La hipótesis de los dos cerebros - José Enrique Campillo - E-Book

La hipótesis de los dos cerebros E-Book

José Enrique Campillo

0,0

Beschreibung

¿Cómo se relacionan la mente y la consciencia? ¿Qué mecanismos nos permiten ser quienes somos? ¿Por qué el equilibrio entre ambas facultades es esencial para nuestra salud mental? El cerebro humano, con su complejidad inigualable, genera dos voces que definen nuestra experiencia de vida: la mente, lógica y práctica, que responde al mundo exterior, y la consciencia, íntima y subjetiva, que nos conecta con nuestras emociones más profundas. A través de la «Hipótesis de los dos cerebros», este libro explora por primera vez cómo estas dos fuerzas operan y coexisten en nuestro interior. La mente sigue leyes físicas clásicas y computables, mientras que la consciencia, vinculada a procesos no clásicos, nos abre a lo inmaterial: imaginar, sentir y planificar. Este delicado equilibrio, cuando se rompe, está en el origen de trastornos como el estrés y la depresión, que afectan a millones de personas. En estas páginas, José Enrique Campillo, catedrático emérito de Fisiología y reconocido divulgador, analiza las bases biológicas de la mente y la consciencia, reflexiona sobre la relación entre las emociones y la salud mental, y ofrece herramientas para prevenir y entender los desórdenes mentales, en un lenguaje claro y accesible. Un libro exhaustivo y original que combina ciencia y reflexión para desentrañar los secretos de nuestra identidad y ayudarnos a comprender cómo el cerebro construye la experiencia humana.

Sie lesen das E-Book in den Legimi-Apps auf:

Android
iOS
von Legimi
zertifizierten E-Readern
Kindle™-E-Readern
(für ausgewählte Pakete)

Seitenzahl: 304

Veröffentlichungsjahr: 2025

Das E-Book (TTS) können Sie hören im Abo „Legimi Premium” in Legimi-Apps auf:

Android
iOS
Bewertungen
0,0
0
0
0
0
0
Mehr Informationen
Mehr Informationen
Legimi prüft nicht, ob Rezensionen von Nutzern stammen, die den betreffenden Titel tatsächlich gekauft oder gelesen/gehört haben. Wir entfernen aber gefälschte Rezensionen.



LA HIPÓTESIS DE LOS DOS CEREBROS

© del texto: José Enrique Campillo, 2025

Autor representado por Silvia Bastos, S. L. Agencia literaria

© de esta edición: Arpa & Alfil Editores, S. L.

Primera edición: febrero de 2025

ISBN: 978-84-10313-68-2

Diseño de colección: Enric Jardí

Diseño de cubierta: Anna Juvé

Maquetación: Compaginem Llibres, S. L.

Producción del ePub: booqlab

Arpa

Manila, 65

08034 Barcelona

arpaeditores.com

Reservados todos los derechos.

Ninguna parte de esta publicación puede ser reproducida, almacenada o transmitida por ningún medio sin permiso del editor.

José Enrique Campillo

LA HIPÓTESIS DE LOS DOS CEREBROS

ÍNDICE

PRÓLOGO

1   ¿Para qué sirve el cerebro?

2   El cerebro humano es único

3   El cerebro procesa información

4   ¿Es el cerebro una computadora?

5   ¿Cómo funciona el cerebro?

6   Las sensaciones

7   Las memorias

8   El tiempo y el espacio

9   Las emociones

10 Los sentimientos

11 Las inteligencias

12 Las respuestas cerebrales

13 El cerebro previsor

14 Las intenciones y el libre albedrío

15 El miedo

16 El estrés provoca inflamación

17 Las depresiones

18 El control del estrés

19 El estilo de vida antiinflamatorio

EPÍLOGO

REFERENCIAS

PRÓLOGO

Uno de los grandes desafíos de la fisiología humana es el de comprender cómo funciona el cerebro. Hoy día, gracias a la aplicación de novedosas técnicas de exploración, comienzan a alzarse algunas esquinas del velo del misterio. Estos resquicios nos dejan entrever detalles inesperados de este prodigioso dispositivo que es el cerebro humano.

A lo largo de las páginas que siguen se aborda este asunto a la luz de la llamada «hipótesis de los dos cerebros». Según esta teoría, nuestro cerebro realiza dos tipos de actividades, que ejecuta mediante dos mecanismos diferentes. Es como si dos voces nos hablaran desde el interior de nuestra cabeza.

Una de esas voces se corresponde con lo que podríamos denominar, en términos generales, la mente. Es la voz exterior, es la actividad cerebral en respuesta a la información que llega al cerebro desde fuera: desde el mundo exterior o desde el resto del cuerpo. La mente se ocupa de cosas como resolver una ecuación matemática, arreglar un motor, verificar el recibo de la luz, conducir el coche, hacer la compra, controlar la sed y el hambre, rascarnos cuando nos pica la piel o regular la presión arterial. Es el ámbito de las emociones.

La otra voz representa lo que podríamos llamar la consciencia. Es la voz interior, es la actividad cerebral en respuesta a la información que llega al cerebro desde el propio cerebro. La consciencia se ocupa de cosas como recordar con nostalgia nuestra niñez, planificar nuestro futuro con ilusión o añorar al ser querido que ya no está. Esta voz interior nos dota de una identidad única, nos permite creer en seres sobrenaturales y nos abre la expectativa de otra vida tras la muerte. Es el ámbito de los sentimientos.

La mente es el resultado de los mecanismos físicos clásicos, electroquímicos, que operan en la neurona: los potenciales neuronales (las neuronas funcionan mediante fenómenos eléctricos) y la secreción de neurotransmisores, unas sustancias químicas muy activas. La actividad mental es objetiva y computable mediante algoritmos. Y se ajusta en su funcionamiento al patrón del arco reflejo: estimulo, procesamiento y respuesta. Preparar unas galletas, operar un cáncer o jugar al ajedrez son actividades mentales que pueden ser realizadas por un ordenador o por un robot, incluso con ventaja.

La consciencia es el resultado de mecanismos físicos no clásicos —aún no bien dilucidados, quizá cuánticos— que operan desde algunas estructuras de la propia neurona. La actividad de la consciencia es subjetiva y no es computable mediante algoritmos. Imaginar que viajamos a Marte y nos posamos al lado del vehículo explorador, planificar nuestro futuro cuando acabemos nuestros estudios o llorar por el reciente fallecimiento de nuestra madre son actividades de la consciencia que ningún ordenador ni robot pueden sentir como nosotros lo hacemos. Un robot solo puede llegar a simular sentimientos y emociones humanas si está dotado del software de inteligencia artificial y han programado esa posibilidad en sus algoritmos.

Las causas más frecuentes de los desórdenes mentales son la falta de control de la información que llega a nuestro cerebro y un manejo incorrecto de las dos voces que nos hablan cada segundo de nuestra existencia. Estos problemas de salud afectan ya a casi el veinte por ciento de la población española. Por eso, a lo largo de estas páginas exploraremos el diálogo de nuestras emociones y de nuestros sentimientos en relación con dos de los problemas mentales más importantes que nos afectan hoy día: el estrés y la depresión.

Espero que la información proporcionada en este libro sirva a cualquier persona para ayudarle a prevenir estos males. Y puede que hasta les sea de utilidad a los profesionales que se ocupan del tratamiento de los desórdenes mentales para reflexionar desde un nuevo punto de vista sobre los mecanismos de la enfermedad mental y sus tratamientos. También confío que beneficie a aquellas personas que padecen algún problema mental, ayudándoles a cooperar con eficacia en su propia terapia.

El texto está escrito con la intención de que sea asequible a cualquier lector. He omitido mucha información técnica que podía resultar ardua para las personas sin formación en áreas biológicas o de salud, pero se incluye una bibliografía comentada para facilitar la tarea a quienes deseen profundizar en algún asunto concreto. La mayor parte de la bibliografía propuesta es de acceso libre y gratuito a través de internet y la forma de notación bibliográfica se ajusta al mejor formato para acceder, con facilidad, a la fuente citada.

Por último, quiero advertir que este no es un manual para el tratamiento de problemas mentales. Tampoco se pretende banalizar algo que destroza la vida de tanta gente como es la depresión. Toda persona que se vea reflejada en alguno de los problemas que se describen en este libro debe acudir, lo antes posible, a un especialista para obtener un diagnóstico correcto y, si procede, recibir el tratamiento más adecuado según sus circunstancias personales.

1

¿PARA QUÉ SIRVE EL CEREBRO?

El mundo exterior en el que vivimos está en constante cambio: día y noche; verano e invierno; calor y frío; viento; humedad; abundancia o escasez de alimentos; amenazas de peligros físicos (un rayo en medio de la tormenta), geológicos (un seísmo) o biológicos (una plaga de mosquitos tigre). El interior de nuestro cuerpo también cambia constantemente después de comer, beber, hacer ejercicio, practicar sexo o dormir y está expuesto a amenazas biológicas (el ataque de un virus), traumáticas (un golpe, la fractura de un hueso) o energéticas (falta de alimentos). A pesar de estos cambios continuos, el cuerpo mantiene estable su medio interno y su función, e incluso sabe reaccionar ante las situaciones peligrosas de la mejor manera posible para nuestra supervivencia.

La función principal del cerebro, si no la única, es el control continuo de nuestra supervivencia y proporcionarnos todo aquello que necesitamos para nuestro bienestar y nuestra reproducción, dotándonos de las mejores herramientas, físicas y mentales para hacer frente a cualquier emergencia. El cerebro se ocupa, cada instante de nuestra vida, de mantener un equilibrio constante en la estructura, la composición y la función de nuestro organismo, a pesar de esos cambios continuos que suceden en nuestro propio cuerpo y en el medio que nos rodea. Esta función se conoce con el nombre de homeostasis. El equilibrio de la homeostasis se logra mediante una conversación constante entre el cerebro y el entorno en el que vivimos, o entre el cerebro y del resto del cuerpo, o del propio cerebro consigo mismo. Nuestro cerebro es muy parlanchín para nuestro beneficio.

Este concepto se ha plasmado en la llamada Teoría general del comportamiento, enunciada en 2018 por el psicólogo David F. Marks. Contempla que nuestra vida y nuestra felicidad dependen del equilibrio de nuestro sistema homeostático, que está controlado por el cerebro. El lector interesado puede acceder a la obra de D.F. Marks de manera gratuita a través de Internet, según se detalla en la bibliografía.

Cada acción que realizamos, por nimia que parezca, como rascarnos una oreja, es el resultado de un complejo procesamiento cerebral en respuesta a un estímulo (quemadura solar o picadura de un mosquito). Y siempre representa el intento de mantener nuestro equilibrio, nuestra homeostasis.

El cerebro, que sirve como sede principal de control de información, recibe los datos desde el entorno y sobre el estado de los órganos y tejidos de nuestro cuerpo. Luego se ponen en marcha un montón de archivos de memoria y de centros de procesamiento y se decide qué debe hacerse en respuesta a toda esa información. La orden final son algunos movimientos que proporcionan las proteínas contráctiles, ya estén en los músculos, en la pared de las arterias, en las vísceras o en los sistemas secretores de algunas células. Toda respuesta cerebral siempre es motora. Las órdenes llegan a los músculos a través de esos cables que son los nervios. Veamos algunos ejemplos.

Puede haber una temperatura ambiente de 45ºC a la sombra, pero nuestro cuerpo debe mantener constante una temperatura de 37ºC. La homeostasis térmica es el conjunto de mecanismos que pone en marcha nuestro cerebro para que se mantenga una óptima climatización de nuestro cuerpo bajo todas las condiciones térmicas de frío o calor: sudoración, enrojecimiento de la piel, tiritona, castañeteo de dientes, piel de gallina, etc.

Llevamos varias horas sin comer y nuestras reservas de energía disminuyen. Entonces el cerebro recibe señales que le informan de esa falta de combustible y enciende el piloto de la sensación de hambre que nos fuerza a repostar el combustible alimenticio lo antes posible para volver a disponer de niveles adecuados de energía.

Estamos tumbados. La sangre circula sin dificultad por todo el organismo a una presión baja, la suficiente para llegar a todos los rincones. De repente nos ponemos de pie y la parte superior de nuestro cuerpo recibe menos sangre durante unos instantes; a veces podemos sentir un leve mareo. Pero esta caída de la presión es captada por unos receptores (barorreceptores) que informan a los centros cerebrales, que son los que los mandan señales que, en milisegundos, aumentan la frecuencia cardíaca y contraen las arterias en algunas partes del cuerpo, restableciendo la presión arterial adecuada en todo el organismo.

Hemos cenado unos platos muy salados. Aumenta mucho el nivel de sodio en nuestra sangre, lo que supone un desequilibrio grave de la homeostasis. Esto es captado por unos receptores que mandan unas señales a un área del cerebro llamada hipotálamo. Allí, unas neuronas que forman el centro de la sed mandan impulsos nerviosos que crean en nuestro cerebro la necesidad de beber. Y así nos pasamos toda la noche bebiendo agua para diluir el sodio en nuestra sangre y eliminar el exceso por el riñón, en forma de orina.

Otras variaciones de la información pueden llegar también desde fuera del organismo, desde el entorno. De camino a la oficina nos topamos en plena acera con una serpiente cascabel, que se le ha escapado a algún coleccionista de animales raros. Nuestro organismo necesita evitar el peligro (y el desequilibrio) que supone una mordedura del ofidio y, en consecuencia, el cerebro pone en marcha algunos mecanismos (aceleración del ritmo cardíaco y respiratorio, vasodilatación muscular, etc.) que nos permiten cruzar al otro lado de la calle a la carrera.

La información puede llegar también desde la propia intimidad del cerebro. Una alumna se enfrenta al último ejercicio de unas oposiciones. Se juega su futuro y sus sueños de formar una familia, de tener unos hijos, un hogar. Suspender supondría un gran desequilibrio en su proyecto de vida. Se activan numerosas áreas cerebrales que trabajarán al máximo para que supere la prueba. Eso es también homeostasis.

En resumen, al conjunto de mecanismos que permiten que nuestro organismo mantenga una relación equilibrada con las variaciones en el nivel de información exterior e interior, que le permita la supervivencia y la reproducción, se le llama homeostasis. Es un término y un concepto que debemos al gran fisiólogo Walter Cannon, que lo formuló en 1926. La palabra homeostasis usa las formas combinadas de los términos griegos ὅμοιος homoios, similar, y στάσις stasis, parado. Proporciona la idea de permanecer igual, sin cambios, pase lo que pase.

El centro de procesamiento de información que controla toda esta compleja y delicada tarea de la homeostasis es ese ordenador que transportamos dentro del cráneo, nuestro cerebro. El cerebro ejerce el control integrado de la homeostasis, de la que podemos distinguir cuatro tipos: fisiológica, psicológica, social y cósmica.

HOMEOSTASIS FISIOLÓGICA

Es el conjunto de mecanismos que permiten que los parámetros físicos y químicos de nuestro organismo permanezcan dentro de unos márgenes estrechos, pese a los cambios en el entorno.

Para mantener la homeostasis y responder a los cambios internos y externos, el cuerpo ajusta de manera constante los valores de pH, presión arterial, azúcar en sangre, electrólitos, energía, hormonas, oxígeno, proteínas o temperatura, entre otros muchos. De esta manera se logra mantener esos valores dentro de los límites que considera normales. También garantiza la adaptación más favorable a los sucesos que ocurren en el entorno.

En la mayor parte de mecanismos homeostáticos, el centro de control es el cerebro que, cuando recibe información sobre una desviación en las condiciones internas del cuerpo, manda señales para producir cambios que corrijan esa irregularidad y lleven las condiciones internas de vuelta al intervalo normal. Hay, sin embargo, algunos cambios que se resuelven solo a nivel celular; es una especie de homeostasis celular.

Los núcleos cerebrales encargados del control de la homeostasis interna suelen estar en la zona central de la masa cerebral, sobre todo en el hipotálamo. Veamos un ejemplo.

Hemos trabajado físicamente toda la mañana y solo hemos tomado un café con leche y media tostada con aceite en el desayuno. A las dos de la tarde, nuestro organismo detecta la falta de combustible y activa el mecanismo homeostático correspondiente. El estómago vacío se contrae, bajan los niveles de glucosa en la sangre, los depósitos de grasa disminuyen un poco. Todas estas señales son captadas por los receptores correspondientes y transformadas en potenciales de acción, la forma más común de transmisión de información en el sistema nervioso. Esos potenciales llegan a una zona del cerebro llamada hipotálamo. Allí existe un grupo de neuronas que forman el denominado centro del hambre, que se encarga de dar las órdenes necesarias para solucionar el problema. En este caso desencadena una sensación y estado emocional (el hambre), que nos incita a buscar algún alimento que ingerir. Dejamos de trabajar y nos comemos un buen bocadillo. Los nutrientes que penetran en nuestro organismo apagan ese piloto del hambre y activan otro centro que hay en el hipotálamo, el de la saciedad. Dejamos de comer y nos ponemos de nuevo a la tarea.

HOMEOSTASIS PSICOLÓGICA

En este caso, la información puede proceder tanto del exterior de nuestro cerebro como del interior. El mecanismo de la homeostasis es muy similar al descrito antes, pero en este caso la información llega a nuestro cerebro a través de los sentidos —la vista, el oído, el olfato, el gusto, el tacto y la termorrecepción— o desde la información almacenada en nuestro cerebro, en la memoria.

La homeostasis psicológica es un proceso clave para el bienestar y la supervivencia. Nos defiende tanto de los peligros agudos (la madre que observa cómo un desconocido se lleva a su hijo del parque) como de los crónicos (la mujer con un trabajo ejecutivo muy absorbente que ve cómo no le llega el tiempo para atender a su familia como ella desearía).

La homeostasis psicológica no es diferente a la fisiológica. Por ejemplo, para algunos autores, la regulación homeostática del miedo es similar a la regulación homeostática de la temperatura. Frente al miedo intenso, el organismo pone en marcha mecanismos homeostáticos como echar a correr si vemos una serpiente, pero, una vez pasado el peligro, se establece un nuevo equilibrio y el miedo intenso cesa: contemplamos con curiosidad la serpiente desde el otro lado de la calle, incluso somos capaces de llamar a los bomberos.

Lo mismo sucede cuando el estímulo procede de la consciencia, del segundo cerebro. Vamos a la facultad para comprobar la lista de calificaciones de esa última asignatura que nos queda para acabar nuestros estudios. El desequilibrio provocado por el temor a volver a suspender y el desastre que eso implicaría para nuestros planes de futuro crean un estado de ansiedad y miedo. La voz interior llama a la calma hasta que se verifique la nota. Y luego todo se convierte en alegría desaforada al constatar el aprobado.

La homeostasis psicológica nos permite lograr un equilibrio entre nuestras necesidades y su satisfacción. De hecho, la felicidad, que es el estado más favorable en el que podemos vivir, se identifica con la satisfacción plena de todas nuestras necesidades, de todos nuestros deseos. Cuando las necesidades no son satisfechas, se produce un desequilibrio interno: inquietud, desasosiego, temor. Es la persona a la que por reajustes empresariales le han reducido el sueldo y ve que no le llega para atender a todas las necesidades de su familia. El sujeto busca alcanzar el equilibrio, la homeostasis en su vida, a través de conductas que le permitan satisfacer dichas necesidades, por ejemplo, buscar otro trabajo complementario por la tarde.

El equilibrio homeostático psicológico también puede alterarse cuando no se ven satisfechas necesidades de tipo estético o espiritual, no solo interesa equilibrar los aspectos materiales de nuestra vida. Es, por ejemplo, el desequilibrio que supone para un creyente cometer un pecado. O el que supone para alguien no poder atender las necesidades de tipo estético o artístico que le interesan, como asistir a alguna obra de teatro o a un concierto tantas veces como le gustaría.

La Teoría general del comportamiento afirma que el progreso humano depende de un sistema de homeostasis intrínseco con propósito, deseo e intencionalidad que se esfuerza por mantener un equilibrio. La homeostasis se esfuerza por mejorar la seguridad y el bienestar al intentar estabilizar y minimizar los efectos y la influencia para nuestras vidas de cualquier trauma psicológico, incluso aquellos causados por eventos graves como el abuso sexual, la guerra o un confinamiento prolongado. A veces, la única respuesta que le queda al cerebro frente a ciertos traumas psicológicos o físicos es el olvido. Es encerrar en el desván del inconsciente aquellos recuerdos que nos puedan hacer daño.

Los ajustes en la jerarquía de necesidades son desencadenados, a veces, por conductas de bloqueos, blindajes, compensaciones o distanciamiento. El cerebro solo pretende que aquellos eventos negativos, que no se pueden solucionar, ocasionen el menor daño posible.

Es importante que adoptemos la conducta correcta para restablecer el equilibrio. Pero a veces no es así. Entonces ponemos en marcha conductas erróneas que, además de no solucionar el problema, pueden causar daño a nuestro cuerpo y a nuestra mente. Veamos algunos ejemplos.

Uno de esos mecanismos es la llamada discrepancia cognitiva. Nuestro cerebro nos advierte del grave desorden para nuestro aparato respiratorio que supone el humo del tabaco. Pero nosotros creamos una discrepancia que nos conviene y nos decimos aquello de «de algo hay que morir» mientras abrimos un nuevo paquete de cigarrillos. O cuando nos vemos atrapados del capricho irrefrenable de comprarnos el último modelo de smartphone, aunque la economía familiar ande al límite. Mediante la discrepancia cognitiva nos inventamos una historia conveniente para justificar el desequilibrio, en vez de hacerle frente como nos sugiere nuestro cerebro. Otro ejemplo puede ser el del ayuno. Si llevamos un día entero sin comer, nuestro cerebro pone en marcha todos los mecanismos necesarios para corregir ese desequilibrio homeostático. Pero, si estamos ayunando por razones médicas o religiosas, oponemos estos motivos a los del cerebro y establecemos un nuevo equilibrio homeostático acorde con las razones de la falta voluntaria de ingestión de alimentos.

A veces intentamos soslayar el problema analizándolo y racionalizándolo, como cuando justificamos el comportamiento violento o inadecuado de alguien. Nos damos explicaciones que no son verdaderas pero que nos protegen; nos engañamos a nosotros mismos para eludir el problema. «Sí, reconozco que es un hombre violento, pero en el fondo tiene un gran corazón» cuando intentamos soportar el desequilibrio que nos ocasiona un marido maltratador. O decimos «son cosas de niños» cuando queremos poder soportar el desequilibrio de una conducta delictiva de nuestro hijo. También podemos recurrir a bloquear en la memoria los sentimientos y recuerdos que nos afectan y nos producen tristeza o ansiedad. Negamos la realidad que afecta a nuestro equilibrio, dejamos de reconocer las experiencias desagradables como tales. Estos dos mecanismos suelen ponerse en marcha en la violencia intrafamiliar o en el abuso y maltrato infantil. Son efectos de la homeostasis psicológica.

También se puede adoptar una conducta de saldos y de compensaciones, como si nuestro cerebro abriese la temporada de rebajas. Sustituimos los deseos que no podemos lograr por otros más accesibles o aceptables: no nos llega el dinero para ir quince días a la playa, pero nos convencemos de cómo disfrutarán nuestros hijos en el pueblo, en casa de los abuelos. A veces fantaseamos y soñamos despiertos para dar satisfacción a una necesidad que nos agobia, a un deseo que sabemos que es muy difícil de lograr. Podemos llegar a fantasear que nos hemos convertido en un maestro de kung-fu y le damos su merecido al colega bravucón de la oficina que nos hace la vida imposible.

Vemos que el funcionamiento de la homeostasis psicológica no es, a veces, como debería ser. Cuando creemos que nuestras necesidades, de cualquier tipo, no son satisfechas, nuestra voz interna puede desencadenar un desequilibrio y, como veremos en las páginas que siguen, ocasionarnos un daño mayor.

HOMEOSTASIS SOCIAL

Las numerosas investigaciones realizadas a lo largo de los últimos años han analizado con detalle las consecuencias positivas —psicológicas, neurobiológicas y del comportamiento— que resultan de mantener los adecuados contactos sociales y familiares. Y también se han constatado los efectos negativos del aislamiento y la soledad. No son sinónimos. El aislamiento es una condición objetiva, a causa de las condiciones de vida de una persona. La soledad es el aspecto subjetivo de la ausencia de contactos con otras personas.

A la corrección de los desequilibrios de las necesidades de autonomía y dependencia es lo que se denomina en términos amplios homeostasis social; es una subdivisión de la homeostasis psicológica. La homeostasis social trata de mantener un balance saludable, un equilibrio, en nuestras relaciones con el resto de las personas.

La soledad es un problema para la mayor parte de los seres vivos, incluidos los seres humanos. Para muchos seres vivos, la soledad es la peor alteración homeostática que pueden sufrir. Para cualquiera de nuestros ancestros hace cien mil años, en los albores de la humanidad, separarse de la tribu y quedar solo significaba la muerte. Y hoy, en pleno siglo XXI, la soledad supone la muerte en vida para millones de personas, sobre todo ancianos, que viven en un aislamiento terrible en medio del bullicio de la ciudad. Por eso la soledad no deseada es un estado de desequilibrio que nos impele a buscar compañía. En el barrio en el que vivo he constatado que hay personas mayores que con la única persona con la que mantienen una conversación en todo el día es con la cajera del super, al hacer la compra, o con la farmacéutica, al comprar las medicinas.

Pero, en el otro extremo, está el exceso de obligaciones sociales al que muchos están sometidos. El estar permanentemente rodeados de gente puede conducir a un agotamiento, un desequilibrio por carencia de suficiente espacio temporal para nosotros mismos.

Nuestro cerebro trabaja para mantener un balance saludable de interacciones sociales y nos proporciona los estímulos necesarios para procurarnos contactos sociales cuando carecemos de ellos o limita la socialización cuando es excesiva. Es una especie de termostato social, como el funcionamiento del termostato que controla la temperatura de una habitación o de nuestro cuerpo.

Los efectos de esa alteración de la homeostasis que supone la soledad se han estudiado con detalle recientemente tras el forzado aislamiento a causa de la pandemia por COVID-19. Las necesidades y restricciones de la interacción social producen efectos negativos en forma de ansiedad y depresión y otras formas de angustia, que se han constatado durante el reciente confinamiento. Numerosos estudios realizados en todo el mundo han demostrado un incremento de más del 20 % en la prevalencia de la depresión y un aumento significativo en la tasa de suicidios a causa del confinamiento por la pandemia de COVID-19.

HOMEOSTASIS CÓSMICA

Algunos físicos y filósofos creen que cada cerebro está conectado con los otros miles de millones de cerebros que pueblan el planeta y que todos ellos, además, están conectados con todo el cosmos.

Todos hemos sentido en alguna ocasión la necesidad de girar la cabeza porque teníamos la impresión de que alguien nos estaba mirando. También hemos pensado en alguien y un minuto después hemos recibido una llamada telefónica de esa persona. Vamos a considerar algunas de las bases que sustentan esta hipótesis y que se tratan con detalle en el libro La consciencia humana (Arpa, 2021).

Ya desde la antigüedad se manejaba el concepto de Anima Mundi y de pananimismo. Platón, en su diálogo Timeo, dice que este mundo es, de hecho, un ser viviente dotado de alguna inteligencia. El filósofo chino Huang Po habla, en el año 800 de nuestra era, de una mente universal o mente única. Durante siglos teólogos, filósofos y naturalistas han hablado de panteísmo y pananimismo.

Ya en el siglo XX, encontramos nuevas formulaciones, como la noosfera del filósofo ruso V. Vernadsky y del jesuita francés Teilhard de Chardin. También en los años veinte del siglo pasado el psiquiatra C. Jung y el físico y premio Nobel W. Pauli desarrollaron la idea del unus mundus.

En 1928, Sir Arthur Eddington, astrofísico y filósofo de Cambridge, publicó su libro The Nature of the Physical World en el que asegura que la materia que forma el universo es mental. En 1930, Sir James Jean, físico, astrónomo y matemático, también de Cambridge, escribió que, según los últimos descubrimientos que se estaban produciendo entonces, el universo empezaba a parecerse más a un gran pensamiento que a una gran máquina.

Más cercano en el tiempo tenemos al psiquiatra Stanislav Graf, fundador de la psicología transpersonal, quien, en La mente holotrópica —libro formado de principio a fin por casos reales— habla de una inteligencia cósmica que impregna la totalidad del universo y que está conectada con nuestra mente.

En 2005, la revista Nature publicó un artículo del físico y astrónomo R.C. Henry titulado «The Mental Universe». En él se dice que quien crea la realidad es el propio observador. Todos estamos involucrados en la creación de nuestra propia realidad personal. Y que el universo es solo una construcción mental.

Finalmente, en estos antecedentes merece un lugar destacado la obra del húngaro E. Lazslo, que creó el concepto de campo akásico y expone lo que él define como una teoría integral del todo.

Desde este punto de vista, nuestro cerebro se ocuparía de mantener una especie de homeostasis o equilibrio cósmico mediante esa parte tan especial de nuestro cerebro que es la consciencia.

HOMEOSTASIS, SALUD Y ENFERMEDAD

Gozamos de una buena salud física y mental y somos felices cuando nuestra homeostasis está bien equilibrada. Por el contrario, una alteración transitoria o permanente de la homeostasis es lo que determina ese estado desagradable (y peligroso para nuestra supervivencia) que es la enfermedad.

Toda enfermedad implica una alteración de nuestra homeostasis. Un virus que invade nuestro pulmón supone una alteración del medio interno pulmonar; la consecuencia de esta alteración homeostática es una infección respiratoria. Una bacteria que se propaga en nuestro intestino ocasiona una alteración homeostática que suele acabar en diarrea. Si bebemos o aspiramos un tóxico, metemos en nuestro organismo algo que no debería estar y sufrimos una intoxicación. Una herida o una fractura supone una alteración de la estructura normal de nuestro medio interno, lo mismo que un coágulo que tapone una arteria. Si los receptores sobre los que actúa la insulina se alteran, ya no se puede regular adecuadamente la glucemia y se ocasiona la diabetes. Si los núcleos hipotalámicos del hambre y saciedad se alteran, se puede desencadenar una alteración homeostática como el exceso de peso, la obesidad o un adelgazamiento excesivo y la anorexia. La acumulación de unas proteínas en las neuronas ocasiona una alteración de la homeostasis cerebral que puede ocasionar alzheimer.

Todas las enfermedades, como puedan ser los problemas cardiovasculares, la diabetes, la hipertensión o el asma, representan un fallo homeostático interno de nuestro organismo en el control metabólico, en la regulación de la presión de la sangre en nuestros vasos sanguíneos o en las respuestas de nuestro sistema inmunológico.

De igual manera, las enfermedades mentales pueden considerarse como un fallo de la homeostasis. Ya veremos más adelante cómo una situación de estrés crónico puede desequilibrar la homeostasis cerebral hasta el punto de provocar un estado inflamatorio cerebral y ocasionar trastornos mentales serios.

La clave de nuestra salud física y mental está en conservar un adecuado equilibrio entre nuestro organismo y el medio externo e interno: en mantener la homeostasis. Y esta tarea es, en gran parte, responsabilidad de nuestro cerebro.

2

EL CEREBRO HUMANO ES ÚNICO

El cerebro humano es la estructura más compleja que existe en lo que conocemos del universo. Comparte con otras estructuras, como los agujeros negros, su misterio y su enorme capacidad de procesar información. El estudio de la información de los agujeros negros constituyó el principal interés investigador del científico británico Stephen Hawking.

Cada ser vivo posee el mejor dispositivo capaz de captar y procesar toda la información que le es necesaria para su supervivencia y su reproducción. Ningún dispositivo es mejor que otro; solo es el mejor posible para ese ser vivo en particular, ya sea una bacteria, un árbol, una vaca o una persona. Es el resultado eficaz de millones de años de evolución que les han dotado de las mejores condiciones para sobrevivir en el entorno que habitan.

Las aves tienen alas y pueden volar, pero no son superiores a otros animales, las alas solo son una adaptación para sobrevivir en unas ciertas condiciones de vida. Los tigres tienen garras, unos colmillos agudos y unas muelas afiladas que cortan como cuchillos, pero no son superiores al resto de los animales, solo son adaptaciones para permitirles una caza eficiente y una mejor supervivencia. Los murciélagos están dotados de un sónar que les permite localizar sus presas por ecolocalización, pero no son superiores a nadie, solo es una interesante adaptación evolutiva que les ha permitido sobrevivir en entornos oscuros y cazar durante la noche. Los seres humanos tenemos un cerebro con unas notables capacidades, pero no somos superiores a ningún otro animal; el cerebro humano es una adaptación más para sobrevivir en entornos peligrosos y en situaciones con dificultades para conseguir alimento, que han caracterizado gran parte de nuestra evolución.

Todos los seres vivos son capaces de controlar la homeostasis mediante mecanismos diversos; en los animales, esa misión recae en el cerebro. Las plantas se las apañan bastante bien utilizando otros sistemas. Cada animal tiene el cerebro con las prestaciones necesarias para procesar la información que cada uno en particular necesita para sobrevivir y reproducirse. Un lobo necesita poseer un olfato excelente, un águila precisa de una gran agudeza visual, un delfín posee un sistema de sónar que le orienta en medio del océano, una serpiente detecta a su presa por el calor que emite. ¿Qué es lo que hace que el cerebro humano sea tan especial?

EL CEREBRO ES UN MISTERIO

El cerebro es un órgano blando, de la consistencia del tofu, compuesto mayoritariamente de agua y grasa. Si lo cortamos por la mitad podemos distinguir una parte más grisácea (la sustancia gris), que es donde están agrupadas las células (neuronas) y otra parte más blanquecina (la sustancia blanca) que se corresponde con los haces de cables (fibras nerviosas) que trasladan la información de un lado a otro del cerebro y al resto del organismo.

No es tarea de este libro describir con detalle los entresijos anatómicos del cerebro. A las personas interesadas les recomiendo algunos vídeos de internet donde se explica mediante figuras muy didácticas cómo es el cerebro por dentro. Aquí solo bosquejaremos los elementos indispensables para comprender el mensaje que se pretende transmitir.

Si preguntas a cualquier neurocientífico si ya estamos cerca de comprender cómo funciona nuestro cerebro, seguro que menea la cabeza, se sonríe y puede que responda: «Apenas sabemos nada».

Un dato nos puede dar la dimensión de lo escaso de nuestro conocimiento acerca del cerebro. Hay un minúsculo gusano de pocos milímetros de longitud, el C. Elegans, que se utiliza mucho en investigación. Carece de cerebro propiamente dicho, pero posee una agrupación de neuronas (un ganglio) que cumple la función de cerebro. Son 302 neuronas, con unas siete mil conexiones, que se han estudiado minuciosamente. A pesar de tanto estudio, aún no se sabe cómo funciona ese puñado de neuronas para controlar el comportamiento del gusano.

Los seres humanos tenemos casi cien mil millones de neuronas en nuestro cerebro, entrelazadas por unos cien billones de conexiones o sinapsis, y arropadas por una cantidad similar de células de la glía, cuyas funciones no se conocen bien. Ya imaginará el lector que, si no alcanzamos a comprender cómo funcionan las trescientas neuronas del gusano, estamos completamente perdidos frente a las dimensiones siderales de nuestro cerebro.

Además de tan enorme complejidad, hay problemas que limitan mucho el estudio del cerebro. Por una parte, las grandes diferencias que existen entre el cerebro humano y el de cualquier otro animal. El hígado de una rata es prácticamente idéntico, en su estructura y función, al hígado de una persona, pero el cerebro de una rata es muy diferente al cerebro humano. Esto limita avanzar en el conocimiento del cerebro humano mediante la experimentación animal. Otra gran limitación es que el cerebro está protegido por una dura carcasa ósea, el cráneo, que dificulta la exploración del funcionamiento cerebral. Las cosas han cambiado algo en los últimos veinte años con el desarrollo de potentes técnicas de imagen no invasivas como el TAC (tomografía axial computarizada), RMN ( resonancia magnética nuclear) y PET (tomografía de emisión de positrones) y la implantación de electrodos intracraneales, entre otras técnicas. Pero esa moderna tecnología apenas nos permite rascar la superficie de ese órgano misterioso que es el cerebro humano.

¿CÓMO SURGIÓ EL CEREBRO?

La primera bacteria aparecida hace tres mil millones de años en nuestro planeta ya tenía la impronta de su función fundamental para sobrevivir: la homeostasis. Tenía que recibir información continua de lo que estaba pasando en el interior de su propio organismo y en el exterior, que constituía su hábitat. Esa información era procesada por los sistemas informáticos de la célula, sus biomoléculas, sobre todo las proteínas y los ácidos nucleicos que ponían en marcha la respuesta más adecuada para su supervivencia y reproducción (el cerebro celular).

Si sus proteínas de membrana detectaban la presencia de un tóxico en el medio, se activaban los sistemas contráctiles de la membrana celular que permitía un cierto movimiento que alejaba a la célula del tóxico. Si los sistemas de información detectaban la entrada en la célula de numerosas moléculas de su alimento preferido, se activaban los ácidos nucleicos que fabricaban más enzimas que permitieran el aprovechamiento metabólico de tanto nutriente.

A partir de esa primera célula, toda la evolución fue en la dirección que permitiera la aparición de seres vivos más eficaces en el procesamiento de la información. El fin siempre ha sido lograr el mejor control de los mecanismos que permitieran una homeostasis favorable para la supervivencia y reproducción de cada individuo. Durante millones de años de evolución se desarrollaron soluciones ingeniosas a los nuevos desafíos de homeostasis que surgían en un planeta cambiante.

La aparición de los seres pluricelulares impuso la necesidad de desarrollar sistemas de transmisión de la información entre las diferentes células que componían su organismo. Surgieron dos modelos principales. Uno era el químico, consistente en que la señal informativa se transmite mediante ciertos iones y algunas moléculas especializadas, llamadas mensajeros. Este modelo es el que adoptaron los seres que luego dieron origen al reino vegetal.

Pero este sistema era lento. Y algunos seres pluricelulares, además de conservar el sistema de mensajería químico, desarrollaron otro mecanismo de conexión informativa mucho más rápido, ya que utilizaba la electricidad. Así surgió el sistema nervioso, que es el sistema de transmisión de mensajes característico del reino animal.