Sobre el solio fatal resbaladizo,Del que, de cien Monarcas abatidaLa majestad augusta ya se viera, 545Una mujer, al fin, el cetro afirma;Y a sus pies los destinos sujetando,Nuestro sexo confunde; y ya la ricaBrillantez de su reino al mundo enteroSirve de admiración, terror y envidia. 550Era aquella Isabel singular hembra,De su esfera y su sexo maravilla,Cuyos sabios manejos, de la EuropaInclinar a su arbitrio conseguíanDe la balanza el fiel. La que al Britano 555De indómita cerviz, que no podíaServir ni vivir libre, al fin su yugoLlevar, y aún amar hizo. Grato olvidaBajo su sagaz mando el Inglés puebloPérdidas, que jamás sufrir creería. 560Sus fecundos rebaños, sus llanurasSus montañas y bosques ya cubrían;De la esfera los mares, sus bajeles;Y sus copiosas mieses, las campiñas.Monarca es en la mar, temido en tierra; 565Sus flotas imperiosas, que esclavizanPor do quier a Neptuno, la fortunaDel uno al otro polo se atraían.Londres, bárbara un tiempo, centro es cultoDe las útiles artes en el día. 570De las gentes del mundo más remotasCon frecuencia sus plazas concurridas,Emporio es a Mercurio, a Marte templo.Los muros de Westminster domicilianTres distintos poderes, que del lazo 575Que los une entre sí, los tres se admiran.Diputados del Pueblo, Rey y Grandes,A quienes intereses dividíanY reunía la ley. Los tres sagrados,Y miembros inviolables, que organizan 580Su invicta institución, tan peligrosaA sí misma tal vez, y a sus vecinasDe tanta alarma siempre, y tan terrible.Feliz, mientras el Pueblo en la medidaDe su deber instruido y limitado, 585Al supremo poder respetos rindaCuantos le debe fiel; y aún más dichosa,Cuando al Pueblo también a su vez rijanReyes justos, políticos y dulces,Que acaten cuando deben, y no opriman 590Su libertad civil. ¡Ha! cuando, cuando,Así exclamó Borbón, cuando podríanUnir como vosotros los FrancesesLa gloria con la paz! ¡Testas altivas,Príncipes de la Europa cuanto ejemplo 595Tenéis aquí patente a vuestra vista!Las puertas de la guerra en sus estadosUna mujer cerrando, la paz fija;En tanto, que a los vuestros, con desdoroDel pecho varonil que los domina, 600El horror y discordia relegando,De un pueblo que la adora, hace la dicha. Va entretanto arribando, y tierra tomaEn la inmensa Metrópoli, do brilla,Y por do quiera reina la abundancia, 605Que de la libertad tan solo es hija.Del vencedor aquí de los InglesesLa célebre y antigua torre mira,Y allí más a lo lejos de la ReinaEl alcázar augusto ya registra. 610
Voltaire - La Henriade 2 -Delignon - Moreau
De su amigo Morné sólo seguido,A encontrar a Isabela se encamina,Sin nada de aquel fausto y pompa vana,Que encanta en su interior la fantasíaDe los Grandes, por grandes que ser puedan, 615Más que héroes verdaderos no codician,Antes desdeñan siempre. Borbón habla,Y en sola su franqueza el fondo cifraDe su elocuencia toda. De la FranciaLas cuitas en secreto a Isabel fía: 620Y si es, que de su patria en fiel obsequio,Su corazón y lengua al ruego humilla,Su elevación a un tiempo y su grandezaEn la sumisión misma descubría.«¡Pues qué! ¿a Valois servís?» la Reina dice 625¿Es Valois, le repite sorprendidaQuien a Borbón envía, quien le mandaDel Támesis venir a las orillas?Qué! ¿De sus implacables enemigosTornado en protector, por ellos lidia, 630Y con tanta eficacia Enrique vieneA emplear hoy sus ruegos y fatigasPor el Príncipe aquel, que aún ayer mismoPerseguirle de muerte parecía?Aun desde las riberas del poniente 635Hasta las puertas de la aurora, gritaDe vuestros largos choques y discordiasLa voladora fama peregrina;¡Y en favor de Valois armada veoEsa mano, esa mano dél temida 640Tan repetidas veces!»... «Sus desgraciasSofocaron ¡o Reina! le replica,Nuestros antiguos odios. No era libreValois; se hallaba esclavo. Ya en el díaSus cadenas rompió. Otro su estado, 645Otra fuera su gloria, otra su dichaSi siempre de mi fe más bien seguro,Otro arriesgado apoyo y otras ligasQue su valor y el mio no buscase;Pero usó de artificio e hipocresía: 650Por flaqueza y temor fue mi enemigo:Más, en fin de sus riesgos a la vistaSus faltas se me olvidan y mi injuria.Le he vencido, Señora, e ya de prisaA vengarle tan solo corro ahora. 655Vuestra bondad, gran Reina, bien podríaEn tan alta querella, en lid tan justa,Labrar un nombre eterno a la gran Isla,Y a un tiempo coronar vuestras virtudes,Si de nuestros derechos grata auxilia 660Vuestra potente mano la defensa,Y conmigo vengar tal vez se dignaEsta de los Monarcas común causa». Con impaciencia entonces la heroína,Que la historia le cuente, pide a Enrique 665De tanta turbación como afligía,Y la Francia asolaba. Los resortes,El encadenamiento y las intrigas,Que en el triste París causar pudieranTanta revolución, saber quería; 670Y a este fin, su palabra dirigiendoAl augusto enviado, así le invita: «Ya con frecuencia ¡Príncipe! la famaVoladora y parlante me tenía,De esos sangrientos lances e infortunios 675Dada muy de antemano la noticia;Pero en su ligereza, siendo siempreTan necia e infiel su lengua, que prodigaCon la verdad mil veces el engaño,Sus vagas relaciones de fe indignas 680Desechado hube siempre. Vos Enrique,Que de tan prolongadas, fieras lidiasCélebre parte fuisteis y testigo;Y vos, que de Valois la alternativaDe apoyo, o vencedor seguisteis siempre, 685Explicadme ese nudo que ya os liga:Tan extrema mudanza descifradme.Vos tan solo, Borbón, sois quien podríaDe voz mismo tratar de un digno modo.Vuestras faustas proezas y desdichas 690Que me pintéis, os ruego, y creed Enrique,Que es lección de los Reyes vuestra vida».«¡Ha! replica Borbón ¿y será fuerzaQue vuelva a renovar la lengua míaDe días tan funestos y menguados 695La infanda narración, la atroz herida?Pluguiese al cielo airado, ilustre Reina,Al cielo, que testigo de allá arribaDe mi acerbo dolor fue veces tantas,Que de un eterno olvido la cortina 700Para siempre escondiese a nuestros ojosCuadros de tanto horror ¿Porqué me obligaVuestra bondad, Princesa, a que mi labio,De Reyes de la sangre que me anima,Cuente el furor y afrenta? Se estremece 705Mi corazón aún, cuando se excitaSu recuerdo cruel: más lo mandasteis;A obedeceros voy. Quizá sabríaDe algún otro la astucia, al daros cuenta,Sus enormes delitos, sus perfidias 710Disfrazaros aún. Con labio diestroAún tal vez sus flaquezas cubriría;Pero en mi franco pecho al artificio,A la doble cautela no hay cabida.Oíd, Señora, pues. Es el soldado, 715Más que el embajador, el que se explica».
FIN DEL CANTO I
Voltaire - La Henriade 3 - Dambrun - Moreau
Canto II
Argumento: Enrique el Grande cuenta a la reina Isabel la historia de las desgracias de la Francia. Se remonta hasta el origen de ellas, y entra en el detalle de la carnicería ejecutada la noche de San Bartolomé.
«De males el exceso a que la FranciaEntregada se mira, horrible es, Reina;Y horrible tanto más, cuanto es sagradaSu fuente comunal. Celo inhumano, 720Furor de Religión fue, quien la dagaEn la mano libró del Francés Pueblo.Entre Ginebra y Roma jamás nadaDecidir osaré; más por divinosQue los renombres sean, a que a entrambas, 725De uno y otro partido los secuacesCon extremos hipérboles exaltan,Yo, no obstante, el furor, yo el sutil doloVi que a los dos denigran y difaman.Si del error es hija la perfidia, 730Si entre las controversias, que desgarranY la Europa sumergen, las traiciones,Los aleves puñales, las cábalasInfame sello son, que la mentiraTan cruel como pérfida contrastan, 735Ambos partidos pérfidos y crueles,Iguales en los crímenes y manchas,Del ominoso error entre tinieblasAmbos, al parecer, iguales andan.Francés, soldado y Rey, solo adoptando 740Del trono la defensa y de la patria,Su venganza dejando al cielo solo,Nunca se habrá notado que violadaDe mi poder legítimo la linea,Con una mano osase temeraria 745Profanar del levita el incensario.Perezca para siempre, si, mal hayaLa perversa política, que intentaUn despótico imperio sobre el alma:Que racionales pechos solicita 750Convencer por la fuerza de las armas:Que de herética sangre los altaresDe un culto dulce y puro, feroz mancha;Y de intereses sórdidos del mundo,O frenesí fanático guiada, 755De paz a un Dios benigno solo sangre,Solo homicidios bárbaros consagra. «Pluguiera a este Dios mismo omnipotente,Cuya ley busco yo, que así pensaraLa corte de Valois; pero a ambos Guisas, 760Los escrúpulos míos no embarazan.De esos jefes de un crédulo gentíoLa profunda ambición, sagaz disfrazaSu profano interés con el del cielo.Cae un furioso pueblo en su vil malla, 765Y contra mí, los pérfidos, el odioDe su cruel piedad concitan y arman.Yo vi correr por celo a degollarse,Volar vi mis patriotas con la llamaAl combate empuñada y al incendio, 770Por vanos argumentos que no alcanzan.Vos conocéis el pueblo, ilustre Reina;Cuál es su arrojo, cuál su audacia,Desde el terrible punto en que le imbuyenY a persuadirse llega que es la causa 775Del ultrajado cielo la que venga.De la fe con la venda densa y sacraCeñidos ya sus ojos, desde entonces,De la obediencia rompe el freno y valla.De vos, gran Isabel, estas verdades 780Conocidas muy bien, bien meditadas,Vuestra sabia cautela de antemanoOportuno remedio al mal prepara,Prontamente ahogándole en su cuna.La tempestad, apenas fue formada 785En los Estados vuestros: la previeraVuestro espíritu próvido, y la calmanVuestras prendas, por fin, vuestros talentos:El fruto ya gozáis de virtud tanta.Vos, Señora, reináis: Londres es libre, 790Y vuestras leyes florecientes campan.Rumbos siguió la Médicis diversos.De narración tan mísera tocadaMandaréisme, tal vez, que un fiel retratoDel carácter de Médicis os haga. 795Oídlo ya de un labio ingenuo al menos:Muchos, Reina, de Médicis parlaban;Pocos empero bien la conocieran:Sondaron pocos bien las ensenadas,Los obscuros secretos y repliegues 800De sus ondas maléficas entrañas.Yo, que de cuatro lustros por espacio,De sus hijos criado en cortes varias,Bajo sus mismos pies, por tanto tiempoIr formándose he visto las borrascas, 805Con demasiado riesgo a conocerlaAprendido he, por fin, y a descifrarla. «La aventurera muerte de su esposo,Que de su edad la flor segó temprana,Dejó precipitado y libre curso 810A toda su ambición, y sujetadaDe sus hijos, el uno en pos del otro,La regia educación a su tiranaTutelar dictadura: al que sin ellaEl cetro ya empuñar, reinar osaba, 815Desde aquel mesmo instante le persigue,Por odioso enemigo le declara.Alrededor del solio derramandoDe discordia y de envidias la cizaña,Oponiendo incesante y harto astuta 820A los Condés los Guisas, Francia a Francia,Con sus mismos contrarios más discordesPronta siempre a ligarse, y en mudanzaDe enemigos perpetua, de rivales,De intereses, de bandos y de causas, 825Del deleite y placer, si bien no tantoComo de la ambición, sensual esclava,Y para colmo, además, supersticiosa,Y a su culto también mil veces falsa;La Médicis, Señora, por decirlo 830Sin explicarme más, en dos palabras,Poseía, por fin, del sexo propioCon muy poca virtud todas las faltas...Se deslizó mi lengua. La franquezaPerdonadme, gran Reina. Computada 835No sois ya sobre todo en ese sexo.Dél no tiene Isabel más que las gracias.El cielo, que os formó porque supieseisImperios dirigir, nos echa en caraA todos vuestro ejemplo, y en la lista 840Ya la Europa os admira numeradaDe los hombres más célebres y grandes. «De una imprevista suerte fiera saña,De Francisco segundo, con EnriqueLa reunión en la tumba ejecutara. 845Francisco, niño feble, que de GuisaLos caprichos seguía y adoraba;Joven, cuyas virtudes, cuyos viciosIgualmente secretos, se ignoraban.Carlos, más mozo aun, tan solo el nombre 850Poseía de Rey. Solo reinabaMédicis a placer, y a su ley solaTodo se humilla ya, todo se espanta.En dejar su poder aseguradoBien presto su política afanada, 855De un hijo, en demasía blando y dócil,La infancia al parecer eternizaba.De la voraz discordia por su manoEn la Francia encendiendo la atroz hacha,Con sangre, de su nuevo y duro imperio 860Los principios la Médicis señala.De dos furiosas sectas enemigas,La cólera y los celos mueve y arma.Las campiñas de Dreux, que al viento vieronSus funestas banderas desplegadas, 865Primer teatro infausto, campo horribleDe los trofeos fueron de sus tramas.En tan triste jornada, Montmorenci,Caudillo que peinaba antiguas canas,Del luctuoso paraje poco lejos 870Do el panteón de los Reyes se levanta,Alcanzado, por fin, y mal heridoDel mortífero plomo que arrojaraUna guerrera mano, de cien añosDe marciales trabajos terminada 875Su carrera vio allí; y de Orleans cercaFue asesinado Guisa. Por desgracia,La vida de mi caro infeliz padre,Siempre a la aleve corte encadenada,Siempre, y a su pesar, sirviendo humilde 880A la cruel Catalina su tirana,Siempre sobrado feble, entre ignominiasSu indecisa fortuna tras sí arrastra;Y siempre por su mano preparandoSus desdichas él propio y sus infamias, 885Ha combatido y muerto de sus mismosFieros perseguidores por la causa.Condé, que tierno vástago me miraQue de su hermano huérfano restara,Oficioso adoptandome, sirviome 890De padre y de señor. De sus campañasEl suelo fue mi cuna. Entre guerrerosAllí criado y en fatigas varias,De la corte, a su ejemplo, desdeñandoUna indolencia obscura, a tantos grata, 895Y del verde laurel de amargo frutoPrefiriendo gozar la sombra clara,De juegos a mi infancia y de recreosSirvieron desde entonces sus batallas. «¡O llanos de Jarnac! ¡o en demasía 900Inhumana, alevosa y vil espada!Bárbaro Montesquieu, que de asesino,Más bien que de soldado nombre alcanzas!Condé, que moribundo, que cubiertoDe gloriosas heridas ya encontraras, 905De tu golpe cayó bajo la furia.Yo descargar lo vide. Yo segadaSu vida he visto allí... ¡ah!, que harto jovenDe flaco brío aún y estéril saña,No pudo ¡ay Dios! no pudo allí mi brazo, 910Ni prevenir su muerte, ni vengarla. «El cielo, protector de mi flaqueza,De héroes al celo ardiente y vigilancia,Mi débil juventud, siempre piadoso,Confiar felizmente decretara; 915Y de Condé, por fin, sucesor digno,La defensa, Coliñi, al punto abrazaDe mi persona a un tiempo y de mi bando.Yo se lo debo todo, si. Tan grataConfesión de mi deuda, es bien forzosa; 920Pues si la Europa ve, si acaso alabaDe virtud en mis hechos algún rasgo;Si esa Roma procaz, que me amenaza,Si aun esa Roma misma, muchas vecesEl mérito apreció de mis hazañas, 925¡Vos sois, vos sombra ilustre, a quien lo debo! «Crecí bajo sus ojos. Allí hallaraMi juvenil ardor por tiempo largo,De la guerra la escuela dura y brava.Él mismo, a cada paso, de los héroes, 930Con su ejemplo el gran arte me enseñara.Yo he visto a este guerrero encanecidoEn trabajosas lides y hechos de armas,Sobre sus fatigados nobles hombros,A una vez sostener con fuerza y calma, 935De la causa común, contra la ReinaY la fortuna infiel toda la carga.En su bando querido, y del adversoNo menos respetado, injurias agriasDe la fortuna a veces soportando; 940Más siempre, a su pesar, por su constanciaIgualmente temido y peligroso;De destreza, por fin, no menos sabiaAl mandar retiradas que combates;Y en sus mismas derrotas, harto infaustas 945Más grande, más glorioso, y más temible,Que Dunois o Gastón serlo lograran,En el triunfante curso de la dicha,Que coronó el suceso de sus armas. «Al cabo de dos lustros ya cumplidos 950De prósperas empresas y desgracias,Médicis, que a ver torna renacienteUn partido que crédula contabaPara siempre deshecho, y cuyas tropasYa de Francia los campos inundaban, 955De infructíferos triunfos y combatesDados en guerra abierta al fin cansada,Por último maquina, intenta aleve,Sin más vanos esfuerzos en campaña,En el seno apacible de los pueblos, 960Y en su mísera sangre, sufocadaDe un golpe dejar ya la civil guerra.La corte, desde entonces, de sus graciasSeductores halagos nos ofrece.De vencernos, por fin, desesperada, 965Engañarnos procura, y con propuestasDe una paz lisonjera nos aplaca;Más! que paz, justo Dios a quien atesto!¡Cuanta sangre, gran Dios de las venganzas,Presto inundó, manchó su infausta oliva! 970¿Y será fuerza ¡cielos! que la razaDe los supremos jefes de los hombres,Del delito las sendas allanadasA sus súbditos deje con su ejemplo? «Allá en su corazón fe le guardaba 975Coliñi a su señor. Lágrimas tiernasDe profundo dolor le cuesta Francia,Aun cuando, a su pesar, por su bien soloEn combatir Franceses se empleara.De este bien arrastrado, abraza, acepta, 980Y aún la ocasión previene, que ostentabaAsegurar propicia del EstadoLa concordia común tan suspirada.En el pecho del héroe, raras vecesHalla abrigo la vil desconfianza. 985Coliñi, entre alevosos enemigos,De una seguridad sobrado incautaConducido por fin, a París viene,Y allí fija su fúnebre morada.Del Louvre a un tiempo mismo allá hasta el fondo 990Mis pasos dirigió. Médicis falsa,Recíbeme llorando entre sus brazos;Ternezas me prodiga, me agasajaCual madre largo tiempo, y a ColiñiLa más fina amistad le protestaba. 995Que a lo adelante quiere por su sabioConsejo gobernarse, le declara;Cólmale de favores, y a sublimesDignidades sus méritos exalta.Muestra a los míos todos, deslumbrados 1000De dulces lisonjeras esperanzas,Fascinantes y astutas aparienciasDe las gracias del Rey más señaladas.Esperábamos ¡ha! creído hubimos,Gozar de ellas en paz edad más larga. 1005 «Sospecharon no pocos la perfidiaDe estos presentes, si. Se recordaranCuan temible era el don del enemigo;Más siempre a sus recelos igualabanDel Rey los artificios. Poco hacía, 1010Que de un secreto obscuro allá a la capa,Al perjurio, la Médicis, y al fraudeIba el hijo formando. PreparabaA crímenes atroces de aquel jovenEl fácil corazón, y por desgracia, 1015El Príncipe infeliz, a sus leccionesDócil en demasía, y a observarlasPor su genio feroz harto excitado,En su culpable escuela aprovechaba,Y excesivos progresos consiguiera. 1020 «Porque, a un misterio vil de horrible cara,Hermoso y noble velo astuto echase,Su hermana me concede, y ya me llamaSu hermano ¡O falso nombre, y cuán funestaHa sido tu ilusión, tu fe cuán vana! 1025O himeneo fatal, primer presagioDe nuestros males todos! Turbias llamasDe tu antorcha, soplada y encendidaDel cielo por las iras, de mi amada,De mi infelice madre ¡o amarga pena! 1030A estos mis propios ojos alumbrabanLa tumba funeral. Ligero, injustoNo intento ser, Señora, en esta causa.Yo de imputar no acabo a Catalina,De mi madre la muerte acelerada. 1035Su misteriosa muerte, no pretendoSin más pruebas cargarle. Tal vez, variasDe legales indicios de mí aparto.Es bien inútil ¡Reina! es excusadaLa pena de buscar a Catalina, 1040Más número de crímenes y faltas.Murió, Señora, al fin murió mi madre...Perdonadme unas lágrimas, que arrancaA mi dolor, tan tierno y fiel recuerdo,Todo se apresta en tanto. Ya es llegada 1045Del desenlace cruel la fatal hora,Que Médicis muy antes reservara. «A favor de las sombras de la noche,Sin estrépito fue la seña dada.De aquel mes, de memoria a Francia horrenda 1050La nuncio desigual que retiraraA la tierra de espanto, parecía,De su manchada faz la luz plateada.Del reposo en los brazos dulcementeEl incauto Coliñi se entregaba, 1055Y un sueño engañador, de adormideraSus órganos con flores recargara.Más de alaridos, pronto, un rudo estruendoInterrumpió, turbó tan dulce calma,Y a arrancar vino de ella sus sentidos. 1060Arrójanle del lecho las alarmas.Escucha: observa atento, y por do quiera,Sólo mira asesinos, que con rabia,Que con paso veloz todo lo corren.Brillando ve mil teas y mil armas. 1065Arder ve su palacio: un pueblo inmensoVagando ve entre undosas asonadas:Sangrientos sus sirvientes ahogarseMira entre fuego y humo: en cruel matanzaVerdugos de tropel ve encarnizados, 1070Y en voz alta gritando «perdonadaUna vida no sea, que es Dios mismo,La Médicis y el Rey, quienes lo mandan».Resonar de Coliñi el nombre siente;Y allá al joven Teliñi, a una distancia, 1075Divisa al mismo tiempo; aquel Teliñi,A quien la mano fiel de su hija caraAmor librara en premio; aquel Teliñi,Horror el más precioso de su casa,Y de su bando todo, a un tiempo mismo, 1080El lisonjero apoyo y la esperanza;A quien, todo sangriento y desgarrado,Los asesinos bárbaros arrastran,Y al amoroso padre en tanta angustia,Su socorro pidiéndole y venganza, 1085Ensangrentados brazos le tendía. Más el héroe infeliz, inerme se halla;Y en tan duro conflicto templando,Que es fuerza perecer, sin que alcanzaraDignamente vengarse, quiere al menos 1090Morir como viviera, siempre intactasSu gloria y su virtud. Ya numerosaCohorte de asesinos amenazaRomper con insolente tropelía,Las puertas del salón que le encerraba. 1095Él mismo se las abre. Se presenta;Y sobre todos tiende unas miradasDe tanta calma llenas, y con frenteNo menos majestuosa y sosegada,Que cuando, allá algún día en los combates 1100Dueño de su valor, con dócil saña,O el degüello, benigno detenía,O con rigor guerrero apresuraba. «A su aire venerable y faz augusta,Sorprendida de súbito, y cambiada 1105En confusión no menos que en respeto,De aquellos carniceros la arrogancia,Por una fuerza oculta suspendieronInmóviles sus pasos y su rabia,«¡Camaradas! les dice, ¿que os detiene? 1110Vuestra obra dejad presto acabada;Y con la yerta sangre de mis venas,Manchad, inexorables, estas canas,Que en la larga carrera de ocho lustros,La suerte respetó de las batallas. 1115Vuestra misión cumplid. Vuestros acerosDescargad; herid ya. No temáis nada.Coliñi os lo perdona. Poco importa,Leve cosa es mi vida. A vuestra sañaLa abandono. Perderla más quisiera 1120Por vosotros lidiando en las campañas.A estas razones, los sangrientos tigresCaen atolondrados a sus plantas.Del uno, aquí, el espanto saltar haceEl puñal, que a su pecho ya tocaba, 1125Allí postrado en tierra, los pies otroDe Coliñi abrazando, en llanto baña,Y rodeado en tal lance aquel gran hombre,De una banda confusa y humilladaDe sus mismos brutales enemigos, 1130A un poderoso Rey se asemejaba,De su pueblo querido y adorado.Pero el malvado Besma, que aguardaraEn el patio su víctima, impacienteDe que tal lentitud le dilataba 1135Su meditado crimen, indignado,Sube, corre afanoso, y la tardanzaDel alevoso golpe resolviendoRemediar por su mano, a los pies hallaDe aquel héroe, sus propios asesinos 1140Temblando y consternados. En tan blandaTan patética escena, a Besma solo,Al inhumano solo no embargabanSentimientos de lástima, a que siempreSu pecho inaccesible se mostrara; 1145Desagradar creyendo con un crimenDe alta traición a Médicis, si su alma,De algún remordimiento el más liviano,Sorprendida en tal caso se notara.Por entre los soldados pasa, corre 1150Hacia el bravo Coliñi, que le aguardaCon sereno semblante; y de repente,El furibundo monstruo con su dagaLe atraviesa, desviando dél la vista,Llevado del temor, de que una ojeada 1155De aquel augusto rostro, su vil brazoEstremecer hiciese, y su villana,Su selvaje fiereza congelase. «Tal del hombre más grande de la Francia,La funesta catástrofe a ser vino. 1160
Voltaire - La Henriade 1 - Masquelier - Moreau
Con sevicia feroz, con ciega rabia,Después que ya por tierra yace yerto,Aún le insultan impíos y le arrastran.De heridas traspasado su cadáver,Sin común sepultura le colgaran, 1165De los voraces buitres por vil pasto.Su cabeza a la Médicis regalanY a sus plantas ofrecen, cual trofeoDigno de la impiedad de sus entrañas,Y del índole fiera de un Rey hijo, 1170Que por desgracia en ellas se formara.Con tan fría indolencia la recibe,Que no gozar la pérfida indicabaDe su aleve venganza el fruto inicuo.Como de largo tiempo acostumbrada 1175A presentes iguales, ya sin gustos,Ya sin remordimientos, dominaraLas impresiones todas del sentido,Que afligirla pudieran, o turbarla. «¿Quién podría fielmente los estragos, 1180Cuya imagen tristísima ostentabaAquella noche atroz, decir bastante?La muerte de Coliñi aunque harto infaustaPrimicia de horror tanto, ensayo débilDe sus crueldades era y sus venganzas. 1185De un pueblo de asesinos, ya sin freno,La vil haz en matar encarnizadaPor deber y por celo, allí corríaMortal hierro blandiendo, y vivas brasasDe furor fulminando de sus ojos, 1190Por rimas de cadáveres, formadasDe sangrientos hermanos, con pie impíoLos verdugos, trepando, caminaban.Guisa estaba a su frente. Guisa, hirviendoDe cólera, con sangre que derrama 1195De cuantos encontraba de los míos,De su padre los manes aplacaba.Nevers, Gondí, Tavanne, por su parte,Sus dagas empuñando, ardor más dabanDe su inhumano celo en los transportes; 1200Y llevando delante pregonadaLa lista de sus crímenes, conducenA la muerte, y sus víctimas marcaban. «Pintaros no pretendo, ilustre Reina,Los raudales de sangre, que arroyaba, 1205El tumulto, los gritos, los gemidos,Los horrores, las muertes y las llamas,Que del triste París, por todos lados,Se vieron en tal noche. AsesinadaLa hija de su madre sobre el cuerpo; 1210Bajo el del hijo el padre que expiraba;Al lado del hermano, boqueandoAún caliente el cadáver de la hermana;Esposos abrazados, bajo el techoDel desplomado hogar agonizaban; 1215Desde las altas torres y azoteas,Sobre la dura piedra ensangrentadaEstrellados ¡que horror! niños de cuna...Del odio humano, sí, de su cruel sañaTanto es lo que esperarse puede y debe. 1220Más lo que no podrán sin repugnanciaCreer los venideros, lo que apenasAún ahora vos misma, en mi palabra,Podréis creer, Señora, es, que los monstruos,Ferozmente sedientos en su rabia, 1225Cebándose insaciables a porfíaEn la mísera y triste sangre humana,Que a derramar concita en todas partesLa voz del sacerdote sanguinaria;Al Señor invocaban fervorosos, 1230Mientras que sus hermanos degollaban,Y con mano alevosa y parricida,En sangre de inocentes tan manchada,Esta ofrenda, este incienso abominable,Consagrar en su altar a Dios osaban. 1235¡Cuantos héroes envueltos allí fueronEn las lúgubres sombras de la parca!Renél, y Pardellán, allí bajaronA habitar de los muertos las estancias.Allí, tú pereciste ¡bravo Guerchi! 1240Y tú ¡Lavardín sabio, de más largaY más próspera vida y suerte digno!Entre tanto infeliz, víctima tanta,Que noche tan sangrienta en los horroresDe una eterna dejado ha sepultada, 1245Subissa, y Marsillac, ambos proscritosDe su vida los días con audaciaAun defender supieran tiempo largo;Más sangrientas, al fin, acribilladas,Ya respirando apenas, y a empellones, 1250Sus personas acosan, las arrastranDel Luvre abominable hasta las puertas,Y del palacio odioso las entradasCon su sangre regando, en vano imploranUn Rey cuya traición les inmolara. 1255 «Tempestad tan horrenda de la alturaDel palacio excitando, contemplabaA su sabor la Médicis su fiesta.De diversión curiosa con miradas,Sus dignos e inhumanos favoritos, 1260De sangre ven las olas, que resaltan,Que a sus ojos bullendo aun humo elevan;Y de todo París, envuelto en llamas,Los míseros despojos y ruinas,A estos héroes triunfal pompa labraban. 1265 «¿Pero qué digo? ¡o crimen! ¡o vergüenza!¡O de los males nuestros extremada,Fiera y nefanda suerte! El Rey, Señora,Él mismo, entre verdugos se mezclaba,Y el tropel persiguiendo fugitivo 1270De míseros proscritos, torpe mancha,De sus propios vasallos en la sangre,Una mano a guardarla consagrada.Y ese mismo Valois, a quien hoy sirvo,Ese Rey, que hoy, Señora, vuestra gracia 1275Implora por mi labio, parte habiendoDe su bárbaro hermano en unas tramasTan negramente aleves y afrentosas,Su cólera excitaba a la venganza;No porque de Valois impías fuesen, 1280A pesar de hechos tales, las entrañas:En sangre rara vez tiñó su mano;Más ejemplos del crimen le sitiaranEn su primera edad. Su crueldad misma,De flaqueza de espíritu no pasa. 1285 «Entre la multitud de asesinados,Algunos el furor burlar lograranDel asesino acero. Prodigiosa,Célebre será siempre, y trasladadaA la futura edad de labio en labio, 1290De Comont, tierno niño, la más raraFavorable aventura. Su buen padre,Que el peso de los años abismaba,Entregárase al sueño, y a su ladoDos tiernos caros hijos acostara. 1295Un solo común lecho, aquella noche,Al padre y ambos hijos cobijaba.Fogosos matadores forajidos,A quienes cruel cólera cegara,Sobre ellos velozmente descargaron 1300Un granizo feroz de puñaladas.Por el lecho al azar la muerte vuela.En sus potentes manos sólo guardaLa suerte de los hombres el Eterno:Él sobre nuestros días, si le agrada, 1305Velar sabe, al momento en que las furiasDel sangriento homicida ciegas andan.Ningun golpe a Comont hiere ni toca.Un invisible brazo le amparabaEn su defensa armado, y de las iras 1310De tanto matador libra su infancia.A su lado su padre moribundoY de heridas cubierto, le tapabaCon su cuerpo, expirando, todo entero;Y del Rey y del Pueblo así engañada 1315La bárbara crueldad, a su hijo ha dadoSegunda vez la vida con su maña. «¿Y qué hacía, qué hacía yo en momentosDe tanto horror colmados y desgracia?De juramentos ¡ha! los más solemnes 1320Por demás entregado a la fe santa,Del Louvre allá en el fondo descansando,Muy distante del ruido de las armas,Aún del dulce reposo mis sentidosLos encantos pacíficos gozaban. 1325¡O sueño el más funesto! ¡O noche horrenda!Lúgubres aparatos de la parca,Al despertar mis ojos perturbaron.Mis más caros domésticos se hallabanAsesinados ya. Por todos lados, 1330Mis pórticos la sangre ya inundaba;Y mis ojos abrí para ver soloMis míseros sirvientes, que acababanDe ser bárbaramente degollados,Tendidos sobre el mármol de su estancia. 1335Los sangrientos verdugos ya se acercanA mi lecho furiosos; ya se avanzan.Sus parricidas manos, atrevidos,Contra mi pecho y cuello ya levantan.Ya el momento llegara en que debía 1340Mí suerte terminar; ya presentaraMi cabeza al cuchillo; ya la muerteResignado por puntos esperaba;Cuando, o fuese tal vez porque el respeto,Que de antiguo a la sangre tributaran 1345De mis regios abuelos, sus Señores,A mi favor entonces aún hablaraDe aquellos alevosos asesinosAl brutal corazón, o que la rabiaIngeniosa de Médicis, por dulce 1350Para mí por demás considerabaUna rápida muerte; o porque un puertoEn tanta tempestad se reservara,Guardándome por rehenes la prudenciaDe su sagaz furor, yo preservadas 1355Para nuevos reveses vi mis horas;Pues mi muerte cambiar Médicis manda,Más que la muerte dura, en cadenas. «Con suerte, a la verdad, menos amargaY de envidia más digna, aquella noche, 1360Expirando Coliñi, al menos, nadaEn ella más perdiera, que la vida.Su libertad y gloria inmaculadas,Le han seguido al sepulcro... Vos, Señora,Vos, os estremecéis a tan ingrata 1365Bárbara narración. Horrores tantosOs sorprenden, sin duda, y os espantan.Hasta aquí, sin embargo, solo oísteisDe ellos la menor parte. Se pensara,Que del Luvre fatal desde las torres, 1370La seña Catalina diera infaustaAquella propia noche al Reino entero.Todo imita a París. La muerte asalta,Sin resistencia cubre a un tiempo mismo,La vasta superficie de la Francia. 1375Cuando un Rey quiere el crimen, ya lo imperaY obedecido es harto. Su cruel saña,Por cien mil asesinos fue servida;Y las sangrientas enturbiadas aguasDe los ríos de Francia, al mar pasmado, 1380Solamente cadáveres rastraban».
FIN DEL CANTO II
Voltaire - La Henriade 4 - Delignon - Moreau
Canto III
Argumento: Continua el Héroe la historia de las guerras civiles de Francia. Funesta muerte de Carlos IX. Reinado de Enrique III. Su carácter. El del famoso Duque de Guisa, conocido por el apodo de Balafré. Batalla de Cutrás. Asesinato del duque de Guisa. Extremos a que se vio reducido Enrique III. Mayena Jefe de la Liga. De Omala su Héroe. Reconciliación de Enrique III con Enrique Rey de Navarra. Socorros prometidos por la Reina Isabel. Su respuesta a Enrique de Borbón.