La huella del silencio - Javier Urra - E-Book

La huella del silencio E-Book

Javier Urra

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Beschreibung

La Huella del Silencio es el segundo libro de Javier Urra de la colección Estrategias de Prevención y Afrontamiento. Siguiendo el esquema de su primer libro La Huella del Dolor, nos presenta un buen diagnóstico del Acoso Escolar en la actualidad y profundiza en cómo prevenir y afrontar esta dura realidad de las aulas. Acompaña un verdadero informe con datos, estadísticas, bibliografía, propuestas, información de interés y algo que siempre es muy valorado que son cuentos, vídeos y libros para trabajar la prevención y saber cómo afrontar estas graves situaciones.

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Tema: Acoso escolar

Javier URRA PORTILLO

La huella del silencio

Estrategias de prevención y afrontamiento del acoso escolar

Fundada en 1920

Nuestra Señora del Rosario, 14, bajo

28701 San Sebastián de los Reyes - Madrid - ESPAÑA

[email protected] - www.edmorata.es

La huella del silencio

Estrategias de prevención y afrontamiento del acoso escolar

Por

Javier URRA PORTILLO

© Javier URRA PORTILLO

Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos, www.cedro.org) si necesita fotocopiar, escanear o hacer copias digitales de algún fragmento de esta obra.

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© EDICIONES MORATA, S. L. (2018)

Nuestra Señora del Rosario, 14

28701 San Sebastián de los Reyes (Madrid)

www.edmorata.es - [email protected]

Derechos reservados

ISBNpapel: 978-84-7112-865-2

ISBNebook: 978-84-7112-904-8

Depósito Legal: M-23.753-2018

Compuesto por: Sagrario Gallego Simón

Printed in Spain - Impreso en España

Imprime: ELECE Industrias Gráficas, S. L. Algete (Madrid)

Ilustración de la cubierta de Iván Morán: La huella del silencio, 2018. Reproducido con autorización.

Fotografía de Javier Urra de la sobrecubierta realizada por Natalia Karchmar.

 

 

 

 

Nota editorial

En Ediciones Morata estamos comprometidos con la innovación y tenemos el compromiso de ofrecer cada vez mayor número de títulos de nuestro catálogo en formato digital.

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Contenido

Para aquellos que afirman que los problemas de los niños son insignificantes, les aseguro que el dolor causado por el acoso a cualquier edad rompe el alma.

(Signe WHITSON)

CAPÍTULO

1

Diagnóstico del acoso escolar

Recordaré, mientras viva, al menor que siendo víctima de un auténtico grupo “mafioso”, tenía que robar en casa a sus padres dinero para entregárselo a unos matones. El caso lo vi como psicólogo del Ministerio de Justicia, adscrito a la Fiscalía del Tribunal Superior de Justicia de Madrid y a sus Juzgados de Menores. No es fácil trasladar el miedo, el dolor desbordante de este niño.

Creo que los adultos no somos capaces de valorar la angustia insondable de un niño que es acosado de manera continuada, que es vejado, ridiculizado, machacado. Que no sabe qué hacer, que pide perdón, que busca ayuda entre los iguales, pero no la recibe. Que duda en decírselo a los profesores o a sus padres, pues teme que la situación empeore, que sea designado como un chivato, como un impotente, y tenga aún que sufrir más.

Helio CARPINTERO (2016) expone: “Recientemente, se ha realizado el análisis de un interesante e histórico caso de acoso del que hay informes biográficos muy notables, y cuyo interés se incrementa aún más por el singular protagonista que lo sufrió, que fue nuestro Premio Nobel de 1906 don Santiago Ramón y Cajal”.

En efecto, una comunicación presentada en la reunión anual de la Sociedad de Historia de la Psicología Española (SEHP, 2016), por la Profesora V. DEL BARRIO GÁNDARA, examina desde una perspectiva clínica aquellas páginas de los Recuerdos de mi vida del gran científico (RAMÓNY CAJAL, 1923), donde su autor evoca sus problemas escolares vividos durante sus estancias en Ayerbe, (entre 1860 y 1861), y luego en Huesca, (en 1861), como escolar al que algunos compañeros trataron de marginar y embromar agresivamente.

RAMÓNY CAJAL (1852-1934), hijo de un modesto médico cirujano, que con tesón llegó a obtener el título de doctor en medicina, sometido a numerosos cambios de residencia, hubo de ir pasando por distintas escuelas, en algunas de las cuales fue recibido con hostilidad y agresividad. Era una persona muy bien dotada intelectualmente, que leía y escribía a los seis años, y que tenía un padre enormemente exigente, austero y serio, que le forzaba al estudio. Para ir directamente al asunto que nos ocupa, recordemos su llegada con ocho años a la escuela de Ayerbe:

Mi aparición en la plaza de Ayerbe fue saludada por una rechifla general de los chicos. De las burlas pasaron a las veras. En cuanto se reunían algunos y creían asegurada su impunidad, me insultaban, me golpeaban a puñetazos o me acribillaban a pedradas. ¡Qué bárbaros éramos los chicos de Ayerbe!

(RAMÓNY CAJAL, 1923, 23).

Es notable cómo aquel muchacho comprendió por qué pasaba aquello. Aquel rechazo tenía algún sentido. En efecto, dice:

Yo no gastaba calzones o alpargatas, ni ceñía con un pañuelo mi cabeza, y eso bastó para que entre aquellos zafios pasara por señorito... Contribuía también mi antipatía, y la extrañeza causada por mi lenguaje.

(Ibid.).

Nuestro autor no deja de advertir el fenómeno social que allí se producía, y escribe:

¿Por qué esta imbécil aversión al chico forastero? Lo ignoraba, y aún hoy no me lo explico bien.

(Ibid.).

Como enseguida veremos, sigue siendo hoy un motivo potente generador de acoso la posesión de rasgos diferenciales respecto del grupo agresor, que responde de ese modo con rechazo a la presencia de diferencias.

Ante la recepción que se le hacía, el muchacho decidió asumir entonces una vía de asimilación al grupo. “Acabé por acomodarme a su extraña jerigonza... (y) sentí la necesidad de sumergirme en la vida social, tomando parte en los juegos colectivos...[ ], así que amainó la mala voluntad de los muchachos para conmigo”.

(Ibid., 24).

De esta suerte, terminó por ser aceptado por el grupo y desmontó, gracias a su ingenio, la hostilidad que en un principio despertaba.

Nuevos traslados volvieron a hacer de él el alumno nuevo que llegaba de fuera, esta vez al Instituto de Huesca. Y de nuevo el problema reapareció. Tenía ya doce años, y en su nueva escuela encontró un muchacho seis años mayor que él que comenzó a dispensarle una reiterada agresividad verbal —le propinaba insultos, le llamaba “carne de cabra”, e “italiano” (Ibid., 58) por el abrigo raro y largo que vestía por imposición de su madre—, y de ahí pasó a la agresión física, hallando el modo de darle repetidas palizas. CAJAL dice que eso se debía, fundamentalmente, a que era visto allí como siendo él de Ayerbe, y llevar aquel abrigo extemporáneo, e indignarse por el uso que hacían de la fuerza con él. El nuevo problema necesitaba solución. El futuro histólogo examinó sus posibilidades:

Halago y lisonja a los atropelladores; invocación a la autoridad; ejercicio intensivo de los músculos; ejercicio intensivo de la astucia.

(Ibid., 59).

Decidió que “los dos primeros eran deshonrosos”; optó por la reacción meditada. Su nuevo camino iba a ser un poco más largo: decidió no enfrentarse físicamente a su agresor, sino diferir la respuesta y esperar al momento que fuera oportuna, preparándose antes físicamente, y eligiendo cuidadosamente quién sería su adversario, para dar la batalla con posibilidad de éxito.

En las páginas de la autobiografía, su autor cuenta cómo dedicó lo mejor de sus esfuerzos a ponerse en forma, haciendo ejercicios sin cuento por los bosques de los alrededores, trepando y haciendo gimnasia, y alcanzando un excelente dominio de la honda, cosa que resultó muy eficaz. Llegado el momento en que se sintió fuerte, eligió como rival al antiguo agresor, al que fácilmente logró derribar con tiros de su honda, que pudo rematar con golpes bien propinados, y de pronto se encontró con que éste terminó por admirarle, cesó en su acoso, y reconoció el valor y el mérito del forastero de Ayerbe. La persecución sufrida, de un par de años de duración, terminó por agresión reactiva exitosa del antiguo acosado frente al acosador. El comentario del protagonista es notable:

Esto que a muchos parecerán chiquilladas, tiene decisiva importancia no sólo para la formación del carácter, sino hasta para la conducta ulterior durante la edad viril.

(Ibid., 59).

La historia se comenta sola, pero no pasemos por alto algunos extremos. Como hace notar DEL BARRIO (2017), el fenómeno del acoso en distintas edades puede tener, como aquí ocurre, soluciones diferentes. Y la conducta de Cajal evidencia su gran talento a la hora de enfrentarse con el problema. También es interesante esa mención a la honda repercusión psíquica que esas llamadas “chiquilladas” tienen sobre la personalidad de innumerables muchachos y muchachas que las padecen. Por uno de sus lados, es una conducta antisocial y patológica, capaz de generar consecuencias indeseables en el psiquismo de los afectados, hasta grados de máxima peligrosidad.

El diccionario de la Real Academia Española (R.A.E.) define Acosar como: perseguir sin dar tregua ni reposo, a un animal o persona. Perseguir, apremiar, importunar a alguien con molestias o requerimientos. Y Maltratar como: tratar mal a alguien de palabra u obra.

Considerados parte integrante de la experiencia escolar, inherentes a la dinámica propia del patio del colegio, como una lección más de la escuela en la que como anticipo de la vida, el menor tiene que aprender a resistir, a defenderse, a hacerse respetar e incluso a devolver el golpe. En esta concepción darwinista, los más débiles quedan con frecuencia sometidos a los designios de los matones o acosadores escolares.

(FISCALÍA GENERALDEL ESTADO 10/2005, pág. 1).

En 1982 el Consejo de Europa declara la necesidad de que el sistema educativo de los países europeos tenga entre sus objetivos la paz y la promoción de las conductas no violentas (ORTEGA, 2008).

El acoso en entornos educativos es un obstáculo para el disfrute del derecho a la educación y a la igualdad de acceso a las oportunidades.

(NACIONES UNIDAS, 2016, pág. 11).

El primer estudio sobre violencia escolar en España (VIEIRA, FERNÁNDEZY QUEVEDO, 1989) se realizó con más de diez años de retraso frente a los emprendidos en Europa (OLWEUS, en 1973 en el gran Estocolmo y en 1983 en Noruega; LAGERSPETZ, BJÖRKQVIST, BERTS y KING, en 1982 en Finlandia; y MORITA en 1985, en Japón). Tras los trabajos previos de Vieira, FERNÁNDEZY QUEVEDO (1989), FERNÁNDEZY QUEVEDO (1991) y ORTEGA (1997), el primer estudio de carácter nacional será el solicitado en 1998 por la Comisión Mixta Congreso-Senado del Parlamento español al Defensor del Pueblo. La intención era determinar la frecuencia y gravedad de la violencia en los centros educativos y el análisis de la incidencia de conflictos violentos entre los estudiantes de Secundaria en toda España (GARCÍAY LÓPEZ, 2012).

La conducta antisocial y violenta se considera a menudo atractiva (RODKIN y FARMER, 2000) y es vista como un desafío a los valores de los adultos (MOFFIT, 1993).

Sin embargo, la agresividad es un instinto, un rasgo seleccionado por la naturaleza. No somos violentos por naturaleza, no hay violencia si no hay cultura que dé soporte (OVEJERO, 2013) pues: “El agresivo nace pero el violento se hace” (SANMARTÍN, 2004a y 2004b).

La instrucción 10/2005 de la Fiscalía General del Estado no debe sustraer el conflicto de su ámbito natural de resolución, la comunidad escolar.

De los 600.000 adolescentes de entre 14 y 28 años que se suicidan anualmente en el mundo, un importante grupo lo hace impulsado por fenómenos de acoso —y ciberacoso, o acoso a través de redes sociales e internet.

En Europa se estima que hay un 5,9% de agresores y un 11,5% de acosados.

En Estados Unidos, un 61% de los escolares encuestados han afirmado creer que los estudiantes que han protagonizado fenómenos de tiroteo en las aulas, lo han hecho como respuesta a un proceso de acoso del que deseaban vengarse (Ambassadors 4 Kids Club, 2018). El ejemplo paradigmático es la matanza de Columbine. Elliot Aronson publicó un estudio al respecto en que se defiende la hipótesis del acoso y del rechazo como la principal razón de aquella matanza (BLANCO, 2018).

Por mencionar un caso famoso, el suicidio de un escolar vasco de 14 años de Hondarribia, Jokin Zubeiro, muerto en 2004, tuvo implicaciones muy variadas, y terminó con sentencia judicial de los 8 menores implicados. Es la primera vez que en España se juzgaba a escolares por una conducta que pudo influir en Jokin hasta el punto de determinar que se quitara la vida.

El uso del derecho penal debe ser, en estos casos más que en ningún otro, la última ratio, porque no repara el mal causado al acosado, porque puede producir la insatisfacción entre la percepción que el acosado y sus allegados tienen del daño recibido y el contenido aflictivo de la medida impuesta y porque no actúa en principio por si misma de forma adecuada sobre el acosador y su entorno.

En el caso de la intervención con menores no nos basta con lograr, tal y como formulaba RADBRUCH, un derecho penal mejor, sino algo mejor que el derecho penal (VALMAÑA, 2015). Siendo el derecho penal de menores necesario.

Los datos son firmes. Las estadísticas de suicidio, de depresión, de agresión incluso con armas, muestran la solidez de un fenómeno que desearíamos erradicar. Pero para ello es preciso que entendamos su naturaleza, que veamos sus raíces en la constitución de la vida humana, y sus conexiones con otras dimensiones de ésta; en suma, necesitamos tener, siquiera sea en forma de hipótesis, un modelo interpretativo que nos ayude a entenderlo.

¿Por qué se pone en marcha una conducta violenta, y se buscan los refuerzos que parece que con ella se obtienen? La psicología contemporánea ha dado sustancialmente dos respuestas: una, porque hay un “instinto” innato de agresividad, y éste genera naturalmente respuestas violentas en determinadas situaciones, así que nuestra naturaleza biológica hace que se disparen esas reacciones cuando van movidas por fuertes y determinados impulsos. O bien, segunda posibilidad, porque se ha aprendido “vicariamente” que tales actos son útiles y producen resultados satisfactorios, viendo a otros hacerlos en ciertas situaciones, y eso lleva a quienes lo observan y aprenden, a imitarlos.

Dentro de aquella posición instintivista, hay quienes han mantenido y mantienen que las conductas violentas están dentro del repertorio biológico de los individuos, y se activan espontáneamente cuando se dan situaciones de constricción, presión o coerción. Es la idea de que la agresividad que genera conductas violentas es un “instinto”, que acompaña a la naturaleza humana.

La capacidad de agresividad y violencia comportamental de los individuos en determinadas situaciones —defensa de la prole y de la pareja, del territorio, posibilidad del apareamiento— tiene un valor biológico básico, y está mediada, en el caso humano, por todo un sistema que integra varias estructuras neurales del cerebro interno, que cumplen funciones operativas en tareas de memoria, emoción, sociabilidad y procesos ejecutivos, además de la agresividad. Es un sistema primordial para la conservación del individuo y de la especie (ROF, 1966; SANMARTÍN, 2004).

La segunda opción, en cambio, la ha tematizado en detalle la teoría del aprendizaje social. Albert BANDURA (1961) mostró experimentalmente hace ya años cómo aprenden y luego imitan los niños unas conductas violentas observadas en adultos que, actuando de modelos, golpean tentetiesos en una situación diseñada para que aquellos lo observen y puedan más tarde repetirlo. Ya en nuestro campo, innumerables estudios han confirmado la tesis de que con alta frecuencia los individuos acosadores se han criado en familias donde la violencia es un medio habitual empleado para el control de los individuos, y donde la manera de educar a los hijos, o “parenting”, está orientada por actitudes autoritarias y hay falta de ternura en las relaciones entre padres e hijos (MUSITU, BUELGA, LILA, y CAVA, 2001).

No son soluciones totalmente incompatibles. La posible índole instintiva de una cierta conducta no la excluiría, en principio, del rango de las actividades útiles y sometidas al principio de la ley del efecto.

Además, la conducta de acoso podría tener otras profundas raíces también ligadas a una visión naturalista de la naturaleza humana. Un tema, sumamente controvertido, el “darwinismo social”, en otras palabras, a la teoría que supone que la idea de Darwin de que la evolución va produciendo los individuos más aptos para sobrevivir, que desplazan a los menos aptos, se ajustaría también a las situaciones de competición social entre grupos e individuos, de manera que aquellos que adquieren el poder y dominan sobre los demás, serían los más aptos, y biológicamente superiores. Y eso tendería a hacer ver al individuo acosador como superior al acosado, y biológicamente mejor. Han sido muchos los que han reaccionado en contra de tal manera de ver las cosas. En todo caso, el mundo humano del hombre actual no es isomorfo con el del animal. Como en su día escribió José L. PINILLOS (1979), “la violencia que nos amenaza... es un fenómeno del que la biología es condición necesaria, pero no suficiente. Sus determinantes más directos y específicos están primariamente en la sociedad, y sólo reflejamente en el cerebro”. Es un hecho que en el mundo social se dan procesos de diferenciación social, vinculados a la posesión del poder y el control, donde se rompen las normas pactadas de convivencia y retorna, como retorna siempre lo reprimido, según decía FREUD (1915), a ley del más fuerte, que vuelve así a imponerse como principio válido.

1. Definición

El problema del acoso escolar, es un problema, que viene de lejos, pero que se agrava con el ciberbullying, y con una violencia extrema, en algunos casos. Pareciera que no existe limitación, que no hay una frontera, que el acosado es culpable por serlo.

Siendo Defensor del Menor realizamos un profundo estudio con profesionales que son citados en este libro, una de ellas la compañera de Academia y magnífica Catedrática de Psicología, María José DÍAZ-AGUADO. Pero también decidimos grabar un vídeo que dura ocho minutos y que lleva por título “Un día más”1, al que acompaña un librito, en relación con el acoso escolar.

Pues bien, encargué dicho corto a quien ese año había ganado el Premio Goya de cortos, y se grabó en un instituto de Usera durante tres fines de semana. En uno de ellos, me acerqué a ver a los jóvenes y la grabación, y comprobé cómo ridiculizaban al acosado, le volcaban la mochila, le quitaban el bocadillo, le insultaban, le quitaban el bonobús.

Me llamó la atención lo bien que lo hacía el acosado. Tan es así que le comenté al director “¡qué gran actor!” Pero minutos después hablé con los chicos y les reconocí mi admiración por lo bien que entraba en el papel de víctima ese chico. Y cuál no sería mi sorpresa cuando me dijeron: “No tiene mérito, él es el pringao en clase, siempre, todos los días, por eso lo hemos elegido en el que es su papel”. Sin comentario.

El acoso es un comportamiento de relación interpersonal violenta, protagonizado por un sujeto o grupo de individuos que, en un ambiente bien definido y tipificado, el de la vida escolar, llevan a cabo una serie de acciones para humillar, violentar, y someter a un compañero que desea escapar a él, pero es incapaz de hacer frente a las presiones de aquellos. Es un comportamiento que los agresores ponen en marcha, y que el acosado padece, y ello a lo largo de un tiempo considerable.

No se trata de conductas disruptivas que se producen de forma aislada, o de actos agresivos puntuales, tampoco se puede confundir con conductas de indisciplina (GONZÁLEZ BELLIDO, 2015).

El maltrato escolar entre los estudiantes es realmente un fenómeno muy antiguo. A principio de los años 70 este fenómeno ha sido objeto de un estudio más sistemático (OLWEUS, 1973 a 1978). Durante unos años, estos esfuerzos se circunscribieron en Escandinavia. No obstante, a finales de la década de los 80 y de los 90 el maltrato escolar entre los estudiantes atrajo la atención de diferentes países como Japón, Gran Bretaña, Holanda, Canadá, Estados Unidos y España. En Los últimos 10 años ha habido un desarrollo casi explosivo en este campo, tanto en términos de investigación como de intervención y políticas nacionales (OLWEUS, 1993b).

El mero hecho de ponerle nombre a las cosas hace que estas existan o al menos que estén más presentes y visibles, pues los pueblos que no tienen un vocablo concreto para referirse al maltrato escolar entre iguales tienden a no verlo siquiera, como ocurría en España hace solo unos pocos años (OVEJERO, 2013).

El bullying se trata de un fenómeno que parece formar parte habitual de la cultura escolar tradicional, puesto que a lo largo de su vida en la escuela todos los alumnos parecen tener contacto con él, como acosados, agresores o espectadores (la situación más frecuente) (DÍAZ-AGUADO, 2005).

Son los chicos los que presentan mayor probabilidad de ser acosados y en las chicas el acoso principal que se produce es el psicológico-relacional. El período de mayor incidencia es entre los 11 y 14 años.

Como todo comportamiento personal, se trata de una actividad con su finalidad, y su persistencia en el tiempo revela en el fondo su índole satisfactoria, es decir, que el sujeto o sujetos que la inician logran con ella resultados que les satisfacen, y que refuerzan y mantienen esa actividad de modo estable, mientras la situación no varía. Al decir esto no hacemos sino aplicar un principio explicativo bien conocido, la llamada ‘ley del efecto’ formulada por el psicólogo E. THORNDIKE (1898).

La violencia es, por encima de todo, un acto intencional, una acción que lleva dentro de sí la intención de hacer daño. La intención forma parte de la naturaleza del acto violento (BLANCO, 2018).

La diferencia entre un comportamiento grosero y uno malvado tiene que ver con la intención. Mientras que el primero son faltas de consideración no planificadas, en el segundo el objetivo es hacer daño o despreciar a alguien. Y a su vez la diferencia entre un comportamiento malvado y el acoso es que este último es intencionadamente agresivo, repetitivo en el tiempo e implica un desequilibrio de poder (WHITSON, 2017).

Cuando consideramos erróneamente el comportamiento grosero y el malvado como acoso, corremos el riesgo de insensibilizarnos ante la gravedad que realmente supone el acoso. Sus tasas se reducen cuando el adulto comprende qué es verdaderamente el acoso y que no lo es. La grosería puede convertirse en maldad, y esta a su vez con el tiempo en acoso (WHITSON, 2017).

En las relaciones humanas, más aún en el caso de adolescentes, la convivencia puede generar conflicto y una mala resolución de éste, violencia, cuya repetición de forma sistemática nos lleva al acoso (GONZÁLEZ BELLIDO, 2015).

La intervención en este encadenamiento secuencial de agresividad se debe realizar cuando se detectan los primeros síntomas de conductas acosadoras de baja intensidad (exclusión y agresión verbal), es mucho más fácil actuar cuando se producen los primeros indicios que cuando las conductas disruptivas están normalizadas (GONZÁLEZ BELLIDO, 2015).

Esta impunidad de los agresores junto con el desconocimiento por parte de la familia y la pasividad de algunos centros educativos, configuran la “Ley del Silencio”, reforzando conductas moral, ética y socialmente intolerables (GONZÁLEZ BELLIDO, 2015).

Cualquier definición de bullying debe incluir los siguientes aspectos para poder diferenciarla de otros tipos de violencia:

Conducta agresiva e intencionalmente dañina.Se da repetidamente en el tiempo.Se da en una relación interpersonal con un claro desequilibrio de poder.Suele darse sin provocación previa.El acosado se siente absolutamente indefenso e incapaz de escapar de la situación de dominio / sumisión en la que el agresor le ha colocado.Tiene consecuencias muy negativas físicas, psicológicas y sociales para él.

Una de las principales características a tener en cuenta desde el punto de vista psicológico, es el daño que se produce.

Pese a todas las definiciones desarrolladas en la literatura, la que más se cita y se toma como referencia es la del propio OLWEUS (1993):

Comportamiento intencional y agresivo que ocurre en repetidas ocasiones contra una víctima cuando existe un desequilibrio de poder real o aparente y cuando la víctima se siente vulnerable e impotente para defenderse.

Una definición más específica sobre el acoso escolar es la que se da en los Estados Unidos en el año 2001 en la “No child left behind Act” (NCLBA) en la que se dice que el término acoso escolar se aplica a aquellas conductas relativas a la identidad de un alumno, o a la percepción de esa identidad, concernientes a su raza, color, nacionalidad, sexo, minusvalía, orientación sexual, religión o cualesquiera otras características distintivas que fueren definidas por las autoridades regionales o municipales competentes, siempre que:

A. Se dirijan contra uno o más alumnos.

B. Entorpezcan significativamente las oportunidades educativas o la participación en programas educativos de dichos alumnos.

C. Perjudiquen la disposición de un alumno a participar o aprovechar los programas o actividades educativos del centro escolar al hacerle sentir un temor razonable a sufrir alguna agresión física (VALMAÑA, 2015).

Hemos de tener en cuenta que el acoso escolar tiene un referente intergrupal o intercategorial (BLANCO, 2018).

Es un derecho humano fundamental para un niño el hecho de sentirse seguro dentro de la escuela y que se le ha de evitar la opresión y la humillación repetitiva que implica el acoso escolar. Ningún estudiante debería tener miedo de ir a la escuela por el temor de ser asediado o humillado y ningún padre ni madre debería preocuparse porque alguna de estas cosas le pudiera pasar a su hijo o hija (OLWEUS, 1993a).

En España el bullying no está directamente relacionado con el tipo de centro como en otros países (Informe PISA 2017)2.

El acoso ocurre con mayor frecuencia cuando los estudiantes no ven a los docentes como transmisores eficaces de las reglas de respeto y convivencia pacífica (Informe PISA, 2017).